Domingo segundo de Pascua
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
“Ocho días después” de Pascua (Jn 20,26) los
cristianos volvemos a reunirnos para seguir profundizando en el significado de
este acontecimiento que ha cambiado la historia.
Tomás y Jesús
Cada año, el segundo domingo de Pascua leemos
el evangelio que cuenta el encuentro entre santo Tomás y Jesús resucitado (Jn
20,24-29). Este texto contiene importantes enseñanzas sobre la paciencia de
Jesús, que ofrece a todos la oportunidad de salvarse.
Tomás representa a los hombres que se cierran
al testimonio de la Iglesia, al anuncio ministerial, a las mediaciones. No se
fía de lo que dicen los otros; quiere ver por sí mismo. Pero solo verá cuando
acepte humildemente estar con los demás, aunque no les entienda ni se fíe de
ellos.
No es fácil descubrir los signos de la
presencia de Dios en el mundo: algunos los ven antes (tal vez las personas
afectivas, como María Magdalena), luego vienen los intuitivos (como el apóstol
Juan), después los que tienen una decisión firme y tenaz (como Pedro o los
otros discípulos); pero también están los escépticos, que llegan los últimos,
pero que también pueden llegar. Nadie está excluido, con tal de que tenga buena
voluntad.
Jesús se revela a todos amablemente, a cada uno
de una manera, adaptándose a su capacidad y a su ritmo. Tomás no busca como
Magdalena o como Juan y Pedro y el Señor tampoco se le manifiesta de la misma
manera que a ellos. No todos los medios son aptos para todos, pero para todos
hay un medio y un tiempo que el Señor conoce. El evangelio enseña a confiar en
que Jesús quiere revelarse a todos, incluso a los que hoy le rechazan.
La bienaventuranza de
la fe
En el Antiguo Testamento encontramos numerosas
listas de "bienaventuranzas", de actitudes y comportamientos que
pueden hacer verdaderamente feliz al hombre (el término técnico para nombrarlas
es "macarismos"). El salmo primero, por
ejemplo, empieza así: "Dichoso el hombre que no escucha el consejo de los
malvados..." La palabra hebrea "asherei"
("macarios" en griego) significa dichoso,
bienaventurado, feliz.
También en el Nuevo Testamento se recogen
varias listas de "bienaventuranzas", entre las que destaca la que da
inicio al Sermón de la Montaña: "Dichosos los pobres..." (Mt 5,3; Lc
6,20).
En el evangelio de hoy escuchamos que Jesús
dice a Tomás: "Dichosos los que crean sin haber visto" (Jn 20,29). Es
la última de las "bienaventuranzas" que recogen los evangelios y la
más importante, ya que habla de la fe, que da sentido a todas las otras.
No debemos olvidar que la primera
bienaventuranza de los evangelios también hace referencia a la fe. Es la que
dirigió Isabel a la Virgen María: "Dichosa tú que has creído, porque lo
que te ha dicho el Señor, se cumplirá" (Lc 1,45). Así, los evangelios
inician alabando la fe de María y concluyen invitando a todos a tener una fe
profunda y sencilla como la suya. Que la peregrina de la fe nos acompañe en
nuestro caminar. Amén.
P. Eduardo Sanz de
Miguel, o.c.d.
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