Recomendación del Señor en el Evangelio
1. «Poenitemini
et date eleemosynam» (cf. Mc 1,15
y Lc 12,33).
La palabra
«limosna» no la oímos hoy con gusto. Notamos en ella algo humillante. Esta
palabra parece suponer un sistema social en el que reina la injusticia, la
desigual distribución de bienes, un sistema que debería ser cambiado con
reformas adecuadas. Y si tales reformas no se realizasen, se delinearía en
el horizonte de la vida social la necesidad de cambios radicales, sobre
todo en el ámbito de las relaciones entre los hombres. Encontramos la misma
convicción en los textos de los profetas del Antiguo Testamento, a quienes
recurre frecuentemente la liturgia en el tiempo de Cuaresma. Los profetas
consideran este problema a nivel religioso: no hay verdadera conversión a
Dios, no puede existir «religión» auténtica sin reparar las injurias e
injusticias en las relaciones entre los hombres, en la vida social. Sin
embargo, en tal contexto los profetas exhortan a la limosna.
Y tampoco
emplean la palabra «limosna», que, por lo demás, en hebreo es «sadaqah», es decir, precisamente «justicia». Piden
ayuda para quienes sufren injusticia y para los necesitados: no tanto en
virtud de la misericordia cuanto sobre todo en virtud del deber de la
caridad operante.
«¿Sabéis
qué ayuno quiero yo?: romper las ataduras de iniquidad, deshacer los haces
opresores, dejar libres a los oprimidos y quebrantar todo yugo; partir el
pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no
volver tu rostro ante el hermano» (Is 58,6-7).
La
palabra griega «eleemosyne» se encuentra en los
libros tardíos de la Biblia,
y la práctica de la limosna es una comprobación de auténtica religiosidad.
Jesús hace de la limosna una condición del acercamiento a su reino (cf. Lc
12,32-33) y de la verdadera perfección (cf. Mc 10,21 y par.). Por otra
parte, cuando Judas –frente a la mujer que ungía los pies de Jesús
pronuncio la frase: «¿Por qué este ungüento no se
vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres?» (Jn 12,5), Cristo
defiende a la mujer respondiendo: «Pobres siempre los tenéis con vosotros,
pero a mí no me tenéis siempre» (Jn 12,8). Una y otra frase ofrecen motivo de gran reflexión.
Significado
del término « limosna»
2. ¿Qué
significa la palabra «limosna»?
La
palabra griega «eleemosyne» proviene de «éleos», que quiere decir compasión y misericordia;
inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y, luego, todas
las obras de caridad hacia los necesitados. Esta palabra transformada ha
quedado en casi todas las lenguas europeas:
En
francés: «aumone»; en español: «limosna»; en
portugués: «esmola»; en alemán: «Almosen»; en
inglés: «Alms».
Incluso
la expresión polaca «jalmuzna» es la
transformación de la palabra griega.
Debemos
distinguir aquí el significado objetivo de este término del significado que
le damos en nuestra conciencia social. Como resulta de lo que ya hemos dicho
antes, atribuimos frecuentemente al término «limosna», en nuestra
conciencia social, un significado negativo.
Son
diversas las circunstancias que han contribuido a ello y que contribuyen
incluso hoy. En cambio, la «limosna» en sí misma, como ayuda a quien tiene
necesidad de ella, como «el hacer participar a los otros de los propios
bienes», no suscita en absoluto semejante asociación negativa. Podemos no
estar de acuerdo con el que hace la limosna por el modo en que la hace. Podemos
también no estar de acuerdo con quien tiende la mano pidiendo limosna, en
cuanto que no se esfuerza para ganarse la vida por sí. Podemos no aprobar
la sociedad, el sistema social, en el que haya necesidad de limosna. Sin
embargo, el hecho mismo de prestar ayuda a quien tiene necesidad de ella,
el hecho de compartir con los otros los propios bienes, debe suscitar
respeto.
Vemos
cuán necesario es liberarse del influjo de las varias circunstancias
accidentales para entender las expresiones verbales: circunstancias, con
frecuencia, impropias que pesan sobre su significado corriente. Estas
circunstancias, por lo demás, a veces son positivas en sí mismas (por
ejemplo, en nuestro caso: la aspiración a una sociedad justa en la que no
haya necesidad de limosna porque reine en ella la justa distribución de
bienes).
Cuando el
Señor Jesús habla de limosna, cuando pide practicarla, lo hace siempre en
el sentido de ayudar a quien tiene necesidad de ello, de compartir los
propios bienes con los necesitados, es decir, en el sentido simple y esencial,
que no nos permite dudar del valor del acto denominado con el término
«limosna», al contrario, nos apremia a aprobarlo: como acto bueno, como
expresión de amor al prójimo y como acto salvífico.
Además,
en un momento de particular importancia, Cristo pronuncia estas palabras
significativas: «Pobres... siempre los tenéis con vosotros» (Jn 12,8). Con
tales palabras no quiere decir que los cambios de las estructuras sociales
y económicas no valgan y que no se deban intentar diversos caminos para
eliminar la injusticia, la humillación, la miseria, el hambre. Quiere decir
sólo que en el hombre habrá siempre necesidades que no podrán ser
satisfechas de otro modo sino con la ayuda al necesitado y con hacer
participar a los otros de los propios bienes... ¿De qué ayuda se trata?
¿Acaso sólo de «limosna», entendida bajo la forma de dinero, de socorro
material?
Don
interior, actitud de apertura hacia el hermano
3.
Ciertamente, Cristo no quita la limosna de nuestro campo visual. Piensa
también en la limosna pecuniaria, material, pero a su modo. A este
propósito, es más elocuente que cualquier otro el ejemplo de la viuda
pobre, que depositaba en el tesoro del templo algunas pequeñas monedas:
desde el punto de vista material, una oferta difícilmente comparable con las
que daban otros. Sin embargo, Cristo dijo: «Esta viuda... echó todo lo que
tenía para el sustento» (Lc 21,3-4). Por lo tanto, cuenta sobre todo el
valor interior del don: la disponibilidad a compartir todo, la prontitud a
darse a sí mismos.
Recordemos
aquí a San Pablo: «Si repartiere toda mi hacienda... no teniendo caridad,
nada me aprovecha» (1Cor 13,3). También San Agustín escribe muy bien a este
propósito: «Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en
el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el
corazón, aun cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu
limosna» (Enarrat. in Ps.
CXXV 5).
Aquí
tocamos el núcleo central del problema. En la Sagrada Escritura
y según las categorías evangélicas, «limosna» significa, ante todo, don
interior. Significa la actitud de apertura «hacia el otro». Precisamente
tal actitud es un factor indispensable de la «metanoia»,
esto es, de la conversión, así como son también indispensables la oración y
el ayuno. En efecto, se expresa bien San Agustín: «¡Cuán prontamente son
acogidas las oraciones de quien obra el bien!, y esta es la justicia del
hombre en la vida presente: el ayuno, la limosna, la oración» (Enarrat. in Ps. XLII 8): la
oración, como apertura a Dios; el ayuno, como expresión del dominio de sí,
incluso en el privarse de algo, en el decir «no» a sí mismos; y,
finalmente, la limosna como apertura «a los otros». El Evangelio traza
claramente este cuadro cuando nos habla de la penitencia, de la metanoia.
Sólo con una actitud total –en relación con Dios, consigo
mismo y con el prójimo– e1 hombre alcanza la
conversión y permanece en estado de conversión.
La
«limosna» así entendida tiene un significado, en cierto sentido, decisivo
para tal conversión. Para convencerse de ello, basta recordar la imagen del
juicio final que Cristo nos ha dado:
«Porque
tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber;
peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me
visitasteis; preso, y vinisteis a verme. Y le responderán los justos:
Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de
beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les
dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis
hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,35-40).
Los
Padres de la Iglesia
dirán después con San Pedro Crisólogo: «La mano del pobre es el gazofilacio
de Cristo, porque todo lo que el pobre recibe es Cristo quien lo recibe» (Sermo VIII 4); y con San Gregorio Nacianceno: «El Señor
de todas las cosas quiere la misericordia, no el sacrificio; y nosotros la
damos a través de los pobres» (De pauperum amore XI).
Por lo tanto,
esta apertura a los otros, que se expresa con la «ayuda», con el
«compartir» la comida, el vaso de agua, la palabra buena, el consuelo, la
visita, el tiempo precioso, etc., este don interior ofrecido al otro llega
directamente a Cristo, directamente a Dios. Decide el encuentro con Él. Es
la conversión.
En el
Evangelio, y aun en toda la Sagrada Escritura, podemos encontrar muchos
textos que lo confirman. La «limosna» entendida según el Evangelio, según
la enseñanza de Cristo, tiene un significado definitivo, decisivo en
nuestra conversión a Dios. Si falta la limosna, nuestra vida no converge
aun plenamente hacia Dios.
La
práctica de la limosna
4. En el
ciclo de nuestras reflexiones cuaresmales será preciso volver sobre este
tema. Hoy, antes de concluir, detengámonos todavía un momento sobre el
verdadero significado de la «limosna». En efecto, es muy fácil falsificar
su idea, como ya hemos advertido al comienzo. Jesús hacía reprensiones
también respecto a la actitud superficial «exterior» de la limosna (cf. Mt
6,2?4; Lc 11,41). Este problema está siempre vivo. Si nos damos cuenta del
significado esencial que tiene la «limosna» para nuestra conversión a Dios
y para toda la vida cristiana, debemos evitar a toda costa todo lo que
falsifica el sentido de la limosna, de la misericordia, de las obras de
caridad: todo lo que puede deformar su imagen en nosotros mismos. En este
campo es muy importante cultivar la sensibilidad interior hacia las
necesidades reales del prójimo, para saber en qué debemos ayudarle, cómo
actuar para no herirle y cómo comportarnos para que lo que damos, lo que
aportamos a su vida, sea un don auténtico, un don no cargado por sentido
ordinario negativo de la palabra «limosna».
Vemos,
pues, qué campo de trabajo –amplio y a la vez profundo–
se abre ante nosotros si queremos poner en práctica la llamada: «Arrepentios y dad limosna» (cf. Mc 1,15 y Lc 12,33). Es
un campo de trabajo no sólo para la Cuaresma, sino para cada día. Para toda la
vida.
Con mi
bendición apostólica.
JUAN PABLO II
|