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P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
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Historia. Los
judíos terminaban su cena pascual a media noche. Quizás para diferenciarse de
ellos, los primeros cristianos la iniciaban entonces y la prolongaban hasta el
amanecer. La Didascalía de los apóstoles describe
cuatro momentos: el ayuno previo, una gran liturgia de la Palabra, la
celebración eucarística y un banquete: «Ayunad los días de Pascua, a partir
del día décimo […] Pasad toda la noche en vela, rezando y orando, leyendo los
profetas, el evangelio y los salmos […] ofreced después vuestro sacrificio.
Alegraos entonces y comed». Pronto se añadieron los ritos bautismales, que
llegaron a ser su característica más distintiva. En la vigilia pascual, el
bautizando se desnudaba y se introducía en el agua, donde era sumergido tres
veces (símbolo de la participación en la muerte y resurrección de Cristo). Al
salir era revestido de blanco, se le daba a beber un vaso de leche con miel y
recibía una vela encendida, con la que se encaminaba al altar. Cuando
desaparecieron los bautismos de adultos, la vigilia se fue adelantando, hasta
trasladarse a la mañana del sábado (que era llamado Sábado de Gloria). La
reforma litúrgica del s. XX comenzó con la reinstauración de la vigilia
pascual nocturna en 1951. Es decir, por el corazón y el núcleo inicial del
año litúrgico. Hoy consta de cuatro partes: la liturgia de la luz (con la
bendición del fuego y del cirio, del que se encienden la velas de los fieles,
y el canto del exultet), la liturgia de la Palabra
(que recorre las principales etapas de la historia de la salvación: creación,
sacrificio de Abrahán, paso del Mar Rojo, promesas de los profetas,
resurrección de Cristo y bautismo de los cristianos), la liturgia bautismal
(con la bendición del agua, renovación de las promesas bautismales de todos
los presentes y bautismo de los candidatos) y la liturgia eucarística
(comunión con Cristo resucitado, que actualiza su sacrificio pascual). ¿Qué quiere decir
resucitar de entre los muertos? Se lo preguntaron los discípulos después del
primer anuncio de la muerte y resurrección (cf. Mc
9,10) y nos lo seguimos preguntando hoy. Ciertamente, la resurrección es el
misterio central de la fe cristiana, fundamento de la fe y de la esperanza
cristiana, que ha cambiado para siempre el curso de la historia. Si la
historia de Cristo parecía fracasar con su muerte, adquirió un sentido nuevo
a partir de su resurrección. La resurrección hizo que los discípulos
repensaran toda la historia de Jesús, interpretándola a la luz del Antiguo
Testamento, al que dio cumplimiento pleno. San Pablo llega a decir que, «si
Cristo no ha resucitado, nuestra fe no tiene sentido» (1Cor 15,17). Pero,
¿qué significa realmente que Cristo ha resucitado? Hasta el s. XX,
la resurrección de Jesús fue interpretada de distintas maneras, pero ningún
cristiano puso en duda su historicidad. Bultmann se
propuso desmitologizar la Biblia. A partir de él,
muchos autores del s. XX intentaron dar nuevas interpretaciones de la
resurrección, reduciéndola a una experiencia psicológica, explicándola como
la continuación en la historia de la memoria o de la causa de Jesús, lo que
termina por vaciarla de contenido. Benedicto XVI lo ha denunciado, exponiendo
las últimas consecuencias de estas teorías: «No faltan quienes de formas
diversas la ponen en duda o incluso la niegan. El debilitamiento de la fe en
la resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los
creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la resurrección, todo
se paraliza, todo se derrumba» (Audiencia general, 26-04-2008). En otra
ocasión, después de afirmar que la resurrección de Cristo no es la simple
reanimación de un cadáver ni el regreso a la vida de antes de la muerte,
añade: «Es – si podemos usar por una vez el lenguaje de la teoría de la
evolución – la mayor “mutación”, el salto más decisivo en absoluto hacia una
dimensión totalmente nueva, que se haya producido jamás en la larga historia
de la vida y de sus desarrollos […] ¿Qué sucedió? Jesús ya no está en el
sepulcro. Está en una vida nueva del todo. Pero, ¿cómo pudo ocurrir eso? […]
La resurrección fue como un estallido de luz, una explosión del amor que
desató el vínculo hasta entonces indisoluble del “morir y devenir”. Inauguró
una nueva dimensión del ser, de la vida, en la que también ha sido integrada
la materia, de manera transformada, y a través de la cual surge un mundo
nuevo» (Homilía, 15-04-2006). La historicidad
de la resurrección. Nuestro lenguaje es insuficiente para explicar el
misterio de la resurrección de Cristo. Por eso la Biblia y la liturgia lo
cuentan por medio de símbolos. Pero eso no quita nada a su historicidad. Como
cuando decimos que alguien es más bueno que el pan o que es dulce como la
miel. Decimos verdades usando símbolos. De su historicidad depende la solidez
de nuestra fe. Solo a partir de ella podemos seguir afirmando que el
cristianismo no es leyenda y poesía, consuelo vano e infundado: la fe se
apoya en el basamento firme de realidades ocurridas. La resurrección abre una
puerta a la vida eterna, y nos permite el acceso a la vida de Dios. En este
sentido, va más allá de la historia. Pero eso no elimina su historicidad, que
es la prueba de su veracidad. El Papa ha repetido estas ideas en distintas
ocasiones, lo que indica la importancia que concede a este argumento: «Es
fundamental proclamar la resurrección de Jesús de Nazaret como acontecimiento
real, histórico, atestiguado por muchos y autorizados testigos. Lo afirmamos
con fuerza porque, también en nuestro tiempo, no falta quien trata de negar
su historicidad reduciendo el relato evangélico a un mito, a una “visión” de
los Apóstoles, retomando o presentando antiguas teorías, ya desgastadas, como
nuevas y científicas» (Audiencia general, 15-04-2009). Resucitó al
tercer día, según las Escrituras. Encontramos esta afirmación en la más
antigua confesión cristiana de la resurrección (1Cor 15,4). San Pablo dice
que la recibió de la Iglesia y que se esfuerza por transmitirla fielmente. El
Kerigma predicado por Pablo (y por los apóstoles antes de él) contiene dos
características de la resurrección: que sucedió al tercer día y que se
realizó según las Escrituras. El segundo punto significa que sucedió
cumpliendo las Escrituras, según un proyecto eterno de Dios, por lo que el
Antiguo Testamento sirve para explicar la resurrección y la resurrección
sirve como clave de lectura del Antiguo Testamento. Detengámonos brevemente
en el significado de la otra característica: Jesús resucitó «al tercer día». En esta
afirmación resuenan varias ideas tomadas del Antiguo Testamento, que ayudan a
comprender el significado de la resurrección. En primer lugar, podemos
recordar que en las descripciones de la celebración de la alianza junto al
Sinaí, el tercer día es siempre el de la teofanía, es decir, el día en que
Dios aparece y habla. En este sentido, la resurrección de Jesús «al tercer
día» supone una manifestación de Dios en nuestra historia, para hacer alianza
con los hombres. Hay otro aspecto,
aún más importante: los judíos pensaban que la corrupción comenzaba después
del tercer día. Jesús resucita antes de que comience la corrupción. Es bueno
recordar que Juan afirma que Lázaro ya había comenzado el proceso de
descomposición, porque llevaba cuatro días en el sepulcro (cf. Jn 11,39). También encontramos aquí una referencia al
Salmo 16 [15],10: «No me abandonarás en el abismo ni
dejarás a tu fiel conocer la corrupción». La versión griega de los LXX, que
es la que cita siempre el Nuevo Testamento, lo traduce así: «No abandonarás
mi vida en el sepulcro ni dejarás que tu Santo conozca la corrupción». Este
texto fue muy usado por la primitiva comunidad para explicar la resurrección
de Cristo (cf. Hch
2,25-33). Cuando san Pablo afirma que Jesús murió, fue sepultado y resucitó
al tercer día, afirma el realismo de la muerte, que lo llevó al sepulcro,
pero no a la corrupción, porque la muerte de Cristo fue una verdadera
victoria sobre la muerte, que no tuvo la última palabra sobre Él. El proyecto
de Dios sobre el hombre, tal como se ha manifestado en la resurrección de
Cristo, es de vida eterna y no puede ser anulado ni por el pecado ni por la
muerte. Tradiciones pascuales. Teniendo la Pascua tanta importancia teológica
y litúrgica, es natural que el pueblo cristiano la haya enriquecido con
numerosas tradiciones. En España, Hispano América y
en algunos lugares de Italia es muy común comenzar el día con la «procesión
del encuentro». Un grupo de fieles sale de un templo con la imagen de Jesús
resucitado. Otro grupo parte de otro oratorio con la imagen de la Virgen,
envuelta de un manto negro. Cuando se encuentran, se canta el Regina coeli, se retira el manto de luto de la Virgen y tienen
lugar otras manifestaciones de alegría, como soltar palomas y tirar dulces a
los niños. En muchos lugares se mantiene la antigua costumbre de bendecir la
carne y los huevos (antiguamente vetados durante la Cuaresma) y de tener
comidas festivas con alimentos especiales (longaniza de Pascua, torta de
Pascua…). El día se suele concluir con las «vísperas bautismales», con
procesión al baptisterio y renovación de las promesas del bautismo. En muchos
lugares, los días siguientes se bendicen las casas o se sigue llevando con
solemnidad el Santísimo a los enfermos, para el cumplimiento del «precepto
pascual», ya que el IV Concilio de Letrán determinó en 1215 la obligación de
la comunión de los cristianos al menos una vez al año, el día de Pascua.
Eugenio IV, en 1440, extendió la posibilidad de cumplir el precepto desde el
Domingo de Ramos hasta el Domingo In Albis. Hoy se
alarga a todo el ciclo pascual. Termino con una hermosa poesía que explica el
misterio pascual de una manera bellísima: La bella flor que
en el suelo plantada se vio
marchita ya torna, ya
resucita, ya su
olor inunda el cielo. De tierra estuvo
cubierto, pero no
fructificó del todo, hasta
que quedó en un
árbol seco injerto. Y, aunque a los
ojos del suelo se puso después
marchita, ya torna, ya
resucita, ya su
olor inunda el cielo. Toda es de flores
la fiesta, flores de finos
olores, más no se irá
todo en flores, porque flor
de fruto es ésta. Y, mientras su
Iglesia grita mendigando algún
consuelo, ya torna, ya
resucita, ya su
olor inunda el cielo. Que nadie se
sienta muerto cuando resucita
Dios, que, si el barco
llega al puerto, llegamos
junto con vos. Hoy la
cristiandad se quita sus
vestiduras de duelo. Ya torna, ya
resucita, ya su
olor inunda el cielo. P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. Teresianum Piazza San Pancrazio
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Caminando con Jesús Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds |