|
|
JUAN PABLO II SUMO PONTÍFICE PARA PERPETUA MEMORIA L No cabe duda de
que, en la compleja historia de Europa, el cristianismo representa un
elemento central y determinante, que se ha consolidado sobre la base firme de
la herencia clásica y de las numerosas aportaciones que han dado los diversos
flujos étnicos y culturales que se han sucedido a lo largo de los siglos. La
fe cristiana ha plasmado la cultura del Continente y se ha entrelazado
indisolublemente con su historia, hasta el punto de que ésta no se podría
entender sin hacer referencia a las vicisitudes que han caracterizado,
primero, el largo periodo de la evangelización y, después, tantos siglos en
los que el cristianismo, aún en la dolorosa división entre Oriente y
Occidente, se ha afirmado como la religión de los europeos. También en el
período moderno y contemporáneo, cuando se ha ido fragmentando
progresivamente la unidad religiosa, bien por las posteriores divisiones
entre los cristianos, bien por los procesos que han alejado la cultura del
horizonte de la fe, el papel de ésta ha seguido teniendo una relevancia
importante. El camino hacia
el futuro no puede relegar este dato, y los cristianos están llamados a tomar
una nueva conciencia de todo ello para mostrar su
capacidades permanentes. Tienen el deber de ofrecer una contribución
específica a la construcción de Europa, que será tanto más válida y eficaz
cuanto más capaces sean de renovarse a la luz del Evangelio. De este modo se
harán continuadores de esa larga historia de santidad que ha impregnado las
diversas regiones de Europa en el curso de estos dos milenios, en los cuales
los santos oficialmente reconocidos son, en realidad, los casos más destacados,
propuestos como modelo para todos. En efecto, son innumerables los cristianos
que con su vida recta y honesta, animada por el amor a Dios y al prójimo, han
alcanzado en las más variadas vocaciones, consagradas o laicas, una verdadera
santidad, propagada por doquier, aunque de manera oculta. 2. En esta
perspectiva, al celebrarse 3. Naturalmente,
el panorama de la santidad es tan variado y rico que la elección de nuevos
patronos celestes podría haberse orientado hacia otras dignísimas figuras que
cada época y región pueden ofrecer. No obstante, considero particularmente
significativa la opción por esta santidad de rostro femenino, en el cuadro de
la tendencia providencial que, en En realidad, Además, el
motivo que ha orientado específicamente mi opción por estas tres santas está
en su vida misma. En efecto, su santidad se expresó en circunstancias
históricas y en el contexto de ámbitos « geográficos » que las hacen
particularmente significativas para el Continente europeo. Santa Brígida hace
referencia al extremo norte de Europa, donde el Continente casi se junta con
las otras partes del mundo y de donde partió teniendo a Roma por destino. Catalina
de Siena es también conocida por el papel desempeñado en un tiempo en el que
el Sucesor de Pedro residía en Aviñón, poniendo término a una labor
espiritual ya comenzada por Brígida, al hacerse promotora del retorno a su
sede propia, junto a la tumba del Príncipe de los Apóstoles. Teresa Benedicta de 4. La primera de
estas tres grandes figuras, Brígida, nació en una familia aristocrática en
1303 en Finsta, en la región sueca de Uppland. Es conocida sobre todo corno mística y fundadora
de Este período de su
vida familiar fue sólo una primera etapa. La peregrinación que hizo con su
marido Ulf a Roma y a Santiago de Compostela en 1341 cerró simbólicamente
esta fase, preparando a Brígida para la nueva vida que comenzó algún año
después, cuando, a la muerte de su esposo, oyó la voz de Cristo que le
confiaba una nueva misión, guiándola paso a paso con una serie de gracias
místicas extraordinarias. 5. Brígida,
dejando Suecia en 1349, se estableció en Roma, sede del Sucesor de Pedro. El
traslado a Italia fue una etapa decisiva para ampliar los horizontes de su
mente y corazón, no sólo geográficos y culturales, sino sobre todo
espirituales. Muchos lugares de Italia la vieron, aún peregrina, deseosa de
venerar las reliquias de los santos. De este modo visitó Milán, Pavía, Asís, Ortona, Bari, Benevento, Pozzuoli,
Nápoles, Salerno, Amalfi o el Santuario de San
Miguel Arcángel en el Monte Gargano. La última
peregrinación, realizada entre 1371 y 1372, la llevó a cruzar el
Mediterráneo, en dirección a Tierra Santa, lo que la permitió abrazar
espiritualmente, además de tantos lugares sagrados de En realidad, más
aún que con este devoto peregrinar, Brígida se hizo partícipe de la
construcción de la comunidad eclesial con el sentido profundo del misterio de
Cristo y de No hay duda, sin
embargo, de que al reconocer la santidad de Brígida, 6. Poco
posterior es la otra gran figura de mujer, Santa Catalina de Siena, cuyo
papel en el desarrollo de la historia de . Nacida en
Siena en 1347, fue favorecida desde la primera infancia por gracias
extraordinarias que la permitieron recorrer, sobre la vía espiritual trazada
por Santo Domingo, un rápido camino de perfección entre oración, austeridad y
obras de caridad. Tenía veinte años cuando Cristo le manifestó su
predilección a través del símbolo místico del anillo nupcial. Era la
culminación de una intimidad madurada en lo escondido y en la contemplación,
gracias a su constante permanencia, incluso fuera de los muros del
monasterio, en aquella morada espiritual que ella gustaba llamar la « celda
interior ». El silencio de esta celda, haciéndola docilísima a las
inspiraciones divinas, pudo compaginarse bien pronto con una actividad
apostólica que raya lo extraordinario. Muchos, incluso clérigos, se reunieron
en torno a ella como discípulos, reconociéndole el don de una maternidad
espiritual. Sus cartas se propagaron por Italia y hasta por Europa. En
efecto, la joven sienesa entró con paso seguro y
palabras ardientes en el corazón de los problemas eclesiales y sociales de su
época. Catalina fue incansable
en el empeño que puso en la solución de muchos conflictos que laceraban la
sociedad de su tiempo. Su obra pacificadora llegó a soberanos europeos como
Carlos V de Francia, Carlos de Durazzo, Isabel de Hungría, Luis el Grande de
Hungría y de Polonia y Juana de Nápoles. Fue significativa su actividad para
reconciliar Florencia con el Papa. Señalando a los contendientes a « Cristo
crucificado y a María dulce », hacía ver que, para una sociedad inspirada en
los valores cristianos, nunca podía darse un motivo de contienda tan grave
que hiciera preferir el recurso a la razón de las armas en vez de las armas
de la razón. 7. Catalina, no
obstante, sabía bien que no se podía llegar con eficacia a esta conclusión si
antes no se forjaban los ánimos con el vigor del Evangelio. De aquí la
urgencia de la reforma de las costumbres, que ella proponía a todos sin
excepción. A los reyes les recordaba que no podían gobernar como si el reino
fuese una « propiedad » suya, sino que, conscientes de tener que rendir cuentas
a Dios de la gestión del poder, debían más bien asumir la tarea de mantener
en él « la santa y verdadera justicia », haciéndose « padre de los pobres »
(cf. Carta n. 235 al Rey de Francia). En efecto, el ejercicio de la
soberanía no podía disociarse del de la caridad, que es a la vez alma de la
vida personal y de la responsabilidad política (cf. Carta n. 357 al Rey de
Hungría). Con esta misma
fuerza se dirigía a los eclesiásticos de todos los rangos para pedir la más
rigurosa coherencia en su vida y en su ministerio pastoral. Impresiona el
tono libre, vigoroso y tajante con el que amonesta a sacerdotes, obispos y
cardenales. Era preciso -decía- arrancar del jardín de Con igual ardor,
Catalina se esforzó después en evitar las divisiones que se produjeron en la
elección papal que sucedió a la muerte de Gregorio XI. También en aquel
episodio recurrió, una vez más, a las razones irrenunciables de la comunión.
Esta era el valor ideal supremo que había inspirado toda su vida,
desviviéndose sin reserva en favor de 8. Con Edith Stein -Santa Teresa Benedicta de Había nacido en 1891, en una familia judía de Breslau, por entonces
territorio alemán. El interés desarrollado por la filosofía y el abandono de
la práctica religiosa a la que, no obstante, había sido iniciada
por su madre, más que un camino de santidad hacían presagiar una vida bajo el
signo del puro « racionalismo ». Pero la gracia la esperaba precisamente en
las sinuosidades del pensamiento filosófico: orientada en la línea de la
corriente fenomenológica, supo tomar de ella la exigencia de una realidad
objetiva que, lejos de terminar en el sujeto, lo precede y establece el grado
de conocimiento, debiendo ser examinada con un riguroso esfuerzo de
objetividad. Es preciso ponerse a la escucha de la realidad, captándola sobre
todo en el ser humano por esa capacidad de « empatía » -palabra que tanto le
gustaba- que permite en cierta medida hacer propia la experiencia del otro
(cf. E. Stein, El problema de la empatía). En esta tensión de la escucha fue donde ella se encontró, por un lado,
con los testimonios de la experiencia espiritual cristiana ofrecidos por
Santa Teresa de Jesús y otros grandes místicos, de los cuales se convirtió en
discípula e imitadora, y por otro, con la antigua tradición del pensamiento
cristiano consolidada en el tomismo. Por este camino llegó primero al
bautismo y después a la opción por la vida contemplativa en 9. El encuentro con el cristianismo no la llevó a renegar de sus raíces
judías, sino que más bien se las hizo redescubrir en plenitud. No obstante,
esto no la libró de la incomprensión por parte de sus familiares. El
desacuerdo de la madre, sobre todo, le causó un dolor indecible. En realidad,
todo su camino de perfección cristiana se desarrolló bajo el signo, no sólo
de la solidaridad humana con su pueblo de origen, sino también de una
auténtica participación espiritual en la vocación de los hijos de Abraham,
marcados por el misterio de la elección y de los « dones irrevocables » de
Dios (cf. Rm 11, 29). En particular, Edith hizo suyo el sufrimiento del pueblo judío a medida
que éste se agudizó en la feroz persecución nazi, que sigue siendo, junto a
otras graves expresiones del totalitarismo, una de las manchas más negras y
vergonzosas de Contemplamos hoy a Teresa Benedicta de 10. «Crezca, pues, Europa! Crezca corno Europa
del espíritu, en la línea de su mejor historia, que precisamente tiene en la
santidad su más alta expresión. La unidad del Continente, que está madurando
progresivamente en las conciencias y definiéndose cada vez más netamente
también en el ámbito político, implica ciertamente una perspectiva de gran
esperanza. Los europeos están llamados a dejar atrás definitivamente las
rivalidades históricas que han convertido frecuentemente su Continente en
teatro de guerras devastadoras. Al mismo tiempo, deben esforzarse por crear
las condiciones de una mayor cohesión y colaboración entre los pueblos.
Tienen ante sí el gran desafío de construir una cultura y una ética de la
unidad, sin las cuales cualquier política de la unidad está destinada a
naufragar antes o después. Para edificar la nueva Europa sobre bases sólidas, no basta ciertamente
apoyarse en los meros intereses económicos, que si una
veces aglutinan, otras dividen, sino que es necesario hacer hincapié más bien
sobre los valores auténticos, que tienen su fundamento en la ley moral
universal, inscrita en el corazón de cada hombre. Una Europa que confundiera
el valor de la tolerancia y del respeto universal con el indiferentismo ético
y el escepticismo sobre los valores irrenunciables, se embarcaría en una de
las más arriesgadas aventuras y, más tarde o más temprano, vería retornar
bajo nuevas formas los espectros más temibles de su historia. El papel del cristianismo, que indica incansablemente el horizonte
ideal, se presenta una vez más como vital para evitar esta amenaza. También a
la luz de los múltiples puntos de encuentro con otras religiones, reconocido
por el Concilio Vaticano Il (cf. Decr. Nostra aetate), se
ha de subrayar con fuerza que la apertura al Trascendente es una dimensión
vital de la existencia. Por tanto, es esencial un renovado compromiso de
testimonio por parte de todos los cristianos presentes en las diversas
Naciones del Continente. Ellos son los que han de alimentar la esperanza de
una salvación plena, mediante el anuncio que les es propio, el del Evangelio,
esto es, la « buena noticia » de que Dios se ha hecho cercano a nosotros y,
en el Hijo Jesucristo, nos ha ofrecido la redención y la plenitud de la vida
divina. Por el Espíritu Santo que nos ha sido dado, nosotros podemos elevar a
Dios nuestra mirada e invocarlo con el dulce nombre de « Abba », «!Padre! (cf. Rm. 8, 15; Ga 4, 6). 11. Precisamente
este anuncio de esperanza es lo que he querido afianzar al indicar, en
perspectiva « europea », una renovada devoción a estas tres grandes figuras
de mujer que, en épocas diversas, han dado una aportación tan significativa,
no sólo para el crecimiento de Por esa comunión
de los santos que une misteriosamente Por tanto,
después de una madura consideración, en virtud de mi potestad apostólica,
establezco y declaro copatronas celestes de toda
Europa ante Dios a Santa Brígida de Suecia, Santa Catalina de Siena y Santa
Teresa Benedicta de Gloria a Roma, junto a
San Pedro, el día 1 de octubre del año 1999, vigésimo primero de Pontificado.
|
OCD
GENERAL