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Fiesta del Santísimo Nombre de Jesús 3 de enero de 2010 P. Eduardo
Sanz de Miguel, o.c.d. |
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Queridos amigos, Hoy celebramos el segundo domingo
de Navidad, excepto en los lugares donde el 6 de enero no es festivo, que
celebran la Epifanía del Señor (los Reyes Magos). Pero no debemos olvidar que
el 3 de enero es, también, la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús. Por eso
os adjunto una reflexión sobre esta fiesta. Comencemos recordando que el
Nombre de Jesús fue impuesto por Dios mismo (Mt 1,21; Lc
1,31) y describe la misión del Hijo de María, ya que significa «Yahvé salva»;
o también «El que salva con la fuerza de Yahvé». En la Biblia, el nombre
define a la persona y tiene la capacidad de hacerla presente. Por eso, San
Pablo dice: «Al Nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la
tierra y en el abismo» (Fil 2,10). Y en otro lugar:
«Hemos sido purificados, salvados y santificados en el Nombre del Señor
Jesucristo» (1Cor 6,11). Está claro que, en el primer caso, se nos pide que
adoremos a Jesús y, en el segundo, se nos dice que Jesús nos ha salvado. Él
mismo oró diciendo: «Padre, yo he manifestado tu Nombre a los hombres» (Jn 17,6) y «Padre justo, yo les di a conocer tu Nombre, y
seguiré dándoselo a conocer» (Jn 17,26). Que Jesús
nos ha revelado el Nombre de Dios significa que nos ha dado a conocer su
identidad más profunda, que ha abierto para nosotros la puerta de acceso a su
corazón. El Nombre de Dios es Dios mismo y el Nombre de Jesús es Jesús mismo. Desde el s. XIII,
los dominicos solían dedicar un altar en su honor en la mayoría de sus
templos, así como una “sociedad del Santo Nombre de Dios”. Muchos Santos
tuvieron una gran devoción al Nombre de Jesús, especialmente el franciscano
San Bernardino de Siena (s. XV), que se servía en
sus predicaciones de una tabla con el monograma del Nombre de Jesús pintado
(IHS en letras góticas, con una cruz sobre la H), rodeado por un sol con
rayos. Al terminar sus sermones, los fieles la besaban arrodillados. Por influencia
suya, la ciudad de Siena adoptó el monograma de Jesús circundado por el sol
como escudo propio. También se generalizó colocar este emblema en las puertas
de los Sagrarios. San Ignacio de Loyola (s. XVI) lo convirtió en el escudo de la Compañía de Jesús,
con algunos añadidos y fundó la Compañía en un templo dedicado al Nombre de
Jesús: Il Gesù de Roma,
donde está enterrado. Santa Teresa de Jesús usaba un sello con el mismo
monograma y lo escribía al inicio de todas sus cartas. Inocencio VI estableció en 1721 una fiesta del Nombre de Jesús,
para toda la Iglesia latina, el segundo domingo después de Epifanía. San Pío
X la trasladó al primer domingo de enero (a no ser que cayera el día 6,
fiesta de la Epifanía, en cuyo caso, ese año se celebraba el día 2 de enero).
Después de desaparecer del calendario, la nueva edición del Misal de 2002 la
recuperó el 3 de enero. Ésta es la oración colecta: «Dios Padre
Misericordioso, te pedimos que quienes veneramos el Santísimo Nombre de
Jesús, podamos disfrutar en esta vida de la dulzura de su gracia y de su gozo
eterno en el Cielo». Numerosas cofradías de España e Hispanoamérica siguen
honrando el Dulce Nombre de Jesús como titular, realizando cultos en su honor
y sacando en procesión una imagen del Niño Jesús en el día de su fiesta. Los antiguos himnos de la fiesta
provenían todos del poema de 50 estrofas “Iubilus
de nomine Iesu”, escrito en el siglo XI, por San Bernardo de Claraval.
Es difícil encontrar un himno cristiano de contenidos más bellos. Emociona
especialmente cuando afirma que ni las palabras escritas ni las habladas son
capaces de explicar lo que es el amor de Jesús, porque sólo la experiencia
permite comprender lo que significa. Estas palabras son una verdadera
confesión autobiográfica, que nos muestran que el himno fue escrito por un
místico, por una persona que experimentó personalmente el encuentro con
Cristo y que intentó transmitir su vivencia a través del poema. Os ofrezco
aquí la traducción, que puede ser una preciosa meditación navideña (y para el
resto del año, también). En Maitines se cantaban cinco
estrofas, que comenzaban por «Iesu, Rex admirabilis»: «¡Oh Jesús! rey admirable y triunfador noble, dulzura
inefable, deseable todo entero. Cuando visitas nuestro corazón, luce para él
la verdad, la vanidad del mundo pierde su valor y dentro hierve la caridad. ¡Oh Jesús!, dulzura de los corazones, fuente de lo
verdadero, luz de las mentes, tú excedes todo gozo y todo deseo. ¡Conoced
todos a Jesús, invocad su amor, buscadlo ardientemente, inflamaos buscándolo!
A ti, Jesús, pronuncie nuestra voz, a ti expresen las costumbres de nuestras
vidas, a ti amen nuestros corazones, ahora y para siempre. Amén». En Laudes
se entonaban cinco estrofas más, comenzando por «Iesu,
decus angelicum»: «Jesús,
honor de los ángeles, dulce música para el oído, miel maravillosa para la
boca, néctar celeste para el corazón. Los que te comen, se quedan con hambre;
los que te beben, tienen sed; ya no saben desear sino a Jesús, a quien aman.
¡Oh mi Jesús, dulcísimo, esperanza del alma que
suspira! Te buscan las piadosas lágrimas y clama a ti lo más íntimo de
nuestra mente. Permanece con nosotros, Señor, y alúmbranos con tu luz;
expulsa las tinieblas del alma y llena de tu dulzura al corazón limpio. ¡Oh Jesús! flor de la Virgen Madre, amor de nuestra
dulzura; a ti sea la alabanza, honor a tu nombre, a ti el Reino de la
felicidad. Amén». Las cinco de Vísperas son las más
conocidas, musicalizadas por muchos autores y, todavía hoy interpretadas en
ocasiones diversas. Comienzan así: «Iesu dulcis memoria»: «Dulce es el recuerdo de Jesús, que trae
la alegría verdadera al corazón; pero su dulce presencia es más dulce que la
miel y que todas las cosas. No puede cantarse nada más suave, ni escucharse
nada más agradable, no puede pensarse nada más delicioso que Jesús, el Hijo
de Dios. ¡Oh, Jesús!, esperanza para los
penitentes, qué piadoso eres con los que te suplican, qué bueno con los que
te buscan, ¿Qué serás para los que te encuentran? Ni la lengua puede decirlo,
ni la pluma expresarlo; sólo quien lo ha experimentado sabe lo que es amar a
Jesús. Jesús, tú que eres nuestra futura recompensa, sé también nuestra
alegría. Que nuestra gloria sea estar contigo por toda la eternidad. Amén». Aquí tenéis un enlace, para
escuchar la versión tradicional gregoriana: http://www.youtube.com/watch?v=Q7fhC70sr5o Quiera Dios que todos podamos
expresar un día, con el autor del himno, en otra estrofa que aquí no se
recoge: «Ya veo lo que busqué y tengo lo que deseé, porque mi corazón se abrasa
en el amor de Jesús». ¡Feliz año nuevo a todos! P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. Roma, Enero 2010 |
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Caminando con Jesus Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |