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15-01-2012. Domingo II del Tiempo
Ordinario, ciclo b P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
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“Le preguntaron: -Maestro, ¿dónde vives? Él les respondió: -Venid y lo
veréis. Ellos fueron y se quedaron con Él” (Jn
1,38-39). Después de las celebraciones navideñas, la liturgia de hoy nos habla
del seguimiento de Cristo. El niño que nació en Belén no es un recuerdo del
pasado. Sigue vivo y nos llama para que le sigamos, para que estemos con Él y
para que colaboremos con Él en la salvación del mundo. Igual que llamó a Juan
y Andrés (evangelio), del mismo modo que llamó a san Francisco o a santa
Teresa, nos llama a nosotros, me llama a mí. Jesús llama a todos. Pero, ¿para qué nos llama?, ¿qué quiere de
nosotros? En primer lugar nos llama para que estemos con Él, para que seamos
sus amigos, miembros de su familia, para darnos su perdón, su paz, su vida.
Este es el proyecto de Dios sobre cada ser humano, tal como dice san Pablo:
“A los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de
su Hijo, para que Él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que
predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a
los que justificó, también los glorificó” (Rom
8,29-30). Todos hemos sido conocidos por Dios desde siempre y todos hemos
sido destinados a unirnos a Cristo, a formar en nosotros su imagen, a vivir
de su vida. Pero Dios es un caballero y respeta nuestra libertad. Podemos
acoger su invitación y podemos rechazarla. Podemos secundar su proyecto o
podemos malograrlo. Dios también nos llama para que colaboremos con Cristo en la salvación
del mundo. Cada uno recibe una misión en el Cuerpo de Cristo a favor del bien
común. Unos pocos son llamados a seguir a Cristo más de cerca, en el
sacerdocio o en una vida de especial consagración, pero todos son llamados a
colaborar con Él, cada uno según sus capacidades. Aunque es un poco
exagerada, en cierto sentido es verdadera la oración que dice: “Jesús, tú no
tienes manos; tienes solo nuestras manos para construir un mundo nuevo donde
habite la justicia. Señor, tú no tienes pies; tienes solo nuestros pies para
poner en marcha a los hombres por el camino de la libertad. Señor, tú no
tienes labios; tienes solo nuestros labios para proclamar al mundo la Buena
Noticia de tu Evangelio. Señor, tú no tienes medios; tienes sólo nuestra
acción para lograr que todos los hombres sean hermanos…” Hoy Jesús actúa
normalmente por medio de hombres y mujeres que colaboran con Él, que aceptan
ser sus manos y sus pies y su boca… y también sus miembros doloridos en los
que se prolonga su pasión redentora. Y ¿cómo nos llama?, ¿qué medios usa para que llegue a nosotros su voz?
Él utiliza muchos caminos, porque se adapta a nuestra sensibilidad, a
nuestras capacidades, a nuestra psicología… A algunos los llama de niños
(como a Samuel), a otros de jóvenes (como a Jeremías) y a otros de ancianos
(como a Moisés, que fue invitado a sacar a Israel de la esclavitud cuando ya
tenía ochenta años). Hay quien siente la llamada sin saber quién le habla
(como Samuel en la primera lectura de hoy), hay quien se acerca a Jesús de
propia iniciativa (como los apóstoles del evangelio de hoy), hay quien
comprende en seguida cuál es su vocación personal y hay quien fatiga
durante mucho tiempo hasta aclararse. Incluso hay quien nunca tiene
totalmente claro qué le pide Dios en concreto. Santa Teresita del Niño Jesús sufría tremendamente porque no terminaba
de saber cuál era su misión específica en la Iglesia. Se sentía llamada a ser
misionera, a ser sacerdote, a ser madre, a ser mártir… Finalmente descubrió
su verdadera vocación, que se identificaba con su identidad más profunda,
aquello para lo que había sido creada: «Al contemplar el cuerpo místico de la
Iglesia, no me había reconocido a mí misma en ninguno de los miembros que san
Pablo enumera, sino que lo que yo deseaba era más bien verme en todos ellos.
Entendí que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios
miembros, pero que en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos:
entendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en
amor. Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la
Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el
Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me
convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo
es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor
es eterno. Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: “Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi
vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este
lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia,
que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se
verá colmado”». De una manera o de otra todos estamos llamados a ser el amor
en el corazón de la Iglesia. El Señor nos lo conceda. Amén. Una hermosa versión musicalizada del texto de santa Teresita: http://www.youtube.com/watch?v=cxGGBL0cEjI Otra versión también preciosa, pero en una grabación de menos calidad:
http://www.youtube.com/watch?v=j5a_fATdhiE P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. Apartado 96 12530-Burriana (Castellón) |
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Caminando con Jesús Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds |