SAN
JUAN DE LA CRUZ, EL LLANTO DEL SEÑOR Y CAER EN LA CUENTA DE LA SEMANA DE PASIÓN (S3,
38-2-3)- (Lc 19,35-41) Autor:
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant Comenta el santo padre San Juan de
la Cruz (Subida del Monte Carmelo) que indumentarias y adornos externos nos absorben
el sentido, de tal modo que nos impiden mucho que nuestro corazón vaya a Dios
y que le amemos (Dios no quiere otra cosa que le amemos) y olvidemos de todas
las cosas por su amor. Y para ayudarnos a entender esto nos pone como dice el
mismo; “Lo
cual podrás bien entender en aquella fiesta que hicieron a Su Majestad cuando
entró en Jerusalén, recibiéndole con tantos cantares y ramos (Mt 21, 9) y
lloraba el Señor (Lc 19, 41); porque, teniendo ellos su corazón muy lejos de
él, le hacían pago con aquellas señales y ornatos exteriores” (3S 38,2). El santo no olvida de mencionarnos
lo que relata Lucas, que Jesús, Hijo de Dios, lloró luego de ese grandioso
recibimiento. Es muy emotivo recordar ese detalle, en especial un día de
Domingo de Ramos como hoy, inicio de esta semana de pasión. En el relato de Lucas al cual se
refiere el santo, se nos narra que hicieron montar a Jesús en un pollino
(Borrico) y que mientras él avanzaba, extendían las gentes sus mantos por el
camino. Donde luego cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la
multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a
grandes voces, por todos los milagros que habían visto y decían: “Bendito el
Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas.”
Pero como muchos envidiosos, algunos de los fariseos, que estaban entre la
gente, le dijeron a Jesús: “Maestro, reprende a tus discípulos”, y Jesús les
respondió: “Os digo que si éstos callan gritarán las piedras”. Luego al
acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: “¡Si también tú
conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus
ojos.” (Lc 19,35-41) Este es un relato muy particular de
Lucas, Jesús al bajar el monte de los Olivos, ya acercándose a Jerusalén, y
contemplarla, “lloró” a causa de la ciudad y sus habitantes. No obstante, al
llegar Jesús a Jerusalén, hay toda una alegría externa, sin embargo él llora,
y no es la primera vez que en los Evangelios se habla de las lágrimas de
Jesús, los judíos, según dice en el Evangelio de Juan, resurrección de
Lázaro, (Jn 11, 32) que el Señor se conmovió interiormente, se turbó y luego
se echó a llorar y que lo hizo por amor a su amigo Lázaro. Aquí en esta
entrada a Jerusalén, le acompañaban sus discípulos y gentes galileas y
algunos judíos de Jerusalén, y a pesar de esta compañía, él llora. El Señor
sabía que le aguardaba. El no rehúye a lo que le viene. ¡Oh, si Jerusalén
hubiese conocido “en este día,” como una extrema tabla de salvación, toda la
misión de paz mesiánica que El traía! Pero eran muchas las pasiones que
estaban en juego contra Él. Y la historia de un pueblo que esperaba al Mesías
para su gloria y su paz, cuando éste llegó, lo va a crucificar. Es lo que el
Señor ve y sabe de antemano, y por lo que derrama sus lágrimas. Se lamenta el Señor, porque su
pueblo no entendió “la visita de Dios”, solloza porque su pueblo no ha
conocido el tiempo de su visitación, que es todo el período mesiánico de
Cristo, de enseñanza y milagros en Galilea y Judea, en sus repercusiones en
Jerusalén y, más en concreto, sus “visitas”, enseñanzas y milagros mesiánicos
en Jerusalén, como una visita de paz. ¿Pero porque llora si le recibieron
una multitud de gentes y discípulos, llenos de alegría, y le alaban, como
toda una gran fiesta? El santo padre San Juan de la Cruz nos aclara que: “más
se hacían fiesta a sí mismos que a Dios, como acaece (sucede a muchos el día
de hoy), que, cuando hay alguna solemne fiesta en alguna parte, más se suelen
alegrar por lo que ellos se han de holgar (divertir) en ella, ahora por ver o
ser vistos, ahora por comer, ahora por otros sus respectos, que por agradar a
Dios. En las cuales inclinaciones e intenciones ningún gusto dan a Dios,
mayormente los mismos que celebran las fiestas cuando inventan para interponer
en ellas cosas ridículas e indevotas (sin devoción) para incitar a risa la
gente, con que más se distraen (se divierte); y otros ponen cosas que agraden
más a la gente que la muevan a devoción.”(3S 38,2) También, y parece que las costumbres
no han cambiado mucho, entonces el santo padre San Juan de la Cruz, nos viene
a invitar a tomar conciencia sobre los que
gustan de negociar esta fiestas, interesándose más por la codicia que
por el servicio a Dios, y que a sabiendas lo hacemos y cociente que Dios
también los ve. Parece otro motivo para que Jesús vuelva a llorar. Dice el santo: “Pues
¿qué diré de otros intentos que tienen algunos de intereses en las fiestas
que celebran? Los cuales si tienen más el ojo y codicia a esto que al
servicio de Dios, ellos se lo saben, y Dios, que lo ve. Pero en las unas
maneras y en las otras, cuando así pasa, crean que más se hacen a sí la
fiesta que a Dios; porque por lo que su gusto o el de los hombres hacen, no
lo toma Dios a su cuenta, antes muchos se estarán holgando de los que
comunican en las fiestas de Dios, y Dios se estará con ellos enojando; como
lo hizo con los hijos de Israel cuando hacían fiesta cantando y bailando a su
ídolo, pensando que hacían fiesta a Dios” (3S 38,3) Jesús se lamenta y llora. Jerusalén
fue visitada por Dios y no aprovechó esa oportunidad. Después simplemente
tuvo que enfrentar las consecuencias de su indiferencia y más aún, de su
rebeldía. Todo esto ya se cumplió en el primer siglo: la ciudad fue atacada
por los enemigos; y el Templo que era el orgullo de sus habitantes, de él no
quedó piedra sobre piedra. El castigo lo provocaron ellos mismos. La moraleja
que nos enseña es; “no perder la gran oportunidad de meditar la visita de
Dios por divertirse.” El llanto de Jesús aguanta una reflexión
contenida en las palabras: “Pero ahora está oculto a tus ojos”, (por Dios),
que, con unos términos intensos y fuertes, atribuyen directamente a Dios, es
decir estamos frente a una actitud pasiva del conocimiento de Dios, y esta
realidad depende de la libre decisión de los hombres. También este lamento
presenta una motivación y la expresan las palabras: “¡Si también tú
conocieras en este día el mensaje de paz!”, como diciendo “Si tú también
hubieras comprendido en este día”, que corresponden a una afirmación: ni has
comprendido ni quieres comprender. Sin embargo lo que más importa es destacar
dos elementos positivos que caracterizan el lamento de Jesús: la paz y el
tiempo de la visita. Es tiempo, como invita el santo
padre san Juan de la Cruz, a tomar en cuenta a Dios durante esta semana, en
que también recordamos el llanto de Cristo. Ciertamente, no conocíamos la
medida del sufrimiento de Dios hasta que tomó cuerpo ante nuestros ojos en la
pasión de Cristo. La pasión de Cristo no es más que la manifestación
histórica y visible del sufrimiento del Padre por el hombre. Es la suprema
manifestación de la debilidad de Dios: Cristo -dice san Pablo- fue
crucificado por su debilidad (2 Cor 13,4). Los hombres han vencido a Dios, el
Pecado ha vencido y se yergue triunfante ante la cruz de Cristo; la luz se ha
cubierto de tinieblas... Pero sólo por un instante: Cristo fue crucificado
por su debilidad, pero vive por la fuerza de Dios, añade el apóstol. ¡Vive,
vive! El mismo lo repite ahora a su Iglesia: "Estuve muerto, pero ahora
vivo para siempre y tengo poder sobre la muerte y los infiernos" (Ap
1,18) [...]. Que esta semana, que comienza con
este Domingo de Ramos, sea una semana de recogimiento y reflexión, semana en
la cual caigamos en la cuenta, de que es una semana de pasión, de
recogimiento, oración y no de diversión, en otras palabras, “no perder la
gran oportunidad de meditar la visita de Dios por divertirse.” Semana
Santa unida en la oración. Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant Abril
2017 |