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ADVIENTO
2010 P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
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HISTORIA DEL ADVIENTO. El
término Adviento tuvo primero un uso teológico, que indicaba la venida del
Señor al final de los tiempos (en griego Parusía, en latín Adviento). Sólo en
un segundo momento, adquirió un significado específicamente litúrgico (las cuatro
semanas previas a Navidad). Detengámonos brevemente en su historia, para
comprender mejor sus contenidos. LOS ORÍGENES. Al
principio, A partir del s. IV se generalizó la celebración de Cuando el Adviento fue asumido por la liturgia romana, en el s. VI, ya
había adquirido un paralelismo con Junto a la tensión escatológica, el Adviento heredó de Evocación de los tiempos anteriores a la encarnación. Parece ser que fue
San Gregorio Magno quien redujo la duración del Adviento en Roma. Durante
mucho tiempo convivieron las dos fórmulas, aunque a finales del s. XII se
impuso definitivamente el uso breve. Las cuatro semanas evocaban la espera
mesiánica del Antiguo Testamento, porque se interpretaban como el recuerdo de
los cuatro mil años pasados entre la expulsión de Adán del Paraíso y el
nacimiento de Cristo, según los cómputos de la época. Para contrarrestar el espíritu penitencial, la liturgia reintrodujo el
Aleluya los domingos en las antífonas del Oficio. También se generalizó la
representación del árbol de Jesé en el arte. Durante el Adviento, se hacía
uso de estas biblias de los pobres para explicar al pueblo los pecados y las
esperanzas de Israel. Los predicadores subrayaron cada vez más el recuerdo de
la historia previa al nacimiento de Cristo, haciendo de la dimensión
escatológica (tan importante, al principio) algo secundario. Ésa ha sido la
característica predominante durante siglos, como podemos ver en los libros de
liturgia con más de cincuenta años de antigüedad. La liturgia anual de Como fruto de una larga y compleja evolución, el año litúrgico llegó a
celebrar, al mismo tiempo, las distintas etapas de la historia de la
humanidad, desde sus orígenes hasta su conclusión, y la biografía de
Jesucristo. La encarnación y el nacimiento se contemplaban como el momento
central, ya que hacia Él caminaba todo lo anterior y de Él ha recibido luz
todo lo posterior. Las numerosas celebraciones en honor de los Santos, las
octavas de muchas fiestas y la multiplicación de devociones populares para
suplir unas liturgias cada vez menos comprendidas por el pueblo, desdibujaron
profundamente la unidad del año litúrgico. De hecho, los diversos libros
publicados con el título Año cristiano, desde el siglo XVIII hasta bien
entrado el siglo XX, eran meras recopilaciones de vidas de Santos, donde las
referencias a los tiempos litúrgicos casi desaparecían. REFLEXIÓN DE THOMAS MERTON. El mismo
año que fue publicada la constitución sobre la liturgia (1963), Merton
escribió un artículo titulado: El Adviento, ¿esperanza o desilusión?, en el
que reflexionaba sobre el conflicto entre el ingenuo optimismo del Adviento y
las dificultades de la vida real. Tradicionalmente se ha dicho que en
Adviento celebramos el recuerdo del tiempo anterior a la venida de Cristo al
mundo, para poder valorar mejor lo que significa su llegada. Pero, si Él ya
ha venido y se ha quedado entre nosotros, la sociedad podría esperar que los
cristianos lo hicieran visible con sus obras. No podemos considerar
impertinente si nos exigen que les permitamos ver lo que decimos que
poseemos. Si el Reino de Dios ya se ha hecho presente, ¿dónde están la paz y
el amor que deberían caracterizarlo? La respuesta de Merton consiste en subrayar la condición kenótica de la venida del Hijo de Dios al mundo. Cristo,
que se despojó incluso de su condición divina para asumir nuestra naturaleza
(cf. Flp 2,6ss) continúa
una existencia escondida y pobre en nosotros. La fuerza de REFLEXIÓN DE JOSEPH RATZINGER.
Ratzinger, por su parte, tuvo al año siguiente (1964) una conferencia que
tituló: ¿Estamos salvados?, o Job habla con Dios, en la que también
reflexionó sobre la insuficiencia de la interpretación tradicional del
Adviento. Parte de la explicación tradicional de las cuatro velas de la
corona de Adviento como conmemoración de los cuatro mil años de tinieblas y
de condenación de la humanidad antes de Cristo, que finalmente trajo la luz y
la salvación del mundo. Y se pregunta: ¿Cómo compaginar la concepción del
tiempo posterior a Cristo como tiempo de salvación con el sufrimiento que
millones de personas siguen padeciendo? No se podía seguir aceptando la división del tiempo en una etapa de
perdición (anterior a Cristo) y otra de salvación (en la que ahora vivimos).
Además, si meditamos en el sufrimiento que los cristianos hemos causado a
otras personas a lo largo de los siglos, tampoco podemos aceptar una división
entre los pueblos que ya viven la salvación y los que aún no la han
alcanzado. No se puede dividir el tiempo y el espacio entre buenos y malos.
Más bien, el pecado y la gracia están mezclados en toda experiencia humana.
Con estos presupuestos, entraba en crisis la interpretación del Adviento como
representación sagrada del tiempo, en la que se ofrecían a nuestra
consideración los siglos anteriores a la venida de Cristo para nuestra
edificación, para que pudiéramos gustar con mayor alegría la salvación que
Cristo nos ha traído. Por eso afirma que «el Adviento no es un mero recuerdo
y una pura representación del pasado, sino que es nuestro presente y nuestra
realidad». A partir de ahí, Ratzinger intenta hacer una nueva reflexión
teológica sobre el Adviento. Vivimos en un mundo que sigue dividido y enfrentado. Nosotros mismos
hacemos experiencia cotidiana de debilidad y de sufrimiento. ¿Podemos seguir
afirmando que estamos salvados? Quizás lo más terrible de esta pregunta no
consista en que no termine de funcionar una manera de dividir la historia en
antes y después de Cristo , sino en que se plantea
el tema de la funcionalidad del cristianismo. Por un lado, creemos que la
salvación de Dios ya ha llegado a la tierra, que Cristo ya ha vencido sobre
el demonio, sobre el pecado y sobre la muerte. Por otro, tras dos mil años de
cristianismo, vemos que el mundo sigue sumergido en las mismas violencias e
ignorancias que antes. Incluso los bautizados sufrimos las mismas tentaciones
y problemas que los que no lo están. Ratzinger se atreve a afirmar que estas
reflexiones sobre el Adviento nos sitúan ante «la verdad de nuestra
existencia cristiana». Hemos de admitir que, en la historia de la humanidad y en la historia
de cada ser humano, siempre es Adviento. Es decir, Dios no ha dividido la
historia en una etapa oscura y otra luminosa. Sólo existe una historia,
caracterizada desde el principio por la debilidad del hombre, y situada desde
el principio bajo la mirada compasiva de Dios. Él conoce nuestras miserias
(personales y colectivas) y siempre está dispuesto a venir a nuestro
encuentro, para salvarnos. Pero entonces, ¿por qué no lo vemos? La respuesta
es similar a la de Merton: por su voluntario ocultamiento, que se ha
manifestado históricamente en la elección de un pueblo pequeño, en el
nacimiento de su Hijo en la pobreza y en su muerte en la cruz, mientras
exclamaba: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). A Dios no podemos acercarnos con los criterios de este mundo. Él está
escondido y hemos de escondernos con Él. Como Job, que después de enfrentarse
a Dios tuvo que admitir que hablaba de cosas que le superaban (cf. Job 42,3), los creyentes deben asumir que todas sus
palabras sobre Dios son parciales. Lo primero que deben aceptar es que
siempre necesitan de la venida del Señor. Si siguen ansiando su redención y
suplicándole con humildad que venga, están viviendo el Adviento. Si le dejan
actuar en sus vidas, están acogiendo el Adviento. Si lo hacen presente entre
los hombres, les están transmitiendo los contenidos del Adviento. EL ADVIENTO HOY. En los
momentos actuales, el tiempo de Adviento comienza con las primeras vísperas
del domingo que cae el 30 de noviembre o es el más próximo a este día, y
acaba antes de las primeras vísperas de Navidad. Su característica principal
es la tensión entre la preparación para INVITACIÓN A EL JUICIO DEL SEÑOR (SEMANA II). Movido
por su amor, Dios envió al mundo a su propio Hijo, para librarnos del pecado
(cf. 1Jn 4,10) y convertirnos en hijos suyos (cf. Gal 4,4ss). Ante este don,
la respuesta lógica debería ser la acogida agradecida y la obediencia de la
fe. Pero no siempre es así. En el pasado, algunas personas rechazaron a
Cristo y en nuestros días el fenómeno ha adquirido dimensiones
extraordinarias. En el contexto del Adviento, resuenan con fuerza las palabras
del Señor: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?»
(Lc 18,8). Homero cantó a La liturgia invita al gozo por la venida del Señor, al que llama
«alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada» e invita a celebrar «con
alegría desbordante» P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. Teresianum Piazza San Pancrazio 5/A 00152-ROMA (Italia) |
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Caminando con Jesús Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds |