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P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
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Este año, la anunciación del Señor se traslada al lunes 26 de marzo,
al coincidir el día 25 con el quinto domingo de Cuaresma. Los judíos celebraban cada Pascua el aniversario de la creación, de
la alianza de Dios con Abrahán, de la salida de Egipto… y también esperaban
en ese día la futura manifestación del mesías. Los
Padres de la Iglesia creían que el día de la muerte de Jesús fue un 25 de
marzo. Como coincidió con la Pascua judía, ese día recordaban también el
aniversario de la creación, de las grandes intervenciones de Dios en la
historia de la salvación y de la encarnación del Señor. De esta manera,
ponían en relación la obra creadora de Dios y la redención. Los primeros testimonios sobre una fiesta de la anunciación son del
año 550, en Constantinopla. Los obispos de la España visigoda, para que no
cayera en Cuaresma, la fijaron el 18 de diciembre en el concilio X de Toledo
(año 656). En el rito Ambrosiano se introdujo el cuarto domingo de Adviento.
El 25 de marzo se instituyó obligatoriamente en Roma a partir del 660. Desde la recuperación de la solemnidad de santa María, Madre de Dios
(el 1 de enero), la Anunciación ha perdido algo de su importancia, pero en la
liturgia bizantina conserva su esplendor, ya que es una de las doce grandes
fiestas. Se cantan oraciones de gran riqueza teológica, entre las que destaca
el Akathistos, que recoge poéticamente sus
contenidos dogmáticos. María es aclamada con títulos tomados de la historia
de la salvación: «Salve, por ti resplandece la dicha; / Salve, por ti se
eclipsa la pena. / Salve, levantas a Adán, el caído; / Salve, rescatas el
llanto de Eva […] Salve, Virgen y Esposa» (Oda 1). Por su parte, la liturgia latina insiste en la confesión de la fe
católica sobre la encarnación, que se realizó en vistas de la redención y del
surgimiento de la Iglesia. La primera lectura recuerda la promesa de Isaías:
«La virgen está en cinta y da a luz un hijo» (Is 7,14). El evangelio recoge
su cumplimiento en la anunciación (Lc 1,26-38). La
segunda lectura (Heb 10,4-10) desvela la actitud
del Hijo al entrar en el mundo: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad» (Cita
el salmo 40 [39], que también se usa como salmo responsorial). Así, se
relacionan el sí de Jesús y el sí de María, como recuerda Benedicto XVI: «El
“Aquí estoy” del Hijo y el “Aquí estoy” de la Madre se reflejan uno en el
otro y forman un único Amén a la voluntad de amor de Dios» (Homilía,
25-03-2006). Por eso, en este día celebramos, al mismo tiempo, una fiesta cristológica y mariana, porque celebra un misterio
central de Cristo (su encarnación) y la actitud esencial de María (su fe y su
acogida a la Palabra de Dios). Esta solemnidad confiesa que Jesús, concebido por obra del Espíritu
Santo, no proviene de la carne, sino de Dios (cf. Jn 1,13). Es decir, no es el fruto de la unión de un
hombre con una mujer, no es el resultado del esfuerzo de los hombres, sino un
regalo de Dios. La Anunciación, además de ofrecer una reflexión sobre Cristo
y María, también invita a pensar en los fundamentos de la eclesiología. De
hecho, la Iglesia «reconoce que ha tenido su origen en la encarnación de tu
Unigénito» (oración sobre las ofrendas). Tenemos que pensar que la Iglesia es
la prolongación de la salvación de Cristo a lo largo de los siglos, la
actualización de la encarnación en la historia. El misterio de la Anunciación ha impregnado durante siglos la vida de
los católicos gracias al rezo del Ángelus, que marcaba la jornada con el
sonido de la campana por la mañana, a mediodía y al atardecer, y suponía el
inicio y el final de las actividades laborales, así como la pausa para la
comida. La Anunciación es uno de los motivos más frecuentes del arte
cristiano. En Oriente es muy común encontrarla en la puerta real del
iconostasio. Igualmente, es muy popular el icono de la Platytera
o Virgen del Signo, que representa a María de pie con los brazos abiertos, y
al niño Jesús, en su seno, dentro de un círculo dorado. María en la
Anunciación es patrona de los tejedores, y se la suele representar junto a
una rueca en los iconos orientales y en las pinturas medievales. A partir del
renacimiento se la pinta normalmente en un reclinatorio con una Biblia en la
mano. Por su parte, el Ángel Gabriel es patrono de los carteros, pues se le
considera el cartero divino. De hecho, en algunas representaciones se le
sitúa junto a María, con una carta en la mano. |
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Caminando con Jesús Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds |