Poesías pascuales
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
No hay palabras humanas que puedan
expresar correctamente lo que la Iglesia celebra en la Pascua. No basta con
decir que es el recuerdo de la muerte y resurrección de Cristo. Los cristianos
queremos comprender el significado profundo de esos hechos. Por eso repetimos
con san Pablo: Cristo murió “por nuestros pecados” y fue resucitado “para
nuestra justificación” (Rom 4,25). Desde el principio, la Iglesia lo ha contado
cantándolo. De hecho, las cartas de san Pablo y el Apocalipsis recogen varios
himnos de los orígenes del cristianismo que celebran el misterio pascual.
Uno de los más antiguos himnos litúrgicos de la Iglesia romana es el pregón pascual, que ya
está testimoniado desde el s. IV, al final de las persecuciones del Imperio
Romano contra los cristianos: “Exulten por fin los coros de los ángeles,
exulten las jerarquías del cielo, y por la victoria de rey tan poderoso que las
trompetas anuncien la salvación…”
Algo más tardío, pero también de venerable antigüedad es la secuencia del día de Pascua, que encuentra una traducción muy acertada en la versión española del misal y del breviario. Nos unimos a la confesión de fe de santa María Magdalena, que dice “¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!” y nos invita a realizar un viaje espiritual a Galilea para encontrarnos con
Cristo
resucitado:
Ofrezcan
los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero
sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon
vida y muerte
en singular batalla
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
¿Qué has visto de camino,
María,
en la mañana?
A
mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid
a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.
Primicia
de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey
vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
La liturgia de las horas recoge un precioso himno de Juan de Salinas y Castro
(1559-1643) para cantar en la “Pascua florida”. Cristo es la flor que fue
cubierta de tierra en la encarnación, injertada en un árbol en la crucifixión,
que a los ojos del mundo marchitó en el sepulcro y dio fruto en la resurrección:
La
bella flor que en el suelo
plantada se vio marchita
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
De
tierra estuvo cubierto,
pero no fructificó
del todo, hasta que quedó
en un árbol seco injerto.
Y,
aunque a los ojos del suelo
se puso después marchita,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Toda
es de flores la fiesta,
flores de finos olores,
más no se irá todo en flores,
porque flor de fruto es ésta.
Y,
mientras su Iglesia grita
mendigando algún consuelo,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Que
nadie se sienta muerto
cuando resucita Dios,
que, si el barco llega al puerto,
llegamos junto con vos.
Hoy
la cristiandad se quita
sus vestiduras de duelo.
Ya
torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Otros himnos modernos del breviario también
expresan la confesión de fe cristiana con hermosas imágenes, como este que
presenta la Pasión de Cristo como una lucha entre la muerte y la Vida. Aparentemente,
la muerte venció sobre Cristo, pero su resurrección ha sido la victoria
definitiva sobre la muerte, que ya no tiene la última palabra en nuestra
historia:
La
noche y el alba, con su estrella fiel,
se gozan con Cristo, Señor de Israel,
con Cristo aliviado en el amanecer.
La
vida y la muerte luchándose están.
Oh,
qué maravilla de juego mortal,
Señor
Jesucristo, qué buen capitán.
En
él se redimen todos los pecados,
el árbol caído devuelve su flor,
oh santa mañana de resurrección.
Qué
gozo de tierra, de aire y de mar,
qué muerte, qué vida, qué fiel despertar,
qué gran romería de la cristiandad.
Hay un himno de la liturgia de las horas que invita a la alegría porque en la victoria de
Cristo sobre la muerte se abren a los creyentes las “puertas selladas” de la
inmortalidad, antes infranqueables para los hombres. Jesús habló de las muchas
moradas que hay en la casa de su Padre, indicando que hay sitio para todos,
cada uno con su sensibilidad y sus características personales:
¡Alegría!,
¡Alegría!, ¡Alegría!
La
muerte, en huida,
ya va malherida.
Los
sepulcros se quedan desiertos.
Decid
a los muertos:
"¡Renace la Vida,
y la muerte ya va de vencida!"
Quien
le lloró muerto
lo encontró en el huerto,
hortelano de rosas y olivos.
Decid
a los vivos:
"¡Viole jardinero
quien le viera colgar del madero!"
Las
puertas selladas
hoy son derribadas.
En
el cielo se canta victoria.
Gritadle
a la gloria
que hoy son asaltadas
por el hombre sus "muchas moradas".
Termino con el emotivo poema de Jorge Guillén (1893-1984) titulado “Sábado de Gloria”, en el que se
goza porque Cristo resucitado “alumbrándome fulgura / ya hoy mi suerte futura”.
Es decir, mirándole a Él puedo contemplar lo que me espera a mí. Por eso
“maravilla hay para ti” (y para mí):
Sábado.
¡Ya Gloria aquí!
Maravilla
hay para ti.
Sí,
tu primavera es tuya.
¡Resurrección,
aleluya!
Resucitó
el Salvador.
Contempla
su resplandor.
Aleluya
en esa aurora
que el más feliz más explora.
Se
rasgan todos los velos.
Más
Américas, más cielos.
Ha
muerto, por fin, la muerte.
Vida
en vida se convierte.
Explosiones
de esperanza.
¡A
su forma se abalanza!
Por
aquí ha pasado Aquel.
¡Viva
el Ser al ser más fiel!
Todo
a tanta luz se nombra.
¡Cuánto
color en la sombra!
Se
arremolina impaciente
la verdad. Triunfe el presente.
Alumbrándome
fulgura
ya hoy mi suerte futura.
Magnífico
el disparate
que en júbilo se desate.
El
Señor resucitó.
Impere
el Sí, calle el No.
Sí,
tu primavera es tuya.
¡Resurrección,
aleluya!
Sábado
¡Gloria!
Confía
toda el alma en su alegría.
P. Eduardo Sanz de
Miguel, o.c.d.
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