LA RESPONSABILIDAD QUE "SUBIR A JERUSALÉN"
1.
"Mirad que subimos a Jerusalén" (Mc 10, 33). Mediante estas
palabras el Señor invita a los discípulos a recorrer junto a Él el camino
que partiendo de Galilea conduce hasta el lugar donde se consumará su
misión redentora. Este camino a Jerusalén, que los Evangelistas
presentan como la culminación del itinerario terreno de Jesús, constituye
el modelo de vida del cristiano, comprometido a seguir al Maestro en la vía
de la Cruz. Cristo
también dirige esta misma invitación de "subir a Jerusalén" a los
hombres y mujeres de hoy. Y lo hace con particular fuerza en este tiempo de
Cuaresma, favorable para convertirse y encontrar la plena comunión con Él,
participando íntimamente en el misterio de su muerte y resurrección. Por
tanto, la Cuaresma
representa para los creyentes la ocasión propicia para una profunda
revisión de vida. En el mundo contemporáneo, junto a generosos testigos del
Evangelio, no faltan bautizados que, frente a la exigente llamada para
emprender la "subida a Jerusalén", adoptan una posición de sorda
resistencia y, a veces, también de abierta rebelión. Son situaciones en las
que la experiencia de la oración se vive de manera bastante superficial, de
modo que la palabra de Dios no incide sobre la existencia. Muchos
consideran insignificante el mismo Sacramento de la Penitencia y la Celebración
eucarística del domingo simplemente un deber que hay que cumplir.
APROVECHAR
LA CUARESMA EN SU
LITURGIA
¿Cómo
acoger la llamada a la conversión que Jesús nos dirige también en esta
Cuaresma? ¿Cómo llevar a cabo un serio cambio de vida? Es necesario, ante
todo, abrir el corazón a los conmovedores mensajes de la liturgia. El
periodo que prepara la
Pascua representa un providencial don del Señor y una
preciosa posibilidad de acercarse a Él, entrando en uno mismo y poniéndose
a la escucha de sus sugerencias interiores.
ALGUNOS
NO QUIEREN ESCUCHAR EL EVANGELIO
2. Hay
cristianos que creen poder prescindir de dicho constante esfuerzo
espiritual, porque no advierten la urgencia de confrontarse con la verdad
del Evangelio. Ellos intentan vaciar y convertir en inocuas, para que no
turben su manera da vivir, palabras como: "Amad a vuestros enemigos,
haced bien a los que os odien" (Lc 6, 27). Tales palabras, para estas
personas, resultan difíciles de aceptar y de traducir en coherentes
comportamientos de vida. De hecho, son palabras que, tomadas en serio,
obligan a una radical conversión. En cambio, cuando se está ofendido y
herido, se está tentado a ceder a los mecanismos psicológicos de la
autocompasión y de la revancha, ignorando la invitación de Jesús a amar al proprio enemigo. Sin embargo, los sucesos humanos de
cada día sacan a la luz, con gran evidencia, cómo el perdón y la
reconciliación son imprescindibles para llevar a cabo una real renovación
personal y social. Esto vale en las relaciones interpersonales, pero
también en las relaciones entre las comunidades y entre las naciones.
LA TRISTE SITUACIÓN QUE CONTEMPLAMOS
3. Los
numerosos y trágicos conflictos que atenazan a la humanidad, tal vez
causados también por malentendidas cuestiones religiosas, han hecho que
profundos fosos de odio y de violencia surgieran entre pueblos y pueblos.
En algunas ocasiones, esto se ha producido entre grupos y fracciones de una
misma nación. De hecho, a veces asistimos con doloroso sentido de
impotencia, al reflorecer de conflictos que creíamos definitivamente
superados y se tiene la impresión de que algunos pueblos viven atrapados en
una espiral de imparable violencia, que conducirá a cosechar víctimas y
víctimas, sin una concreta perspectiva de solución. Y los auspicios de paz,
que se elevan de todas las partes del mundo, resultan ineficaces: el
compromiso necesario para encaminar la concordia deseada no logra
afianzarse.
NO
PODEMOS PERDER LA ESPERANZA CON
UN DIOS QUE PERDONA
Frente a
este inquietante escenario, los cristianos no pueden permanecer
indiferentes. Es por ello que en el Año jubilar, apenas concluido, me he
hecho eco de la petición de perdón de la Iglesia a Dios por los pecados de sus hijos.
Somos conscientes de que, por desgracia, las culpas de los cristianos han
ofuscado su rostro inmaculado, pero confiando en el amor misericordioso de
Dios, que no tiene en cuenta el mal al ver el arrepentimiento, sabemos
también que podemos continuamente retomar el camino llenos de esperanza. El
amor de Dios encuentra su más alta expresión justo cuando el hombre,
pecador e ingrato, es readmitido a la plena comunión con Él. Bajo esta
óptica, la "purificación de la memoria" es ante todo una renovada
confesión de la misericordia divina, una confesión que la Iglesia, en sus
diferentes niveles, está llamada constantemente a hacer propia con renovada
convicción.
EL
REMEDIO ESTÁ EN EL PERDÓN
4. El
único camino de la paz es el perdón. Aceptar y ofrecer el perdón hace
posible una nueva cualidad de relaciones entre los hombres, interrumpe la
espiral de odio y de venganza, y rompe las cadenas del mal que atenazan el
corazón de los contrincantes. Para las naciones en busca de reconciliación
y para cuantos esperan una coexistencia pacífica entre los individuos y
pueblos, no hay más camino que éste: el perdón recibido y ofrecido. ¡Cuan
ricas de saludables enseñanzas resuenan las palabras del Señor: "Amad
a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos
de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y
hace llover sobre justos e injustos"! (Mt 5, 44-45). Amar a quien nos
ha ofendido desarma al adversario y puede incluso transformar un campo de
batalla en un lugar de solidaria cooperación.
LA HUMILDAD CLAVE PARA LA RECONCILIACIÓN Y
LA PAZ
Éste es
un desafío que concierne a cada individuo, pero también a las comunidades,
a los pueblos y a la entera humanidad. Afecta, de manera especial, a las
familias. No es fácil convertirse al perdón y a la reconciliación.
Reconciliarse puede resultar problemático cuando en el
origen se encuentra una culpa propia. Si en cambio la culpa es del otro,
reconciliarse puede incluso ser visto como una irrazonable humillación.
Para dar semejante paso es necesario un camino interior de conversión; se
precisa el coraje de la humilde obediencia al mandato de Jesús. Su palabra
no deja lugar a dudas: no sólo quien provoca la enemistad, sino también
quien la padece debe buscar la reconciliación (cfr. Mt 5, 23-24). El
cristiano debe hacer la paz aún cuando se sienta víctima de aquel que le ha
ofendido y golpeado injustamente. El Señor mismo ha obrado así. Él espera
que el discípulo le siga, cooperando de tal manera a la redención del
hermano.
INTRODUCIR
EL PERDÓN EN LAS RELACIONES HUMANAS
En
nuestro tiempo, el perdón aparece principalmente como dimensión necesaria
para una auténtica renovación social y para la consolidación de la paz en
el mundo. La Iglesia,
anunciando el perdón y el amor a los enemigos, es consciente de introducir
en el patrimonio espiritual de la entera humanidad una nueva forma de
relacionarse con los demás, una forma ciertamente fatigosa, pero rica en
esperanza. En esto, ella sabe que puede contar con la ayuda del Señor, que
nunca abandona a quien, frente a las dificultades, recurre a Él.
EL PERDÓN
ES UNA FORMA EXCELSA DE CARIDAD
5.
"La caridad no toma en cuenta el mal" (l Cor 13, 5). En esta
expresión de la
primera Epístola a los Corintios, el apóstol Pablo
recuerda que el perdón es una de las formas más elevadas del ejercicio de la caridad. El
periodo cuaresmal representa un tiempo propicio para profundizar mejor
sobre la importancia de esta verdad. Mediante el Sacramento de la
reconciliación, el Padre nos concede en Cristo su perdón y esto nos empuja
a vivir en la caridad, considerando al otro no como un enemigo, sino como
un hermano.
LA CUARESMA ES BUEN TIEMPO PARA COMPARTIR LOS
BIENES Y PERDONAR
Que este
tiempo de penitencia y de reconciliación anime a los creyentes a pensar y a
obrar bajo la orientación de una caridad auténtica, abierta a todas las dimensiones
del hombre. Esta actitud interior los conducirá a llevar los frutos del
Espíritu (cfr Gal 5,
22) y a ofrecer, con corazón nuevo, la ayuda material a quien se encuentra
en necesidad. Un corazón reconciliado con Dios y con el prójimo es un
corazón generoso. En los días sagrados de la Cuaresma la
"colecta" asume un valor significativo, porque no se trata de dar
lo que nos es superfluo para tranquilizar la propia conciencia, sino de
hacerse cargo con solidaria solicitud de la miseria presente en el mundo.
Considerar el rostro doliente y las condiciones de sufrimiento de muchos
hermanos y hermanas no puede no impulsar a compartir, al menos parte de los
propios bienes, con aquellos que se encuentran en dificultad. Y la ofrenda
de Cuaresma resulta todavía más rica de valor, si quien la cumple se ha
librado del resentimiento y de la indiferencia, obstáculos que alejan de la
comunión con Dios y con los hermanos.
ESTÁ EN
JUEGO NUESTRO AMOR A DIOS
El mundo
espera de los cristianos un testimonio coherente de comunión y de
solidaridad. Al respecto, las palabras del apóstol Juan son más que nunca
iluminadoras: "Si alguno que posee bienes de la tierra y ve a su
hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en
él el amor de Dios?" (1 Jn 3, 17).
CUESTA
PERO CONTAMOS CON LA FORTALEZA DE LA
EUCARISTÍA
¡Hermanos
y Hermanas! San Juan Crisostomo, comentando la
enseñanza del Señor sobre el camino a Jerusalén, recuerda que Cristo no
oculta a los discípulos las luchas y los sacrificios que les aguardan. Él
mismo subraya cómo la renuncia al propio "yo" resulta difícil,
pero no imposible cuando se puede contar con la ayuda que Dios nos concede
"mediante la comunión con la persona de Cristo" (PG 58, 619s).
OREMOS
PARA SER MISERICORDIOSOS
He aquí
porque en esta Cuaresma deseo invitar a todos los creyentes a una ardiente
y confiada oración al Señor, para que conceda a cada uno hacer una renovada
experiencia de su misericordia. Sólo este don nos ayudará a acoger y a
vivir de manera siempre más jubilosa y generosa la caridad de Cristo, que
"no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la
injusticia; se alegra de la verdad" (1 Cor 13, 5-6).
Con estos
sentimientos invoco la protección de la Madre de la Misericordia
sobre el camino cuaresmal de la entera Comunidad de los creyentes y de
corazón imparto a cada uno la Bendición
Apostólica.
Ciudad
del Vaticano, 7 de enero de 2001
JOANNES PAULUS II
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