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P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
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La imposición de las cenizas proviene del gesto que hacían en los
primeros siglos los que estaban obligados a la «penitencia pública», imitando
una práctica frecuente en el Antiguo Testamento: Los que habían cometido
pecados graves eran apartados de la comunión eclesial durante un tiempo, en
el que tenían que hacer penitencia con la cabeza cubierta de cenizas. La
congregación para el culto divino recuerda que el rito está muy arraigado en
el pueblo cristiano y lo explica así: «[La]
ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que
necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto
puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del
corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario
cuaresmal» (Directorio 125). En camino hacia la Patria. No es por casualidad que la fórmula de
imposición de las cenizas se tomara del libro del Génesis, en donde se narra
la expulsión del Paraíso, después del pecado: «Eres polvo y al polvo
volverás. Y el Señor Dios lo expulsó del jardín del Edén» (Gn 3,19ss). Durante la Eucaristía, los pecadores tenían
que permanecer en el atrio del templo, expulsados de la
Iglesia (verdadero Paraíso) y privados del Cuerpo de Cristo (fruto del
verdadero árbol de la vida). Se sentían como si hubieran vuelto a la
situación anterior a su bautismo. Cuando eran reconciliados regresaban al
hogar, a la compañía de los Santos, anticipo e imagen de la Jerusalén
celestial. También los catecúmenos debían abandonar el templo después de la
liturgia de la Palabra, con la esperanza de poder permanecer dentro cuando
recibieran el bautismo. Catecúmenos y pecadores públicos se sentían excluidos
del Paraíso y de la tierra de promisión, que es la Iglesia. A medida que
avanzaba la Cuaresma, crecían sus deseos de que llegara la Pascua, para
incorporarse plenamente a la comunidad. Con estos ritos expresaban que la vida es un camino, no exento de
peligros, pero con una meta clara. A diferencia de los que no saben adónde se
dirigen, se consideraban peregrinos, deseosos de llegar a su destino, que es
la patria verdadera, «el descanso definitivo reservado al pueblo de Dios» (Heb 4,9). La Carta a Diogneto,
citando a san Pablo, afirma que los cristianos no podemos identificarnos
totalmente con el lugar donde nacimos, porque «somos ciudadanos del cielo» (Flp 3,20): «Los cristianos no se distinguen de los
demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres […]
Toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña […] Viven en
la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo». El actual himno de laudes (versión
española), tomado de las Coplas
a la muerte de su padre de Jorge Manrique, cumbre de la poesía española
del s. XV, recuerda que la
vida mortal es un camino hacia la eterna: «Este mundo es el camino / para el
otro, que es morada / sin pesar; / mas cumple tener buen tino / para andar
esta jornada / sin errar». Aquélla no es camino, sino ciudad permanente. Pero
añade que hay que tener cuidado, porque hay peligros en el recorrido que
pueden desviarnos. Para no perderse, propone seguir los pasos de Cristo, que
ya nos ha precedido y nos espera en la meta. Benedicto XVI también la
presenta como un camino de seguimiento de Cristo y de identificación con Él: «La
Cuaresma es un camino, es acompañar a Jesús que sube a Jerusalén […] Recuerda
que la vida cristiana es un “camino” por recorrer, que no consiste tanto en
una ley que debemos observar, sino en la persona misma de Cristo, a quien
hemos de encontrar, acoger y seguir» (Audiencia general, 09-03-2011). Recuerdo de nuestra
fragilidad. A
partir del s. IX empezó a abandonarse la penitencia pública sacramental, que
fue sustituida por la confesión como hoy la conocemos. La imposición de las
cenizas se generalizó en el s. XI con un significado nuevo: el de la
fragilidad de la vida, por lo que se convirtió en una invitación a estar
preparados para cuando llegue la muerte. El himno del Oficio de Lectura
(versión española), recoge las estrofas más estremecedoras de la misma poesía
que en laudes, que subrayan la brevedad de nuestra
existencia. Empieza así: «Recuerde el alma dormida, / avive el
seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, /cómo se viene la
muerte / tan callando». El Papa
recuerda que las cenizas siguen evocando «la precariedad de la condición
humana» (Homilía, 21-02-2007). Desde el s. XII, la ceniza proviene de la quema de los ramos y palmas
que se usaron el Domingo de Ramos del año anterior para aclamar a Cristo como
rey. Los ramos convertidos en ceniza denuncian que hasta nuestros mejores
deseos se quedan muchas veces solo en palabras, en propósitos que no se
materializan, en polvo y ceniza. El ministro impone la ceniza mientras dice: «Acuérdate de que eres
polvo y al polvo volverás» (Gn 3,19), o
bien: «Conviértete y cree en el Evangelio» (Mc 1,15). El Pontífice afirma que
«ambas fórmulas recuerdan la verdad de la existencia humana: somos criaturas
limitadas, pecadores que siempre necesitamos penitencia y conversión» (Audiencia
general, 06-02-2008). Este
rito subraya, al mismo tiempo, la fragilidad del hombre y la confianza que
Dios tiene en él, dándole una nueva oportunidad. San Clemente afirma que, en
todas las épocas, Dios ha concedido una oportunidad de conversión, un tiempo
de penitencia. Sucedió en tiempos de Noé y en tiempos de Jonás, de ello
hablaron los profetas y los evangelistas. De tan variados testimonios hemos
de aprovecharnos en este tiempo de gracia: «Emprendamos otra vez la carrera
hacia la meta de paz que nos fue anunciada desde el principio y fijemos
nuestra mirada en el Padre y Creador del universo, acogiéndonos a los
magníficos dones y beneficios de su paz» (Oficio de
lectura del Miércoles de Ceniza).
Así pues, la Cuaresma es un «camino» (o una «carrera», en palabras de san
Clemente, que evoca 2Tim 4,7) que comienza con la imposición de la ceniza y
termina con la renovación pascual. Se parte de la aceptación de nuestra
fragilidad moral (expuestos al pecado) y física (sujetos a la enfermedad y a
la muerte), para llegar a participar en la victoria de Cristo. En
palabras de san Pablo, es el paso del hombre carnal al espiritual, de guiarse
por los instintos a seguir las mociones del Espíritu Santo. El pecador es
desobediente, como el viejo Adán; pero está llamado a vivir en comunión con
Dios, como Jesús, nuevo Adán. Ése es el proceso de conversión que caracteriza
la Cuaresma. A todos los que este Miércoles de Ceniza comienzan su camino hacia la
Pascua les deseo la paz de Cristo. Que Él les acompañe y les dé los dones
necesarios para alcanzar la meta de su caminar. ¿Qué mejor inicio de la
Cuaresma que escuchar el Attende Domine?
En él decimos: «Escucha, Señor y ten misericordia porque hemos
pecado contra ti. A ti, rey soberano, redentor de todos, levantamos nuestros
ojos con lágrimas; escucha, Cristo, las plegarias de los que te suplican». Lo tienen en
este enlace: http://www.youtube.com/watch?v=t7Glyu7tEWU
Apartado 96 12530-Burriana (Castellón) |
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Caminando con Jesús Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds |