LAS
BODAS DE CANÁ
P. Eduardo Sanz de Miguel,
o.c.d.
Introducción litúrgica. Hasta 1967, el Evangelio de las bodas de
Caná se proclamaba cada año el domingo después del Bautismo. En nuestros días,
se leen Evangelios que profundizan en el tema de la revelación de la identidad
de Jesús, como epílogo de la Epifanía. En el ciclo a, el testimonio de Juan
Bautista: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn
1,29). En el ciclo b, la continuación de ese Evangelio, con el primer relato de
vocación de los discípulos (Jn 1,35ss). En el ciclo c (que es el de este año),
las bodas de Caná, donde «Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y
creció la fe de sus discípulos en Él» (Jn 2,1-11). Fausto de Riez (s. V) relaciona las bodas de Caná con el desposorio
realizado entre Dios y los hombres en el nacimiento de Cristo, que llegará a
plenitud en la Pascua. Por eso, comienza comentando la referencia temporal, que
pone en relación el bautismo y la Pascua: «A los tres días hubo unas bodas.
¿Qué otras bodas pueden ser éstas, sino las promesas y gozos de la salvación
humana? Las mismas que se celebran, evidentemente, o bien a causa de la
confesión de la Trinidad, o bien por la fe en la resurrección, como se indica
en el misterio del número tres. Como el esposo que sale de su alcoba, descendió
el Señor hasta la tierra para unirse, mediante la encarnación, con la Iglesia».
Reflexión bíblico-teológica. En
las bodas de Caná Jesús «realizó su primer signo» (Jn 2,11). Isaías ayuda a
comprender su significado cuando habla del pacto amoroso que Dios realizará con
su pueblo en los tiempos mesiánicos: «Como un joven se casa con su novia, así
te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su
esposa, la encontrará tu Dios contigo» (Is 62,4-5). A la luz de la tradición
profética, el milagro de Jesús en Caná es un signo esponsal
que anuncia la llegada del momento en que Dios había de revelar su amor,
manifestándose como esposo tierno y fiel.
Ya ha terminado la era de los
ritos judíos de purificación. Ya ha concluido la época de las promesas. Con el
signo de Caná, Cristo ha adelantado la hora de su manifestación ante el mundo:
Él es el Esposo enviado por Dios para unirse en matrimonio de amor con la
Iglesia y con el alma de cada creyente. El banquete de Caná, en realidad, está
celebrando este desposorio místico.
Las bodas de Caná son un anuncio
del verdadero banquete, en el que Cristo no transforma el agua en vino, sino el
vino en su propia sangre. La Iglesia esposa, admirada, agradece a su Esposo que
haya guardado el buen vino de su amor para el final (Jn 2,10), para este tiempo
nuevo que se ha inaugurado con su venida. El buen vino que, más tarde, brotará
del costado de Cristo y se dará a la esposa como bebida espiritual. En cada
Eucaristía se celebran las bodas del Cordero como anticipo de aquel banquete
celestial, tantas veces anunciado por los profetas y por el mismo Cristo. Los
que beben del cáliz de la salvación, que contiene el vino sagrado que es la
Sangre de Cristo, se embriagan de su amor, que les capacita para hacer obras de
vida eterna.
El agua de los ritos de purificación anuncia también el agua del bautismo y el agua transformada en vino anuncia la Eucaristía. El banquete de bodas al inicio de la vida pública de Jesús anuncia el banquete de las bodas del Cordero al final de los tiempos. La referencia a la hora de Jesús anuncia la Cruz. La presencia de María en estos dos momentos tan significativos, en los que Jesús se dirige a ella llamándola mujer, anuncia el cumplimiento de las promesas de redención realizadas por Dios a los primeros padres. Como vemos, ninguna palabra, ningún gesto es casual en esta narración.
P. Eduardo
Sanz de Miguel, o.c.d.
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