TERESA DE LISIEUX,
DOCTORA PARA EL TERCER MILENIO P. Eduardo Sanz de
Miguel, o. c. d. a. Su experiencia de
solidaridad con los incrédulos e. La vocación de las
contemplativas 1. IntroducciónHay una mujer cuyo rostro es
conocido en el mundo entero. No es un músico de fama, aunque mueve más gente
que las giras de Justin Bieber. No es un famoso jugador de fútbol, pero ni
siquiera Messi es tan conocido. No es J. K. Rowling,
pero sus obras están traducidas en más idiomas y dialectos que las aventuras
de Harry Potter. No es un jefe de
estado, aunque su poder empalidece al mismísimo Obama. No es un príncipe árabe y sin embargo tiene casas en todos
los países. Su nombre se asocia siempre al reparto de infinidad de favores y
al cambio personal que experimentan quienes se deciden a seguir su
«caminito». Hablamos de santa Teresita
del Niño Jesús y de la Santa Faz, conocida también como santa Teresa de
Lisieux, por la ciudad en la que vivió desde que tenía 4 años hasta que murió
con 24. 2. Ambiente históricoSanta Teresa de Lisieux es la
doctora de la Iglesia más joven y la más cercana en el tiempo a nosotros. Su Historia de un alma es el libro más
traducido y editado de toda la Historia de la humanidad, después de la
Biblia. Ha sido la santa más citada por los Papas del s. XX y una de las que
más han influido en la evolución de la Teología. Recordaremos brevemente el
ambiente histórico que vivió para comprender mejor su mensaje. Su época fue
verdaderamente convulsa y difícil: la organización social del Antiguo Régimen
de Cristiandad, que había comenzado a romperse con la revolución francesa,
llegaba definitivamente a su fin. La sociedad continuaba siendo
mayoritariamente campesina y oficialmente católica, aunque la numerosa
emigración hacia las ciudades y el afianzarse de la revolución industrial,
estaba cambiando rápidamente las estructuras sociales y los hábitos
religiosos. Al nacer Teresa Martin, en todos
los documentos papales Francia seguía siendo la «Hija Predilecta de la
Iglesia». La mitad de las escuelas del país estaban regentadas por
religiosos. La Iglesia poseía, además, unos 4.000 centros asistenciales,
entre hospitales, orfanatos, asilos de ancianos y otras obras de
beneficencia. También gestionaba numerosos periódicos y editoriales. Sin
embargo, las sucesivas leyes anticlericales y laicistas de la III República
cambiaron rápidamente la situación: se suprime la obligación del descanso
dominical, se aprueba el divorcio, se prohíbe enterrar fuera de los
cementerios civiles, se disuelven congregaciones religiosas, se cierran
conventos, se impone una escuela gratuita, obligatoria y laica, excluyendo a
los religiosos de la formación de niños y jóvenes (en pocos años se
clausuraron más de 10.000 centros católicos)... llegando a su máxima
radicalización en 1905, con la ruptura del Concordato entre Francia y la
Santa Sede y la proclamación de la laicidad del Estado. Por otro lado, la
Iglesia también sufre dificultades y persecuciones en otros países del
entorno. Especialmente significativa es la situación de Italia: en 1870 los
Estados Pontificios son anexionados definitivamente en la nueva nación
italiana, que establece su capital en Roma. Desde entonces y hasta la
solución del «problema romano» en 1927, el Papa se considerará prisionero en
el Vaticano. Ante tantas dificultades y
persecuciones, muchos abandonan la fe, disminuyen los bautizos, matrimonios y
funerales religiosos, así como la práctica dominical y el número de
vocaciones consagradas. Los que permanecen en la Iglesia, por el contrario,
lo hacen de una manera convencida, por lo que refuerzan sus signos de
identidad. En estos años se multiplican las peregrinaciones de católicos a
Roma y a los santuarios marianos, se hace más exigente la preparación para
recibir los sacramentos, se generaliza la lectura de la Biblia, de las vidas
de Santos y de libros de devoción, se promueven los retiros espirituales y
las misiones populares, etc. Especialmente, cinco van a ser las columnas que
mantienen el edificio espiritual de la época: a) La devoción al Sagrado Corazón, subrayando que se encuentra herido por
nuestros pecados y que un día nos llamará a juicio. Se acompaña por una
espiritualidad de sacrificio, inmolación y reparación por los pecadores,
especialmente por los desmanes del gobierno contra la Iglesia. Se erige la
«Asociación reparadora de la blasfemia y de la violación del domingo». Muchas
almas generosas ofrecen su propia vida a la justicia divina, deseando
convertirse en los «pararrayos» de su ira. b) La piedad eucarística se interpreta en esta línea, por lo que se crean
numerosas asociaciones para el culto de la Eucaristía fuera de la Misa,
especialmente «para reparar los ultrajes que se hacen a Dios y a nuestra
santa Religión». Sin embargo la Comunión se recibe con poca frecuencia, por
miedo a caer en el sacrilegio, si no se está suficientemente preparados. c) La devoción a la Virgen María crece con las numerosas apariciones de la
época en territorio francés (la Medalla Milagrosa, Nuestra Señora de las
Victorias, La Salette, Lourdes y Pontmain). Todas ellas hablan del sufrimiento que le
causan los pecados de los hombres e invitan a la oración y al sacrificio. Las
peregrinaciones se organizan como ejercicios colectivos de penitencia. d) El amor a la Iglesia se identifica con la devoción al Papa y el esfuerzo
para que puedan volver a establecerse los Estados Pontificios. De hecho, se
forman ejércitos de voluntarios franceses que van a luchar contra las tropas
italianas. e) El espíritu misionero se desarrolla como nunca antes en la historia de la
Iglesia francesa. En las colonias de África y de Asia se impone a los
considerados «salvajes» el idioma y la cultura de Francia; y se considera el
cristianismo como la máxima expresión de dicha cultura. f) Otras devociones como la Santa Faz, la Preciosa Sangre de Cristo, los
Ángeles y algunos Santos alcanzan también cierta importancia, aunque no tanta
como las anteriormente nombradas. Santa Teresita participará de la mentalidad
de su época y también construirá su vida y su espiritualidad sobre estas
columnas, pero a cada una de ellas dará su enfoque personal, renovándolas y
llenándolas de un sentido más evangélico, lo que llevó al Papa Pío XI a
hablar de la «sorprendente novedad de su doctrina». Ella era consciente de la
originalidad de sus propuestas y del bien que harían en la Iglesia. Sirva de
ejemplo este texto: «Rézale mucho al Sagrado Corazón. Tú bien sabes que yo no
veo al Sagrado Corazón como todo el mundo» (Cta. 122 a Celina). 3. Su vidaLa existencia terrena de Teresa de
Lisieux puede resumirse brevemente: Una niña alegre y despierta, dotada de
una inteligencia precoz y de una aguda sensibilidad, que nace en el seno de
una familia acomodada, con profundas convicciones cristianas, que la colma de
atenciones y regalos. Después de una primera infancia feliz, se vuelve
introvertida e hipersensible, al perder a su madre con solo 4 años. Su
hermana Paulina ocupa el lugar de la madre, sabiendo compaginar el afecto y
la disciplina. Cuando Teresa tiene 9 años, su hermana se hace carmelita
descalza. Comienza una etapa de enfermedades psicofísicas, que la convierten
en una niña tierna, débil, escrupulosa y –muchas veces–impertinente. Cuando
tiene 10 años, mientras su padre y dos de sus hermanas están de viaje, su tío
evoca el recuerdo de su madre fallecida. Unas horas más tarde, la niña
comienza a temblar, sufriendo alucinaciones y hablando con incoherencia. Pasa
dos meses en cama, padeciendo «una enfermedad gravísima, que nunca se había
manifestado antes en un niño», en palabras del doctor que la atiende. Cuando
parece que va a morir, mientras sus hermanas oran arrodilladas junto a su
cama, siente que la Virgen le sonríe con dulzura y sana repentinamente. Pero
se suceden episodios de escrúpulos, de tristeza y de debilidad física y
emocional. Sana definitivamente a los 14 años, en lo que ella denomina «la
gracia de Navidad», que la convierte en una mujer adulta y madura: «El 25 de
diciembre de 1886 recibí la gracia de salir de la niñez... Sentí la necesidad
de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás, ¡y desde entonces fui
feliz!... Mi espíritu, liberado ya de los escrúpulos y de su excesiva
sensibilidad, comenzó a desarrollarse». La clave de su sanación y de su
maduración psíquica y espiritual está en que fue capaz de «olvidarse de sí
misma» para pensar en los demás, saliendo de sí, amando gratuitamente, sin
esperar nada a cambio... Aquí inició su «carrera de gigante». A los 15 años ingresa en el
Carmelo con gran entusiasmo y con una voluntad férrea de llegar a ser santa.
Desde el principio hubo de enfrentarse a todo tipo de sufrimientos y
dificultades: El superior se opone a su ingreso, el confesor no la comprende,
el que había sido su director se encuentra en Canadá, algunas monjas le
manifiestan su rechazo porque ya son tres hermanas carnales en la misma casa
religiosa, el clima espiritual de su comunidad es de abierto jansenismo,
algunas religiosas no disimulan sus celos... y, para colmo de males, su padre
enferma, perdiendo la movilidad y la lucidez mental. Muchos acusan
directamente a Teresa, por haberle abandonado a pesar de ser su hija
preferida. A pesar de todo, realiza un camino
de maduración sorprendente, en el que Jesús es casi su única ayuda y su
director espiritual. En 1893, sor María de los Ángeles la describe así en una
carta: «Sor Teresa del Niño Jesús tiene 20 años... Grande y fuerte, con aire
de niña, que oculta en ella una sabiduría, una perfección y una perspicacia
de 50 años. De espíritu siempre sereno, y totalmente dueña de sí en todo y
para con todos. Una verdadera santita, a la que se podría dar la comunión sin
confesarla, y a la vez con una cabecita llena de picardía para sacarle chispa
a todo. Mística, cómica, todo se le da..., es capaz de hacernos llorar de
devoción o desternillarnos de risa en los recreos». La lectura orante de
textos bíblicos despierta en ella varias intuiciones profundamente
evangélicas, que desembocan en el descubrimiento de su camino de infancia
espiritual, en 1895. Este mismo año se ofrece al Amor misericordioso, lo que
representa una auténtica revolución con respecto a la espiritualidad de su
época, en la que las almas más selectas se ofrecían como víctimas a la
justicia de Dios. «Desde aquel día feliz, me parece que el amor me penetra y
me cerca, me parece que ese amor misericordioso me renueva a cada instante,
purifica mi alma». Los últimos 18 meses de su vida se caracterizan por
terribles sufrimientos físicos y espirituales, hasta que muere de
tuberculosis el 30 de septiembre de 1897. Muchos conocen la anécdota
sucedida en el Monasterio Lisieux en el verano de ese mismo año: Teresa
estaba gravísima, contaba solo 24 años y había llevado una vida sencilla y
escondida. Una hermana dijo en público que la Priora de la Comunidad tendría
muy difícil escribir la carta necrológica que se acostumbraba mandar a los
conventos, amigos y familiares al fallecer una religiosa. Se lo comentaron a
sor Teresa y se lo tomó a broma. Estaba segura de que no tenían que decir
nada de sí misma ni de sus obras, sino de la misericordia que Dios le había
manifestado. 4. Historia póstumaA su muerte, la priora del Carmelo
encargó a una hermana carnal de Teresita que redactara la carta acostumbrada.
Tardó varios meses en prepararla, utilizando los «Escritos autobiográficos»
de la difunta, recogidos en tres cuadernillos de escolar. La carta circular
se convirtió en un libro y la comunidad lo ofreció a las editoriales
católicas del momento para su publicación. Todas se negaron; y solo pudo ver
la luz porque un tío suyo pagó los gastos. El 30 de septiembre de 1898 se
publicó la primera edición de la Historia
de un alma, con una tirada de 2.000 ejemplares, que se vendieron a 4
francos. En pocos meses hubo que preparar una nueva edición de 4.000 copias,
que también se agotó rápidamente. Solo un año después, en 1899, su
tía comentaba con las hermanas y la prima de la difunta que la familia
tendría que abandonar Lisieux por causa de Teresita, ya que la avalancha de
peregrinos que cada día se acercaba a su casa pidiendo información sobre su
sobrina no les permitía un momento de tranquilidad: no les dejaban ni comer
ni dormir. Todos querían saber algo más de aquella joven monja muerta en olor
de santidad. Incluso hubo que poner unos guardias que custodiaran su tumba en
el cementerio, porque cientos de peregrinos arrancaban las flores y se
llevaban la tierra en su deseo de poseer una reliquia. Rápidamente comenzaron las
traducciones de sus escritos: en 1901 al inglés, en 1902 al polaco, en 1904
al italiano y al holandés, en 1905 al alemán, portugués, español, japonés,
ruso... y «un huracán de gloria la envolvió» (Pío XI). Hoy se pueden leer en
más de 60 idiomas. Con las traducciones se multiplican por todo el mundo los
testimonios de conversiones, curaciones milagrosas, apariciones de la pequeña
Teresa... Cuando en 1903 sugirieron a las
carmelitas de Lisieux la posibilidad de canonizarla, rechazaron la oferta,
alegando: «Si así fuera, habría que canonizar a todas las carmelitas», pero
Pío X impulsó el proceso en 1907 (a los 10 años de su muerte). En una audiencia
pública, como respuesta a un obispo misionero que le regaló un cuadro de
Teresa, exclamó: «He aquí la santa más grande de los tiempos modernos». A
quien le hizo notar que en su vida no había nada de extraordinario, el mismo
Papa le respondió: «Esta extrema
sencillez es precisamente lo que hay de más extraordinario y notable en esta
alma. Abrid vuestra teología». Para el proceso de beatificación
se necesita presentar un milagro que Dios haya realizado por intercesión de
la persona que se quiere beatificar. En el caso de Teresita se presentó un
dossier con algo más de 5000. Se la eximió de la necesaria espera de 50 años
que exigía la normativa eclesiástica del momento y Pío XI, que la llama «la
estrella de mi Pontificado», la beatifica en 1923, la canoniza en 1925 y la
declara patrona de las misiones en 1927. Para entonces se habían recibido en
Lisieux varios millones de cartas (solo en el año de su canonización una
media de 1000 diarias) que pedían reliquias, enviaban donativos, atestiguaban
favores recibidos y desde allí se habían repartido más de 2,000.000 de
escritos suyos o sobre ella (solo en francés: 400.000 ejemplares de Historia de un alma, 800.000 de Llamada a las almas pequeñas, 300.000
de la Vida abreviada y 500.000 de Pensamientos), así como más de
40,000.000 de estampas con su retrato. La ceremonia de canonización
rompió todos los moldes. En el decreto de canonización se dice que,
«consultando el archivo de la Sagrada Congregación de Ritos, no se halla otra
causa que se haya desarrollado con tan rápido y próspero éxito». A la
ceremonia asistieron 35 de los 72 Cardenales con que contaba la Iglesia,
además de 50.000 fieles (los únicos que pudieron obtener entrada en el
templo, de los varios cientos de miles que lo solicitaron). Por primera vez en
la historia se colocaron micrófonos en la Basílica Vaticana, para que todos
pudieran seguir las palabras del Papa. Durante la tarde, más de 500.000
peregrinos se acercaron a la Basílica para honrar a la nueva Santa. La cúpula
de San Pedro se adornó toda la noche con innumerables luminarias (lo que no
sucedía desde la caída de los Estados Pontificios, en 1870, ni se ha vuelto a
repetir), numerosas celebraciones se desarrollaron por todo el mundo. Por influjo de Teresita se
implantaron cientos de monasterios contemplativos en los territorios de
misión. Sin ser fundadora, Teresa de Lisieux cuenta hoy con más de 50
Congregaciones religiosas masculinas y femeninas, Institutos seculares o
Sociedades de Vida Apostólica, que la consideran como patrona e inspiradora.
Su imagen está presente en la mayoría de las iglesias y capillas cristianas.
Unos 2.000 templos de todo el mundo están consagrados a su nombre. Entre
ellas, cinco Catedrales y cinco Basílicas. Más de 70 seminarios y numerosas
escuelas, obras sociales y agrupaciones de fieles la tienen por titular. Es copatrona de Rusia y titular del «Russicum»
(colegio de preparación en Roma para los sacerdotes de Iglesias Orientales).
En el Cairo tiene un santuario impresionante, meta de continuas
peregrinaciones de católicos, coptos y principalmente musulmanes. 5. La situación actualHay que reconocer que santa Teresa
de Lisieux utiliza un lenguaje distinto al que estamos acostumbrados: Al
hablar continuamente de un caminito,
de ser la pelotita de Jesús, de sus
hermanitos, de florecillas, de las pequeñas esposas del Señor... produce sensación de infantilismo.
También provoca reservas su repetida afirmación de que ama el sufrimiento;
pero hay que clarificarla a la luz de sus escritos, ya que se refiere a que
quiere unirse a Jesús para ayudarle a salvar almas prolongando en su carne lo
que falta a la pasión de Cristo a favor de su Cuerpo (cf. Col 1,24). Algunos predicadores y
publicaciones han hecho un flaco servicio a la Santa: Han presentado algunas
frases suyas fuera de contexto para mantener costumbres contrarias a sus
principios. Por ejemplo, pensemos en las «florecillas», los pequeños
sacrificios cotidianos buscados para agradar a Jesús: Ella ofrecía los
sufrimientos inevitables, causados por la enfermedad, las incomprensiones de
otras personas, la debilidad de carácter, las imperfecciones propias y
ajenas... pero bromeaba sobre las industrias para auto-mortificarse de
algunas hermanas. Sin embargo, a veces se han utilizado sus escritos para justificar
lo que ella rechazaba. Al acercarnos a un autor tenemos
que tener en cuenta su contexto y su lenguaje, sus maneras de decir las
cosas, para comprender su mensaje. ¿Alguien puede leer los libros bíblicos de
las Crónicas, Esdras, Zacarías o el Apocalipsis sin una introducción que
clarifique el lenguaje y los géneros literarios? En la Carta Apostólica La ciencia del Amor divino, en la que
Juan Pablo II explicaba los motivos que justifican «la actualidad de la
doctrina de santa Teresa de Lisieux», así como «la influencia particular de
su mensaje sobre los hombres y las mujeres de nuestro siglo», se subrayan
tres circunstancias que intervienen para hacer aún más significativa la
designación de la Santa de Lisieux como «doctora de la Iglesia Universal, maestra
para la Iglesia de nuestro tiempo»: el hecho de ser «una mujer, una
contemplativa, una joven» (n. 11). Una mujer: Con una aguda sensibilidad femenina asimiló el perenne mensaje del
evangelio, transmitiéndonos sus experiencias e intuiciones en sus escritos.
Subraya la esencialidad de la ternura de Dios y de su misericordia como
núcleo de la enseñanza de Jesús. De ahí brota una confianza sin límites, que
nos permite superar las dificultades, los fracasos y las propias
limitaciones, en «el camino de la confianza y del amor». Su lenguaje es
narrativo, experiencial, cargado de imágenes, cercano al de la Sagrada
Escritura. Una contemplativa: Desde su experiencia de consagración total a Cristo, nos recuerda la
absoluta primacía del ser sobre el hacer. En la búsqueda de su personal lugar
en el Cuerpo Místico de la Iglesia, descubrió que el amor es el motor que
mantiene vivo el organismo y dinamiza sus actividades. En una sociedad
caracterizada por el activismo y las prisas, Teresa nos recuerda que la
contemplación amorosa es el fin más alto y sublime que puede desarrollar el
ser humano y que solo con los ojos y el corazón de Cristo podemos comprender
a los demás y trabajar en la construcción de la civilización del amor. Por
delante de las obras, lo primero que ha de hacer el ser humano es acoger al
Dios que llama a nuestra puerta. Quien se siente amado puede amar, quien se
sabe perdonado puede perdonar, quien hace experiencia de la paciencia y
ternura de Dios puede manifestar paciencia y ternura a los otros... Una joven: Teresa llegó a la madurez de la santidad en plena juventud, muriendo con
solo 24 años. Su mensaje es sencillo y sugestivo: Dios es amor, cada persona
es amada por Dios, Dios espera ser acogido y amado por cada uno, nadie está
excluido del camino del amor y de la santidad, ya que Él no pide grandes
obras, sino amorosa fidelidad a las obligaciones cotidianas y confianza.
«Nuestra religión es bella. En vez de estrechar nuestros corazones, los eleva
y los hace capaz de amar con un amor casi infinito» (Cta. 166 a Celina). El centenario de su muerte en 1997
y su proclamación como Doctora de la Iglesia fueron acontecimientos que se
acompañaron por multitud de publicaciones, estudios y congresos en todos los
idiomas. A pesar de todo, hoy es poco conocida por las nuevas generaciones,
aunque su mensaje sigue siendo actual y necesario. Por eso voy a intentar
exponer con sencillez sus principales intuiciones. 6. Su mensajePasado el vendaval del impacto
inicial de la Historia de un alma,
el magisterio espiritual de santa Teresita ha perdurado, superando el paso
del tiempo, tal como demuestran las continuas ediciones de sus escritos y las
numerosas publicaciones en torno a su doctrina que cada año se lanzan al
mercado. El Magisterio Pontificio y los documentos de la Iglesia la citan
continuamente, especialmente para ilustrar la vocación universal a la
santidad, la fecundidad de la vida contemplativa, el sentido de la oración,
la dimensión misionera de la vida cristiana... Baste recordar aquí su presencia
en el Catecismo de la Iglesia Católica
(nn. 127, 826, 956, 1011, 2011, 2558), en la
exhortación postsinodal Vita Consecrata (nn. 34, 77), o
la radical dependencia de su doctrina de toda la Carta Apostólica Novo Milennio Ineunte. Son muchos los sectores de la
teología en los que Teresa ha dejado su huella, uniendo la teología y la
experiencia espiritual: la imagen de Dios como amor misericordioso, «más
tierno que una madre», la aceptación de la pobreza radical de la criatura, la
activa comunión de los Santos en el Cuerpo Místico de la Iglesia, la
conciencia de la vocación universal a la santidad, el valor de la oración
contemplativa, la intuición de que en el cielo continúa la obra iniciada en
la tierra, lo irreal del tiempo que pasa y el valor de eternidad del momento
presente, vivido por amor. También nos ha devuelto una imagen de María
plenamente evangélica, con la sencillez de su vida de fe, sin necesidad de
las exageraciones que en su tiempo tanto llamaban la atención a los
predicadores y que a ella no convencían. Cosas que estaban muy lejos de la
mentalidad de finales del siglo XIX, cuando las personas, acuciadas por el
temor se ofrecían como víctimas a la justicia divina. Muchas de sus
intuiciones han sido tan pacíficamente asumidas por la Iglesia, que a veces
olvidamos de dónde provienen. Solo trataré de manera muy resumida algunas de
ellas. Quien desee profundizar en su mensaje puede encontrar estupendos
libros en el mercado. a. Su experiencia de solidaridad con los incrédulosEs, posiblemente, lo que más
sorprende a nuestros contemporáneos y lo que la hace más cercana a nosotros.
El ateísmo era un fenómeno que estaba iniciando en Europa, pero su amor hacia
los pecadores y su compasión hacia los no creyentes la llevó a solidarizarse
con ellos, a desear sentarse a su mesa y a compartir su dolor. Dios le
concedió un conocimiento no intelectual, externo, sino íntimo, experiencial,
del mundo de las almas sin fe. Vivió los últimos 18 meses de su existencia
inmersa en el túnel de la noche oscura. Todo comienza en la noche del Jueves al Viernes Santo de 1896, cuando vomita sangre en
la cama. Es el primer síntoma de su tuberculosis, pero nadie sabe nada de
ello. Desde ese día, las pruebas físicas y las espirituales se multiplicarán. Teresa conocía las batallas
anticlericales de la prensa y las leyes que habían decretado el cierre de
numerosos conventos. La apologética del momento afirmaba que todo era un
complot de personas de mala voluntad, pero que la fe es obvia y no necesita
de ninguna demostración: la creación entera canta la gloria de Dios y todos
deberían admitir su existencia. Teresa se hace solidaria de una manera
misteriosa con los pecadores, a los que llama «mis hermanos», viviendo su
noche y su oscuridad, aceptando permanecer en soledad y ora en su nombre. Escuchémosla a ella: «Yo gozaba
entonces de una fe tan viva y tan clara, que el pensamiento del cielo
constituía toda mi felicidad. No me cabía en la cabeza que hubiese incrédulos
que no tuvieran fe. Me parecía que hablaban por hablar cuando negaban la
existencia del cielo... Jesús me hizo comprender que hay verdaderamente almas
sin fe... permitió que mi alma se viese invadida por las más densas
tinieblas... Señor, tu hija te pide perdón para sus hermanos. Se resigna a
comer, por el tiempo que quieras disponer, el pan del dolor, y no quiere
levantarse de esta mesa llena de amargura...
Me parece que las tinieblas me dicen, burlándose de mí: “Sueñas con la
luz. Sueñas con la posesión eterna del Creador. Crees poder salir un día de
las brumas que te rodean. ¡Adelante! ¡Adelante! Gózate de la muerte, que te
dará, no lo que tú esperas, sino una noche más profunda todavía, la noche de
la nada”... Madre amadísima, la imagen que he querido darte de las tinieblas
que envuelven mi alma es tan imperfecta como un boceto comparado con el
modelo. No obstante, no quiero extenderme más, temería blasfemar. Hasta tengo
miedo de haber dicho demasiado...». b. Una maestra del EvangelioQuien se acerca a Teresa descubre
en ella la convicción de estar iluminada e instruida por el Maestro divino a
través de las páginas de la Escritura que, aun sin poseer un ejemplar de la
Biblia completa, fueron las fuentes de su saber. Un cuadernillo de su hermana
Celina con anotaciones de textos del Antiguo Testamento fue para ella un
tesoro que le permitió formular la propuesta de su «caminito». Llevaba una
copia de los Evangelios junto al corazón, tanto de día como de noche. Habría
querido saber griego y hebreo para comprender las escrituras en su lengua
original. En sus escritos, allí donde brilla
la originalidad de sus intuiciones teológicas y espirituales, encontramos
siempre una página de la Biblia que las ilumina: Así, en la llamada de Jesús
a los discípulos (Mc 3,13) encuentra luz
para clarificar el misterio de las vocaciones en la Iglesia, con lo que da
inicio al manuscrito a. En la teología de los carismas unificados en la
caridad (1Cor 12-13) halla su vocación específica en la Iglesia. En la
lectura de la oración sacerdotal de Jesús se siente investida de los mismos
sentimientos de Cristo. En las páginas del Sermón de la Montaña penetra las
riquezas y sutilezas del verdadero amor del prójimo. En otros textos
proféticos y evangélicos intuye el valor de la pequeñez y de la pobreza que
le abren el corazón a la confianza en Dios. Cita explícitamente 440 veces el
Antiguo Testamento y 650 el Nuevo. Porque fue directamente a las
fuentes, Teresa abrió su alma a los horizontes de una espiritualidad nueva,
que se salía de las casillas de lo que en su tiempo eran los principios
normales de la espiritualidad: un poco reducida a pietismo y otro poco
amarrada por el jansenismo. Si no tuviéramos en cuenta esta originalidad, no
se explicaría por qué su doctrina, tan sencilla y elemental hoy para
nosotros, en su tiempo fue saludada por los Papas como un mensaje nuevo, una
especie de revolución copernicana en el ámbito de la espiritualidad. c. Confianza sin límitesLos retiros anuales eran momentos
de turbación y desasosiego. Los predicadores de la época no tienen reparo en
aterrorizar a las almas insistiendo en el pecado, que ven en todo, en los
tormentos del infierno que nos esperan y en el sufrimiento como único camino
de purificación. El mismo capellán de la comunidad es muy escrupuloso. Un
día, sor Teresa de san Agustín, una religiosa mortificada y muy observante,
sale del confesionario deshecha en lágrimas y comenta a su priora: «madre
mía, el capellán acaba de decirme que tengo ya un pie en el infierno».
«Quédese tranquila, hermana, –le dice la priora– a mí me ha dicho que ya
tengo los dos en él». El retiro de 1891 (Teresa tiene 19
años) no presagia nada bueno. El P. Benigno, provincial de los franciscanos,
que debía predicarlo, se ve impedido y manda en su lugar al P. Alejo Prou, que se dedica a predicar en las fábricas ante las
multitudes y no está acostumbrada al trato con monjas contemplativas... «Dios
se sirvió precisamente de ese Padre, a quien solamente yo aprecié en la
comunidad. Sufría por entonces grandes inquietudes interiores de toda
clase... Estaba dispuesta a callar acerca de mi estado, por no saber cómo
expresarme, pero apenas entré en el confesionario, sentí que mi alma se
dilataba. Después de haber pronunciado unas pocas palabras, fui comprendida
de un modo maravilloso, y hasta adivinada... Me lanzó a velas desplegadas por
los mares de la confianza y del amor, que me atraían tan fuertemente, pero
por los que no me atrevía a navegar. Me dijo que mis faltas no desagradaban a
Dios... ¡Oh, qué dicha experimenté al escuchar estas consoladoras palabras!
Nunca había oído decir que las faltas pudiesen no desagradar a Dios. Esta
seguridad me colmó de alegría y me hizo soportar pacientemente el destierro
de la vida. En el fondo de mi corazón estaba convencida de que era así, pues
Dios es más tierno que una madre. De hecho, ¿no estás tú, madre mía querida,
siempre dispuesta a perdonarme las pequeñas indelicadezas de que te hago
objeto involuntariamente? ¡Cuántas y qué dulces pruebas tengo de ello! Ningún
reproche me conmovería tanto como una sola de tus caricias. Soy de un
carácter tal, que el temor me echa para atrás, mientras que el amor no solo
me hace correr, sino volar». Teresa sabe que una madre no se
enfada cuando su hijo pequeño, que está aprendiendo a caminar, cae al suelo;
sino que se preocupa por si se ha hecho daño y le levanta con afecto. Lo mismo
hace Dios: Él sabe que estamos aprendiendo a ser santos y no se enfada por
nuestras faltas, porque nos ama y solo desea nuestro bien; sino que nos ayuda
a levantarnos y nos anima a volver a intentarlo. Las últimas palabras que Teresa
escribe en sus manuscritos autobiográficos son, precisamente: «Sí, estoy
segura de que aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que puedan
cometerse, iría, con el corazón roto por el arrepentimiento, a arrojarme en
los brazos de Jesús, porque sé muy bien cuánto ama al hijo pródigo que vuelve
a él. Dios, en su misericordia preveniente, ha preservado a mi alma del
pecado mortal; pero no es eso lo que me eleva a él, sino la confianza y el
amor». Hablando con sus hermanas, pocos
días antes de morir, les pone este ejemplo: «Mirad a los niños pequeños: no
cesan de romper y rasgar cosas, de caerse, a pesar de amar mucho a sus
padres. Cuando caigo, soy como un niño. Entonces toco con el dedo mi propia
nada y mi debilidad, y pienso: ¿Qué sería de mí, qué haría si me apoyase en
mis propias fuerzas?». d. Su «caminito» espiritualElla misma confiesa: «Al principio
de mi vida espiritual, hacia los trece o catorce años, me preguntaba a mí
misma qué progresos podría hacer más tarde, pues creía entonces imposible
conocer mejor la perfección. No tardé en convencerme de que cuanto más
adelanta uno en este camino, tanto más lejos se cree del término. Por eso,
ahora me resigno a verme siempre imperfecta, y encuentro en ello mi alegría». A finales de 1894 Teresa tiene 21
años y lleva más de 6 en el Carmelo. Ha sufrido mucho (incomprensiones,
penosa enfermedad y muerte de su padre, preocupantes dolores que se
repiten...) y ha trabajado mucho su personalidad. Ella sigue queriendo ser
«una gran santa» pero, al compararse con aquellos que por sus obras, sus
escritos, su predicación, sus mortificaciones... se presentan como gigantes
en la Iglesia, la santidad se le presenta como algo totalmente imposible de
alcanzar. A pesar de todo no se desanima. Ella sabe que no tiene la
fortaleza ni las obras de los grandes santos, pero desea ser como ellos. ¿No
existirá un caminito muy derecho, muy corto y del todo nuevo para que las
almas pequeñas también puedan alcanzar la perfección? Teresa reflexiona y
ora. En estos finales del s. XIX, los inventos se han multiplicado:
electricidad, teléfono, automóviles, fotografías... En su viaje a Italia, se
divertía subiendo a los ascensores: en un instante, uno se encontraba en lo
alto de los edificios. ¡Si hubiera un medio semejante para llegar rápidamente
a la santidad! Unas citas de la Sagrada Escritura
vendrán en su ayuda. Su hermana Celina las había escrito en un cuadernillo:
«Si alguno es pequeño, que venga a mí» (Prov 4,9).
«Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en mi
regazo y os meceré sobre mis rodillas» (Is 66,12-13). Teresa se siente
transportada de alegría. ¡Este es el ascensor que buscaba! Los brazos de
Jesús la llevarán a la santidad. No son sus obras las que lo conseguirán, no
tiene que hacerse grande, sino permanecer pequeña ante Dios: «¡Ah! Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran
lo que siente la más pequeña de todas las almas, ni una sola perdería la
esperanza de llegar a la cumbre de la montaña del amor, pues Jesús no pide
grandes obras, sino solamente abandono y agradecimiento... He aquí todo lo
que Jesús exige de nosotros. No tiene necesidad alguna de nuestras obras,
sino solo de nuestro amor». Teresa comprende que ante Dios no
es importante lo que haces, sino el amor que pones al hacerlo. Puede ser
santo un Papa que guía la Iglesia si lo hace por amor y un teólogo que
escribe doctos tratados si lo hace por amor y una misionera que cuida de
cientos de enfermos si lo hace por amor... y una persona que hace las tareas
pequeñas de su casa y cumple con sus obligaciones por amor. Y en su corazón
brota el agradecimiento: «¡Oh, Dios mío!, has
rebasado mis esperanzas y quiero cantar tus misericordias». En los últimos días de su vida, su
hermana Paulina le preguntó qué significaba para ella permanecer niños ante
Dios, a lo que respondió: «Es reconocer tu propia nada, esperarlo todo de
Dios, como un niño lo espera todo de su padre; es no preocuparse de nada, no
ganar dinero. Aun en las casas de los pobres se da al niño lo que necesita...
Ser pequeño significa, además, no atribuirse a sí mismo las virtudes que se
practican, creyéndose capaz de algo, sino reconocer que Dios pone ese tesoro
de la virtud en la mano de su niñito para que se sirva de él cuando lo
necesite, pero es siempre el tesoro de Dios. Por último, es no desanimarse
por las propias faltas, porque los niños caen a menudo, pero son demasiado
pequeños para hacerse mucho daño». e. La vocación de las contemplativasEl 7 de septiembre de 1886 (un año
antes de su muerte) Teresa comienza su retiro anual personal. Su hermana
María presiente la profundidad de las experiencias de su hermana y es
consciente de que, debido a su enfermedad, puede durar poco. Le pide que
escriba para ella un recuerdo de lo vivido en estos días. Teresa confiesa que
le es más fácil si se dirige a Jesús en una apasionada oración (es el
manuscrito b). Teresa reflexiona sobre sus deseos
infinitos, que le parecen imposible satisfacer: «Ser tu esposa, ¡oh Jesús!,
ser carmelita, ser por mi unión contigo madre de las almas, debiera bastarme.
No es así. Estos tres privilegios constituyen mi vocación: carmelita, esposa
y madre. Sin embargo, siento en mí otras vocaciones: siento la vocación de
guerrero, de sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir. Siento, en una
palabra, la necesidad, el deseo de realizar por ti, Jesús, las más heroicas
acciones». Cada una de estas vocaciones querría vivirlas en toda su amplitud,
en el tiempo y en el espacio. Anunciar el evangelio en los cinco continentes,
ser misionera desde la creación hasta la consumación del mundo, sufrir todos
los martirios... Sus deseos se revelan «más grandes que el universo». Y se
pregunta: «¡Oh, Jesús mío!, ¿qué responderás a todas
mis locuras? ¿Hay acaso un alma más pequeña, más impotente que la mía?». La respuesta, como en otras
ocasiones, la encuentra en la Biblia: san Pablo explica que todos los
carismas son igualmente necesarios en la Iglesia y que cada uno debe estar
contento con el suyo propio. Al mismo tiempo afirma que el amor los une a
todos y que es el camino más excelente (cf. 1Cor 12-13). Al leerlo, un
relámpago brilla en su interior: «Había hallado, por fin, el descanso, Al
considerar el cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido en ninguno
de los miembros descritos por san Pablo; o mejor dicho, quería reconocerme en
todos. La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia
tenía un cuerpo compuesto de diferentes miembros, no le faltaría el más
necesario, el más noble de todos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón,
y que este corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que solo el amor era el
que ponía en movimiento a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegara
a apagarse, los apóstoles no anunciarían ya el evangelio, los mártires se
negarían a derramar su sangre. Comprendí que el amor encerraba todas las
vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarca todos los tiempos y
todos los lugares. En una palabra, ¡que el amor es eterno! Entonces, en el
exceso de mi alegría delirante exclamé: ¡Oh, Jesús, amor mío! Por fin he
hallado mi vocación, ¡mi vocación es el amor! Sí, he hallado mi puesto en la
Iglesia, y ese puesto, ¡Oh, Dios mío! Tú mismo me lo has dado: En el corazón
de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor. ¡Así lo seré todo! Así mi sueño se
verá realizado». Después de este descubrimiento, que
colma todos sus deseos, la carmelita continúa su diálogo con Jesús cambiando
de imagen. Esta vocación universal que al fin ha encontrado, muy lejos de
arrancarla de su vida cotidiana, la va a enraizar más aún en su existencia
escondida. El hacerlo todo por amor la va a transformar por completo.
Pequeña, pobre, como un débil pajarito, dormida o distraída en la oración,
con mil imperfecciones, su fuerza consistirá en abandonarse por entero al
Amor, en atreverse a creer, con un abandono audaz y temerario, que su vida,
acogiendo el tierno amor del Sol divino, puede salvar al mundo. Las obras
deslumbrantes le están vedadas, pero puede arrojar flores a su amado, es
decir, aprovechar todas las pequeñas ocasiones de amar que se le ofrecen cada
día. «¿De
qué te servirán, Jesús, mis flores y mis cantos? ¡Ah!, estoy segura de esa
lluvia perfumada, esos pétalos frágiles y sin ningún valor, esos cantos de
amor del más pequeño de los corazones te embelesarán». Porque el corazón de
Jesús está ardiendo de amor y desea encontrar personas que quieran acoger las
infinitas oleadas de ternura que de él brotan. Ella se dejará amar y
responderá a Jesús devolviéndole el mismo amor que de él recibe. 7. ConclusiónEn nuestros días, en que los
estudios bíblicos y patrísticos han contribuido a aceptar el uso de una
teología narrativa, estamos más preparados para acoger el mensaje de santa
Teresita que en otros tiempos, en los que solo se utilizaba el método
especulativo. Su misma vida es historia de salvación y sus intuiciones
espirituales las ha vivido antes de ponerlas por escrito. Hans Urs von Balthasar presentó a
Teresa de Lisieux como el modelo en quien se realiza plenamente la fusión
entre teología y espiritualidad, afirmando que «la teología de las mujeres no
ha sido nunca tomada en serio. Después del mensaje de Lisieux, habría que
pensar ya en ello en la actual reconstrucción de la dogmática». Su
declaración como Doctora de la Iglesia significa que tiene una «doctrina
eminente que enseñar». Aquí solo he enunciado algunas de sus intuiciones para
despertar el deseo de conocerla mejor. Y eso se consigue leyendo directamente
sus escritos. «Teresa es uno de los “pequeños”
del Evangelio que se dejan llevar por Dios a las profundidades de su
Misterio. Una guía para todos, sobre todo para quienes, en el pueblo de Dios,
desempeñan el ministerio de teólogos. Con la humildad y la caridad, la fe y
la esperanza, Teresa entra continuamente en el corazón de la Sagrada
Escritura que contiene el Misterio de Cristo. Y esta lectura de la Biblia,
alimentada con la ciencia del amor,
no se opone a la ciencia académica. De hecho, la ciencia de los santos, de la
que habla ella misma en la última página de la Historia de un alma, es la ciencia más alta» (Benedicto XVI,
audiencia 06-04-2011). P. Eduardo Sanz de
Miguel, o. c. d. |