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P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
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….. Donde el 6 de enero es festivo, se conserva esta
fecha para celebrar la fiesta de la Epifanía y el domingo siguiente la del
bautismo de Jesús. Donde el 6 no es festivo, la Epifanía se celebra el
domingo después de Santa María, Madre de Dios (este año, el 8 de enero) y el
bautismo del Señor el lunes siguiente (el día 9). Epifanía es una palabra griega que
significa “manifestación”. Efectivamente, en ella celebramos que Dios se ha
manifestado en Cristo, que ha venido a nuestro encuentro, que se ha revelado.
De manera especial se manifestó a los pastores de Belén (primicia del pueblo
judío que adora a Jesús) y a los magos de Oriente (primicia de los pueblos
paganos, de los no judíos que también están llamados a la salvación). En
realidad toda la vida terrena de Jesús fue una manifestación del amor de
Dios. Ante todo, Jesús es el “revelador” del Padre, “la imagen visible del
Dios invisible” (Col 1,15), tal como afirma san Pablo. La fiesta de hoy nos muestra, una vez más,
la esencia del cristianismo: Durante siglos, el ser humano ha buscado conocer
a Dios. Del deseo de Dios que arde en el corazón humano surgieron todas las
religiones. Como dice san Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. El deseo de Dios responde al
fin para el que fuimos creados, ya que Dios nos hizo a su propia imagen y
semejanza, con capacidad de entrar en comunión con Él, para comunicarnos su
vida, para hacernos miembros de su familia. Desde entonces, el hombre ha
buscado a Dios. Sin embargo, Dios es más grande que todo lo que el hombre puede
explicar, que todo lo que puede experimentar, que todo lo que puede imaginar.
En principio, Dios es inalcanzable para el hombre. El hombre lo desea y lo
necesita, pero no puede comprenderlo ni alcanzarlo solo con sus fuerzas. Sin embargo, Dios no nos da deseos irrealizables.
Nos ha creado con capacidad de infinito y no puede permitir que se frustre su
proyecto, lo que sucedería si no alcanzáramos el fin para el que fuimos
creados. Por eso, “al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su
propio Hijo, nacido de una mujer” (Gal 4,4), “hecho
semejante en todo a nosotros” (Flp 2,7) “menos en
el pecado” (Heb 4,15). Él (Jesús) es el revelador
definitivo. Todo lo que las religiones intuían (a veces con más acierto, a
veces con menos), lo bueno, lo hermoso y lo verdadero que el hombre buscaba,
sin saber exactamente dónde encontrarlo, se ha manifestado en Cristo. El
cristianismo no es, pues, una religión más, en la que los hombres buscan a
Dios y hablan de Él. El cristianismo es, ante todo, el misterio de Dios que
busca al hombre y le habla en Cristo. Por eso afirma san Juan: “A Dios nadie
lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo
ha dado a conocer” (Jn 1,18). Todas las anteriores
revelaciones de Dios eran parciales (la Escritura dice que Moisés, el mayor
amigo de Dios en la antigüedad, solo pudo ver “sus espaldas”; es decir, que
pudo experimentar algo pequeño y secundario de Dios). Pero, en el momento
definitivo, Dios ha entrado en nuestra historia, se ha hecho “comprensible”
para nosotros, ha hablado un lenguaje humano, nos ha dejado ver su rostro. Los días pasados hemos leído en la misa la
primera carta de san Juan, que empieza así: “Lo que existía desde el
principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos,
lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida […]; eso
que hemos visto y oído os lo anunciamos” (Jn
1,1ss). Esto es el cristianismo: hacer experiencia de la vida eterna, que se
nos ha manifestado en Cristo. Ante todo, no es un conjunto de doctrinas o
unas normas morales. En primer lugar, el cristianismo es Cristo, su gracia,
su amor, su paz, su bendición. Las otras cosas vienen después. Hermanos, Dios se ha manifestado en Cristo. Y lo
ha hecho como amigo de los hombres, dulce y tierno, compasivo y
misericordioso. Alegrémonos y démosle gracias. Bendigamos siempre su nombre:
Señor Jesús, te bendigo, te alabo, te doy gracias porque nos has revelado el
amor de Dios Padre, porque nos has manifestado su proyecto de salvación sobre
nosotros, porque nos has convertido en miembros de tu familia, porque has
derramado sobre nosotros tu Espíritu Santo. A ti la gloria y el honor por los
siglos de los siglos. Amén. Si alguien quiere profundizar en la historia y
teología de la fiesta de Epifanía, puede leer el texto que envié el año
pasado: http://www.caminando-con-jesus.org/CARMELITA/ESDM/LAEPIFANIA.htm Si alguien quiere profundizar en la historia y
teología de la fiesta del bautismo del Señor, puede leer el texto que envié
el año pasado: http://www.caminando-con-jesus.org/CARMELITA/ESDM/ELBAUTISMO.htm http://www.caminando-con-jesus.org/CARMELITA/ESDM/index.htm P. Eduardo Sanz de
Miguel, o.c.d. Apartado 96 12530-Burriana
(Castellón) |
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Caminando con Jesús Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds |