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17 de
enero. San Antón P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
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En las estampas siempre se representa a San Antón acompañado de
animales domésticos: gallinas, burros, ovejas... y en las iglesias un cerdito
acompaña su imagen. Y es que fue un gran amigo de los animales. Se cuenta que
llegó a sacarle a un león la espina que tenía en una de sus garras. El
animalito, agradecido, se hizo su fiel compañero en el desierto y compartía
con el Santo su comida. En muchas iglesias, el día de su fiesta se bendice a
los animales, ya que es su patrón. Pero no olvidemos que lo es también de los
cesteros, alpargateros, cepilleros, y que lo fue
también de los leprosos. Para empezar a hablar de San Antonio, nos tenemos que trasladar a
Egipto, junto al Nilo, al sur de la ciudad de Menfis, en un pequeño poblado
llamado Queman, hace 1.750 años. Cuando él tenía 18 o 20 mueren sus padres,
dejándole una gran herencia (300 parcelas de regadío a orillas del Nilo,
casas, dinero, etc.) y la tutela de una hermana pequeña. Seis meses después
de quedarse huérfano, entró en la iglesia de su pueblo y escuchó al sacerdote
aquellas palabras del Evangelio: «Vende lo que tienes, dalo a los pobres y
sígueme». Estas palabras conmocionaron a Antonio, que confió su hermana al
cuidado de unas vírgenes virtuosas de la localidad, repartió sus tierras y
posesiones entre los más pobres y se retiró a vivir en soledad en las afueras
de su pueblo. Desde entonces, se dedicó a estudiar Al principio, Antonio sufrió muchas tentaciones, porque echaba de
menos las comodidades de su vida anterior, pero las combatió con el ayuno y
la oración. Comía una vez al día y se pasaba muchas horas del día y de la
noche rezando y estudiando Al cabo de unos años decidió trasladarse al desierto. Allí encontró
una cueva para residir en la más perfecta soledad. Su forma de vida indujo a
que muchas personas le fueran a ver, para hablar con él y pedirle consejo,
por lo que la soledad que él buscaba le era imposible. De nuevo emigró a otro
sitio más solitario, cerca de la actual ciudad de Luxor (antigua Tebas). Se
instaló en un edificio arruinado. Tenía 35 años y corría el año 285
aproximadamente. Pasó en Pispir 20 años sin
interrupción. Aunque su idea era estar libre del mundo exterior, dedicaba
muchas horas a atender a las personas que subían a la montaña para exponerle
sus dudas y problemas. Muy pronto aquel monte se llenó de jóvenes que querían
vivir como él. Constantemente resonaban allí las divinas alabanzas. Se
practicaba una pobreza heroica y una caridad perfecta. Los eremitas vivían
solos, o en pequeños grupos, aprendiendo las enseñanzas y los ejemplos de
Antonio. Uno de sus discípulos fue San Atanasio, que escribió: «Antonio
enseñaba que la meditación fortalece el alma contra las pasiones y el mal. Si
viviésemos como si hubiésemos de morir cada día, no fallaríamos nunca. Para
luchar contra el mal son infalibles la fe, la oración, el ayuno de los
ascetas, sus vigilias y oraciones, la paz interior, el desprecio de las
riquezas y de las glorias vanas del mundo, la humildad, el amor a los pobres,
las limosnas, la suavidad de costumbres y, sobre todo, el ardiente amor a
Cristo». Escribió numerosas cartas para consolar y animar a los cristianos que
eran encarcelados y condenados a muerte por su fidelidad a Cristo y a Nuestro Santo fue un gran luchador contra la doctrina de Alejandro
Arrio, que en aquellos momentos estaba de "moda". El arrianismo era
una herejía que sostenía que Jesucristo era un semi-dios,
pero no Dios (algo parecido a las cosas que hoy creen los testigos de
Jehová). Dicha teoría fue rechazada en el Concilio de Nicea celebrado en el
325 que declaró que Jesús «es el Hijo de Dios y de la misma naturaleza que el
Padre». En el 355 se trasladó a Alejandría para visitar a su discípulo
Atanasio y predicar juntos contra el arrianismo. Pero sólo lo pudieron hacer
durante un año justo, ya que Antonio falleció el 17 de enero del 356. Cuenta
San Atanasio que supo guardar la justa medida en los ayunos y en la
austeridad; prohibió a sus discípulos los excesos en la mortificación; enseñó
a valorar la pureza de corazón y la confianza en Dios sobre las prácticas
exteriores. De ordinario mostraba un rostro resplandeciente de alegría. Murió
sonriendo. San Antón sigue siendo un ejemplo actual para todos. No se trata de que
dejes tu casa y tus amigos y te vayas al desierto a ayunar y a rezar. Dios
sigue llamando a algunos a la vida religiosa, pero no a todos. Lo que sí
podemos hacer todos es buscar nuestro «desierto» en nosotros mismos: rechazar
totalmente aquello que nos estorba y buscar momentos para el silencio, la
lectura espiritual y la oración, no permitiendo que nada nos distraiga de la
ocupación más importante: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como
a nosotros mismos. Ponte a pensar ahora mismo en lo siguiente: Hace 10 días
que terminaron las fiestas navideñas. ¿Cuántas cosas has comprado que ahora
no te sirven? ¿Cuánta comida has desperdiciado? ¿Has estado algún momento en
soledad, orando en silencio? ¿Cuántas horas has pasado delante del televisor
viendo programas sin interés? Hay otras maneras más interesantes de gastar el
tiempo, como leer un buen libro y orar. Verás que en tu desierto vivirás
mejor. P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. Teresianum Piazza San Pancrazio
5/A 00152-ROMA (Italia) |
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Caminando con Jesús Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds |