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Domingo VI de Pascua P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
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La primera
lectura de la misa de hoy dice que el diácono Felipe anunció el evangelio en Samaría y “la ciudad entera se llenó de alegría” (Hch 8,8). Es sorprendente descubrir que el evangelio ha
sido fuente de paz y de alegría para tantas generaciones de cristianos.
Fuente de la verdadera paz y de la verdadera alegría, porque hay ocasiones en
las que no tenemos conflictos, pero eso no significa que vivamos en paz. Y
hay ocasiones en las que tenemos experiencias placenteras, pero eso no
significa que gocemos de la alegría. La verdadera paz
y la verdadera alegría, las que el mundo no puede dar, porque no las posee,
provienen de lo que Jesús dice en el evangelio de hoy: “No os dejo solos…
Volveré a vosotros… Os daré mi Espíritu” (Jn 14,18ss). Estas palabras las
dice en su discurso de despedida, después de la última cena. Efectivamente,
después de su muerte en la cruz, regresó a la vida, se apareció a los
discípulos, dándoles su paz (Jn 20,19) y ellos “se llenaron de alegría al ver
al Señor” (Jn 20,20). A continuación “sopló sobre ellos y les dijo: recibid
el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Estas no son
historias antiguas. Lo que sucedió entonces sigue aconteciendo hoy. Jesús
resucitado se hace presente en nuestras vidas, nos da su paz y su alegría,
nos comunica su Espíritu. Por eso podemos vivir gozosos, a pesar de las
contradicciones de la vida, a pesar de los sufrimientos y de las
humillaciones. Si el Espíritu de Jesús vive en nosotros, eso significa que
somos partícipes de su misma vida y un día seremos herederos de su reino.
Porque me lo creo, solo me queda orar con san Juan de la Cruz, pidiendo a
Cristo que lleve a plenitud su obra en mí, que no se eche a perder su
proyecto de amor sobre mi persona: Gocémonos, Amado, y vámonos a ver
en tu hermosura al monte ó al
collado do mana el agua
pura; entremos más
adentro en la espesura. Y luego a las
subidas cavernas de la
piedra nos iremos, que están bien
escondidas, y allí nos
entraremos, y el
mosto de granadas gustaremos. Allí me
mostrarías aquello que mi
alma pretendía, y luego me darías allí, tú, vida
mía, aquello que me
diste el otro día: El aspirar del
aire, el canto de la
dulce Filomena, el soto y su
donaire, en la noche
serena, con
llama que consume y no da pena. P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
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Caminando con Jesús Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds |