Caminando con Jesús Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |
SANTA TERESA BENEDICTA DE (EDITH STEIN) |
UNA SEMBLANZA
DE EDITH STEIN Escrita por su
hermana Erna Biberstein-Stein,
New York, 1949 www.aciprensa.com Edith era la
más pequeña de los siete hermanos y la próxima a mí en edad. Nos separaban
escasamente dos años, y así fue natural que, desde la niñez y hasta el tiempo
de distanciarse externamente nuestros caminos, estuviéramos unidas la una de
la otra más que cualquiera de nuestros otros hermanos. Su primera
niñez coincidió en el tiempo en que nuestra madre sobrellevaba las tareas más
pesadas, tras la muerte repentina de nuestro padre. A causa de sus cargas
inevitables poco podía dedicarse a nosotras. Las dos "pequeñas"
estábamos acostumbradas a entendernos las dos solas y -al menos por las
mañanas, hasta que los mayores regresaban de la escuela- nos entreteníamos
nosotras solas. Hasta donde
conozco de las narraciones de mi padre, de mis hermanos y por recuerdo
personal, éramos bastante formales y raramente nos reñían. Pertenece a los
primeros recuerdos el que Paul, mi hermano mayor,
pasease en brazos a Edith por la habitación entonando canciones estudiantiles
o que le mostrase las ilustraciones de su historia de la literatura y
pronunciase discursos de Schiller, Goethe, etc. Tenía una memoria formidable
y todo lo retenía. Muchos de nuestros numerosos tíos y tías intentaban ensalzarla
o se esforzaban, equivocadamente, por hacerle creer que era "María
Estuardo" de Goethe o algo parecido. Esto constituyó un rotundo fracaso. Desde los
cuatro o cinco años comenzó a manifestar conocimientos de literatura. Cuando
entré yo en la escuela, se sintió terriblemente sola, tanto que mi madre
decidió internarla en un jardín de infancia. Pero esto fracasó del todo. Se
veía allí tan desoladamente infeliz, y aventajaba intelectualmente todos los
niños, que hubo que renunciar a ello. Muy pronto comenzó a suplicar que se le
permitiese ir a la escuela ya en otoño, cuando el 12 de octubre cumpliese los
seis años. Si bien era pequeña a todas luces y no se le atribuían los seis
años, el director de la escuela Victoria de Breslau, escuela que ya habíamos
frecuentado antes que ella las cuatro hermanas, consintió en ceder a sus
ruegos insistentes. Y así comenzó
su tiempo escolar en su sexto cumpleaños, el 12 de octubre de 1907. Puesto
que no era usual por entonces comenzar el curso en otoño, solamente
permaneció en la clase inferior durante medio año. A pesar de ello, ya en
Navidad era una de las mejores alumnas. Era muy capaz y muy aplicada, así
como segura y de una energía férrea. No obstante nunca fue mala amiga, sino
que siempre fue una excelente compañera pronta a ayudar. Durante todo el
tiempo escolar obtuvo resultados brillantes. Todos nosotros aceptábamos como
natural el hecho de que, al igual que yo, después de acabar la escuela
femenina, terminara los cursos de bachillerato en la escuela Victoria, para así
poder acceder a una carrera. Sin embargo, nos sorprendió su decisión de dejar
la escuela. Como todavía era muy pequeña y delicada, mi padre cedió y la
envió, en parte por descanso, en parte para ayudar a casa de mi hermana Else, que estaba casada en Hamburg
y que tenía tres niños pequeños. Allí, permaneció ocho meses, cumpliendo con
su deber escrupulosa e incansablemente, no obstante atraerle las tareas
domésticas. Cuando mi madre la visitó después de seis meses, apenas si la
reconoció. Había crecido muchísimo y parecía plenamente madura. En esta
ocasión confió a mi madre que había cambiado de parecer y que deseaba
regresar a la escuela para poder seguir estudiando. Regresó a Breslau; se
preparó en latín y matemáticas con la ayuda de dos estudiantes para pasar a
la secundaria y superó brillantemente el examen de admisión. El resto del
tiempo escolar no supuso ninguna sorpresa. Como siempre estuvo en los
primeros puestos de la clase, librándose al final del examen oral de
bachillerato. A la par que en la escuela, tomaba parte activa en todas
nuestras diversiones con los compañeros. Nunca fue una aguafiestas. Se le
podían confiar todas las cuitas y todos los secretos; estaba siempre
dispuesta a aconsejar y ayudar, y todo era bien recibido por ella. Los años universitarios
(yo había comenzado a estudiar medicina en 1909) fueron para nosotras tiempo
de trabajo serio, pero también de estupendo compañerismo. Habíamos formado un
grupo de ambos sexos con los que pasábamos nuestras horas libres y las
vacaciones en gran libertad y sin prejuicios, dadas las condiciones de
aquellos tiempos. Manteníamos discusiones sobre temas científicos y sociales
en amplios y reducidos círculos de amigos. Edith era entre todas la más
competente a causa de su lógica imperturbable y de su amplio conocimiento de
cuestiones literarias y filosóficas. En el transcurso de nuestras vacaciones
realizábamos viajes a la montaña y allí nos sentíamos animados a vivir a
plenitud y para forjar proyectos. Cuando más
tarde se fue a Göttingen con una de nuestras amigas
comunes, Rose Guttman, para estudiar historia y
filosofía, allí también conquistó nuevos amigos, que le permanecerían fieles
por su vida. Pero nuestro antiguo círculo la mantuvo inalterable y ella le
conservó la fidelidad primera. Después de nuestro examen de estado de
medicina decidimos, mi entonces amigo y ahora marido y yo, visitar a Edith y
Rose en Göttingen. Aquellos días fueron
inolvidables, de hermosas excursiones y alegres momentos, en los que ella
trató de enseñarnos lo mejor de su querida Göttingen
y de sus entornos encantadores. Al final llevamos un paseo muy bonito por el
Harz. Esto sucedía en
la primavera de 1914. Poco después de mi vuelta a Breslau, inicié mi trabajo
de asistente, que sería interrumpido por el estallido de la guerra. Pero
únicamente cambió mi actividad por el hecho de que me fui a otra clínica,
mientras que Edith se sintió en la obligación de interrumpir sus estudios y
se fue como ayudante voluntaria de Cuando en 1916
se fue a Freiburg para ser asistente privada de su
profesor de Göttingen, Husserl, dos de las antiguas
amigas, Rose Guttman y Lilli
Platau, y yo (me había ido como asistente a Berlín)
decidimos pasar nuestras vacaciones del verano de 1917 en Cuando en 1920
me casé con mi compañero de estudios Hans Biberstein,
Edith estuvo presente en la boda y compuso hermosas poesías para todas las
sobrinas y sobrinos. En ellas revivían las experiencias más placenteras de
nuestros años estudiantiles y de nuestra infancia. Era entonces profesora en
el colegio religioso de Speyer pero pasaba todas
las vacaciones en Breslau. En setiembre de
1921 nació nuestra primera hija, Susanne, y Edith, que precisamente se
encontraba en casa, me atendió en forma enternecedora. Por cierto, una densa
sombra se cernió sobre este tiempo, tan feliz por otra parte; me confió la
decisión de convertirse al catolicismo y me rogó que se lo comunicase a
nuestra madre. Yo sabía que ésta era una de las más difíciles tareas a las
que me había tenido que enfrentar. A pesar de la comprensión de mi madre y de
la libertad que en todo había dejado a sus hijos, esta decisión significaba
un duro golpe para quien era una auténtica creyente judía y consideraba como
apostasía el que Edith aceptase otra religión. También a nosotros nos resultó
difícil, pero teníamos tanta confianza en el convencimiento interior de
Edith, que aceptamos su paso muy a pesar nuestro, después de haber intentado
vanamente disuadirla por causa de nuestra madre. Incluso después
de su conversión continuó viniendo regularmente a casa. Me atendió nuevamente
en el nacimiento de nuestro hijo Ernst Ludwing, y
amaba cariñosamente a nuestros hijos, como al resto de todos los sobrinos y
sobrinas; de igual manera fue amada y adorada por ellos. Recuerdo muy
especialmente con cuanta frecuencia, mientras ella trabajaba en su cuarto,
tenía a los niños con ella, cómo los entretenía con cualquier libro y lo muy
felices y contentos que ellos se sentían a su lado. Cuando en 1933
tuvo que dejar Edith su puesto de enseñante en En 1939, cuando
seguí con mis hijos a mi marido a América, manifestó agrado de que la
visitásemos en Echt, adonde se había trasladado.
Pero nosotros teníamos un boleto para Hamburgo, y además la frontera
holandesa era muy incómoda. Por todo ello preferimos no hacerlo. En lo
sucesivo, nos mantuvimos unidas por correspondencia y, en cierta manera, por
entonces yo estaba tranquila con que ella estuviese segura en la paz de
convento frente a la persecución de Hitler, al igual que mi hermana Rosa, que
por mediación de Edith había encontrado refugio en Echt. Por desgracia,
esta confianza no estaba justificada. Los nazis no se detuvieron ante el
convento, sino que deportaron a mis dos hermanas el 2 de agosto de 1942.
Desde entonces ha desaparecido todo rastro de las mismas. |
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