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EL DON DE
LA RECONCILIACIÓN DEJAOS
RECONCILIAR CON DIOS INSTRUCCIÓN PASTORAL SOBRE EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Madrid, 10-15 de abril de 1989 “Cuaresma,
tiempo de conversión” Donde abundó el pecado sobreabundó la
gracia ¿Quién
nos librará de esta iniquidad que pesa sobre nosotros? "Donde abundó el
pecado, sobreabundó la gracia" y el misterio de la infinita piedad de
Dios-Cristo ha penetrado hasta las raíces más escondidas de nuestra iniquidad
para que así como reinó el pecado causando la muerte, así también, por
Jesucristo Señor nuestro, reine la gracia por la justicia para la vida
eterna. En Él ha sido demolida nuestra antigua miseria, reconstruido cuanto
estaba derrumbado y renovado en plenitud la salvación. En Cristo ha sido reconstruido cuanto
estaba derrumbado. El misterio de la reconciliación en
la historia de la salvación Dios,
Padre Santo, que hizo todas las cosas con sabiduría y amor, y admirablemente
creó al hombre, cuando éste por desobediencia perdió su amistad, no lo abandonó
al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendió la mano a todos para que
le encuentre el que le busca y viva con Él el que se convierta. Con su
paciencia ilimitada, su incansable fidelidad al plan de reconciliación, su
admirable pedagogía con todas las generaciones, y con la palabra y llamada a
la penitencia de los profetas, el Señor fue conduciendo a los hombres con la
esperanza de la salvación, porque Él no quiere la muerte del pecador, sino
que se convierta y vuelva a Él y viva, como admirablemente expresa la
parábola del Hijo pródigo, página central de la revelación y parábola de la
entera historia de la familia humana. Dios quiere que el pecador se
convierta y viva. Cristo, nuestra reconciliación y
nuestra paz "El
Padre de toda misericordia y Dios de todo consuelo", volviendo hacia
nosotros sus ojos misericordiosos -"convirtiéndose hacia nosotros"-
probó el amor que nos tiene en que "siendo todavía pecadores, Cristo
murió por nosotros", por todos, de modo que, "cuando éramos
enemigos, fuimos reconciliados con Dios y por la muerte de su Hijo" y
"estando muertos por los pecados nos ha hecho vivir con Cristo".
"Y esto no se debe a nosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se
debe a las obras para que nadie pueda presumir"55, puesto que Dios mismo
estaba en Cristo reconciliando consigo sin pedirle cuentas de sus
pecados". Desde
la "unión admirable" "en cierto modo con todos los
hombres" del Hijo de Dios en la Encarnación hasta el Misterio Pascual,
todo el misterio de Cristo converge en torno a su misión de reconciliador: Él
es nuestra paz. El misterio de Cristo converge en su
misión de reconciliación La reconciliación en el corazón mismo
del evangelio El
perdón de los pecados está en el corazón mismo del anuncio evangélico desde
su mismo comienzo. Jesús declara repetidamente que ha venido para buscar y
salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 8) y no se
contentó solo con exhortar a los pecadores a que se convirtiesen e hiciesen
penitencia, sino que acogió a los pecadores para reconciliarlos con el Padre
y les perdonó los pecados como en el caso de la pecadora, del paralítico o de
la mujer adúltera. Comió con publicanos y pecadores y su comprensión hacia el
pecador la expresó en varias parábolas61. Como signo, además, de que tenía
poder para perdonar los pecados, curó a los enfermos de sus dolencias. Esta
centralidad del perdón de los pecados en toda la obra de Jesús quedó
consagrada para siempre en el cáliz de su "sangre derramada por muchos
para el perdón de los pecados". Finalmente, Él mismo fue entregado por
nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación y nos otorgó el
Espíritu de Santidad para remisión de los pecados63. Esta
obra no podría considerarse acabada con su muerte: debía alcanzar a todos los
hombres, que tras Él siguieron pecando. Que
tras su muerte, debía alcanzar a todos. Jesucristo resucitado confía a sus
apóstoles el ministerio de la reconciliación Cristo
resucitado confió a los Apóstoles continuadores de lo que Él hizo64, la
misión de anunciar a todos los hombres el perdón y la reconciliación que Dios
mismo les ofrecía en la muerte y resurrección de su Hijo, encargándoles
predicar el camino de conversión abierto a todos, junto con el poder de atar
y desatar, de perdonar y retener eficazmente los pecados. Al darles el Espíritu
Santo y revestirles de la fuerza de lo alto, predican en su nombre la
penitencia y la remisión de los pecados a todas las naciones67. Como Jesús,
también los apóstoles, movidos y animados por el Espíritu Santo, inauguran su
misión con la exhortación a la Penitencia el día de Pentecostés, proclaman
"un bautizo para el perdón de los pecados", e indican que la
conversión, llevada a su cumplimiento en el bautismo, es la condición primera
para la salvación. Los Apóstoles enviados por Cristo
resucitado, continúan la obra de reconciliación. La Iglesia no ha dejado nunca de
anunciar la reconciliación y predicar la conversión Desde
entonces, y a lo largo de toda su historia, la Iglesia no ha cesado jamás de
predicar la conversión y la reconciliación, ni ha dejado de perdonar los
pecados porque tiene conciencia de ser dispensadora de la gracia del perdón,
merecido por Cristo una vez por todas y porque el Espíritu Santo, principal
agente de la remisión de los pecados, habita en ella. La
Iglesia, por esto, como la define el Vaticano II, es en Cristo como un
sacramento, o sea, "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de
la unidad de todo el género humano". Ella debe buscar ante todo llevar a
los hombres a la reconciliación plena, proclamando la misericordia de Dios y
exhortando a los hombres a la penitencia para que abandonen el pecado y se
conviertan a Dios. Ella debe hacer presente la reconciliación, significando y
otorgando en nombre de Cristo su victoria sobre el pecado y su reconciliación
por medio de los sacramentos, de manera particular de la celebración de la
Penitencia que como ningún otro acto significa más directamente la penitencia
del hombre cristiano y la reconciliación de Dios con él. La Iglesia prolonga sacramentalmente
la reconciliación. El don de la reconciliación abarca la
práctica totalidad del mensaje de la salvación. los bienes de la
reconciliación Con
este mensaje de la reconciliación estamos abarcando la práctica totalidad del
mensaje de la salvación: en su doble aspecto de paz restablecida entre Dios y
los hombres y de los hombres entre sí, la reconciliación es el primer fruto
de la redención. Por ella los hombres han encontrado de nuevo a Dios y la
esperanza y ya desde ahora participan de la gloria de Dios. La reconciliación abarca la totalidad
del mensaje de la salvación. La
reconciliación es ese don irrevocable ofrecido por la misericordia del Padre
a todos los hombres para que puedan participar de la purificación,
santificación y renovación personal y social en la comunión de amor que
llegará a la perfección cuando toda "la Iglesia de los Santos, en la
felicidad suprema del amor adore a Dios y al ‘Cordero que ha sido
inmolado’". Don irrevocable del Padre La
reconciliación restablece a los hombres en su verdad más profunda y les
conduce a la comunión con Dios a la que están ordenados por amoroso designio
divino, como el Bien Sumo y fin último ofrecido a su verdadera libertad. Dios
reconciliador alcanza al hombre en su interioridad más profunda, dándole un
corazón nuevo74 y haciéndole participar del Espíritu y de sus dones que lo
sitúan en una nueva forma de existencia que sólo puede desplegarse por
completo en la resurrección, aunque aquí se pueda ya vivir en esperanza por
la fe y la caridad. Restablece al hombre en su verdad y
le conduce a la comunión con Dios, De
la muerte en la cruz y de la resurrección de Cristo brota por obra del
Espíritu Santo la criatura nueva75, el hombre nuevo76, la comunidad humana
nueva77, el orden cósmico nuevo78, en el cual el hombre goza generosamente de
la paz con Dios y con los hermanos: Le hace ser hombre nuevo *
Por la reconciliación se revela el verdadero rostro de Dios al hombre
y éste es conducido a la experiencia del misterio de Dios como amor
misericordioso en la que se le revela su propio misterio, se conoce mejor a
sí mismo y alcanza su verdad: criatura llamada a entregarse totalmente y en
libertad a Dios, a vivir en paz consigo mismo y a amar a los demás.
Reintegrada a su verdad más profunda por la reconciliación con Dios, la
persona humana, desgarrada por el pecado, reencuentra su unidad interior y su
libertad más auténtica y se hace capaz de vivir conforme a su dignidad
personal en el servicio responsable a Dios y a los hermanos. Le reconcilia consigo mismo y con
Dios *
El hombre reconciliado es capacitado para establecer una relación
armoniosa y auténtica con los demás: se hace próximo a sus hermanos dando
lugar a relaciones fundadas sobre el reconocimiento de la dignidad del otro,
de la justicia y de la paz. La reconciliación, una vez recibida es, como la
gracia y como la vida, un impulso y una corriente que transforma a sus
beneficiarios en agentes y transmisores de la misma79, es decir, en sus
testigos. Esta reconciliación adquiere entonces una dimensión pública. De la
reconciliación con Dios y consigo mismo nace la posibilidad y la urgencia de
una reconciliación fraterna y social. En virtud de este don, el hombre dotado
de la misericordia universal, puede vivir una relación nueva con los demás,
con un espíritu universal y ampliamente generoso, reconociendo a todos y por
igual su dignidad inviolable como personas, imágenes vivas e hijos de Dios, y
desarrollando así una nueva comunidad humana, fundada en la justicia y
justificada por el amor y el espíritu de Dios misericordioso que hace salir
su sol sobre buenos y malos. Le reconcilia con los otros * La plena reconciliación de todos los
hombres se extiende a su vez a toda la creación que está sometida a la
injusticia por quienes la explotan abusando de ella, al margen de su naturaleza.
La reconciliación, pues, aporta la capacidad y el deber de una nueva y justa
relación con las realidades terrenas y los asuntos temporales. En
suma, el acoger la acción reconciliadora de Dios abre al hombre a un nuevo
sentido de Dios vivo y actuante en el mundo y en la historia, al verdadero
sentido del pecado como violación de la alianza de amor con Dios, a una más
clara visión de sí mismo, de sus valores y exigencias, de su libertad
responsable y de su conciencia moral, que han de traducirse en unas
relaciones reconciliadas con los demás y con el mundo. TEXTO TOMADO DEL DOCUMENTO DE LA
ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL “DEJAOS RECONCILIAR CON DIOS” INSTRUCCIÓN PASTORAL SOBRE EL
SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Madrid, 10-15 de abril de 1989 Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |
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