Caminando con Jesus
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
LIBRO DE LAS FUNDACIONES
Santa Teresa de Jesus
Composición de las fundaciones
Con textos de la misma Santa podemos reconstruir la
historia externa de este escrito teresiano. Una historia también accidentada,
aunque mucho menos y por motivos distintos de las otras obras. La primera
iniciativa de este libro es también sobrenatural: "que escribiese la
fundación de estas casas" (Relación 9, p. 1443) dice la Santa que le
manifestó nuestro Señor, en fecha insegura, pero antes de 1573. Seguramente en
febrero de 1570. Mandato que ella misma somete a su habitual prueba normativa:
la aprobación de un confesor, que esta vez viene a través del P. Jerónimo
Ripalda tres años después 1573 cuando se encuentra en Salamanca. Son once años
de actividad fundacional, con el largo intermedio desde S. José de Avila a S.
José de Medina, 15621567 (Fundaciones, Pról. 2, p. 1053) seguido del
apretadísimo cuatrienio de 156772, lo que tiene que historiar. Han surgido
siete fundaciones, aparte del primer convento de los padres: los de Medina
(1567), Malagón (1568), Duruelo (1568), Valladolid (1568), Toledo (1569),
Pastrana (1569), Salamanca (1570, Alba de Tormes (1571).
Desde el 25 de agosto de 1573 en que comienza en
Salamanca (Pról. 7, p. 1056) hasta febrero de 1574 en que sale difinitivamente
de esta ciudad para Alba y Segovia, escribe los primeros capítulos:
"Estando en el monasterio del glorioso San José, que está allí [Salamanca]
año de 1573, escribí algunas de ellas" (c. 27, 22). No podemos precisar,
pese a la afirmación de la Santa, cuántas son. Con seguridad ha escrito los
nueve primeros capítulos. La salida de Salamanca, que la exime de la obediencia
del P. Ripalda, esa obediencia "que tanto le cuesta", y la marea de
ocupaciones que siempre gravita sobre ella, provocan una interrupción, que no
parece sea total. Los últimos meses de 1574 pasados en Avila, son de cierta
trnquilidad. Durante ellos escribe las Meditaciones sobre los Cantares. Es
posible que avanzara también algunos capítulos de las Fundaciones, pero no más
allá del trece, que fue escrito en 1575, cuando con el convento de Almodóvar
del Campo las fundaciones de descalzos alcanzaban el número diez: "que al
tiempo que ésta escribo, hay diez monasterios de descalzos..." (13, 4).
Seguirán otros capítulos escritos en lugares y fechas imposibles de fijar hasta
el c. 20, fundación de Alba de Tormes. Seguramente no se sintió tan liberada de
la obediencia del P. Ripalda como para suspender enteramente su tarea.
Cuando esta determinación se acentúa, "estando
muy determinada a esto" (27, 22) "no pasar adelante" en la
narración, otro precepto, esta vez del Comisario, P. Gracián, hará avanzar la
historia hasta lo realizado en este momento. Sobre el particular nos ilumina la
carta del 24 de julio de
Cuando la Santa escribe en esa fecha: "Hase
terminado a catorce días del mes de noviembre, año de 1576", y la súplica
apremiante del párrafo final, parece que está poniendo el colofón de su obra y de
su libro. La continuación de ambos entonces era imprevisible. Pero no tardando
tuvo que recomenzar de nuevo la doble tarea. Desde 1580 hasta su muerte cuatro
nuevas fundaciones: Villanueva de la Jara (1580), Palencia (1581), Soria
(1581), Burgos, primavera de 1582; el mismo ritmo de siempre, dos fundaciones
por año. Al filo de las nuevas fundaciones o inmediatamente después iba
haciendo su historia, que queda rematada con la de Burgos. Es de suponer que la
presencia del P. Gracián, además de recordar el precepto no suspendido, suponía
un aliento y una ayuda para rematar la tarea.
El contenido
El mandato del P. Ripalda era preciso y múltiple:
Escribir la fundación de los siete monasterios fundados después de San José de
Avila esta fundación quedaba incorporada a la Vida, cc. 3236 junto "con el
principio de los monasterios de padres descalzos de esta primera Orden"
(Pról. 2). En segundo lugar "me mandan, si se ofrece ocasión, trate
algunas cosas de oración y del engaño que podría haber para no ir más adelante
las que la tienen" (Pról. 5).
No hubiera sido necesario. El relato de las
innumerables incidencias multiplicaba las oportunidades para que se
desencadenara la avenida de su irreprimible magisterio. Los cc. 4 al 8 son una
larga interrupción en los que aporta doctrina sobre la oración, sobre la
conducta frente a las revelaciones y visiones (c. 8) y el c. 7 que es un
magistral tratado sobre las distintas formas de neurosis humor, melancolía
frecuentes entonces y ahora en los conventos; sobre la obediencia, su necesidad
en la vida del espíritu como clave para evitar riesgos, presentada como secreto
para superar la aparente antinomia entre contemplación y acción (cc. 4, 2; 5,
67). Los consejos dirigidos a las prioras, verdaderos guías espirituales de sus
hijas (cc. 7, 8; 8, 9). Desenmascara sabiamente las diversas formas de
mixtificación espiritual, que sobre todo en los comienzos colindan con ciertos
fenómenos místicos (c. 6). La larga experiencia teresiana de la vida
espiritual, de los riesgos y "embustes" que la amenazan hacen
comprender el énfasis con que está escrito el c. 8.
Son sapientísimas las normas de gobierno que da a sus
prioras (c. 18), resumidas en una palabra: discreción (ib. 7), sobre todo en
relación con la mortificación y la obediencia. Preocupaciones constantes, como
transfondo de sus inquietudes son la perseverancia en la fidelidad y pureza de
vida de los comienzos (c. 4, 67; 24, 6; 27, 12). La selección de las que han de
vestir el hábito, almas depuradas y selectas, ya que el adocenamiento es
incompatible con la inspiración teresiana y con las exigencias de la vocación
en sus conventos (27, 14); la pobreza, como criterio al recibir postulantes y
como inspiración y estado de vida de una carmelita (27, 1113); encomendar a los
bienhechores, a cuantos han ayudado en la larga y dura empresa de las
fundaciones (21, 7; 25, 9; 27, 24; 28, 7; 29, 11; 30, 12; 31, 29). Termina con
la relación del paso de las descalzas de Avila a la jurisdicción de la Ordem,
problema delicado, que entonces se hizo necesario.
El autógrafo
Después de un breve intercambio de poseedores el
autógrafo de las Fundaciones, estimado ya antes de concluirse como verdadera
reliquia, llegó a la biblioteca del Monasterio del Escorial, reclamado por
Felipe II. Es un volumen de 132 hojas de 303 x
El P. Gracián puso la paginación en números arábigos
y las consiguientes glosas marginales, anotaciones y enmiendas, precisamente
poco afortunadas, que más tarde fueron canceladas por el P. Domingo Báñez.
La primera edición de las Fundaciones, título que
tampoco es de la Santa, y que fue puesto más tarde, se hizo en Bruselas gracias
a los desvelos y atención del P. Gracián y de la V. Ana de Jesús, ya que por
distintos motivos no había sido incluida en la edición príncipe de Fray Luis de
León.
En la presente edición damos el texto teresiano
autógrafo tras una atenta y esmerada revisión y fijación.
LAS FUNDACIONES
1. Por experiencia he visto, dejando lo que en muchas
partes he leído, el gran bien que es para un alma no salir de la obediencia. En
esto entiendo estar el irse adelantando en la virtud y el ir cobrando la de la humildad;
en esto está la seguridad de la sospecha que los mortales es bien que tengamos
mientras se vive en esta vida, de errar el camino del cielo. Aquí se halla la
quietud que tan preciada es en las almas que desean contentar a Dios. Porque si
de veras se han resignado en esta santa obediencia y rendido el entendimiento a
ella, no queriendo tener otro parecer del de su confesor (1) y, si son
religiosos, el de su prelado, el demonio cesa de acometer con sus continuas
inquietudes, como tiene visto que antes sale con pérdida que con ganancia; y
también nuestros bulliciosos movimientos, amigos de hacer su voluntad y aun de
sujetar la razón en cosas de nuestro contento, cesan, acordándose que
determinadamente pusieron su voluntad en la de Dios, tomando por medio
sujetarse a quien en su lugar toman.
Habiéndome Su Majestad, por su bondad, dado luz de
conocer el gran tesoro que está encerrado en esta preciosa virtud, he procurado
aunque flaca e imperfectamente tenerla; aunque muchas veces repugna la poca
virtud (2) que veo en mí, porque para algunas cosas que me mandan entiendo que
no llega. La divina Majestad provea lo que falta para esta obra presente.
2. Estando en San José de Avila, año de mil y
quinientos y sesenta y dos, que fue el mismo que se fundó este monasterio (3),
fui mandada del padre fray García de Toledo (4), dominico, que al presente era
mi confesor, que escribiese la fundación de aquel monasterio, con otras muchas
cosas, que quien la viere, si sale a luz, verá. Ahora estando en Salamanca, año
de mil y quinientos y setenta y tres, que son once años después, confesándome
con un padre rector de la Compañía, llamado el maestro Ripalda (5), habiendo
visto este libro de la primera fundación, le pareció sería servicio de nuestro
Señor que escribiese de otros siete monasterios que después acá, por la bondad
de nuestro Señor, se han fundado (6), junto con el principio de los monasterios
de los padres Descalzos de esta primera Orden, y así me lo ha mandado.
Pareciéndome a mí ser imposible (a causa de los muchos negocios, así de cartas,
como de otras ocupaciones forzosas, por ser en cosas mandadas por los
prelados), me estaba encomendando a Dios y algo apretada (7), por ser yo para
tan poco y con tan mala salud que, aun sin esto, muchas veces me parecía no se poder
sufrir el trabajo conforme a mi bajo natural, me dijo el Señor: Hija, la
obediencia da fuerzas.
3. Plega a Su Majestad que sea así y dé gracia para
que acierte yo a decir para gloria suya las mercedes que en estas fundaciones
ha hecho a esta Orden. Puédese tener por cierto que se dirá con toda verdad,
sin ningún encarecimiento, a cuanto yo entendiere, sino conforme a lo que ha
pasado. Porque en cosa muy poco importante yo no trataría mentira por ninguna
de la tierra; en esto, que se escribe para que nuestro Señor sea alabado,
haríaseme gran conciencia, y creería no sólo era perder tiempo, sino engañar
con las cosas de Dios, y en lugar de ser alabado por ellas, ser ofendido. Sería
una gran traición. No plega a Su Majestad me deje de su mano, para que yo la
haga.
Irá señalada cada fundación, y procuraré abreviar, si
supiere, porque mi estilo es tan pesado, que, aunque quiera, temo que no dejaré
de cansar y cansarme. Mas con el amor que mis hijas me tienen, a quien ha de
quedar esto después de mis días, se podrá tolerar.
4. Plega a nuestro Señor, que, pues en ninguna cosa
yo procuro provecho mío ni tengo por qué, sino su alabanza y gloria, pues se
verán muchas cosas para que se le den, esté muy lejos de quien lo leyere
atribuirme a mí ninguna, pues sería contra la verdad; sino que pidan a Su
Majestad que me perdone lo mal que me he aprovechado de todas estas mercedes.
Mucho más hay de qué se quejar de mí mis hijas por esto, que por qué me dar
gracias de lo que en ello está hecho. Démoslas todas, hijas mías, a la divina
bondad por tantas mercedes como nos ha hecho. Una avemaría pido por su amor a
quien esto leyere, para que sea ayuda a salir del purgatorio y llegar a ver a
Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por
siempre jamás, amén.
5. Por tener yo poca memoria, creo que se dejarán de
decir muchas cosas muy importantes, y otras que se pudieran excusar, se dirán.
En fin, conforme a mi poco ingenio y grosería (8), y también al poco sosiego
que para esto hay. También me mandan, si se ofreciere ocasión, trate algunas
cosas de oración y del engaño que podría haber para no ir más adelante las que
la tienen.
6. En todo me sujeto a lo que tiene la madre santa
Iglesia Romana (9), y con determinación que antes que venga a vuestras manos,
hermanas e hijas mías, lo verán letrados y personas espirituales. Comienzo en
nombre del Señor, tomando por ayuda a su gloriosa Madre, cuyo hábito tengo,
aunque indigna de él, y a mi glorioso padre y señor San José, en cuya casa
estoy, que así es la vocación (10) de este monasterio de Descalzas, por cuyas
oraciones he sido ayudada continuo.
7. Año de 1573, día de San Luis, rey de Francia, que
son 24 días de agosto (11). Sea Dios alabado.
NOTAS: PRÓLOGO
1 Otro parecer del de su confesor:
equivale a "otro parecer que el de..." o "sino el de su
confesor". En el margen del autógrafo Gracián, tras malentender ese giro
típico de la Santa, anotó: "¡Ojo! Enséñales a sus religiosas a obedecer a
sus prioras y a que anden claras con ellas y no a los confesores, y a ellas a
los confesores, y mire que es punto este sustancial, porque se debilita de otra
manera la obediencia, tan necesaria y tan preciada".
2 Repugna la poca virtud: se opone a
ello mi poca virtud (cf. c. 31, n. 12).
3 Monasterio: entre líneas añadió de
nuevo la Santa un "mismo" superfluo.
4 P. García de Toledo, el
destinatario por antonomasia del libro de la Vida.
5 Jerónimo Ripalda (1535-1618): fue
Rector no sólo del Colegio de Salamanca, sino de Villagarcía, Burgos y
Valladolid.
6 Los y eran: Medina del Campo
(1567), Malagón (1568), Valladolid (1568), Toledo (1569), Salamanca (1570) y
Alba de Tormes (1571).
7 Algo apretada: angustiada.
8 Grosería, en acepción de
tosquedad, poca cultura.
9 Romana: lo añadió al margen la
propia Santa en fecha evidentemente posterior a la composición del prólogo. Es
curioso adevertir que se da el mismo caso en el prólogo (n. 3) y en el epílogo
(n. 4) de las Moradas.
10 Vocación, por advocación o
patronato. - Es el monasterio de San José de Salamanca.
11 Se equivoca: era 25 de agosto.
COMIENZA
LA FUNDACIÓN
DE SAN JOSÉ DEL CARMEN DE MEDINA DEL CAMPO
CAPÍTULO 1
De los medios por donde se comenzó a
tratar de esta fundación y de las demás.
1. Cinco años después de la fundación de San José de
Avila estuve en él, que, a lo que ahora entiendo, me parece serán los más
descansados de mi vida, cuyo sosiego y quietud echa harto menos muchas veces mi
alma. En este tiempo entraron algunas doncellas religiosas de poca edad, a
quien el mundo, a lo que parecía, tenía ya para sí según las muestras de su
gala y curiosidad. Sacándolas el Señor bien apresuradamente de aquellas
vanidades, las trajo a su casa dotándolas de tanta perfección, que eran harta
confusión mía, llegando al número de trece, que es el que estaba determinado
para no pasar más adelante (1).
2. Yo me estaba deleitando entre almas tan santas y
limpias, adonde sólo era su cuidado de servir y alabar a nuestro Señor. Su
Majestad nos enviaba allí lo necesario sin pedirlo; y cuando nos faltaba, que
fue harto pocas veces, era mayor su regocijo. Alababa a nuestro Señor de ver
tantas virtudes encumbradas, en especial el descuido que tenían de todo, mas de
servirle (2). Yo, que estaba allí por mayor, nunca me acuerdo ocupar el
pensamiento en ello; tenía muy creído que no había de faltar el Señor a las que
no traían otro cuidado, sino en cómo contentarle. Y si alguna vez no había para
todas el mantenimiento, diciendo yo fuese para las más necesitadas, cada una le
parecía no ser ella, y así se quedaba hasta que Dios enviaba para todas.
3. En la virtud de la obediencia, de quien yo soy muy
devota (aunque no sabía tenerla hasta que estas siervas de Dios me enseñaron,
para no lo ignorar si yo tuviera virtud), pudiera decir muchas cosas que allí
en ella vi. Una se me ofrece ahora, y es que estando un día en refectorio,
diéronnos raciones de cohombro (3). A mí cupo una muy delgada y por de dentro
podrida. Llamé con disimulación a una hermana de las de mejor entendimiento y
talentos que allí había, para probar su obediencia, y díjela que fuese a
sembrar aquel cohombro a un huertecillo que teníamos. Ella me preguntó si le
había de poner alto o tendido. Yo le dije que tendido. Ella fue y púsole, sin
venir a su pensamiento que era imposible dejarse de secar; sino que el ser por
obediencia le cegó la razón natural para creer era muy acertado (4).
4. Acaecíame encomendar a una seis o siete oficios
contrarios, y callando tomarlos, pareciéndole posible hacerlos todos. Tenían un
pozo, a dicho de los que le probaron, de harto mal agua, y parecía imposible
correr por estar muy hondo. Llamando yo oficiales para procurarlo, reíanse de
mí de que quería echar dineros en balde. Yo dije a las hermanas, que ¿qué les
parecía? Dijo una: "que se procure; nuestro Señor nos ha de dar quien nos
traiga agua, y para darles de comer; pues más barato sale a Su Majestad
dárnoslo en casa y así no lo dejará de hacer". Mirando yo con la gran fe y
determinación con que lo decía, túvelo por cierto, y contra voluntad del que
entendía en las fuentes, que conocía de agua, lo hice. Y fue el Señor servido
que sacamos un caño de ello bien bastante para nosotras, y de beber, como ahora
le tienen (5).
5. No lo cuento por milagro, que otras cosas pudiera
decir; sino por la fe que tenían estas hermanas, puesto que pasa así como lo
digo, y porque no es mi primer intento loar las monjas de estos monasterios;
que, por la bondad del Señor, todas hasta ahora van así. Y de estas cosas y
otras muchas sería escribir muy largo, aunque no sin provecho; porque, a las
veces, se animan las que vienen a imitarlas. Mas, si el Señor fuere servido que
esto se entienda, podrán los prelados mandar a las prioras que lo escriban.
6. Pues estando esta miserable entre estas almas de
ángeles (que a mí no me parecían otra cosa, porque ninguna falta, aunque fuese
interior, me encubrían, y las mercedes y grandes deseos y desasimiento que el
Señor les daba, eran grandísimas; su consuelo era su soledad, y así me
certificaban que jamás de estar solas se hartaban, y así tenían por tormento que
las viniesen a ver, aunque fuesen hermanos; la que más lugar tenía de estarse
en una ermita, se tenía por más dichosa)..., considerando yo el gran valor de
estas almas y el ánimo que Dios las daba para padecer y servirle, no cierto de
mujeres, muchas veces me parecía que era para algún gran fin las riquezas que
el Señor ponía en ellas; no porque me pasase por pensamiento lo que después ha
sido, porque entonces parecía cosa imposible, por no haber principio para
poderse imaginar, puesto que mis deseos, mientras más el tiempo iba adelante,
eran muy más crecidos de ser alguna parte para bien de algún alma; y muchas
veces me parecía como quien tiene un gran tesoro guardado y desea que todos
gocen de él, y le atan las manos para distribuirle; así me parecía estaba atada
mi alma, porque las mercedes que el Señor en aquellos años la hacía eran muy
grandes y todo me parecía mal empleado en mí. Servía al Señor con mis pobres
oraciones; siempre procuraba con las hermanas hiciesen lo mismo y se
aficionasen al bien de las almas y al aumento de su Iglesia; y a quien trataba
con ellas siempre se edificaban. Y en esto embebía mis grandes deseos.
8. Pues andando yo con esta pena tan grande, una
noche, estando en oración, representóseme nuestro Señor de la manera que suele
(9), y mostrándome mucho amor, a manera de quererme consolar, me dijo: Espera
un poco, hija, y verás grandes cosas.
Quedaron tan fijadas en mi corazón estas palabras,
que no las podía quitar de mí. Y aunque no podía atinar, por mucho que pensaba
en ello, qué podría ser, ni veía camino para poderlo imaginar, quedé muy
consolada y con gran certidumbre que serían verdaderas estas palabras; mas el
medio cómo, nunca vino a mi imaginación. Así se pasó, a mi parecer, otro medio
año, y después de éste sucedió lo que ahora diré (10).
NOTAS CAPÍTULO 1
1 Cf. Vida, cc. 32-36, que pueden
considerarse la primera parte del presente libro de las Fundaciones. - Sobre el
número de monjas de cada monasterio, es sabido que la Santa cambió de opinión,
ampliándolo a 21, cf. Vida, c. 36, n. 29 nota. - Pueden verse los nombre de las
trece adalides de la Reforma teresiana en la B. M. C., t. V, p. 7 nota. De una
de ellas, María de Cristo, se lee en ciertas informaciones sobre las virtudes
de San Juan de la Cruz: "Se le comunicaba mucho nuestro Señor en la
oración...; le habló nuestro Señor a nuestra M. Teresa de Jesús, diciendo que
aquellas doce religiosas eran a sus ojos doce flores muy agradables; que Su
Majestad las tenía de su mano" (B.M.C., t. V, p. 8). Esta declaración fue
recogida de labios de San Juan de la Cruz por la Madre Lucía de San Alberto.
2 Descuido... de todo, mas de
servirle: sino de o excepto de servirle. - A renglón seguido, Mayor: la
Superiora.
3 Cogombro: hoy preferimos escribir
cohombro, especie de pepino alargado.
4 La religiosa tan ejemplarmente
obediente fue María Bautista, sobrina de la Santa y más tarde famosa Priora de
Valladolid, destinataria de muchas y hermosas cartas del espistolario
teresiano.
5 Como ahora le tienen: El pozo existe
aún hoy. La monjita "providencialista" que decidió la sonda fue la
misma protagonista de la escena anterior "del cogombro". De ella se
llamó el pozo: "pozo de María Bautista", o, más a gusto de la Santa,
"pozo de la Samaritana".
6 Francisco de Maldonado, nacido
hacia 1510/1516 y muerto hacia 1597/1600, había sido misionero en Nueva España
durante el decenio 1551-
8 Interesante documento del celo
misionero de Santa Teresa. Gracián comenta: "Quien quisiere ver este
espíritu..., tratando con la santa Madre Teresa de Jesús hallará una oración
tan alta como se colige de sus libros, y un celo de almas tan encendido, que
mil veces suspiraba por poder tener la libertad, talentos y oficios que tienen
los hombres para traer almas a Dios, predicando, confesando y
convirtiendogentiles hasta derramar la sangre por Cristo; y nunca me insistía
en otra cosa, sino en que no cesase de predicar, dándome para esto muchos
avisos y consejos, y que entendiese en negocios con que se quitasen ofensas de Dios
y encaminasen almas al cielo, diciendo que era imposible querer bien a
Jesucristo crucificadoy muerto por las almas, quien las viese ir al infierno, y
con título de alcanzar un poco de quietud de espíritu se estuviese
encerrado" (Scholias y adiciones... a la vida de la Madre Teresa, de
Ribera, en El Monte Carmelo 68 [1960] p. 110). Este pasaje influyó
positivamente en la historia editorial del libro de las Fundaciones.
9 De la manera que suele: expresión
con que acostumbra indicar las visiones imaginarias de la Humanidad del Señor,
por el estilo de la referida en Vida, c. 28, n. 3. Cf. Vida, c. 40, n. 5, nota;
c. 29, n. 4.
10 Es fácil establecer la cronología
de estos sucesos: Funda San José en agosto de 1562; pasan 4 años (o "algo
más", n. 7), y sucede la visita del P. Maldonado, otoño de 1566. Por la
misma fecha, la aparición del Señor; "otro medio año" (n. 8), y
estamos en agosto de 1567, fundación de Medina: son los cinco de gran paz de
que habló en el n. 1.
Cómo nuestro padre General vino a
Ávila, y lo que de su venida sucedió.
1. Siempre nuestros Generales residen en Roma, y
jamás ninguno vino a España (1), y así parecía cosa imposible venir ahora. Mas
como para lo que nuestro Señor quiere no hay cosa que lo sea, ordenó Su
Majestad que lo que nunca había sido fuese ahora. Yo cuando lo supe, paréceme
que me pesó; porque, como ya se dijo en la fundación de San José, no estaba
aquella casa sujeta a los frailes, por la causa dicha (2). Temí dos cosas: la
una, que se había de enojar conmigo y, no sabiendo las cosas cómo pasaban,
tenía razón; la otra, si me había de mandar tornar al monasterio de la
Encarnación, que es de la Regla mitigada, que para mí fuera desconsuelo, por
muchas causas, que no hay para qué decir. Una bastaba, que era no poder yo allá
guardar el rigor de la Regla primera y ser de más de ciento y cincuenta el
número (3), y todavía adonde hay pocas, hay más conformidad y quietud. Mejor lo
hizo nuestro Señor que yo pensaba; porque el General es tan siervo suyo y tan
discreto y letrado, que miró ser buena la obra, y por lo demás ningún
desabrimiento me mostró. Llámase fray Juan Bautista Rubeo de Ravena (4),
persona muy señalada en la Orden y con mucha razón.
2. Pues, llegado a Avila, yo procuré fuese a San
José, y el Obispo tuvo por bien se le hiciese toda la cabida que a su misma
persona (5). Yo le di cuenta con toda verdad y llaneza, porque es mi
inclinación tratar así con los prelados, suceda lo que sucediere, pues están en
lugar de Dios, y con los confesores lo mismo; y si esto no hiciese, no me
parecería tenía seguridad mi alma; y así le di cuenta de ella y casi de toda mi
vida, aunque es harto ruin. El me consoló mucho y aseguró que no me mandaría
salir de allí.
3. Alegróse de ver la manera de vivir y un retrato,
aunque imperfecto, del principio de nuestra Orden, y cómo la Regla primera se
guardaba en todo rigor, porque en toda la Orden no se guardaba en ningún
monasterio, sino la mitigada (6). Y con la voluntad que tenía de que fuese muy
adelante este principio, diome muy cumplidas patentes para que se hiciesen más
monasterios, con censuras para que ningún provincial me pudiese ir a la mano
(7). Estas yo no se las pedí, puesto que entendió de mi manera de proceder en
la oración que eran los deseos grandes de ser parte para que algún alma se
llegase más a Dios.
4. Estos medios yo no los procuraba, antes me parecía
desatino, porque una mujercilla tan sin poder como yo bien entendía que no
podía hacer nada; mas cuando al alma vienen estos deseos no es en su mano
desecharlos. El amor de contentar a Dios y la fe hacen posible lo que por razón
natural no lo es; y así, en viendo yo la gran voluntad de nuestro Reverendísimo
General para que hiciese más monasterios, me pareció los veía hechos.
Acordándome de las palabras que nuestro Señor me había dicho, veía (8) ya algún
principio de lo que antes no podía entender.
Sentí muy mucho cuando vi tornar a nuestro padre
General a Roma; habíale cobrado gran amor y parecíame quedar con gran
desamparo. El me le mostraba grandísimo y mucho favor, y las veces que se podía
desocupar se iba allá a tratar cosas espirituales, como a quien el Señor debe
hacer grandes mercedes: en este caso nos era consuelo oírle. Aun antes que se
fuese, el Obispo (que es don Alvaro de Mendoza), muy aficionado a favorecer a
los que ve que pretenden servir a Dios con más perfección, y así procuró que le
dejase licencia para que en su obispado se hiciesen algunos monasterios de
frailes descalzos de la primera Regla. También otras personas se lo pidieron.
El lo quisiera hacer, mas halló contradicción en la Orden; y así, por no
alterar la Provincia, lo dejó por entonces.
5. Pasados algunos días, considerando yo cuán
necesario era, si se hacían monasterios de monjas, que hubiese frailes de la
misma Regla, y viendo ya tan pocos en esta Provincia, que aun me parecía se
iban a acabar, encomendándolo mucho a nuestro Señor, escribí a nuestro P.
General una carta suplicándoselo lo mejor que yo supe, dando las causas por
donde sería gran servicio de Dios; y los inconvenientes que podía haber no eran
bastantes para dejar tan buena obra, y poniéndole delante el servicio que haría
a nuestra Señora, de quien era muy devoto. Ella debía ser la que lo negoció;
porque esta carta llegó a su poder estando en Valencia, y desde allí me envió licencia
para que se fundasen dos monasterios, como quien deseaba la mayor religión de
la Orden (9). Porque no hubiese contradicción, remitiólo al provincial que era
entonces, y al pasado, que era harto dificultoso de alcanzar. Mas como vi lo
principal, tuve esperanza el Señor haría lo demás; y así fue, que con el favor
del Obispo, que tomaba este negocio muy por suyo, entrambos vinieron en ello
(10).
6. Pues estando yo ya consolada con las licencias,
creció más mi cuidado, por no haber fraile en la Provincia, que yo entendiese,
para ponerlo por obra, ni seglar que quisiese hacer tal comienzo. Yo no hacía
sino suplicar a nuestro Señor que siquiera una persona despertase. Tampoco
tenía casa, ni cómo la tener. Hela aquí una pobre monja descalza, sin ayuda de ninguna
parte, sino del Señor, cargada de patentes y buenos deseos y sin ninguna
posibilidad para ponerlo por obra. El ánimo no desfallecía ni la esperanza,
que, pues el Señor había dado lo uno, daría lo otro. Ya todo me parecía muy
posible, y así lo comencé a poner por obra.
7. ¡Oh grandeza de Dios! ¡Y cómo mostráis vuestro
poder en dar osadía a una hormiga! ¡Y cómo, Señor mío, no queda por Vos el no
hacer grandes obras los que os aman, sino por nuestra cobardía y pusilanimidad!
Como nunca nos determinamos, sino llenos de mil temores y prudencias humanas,
así, Dios mío, no obráis vos vuestras maravillas y grandezas. ¿Quién más amigo
de dar, si tuviese a quién, ni de recibir servicios a su costa? Plega a Vuestra
Majestad que os haya yo hecho alguno y no tenga más cuenta que dar de lo mucho
que he recibido, amén.
NOTAS CAPÍTULO 2
1 Pequeño desliz histórico de la
Santa: nunca el P. General había venido a Castilla. El General Juan Alerio
había presidido en Barcelona el capítulo general de 1324.
2 San José de Avila fue fundado bajo
la obediencia del Obispo de la ciudad, Alvaro de Mendoza, por haberla rehusado
el P. Provincial Angel de Salazar: cf. Vida, 32, nn. 13-15, y c. 33, n. 16.
3 "Llegaron en breve a ser 180
religiosas", escribe la historiadora del monasterio María Pinel (Noticias
del S. convento de la Encarnación de Avila, B.M.C., t. II, p. 104).
4 El P. Juan Bautista Rubeo, en
italiano Rossi (1507-1578), Vicario General en 1562, y electo General en 1564,
vino a España en 1566, y después de visitar Andalucía y Portugal, llegó a Avila
hacia el 16-18 de febrero de 1567, quedando prendado de la persona y de la obra
teresiana.
5 Se le hiciese... cabida: C8cf.
Vida, c. 2., n. 2 y c. 36, n. 1).
6 Se observaba la Regla primitiva al
menos en el convento de religiosos de Monte Oliveto, cerca de Génova, visitado
por Rubeo al venir a España.
7 La patente de 27/4/1567 y la de
16/5/1567 pueden verse en B.M.C., t. V, pp. 333-335.
8 Cf. c. 1, n. 8.
9 No desde Valencia, sino desde Barcelona,
con fecha 10 de agostode 1567: la patente facultaba para fundar dos conventos
de frailes reformados ("carmelitas contemplativos") en Castilla.
Puede verse el texto de la patente en Regesta Rubei del P. ZIMMERMAN (Roma
1936), pp. 56-58.
10 Entrambos Provinciales: Alonso
González, desde el 12 de abril de 1567, y Angel de Salazar, su predecesor.
Por qué medios se comenzó a tratar
de hacer el monasterio de San José en Medina del Campo.
1. Pues estando yo con todos estos cuidados, acordé
de ayudarme de los padres de la Compañía, que estaban muy aceptos en aquel
lugar, en Medina, con quien como ya tengo escrito en la primera fundación traté
mi alma muchos años, y por el gran bien que la hicieron siempre los tengo
particular devoción (1). Escribí lo que nuestro padre General me había mandado
al rector de allí, que acertó a ser el que me confesó muchos años, como queda
dicho, aunque no el nombre. Llámase Baltasar Alvarez, que al presente es
provincial (2). El y los demás dijeron que harían lo que pudiesen en el caso, y
así hicieron mucho para recaudar la licencia de los del pueblo y del prelado
(3), que por ser monasterio de pobreza en todas partes es dificultoso; y así se
tardó algunos días en negociar.
Pues ya que tenía la licencia, no tenía casa ni
blanca para comprarla. Pues crédito para fiarme en nada, si el Señor no le
diera, ¿cómo le había de tener una romera como yo? (5) Proveyó el Señor que una
doncella muy virtuosa, para quien no había habido lugar en San José que
entrase, sabiendo se hacía otra casa, me vino a rogar la tomase en ella (6).
Esta tenía unas blanquillas, harto poco, que no era para comprar casa, sino
para alquilarla (y así procuramos una de alquiler) y para ayuda al camino. Sin
más arrimo que éste, salimos de Avila dos monjas de San José y yo, y cuatro de
la Encarnación (que es el monasterio de la Regla mitigada, adonde yo estaba
antes que se fundase San José), con nuestro padre capellán, Julián de Avila (7).
3. Cuando en la ciudad se supo, hubo mucha
murmuración: unos decían que yo estaba loca; otros esperaban el fin de aquel
desatino. Al Obispo según después me ha dicho le parecía muy grande, aunque
entonces no me lo dio a entender ni quiso estorbarme, porque me tenía mucho
amor y no me dar pena. Mis amigos harto me habían dicho, mas yo hacía poco caso
de ello; porque me parecía tan fácil lo que ellos tenían por dudoso, que no
podía persuadirme a que había de dejar de suceder bien.
Ya cuando salimos de Avila, había yo escrito a un padre
de nuestra Orden, llamado fray Antonio de Heredia (8), que me comprase una
casa, que era entonces prior del monasterio de frailes que allí hay de nuestra
Orden, llamado Santa Ana, para que me comprase una casa. El lo trató con una
señora (9) que le tenía devoción, que tenía una que se le había caído toda,
salvo un cuarto, y era muy buen puesto. Fue tan buena, que prometió de
vendérsela, y así la concertaron sin pedirle fianzas, ni más fuerza de su
palabra; (10) porque, a pedirlas, no tuviéramos remedio. Todo lo iba
disponiendo el Señor. Esta casa estaba tan si paredes, que a esta causa
alquilamos estotra, mientras que aquélla se aderezaba, que había harto que
hacer.
4. Pues llegando la primera jornada, noche y cansadas
por el mal aparejo que llevábamos, yendo a entrar por Arévalo, salió un clérigo
nuestro amigo que nos tenía una posada en casa de unas devotas mujeres, y
díjome en secreto cómo no teníamos casa; porque estaba cerca de un monasterio
de agustinos, y que ellos resistían que no entrásemos ahí, y que forzado había
de haber pleito (11). ¡Oh, válgame Dios! Cuando Vos, Señor, queréis dar ánimo,
¡qué poco hacen todas las contradicciones! Antes parece me animó, pareciéndome,
pues ya se comenzaba a alborotar el demonio, que se había de servir el Señor de
aquel monasterio. Con todo, le dije que callase, por no alborotar a las
compañeras, en especial a las dos de La Encarnación (12), que las demás por
cualquier trabajo pasaran por mí. La una de estas dos era supriora entonces de
allí, y defendiéronle mucho la salida; entrambas de buenos deudos, y venían
contra su voluntad, porque a todos les parecía disparate, y después vi yo que
les sobraba la razón, que, cuando el Señor es servido yo funde una casa de
éstas, paréceme que ninguna admite mi pensamiento que me parezca bastante para
dejarlo de poner por obra, hasta después de hecho. Entonces se me ponen juntas
las dificultades, como después se verá.
5. Llegando a la posada, supe que estaba en el lugar
un fraile dominico, muy gran siervo de Dios, con quien yo me había confesado el
tiempo que había estado en San José. Porque en aquella fundación traté mucho de
su virtud, aquí no diré más del nombre, que es el maestro fray Domingo Bañes
(13). Tiene muchas letras y discreción, por cuyo parecer yo me gobernaba, y al
suyo no era tan dificultoso, como en todos, lo que iba a hacer; (14) porque,
quien más conoce de Dios, más fácil se le hacen sus obras, y de algunas
mercedes que sabía Su Majestad me hacía y por lo que había visto en la
fundación de San José, todo le parecía muy posible. Diome gran consuelo cuando
le vi; porque con su parecer todo me parecía iría acertado. Pues, venido allí,
díjele muy en secreto lo que pasaba. A él le pareció que presto podríamos
concluir el negocio de los agustinos; mas a mí hacíaseme recia cosa cualquier
tardanza, por no saber qué hacer de tantas monjas; y así pasamos todas con
cuidado aquella noche, que luego lo dijeron en la posada a todas.
6. Luego, de mañana, llegó allí el prior de nuestra
Orden fray Antonio, y dijo que la casa que tenía concertado de comprar era
bastante y tenía un portal adonde se podía hacer una iglesia pequeña,
aderezándole con algunos paños. En esto nos determinamos; al menos a mí
parecióme muy bien, porque la más brevedad era lo que mejor nos convenía, por estar
fuera de nuestros monasterios, y también porque temía alguna contradicción,
como estaba escarmentada de la fundación primera. Y así quería que, antes que
se entendiese, estuviese ya tomada la posesión, y así nos determinamos a que
luego se hiciese. En esto mismo vino el padre maestro fray Domingo.
7. Llegamos a Medina del Campo, víspera de nuestra
Señora de agosto, a las doce de la noche. Apeámonos en el monasterio de Santa
Ana, por no hacer ruido, y a pie nos fuimos a la casa. Fue harta misericordia
del Señor, que aquella hora encerraban toros para correr otro día, no nos topar
alguno. Con el embebecimiento que llevábamos, no había acuerdo de nada; mas el
Señor que siempre le tiene de los que desean su servicio, nos libró, que cierto
allí no se pretendía otra cosa.
8. Llegadas a la casa, entramos en un patio. Las
paredes harto caídas me parecieron, mas no tanto como cuando fue de día se
pareció. Parece que el Señor había querido se cegase aquel bendito padre para
ver que no convenía poner allí Santísimo Sacramento. Visto el portal, había
bien que quitar tierra de él, a teja vana, las paredes sin embarrar, la noche
era corta, y no traíamos sino unos reposteros, creo eran tres: para toda la
largura que tenía el portal era nada. Yo no sabía qué hacer, porque vi no
convenía poner allí altar. Plugo al Señor, que quería luego se hiciese, que el
mayordomo de aquella señora (15) tenía muchos tapices de ella en casa, y una
cama de damasco azul, y había dicho nos diesen lo que quisiésemos, que era muy
buena.
9. Yo, cuando vi tan buen aparejo, alabé al Señor, y
así harían las demás; aunque no sabíamos qué hacer de clavos, ni era hora de
comprarlos. Comenzáronse a buscar de las paredes; en fin, con trabajo, se halló
recaudo. Unos a entapizar, nosotras a limpiar el suelo, nos dimos tan buena
prisa, que cuando amanecía, estaba puesto el altar, y la campanilla en un
corredor, y luego se dijo la misa (16). Esto bastaba para tomar la posesión. No
se cayó en ello, sino que pusimos el Santísimo Sacramento (17), y desde unas
resquicias de una puerta que estaba frontero, veíamos misa, que no había otra
parte.
10. Yo estaba hasta esto muy contenta, porque para mí
es grandísimo consuelo ver una iglesia más adonde haya Santísimo Sacramento.
Mas poco me duró. Porque, como se acabó misa, llegué por un poquito de una
ventana a mirar el patio y vi todas las paredes por algunas partes en el suelo,
que para remediarlo era menester muchos días. ¡Oh válgame Dios! Cuando yo vi a
Su Majestad puesto en la calle, en tiempo tan peligroso como ahora estamos por
estos luteranos, ¡qué fue la congoja que vino a mi corazón!
11. Con esto se juntaron todas las dificultades que
podían poner los que mucho lo habían murmurado, y entendí claro que tenían
razón. Parecíame imposible ir adelante con lo que había comenzado, porque así
como antes todo me parecía fácil mirando a que se hacía por Dios, así ahora la
tentación estrechaba de manera su poder, que no parecía haber recibido ninguna
merced suya; sólo mi bajeza y poco poder tenía presente. Pues arrimada a cosa
tan miserable, ¿qué buen suceso podía esperar? Y a ser sola, paréceme lo pasara
mejor; mas pensar habían de tornar las compañeras a su casa, con la
contradicción que habían salido, hacíaseme recio. También me parecía que,
errado este principio, no había lugar todo lo que yo tenía entendido había de
hacer el Señor adelante. Luego se añadía el temor si era ilusión lo que en la
oración había entendido, que no era la menor pena, sino la mayor; porque me
daba grandísimo temor si me había de engañar el demonio.
¡Oh Dios mío! ¡Qué cosa es ver un alma, que Vos
queréis dejar que pene! Por cierto, cuando se me acuerda esta aflicción y otras
algunas que he tenido en estas fundaciones, no me parece hay que hacer caso de
los trabajos corporales, aunque han sido hartos, en esta comparación.
12. Con toda esta fatiga que me tenía bien apretada,
no daba a entender ninguna cosa a las compañeras, porque no las quería fatigar
más de lo que estaban. Pasé con este trabajo hasta la tarde, que envió el
rector de la Compañía a verme con un padre que me animó y consoló mucho. Yo no
le dije todas las penas que tenía, sino sólo la que me daba vernos en la calle.
Comencé a tratar de que se nos buscase casa alquilada, costase lo que costase,
para pasarnos a ella, mientras aquello se remediaba, y comencéme a consolar de
ver la mucha gente que venía, y ninguno cayó en nuestro desatino, que fue
misericordia de Dios, porque fuera muy acertado quitarnos el Santísimo
Sacramento. Ahora considero yo mi bobería y el poco advertir de todos en no
consumirle; sino que me parecía, si esto se hiciera, era todo deshecho.
13. Por mucho que se procuraba, no se halló casa
alquilada en todo el lugar; que yo pasaba harto penosas noches y días. Porque, aunque
siempre dejaba hombres que velasen el Santísimo Sacramento, estaba con cuidado
si se dormían; y así me levantaba a mirarlo de noche por una ventana, que hacía
muy clara luna, y podíalo bien ver. Todos estos días era mucha la gente que
venía, y no sólo no les parecía mal, sino poníales devoción de ver a nuestro
Señor otra vez en el portal. Y Su Majestad, como quien nunca se cansa de
humillarse por nosotros, no parece quería salir de él.
14. Ya después de ocho días, viendo un mercader la
necesidad (que posaba en una muy buena casa), díjonos fuésemos a lo alto de
ella, que podíamos estar como en casa propia (18). Tenía una sala muy grande y
dorada, que nos dio para iglesia. Y una señora que vivía junto a la casa que
compramos, llamada doña Elena de Quiroga (19), gran sierva de Dios, dijo que me
ayudaría para que luego se comenzase a hacer una capilla para donde estuviese
el Santísimo Sacramento y también para acomodarnos cómo estuviésemos
encerradas. Otras personas nos daban harta limosna para comer, mas esta señora
fue la que más me socorrió.
15. Ya con esto comencé a tener sosiego, porque
adonde nos fuimos estábamos con todo encerramiento, y comenzamos a decir las
horas, y en la casa se daba el buen prior mucha prisa, que pasó harto trabajo.
Con todo tardaría dos meses; más púsose de manera, que pudimos estar algunos
años razonablemente. Después lo ha ido nuestro Señor mejorando.
16. Estando aquí yo, todavía tenía cuidado de los
monasterios de los frailes, y como no tenía ninguno como he dicho (20) no sabía
qué hacer; y así me determiné muy en secreto a tratarlo con el prior de allí,
para ver qué me aconsejaba, y así lo hice. El se alegró mucho cuando lo supo y
me prometió que sería el primero. Yo lo tuve por cosa de burla, y así se lo
dije; porque, aunque siempre fue buen fraile y recogido y muy estudioso y amigo
de su celda, que era letrado, para principio semejante no me pareció sería, ni
tendría espíritu ni llevaría adelante el rigor que era menester, por ser
delicado y no mostrado a ello. El me aseguraba mucho, y certificó que había
muchos días que el Señor le llamaba para vida más estrecha; y así tenía ya
determinado de irse a los cartujos y le tenían ya dicho le recibirían. Con todo
esto, no estaba muy satisfecha, aunque me alegraba de oírle, y roguéle que nos
detuviésemos algún tiempo y él se ejercitase en las cosas que había de
prometer. Y así se hizo, que se pasó un año, y en éste le sucedieron tantos
trabajos y persecuciones de muchos testimonios, que parece el Señor le quería
probar; y él lo llevaba todo tan bien y se iba aprovechando tanto, que yo
alababa a nuestro Señor, y me parecía le iba Su Majestad disponiendo para esto.
17. Poco después acertó a venir allí un padre de poca
edad, que estaba estudiando en Salamanca, y él fue con otro por compañero, el
cual me dijo grandes cosas de la vida que este padre hacía. Llámase fray Juan
de la Cruz. Yo alabé a nuestro Señor, y hablándole, contentóme mucho, y supe de
él cómo se quería también ir a los cartujos (21). Yo le dije lo que pretendía y
le rogué mucho esperase hasta que el Señor nos diese monasterio, y el gran bien
que sería, si había de mejorarse, ser en su misma Orden, y cuánto más serviría
al Señor. El me dio la palabra de hacerlo, con que no se tardase mucho. Cuando
yo vi ya que tenía dos frailes para comenzar, parecióme estaba hecho el
negocio, aunque todavía no estaba tan satisfecha del prior, y así aguardaba
algún tiempo y también por tener adonde comenzar.
18. Las monjas iban ganando crédito en el pueblo y
tomando con ellas mucha devoción, y, a mi parecer, con razón; porque no
entendían sino en cómo pudiese cada una más servir a nuestro Señor. En todo
iban con la manera del proceder que en San José de Avila, por ser una misma la
Regla y Constituciones.
Comenzó el Señor a llamar a algunas para tomar el
hábito; y eran tantas las mercedes que les hacía, que yo estaba espantada. Sea
por siempre bendito, amén; que no parece aguarda más de a ser querido para
querer.
NOTAS CAPÍTULO 3
1 En la historia de la primera
fundación, es decir, en los capítulos finales del libro de la Vida. Véase lo
dicho en el n. 2 del prólogo de Fund.
2 El P. Baltasar (1533-1580) no era
de hecho Provincial por aquellas fechas (1573), sino substituto del P. Gil
González Dávila, Provincial que el año anterior había salido para Roma.
3 El Prelado era D. Pedro González
de Mendoza, Obispo de Salamanca, a cuya diócesis pertenecía Medina.
4 Julián de Avila (1572-1605),
hermano de María de San José (Dávila), una de las cuatro fundadoras del primer
Carmelo Teresiano. Acompañó a la Santa en numerosos viajes y se preció de ser
su "escudero".
5 Romera: pobre peregrina o
andariega que hace su viaje de limosna. Con fino humor teresiano, la Santa se
lo llama a sí misma. - Poco antes: ni blanca (= moneda de escaso valor),
recuérdese que equivale a nuestro "sin un céntimo".
6 Era Isabel Fontecha, en el Carmelo
Isabel de Jesús, avilesa.
7 De San José tomó a María Bautista
y Ana de los Angeles. De la Encarnación, a Inés de Jesús y Ana de la Encarnación
(Tapia), y a Teresa de la Columna (Quesada) e Isabel de la Cruz (Arias).
8 Antonio de Heredia (en la Reforma
Teresiana, Antonio de Jesús), 1510-1601, inició enseguida la Reforma con San
Juan de la Cruz. Véanse los nn. 16-17.
9 Doña María Suárez, señora de
Fuente el Sol.
10 O sea: ni más fuerza que su
palabra.
11 Era el convento de Nuestra Señora
de Gracia. - El clérigo nuestro amigo se llamaba Alonso Esteban.
12 Estas dos, de las cuatro venidas
de la Encarnación, eran Isabel Arias y Teresa de Quesada. Era Supriora la
primera. - Defendiéronle la salida: en la acepción de impedir, embarazar.
13 En aquella fundación, es decir,
en la historia de la fundación de San José de Avila. Sin embargo no es cierto
que en ella habló mucho el P. Báñez: cf. c. 36, n. 15, y quizá c. 34, n. 14 y
c. 39, n. 3.
14 Es decir: al parecer del P. Báñez
la fundación no era tan dificultosa como según el parecer de todos (pasaje
generalmente corrompido por los editores). - Iba hacer, elidió de nuevo la
Santa. - Sigue una frase equívoca por culpa de una construcción muy teresiana;
equivale a: algunas mercedes que él sabía me hacía Su Majestad.
15 Doña María Suárez (cf. el n. 3).
16 "Al rayar el sol, estando ya
todo dispuesto y revestido el P. Prior para la primera misa..., tañeron una
campanilla las religiosas llamando a los fieles a misa con grande espanto de la
vecindad por la inopinada novedad. Acudió tanta gente que no cabía en el
portal, y viendo un monasterio hecho de la noche a la mañana, mirábanse unos a
otros, y ocupados del susto, no sabían qué decir" (FRANCISCO DE S. MARIA,
Reforma..., t. I, L. 2, c. 5).
17 Equivocadamente creía entonces la
Santa que sin Santísimo no podía existir la fundación (cf. el n. 12). Sólo años
más tarde (1570) salió de este error, al fundar el Carmelo de Salamanca (cf. c.
19, n. 3).
18 Llamábase este mercader Blas de
Medina.
19 Era sobrina del Cardenal Quiroga
y posteriormente tomó el hábito de carmelita descalza (1581) con el nombre de
Elena de Jesús en este Carmelo de Medina, donde por aquellas fechas era ya
religiosa su hija Jerónima de la Encarnación. - En el texto las palabras de
Quiroga fueron intercaladas entre líneas por la propia Santa.
20 Cf. el c. 2, nn. 5-6.
21 Los dos estudiantes de la Salamanca eran fr. Pedro de Orozco y San Juan de la Cruz, entonces fr. Juan de Santo Matía. La cartuja tomada de mira por el segundo era la del Paular (Segovia).
En que trata de algunas mercedes que
el Señor hace a las monjas de estos monasterios, y dase aviso a las prioras de
cómo se ha de haber en ellas.
1. Hame parecido, antes que vaya más adelante (porque
no sé el tiempo que el Señor me dará de vida ni de lugar, y ahora parece tengo
un poco), de dar algunos avisos para que las prioras se sepan entender y lleven
las súbditas con más aprovechamiento de sus almas, aunque no con tanto gusto
suyo.
Hase de advertir que cuando me han mandado escribir
estas fundaciones (dejado la primera de San José de Avila, que se escribió
luego), están fundados, con el favor del Señor, otros siete hasta el de Alba de
Tormes, que es el postrero de ellos; y la causa de no se haber fundado más, ha
sido el atarme los prelados en otra cosa, como adelante se verá (1).
2. Pues mirando a lo que sucede de cosas espirituales
en estos años en estos monasterios, he visto la necesidad que hay de lo que
quiero decir. Plega a nuestro Señor que acierte conforme a lo que veo es
menester. Y pues no son engaños, es menester no estén (2) los espíritus
amedrentados. Porque, como en otras partes he dicho, en algunas cosillas que
para las hermanas he escrito (3), yendo con limpia conciencia y con obediencia,
nunca el Señor permite que el demonio tenga tanta mano que nos engañe de manera
que pueda dañar el alma; antes viene él a quedar engañado. Y como esto entiende,
creo no hace tanto mal como nuestra imaginación y malos humores, en especial si
hay melancolía; porque el natural de las mujeres es flaco, y el amor propio que
reina en nosotras muy sutil. Y así han venido a mí personas, así hombres como
mujeres, muchas, junto con las monjas de estas casas, adonde claramente he
conocido que muchas veces se engañan a sí mismas sin querer. Bien creo que el
demonio se debe entremeter para burlarnos; mas de muy muchas que, como digo, he
visto, por la bondad del Señor no he entendido que las haya dejado de su mano.
Por ventura quiere ejercitarlas en estas quiebras para que salgan
experimentadas.
3. Están, por nuestros pecados, tan caídas en el
mundo las cosas de oración y perfección, que es menester declararme de esta suerte;
porque, aun sin ver peligro, temen de andar este camino, ¿qué sería si
dijésemos alguno? Aunque, a la verdad, en todo le hay y para todo es menester,
mientras vivimos, ir con temor y pidiendo al Señor nos enseñe y no desampare.
Mas, como creo dije una vez (4), si en algo puede dejar de haber muy menos
peligro es en los que más se llegan a pensar en Dios y procuran perfeccionar su
vida.
4. Como, Señor mío, vemos que nos libráis muchas
veces de los peligros en que nos ponemos, aun para ser contra Vos, ¿cómo es de
creer que no nos libraréis, cuando no se pretende cosa más que contentaros y
regalarnos con Vos? Jamás esto puedo creer. Podría ser que por otros juicios
secretos de Dios permitiese algunas cosas que así como así habían de suceder;
mas el bien nunca trajo mal. Así que esto sirva de procurar caminar mejor el
camino, para contentar mejor a nuestro Esposo y hallarle más presto, mas no de
dejarle de andar; y para animarnos a andar con fortaleza camino de puertos tan
ásperos, como es el de esta vida, mas no para acobardarnos en andarle. Pues, en
fin, fin, yendo con humildad, mediante la misericordia de Dios, hemos de llegar
a aquella ciudad de Jerusalén, adonde todo se nos hará poco lo que se ha
padecido, o nonada, en comparación de lo que se goza.
5. Pues comenzando a poblarse estos palomarcitos de
la Virgen nuestra Señora, comenzó la divina Majestad a mostrar sus grandezas en
esta mujercitas flacas, aunque fuertes en los deseos y en el desasirse de todo
lo criado, que debe ser lo que más junta el alma con su Criador, yendo con
limpia conciencia. Esto no había menester señalar, porque si el desasimiento es
verdadero, paréceme no es posible sin él no ofender al Señor. Como todas las
pláticas y trato no salen de él, así Su Majestad no parece se quiere quitar de
con ellas. Esto es lo que veo ahora y con verdad puedo decir. Teman las que
están por venir y esto leyeren; y si no vieren lo que ahora hay, no lo echen a
los tiempos, que para hacer Dios grandes mercedes a quien de veras le sirve,
siempre es tiempo, y procuren mirar si hay quiebra en esto y enmendarla.
6. Oigo algunas veces de los principios de las
órdenes decir que, como eran los cimientos, hacía el Señor mayores mercedes a
aquellos santos nuestros pasados. Y es así. Mas siempre habíamos de mirar que
son cimientos de los que están por venir (5). Porque si ahora los que vivimos,
no hubiésemos caído de lo que los pasados, y los que viniesen después de
nosotros hiciesen otro tanto, siempre estaría firme el edificio. ¿Qué me
aprovecha a mí que los santos pasados hayan sido tales, si yo soy tan ruin
después, que dejo estragado con la mala costumbre el edificio? Porque está
claro que los que vienen no se acuerdan tanto de los que ha muchos años que
pasaron, como de los que ven presentes. Donosa cosa es que lo eche yo a no ser
de las primeras, y no mire la diferencia que hay de mi vida y virtudes a la de
aquéllos a quien Dios hacía tan grandes mercedes.
No trato de los que fundan las Religiones, que como
los escogió Dios para gran oficio, dioles más gracia (6).
7. ¡Oh válgame Dios! ¡Qué disculpas tan torcidas y
qué engaños tan manifiestos! Pésame a mí, mi Dios, de ser tan ruin y tan poco
en vuestro servicio; mas bien sé que está la falta en mí, de no me hacer las
mercedes que a mis pasados. Lastímame mi vida, Señor, cuando la cotejo con la
suya y no lo puedo decir sin lágrimas. Veo que he perdido yo lo que ellos
trabajaron y que en ninguna manera me puedo quejar de Vos; ni ninguna es bien
que se queje, sino que, si viere va cayendo en algo su Orden, procure ser
piedra tal con que se torne a levantar el edificio, que el Señor ayudará para
ello.
8. Pues tornando a lo que decía que me he divertido
mucho (7) son tantas las mercedes que el Señor hace en estas casas, que si hay
una o dos en cada una que la lleve Dios ahora por meditación, todas las demás
llegan a contemplación perfecta; algunas van tan adelante, que llegan a
arrobamiento (8). A otras hace el Señor merced por otra suerte, junto con esto
de darles revelaciones, y visiones, que claramente se entiende ser de Dios; no
hay ahora casa que no haya una o dos o tres de éstas. Bien entiendo que no está
en esto la santidad, ni es mi intención loarlas solamente; sino para que se
entienda que no es sin propósito los avisos que quiero decir.
NOTAS CAPÍTULO 4
1 Recuérdese que historió la
fundación de San José (Vida, cc. 32-36) entre 1562 y 1565; de este último año
es la redacción que actualmente poseemos. El presente capítulo de Fund. lo
escribe en los últimos meses de 1573. Para esa fecha había fundado los
conventos de AAvila (1562), Medina (1567), Malagón (1568), Valladolid (1568),
Toledo (1569), Pastrana (1569), Salamanca (1570) y Alba de Tormes (1571). - La
causa de no se haber fundado más, fue el haber sido nombrada la Santa Priora
del monasterio de la Encarnación de Avila (octubre de 1571), de donde salió
para Salamanca en julio de 1573.
2 El no fue añadido entre líneas por
el P. Gracián.
3 Repetidas veces en el Camino:
véase el c. 40, n. 4.
4 Camino, c. 21, n. 7 y passim;
Vida, c. 20.
5 Precede una frase tachada por la
Santa y substituida por "y es así, mas"; la enmienda fue motivada
probablemente por dos notas de Gracián, una marginal y otra interlineal, ambas
ilegibles. Gracián enmendó asimismo la frase siguiente, introduciendo el y
negrito, cambiando habíamos en habían y porque en y.
6 En el autógrafo, esta última
cláusula fue añadida por la Santa al margen. La añadidura fue motivada
probablemente por el mismo escrúpulo que ocasionó la tacha del n. anterior. -
Todo el pasaje que precede (des "Pésame a mí, mi Dios...") fue
incluido entre dos llaves o líneas verticales, quizá por la Santa misma. - En
la edición príncipe se omitió la anotación marginal.
7 Reanuda el tema del n. 5.
8 Pasaje célebre por las enmiendas introducidas por Gracián en el autógrafo y la historia de sus ediciones mendosas durante tres siglos, con su séquito de polémicas. Tras las enmiendas de Gracián, el autógrafo dice: "son tantas las mercedes que el Sr. hace en estas casas, que [tacha si hay... ahora"] llevándolas Dios a todas por meditación, algunas [tacha: todas las demás] llegan a contemplación perfecta, y otras [tacha: algunas] van tan adelante que llegan a arrobamientos y a otras...".