|
|
Retiro de Cristo en el desierto y
tentaciones P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
|
Después del bautismo, Jesús, «empujado» por el Espíritu (cf. Mt 4,1), se retiró al desierto
durante cuarenta días. El lugar. El desierto es, ante todo, lugar de silencio y de soledad, que nos
permite alejarnos de las ocupaciones cotidianas para encontrarnos con Dios.
Por eso, Oseas lo presenta como un espacio donde surge el amor: «La llevaré
al desierto y le hablaré al corazón» (Os 2,16). Para Israel es un lugar rico
de evocaciones, que hace presente toda su historia: Abrahán y los patriarcas
fueron pastores trashumantes por el desierto. Moisés se preparó en el
desierto para su misión y regresó para realizarla. Allí se manifestó el poder
y la misericordia de Dios, así como la tentación y el pecado del pueblo. No
podemos olvidar las connotaciones que el desierto ha adquirido en nuestra
cultura como imagen del sufrimiento físico y moral. Hoy se usa la imagen del
desierto para hablar de la pobreza, del hambre, del abandono, de la soledad,
del amor quebrantado. A todas esas realidades ha descendido Jesús. Allí se
hace presente. El tiempo. El retiro de Jesús en el desierto duró 40 días. ¿Tiene algún
significado ese periodo de tiempo? Debemos recordar que la Biblia hace un uso
abundante del simbolismo de los números, que los antiguos lectores entendían
bien, aunque en nuestros días pueda parecer extraño. El número 40, que
aparece aquí, lo podemos encontrar en más de cien textos, pero pocas veces
con un significado matemático. Recordemos que, en la antigüedad, morían
muchos niños y los adultos vivían unos 40 años. Los que superaban esa edad
eran una minoría. Por eso, 40 años era el símbolo de una generación, de una
vida, de un tiempo suficientemente largo para realizar algo importante.
Moisés, por ejemplo, murió a los 120 años (Dt
34,7). San Esteban divide su vida en tres etapas de 40 cada una: el tiempo
que pasó en Egipto, adorando a los dioses falsos, el tiempo que pasó en el
desierto, purificándose, y el tiempo que vivió al servicio de Dios y de su
pueblo (Hch 7,20-40). Es como si hubiera vivido
tres «vidas». Isaac se casó a los 40 años (Gen 25,20) y también Esaú (Gen 26,34). Israel caminó por el desierto durante
40 años, guiado por Moisés (Dt 29,4). David reinó
40 años (1Re 2,11). Y Job, después de sus desgracias, vivió 40 años de
bendición (Job 42,16). Igual que 40 años significan una vida, 40 días significan un tiempo
suficientemente largo para que se realice algo importante. Así, el diluvio
duró «40 días y 40 noches» (Gen 7,12). Moisés pasó 40 días en oración antes
de recibir las tablas de la Ley (Ex 24,18). 40 días tardaron sus enviados en
explorar la Tierra Prometida (Num 13,25). Elías
anduvo 40 días antes de encontrarse con Dios (1Re 19,8). Jonás anunció la
destrucción de Nínive a los 40 días (Jon 3,4). Jesús fue presentado en el
templo a los 40 días de su nacimiento (Lc 2,22),
como mandaba la Ley (Lev 12). Después del bautismo, pasó 40 días en ayuno y
oración (Mt 4,2) y, después de la resurrección, se
apareció también durante 40 días (Hch 1,3). Así
pues, los 40 días de Jesús en el desierto significan el tiempo necesario para
prepararse a su misión. Las tentaciones. El mismo Espíritu que consagró a Jesús,
«lo empujó al desierto, para que fuera tentado por el diablo» (Mt 4,1). Si el evangelista afirma que Jesús fue al
desierto empujado por el Espíritu, quiere decir que estamos ante un
acontecimiento que tiene que ver con su misión; es decir, con nuestra
salvación. Así se manifiesta el significado último de la kénosis,
del vaciamiento de Cristo, que «se despojó de la forma de Dios y tomó la
condición de esclavo, pasando por uno de tantos» (Flp
2,6-7). Cristo sufrió las tentaciones para que se cumpliera lo que dice la
carta a los Hebreos: «Ha sido probado en todo exactamente como nosotros,
menos en el pecado» (Heb 4,15). Por eso puede
comprendernos y tener compasión de nosotros. En último término, las tentaciones de Jesús coinciden con las de cada
hombre, desde el principio: usar de Dios en provecho propio, pedirle pruebas,
no fiarse de Él, usar del poder de este mundo para imponer los propios
criterios, decidir por sí mismo, independientemente de lo que Dios disponga…
Adán en el paraíso sucumbió, desobedeciendo a Dios. Lo mismo le sucedió a
Israel en el desierto. Cristo venció sometiéndose al Padre. Y su victoria es
ya nuestra victoria. San Pablo lo explica con el paralelismo entre el primer
y el definitivo Adán: Si la culpa del primero afectó a todos sus
descendientes, ¡cuánto más la victoria del segundo! (cf.
Rom 5,17). Adán, por su desobediencia, fue expulsado del Paraíso al desierto.
Jesucristo, con su obediencia, nos abrió el camino del desierto al Paraíso.
Lo subraya san Marcos, cuando dice que, después de vencer las tentaciones,
Jesús «estaba entre fieras salvajes, y los ángeles le servían» (Mc 1,13). Así se cumple lo que anunció el profeta para
los tiempos del Mesías: «Habitará el lobo con el cordero, la pantera se
tumbará con el cabrito» (Is 11,6). Con la victoria
sobre el pecado, se restablece la armonía del Paraíso, en la que todos
estamos invitados a participar. Al respecto, san Agustín afirma que todos
estamos llamados a compartir la victoria de nuestra cabeza: «En Cristo
estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de Él
procedía para ti la salvación […] de ti para Él la tentación, y de Él para ti
la victoria. Si hemos sido tentados en Él, también en Él vencemos al diablo». Notemos que el demonio propone sus tentaciones con citas de la
Escritura sacadas de su contexto. También en nuestros días se puede usar la
Biblia para hacerla decir lo contrario de lo que dice. No son pocas las
personas que la traicionan de este modo. Se consideran modernas, porque la
privan del contexto interpretativo en el que encuentra su sentido (que es la
comunidad creyente, la Iglesia) y la convierten en piedra de escándalo y de
tropiezo para los que tienen una fe sencilla. Jesús respondió con una
interpretación «tradicional» de la Escritura, viendo en ella la manifestación
de la voluntad de Dios, que Él está dispuesto a obedecer hasta el final, sin
ponerlo a la prueba. Este es un aspecto que en nuestros días adquiere una
especial importancia. La obediencia del siervo. Al tener lugar después del bautismo, en el que Jesús fue ungido mesías, las tentaciones iluminan la manera concreta de
entender su mesianismo y su disposición a obedecer al proyecto de Dios sobre
Él. Satanás le presenta otros modelos distintos del que ha recibido de Dios,
tal como se ha manifestado en el bautismo. Dios le pide el servicio humilde y
la obediencia hasta la muerte. El demonio le ofrece el triunfo, el poder y la
gloria humana; Satanás le propuso seguir el camino del éxito. Le sugiere que
un mesías triunfante encontraría acogida en la
gente, que fácilmente se dejaría guiar por Él. Todo lo contrario de lo que
Dios espera de su siervo. Es la misma tentación que se presentará en otros
momentos de su vida (Lc 4,13), principalmente en la
cruz (Mt 27,40-43). Pero Jesús la supera no usando a Dios para su provecho, sino
sometiéndose a los planes de Dios. Se abandona confiadamente en las manos del
Padre; a pesar de que el papel del siervo sufriente no sea claro y parezca
condenado al fracaso: «Aprendió sufriendo a obedecer» (Heb
5,7-8). Cuando Jesús dice que «no solo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4), está
afirmando la absoluta prioridad de la voluntad de Dios (manifestada en su
palabra, en la Escritura) sobre sus propias necesidades o proyectos (incluida
la satisfacción de las necesidades primordiales). Un salmo lo había expresado
así: «Tu gracia vale más que la vida» (Sal 62 [63],4).
Jesús lo confirmó con sus elecciones. Y yo, ¿estoy convencido, como Él, de la
absoluta prioridad de Dios en mi vida cotidiana? Él se abandonó en las manos
del Padre, aceptando ser su siervo. Por eso, varias veces dirá que no ha
venido a hacer su propia voluntad, sino la del Padre, que lo ha enviado. Así
«nos dejó un ejemplo, para que sigamos sus huellas» (1Pe 2,21). Así expone el Catecismo el significado de las tentaciones y de
sus consecuencias para nosotros: «Satanás le tienta tres veces tratando de
poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que
recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el
desierto […] Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero
sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel:
al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años
por el desierto, Cristo se revela como el siervo de Dios totalmente obediente
a la voluntad divina […] Cristo ha vencido al Tentador en beneficio
nuestro: “Pues no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de
nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el
pecado” (Heb 4,15)». nn. 538-540. Ahí va la
música de un clásico para este día: No podemos caminar con hambre bajo el
sol... Por el desierto el pueblo va...
Apartado 96 12530-Burriana (Castellón) |
|
Caminando con Jesús Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds |