NO HAY ECUMENISMO SIN CARIDAD

Ejercítase la caridad de Dios, pues ya no por el gusto atraído y saboreado que halla en la obra es movido, sino sólo por Dios.” (San Juan de la Cruz, N 13,5)

Autor: Pedro Sergio A. Donoso Brant

1.       La “caridad”, virtud absolutamente necesaria para la unión.

El capítulo de Juan 17, es conocido como la “oración sacerdotal” de Cristo a su Padre. Algunos eruditos proponen que esta denominación viene de San Cirilo de Alejandría, otros artículos avisan que quien la denominó así fue un luterano en el año 1600, (David Chytraeus, teólogo luterano) que le habría dado el nombre de  “Oración del Sumo Sacerdote” (En latín Praecatio Summi Sacerdotis). Con todo, sin investigar más a fondo otras opiniones, me quedo con la idea de algunos autores  que la denominan “Oración de Cristo por la unidad de la Iglesia.” Entonces, podemos decir que es la “Oración Madre del Ecumenismo” y digo madre porque procrea,  enriquece, propaga y cubre de amor a este necesario hijo  ecuménico que debe nacer en nosotros.

¿Dónde fue pronunciada esta oración por Cristo? ¿En la misma sala del cenáculo? ¿En qué momento? No lo dice el Evangelio y no importa, lo que si interesa es que Cristo aparece frecuentemente en los evangelios orando ante los momentos trascendentales. Y éste es culminante. Esta es la oración resumen de su vida pasada, de su muerte, de su glorificación, del futuro de su Iglesia. Una iglesia unida. Esto último es la razón fundamental por la cual repetimos esta oración, en especial cuando decimos: “para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y Yo en ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que tú me has enviado.” (Jn 17,21)

Son varias las cosas que Cristo pide en esta oración para esos creyentes futuros. Pero la que nos interesa por ahora es esta transcendental petición: “que todos sean uno”. Esto es la unión doble: de los fieles entre sí y en unión con el Padre y el Hijo. Unión que ha de estar calcada como la expresa más adelante en el v.22b, en la “unión” del Padre y el Hijo encarnado. Y lo que se busca con esto, no es otra cosa que la “caridad”, virtud absolutamente necesaria para la unión, para que “ellos (esos fieles discípulos) estén en nosotros” (Jn 21c).

2.       En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos para con otros.

Dice el Señor: “Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como Yo os he amado, que os améis mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos para con otros.” (Jn 13, 34-35)

Es importante tener en cuenta lo que nos pide Cristo, esto no es ni un consejo ni una sugerencia, sino un “mandamiento” y “nuevo”, (Un precepto nuevo os doy), y no es otra cosa que el “amor al prójimo.” Y este precepto de Cristo es una novedad, porque no es el amor al simple y exclusivo prójimo judío, cómo era el amor que se entendía en Israel (cf. Lev 19:18), sino que es amor universal y basado en Dios: amor a los hombres, pero con un acento especial;  “como Yo (Cristo) os he amado.” Y será al mismo tiempo una señal para que todos conozcan que “sois mis discípulos.” ¿Y cuáles discípulos? ¡Los del Hijo de Dios!

Es además una advertencia, probablemente por esas humanas ambiciones de los apóstoles por los primeros puestos en el reino y que luego Jesús les da una nueva lección de caridad con el lavatorio de pies. (Jn 13,14)

Pues, siendo tan naturalizado el egoísmo humano, la caridad al prójimo hace ver que viene del cielo: que es don de Cristo. Y así la caridad cobra, en este intento de Cristo, un valor entusiasta. Como sucedía con los primeros cristianos, así lo dice Lucas en los Hechos de los Apóstoles; “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos.” (Hech 4,32). Es conocido además que cuando Tertuliano refiere que los paganos, maravillados ante esta caridad, decían: “¡Ved cómo se aman entre sí y cómo están dispuestos a morir unos por otros!” Y minucia Félix dice en su Octavius, reflejando este ambiente que la caridad causaba en los gentiles: “Se aman aun antes de conocer-se”

3.       Allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo.

Relata Lucas en Hechos de los Apóstoles una escena de enorme trascendencia en la historia de la Iglesia: “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo.”

Con este relato no atrevemos a opinar que va a comenzar la historia de la Iglesia, pues es ahora cuando el Espíritu Santo desciende visiblemente sobre ella para darle la vida y ponerla en movimiento. A partir de ese hecho, los apóstoles dejan de lado su timidez y pasa a transformarse en animosos propagadores de la doctrina de Cristo.

Relata Lucas que; “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar” En cuanto al lugar en que sucedió la escena, parece claro que fue en una casa o local cerrado, probablemente la misma en que se habían reunido los apóstoles al volver después de la ascensión (Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, Hech 1:13). La afirmación fundamental del relato es; “quedaron todos llenos del Espíritu Santo” Otro dato es; “se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.” Me parece, que ese “hablar en otra lenguas” era una oración a Dios, no una oración en frío y con el espíritu en calma, sino más bien en estado de entusiasmo bajo la acción del Espíritu Santo. 

Y otro de los puntos de interés del relato, es que; “Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo.” Y opino que los que los unía es el amor fraterno, y cuando hoy pensamos en el ecumenismo, podemos pensar en una gran unión de hombres unidos por la fe en Jesucristo, bajo el mismo cielo, orando cada uno en su lengua, unidos por la caridad.

4.       ¡Aspirad a los carismas superiores! Y aun os voy a mostrar un camino más excelente. (1 Cor 12,31)

Dice el apóstol Pablo a los Corintios: “Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte. Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; luego, el don de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles? O ¿todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Todos con poder de milagros? ¿Todos con carisma de curaciones? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos? ¡Aspirad a los carismas superiores! Y aun os voy a mostrar un camino más excelente.” (1 Cor 12, 28-31)

La imagen del cuerpo humano, lo emplea el Apóstol para mejor declarar la función de los carismas en la Iglesia. Expone el apóstol la comparación y señala cuál es el principio de unidad en ese cuerpo, que es la Iglesia (v.12-13). El principio de unidad en el cuerpo de la Iglesia es el Espíritu, que nos incorpora a Cristo ya desde el bautismo (v.13; cf. 10:2; Rom 6:5; 8:9; Col 3:11). En este fragmento también en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, debe haber variedad de miembros y de funciones, todos en completa armonía, tendiendo al bien del conjunto, sin ensoberbecerse los que han de desempeñar funciones más excelentes ni sentir envidia los que deben desempeñar las más humildes. Al enumerar la variedad de funciones, San Pablo vuelve a darnos una lista de carismas, ahora con nombres concretos y, a lo que parece, en orden jerárquico descendente: apóstoles, profetas, maestros, don de milagros, de curaciones, de asistencia, de gobierno, de lenguas, de interpretación. El término “apóstoles” no parece que deba aplicarse aquí solamente a los Doce, sino que tiene un significado más amplio, designando aquellos predicadores del Evangelio favorecidos con el carisma de “apostolado,” que, con carácter itinerante, recorrían diversos países para fundar nuevas comunidades.

Es posible que algunos corintios, demasiado entusiasmados con los carismas, descuidasen y tuviesen en menos la caridad cristiana. Ello movería a San Pablo, después de recomendarles que entre los carismas aspirasen siempre a los “mejores,” es decir, no a los más vistosos, sino a los de mayor valor social, a intercalar esta especie de paréntesis sobre la caridad:  ¡Aspirad a los carismas superiores! Y aun os voy a mostrar un camino más excelente.”

5.       Nada más perfecto que la caridad, nada más necesario que la caridad.

Aunque nos digan que exageramos, muchos somos los que opinamos y coincidimos con la opinión de muchos eruditos que una de las cartas más bellas de san Pablo es 1 Cor 13,1-13. Es un verdadero himno a la caridad. La caridad de que aquí habla el Apóstol, es todo lo que necesitamos para amar al prójimo, no obstante no es ese amor o simpatía que sentimos de modo espontáneo, por sobre todo buscando el bien de otros hombres, sino un amor que trasciende todo lo creado y se remonta hasta el Creador. San Pablo funda esta carta en Dios, que fue quien nos amó primero y  a cuyo amor trata de corresponder (cf. Jn 4:7-21). En ese ardor de amor a Dios, como no puede ser menos, van incluidos también todos los hombres a quienes El tanto ha amado y ama, sin distinción de razas ni simpatías naturales, sin distinción de carisma, sin distinción de a que Iglesia pertenece hoy, hasta el punto de que el amor a Dios y el amor al prójimo no son sino dos manifestaciones de una misma caridad.

