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Domingo IV de Pascua P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
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El domingo IV de
Pascua es llamado del Buen Pastor, porque se lee en misa el evangelio en el
que Jesús habla de sí mismo usando esa imagen. El contexto de la parábola es
éste: Los pastores del tiempo de Jesús dejaban por las noches sus rebaños en
un corral común, con un guarda. Era la manera más fácil de protegerlas de los
ataques de los lobos o de los ladrones. Al amanecer, antes de salir el sol,
cada pastor recogía sus propios animales y los llevaba a pastar. Cada pastor
ha visto nacer y crecer a sus corderillos y los conoce bien. Incluso tiene un
nombre para cada uno. Las ovejas también reconocen el olor y la voz de su
dueño y no siguen a otro. Cada pastor entra en el recinto y llama a las
ovejas por su nombre. Una vez fuera, las cuenta y, cuando están todas, camina
delante de ellas para conducirlas a pastar al campo, haciendo oír su voz para
que no se pierdan. A un extraño, sin embargo, no le siguen. Al contrario,
tienen miedo de él y huyen de su presencia, porque no están familiarizadas
con su voz. El buen pastor
conoce a sus ovejas y es capaz de distinguir las suyas de las demás, conoce
las necesidades concretas de cada una, sufre con ellas las inclemencias del
tiempo y el cansancio de los desplazamientos, vela por su rebaño, lo protege
de los enemigos que lo amenazan, cura a las ovejas enfermas, alimenta con
solicitud a las preñadas, dedica una atención especial a las más débiles. El
verdadero pastor se diferencia claramente de un asalariado. Éste último
trabaja por dinero y no le importa la suerte de las ovejas. Esto se ve cuando
llegan los lobos hambrientos a atacar el rebaño. Mientras que, en este caso,
el dueño de las ovejas se enfrenta con ellos para defenderlas, el mercenario
huye, pensando sólo en sí mismo. Jesús es el
verdadero Pastor bueno y generoso que conoce nuestros nombres, nuestras
características personales, nuestra historia y que nos ama con un cariño
único e irrepetible. Él viene a buscarnos para sacarnos del redil donde
estábamos encerrados (la esclavitud del pecado y de la ley) y conducirnos a
la libertad de los hijos de Dios. Nos habla, educándonos con sus enseñanzas.
Quienes le escuchan saben que sólo Él tiene palabras de vida eterna (Jn 6,68). Nos alimenta con su propio Cuerpo y su propia
Sangre (Jn 6,55). Nos regala el agua del Espíritu
Santo, la única que puede saciar nuestra sed (Jn
4,14). Nos conduce a la Verdad y la Vida (Jn 14,6).
Nos ha amado hasta el extremo (Jn 13,1),
manifestándonos lo ilimitado de su amor al dar la vida por nosotros (Jn 15,13). La verdadera felicidad consiste en acogerle y
seguirle, porque nadie va al Padre, sino por Él. «Yo conozco a mis
ovejas y las mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce y yo conozco
al Padre; por eso me entrego por las ovejas». Jesús describe aquí su relación
con los suyos. Entre Él y los creyentes se da el mismo conocimiento profundo
e íntimo y el mismo afecto sincero y tierno, que entre Él y su Padre del
Cielo. En la Biblia, el verdadero conocimiento no es una mera relación
intelectual, sino la comunión en el amor. Conocer a alguien es comprender sus
sentimientos más profundos, los motivos por los que actúa de una forma
determinada. Como el Padre conoce y ama a Jesús (con un conocimiento y un
amor perfectos), Jesús nos ama a nosotros. Ante este misterio, exclamaba santa
Teresa de Jesús: «¡Oh,
Señor!, que me amas más de lo que yo me puedo amar a mí misma, ni entiendo».
Nuestro único deseo es conocer cada día más y amar cada momento mejor a
Jesús. Para eso escuchamos su voz, nos alimentamos con la celebración de sus
Sacramentos y seguimos sus pasos por los caminos de la vida. Es verdad que, en
el momento definitivo, si el pastor tiene que elegir entre su vida y la de
las ovejas, prefiere salvar la suya, que es más valiosa. Además, antes o
después, venderá a las ovejas o se las comerá. En el caso de Jesús no es así:
Él no usa las ovejas en provecho propio. Al contrario, da la vida por ellas,
muere para que ellas tengan vida: Se «entrega» por las ovejas. El verbo
utilizado aquí es el mismo usado en la última cena: «Esto es mi cuerpo que se
entrega por vosotros» (Lc 22,19) y en el momento de
la muerte de Jesús: «Inclinando la cabeza, entregó su espíritu» (Jn 19,30). «Las ovejas me siguen porque conocen mi voz». Los
creyentes estamos llamados a reconocer la voz de nuestro Pastor, que nos
habla al corazón dulces palabras de amor y de comunión íntima: «¡La voz de mi Amado! Miradlo cómo viene saltando por los
montes [...] Habla mi Amado y me dice: “Levántate, amada mía, preciosa mía,
ven a mí. Que ya ha pasado el invierno, han cesado las lluvias y se han ido”
[...] ¡Es tan dulce tu voz! [...] Mi Amado es para mí y yo para Él» (Cant 2,8ss). P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
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Caminando con Jesús Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds |