|
|
REFLEXIONES SOBRE LA CUARESMA P. Eduardo Sanz
de Miguel, o.c.d. |
|
1. LOS AYUNOS DE PREPARACIÓN A LA PASCUA. 2. LA SEMANA SANTA JEROSOLIMITANA. 4. RECONCILIACIÓN DE LOS PENITENTES. 5. LAS ESTACIONES CUARESMALES EN ROMA. 9. LA LITURGIA CUARESMAL CONTEMPORÁNEA. 10. EL SENTIDO DE LOS 40 DÍAS. 11. LAS PRÁCTICAS CUARESMALES. Queridos amigos: El próximo miércoles inicia la Cuaresma, con la imposición de la ceniza. Podéis imaginaros las sensaciones que la Cuaresma y la Semana Santa evocan a una persona como yo, que nací en una villa episcopal, y crecí a la sombra de la torre de una catedral. En primer lugar, están los recuerdos visuales: pasos procesionales, esculturas de Cristo en su pasión y de la Virgen Dolorosa, túnicas de los nazarenos, antiguas capas pluviales. Siguen los recuerdos sonoros: interminables ensayos de las cornetas y tambores para acompañar las procesiones, conciertos en la catedral, los cantos propios de estas fechas (perdona a tu pueblo, sálvame Virgen María, cuando pases, mírame). También están los olfativos, con el perfume de las abundantes flores empleadas en los pasos procesionales, el tufillo de humedad de los ornamentos que sólo se usaban es estas fechas, las numerosas velas de cera y el incienso. Sin que falten los referentes al sentido del gusto. ¿Cómo olvidar los potajes de vigilia y las croquetas de bacalao? A todo esto hay que añadir la preparación de la ceniza, la recogida de ramas de árboles en el campo, las predicaciones y misiones cuaresmales, los Vía Crucis, celebraciones penitenciales, etc. Para vivir este tiempo con
intensidad y fervor, os envío algunas ideas sobre la historia de la Cuaresma
y su significado actual, intentando usar un lenguaje sencillo. 1. LOS AYUNOS DE PREPARACIÓN A LA PASCUA. Desde el siglo II tenemos testimonios de un ayuno previo a la Pascua,
que lentamente se fue alargando, hasta constituirse en el s. IV una época de 40 días, en los que se hacía sólo una
comida al día, excluyéndose las carnes, los huevos, la leche y el alcohol.
Entre los siglos VI y VII se añadieron tres semanas
más a la Cuaresma (que tomaron los nombres de «Quincuagésima», «Sexagésima» y
«Septuagésima», desaparecidas desde 1968). Lo justificaban haciendo un
paralelismo con los 70 años que duró el destierro de Babilonia. 2. LA SEMANA SANTA JEROSOLIMITANA. Durante la época de las
persecuciones, el culto cristiano era muy sencillo (y, normalmente a
escondidas. Prácticamente se limitaba a la Misa dominical, la celebración
anual de la Pascua y otros encuentros de oración). A partir del s. IV, en Jerusalén comenzaron a hacerse celebraciones
separadas durante los días anteriores a la Pascua y en otras fechas. Los
cristianos de la ciudad y los numerosos peregrinos que acudían de fuera,
recordaban los acontecimientos decisivos del cristianismo en los mismos
escenarios donde tuvieron lugar, siguiendo la distribución espacial y
temporal de los evangelios. El sábado anterior a la Semana Santa se visitaba
el sepulcro de Lázaro, al día siguiente se tenía una procesión con ramos, más
tarde se hacía memoria de la traición de Judas. Los tres últimos días tomaron
el nombre de «Triduo Santo de la pasión, muerte y resurrección del Señor». El
viernes se veneraba la reliquia de la Cruz. El sábado pasaban la jornada
orando los Salmos y leyendo textos de la Escritura. Hasta entonces, se unía
la memoria de la muerte, sepultura y resurrección en la Vigilia Pascual.
Pero, al surgir celebraciones específicas de la pasión y muerte de Cristo, la
Vigilia Pascual se centró en su resurrección. Los peregrinos, al regresar a
sus casas, establecieron las costumbres de Jerusalén. Durante la época de las
persecuciones, los que se convertían eran inmediatamente bautizados e
incorporados a la comunidad. Después del edicto de libertad de Constantino
(año 313), las conversiones fueron cada vez más numerosas, aunque algunas
veces no eran sinceras. Por eso, se organizó un tiempo de preparación al
bautismo, que duraba unos tres años. Los aspirantes se reunían semanalmente
para recibir la instrucción. La Cuaresma era vivida de una manera especial;
ya que, una vez concluida su preparación, se disponían a recibir el bautismo
en la Vigilia Pascual. El domingo primero, se inscribían sus nombres en un
libro especial. A partir de ese momento, tenían catequesis diarias. Los
domingos tercero, cuarto y quinto tenían lugar los «escrutinios», que eran
unciones prebautismales y oraciones. Además, se les
explicaba el credo, el padre nuestro y los evangelios (en las llamadas «traditio» o «entregas»). Más tarde, tenían que devolverlos
a la comunidad, recitando públicamente el credo, el padre nuestro y una
fórmula de adhesión a las enseñanzas de los evangelios (las llamadas «redditio» o «devoluciones»). El Sábado
Santo por la mañana, recibían la última unción y profesaban la fe en Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esa misma noche eran bautizados. A partir del
s. VI, los bautismos de adultos se hicieron cada vez más raros y se
generalizaron los bautismos de niños, por lo que se modificó la organización prebautismal. Los exorcismos pasaron de tres a siete y de
los domingos a los días feriales, por lo que también se cambió el orden de
las lecturas y oraciones de las misas. 4. RECONCILIACIÓN DE LOS PENITENTES. Por medio del bautismo, los que
se habían convertido recibían el perdón de los pecados y la incorporación a
la Iglesia. Con el tiempo, se presentó el problema de los cristianos que
cometían pecados graves, como el adulterio, el homicidio y la apostasía (el
abandono de la fe). Para ellos se estableció la «penitencia pública», que debían
realizar durante el tiempo y con las modalidades determinados por el obispo.
Finalmente, al inicio de la Cuaresma, se vestían de saco, se cubrían la
cabeza con ceniza y se dirigían al templo. El obispo oraba por ellos y,
después de las lecturas y de la homilía, los expulsaba ritualmente de la
comunidad. Durante toda la Cuaresma tenían que observar un ayuno severo,
dormían en el suelo, no podían tener relaciones matrimoniales ni participar
en actos sociales de ningún tipo. Durante las celebraciones litúrgicas,
permanecían de rodillas en el atrio del templo, hasta el Jueves Santo por la
mañana, en que eran reconciliados públicamente. Al desaparecer la penitencia
pública, desde el s. IX, se comenzó a imponer la
ceniza a todos los fieles que lo solicitaban, como gesto de piedad personal. 5. LAS ESTACIONES CUARESMALES EN ROMA. En la Urbe, en los días de
Cuaresma se estableció una compleja liturgia estacional. Cada día se reunía
la comunidad en una iglesia menor. Allí, el Papa pronunciaba una oración y se
partía en procesión, cantando las letanías de los Santos, hasta una iglesia
titular, donde se celebraba la Eucaristía. Las oraciones y las lecturas
hacían referencia a los santos y mártires relacionados con esos templos. A
veces, la relación era sencilla de identificar; otras era muy rebuscada. Por
ejemplo, el día en que se celebraba en San Vidal, que fue arrojado a una
fosa, se leía la historia del patriarca José, que fue arrojado por sus
hermanos a un pozo; en Santa Susana, mártir romana, se leía la historia de
Susana en el libro de Daniel; en San Marcos, donde está la tumba de los
Santos Abdón y Senén, que llegaron a Roma desde Persia, se leía la historia
de Naamán, que peregrinó desde Siria hasta Israel
para encontrarse con el profeta Eliseo; en Santa Prudenciana,
se leía un evangelio relacionado con San Pedro, que se alojó en su casa; etc. Con el surgir de las lenguas
romances, a medida que los fieles no entendían el latín ni las oraciones de
la liturgia, se fueron desarrollando nuevas prácticas, como el Vía Crucis,
dramatizaciones sagradas, peregrinaciones y otros ejercicios cuaresmales. Los
que deseaban ayudarse para realizar obras de piedad y de misericordia en
común, se fueron reuniendo en hermandades o cofradías. En su seno surgieron
las procesiones de penitentes. Los penitentes solían llevar el rostro
cubierto, para no ser conocidos. A partir del s. XVI
se generalizó la costumbre de acompañar los desfiles con imágenes
representando a Cristo en su Pasión o a otros personajes relacionados. Las
cofradías desarrollaron, también, cultos específicos en honor de sus titulares
(imágenes del Señor, de la Virgen y de los Santos) por medio de triduos,
quinarios, septenarios, novenas, etc. Durante la Cuaresma se suprimió el Gloria y el Aleluya, y se impuso el color morado en las
vestiduras litúrgicas y en los frontales de los altares. No se permitían los
bautizos ni las bodas solemnes. En la Edad Media, el sábado anterior a
Septuagésima se generalizó un rito de despedida del «aleluya»; que consistía
en el entierro o quema de una tabla o de una muñeca con la palabra escrita,
acompañado de gestos y oraciones. Los «oficios de tinieblas» (Maitines y Laudes del Jueves, Viernes y Sábado Santos, rezados en
las tardes de los días anteriores) adquirieron especial importancia en las
catedrales y monasterios. El pueblo los vivía con más interés que los actos
de la mañana, ya que contenían elementos más dramáticos (las quince velas del
«tenebrario», que se apagaban progresivamente, después del canto de cada
salmo, el sonido de las carracas y tambores, después de la última lectura,
para recordar el terremoto que siguió a la muerte del Señor, etc.) y
precedían a las procesiones, en las que todos participaban. Desde la Edad
Media, se comenzó cubrir con velos las cruces e imágenes de las iglesias el
Domingo de Pasión. La costumbre se generalizó a lo largo del S. XVI y se hizo obligatoria en el siglo siguiente. Como el
tiempo de penitencia era muy largo, se instituyó el domingo de Laetare (el cuarto) para interrumpirlo momentáneamente, y
se introdujeron en ese día los ritos relativos a la bendición de la «rosa de
oro», que después se entregaban a personajes que se habían destacado en la
defensa de la Iglesia. La Cuaresma se llegó a convertir en un tiempo con
identidad propia, con una gran riqueza de lecturas y oraciones para cada día.
Antes de comenzarla, se establecieron días para despedir el consumo de la
carne y del alcohol (los «carnavales» o «carnes tolendas»,
que, en ocasiones, evolucionaron hacia formas neopaganas y que tanta fuerza
han adquirido en nuestros días). Como conclusión de la misma, también se
establecieron ritos populares para despedir la abstinencia (el «entierro de
la sardina» y las tortas de Pascua, con huevos duros, por ejemplo). La liturgia prepascual
terminó siendo el resultado de la unión de todos estos elementos, unas veces
de forma armónica y otras no: 1. Los ritos relacionados con el catecumenado, que preparaba a
los candidatos para la recepción del bautismo. 2. Los propios de la reconciliación de los penitentes, que disponía
a los bautizados que habían pecado para recibir el perdón. 3. La generalización de algunas conmemoraciones historicistas
propias de Jerusalén y de las celebraciones estacionales romanas. 4. Los desarrollados por la piedad de los fieles, al margen de
la liturgia oficial, que no entendían y en la que muchos no participaban. De esta manera, el primitivo esquema cuaresmal fue evolucionando. La «Semana mayor» tomó el nombre
de «Semana de Pasión», viviendo su momento culminante el Viernes Santo,
pasando la Pascua a segundo término. Desde el S. VII
encontramos dos «Semanas de Pasión» (las antiguas quinta y sexta de
Cuaresma). La hora de celebración de la Vigilia Pascual se fue adelantando,
hasta pasarse en el s. XII a la mañana del sábado
(llamado, con el tiempo, «Sábado de Gloria»). Independientemente de la misa
de reconciliación de los penitentes, que tenía lugar el jueves por la mañana,
se introdujo otra vespertina, para conmemorar la institución de la
Eucaristía. Más tarde, se añadió una tercera, para consagrar los óleos. Por
último, la misa vespertina pasó a la mañana y se unificaron las tres en una
sola. De esta manera, el Triduo Santo se desplazó del viernes, sábado y
domingo iniciales, al jueves, viernes y sábado. Finalmente, el tiempo que
transcurría entre el ciclo de Epifanía y el de Pascua, terminó
constituyéndose en una precuaresma de tres semanas
(tiempo de Septuagésima), una Cuaresma de cuatro semanas y un tiempo de
Pasión de dos semanas (Semana de Pasión y Semana Santa). Las tres etapas
tenían varios elementos en común, como el uso de las vestiduras moradas y la
eliminación del aleluya y de otras partes festivas de la liturgia. Todo iba
encaminado hacia la celebración del Viernes Santo, verdadero culmen del año
litúrgico, como se puede ver en los libros de liturgia anteriores al Vaticano
II. Entre 1951 y 1955, Pío XII realizó una primera revisión y reforma de la Semana
Santa en el rito latino, reintroduciendo la Vigilia Pascual el sábado por la
noche y las celebraciones del Jueves y Viernes Santo
por la tarde, por lo que los «oficios de tinieblas» pasaron a las mañanas de
sus días naturales. La reforma litúrgica de 9. LA LITURGIA CUARESMAL CONTEMPORÁNEA. El Vaticano II
pidió que se mantuviera la dimensión penitencial de la Cuaresma y que se
recuperara la bautismal. Para dar cumplimiento a la sugerencia de los padres
conciliares, se preparó un nuevo Ritual de la iniciación cristiana de
adultos, que establece cómo deben realizarse los distintos ritos a lo largo
de la Cuaresma. Además, como el actual leccionario dominical comprende tres
ciclos de lecturas, se organizó el primero con los evangelios que la Iglesia
primitiva utilizaba en la preparación de los catecúmenos. Las primeras
lecturas dominicales presentan las principales etapas de la historia de la
salvación, mostrándonos que la revelación es la realización progresiva de un
proyecto eterno de Dios, desarrollado en el tiempo, que se dirige hacia
Cristo y culmina en Él. Las segundas lecturas están tomadas de las cartas de
San Pablo, y sirven para iluminar los temas del día con reflexiones del apóstol.
Los evangelios de los días feriales exponen los grandes temas cuaresmales: la
llamada a la conversión, el amor al prójimo, el perdón de los pecados y la
pasión de Cristo. Las primeras lecturas están escogidas en referencia a los
evangelios de cada día. Así, la Cuaresma se caracteriza como: a)
Tiempo
de gracia. Un regalo que se nos ofrece para que redescubramos lo esencial
del cristianismo en la lectura de la Palabra de Dios, en la oración y en la
práctica de una vida íntegra. b)
Tiempo
de preparación para la Pascua. Las cosas importantes hay que prepararlas
con tiempo. La Pascua es tan importante (celebramos los misterios de nuestra
redención), que la preparamos durante 40 días. c)
Tiempo
de catequesis bautismal. Se ha recuperado la preparación bautismal para
los adultos que reciben en Pascua el bautismo, la confirmación y la primera
comunión. Los ya bautizados están llamados a tomar conciencia del don del
bautismo y a renovar su gracia d)
Tiempo
de conversión. Los cristianos deberíamos vivir como cristianos siempre,
pero todos somos conscientes de que muchas veces equivocamos el camino, por
lo que la Cuaresma es una llamada a recibir el perdón de Dios y a volver a
empezar, en su nombre, la vida de la gracia. 10. EL SENTIDO DE
LOS 40 DÍAS. La palabra «Cuaresma» significa
sencillamente 40 días. El prefacio del domingo I recuerda que surgió por el
deseo de imitar el retiro de Jesús en el desierto, al inicio de su vida
pública: «[Jesús], al abstenerse durante cuarenta
días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia
cuaresmal». Pero, ¿por qué Jesús se retiró durante ese preciso periodo de
tiempo? Debemos recordar que la Biblia hace un uso abundante del simbolismo
de los números, que hay que saber interpretar para comprender su mensaje. En
concreto, el número 40 aparece más de cien veces, pero pocas con un
significado matemático. Al ser aproximadamente lo que podía vivir una persona
normal en la antigüedad, se convirtió en la imagen de una generación, de una
vida, de un tiempo suficientemente largo para realizar algo importante. La
vida de Moisés es un ejemplo claro. Murió con 120 años (Dt
34,7), que San Esteban divide en tres etapas de 40 (Hch
7,20-40), que corresponden a tres «vidas», a tres maneras de relacionarse con
Dios. En los otros textos, sucede algo
similar. Cuando Dios envió el diluvio, «estuvo lloviendo sobre la tierra 40
días y 40 noches» (Gn 7,12). Isaac se casó con
Rebeca a los 40 años de edad (Gn 25,20). También su
hijo Esaú (Gn 26,34).
Moisés guió a su pueblo durante 40 años por el desierto (Dt
29,4) y pasó 40 días orando en la cima del Sinaí (Ex 24,18). El mismo tiempo
que tardaron los enviados de Moisés en explorar la tierra de Canaán (Nm 13,25). Los que cometen un delito deben recibir un
máximo de 40 azotes, ya que superar ese número sería un exceso irracional (Dt 25,3). David reinó 40 años (1Re 2,11). El profeta
Elías anduvo durante 40 días por el desierto, hasta el Horeb, donde se
encontró con Dios (1Re 19,8). Jonás anunció que Nínive sería destruida a los
40 días (Jon 3,4). Después de sus desgracias, Job vivió 40 años de bendición
(Job 42,16). María presentó a Jesús en el Templo, a los 40 días de su
nacimiento (Lc 2,22), tal como mandaba la Ley (Lv 12). Como ya hemos dicho, Jesús pasó 40 días de retiro
en el desierto (Mt 4,2) y, después de la resurrección, se apareció también
durante 40 días (Hch 1,3). Así pues, un conjunto de
40 (días o años) es el tiempo necesario, completo, oportuno, para hacer algo
importante. La Cuaresma supone el tiempo de gracia que la Iglesia nos ofrece
para nuestra salvación. En ella se nos ofrecen, también, los medios
necesarios para alcanzarla. 11. LAS PRÁCTICAS CUARESMALES. Siguen siendo las mismas que
Jesús indica en el evangelio que se lee el miércoles de Ceniza: oración,
ayuno y limosna (cf. Mt 6,1-18). La oración no consiste en repetir fórmulas compuestas por otros.
Como dice San Juan Crisóstomo, debemos practicar: «una plegaria que no sea de
rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a
unas horas determinadas. Conviene que elevemos la mente a Dios no sólo cuando
nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a
otras ocupaciones». El ayuno consiste en privarnos de cosas y entretenimientos (que
pueden ser útiles y buenos en sí mismos), para dedicarnos a cosas más
importantes, recordando que Jesús dijo que «No sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4). Tal como enseña
Jesús, el verdadero ayuno consiste en amar el alimento espiritual más que los
alimentos corporales. La limosna. Desde sus orígenes, la Iglesia ha considerado siempre
que el ayuno sirve para comprender mejor el sufrimiento de los pobres y para
darles a ellos el fruto de nuestras privaciones. La limosna ayuda a tener una
relación correcta con las cosas (los bienes no son fines en sí mismos, sino
sólo medios) y con las personas (todos somos responsables del bien de los
demás y no podemos desinteresarnos de la suerte de los desfavorecidos). Por último, hay que practicar las
tres (oración, ayuno y limosna) a la luz de la enseñanza de Cristo, que dice:
«No hagáis el bien para que os vean los hombres» (Mt 6,1). Las tres deben ser
la expresión exterior de unas actitudes interiores (generosidad, amor de
Dios, esencialidad). De poco sirve realizarlas por otros motivos (tradición,
moda, convencionalismos sociales). Las buenas obras se deben hacer porque
estamos convencidos de que son buenas, sin otras intenciones, y procurando
que pasen desapercibidas, para evitar la vanagloria. Si no es así, no tienen
valor religioso. Que el Señor nos conceda a todos
la gracia de amarle más que las cosas, más que la vida, más que a nosotros
mismos. Que su amor sea conocido por todos y que nuestro amor por Él crezca
cada día. Que su espíritu Santo nos dé la fuerza para perseverar en su
servicio, con corazón puro e íntegro. Que, después de servirle con fidelidad
en la Cuaresma de esta vida, Él nos conceda participar un día en la Pascua
del cielo. Amén. Os adjunto dos enlaces, con las canciones más famosas de la
Cuaresma: “Attende, Domine” (en latín) y “Perdona a
tu pueblo” (en español). http://www.youtube.com/watch?v=_tL4OmgS-ho&feature=related http://www.youtube.com/watch?v=4wJQjh0XbGU&feature=related P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. Roma, Febrero 2010 |
|
Caminando con Jesus Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |