SAN JUAN DE LA CRUZ Y LA NECESIDAD DEL SILENCIO Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
Callando,
para que hable Dios El silencio es el instante privilegiado de la
oración, de la unión con él amado y el santo padre San Juan de la Cruz, quien
conoce bien de esta virtud, nos puede ayudar a entender sobre nuestra
necesidad de silencio. Vivimos insertos en un mundo donde el silencio se
ofrece casi como consumo, viajes, aislamiento, soledades, pero ninguna de
esas ofertas nos transformara en espirituales o contemplativos. Por otra parte, el hombre espiritual comparte con
sus semejantes su profundidad, su interior, porque necesariamente es tiempo
de convivir y relacionarnos humanamente con nuestros hermanos, en un dialogo
amoroso, solidario, y para esto resulta extraño hablar de silencio. Pero
estamos necesitados de salir al encuentro del rostro de Dios, de su palabra,
de su espíritu y se nos hace necesario un espacio de silencio y soledad.
Ciertamente en el recogimiento, alcanzamos al que deseamos que permanezca en
nosotros y como los peregrinos que lo reconocieron en la fracción del pan
decimos; “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc
24,29) Soledad y silencio, para tener un corazón dispuesto
a acoger y oír al amado. Soledad y silencio para que nada nos impida ir al encuentro
con El. Soledad y silencio para descubrir que estamos habitados por el Dios
Trinidad. Soledad y silencio para dialogar con el amor eterno, que en
silencio habla. Enseña el Santo Padre San Juan de la Cruz (Dichos
de luz y amor) “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla
siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma”. Canta el salmista “Guardaré mis caminos, sin pecar
con mi lengua, pondré un freno en mi boca, mientras esté ante mí el impío.
Enmudecí, quedé en silencio y calma”. Comenta San Juan de la Cruz de este
salmo; “Esto dice, porque le parecía que los bienes de su alma estaban tan acabados,
que no solamente no había ni hallaba lenguaje de ellos, más acerca de los
ajenos también enmudeció con el dolor del conocimiento de su miseria.” (N
12,8) San Juan de la Cruz nos recuerda que; “para lo cual
todos esos medios y ejercicios sensitivos de potencias han de quedar atrás y
en silencio, para que Dios de suyo obre en el alma la divina unión” (3 S 2,2)
y más adelante sigue; “Por lo cual, mejor es aprender a poner las potencias
en silencio y callando, para que hable Dios” (3 S 3, 4) 2.
El
silencio, que no nos ha de hacer mal Teresa de Jesús recuerda a sus monjas (Camino de
Perfección); “Dice en la primera regla nuestra que oremos sin cesar. (Para
inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer Lc 18,1) Con que se
haga esto con todo el cuidado que pudiéremos, que es lo más importante, no se
dejarán de cumplir los ayunos y disciplinas y silencio que manda la Orden” (C
4,2) y más adelante agrega que; “el silencio, que no nos ha de hacer
mal” (C 10, 6) y en la VII Moradas
asegura; “En este templo de Dios, en esta morada suya, sólo él y el alma se
gozan con grandísimo silencio.” (VII M
3,11) Le preguntaron a Santa Isabel de la Trinidad: ¿Cuál
es el punto que prefieres de la Regla? Y respondió ella: “El silencio.” A los
15 años, en sus poesías, Isabel Catez soñaba con estar en soledad con su Cristo,
ella escribe en agosto de 1896 en una de sus poesías; “Vivir contigo
solitaria” Luego a los 19 años anota en una noche en su diario: “Pronto seré
totalmente tuya, viviré en la soledad, a solas contigo, me ocupare solamente
de Ti, viviré únicamente para Ti, y tan solo contigo conversaré” (Diario
Espiritual, noche, 27 de marzo de 1899, Obras Completas, página 70). La santa Madre Teresa de Jesús, enseñó a sus hijas
las monjas que orar es: “tratar de amistad estando muchas veces tratando a
solas con quien sabemos nos ama” (V 8,5), que “hemos de procurar estar a
solas” (C 24,4) que: “lo mucho que importa este entrarnos a solas con Dios” (C
35,5) y que: “para vivir siempre en él las que a solas quisieren gozar de su
esposo Cristo, que esto es siempre lo que han de pretender, y solas con él
solo” (V 38,4) El testimonio que se debe dar a Dios es en solitario, a solas
con él, donde la mirada queda fija en Él sólo, en un ardiente olvido de todo
lo demás: manifestación silenciosa, pero conmovedora, de que sólo la Belleza
divina merece la atención de un alma elevada por la gracia hasta él. Como
recita La santa madre Teresa de Jesús: “Sólo Dios basta.” ¿Es necesario el silencio? El Beato P. Maria
Eugenio del Niño Jesús comenta en su libro “Quiero ver a Dios”; “El don de sí
provoca la misericordia divina; la humildad aumenta la capacidad receptiva
del alma; el silencio asegura a la acción de Dios toda su eficacia.” Recomienda Santa Teresa; “También se pueden imitar
los santos en procurar soledad y silencio y otras muchas virtudes, que no nos
matarán” (V 13,7) Imitar a los santos
para orar y a estar en silencio ante Dios para escucharle. Y entonces nos
apartamos del ruido, del trajín, de
hacer todo a prisa y de los nervios. Ausentarnos de la vida común para presentarnos
a Dios. Silencio para abrirse al Espíritu. Ponernos pasivos, para que el alma
se llene de dinamismo divino. San Juan de la Cruz, explica que los bienes
sobrenaturales que vienen de Dios, por sólo infusión suya, los pone en el
alma pasiva y secretamente, en el silencio.
(Cfr. N 2. 14). Nuestro silencio, para tratar amistosamente con El,
solo se logra si nuestra alma está en paz, con Dios y con todos, por eso
Teresa dice que; “lo que mucho conviene para este camino que comenzamos a
tratar es paz y sosiego en el alma.” (C 34,3) Es en paz donde podemos alabar
a Dios desde lo más íntimo, añade Teresa; “Y tengo para mí, que es con razón,
porque tanto gozo interior de lo muy íntimo del alma, y con tanta paz, y que
todo su contento provoca a alabanzas de Dios,
(VI M 6,11) Teresa de Jesús nos ha hecho comprender que el
recogimiento es necesario si queremos descubrir la presencia de Dios en el
alma y las riquezas que en ella ha depositado. 3.
La
necesidad del silencio En el Libro Subida al Monte Carmelo, enseña el
santo Padre san Juan de la Cruz: “para pasar adelante en contemplación a
unión de Dios, para lo cual todos esos medios y ejercicios sensitivos de
potencias han de quedar atrás y en silencio, para que Dios de suyo obre en el
alma la divina unión” (3 S 2,2). Entonces, siguiendo las enseñanzas de nuestros
santos carmelitas, me parece necesario hablar de la necesidad del silencio.
Pero además debemos hablar no solo de la importancia, también de las
dificultades y de las formas de silencios, y de la relación que hay entre
silencio y soledad. San Juan de la Cruz nos enseña y nos anima a descubrir
aquellas situaciones “para que no impidan al alma los bienes sobrenaturales
de la unión de amor de Dios, porque durante la viveza y operación de éstos no
puede ser; porque toda su obra y movimiento natural antes estorba que ayuda a
recibir los bienes espirituales de la unión de amor, por cuanto queda corta
toda habilidad natural acerca de los bienes sobrenaturales que Dios por sólo
infusión suya pone en el alma pasiva y secretamente, en el silencio.” (N 2,
14-1) Mantenerse en paz y sosiego como un recién nacido
es el ejemplo que pone el salmista; “No está inflado, Señor, mi corazón, ni
mis ojos subidos. No he tomado un camino de grandezas ni de prodigios que me
vienen anchos. No, mantengo mi alma en paz y silencio como niño destetado en
el regazo de su madre.” (Sal 131,1-2) El joven Elihú pide encarecidamente a Job que le
preste atención, pues sus palabras le inducirán a reflexionar y emprender el
camino del retorno a Dios; “Atiende, Job, escúchame, guarda silencio, y yo
hablaré. Si tienes algo que decir, replícame, habla, pues yo deseo darte la
razón. Si no, escúchame, guarda silencio, y yo te enseñaré sabiduría.” (Job
32-33) Muchas tareas nos exigirán siempre un momento de recogimiento y
silencio para que se puedan realizar. El hombre sabio tiene necesidad de
silencio para comunicar sus experiencias. También muchos hombres, como los
filósofos, necesitan recogerse en la
soledad para ordenar sus ideas, para
profundizarse en sus pensamientos. Ciertamente el silencio que necesita y
busca ansiosamente el pensador para poner en práctica su reflexión, es aún
más necesario en el hombre espiritual, en especial si está en la búsqueda de
la unión divina. Jesús con su ejemplo nos motiva a retirarnos a la
soledad y el silencio para dialogar con el Padre. Así nos lo dice en el
Evangelio; “Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y,
después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y
tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mt 6, 6) “Sucedió que por aquellos días se fue él al
monte (solo) a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios.” (Lc 6,12) “subió al monte a solas para
orar; al atardecer estaba solo allí. (Mt 14,23) Canta el salmista; “Cuando un sosegado silencio
todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera” (Sal
18,14) “La oración contemplativa tiene algunas exigencias
muy específicas, silencio y soledad. La Sabiduría divina no ilumina solamente
la inteligencia en la contemplación, sino que obra en toda el alma. De este
modo exige de esta última una orientación del ser, un recogimiento y un
sosiego de lo que hay de más profundo en ella, para recibir la acción de sus
rayos transformadores.” (Quiero ver a Dios”, Beato P. Maria Eugenio del Niño
Jesús) 4.
Dios
ve en lo secreto y en el silencio Una apasionada resonancia en el alma contemplativa
produce este dicho de amor y luz de san Juan de la Cruz: “Una palabra habló
el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en
silencio ha de ser oída del alma”. Y en el Evangelio nos aclara el Señor: “En
lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto”, (Mt 6,6) es decir Dios ve en
lo secreto y en el silencio. San Juan de la Cruz se da cuenta que Dios
realiza su tarea divina en silencio. Comenta en su declaración de la canción
14 de Cantico Espiritual; “Los valles solitarios son quietos, amenos,
frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la variedad de sus arboledas
y suave canto de aves hacen gran recreación y deleite al sentido, dan
refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos valles es mi Amado para
mí.” No obstante las enseñanzas de nuestros santos que
han experimentado el silencio y nos quieren animar a ello, nos sorprende esta
necesidad divina en un mundo que no nos deja segundo de silencio de modo
natural, salvo nos alejemos de todo lo que produce ruido. Sin embargo, ya
desde este mismo mundo, la participación en la vida divina por la gracia nos
somete a la necesidad del silencio divino. Así es como san Juan de la Cruz,
en el romance “in principio erat Verbum”
acerca de la Santísima Trinidad sobre el evangelio, poema lleno de
eternidad e intemporalidad, el centro es el Verbo, por quien nosotros tenemos
acceso a la vida íntima de Dios Trinidad. En el eterno silencio trinitario hay
un diálogo amoroso. El santo lo desarrolla magistralmente en los versos de
este romance. En este silencio, añade san Juan de la Cruz, el Verbo divino,
que es la gracia en nosotros, se hace oír y hay que recibirle. En el eterno silencio de Dios, surge un diálogo
fruto del amor inmenso entre el Padre y el Hijo. Las palabras del Padre sólo
pueden ser comprendidas por el Hijo y por nadie más. Pero Dios tiene
dispuesto abrir este secreto a aquellos a quien el Hijo lo quiera revelar.
“Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino
el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar.” (Lc 10,22). Entonces, el hombre que experimenta el silencio,
aquel de alma mística, puede entender, seducirse al captar algo del misterio
divino, y a pesar de que es algo inefable, nos puede decir algunas de esas
cosas que se pueden entender. Con todo, para el común de los
hombres, parce ser que aún no es el tiempo de participar plenamente en el
diálogo divino y nos quedamos tranquilamente como espectadores mudos,
contemplativos del misterio trinitario, no obstante permanecemos pasmados del
amor inmenso entre el Padre y el Hijo. Entonces san Juan de la Cruz nos
canta en este Romance, el ardor del
gozo que en el Hijo puede suscitar el Padre. Ciertamente, el Evangelista san
Juan nos hace ver el amor del Hijo hacia el Padre. Jesús quiere que sus obras
y sus palabras transparenten el amor con que Él ama al Padre: “ha de saber el
mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado” (Jn 14, 31).
Claro, es indudable, el Padre está enamorado de su Hijo, hasta tal punto que
nada complace al Padre sino su propio Hijo, por eso a quien se parezca más a
su Hijo, le amará con el mismo amor con que ama a su Hijo: “y que los has amado a ellos como me
has amado a mí.” (Jn 17,23b). Y Dios, nos sorprende, nos comunica el mismo
amor que al Hijo. 5.
Silenciarnos
en la suave quietud que del callado momento vivido Y san Juan de la Cruz, en cada poesía nos va
transmitiendo su experiencia, y esto nos anima a silenciarnos en la suave
quietud que del callado momento vivido, y así Dios se sumerja en nuestra alma.
Así lo canta en (estrofas 14 y 15) Cantico Espiritual. “Mi Amado: las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos, la noche sosegada en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora” Es el silencio suave en el que el toque de Dios ha
sumergido al alma del santo padre San Juan de la Cruz. Como místico hombre de
vida espiritual ha gustado de Dios. Y aquí silencio y Dios parecen
identificarse, porque Dios habla en el silencio, y sólo el silencio parece
poder expresar a Dios. Y comenta el Santo; “Por lo cual, mejor es aprender a
poner las potencias en silencio y callando, para que hable Dios” (3S 3-4) De
ahí que para encontrar a Dios, ¿adónde iremos si no es a las honduras más
silenciosas de sí mismo, a esos valles solitarios de las regiones ocultas que
nada las puede turbar? Y cuando ha llegado a ellas, salvaguarda, con un
cuidado celoso, ese silencio que Dios regala. Y así el alma que aprecia el
silencio, lo defiende contra toda convulsión, hasta de sus propias potencias
y para dejarse seducir, camina por soledades, como dice el profeta; “Por eso
yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.” (Os 2,16)
Y como sigue el santo padre San Juan de la Cruz; “pero aquí a todas cosas de
donde eso puede venir la cerramos, haciendo a la memoria que quede callada y
muda, y sólo el oído del espíritu en silencio a Dios, diciendo con el profeta
(1Sm.3, 10): Habla, Señor, que tu siervo oye. La música callada y la soledad sonora, comentada
por el mismo santo, donde en el sosiego y silencio de la noche y en la
noticia de la luz divina el alma ve brillar la luz
de Dios. “En aquel
sosiego y silencio de la noche ya dicha, y en aquella noticia de la luz
divina, echa de ver el alma una admirable conveniencia y disposición de la
Sabiduría en las diferencias de todas sus criaturas y obras (de todos sus
acontecimientos), todas ellas y cada una de ellas dotadas con cierta respondencia
a Dios, (para que puedan corresponder a Dios) en que cada una en su manera da
su voz de lo que en ella es Dios, de suerte que le parece una armonía de
música subidísima que sobrepuja todos los saraos (fiestas) y melodías del mundo.
Y llama a esta música callada, porque, como habemos dicho, es inteligencia
sosegada y quieta, sin ruido de voces; y así se goza en ella la suavidad de
la música y la quietud del silencio. Y así, dice que su Amado es esta música
callada, porque en él se conoce y gusta esta armonía de música espiritual. Y
no sólo eso, sino que también es; “la soledad sonora.” El santo nos dice que “la soledad sonora” es casi
lo mismo que la música callada. La música es callada para los sentidos y potencias naturales, pero es soledad muy
sonora para las potencias espirituales, que al estar vacías de las criaturas,
pueden muy bien recibir el sonido espiritual de la excelencia de Dios en EL. Mientras las estridentes potencias sensitivas,
conservaban en el exterior en su influencia, el alma esposa pide al Esposo (a
Dios) que se le comunique muy adentro
de los escondido de sus alma; que llene sus potencias con gloria y excelencia
de su Divinidad; que la comunicación sea tan alta y profunda que ni sepa
decir ni quiera decir; y que se enamore El de las muchas virtudes y gracias
que el mismo ha depositado en ella. De estas virtudes y gracias está
acompañada el alma y con ellas sube a Dios por muy altas noticias de la
Divinidad y por excesos de amor extraordinario dice en Cantico Espiritual
(estrofa 19) “Escóndete, Carillo, y mira con tu haz a las montañas, y no quiera decillo; mas mira las compañas de la que va por las ínsulas extrañas” No quiere el alma sentirse obligada a salir a las
potencias interiores de su silencio. La esposa habla con ternura a su esposo,
cariño, esposo mío querido, así lo habla el santo al comentar esta estrofa:
“querido Esposo mío, recógete en lo más interior (íntimo) de mi alma,
comunicándote a ella escondidamente, manifestándole tus escondidas
maravillas, ajenas de todos los ojos mortales. (Muy en secreto) Y mira con tu
haz a las montañas” Y sigue luego; “La haz de Dios es la divinidad y
las montañas son las potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad.” San
Juan de la Cruz recuerda más adelante el dialogo de Dios con Moisés: “Entonces dijo Moisés: Déjame ver, por favor, tu
gloria. El (Dios) le contestó: -Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y
pronunciaré delante de ti el nombre de Yahveh; pues hago gracia a quien hago
gracia y tengo misericordia con quien tengo misericordia.- Y añadió: -Pero mi
rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo. -
Luego dijo Yahveh: -Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la
peña (roca) Y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña
(roca) y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi
mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver.” (Ex, 33,
22-23) Ver las espaldas de Dios, es conocer a Dios por sus obras. Pero el
alma no se contenta con este conocimiento, quiere el haz de Dios, que es la
comunicación esencial de la Divinidad por el contacto del alma con El. Aclara luego el santo; “El mirar de Dios es amar y
hacer mercedes. Las compañas que aquí dice el alma que mire Dios son la
multitud de virtudes y dones y perfecciones y otras riquezas espirituales que
él ha puesto ya en ella, como arras y prendas y joyas de desposada.” (CB
19,6) Este movimiento del alma hacia las profundidades
silenciosas es para acoger celosamente allí la pureza de su contacto con
Dios. 6.
“En
suma paz y tranquilidad, escuchando y oyendo el alma” La aspiración al silencio, algo necesario en San
Juan de la Cruz, es también una necesidad del alma de los místicos. ¿Quién
puede pensar que ha sentido el suave toque de Dios si no encuentra esa
aspiración en sí mismo? Parece ser que es el deseo más profundo. Y después de haber señalado que el alma no
tiene ni alto ni bajo, nos dice que “el centro más profundo” (Ll 1, 12-13
ss), allá donde se desborda el gozo del Espíritu Santo, el límite que el alma
puede alcanzar, es Dios en el centro de ella misma. En palabras del santo;
“El centro del alma Dios es, al cual habiendo ella llegado según toda la
capacidad de su ser y según la fuerza de su operación, habrá llegado al
último y profundo centro del alma, que será cuando con todas sus fuerzas ame
y entienda y goce a Dios.” Y más adelante dice: “El amor une al alma con
Dios; y cuantos más grados de amor tuviere, más profundamente entra en Dios y
se concentra con él” Y para que así sea, el alma no debe estar aferrada
a nada, solo al silencio, ni a meditación ni a reflexión, ni a sabor
sensitivo ni espiritual, a ninguna idea o ningún recuerdo. Dice el santo
padre: “porque requiere el espíritu tan libre y aniquilado, que cualquier
cosa que el alma entonces quisiese hacer de pensamiento o discurso o gusto a
que se quiera arrimar, le impediría e inquietaría y haría ruido en el
profundo silencio que conviene que haya en el alma, según el sentido y el
espíritu para tan profunda y delicada audición de Dios, que habla al corazón
en esta soledad” (Ll 3,32) como dijo al profeta Oseas: “Por eso yo voy a
seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.” (Os 2, 16), es
decir cómo sigue el mismo santo; “en suma paz y tranquilidad, escuchando y
oyendo el alma” (Ll 3,32) como canta
el salmo; “Escucha, pueblo mío” (Sal.84, 9), lo que habla Dios, porque habla
esta paz en su alma. Lo cual cuando así acaeciere, que se sienta el alma
poner en silencio y escucha, aun la advertencia amorosa que dije ha de
olvidar porque el alma se quede libre para lo que entonces la quieren; porque
aquella advertencia sólo ha de usar de ella cuando no se siente poner en
soledad u ociosidad u olvido o escucha espiritual, lo cual siempre viene con
algún absorbimiento interior. (Ll 3,32) Y cuando no llegue a tanto como esto, aunque esté
en Dios, que es su centro por gracia y por la comunicación suya, si todavía
tiene movimiento para más y fuerza para más, y no está satisfecha, aunque
está en el centro, no en el más profundo, pues puede ir a más 7.
Cristo,
y la necesidad constante de refugiarse en el silencio Tenemos que recordar la experiencia de Cristo, quien también
experimenta una necesidad constante de
refugiarse en el silencio que le permitiese comunicarse con su Padre.
Pensemos en ese retiro de casi tres décadas en Nazaret, su último retiro al silencio del desierto por 40 días
para prepararse a la vida pública, la frecuente escapada al silencio y a la
soledad en la calma de la noche. Todo esto se explica por esa necesidad de silencio, como algo fundamental
para cumplir su misión. Si Cristo que es Dios, necesita el silencio y
apartarse a retiros, ¿Qué queda para nosotros? Quizás cansada Teresa de
bullicio de la Encarnación que había liquidado la regla del silencio, por
necesidad de cultivar su intimidad y encontrar el ideal primitivo del Carmelo
y la observancia perfecta de su Regla, después de 30 años abandona su
monasterio para fundar San José para hacer una vida más silenciosa. No hay
que olvidar que el Carmelo tiene su origen en el desierto y de él los
carmelitas no guardan solamente nostalgia, sino una necesidad real para vivir
a solas con EL. Y Teresa planifica monasterios que sean paraísos de la
intimidad divina, para invitar a Cristo a reposar en el silencio y la
oración. Pero en nuestra realidad de hoy, donde más que
nunca el silencio se hace necesario, miramos con nostalgia aquella época de
Teresa, época donde la civilización que existía permitía disfrutar de
instancias de recogimiento sin las distracciones de nuestra sociedad actual,
donde la modernidad nos hace vivir de prisa, escasa de paciencia, donde no se
sabe esperar ni guardar silencio. Por eso se busca como gozar del silencio y
la soledad, y no nos queda otra alternativa que abandonar nuestros actuales
ambientes para buscar nuevos horizontes, nuevos aires, quizás hasta otra
atmósfera. Pero también conviene comprender que estar en
silencio, es estar callado, por tanto el silencio en cierto modo es una
mortificación. Pero además tengamos en consideración que si necesitamos
escuchar, necesitamos silencio, del mismo modo como para encontrar la
presencia del amado necesitamos una profunda soledad. Ciertamente en la sociedad
de hoy esto nos confunde ya que sentimos necesariamente comunicarnos, de ese
modo superamos muchos inconvenientes. Pero para que haya dialogo, debemos
callarnos y disponernos a escuchar. “Mejor se oyen las palabras sosegadas de
los sabios que los gritos del soberano de los necios” (Eclo 9,17), y San Juan
de la Cruz recuerda en las palabras de la sabiduría óyense en silencio. (Ll
3, 67) 8.
¿El
Silencio de Dios es casual o intencional? No obstante para el orante, el peor sufrimiento es
el silencio de Dios. Las súplicas de los salmos dibujan al orante como una
persona que sufre cuando Dios se queda como mudo; “¡Oh Dios, no te estés mudo, cese ya tu
silencio y tu reposo, oh Dios!” (Sal 83,2). ¿El Silencio de Dios es casual o
intencional? Quizás sería un poco audaz decir que en la misma
crisis de fe, en el mismo silencio total, Dios puede esconder paradójicamente
su presencia, su revelación, su palabra. El terreno humano en el que parece
más fácil la deserción o el vacío puede ser misteriosamente fecundado por
Dios, en las noches de un hombre que busca desconsolado, de un hombre en
crisis. El silencio de Dios y de la vida no es necesariamente algo negativo,
sino una ocasión paradójica de encuentro por caminos sorprendentes, aunque
muchas veces no visibles y poco comprensibles. San Juan de la Cruz dice que
esto pasa “para que, entendiendo la flaqueza del estado que llevan, se animen
y deseen que los ponga Dios en esta noche, donde se fortalece” (N 1,1) y más
adelante añade; “pone Dios en la noche oscura a los que quiere purificar de
todas estas imperfecciones para llevarlos adelante.” (N 2,8) Y Dios no
permanecerá indiferente en sus cielos, pero tampoco nos hablará a través de
la mediación de voces humanas, sino que "se hará voz humana, límite,
pobreza, fragilidad, pregunta, anhelo, interrogante a Dios mismo en el Hijo,
verdadero hombre, verdadero comunicador para nuestros oídos que permanecen en
silencio para oírle y “hacer lo que él nos diga.” (Jn 2,5) “Para lo cual todos esos medios y ejercicios
sensitivos de potencias han de quedar atrás y en silencio, para que Dios de
suyo obre en el alma la divina unión” (3 S2,2) “Por lo cual, mejor es
aprender a poner las potencias en silencio y callando, para que hable Dios” (3S
3,3) “haciendo a la memoria que quede callada y muda, y sólo el oído del espíritu
en silencio a Dios, diciendo con el profeta (1Sm.3,10): Habla, Señor, que tu
siervo escucha” (3S 3,4) Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant Escrito en Avila, CITeS,
14 de diciembre de 2016 Fuentes y referencias San Juan de la Cruz, Obras Completas Editorial
Monte Carmelo Quiero ver a Dios, P: María Eugenio del Niño Jesús
(Recientemente Beatificado) Editorial Espiritualidad. Isabel de la Trinidad, “Alabanza y Gloria para la Eternidad”,
Libro de Pedro Donoso Brant Santa Teresa de Jesús, Obras Completas Editorial
Monte Carmelo Textos Bíblicos, de la Biblia de Jerusalén Siglas N = Noche Oscura S = Subida Monte Carmelo CB = Cantico
Espiritual Ll = Llama de Amor
Viva V = Libro Vida,
Teresa de Jesús C = Camino de
Perfección, Teresa de Jesús. |