Por eso el Apóstol aquí, propiamente, no distingue y en la descripción de las cualidades de la caridad se fija en el amor al prójimo (v.4-7); pero luego, al final, une la caridad con la fe y la esperanza y dice que, al contrario que éstas, la caridad no pasará jamás, sino que se prolongará en un perpetuo abrazo de estrecha unión con Dios (v.8-13). El Apóstol nos destaca la necesidad que tenemos de la caridad y a su absoluta superioridad sobre todos los carismas (v.1-3).

En estilo difícilmente superable, cargado de lirismo, dice que ni el don de lenguas, ni el de profecía, ni los de sabiduría o ciencia, ni la fe que hace milagros, ni las obras de beneficencia con todo su heroísmo (cf. 12:8-10), nos aprovecharán nada si no tenemos caridad. Como dice el Apóstol; “Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha.” (1 Cor 13, 1-3) Todos esos carismas pueden de suyo ser concedidos también a pecadores, y, por tanto, si están separados de la hermandad, de nada nos valdrán a nosotros en orden a conseguir la vida eterna.

Después de este canto a la necesidad de la caridad, viene la segunda parte del himno, en que se describen las propiedades o características de la caridad que constituyen su belleza moral: “La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.” (1 Cor 13, 4-7). Destaco que la caridad no envidiosa, esto ante el bien y los triunfos del prójimo, no jactanciosa, esto es evitando hablar y obrar arrogantemente, no se engríe evitando incluso el pensar alto de sí mismo, no es descortés haciendo miramiento con el prójimo, no interesada porque no busca la propia utilidad, no se irrita si las cosas no salen a su gusto, no toma en cuenta el mal, esto es lo contrario del espíritu de venganza, no se alegra de la injusticia que otros cometan, aunque ello traiga alguna ventaja momentánea, se complace en la verdad, porque participa de la alegría que siente Dios y todos los hombres buenos cuando las cosas van por el recto camino, todo lo excusa y tapa cuanto puede de los defectos del prójimo, todo lo cree, porque hay tendencia a suponer en todos recta intención, todo lo espera y no desconfía de las cosas y de las promesas que se le hacen, todo lo tolera, aunque fallen esas esperanzas y surgen contratiempos, todo lo soporta pacientemente. En verdad, puede muy bien decirse que la caridad entre los cristianos, es lo que siempre debemos tener en cuenta, en especial, si queremos la unidad.

6.       Todo pasará, pero la caridad permanecerá eternamente.

Es bueno y es tiempo de caer en la cuenta, que todo va a pasar menos la caridad y por ella seremos considerados o juzgado como dice el Santo Padre san Juan de la Cruz. “A la tarde de la vida seremos juzgados por el amor”. El mismo apóstol Pablo nos habla de que la caridad es para siempre. Todo pasa, los carismas de profecía, lenguas, ciencia, pasarán; incluso la fe y la esperanza pasarán, pues ante la visión y posesión de Dios quedarán sin objeto; sólo la caridad permanecerá eternamente, gozándose de la unión directa y estrecha con el objeto amado (v.8-13).

Dice San Pablo: “La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia.” Y añade luego: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.”  (1 Cor 13, 8-13) Esto es, vuelve a recalcar la idea del principio, o sea, la superioridad de la caridad. Esa mención conjunta de las tres virtudes teologales, que constituyen como el eje de toda la vida cristiana mientras nos hallemos de camino por este mundo.

No podremos buscar la unidad, si no está en nosotros la virtud de la caridad. Para que exista una verdadera Iglesia unida, y para que oremos junto con Cristo, en especial cuando decimos: “para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y Yo en ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que tú me has enviado.” (Jn 17,21) No es otra cosa que la “caridad”, virtud absolutamente necesaria para la unión, para que “ellos (nosotros) estén en nosotros” (Jn 21c).

Dice el Señor: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos para con otros.” (Jn 13, 34-35)

Unidos en la oración, para que todos, independiente de nuestros carisma, seamos una sola Iglesia.

Pedro Sergio A. Donoso Brant

Escrito en Avila,  17 de diciembre de 2017

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