¡Queridos
Hermanos y Hermanas!
1. Cada
año, la Cuaresma
nos propone un tiempo propicio para intensificar la oración y la penitencia
y para abrir el corazón a la acogida dócil de la voluntad divina. Ella nos
invita a recorrer un itinerario espiritual que nos prepara a revivir el
gran misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, ante todo mediante
la escucha asidua de la
Palabra de Dios y la práctica más intensa de la
mortificación, gracias a la cual podemos ayudar con mayor generosidad al
prójimo necesitado.
Es mi
deseo proponer este año a vuestra atención, amados Hermanos y Hermanas, un
tema de gran actualidad, ilustrado apropiadamente por estos versículos del
libro del Deuteronomio: “En Él está tu vida, así como la prolongación de
tus días” (Dt 30,20). Son palabras que Moisés
dirige al pueblo invitándolo a estrechar la alianza con el Señor en el país
de Moab, “Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando al
Señor tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a Él” (Dt
30, 19-20). La fidelidad a esta alianza divina, constituye para Israel una
garantía de futuro, “mientras habites en la tierra que el Señor juró dar a
tus padres Abrahán, Isaac y Jacob” (Dt 30,20).
Llegar a la edad madura es, en la visual bíblica, signo de la bendición y
de la benevolencia del Altísimo. La longevidad se presenta de este modo,
como un especial don divino.
Desearía
que durante la Cuaresma
pudiéramos reflexionar sobre este tema. Ello nos ayudará a alcanzar una
mayor comprensión de la función que las personas ancianas están llamadas a
ejercer en la sociedad y en la
Iglesia, y, de este modo, disponer también nuestro
espíritu a la afectuosa acogida que a éstos se debe. En la sociedad
moderna, gracias a la contribución de la ciencia y de la medicina, estamos
asistiendo a una prolongación de la vida humana y a un consiguiente
incremento del número de las personas ancianas. Todo ello solicita una
atención más específica al mundo de la llamada "tercera edad”, con el
fin de ayudar a estas personas a vivir sus grandes potencialidades con
mayor plenitud, poniéndolas al servicio de toda la comunidad. El
cuidado de las personas ancianas, sobre todo cuando atraviesan momentos
difíciles, debe estar en el centro de interés de todos los fieles,
especialmente de las comunidades eclesiales de las sociedades occidentales,
donde dicha realidad se encuentra presente en modo particular.
2. La
vida del hombre es un don precioso que hay que amar y defender en cada
fase. El mandamiento "No matarás", exige siempre el respeto y la promoción
de la vida, desde su principio hasta su ocaso natural. Es un mandamiento
que no pierde su vigencia ante la presencia de las enfermedades, y cuando
el debilitamiento de las fuerzas reduce la autonomía del ser humano. Si el
envejecimiento, con sus inevitables condicionamientos, es acogido
serenamente a la luz de la fe, puede convertirse en una ocasión maravillosa
para comprender y vivir el misterio de la Cruz, que da un sentido completo a la
existencia humana.
Es en
esta perspectiva que el anciano necesita ser comprendido y ayudado. Deseo
expresar mi estima a cuantos trabajan con denuedo por afrontar estas
exigencias y os exhorto a todos, amadísimos hermanos y hermanas, a
aprovechar esta Cuaresma para ofrecer también vuestra generosa contribución
personal. Vuestra ayuda permitirá a muchos ancianos que no se sientan un
peso para la comunidad o, incluso, para sus propias familias, y evitará que
vivan en una situación de soledad, que los expone fácilmente a la tentación
de encerrarse en sí mismos y al desánimo.
Hay que
hacer crecer en la opinión pública la conciencia de que los ancianos
constituyen, en todo caso, un gran valor que debe ser debidamente apreciado
y acogido. Deben ser incrementadas, por tanto, las ayudas económicas y las
iniciativas legislativas que eviten su exclusión de la vida social. Es
justo señalar que, en las últimas décadas, la sociedad está prestando mayor
atención a sus exigencias, y que la medicina ha desarrollado terapias
paliativas que, con una visión integral del ser humano, resultan
particularmente beneficiosas para los enfermos.
3. El
mayor tiempo a disposición en esta fase de la existencia, brinda a las
personas ancianas la oportunidad de afrontar interrogantes existenciales,
que quizás habían sido descuidados anteriormente por la prioridad que se
otorgaba a cuestiones consideradas más apremiantes. La conciencia de la
cercanía de la meta final, induce al anciano a concentrarse en lo esencial,
en aquello que el paso de los años no destruye.
Es
precisamente por esta condición, que el anciano puede desarrollar una gran
función en la
sociedad. Si es cierto que el hombre vive de la herencia
de quien le ha precedido, y su futuro depende de manera determinante de
cómo le han sido transmitidos los valores de la cultura del pueblo al que
pertenece, la sabiduría y la experiencia de los ancianos pueden iluminar el
camino del hombre en la vía del progreso hacia una forma de civilización
cada vez más plena.
¡Qué
importante es descubrir este recíproco enriquecimiento entre las distintas
generaciones! La Cuaresma,
con su fuerte llamada a la conversión y a la solidaridad, nos ayuda este
año a reflexionar sobre estos importantes temas que atañen a todos. ¿Qué
sucedería si el Pueblo de Dios cediera a una cierta mentalidad actual que
considera casi inútiles a estos hermanos nuestros, cuando merman sus
capacidades por los achaques de la edad o de la enfermedad? ¡Qué diferentes
serán nuestras comunidades si, a partir de la familia, trataremos de
mantenernos siempre con actitud abierta y acogedora hacia ellos!
4.
Queridos Hermanos y Hermanas, durante la Cuaresma, ayudados
por la Palabra
de Dios, meditemos cuán importante es que cada comunidad acompañe con
comprensión y con cariño a aquellos hermanos y hermanas que envejecen.
Además, todos debemos acostumbrarnos a pensar con confianza en el misterio
de la muerte, para que el encuentro definitivo con Dios acontezca en un
clima de paz interior, en la certeza que nos acogerá Aquel "que me ha
tejido en el vientre de mi madre" (Sal 139,13b), y nos ha creado
"a su imagen y semejanza" (Gn l, 26).
María,
nuestra guía en el itinerario cuaresmal, conduzca a todos los creyentes,
especialmente a las personas ancianas, a un conocimiento cada vez más
profundo de Cristo muerto y resucitado, razón última de nuestra existencia.
Ella, la fiel sierva de su divino Hijo, junto a Santa Ana y a San Joaquín,
intercedan por cada uno de nosotros “ahora y en la hora de nuestra
muerte."
Con
afecto os imparto mi Bendición.
IOANNES
PAULUS PP II
Fuente: Vatican.va
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