A la hora de aproximarnos a un personaje histórico, para que el intento
goce de cierta garantía, se requiere una determinada lejanía, capaz de
subsanar posibles afecciones, prejuicios o subjetivismos personales. Es la
distancia cronológica lo que hace posible el tratamiento histórico de los
acontecimientos; pero cuando esta condición no se cumple del todo, porque
el sujeto en cuestión está todavía cercano, lo que en principio podría
considerarse una ventaja, a la postre viene a ser una dificultad. Aún
resuenan los ecos del primer centenario del nacimiento de Edith Stein
(1891-1991); por tanto, nos hallamos ante una figura próxima, sin la distancia
prudente para un estudio más sereno y con menos carga de afecto y
subjetividad. Por otra parte, y atendiendo al título, el siglo XX aun no
nos ha dicho adiós, estamos inmersos en él; por eso cualquier juicio sobre
el mismo siempre llevará el carácter de la provisionalidad. Todo ello da a
entender que nos encontramos ante una falta de perspectiva adecuada que
facilite el tratamiento garantizado de un estudio sobre Edith Stein en el
siglo que se acaba.
Edith
Stein (1891-1942) pertenece de lleno al siglo XX, y no tanto porque las
fechas de nacimiento y muerte así lo avalan, sino también porque ella misma
se identificó con el discurrir de los eventos habidos en él. Leyendo sus
textos autobiográficos, Estrellas amarillas o la dilatada
correspondencia, salta a la vista la intensidad personal con la que esta
mujer vivía cuanto acontecía en su tiempo y a su alrededor. Sorprende al
atento lector el que la autora siempre sea consciente de qué lugar está
ocupando y en qué momento de la historia se halla. Esto tiene la ventaja
añadida de que hojeando las páginas biográficas steinianas,
además de asomarnos al mundo personal de Edith Stein, a la par se asiste a
un ver pasar por las mismas los acontecimientos decisivos de la historia
alemana y europea, y hasta mundial, acaecidos en la primera mitad del siglo
XX. Ciertamente que Edith Stein posee por naturaleza la habilidad de un
espíritu historiador, describe con soltura y lucidez personas y situaciones
que le salen al paso, explica hechos y recuerdos con sorprendente maestría,
tiene facilidad para prestar atención a los sucesos históricos y además
sabe interpretarlos a la luz de un sentido que va más allá de lo meramente
puntual y circunstancial. A medida que en sus relatos desgrana su evolución
personal, se van insertando en perfecta armonía los asuntos sociales y
políticos, dando lugar a una perfecta simbiosis; marchan a la par lo
familiar y lo nacional, lo íntimo y lo público, con lo que el texto sale
enriquecido, resultando más comprensible. Buena parte de la historia
alemana del siglo XX puede seguirse a partir de los relatos autobiográficos
steinianos; eso sí, es la historia vivida desde
dentro por una alemana, y que no siempre aparece en los libros
oficiales.
Estas
premisas nos llevan a acometer la tarea señalando dos partes distintas pero
complementarias en el tema que nos ocupa. La primera trata de ver dónde se
sitúa Edith Stein misma en el siglo XX; es decir, cómo afrontó ella las
vicisitudes históricas de las que fue testigo directa o indirectamente; con
otras palabras: se intenta contemplar a Edith Stein como protagonista
histórico, como hacedor involucrado de pleno en el devenir de la historia
contemporánea. El segundo apartado pretende mostrar dónde hemos de situar
nosotros a Edith Stein dentro del discurrir del siglo XX; en definitiva, es
destacar las referencias y conexiones que encuadran a este personaje en el
complejo panorama de nuestra centuria. Ambas partes se aclaran y se
enriquecen mutuamente. Quizá sea este proceder una buena clave interpretativa
de un desconcertante siglo XX; seguramente que la figura singular de Edith
Stein arroja luz para una mejor comprensión, con lo que todos saldremos
beneficiados.
1. Edith
Stein protagonista histórico.
La entera
existencia de Edith Stein rezuma pasión e intensidad; no obstante, puede
constatarse períodos singularmente significativos, que ponen mejor al
descubierto en toda su originalidad el espíritu peculiar del sujeto en
cuestión. Uno de esos momentos claves, y que de alguna manera condiciona,
orienta y explica el devenir un tanto sorpresivo de esta mujer, es la etapa
juvenil (más o menos desde los 17
a los 25 a½os, de 1908 a 1916). Es
entonces cuando, pasada ya la crisis de la adolescencia, toma decidida las
riendas de su existir para configurar, a partir de su rico mundo interior y
de los materiales circundantes que aparecen en su camino, una personalidad
bien definida que no la abandonará para el resto de los a½os.
1.1 Espíritu abierto
Es a esta
edad cuando se sacude los prejuicios y tutelas, los miedos y encogimientos,
que de manera notoria habían dominado su infancia y adolescencia. Y, cosa
curiosa, a partir de ahora la felicidad hace acto de presencia y comienza a
sentirse a gusto consigo misma. Todos sus anhelos y esfuerzos colaboran al
unísono en los objetivos señalados. Por fin puede dar rienda suelta a esa
fuerza interior que se resiste a permanecer por más tiempo recluida y
desaprovechada. El mundo intelectual se constituirá en el foco aglutinador
de sueños y proyectos, de decisiones, de cambios, de pesares y de
ilusiones, etc. Cuando la joven Edith Stein, tras la interrupción escolar
por el desconcierto de la adolescencia, regresa a los estudios, recordará
este tiempo, en expresión suya, Acomo la primera
época verdaderamente feliz de mi vida. Esto se debía a que por primera vez
también estuvieron mis energías espirituales completamente polarizadas en
un objetivo que me llenaba@. Como norma general
las satisfacciones mayores le vendrán por la vertiente intelectual; es su
ambiente, su atmósfera natural; en este campo ve su puesto, no
contemplándose otras alternativas. El relato de la etapa estudiantil y
universitaria está salpicado de expresiones delatoras de esta sintonía casi
perfecta de Edith Stein con el mundo de la cultura, y que no se verá
disturbada por más ruidos que hagan los avatares de la historia. Por citar
un ejemplo referido a los años 1914-1915 que confirme esta valoración: AA
pesar de las agobiantes preocupaciones de la guerra -escribe en sus
memorias-, aquel invierno fue el tiempo más feliz de mi estancia como
estudiante en Göttingen@.
A estas
alturas de su vida, Edith Stein cree tener claro cual es su puesto en la
historia de su tiempo, y como observadora atenta advierte la situación del
mundo que le rodea; el familiar, el estatal, y hasta el europeo y mundial.
Ha iniciado el despliegue de sus afinadas antenas, con lo que el campo de
acción es muy amplio, resultando fácil detectar la situación de las
novedades respecto al centro receptor. Si esta mujer emprendedora concibe algo
claro y convincente, ahora como en épocas posteriores, no hay fuerza mayor
que se le resista. Llama la atención, leyendo la autobiografía steiniana, las ocasiones múltiples en las que le ha
tocado adoptar decisiones arriesgadas, desconcertantes, incluso para
quienes la tratan más de cerca. Desde pequeña consideró un deber ineludible
no plegarse a nadie y obrar siempre con entera libertad; y es que Auna vez
que algo subía a la clara luz de la conciencia y tomaba firme forma
racional nada podía detenerme@, son palabras
suyas. Al paso que se avanza en la lectura de los textos parece como si la
autora ya desde edad temprana fuera consciente del puesto y destino
personales en el convulsionado devenir del siglo XX.
De manera
evidente se percibe su alergia a lo cerrado, a las estrecheces, a lo
apocado, no le van los reducionismo; es más bien
partidaria de miradas amplias, de horizontes abiertos, de proyectos a largo
plazo, de consideraciones históricas. Estimulada por una especie de
instinto natural, esta despierta mujer posee un modo peculiar de contemplar
cosas, personas y acontecimientos; de preferencia opta por lo abierto, por
el campo de dilatados horizontes; en las marchas su elección se orienta
hacia las montañas para gozar de mirada amplia a la vez que profunda; en
sus excursiones le atrae lo nuevo, lo desconocido, el riesgo, lo que está
más allá. Edith Stein posee un espíritu fuertemente oxigenado en búsqueda
constante; resulta por ello natural su inclinación y pasión por la
filosofía, como terreno idóneo para llevar a plenitud sus aspiraciones
universalistas, donde los otros, lo comunitario, juegan un papel
determinante. La filosofía, con su perspectiva de totalidad, se le antoja
como el saber a seguir (para sorpresa de los más allegados). Sus esquemas mentales
sobrepasan los férreos límites de familia, raza y nación.
A
colaborar en la tarea vendrán las lecciones de historia impartidas por el
profesor Max Lehmann en la universidad de Göttingen:
AMe gustaba -refiere la autora- su manera de
pensar, de dimensiones europeas, heredada de su gran maestro Ranke, y me sentía orgullosa de ser una discípula-nieta
del gran historiador@. Con relativa frecuencia
aparece una y otra vez su aplicación a esta asignatura; hasta tal punto que
su maestro Edmund Husserl, un tanto celoso, temía que su alumna prefiriese
el doctorado en historia en lugar de en filosofía. La afición por el saber
histórico no se reduce al ámbito escolar o al mero trámite académico; hunde
sus raíces, por el contrario, en la firme convicción de que la historia es
algo vivo, algo que se está haciendo ahora y de lo que cada uno es
responsable. Con otras palabras: Edith Stein se considera a sí misma
protagonista histórico de la
Europa del siglo XX. Detrás de cada acontecimiento están
sujetos humanos que lo sostienen y explican, aspirando a unirse
conscientemente a ellos.
A medida
que la joven universitaria analiza los textos, advierte que la historia no
puede ser sólo lanzar la mirada a un pasado inmortalizado en las páginas de
los libros; la historia no es tanto conocer cuanto participar activamente
en el presente. En la concepción steiniana la
marcha de la historia no es algo que se impone sin más, un sino ineludible,
antes que nada es un quehacer cuya responsabilidad compete a todos, quieran
o no. Por activa o por pasiva todo sujeto está implicado en el devenir
histórico. Edith Stein optó por ser actor, protagonista, en lugar de dejar
pasar los acontecimientos en actitud fatalista. Llama la atención el que
las preferencias intelectuales de esta joven -cuando entre los judíos el
aspecto pragmático tiene fuerza resolutiva-, se orienten hacia ciencias
teóricas (psicología, filosofía, historia...); mas esto no debe llevarnos a
engaño. Edith Stein vivía atenta a la realidad, y si elige estas materias
es porque detrás se esconden intereses prácticos, como son las cuestiones
vitales que todo ser humano se plantea. Lo dicho vale también para la
ciencia histórica, ya que según ella, Aeste amor
por la historia no era en mí un simple sumergirme romántico en el pasado.
Iba unido estrechamente a una participación apasionada en los sucesos
políticos del presente, como historia que se está haciendo@.
Y sabemos las consecuencias que se derivan en esta mujer cuando se decide
por algo. De aquí que la visión que del siglo XX nos ofrece Edith Stein
lleva la impronta de sujeto comprometido con la misma, atento a cuanto
sucede más allá del reducido círculo individual. Exponente de la atención
prestada a la historia presente será, por ejemplo, la lectura regular de
periódicos, y además liberales. Así pues, la filosofía y la historia se
aliarán a la hora de concebir Edith Stein su cosmovisión, su Weltanschauung, en la que ella misma queda
comprendida.
Pronto
advirtió el peligro que encierran las miradas unilaterales y los raquitismos
intelectuales o el solipsismo; si asoman dichos momentos en su mundo,
automáticamente se ponen en guardia los resortes de Edith Stein advirtiendo
de las consecuencias no deseadas. Después de todo, si la filosofía es ese
saber con mirada universal, dentro de la misma la universitaria intuye que
en la modalidad fenomenológica se encuentra el proceder más idóneo para
salir de su yo a la par que acceder a los otros, para liberarse del
restringido egoísmo y asomarse al ancho mundo de la intersubjetividad.
Resulta curioso notar el talante que dominaba en los discípulos de Edmund
Husserl, con su ambiente de familia y de confianza sincera, dispuestos
siempre a compartir proyectos; muy distinto si se compara con el espíritu
encogido y desconfiado de los estudiantes de psicología contemporáneos de
Edith Stein. ANosotros, los fenomenólogos
-refiere ella misma-, nos reíamos de todo este secreto y nos sentíamos
satisfechos de nuestro libre intercambio de ideas. No teníamos ningún miedo
a que uno pudiera atrapar las conclusiones de otro@.
Así va Edith Stein por la vida, así va configurando su pensar, y desde esta
plataforma contempla el mundo de su tiempo, el de la primera mitad del
siglo XX.
El mundo y
el tiempo en el que Edith Stein se desenvuelve, en el que se sitúa
conscientemente y que a la vez analiza, tiene de preferencia un nombre
propio: la Alemania
de las guerras y entreguerras, convertida por entonces en el epicentro que
hará temblar a Europa y parte del mundo. Es el periodo en el que el viejo
continente, recalentado en sus entrañas, terminará por arrojar auténtico
fuego arrasador, cuyas consecuencias inmediatas fueron millones de muertos,
paisajes desoladores, fronteras artificiales, horizontes nuevos y un trazo
de la historia europea a estrenar. En medio de estas vicisitudes, y a pesar
de ellas, Edith Stein no renunciará jamás a considerarse alemana; más bien
al contrario, se siente insertada de pleno derecho en el devenir de esta
nación, conservando siempre muy vivo el deber de agradecer los beneficios que
de ello se derivan. En consonancia con el espíritu ético de este mujer,
confesará: AAl lado de las convicciones puramente
teóricas nació, como personal motivo, un profundo agradecimiento para con
el Estado que me había dado el derecho de ciudadanía académica y con ello
la libre entrada a las ciencias del espíritu de la humanidad@.
Edith Stein unirá, por tanto, su destino al de la Alemania de nuestro
siglo, y por extensión a la
Europa contemporánea. Esto no será óbice para que con el
paso del tiempo, sin renunciar al destino citado, se identifique con otro:
con el del pueblo judío, y por conversión, con el de la Iglesia católica. Una
buena muestra de la no exclusión de ambos destinos, puede comprobarse
leyendo el curriculum que Edith Stein misma aporta en la
presentación y publicación de su tesis doctoral; en él se tropieza con esta
afirmación: ASoy ciudadana prusiana y judía@.
Para
advertir cómo interpreta Edith Stein el devenir histórico y en qué instante
del siglo XX se halla por entonces, baste con leer la excelente carta
dirigida a su hermana Erna el 6 de julio de 1918.
Han pasado cuatro años de guerra, el final parece no llegar (en un
principio se pensaba que sería cosa de unos meses) y el desencanto va
dejando huella también en los componentes de la familia. A este oscuro
panorama que parece dominar a los suyos, la joven filósofa opone su Weltanschauung, su visión del proceso histórico
(un tanto hegeliano), donde lo que importa es el todo y el final, que es lo
que da sentido a lo particular y a los instantes precedentes. Dice entre
otras cosas la carta:
Freiburg,
6.7.1918
Mi
querida Erna:
.... Me
duele mucho encontrar en ti y en Rose expresiones tan pesimistas.
Gustosamente quisiera transmitiros algo de lo que a mí, después de cada
nuevo golpe, me da nueva energía. Solo puedo deciros que, después de cuanto
he aguantado en el último año, doy un sí a la vida con más decisión que
nunca. Te envío un artículo de Rathenau para que
veas que sobre las perspectivas de la guerra otras personas piensan poco más
o menos como yo. Ciertamente, a veces creo que hay que hacerse a la idea de
que una no va a ver el fin de la guerra. Aún entonces no hay que
desesperarse. Lo que hay que hacer es no limitarse únicamente al trocito de
vida que abarca nuestra vista, y mucho menos a aquello que clarísimamente
está en la superficie. Es muy seguro que nos encontramos en un punto
crítico dentro del desarrollo del espíritu humano, y no hay que quejarse si
la crisis dura más de lo que cada uno en particular desearía. Todo lo que
ahora es tan horrible, y que yo, desde luego, no quiero disimular, es el
espíritu que debe ser superado. Pues el nuevo espíritu está ya ahí y, sin
lugar a dudas, terminará por imponerse. Lo tenemos muy patente en la
filosofía y en los inicios del nuevo arte: el expresionismo... Lo bueno y
lo malo, el conocimiento y el error están mezclados en todas partes, y cada
uno ve en sí mismo sólo lo positivo y en los demás sólo lo negativo,
trátese de pueblos como de partidos. Esto desencadena una espantosa confusión,
y quién sabe cuándo aparecerá otra vez algo de calma y claridad. En todo
caso, la vida es demasiado complicada como para poder arremeter contra ella
con un plan de mejora del mundo, por bien pensado que esté, y como para
poder imponer a dicho plan el camino que, de forma definitiva e inequívoca,
ha de seguir.... Sólo quisiera inculcarte la confianza de que el
desarrollo, cuyo curso nosotros presentimos sólo muy limitadamente y mucho
más limitadamente podríamos determinar, a fin de cuentas es algo bueno.
....
Saludos cordiales y besos, tuya Edith.
Aquí
tenemos pues toda una lección de filosofía de la historia, y que sirve muy
bien para situar la vida y el pensamiento de Edith Stein. Y esto que vale
para 1918, recobrará tristemente actualidad en sucesos posteriores. Mas el
optimismo steiniano permanecerá imperturbable; en
un primer momento por su confianza en los hombres y en el espíritu que lo
habita, más tarde, por su fe en la gracia y en el poder de Dios.
2.2 Al servicio de la
humanidad
Edith Stein
se ve a sí misma alemana por los cuatro costados, y como tal trata de
orientar su existencia. Seguramente que hay más de sentimiento afectivo que
de pura descripción geográfica al referirse a una excursión por las colinas
que rodean a Göttingen: ACuando
contemplábamos el valle desde arriba, me sentía en el corazón de Alemania@. Se confesará patriota, orgullosa de su
nación, pero sin caer en el reducionismo
nacionalista; le resulta insoportable la indiferencia de los estudiantes y
el escaso espíritu comunitario de los suyos. Quizá pueda decirse que el
sentido de pertenencia familiar de Edith Stein se fue debilitando en la
misma proporción en que aumentaba su conocimiento y experiencias sociales,
hasta llegar a trasladar las referencias familiares a los intereses
nacionales: el amor y la filiación salen del reducido círculo doméstico,
pasando a dominar las relaciones estatales. La nueva mentalidad es evidente
ya en la joven universitaria, cuando advierte: ATodas
las pequeñas bonificaciones que nos garantizaba nuestra tarjeta de
estudiantes... las veía yo como un cuidado amoroso del Estado para con sus
hijos predilectos y despertaban en mí el deseo de corresponder más
agradecidamente al pueblo y al Estado mediante el ejercicio de mi profesión@. Por circunstancias de la historia, no sólo
con la actividad docente, sino también con la prestación voluntaria de sus
servicios como enfermera compensará los desvelos del papá-estado
hacia la ciudadana-hija.
Edith
Stein piensa en categorías sociales y nacionales, pasando por alto otro
proceder, aunque provenga de los suyos. En caso de conflicto optó por los
intereses comunitarios frente a las ataduras sanguíneas. Un dato elocuente,
que pone de manifiesto lo arraigado de la mentalidad steiniana
lo hallamos en la tensa conversación mantenida con su madre ante la
decisión de la hija menor de marcharse al hospital militar durante la
primera guerra mundial: AMe dijo con toda
energía: >No irás con mi consentimiento=. A lo que yo repuse
abiertamente: >En ese caso tendré que ir sin tu consentimiento=. Mis
hermanos asintieron a mi dura respuesta. -Y comentará la menor: Mi madre no
estaba acostumbrada a una resistencia semejante@.
Los intereses históricos comunitarios prevalecieron sobre la actitud
proteccionista y egoísta de la madre. Edith Stein tiene claro que no es el
>yo= quien rige el destino de los pueblos, sino que es el >nosotros=
quien toma las riendas al identificarse con la causa común.
Dado el
penetrante espíritu de Edith Stein, son pocos los acontecimientos del siglo
XX que le pasan inadvertidos, siendo todos considerados desde la
perspectiva arriba referida: el interés común ha de prevalecer sobre lo
individual; el quehacer histórico exige la inmolación de los sujetos
particulares, los cuales han de aportar lo mejor de sí mismos. Como la
reina Ester del Antiguo Testamento intercede por todos y ofrece su vida por
la salvación de su pueblo. Con pocos años había caído en la cuenta de que
su existencia habría de llenarse de fuertes contenidos, y que, por tanto,
debería acompasar su ser y pensar a esa aspiración. AEn
mis sueños -nos narra en su autobiografía- veía siempre ante mí un
brillante porvenir. Soñaba con felicidad y gloria, pues estaba convencida
de que estaba destinada a algo grande y que no pertenecía en absoluto al
ambiente estrecho y burgués en el que había nacido@.
Este mismo modo de ver el mundo y la historia, así como las exigencias que
de ello se derivan, sale a relucir con fuerza con ocasión del estallido de
la guerra de 1914. En ese momento crucial para ella y para el mundo, llega
a la siguiente conclusión: Ahora mi vida no me pertenece, me dije a mí
misma. Todas mis energías están al servicio del gran acontecimiento. Cuando
termine la guerra, si es que vivo todavía, podré pensar de nuevo en mis
asuntos familiares@. Una vez más considera tan
evidente cuál ha de ser su lugar en este momento clave, que no hay lugar a
la menor duda: los intereses comunes mandan sobre los particulares; en
consecuencia interrumpe los estudios, poniéndose a disposición de la causa
común: la guerra mundial. Todo lo demás queda en un segundo plano
(incluidos familia, amigos, libros, tesis...). Y es que Ael
examen [de licenciatura programado] me parecía -y es expresión steiniana- algo ridículamente sin importancia, en
comparación con los acontecimientos que vivíamos y que, como es lógico, nos
mantuvieron aquellos meses en tensión@. Con
parecido espíritu y no menor entrega vivirá los antecedentes y el estallido
de la segunda guerra mundial, aunque en este caso, su protagonismo adquiera
un cariz del todo original. Ya en 1933 era consciente del peligro que se
cernía sobre su pueblo y cuál debería ser su actitud: cargar con la cruz en
nombre de todos.
Puede ser
que los sucesos bélicos sorprendan a Edith Stein, mas no le hacen variar en
su modo de concebir el mundo; también esos momentos son interpretados en la
misma clave que todo el resto: en la visión amplia de la marcha histórica
de la humanidad, a la que cada sujeto contribuye del mejor modo que puede.
Ya antes de las guerras, la existencia de Edith Stein estaba presidida por
una máxima que ella misma formuló y que trató de llevar en toda ocasión a
la práctica; reza así: AEstamos en el mundo para
servir a la humanidad@. En esta fórmula queda
reflejado certeramente la fuerza espiritual que animaba siempre el pensar y
el actuar de esta gran mujer: como estudiante, como profesora, como
pedagoga, como cristiana, como religiosa carmelita, como perseguida, como
mártir... En toda ocasión supo anteponer los intereses ajenos a los
propios, y ahí descubrir su lugar idóneo y su aportación a la historia del
siglo XX; como en ese gesto tan steiniano en el
campo de concentración, cuando ante tanto dolor y desolación de sus
congéneres, olvidándose del suyo, escribe a la madre superiora de Echt: AAquí hay muchas
personas que necesitan un poco de consuelo, y esperan recibirlo de las Hermanas@.
Desde la
perspectiva de Edith Stein, en la que el espíritu de solidaridad y de
responsabilidad social constituyen los materiales del quehacer histórico,
todos los seres humanos son necesarios y sus aportaciones imprescindibles
para la buena marcha de la historia; de lo contrario aparecerán vacíos o
desvíos que entorpezcan el avance de la humanidad. La historia es un
quehacer de todos. No es de recibo, por tanto, el refugio en la
indiferencia ante las cuestiones comunitarias. Edith Stein es consciente de
las limitaciones propias y ajenas, pero también está convencida de que
aunando fuerzas, el influjo es mayor, y hasta puede cambiarse y acelerarse
el ritmo de la historia. Esta mujer en modo alguno se arredró ante
adversidades, ni entraba en sus cálculos la resignación fatalista, hasta
llegar a confesar: AExperimentaba una especie de
placer deportivo en emprender lo aparentemente imposible@;
creía firmemente en la posibilidad del ser humano para superar adversidades
y construir su mundo. Nunca le abandonó el espíritu decidido y valiente,
capaz de afrontar empresas arriesgadas; jamás se echó para atrás, porque
era consciente de cuál era su lugar y de lo transcendente del mismo. AEl mundo podía ser malo, pero si nosotros poníamos en
pie todas nuestras fuerzas -escribe refiriéndose a 1912-, el peque½o grupo de amigos en el que podía confiar, y yo
con ellos, entonces venceríamos a todos los >demonios=@. La esperanza en
tiempos mejores sostuvo en todo momento el ánimo de Edith Stein. A pesar de
los negros nubarrones que se cernían sobre la Europa del siglo XX, su
mirada alcanza también al foco solar capaz de disiparlos.
Así pues,
tanto su vida como su muerte, estuvieron marcados por acontecimientos
históricos que hizo suyos, bien para favorecerlos o bien para rechazarlos.
Cabría hablar de la actitud militante de Edith Stein frente al discurrir de
la historia de nuestro siglo XX. Estos no son más que algunos apuntes que nos
ponen al descubierto la advertencia plena que de la historia presente
poseía Edith Stein. Es aquí donde cabe situar su existencia, y desde aquí
se torna más comprensible su pensar y su legado.
2. Edith
Stein en el siglo XX
En la
carta anteriormente referida, Edith Stein daba cuenta del momento crítico
por el que está atravesando el espíritu de la humanidad. El siglo XX es
heredero de una centuria de enormes avances técnicos e industriales, que en
buena medida se beneficiaron de las tendencias positivistas dominantes, y
que a su vez, las favorecieron. Es consciente en 1918 de que tanto el
materialismo como el naturalismo están ya superados y de que algo nuevo ha
de emerger. Uno de los exponentes de la nueva era bien podría ser el
despegue poderoso que se lleva a cabo de las así denominadas Ciencias
del Espíritu (frente a las Ciencias de la Naturaleza).
No debe
olvidarse el principio de que la persona es más importante que su obra.
Esta aseveración no implica la descalificación de la producción escrita, sino
que quiere confirmar la inclusión y el influjo mutuo hasta la
identificación: la obra forma parte de la vida, de la persona. Atendiendo a
este supuesto, bien puede calificarse a Edith Stein de caja de resonancia
de las voces capitales que configuran el siglo XX, al menos en su primera
mitad. En el apartado anterior se expuso su atención hacia los sucesos
históricos y la interpretación que de los mismos hacía; en este segundo se
quiere poner de manifiesto las coordenadas culturales en las que cabe situar
a esta mujer; con ello se caerá en la cuenta de lo atenta que estuvo
también a las manifestaciones del espíritu.
Alguien,
que trató de cerca a Edith Stein, el jesuita Erich Przywara,
escribía en 1955: "Edith Stein en su profundidad singular es símbolo de
la auténtica situación intelectual de hoy. En el instinto más interior de
su raza fue siempre consciente de que Abraham, el padre de paganos y de los
judíos, procedía de la asiática Ur en Caldea, así también todo su pensar
estuvo orientado al Occidente racional. Como carmelita, igualmente por
instinto, puso su morada en el Monte Carmelo, al mismo tiempo que fue su
ley la medida y medio del Occidente benedictino. Casi se podría
decir que tuvo el espíritu de una española, pues la grandeza de España
radica en el encuentro y mezcla de Oriente y Occidente... Justamente este
posicionamiento entre Oriente y Occidente impide captar la profundidad
singular de la figura y de la obra de Edith Stein. En el futuro Edith Stein
quedará como símbolo".
Algo
parecido se oyó de labios de Juan Pablo II en la ceremonia de Beatificación
de Edith Stein, el 1 de mayo de 1987 en Colonia: "Nos inclinamos
profundamente ante el testimonio de la vida y la muerte de Edith Stein, la
hija extraordinaria de Israel e hija al mismo tiempo del Carmelo. Sor María(?) Teresa de la Cruz, una personalidad que reúne en su rica
vida una síntesis dramática de nuestro siglo. La síntesis de una historia
llena de heridas profundas que siguen doliendo aún hoy, pero que hombres y
mujeres con sentido de responsabilidad se han esforzado y se siguen
esforzando por curar; síntesis al mismo tiempo de la verdad plena sobre el
hombre, en un corazón que estuvo inquieto e insatisfecho hasta que
encontró descanso en Dios".
Lo que
ponen de manifiesto ambos testimonios es que la figura de Edith Stein es el
punto de coincidencia de múltiples tradiciones, corrientes filosóficas,
históricas, religiosas, etc. Acercarnos a esta mujer es como si
estuviéramos ante una especie de arco armonioso y original elaborado a partir
de dovelas provenientes de los lugares más dispares; mas el resultado en su
conjunto sería una obra de arte. Esto adquiere singular aplicación referido
al área de su pensamiento.
Utilizando
un símil tomado del mundo de la naturaleza, escribe un autor: "Comparado
a un árbol vivo, la filosofía de Edith Stein tendría las raíces en el suelo
inamovible de los antiguos (Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás...), el
tronco en el aire libre de la fenomenología (Husserl, Heidegger, Scheler...) y las ramas en el cielo azul que evoca la
magnificencia del Dios creador (J. Maritain, E. Przywara,
Santa Teresa de Avila)". No falta quien la
incluya en la lista de pensadores judíos al lado de Maimónides, Herman
Cohen, Edmund Husserl...
Esta
multiplicidad de fuentes, influjos, referencias, proyecciones, etc.,
encajan perfectamente con el planteamiento filosófico de Edith Stein. Es
propio de la filosofía indagar la verdad, aceptando que ningún sistema la
posee en su perfección; de aquí la necesidad de auscultar nuevos horizontes
y de servirse de cuanto se ofrece a la reflexión.
Pasamos a
reseñar aquellas escuelas y tendencias dominantes en centroeuropa
y, que queriéndolo o no, consciente o menos, influyen en la forja de la
figura de Edith Stein. Las ideas y los principios no sólo se aprenden en
las aulas, con frecuencia éstas modelan a los individuos por el simple
hecho de formar parte de una sociedad en la que están vigentes tácita o
abiertamente. Es lo que se denomina el Zeitgeist
(espíritu de la época), y que Edith Stein supo advertir en las múltiples
manifestaciones a lo largo de nuestra centuria, lo que ayuda a encuadrar a
esta mujer en el siglo XX.
a)
Resonancias ateas. El
siglo XX se abre con la muerte de Nietzsche, uno de los pensadores más
influyentes en las generaciones de los tiempos modernos. Se propuso llevar
a cabo una auténtica revolución filosófica, invirtiendo los valores y
principios vigentes hasta entonces. Tal vuelco tiene su expresión máxima en
la proclamación de la muerte de Dios. Hay que decir que el siglo XX
entra ateo en la historia. En realidad lo que aquel loco se atrevió a
gritar en la plaza pública, era desde hace siglos verdad implícita tanto
del saber científico como filosófico.
Tanto en
la vida como en la obra de Edith Stein hacen acto de presencia actitudes
agnósticas, de ausencia de Dios; no lo necesita, y hasta puede que le
estorbe en sus decisiones más personales. Son los ecos del nihilismo
nietzscheano presentes en buena parte de la juventud alemana. Algo de esto
se deja traslucir en su autobiografía. Narrando ciertos momentos acaecidos
en torno a los 15 años, cuando la libertad pugna por tomar asiento en la
personalidad todavía en ciernes, escribe: "Ya he contado cómo perdía
mi fe infantil y cómo, casi al mismo tiempo, comencé a sustraerme, como persona
independiente a toda tutela de mi madre y hermanos". La madre
juega el papel sucedáneo divino
b)
Aportaciones fenomenológicas. De manera del todo consciente se incorpora Edith Stein a la
corriente fenomenológica. "Yo estaba ya convencida de que Husserl era
el filósofo de nuestro tiempo", afirma sin vacilación. En parte,
desemboca en este movimiento por el desencanto que probó al estudiar la
psicología. Es en la
Fenomenología y a la sombra de su fundador, donde Edith
Stein se forma como filósofa. Una y otra vez salta a la vista en los
relatos autobiográficos la simpatía y la satisfacción de la joven
universitaria ante este nuevo modo de ver el mundo y las cosas en él
contenidas. El atractivo fue grande, y el enriquecimiento no será menor. Se
identifica plenamente, hasta quedar configurado su pensamiento por el
espíritu fenomenológico. Se convertirá en impronta indeleble, por más que
asimile con el paso del tiempo otras escuelas. La conversión al Catolicismo
no supuso la renuncia a la fenomenología. Cuando en 1936, redacta su obra
filosófica Endliches und
ewiges Sein (Ser
finito y ser eterno) desde la celda carmelitana, recordará que su
patria filosófica es la escuela de Husserl y que su lengua materna continúa
siendo la de los fenomenólogos.
Pues bien,
dentro del movimiento fenomenológico, la importancia de Edith Stein va
concedida a las aportaciones sobre el mundo intersubjetivo,
cuestión básica para superar el eterno problema del solipsismo. Su primera
producción filosófica está centrada en aplicar la reducción fenomenológica
a ese momento en que dos sujetos son capaces de converger tanto, que la
vivencia de uno es integrada en la experiencia del otro. No se trata sino
del fenómeno de la empatía, fenómeno que va más allá del simple
acuerdo o sintonía de criaturas -éste sería el nivel de la simpatía-,
mientras que aquél afecta al núcleo más íntimo de la persona, su querer y
sentir. Esta capacidad de comprensión de la experiencia ajena estaría a la
base de la sociabilidad humana. Porque podemos comprendernos podemos
convivir y establecer relaciones intra-personales.
El elemento que vehicula esta experiencia es la corporeidad; no el cuerpo
material (Körper), sino el cuerpo animado
(Leib).
c) En
sintonía con el Existencialismo. Algunos de los pensadores que simpatizaron con la fenomenología,
pertenecen también a otro movimiento filosófico, típicamente europeo y que
tiene su apogeo en el período de entreguerras; se trata del
existencialismo. Este modo de pensar es el fiel reflejo de la situación
histórica que padece el viejo continente. El tema central y único es el
hombre, pero el hombre arrojado al mundo y zarandeado por las experiencias
más absurdas. La fenomenología será el mejor método de análisis y de
expresión de ese tipo de existencia humana. A medida que se configura el
pensamiento steiniano, también aflora con más
claridad el eje central en torno al cual gira su reflexión, y que no es
otro que el hombre. Concluida la tesis doctoral en 1916, dirá: "Pero a
partir de aquí yo había continuado hacia algo que llevaba muy dentro en el
corazón y que continuamente siguió asaltándome en mis posteriores trabajos.
Se trataba de la estructura de la persona humana"; esta va a ser la
constante en la investigación steiniana, su leitmotiv.
Dicha preferencia no hace sino constatar su sintonía con ese movimiento
fuertemente sentido en centroeuropa: el
existencialismo. La actitud que adopta Edith Stein frente a esta cuestión
aparece más serena y positiva que la ofrecida por algunos coetáneos suyos,
caso por ejemplo de Heidegger. Critica duramente los análisis que del
hombre (del Da-sein) lleva a cabo este pensador,
por tildarlo de ser-arrojado, o ser-para-la-muerte, y cuya
vivencia más originaria del mismo la otorga la angustia.
El hombre steiniano no está demás, sin sentido, sobre la
tierra; más bien su misma naturaleza, sus constitutivos, testimonian la
alta vocación a la que está destinado. Habría que hacer referencia a las
experiencias empáticas de quienes viven ilusionados y además lo transmiten.
Posee la persona en la visión de Edith Stein, aunque sea sólo en germen, el
potencial suficiente para alcanzar una vida en plenitud, y que acabará por
identificar con la unión divina.
d) En
el mundo neotomista. Digno de tener en cuenta, para
comprender el pensamiento centroeuropeo en las primeras décadas del siglo
presente, es el movimiento neoescolástico,
sostenido y animado entre otros documentos por dos encíclicas: Aeterni Patris
(1897) de Leon XIII y Pascendi
(1907) de Pío X. Ambos documentos exhortan a recurrir sobre todo a Santo
Tomás. Con ello se pretendía salvaguardar el pensar católico de los
peligros del modernismo; sin embargo, esta postura traerá como consecuencia
una ruptura más profunda entre cultura e Iglesia. El resurgir del
neotomismo alcanzó un fuerte florecimiento en algunas naciones
centroeuropeas.
Estuvo
atenta Edith Stein al movimiento neoescolástico
en el seno de la
Iglesia Católica. Según confesión propia, considera que
su aportación principal ha de ser la de servir de puente entre dos mundos:
el mundo tomista y el pensar moderno. Un primer intento sería el estudio
Husserls Phänomenologie
und die Philosopie des Hl. Thomas v. Aquino (La
fenomenología de Husserl y la filosofía de santo Tomás de Aquino), de
1929; un segundo es la traducción llevada a cabo del tratado De Veritate de Santo Tomás en los años 1931-1932; el
tercero lo constituiría su participación al Congreso Tomista de Juvisy, en 1932, en el que se perseguía un acercamiento
a la fenomenología; el cuarto es su gran obra Ser finito y ser eterno,
escrita en 1936. La aproximación de estas dos cosmovisiones no estuvo
motivada exclusivamente por motivos de coincidencia cronológica; pesan
también semejanzas temáticas e influjos mutuos.
En el
debate sobre la existencia o no de una filosofía cristiana,
reactivada en los años 30 de nuestro siglo, Edith Stein aboga por el
recurso a cuantas fuentes aporten datos. Razón y fe, lejos de excluirse,
muy bien están llamadas a colaborar, son medios legítimos del conocer
humano. El principio que adopta Edith Stein queda formulado de la siguiente
manera: "El filósofo que no quiere ser infiel a su finalidad de compreder el ente hasta sus últimas causas, se ve
obligado a extender sus reflexiones en el campo de la fe, más allá de lo
que le es accesible naturalmente@. Dicho de otro
modo: "Una comprensión racional del mundo, es decir, una metafísica...
sólo puede ser alcanzada por la razón natural y sobrenatural
conjuntamente". El resultado de esta colaboración sería el perfectum opus rationis.
e) El
puesto de la mujer. Al
querer destacar la importancia de Edith Stein, no es posible pasar de largo
ante el tema de la mujer. Cuanto aporte sobre la misma hay que encuadrarlo
dentro de la sensibilidad reinante acerca de la cuestión femenina y al hilo
del interés antropológico, dominante en su pensamiento. Ofrece su grano de
arena para que se profundice adecuadamente en el debate y para que el
resultado sea el más gratificante para todos. Es digno de alabar el
proceder steiniano en el referido tema. Como
fenomenóloga le interesa clarificar ante todo estos dos interrogantes
básicos: )Qué somos nosotras? y )qué debemos ser?.
El punto
de partida será, pues, caer en la cuenta de la estructura que constituye a
todo ser humano, y a partir de ahí, proceder a defender y desarrollar
cuanto de específico cualifique a la mujer. En Edith Stein se excluye tanto
el revanchismo como la pasividad. Lo que la mujer ha de ser, no lo ha de
conseguir en virtud de concesiones de los tiempos modernos, sino por
exigencias del despliegue de la naturaleza propia del ser femenino; no es
por comparación con el varón, sino por prestar atención a lo suyo, como la
mujer logra ser lo que debe ser.
En este
quehacer Edith Stein otorga papel decisivo a la educación; de aquí sus
desvelos y esfuerzos por dotarle de aquellos elementos que faciliten la
tarea pedagógica dirigida a las jóvenes. Tres ideas claves habrían de estar
presentes en el proceso formativo de la mujer: la educación armónica e
integral de todo el ser humano, el cuidado de lo peculiar femenino y la
atención al elemento religioso,
Abogará
también por una mayor y más cualificada presencia de la mujer tanto en la
familia, como en la vida social y en la Iglesia.
f) En
defensa de lo espiritual.
En el tema de la espiritualidad destacamos la significación de Edith Stein
en algunos temas concretos. Merece la pena destacar el escrito breve Das
Gebet der Kirche (La oración de la lglesia)
por lo oportuno y clarificador. Frente al reducionismo
litúrgico que se pretendía imponer en la Iglesia a partir de los años '20, Edith Stein
defiende la necesidad de la celebración pública (oficial), mas no
debe ser a expensas de minusvalorar la oración personal y silenciosa (privada).
Modelo de oración fue y sigue siendo Cristo, quien además de acudir al
templo y sinagoga, se retiró al monte y al desierto a orar a solas con su
Padre Dios. Y por otra parte, no conviene poner límites ni trabas al
Espíritu Santo, quien constantemente crea nuevas formas de expresión religiosa.
La
aportación de Edith Stein en el campo de la espiritualidad se debe ante
todo a su último legado Kreuzeswissenschaft
(Ciencia de la Cruz).
Es una interpretación de la vida y doctrina de San Juan de la Cruz desde la perspectiva
que arroja la sabiduría de la
Cruz, que no es sino el Evangelio mismo. El mérito radica
en haber sabido elegir el símbolo de la Cruz, y a partir de él, hallar la síntesis
del caso Juan de la Cruz
(Vida-Obras). Desde la Cruz
explica las noches sanjuanistas del sentido y del espíritu, la noche activa
y la noche pasiva; la cruz es quien transforma y enciende al alma humana y
quien la dispone para la unión con Dios.Toda esta
temática es considerada como evolución natural del ser del hombre.
En el fondo, toda persona es místico potencialmente; encierra en sí la
semilla capaz de desplegarse hasta alcanzar las cimas de la contemplación
más subida.Edith Stein está convencida de que,
quienes mejor han experimentado el mundo interior, quienes más han
profundizado en sus pliegues, y quienes con más claridad han sabido
transcribirnos dichas experiencias, han sido los místicos. Es por ello por
lo que se apoya en los textos de los maestros carmelitas para defender la
riqueza que toda persona encierra. No estamos huecos, sino habitados por un
alma, regida por un yo, y en cuyo centro está la sede de la libertad y el
punto de unión con Dios.Al adentrarse en el reino
del espíritu del hombre, halla una estructura, unos componente, un
dinamismo y unos principios; todo lo cual permite que la aspiración a la
unión con Dios no resulte ni un privilegio de lo alto ni una aventura
arriesgada de las criaturas. La misma naturaleza humana no sólo posibilita,
sino que estimula este anhelo. A un cierto momento dejará escrito:
"Dios ha creado las almas para sí. Dios quiere unirlas a Sí y
comunicarles la inconmensurable plenitud y la incomprensible felicidad de
su propia vida divina, y esto, ya aquí en la tierra. Esta es la meta hacia
la que las orienta y a la que deben tender con todas sus fuerzas". El fin
natural -originario- del hombre es la amistad con Dios; a esta sublime
misión debe la existencia el ser humano.
Todo este
amplio abanico de maneras de pensar se abría a la mirada atenta de Edith
Stein. Entrará en contacto con unos más que con otros, pero todos los
citados dejarán huella en esta mujer. Mas no hay que quedarse con el
carácter receptivo ante lo que se le ofrece, también supo aportar
originalidad al mundo cultural moderno.
A modo de
conclusión: Edith Stein es una gran mujer y reconocida figura de nuestro
siglo; entre otras cosas porque no se permitió que la vida transcurriese
delante de ella, cual espectador desocupado que se sienta a ver pasar la
vida. No. Edith Stein es una de esas criaturas que tomó desde joven las
riendas de su mundo personal para ser protagonista del mismo. Se ha forjado
a pulso su existir y su pensar; nada se le regaló. Buscó hasta encontrar,
pugnó por vencer y convencer. Tenía de sí una alta estima y se esforzó por
mantenerla y justificarla, incluso se molestó para que otros también la
alcanzasen. Tanto su vida como su obra son de una rabiosa importancia y
actualidad para nosotros, personas, cristianos, religiosos... de finales
del siglo XX.
|