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EL CARISMA P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
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2. EL «CARISMA» EN LA HISTORIA. 3. ELEMENTOS ESENCIALES DEL «CARISMA». 4. LA «VUELTA A LOS ORÍGENES» Y LA «REFUNDACIÓN». 6. EL CARISMA DEL CARMELO DESCALZO. 7. TEXTOS DE SANTA TERESA DE JESÚS PARA LA REFLEXIÓN. 1. EL «CARISMA» EN LA BIBLIA. El término «carisma» proviene del griego (charis) y hace referencia a un objeto u operación que
Dios regala a los seres humanos y que les provoca bienestar. De la misma
raíz vienen las palabras «gratis, gratuito, gracia, gracioso» y «caridad».
Siempre se refieren a dones generosos por parte de Dios e inmerecidos por
parte del hombre. En todo el Antiguo Testamento, muchos personajes reciben
el don del Espíritu, con lo que son investidos de una fuerza que les capacita
para realizar una misión a favor del pueblo (Jc 11,
29; 1Sam 11, 26; etc.). En el Nuevo Testamento, S. Pedro utiliza el término
una vez: «Cada uno ha recibido su don. Ponedlo al servicio de los demás,
como buenos administradores de los carismas recibidos de Dios» (1 Pe 4,
10). S. Pablo lo usa 16 veces para hablar de aquellas capacidades
particulares que Dios reparte entre los creyentes para el bien de la
comunidad y para la extensión de la misma Iglesia. Son manifestación de
la única gracia que el Padre nos ofrece por Cristo en el Espíritu de manera
generosa y gratuita y que se diversifica en cada persona singular. 1 Cor 12-14 es un tratado sobre los carismas y su
significado: «Hay diversidad de carismas, pero un solo Espíritu. Hay
diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades,
pero un solo Dios que las activa todas. A cada cual se le concede un don del
espíritu para el bien común. Porque a uno el Espíritu lo capacita para hablar
con sabiduría, mientras que a otro el mismo Espíritu le concede una doctrina
superior...» (1 Cor 12, 4ss). «La caridad no pasará jamás.
Desaparecerá el don de profecías y desaparecerá el don de hablar en
lenguas...» (1 Cor 13, 8). En las varias listas que nos ofrece, sin ser exhaustivo,
S. Pablo llega a citar hasta 20 carismas distintos: apostolado, diaconía, don
de gobierno, poder de hacer milagros, capacidad para enseñar, sabiduría,
ciencia, fe, curaciones, profecía, discernimiento de espíritus, don de
lenguas, interpretación de lenguas, etc. Son valorados muy positivamente: «No
extingáis el Espíritu, no despreciéis las profecías; examinadlo todo y
quedaos con lo bueno» (1 Tes 5, 19-21). Sin embargo, se rechaza categóricamente
toda apropiación individual de estos dones. Quien quiere apropiarse de ellos
los convierte en estériles y perjudiciales. Por eso interviene con su
autoridad apostólica para discernirlos y encauzarlos al bien común. Todos los
carismas que Dios regala, los da para el bien de la comunidad y la extensión
de la Iglesia. Si no cumplen con estos cometidos es porque son falsos o están
siendo mal utilizados. Todos son útiles, pero no imprescindibles. Dios puede
suscitar unos u otros en cada momento. Para S. Pablo, el criterio último y definitivo, que
nunca puede faltar, es la «caridad», la que de verdad impulsa el
crecimiento continuo y ordenado de la Iglesia hasta la medida del hombre
perfecto, que es Cristo. Los demás carismas pueden ser pasajeros o
permanentes, normales o extraordinarios, pueden aparecer unos y desaparecer
otros según las capacidades de los individuos y las necesidades de las
personas, pero todos estamos llamados a vivir la plenitud del amor. 2. EL «CARISMA» EN LA HISTORIA. S. Pablo llega a introducir entre los «carismas» incluso
el celibato y el matrimonio (1 Cor 7, 7). Algunos Padres nos hablan de los
carismas del exorcismo, del ayuno, de la continencia, del martirio, de la
misericordia. Sin embargo, cada vez se va a utilizar la palabra en un sentido
más restringido, para los dones realmente extraordinarios: milagros y
profecías, principalmente. Pronto, incluso se afirmará que los «carismas»
fueron dones de Dios a la Iglesia primitiva, porque se estaba construyendo y
necesitaba de esas ayudas, pero una vez que está establecida ya no los
necesita, por lo que habrían desaparecido. Algunos Santos y escritores
afirmarán que Dios sigue repartiendo sus «dones y gracias» a todos y de una
manera especial a los fundadores de órdenes religiosas, aunque sin utilizar
el término «carisma». «Por los cuales bienes sobrenaturales entendemos
aquí todos los dones y gracias dados de Dios, que exceden la facultad y
virtud natural, que se llaman ‘gratis datas’, como son los dones de sabiduría
y ciencia que dio a Salomón» (3S 30, 1). El Vaticano II redescubre el término con su sentido más
original: Dios suscita una inmensa variedad de carismas en la Iglesia, que la
enriquecen, embellecen y contribuyen positivamente a la construcción del
único Cuerpo de Cristo. La Perfectae Caritatis invita a los consagrados a que clarifiquen el
propio carisma congregacional, el que Dios regaló a
la Iglesia por medio de sus fundadores, a veces oscurecido por añadidos o
desviaciones posteriores: «Reconózcanse y manténganse fielmente el
espíritu y propósitos de los propios fundadores... Busquen un conocimiento
genuino de su espíritu primero, de suerte que conservándolo fielmente al
decidir las adaptaciones, la vida religiosa se vea purificada de elementos
extraños y libre de lo anticuado». El primero que usa el término «carisma
de los fundadores» es Pablo VI en la Evangelica Testificatio (1971) y el primero que habla de «fidelidad
creativa al carisma de los fundadores» es Juan Pablo II en 1977. En la Mutua Relationes escribe: «El carisma de los fundadores se
revela como una experiencia del Espíritu, transmitida a los propios
discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada
constantemente en sintonía con el cuerpo de Cristo en crecimiento perenne.
Por eso la iglesia defiende y sostiene la índole propia de los diversos
institutos». 3. ELEMENTOS ESENCIALES DEL «CARISMA». Es un don gratuito de Dios, que no puede ser
exigido ni proviene de las propias capacidades humanas (aunque pueden ayudar
como soporte). Es personal que se confiere al fundador,
capacitándole para una vocación y misión peculiar en la Iglesia. Es colectivo porque implica a otras personas que se
sienten identificadas con el estilo de vida del fundador en la realización de
un proyecto de vida. Es eclesial, porque se ofrece, a través del
fundador y sus seguidores, a toda la Iglesia, para su crecimiento y
perfeccionamiento. El carisma de fundador es intransferible. Dios
concede unas características únicas a aquellas personas que tienen que iniciar
un movimiento en la Iglesia. Los demás no poseen sus dones ni pueden
imitarles en todo. El carisma del fundador es el espíritu y la forma
peculiar de vida, el fin que perseguía y que heredan sus sucesores,
adaptándose a las circunstancias nuevas, usando de los medios necesarios para
conseguirlo (en fidelidad creativa). El carisma configura de una manera
peculiar la totalidad de la existencia de las personas llamadas: la manera de
ser y de actuar, los aspectos del evangelio que se subrayan de una manera especial,
la forma de trabajar en y para la Iglesia, los campos del apostolado que se
desarrollan, etc. Hemos de saber distinguir entre los dones o cualidades
naturales y el carisma, que es siempre un don sobrenatural para el bien
común, aunque normalmente corresponda y lleve a plenitud unas aptitudes
previas. Como en los tiempos de S. Pablo, algunos pueden confundir sus
propias inclinaciones y sus dones naturales con «carismas» recibidos de Dios.
Si no sirven a la construcción de la Iglesia y no están regidos por la
caridad, podemos asegurar –como entonces- que son falsos carismas. Si unos
pretendidos «carismas» personales van contra el carisma del propio Instituto
Religioso es porque no se hizo a su tiempo el discernimiento necesario o nos
encontramos ante situaciones poco clarificadas. Repito: el carisma es siempre
don del Espíritu para la construcción de la Iglesia, no simple desarrollo de
las propias capacidades para la autorrealización; aunque una cosa no debería
contradecir la otra, porque los dones de Dios perfeccionan los de la
naturaleza, no los anulan. 4. LA «VUELTA A LOS ORÍGENES» Y LA
«REFUNDACIÓN». El Vaticano II nos pidió «conocer y mantener fielmente
el espíritu y propósito propios de los fundadores, así como las sanas
tradiciones. Todo lo cual constituye el patrimonio propio de cada Instituto».
Con este fin se organizaron Capítulos Generales Extraordinarios en todas las
Congregaciones, donde se trató de los elementos carismáticos de la propia
vocación y se renovaron las Constituciones y demás cuerpos legislativos.
Igualmente, todas las Congregaciones organizaron cursos de reciclaje,
cursillos de renovación, publicaciones, estudios, encuentros de formación
permanente, viajes y convivencias en los lugares donde vivieron los
fundadores, etc. Esto provocó algunas tensiones internas sobre las que
deberían ser consideradas «sanas tradiciones» a mantener y las que deberían
ser consideradas prácticas obsoletas, sobre lo que era esencial y lo que era
accesorio, sobre lo que se debería conservar y lo que se debería eliminar o
añadir de nuevo. El uso del hábito, la clase de edificios que debemos
habitar, el tipo de trabajo apostólico que debemos realizar, el significado
de los votos, el puesto de los superiores en la Comunidad... Todo fue puesto
en discusión con mayor o menor acierto. Muchos naufragaron en medio de las
aguas revueltas. También es verdad que se han clarificado los elementos
esenciales de cada vocación y el tiempo nos permite valorar con serenidad la
utilidad o inutilidad de muchas de las conclusiones y experimentos postconciliares. Muchos de los teóricos del «aggiornamento»
vivieron momentos de gran optimismo con la publicación de documentos sobre el
espíritu de los Fundadores, el propio carisma, el apostolado específico, las
Constituciones renovadas, etc. Han pasado los años y los documentos han
clarificado muchas cosas, pero no han solucionado serios problemas de algunas
personas descontentas o poco identificadas con el carisma. Además, han
surgido nuevos problemas por la escasez de vocaciones, envejecimiento de los
miembros, pérdida de significatividad, complejidad
para gestionar las grandes obras heredadas de nuestros mayores, necesidad de
replantearse las presencias, etc. En años recientes se ha preferido hablar de «refundación»:
de la necesidad de fundamentar sólidamente nuestra vocación sobre los valores
esenciales del carisma, así como de optimizar las energías y de la llamada a
realizar opciones que redistribuyan las presencias, de manera que nos
libremos de las que son sólo una carga y nos quedemos con las más
significativas o abramos otras que puedan llegar serlo. Reflexión harto
urgente y necesaria. Pero no nos llevemos al engaño: No hay fórmulas mágicas
y ningún estudio o proyecto puede suplir la necesidad de conversión personal.
Hay que profundizar en la formulación de los elementos fundamentales del
propio carisma y hay que buscar cauces para hacerlo comprensible a nuestros
contemporáneos, pero no hay que vivir angustiados por este ni por otros
temas. Vivir con gozo la propia pobreza y llenarnos de esperanza
cristiana en medio de la noche es ya el principio de la solución. Hemos
entregado nuestras vidas a Cristo y, lo primero y principal, es dejar que él
tome posesión plena de lo que le pertenece, que vivamos en una actitud de
alabanza, de confianza, de infancia espiritual, de búsqueda del Reino y todo
lo demás se nos dará por añadidura. 5. EL CARISMA DEL CARMELO. La Orden del Carmelo surge en la Iglesia en un tiempo y
lugar determinados, con unos ideales concretos y unos elementos configuradores del carisma, que se plasman en la Regla de
S. Alberto y van desarrollándose a través de los siglos. En concreto, podemos
subrayar como elementos fundamentales: La fuerte dimensión contemplativa. Como el profeta Elías,
que se retira al Horeb o al Carmelo para tener una
fuerte experiencia de la cercanía del Dios vivo. Los tiempos de silencio y
soledad deben favorecer este aspecto. La vida en obsequio de Jesucristo. La lectura asidua de la
Escritura, la celebración de los sacramentos, la esencialidad, nos ayudan a
identificarnos con Cristo, a apropiarnos de sus sentimientos, a revestirnos
de él, a quien pertenecemos por completo. La dimensión mariana. María es la hermana mayor,
compañera, madre, protectora y modelo de consagración. Como todas las Órdenes Mendicantes, asume los trabajos
pastorales en beneficio de los hermanos, especialmente mediante la
predicación y la consagración misionera. 6. EL CARISMA DEL CARMELO DESCALZO. Sta. Teresa era Carmelita y asumió
los valores esenciales de la Orden, enriqueciéndolos con otros totalmente
nuevos, provenientes de su particular experiencia de Dios y de las
intuiciones que Él le inspira. En concreto: La dimensión afectiva de la oración, no entendida como
reflexión meditativa, acto intelectual, sino como trato de amistad con
Cristo, al que se dedican los mejores tiempos de la jornada: «En este
camino, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; así, aquello que
más os incitare a amar, eso haced». La vivencia de una sencilla fraternidad en igualdad
absoluta entre todos los miembros de la comunidad, sin importar la
proveniencia o los oficios desempeñados: «Aquí todas se han de amar, todas
se han de ayudar... La que tenga un padre más noble, que lo nombre menos...
La tabla de fregar que comience por la priora... No se haga más con la priora
y las antiguas que con las demás, sino atiéndanse las necesidades de cada una
según su edad». La pasión por la Iglesia y por cada uno de sus miembros:
sacerdotes, teólogos, fieles. Orando por unos y otros, sirviendo a cada uno,
trabajando por todos. «Piensen que para este fin las reunió el Señor y que
no son estos tiempos de tratar con Su Majestad negocios de poca importancia». El cultivo de las virtudes humanas y sociales: educación,
respeto, gratitud, alegría, buen humor, afabilidad, higiene: «Le enseñamos
nuestro particular estilo de recreación y hermandad... Tristeza y melancolía
no las quiero en casa mía... Por una sardina me compraban... Las enfermas
sean curadas con todo amor y regalo y piedad, que antes falte lo necesario a
las sanas que algunos consuelos a las enfermas... Esto más con cuidado y amor
que no con rigor ». El continuo interés por la formación humana y teológica,
el estudio de las «letras»: «Procuren siempre tratar con quien tenga letras
y tengan libertad para tratar de su oración y de su espíritu... Sean amigas
de buenos libros». La «esencialidad» de vida, no permitiendo que lo accesorio
ocupe puestos importantes en los corazones, sabiendo que las cosas son sólo
medios y nunca fines en sí mismas, viviendo con generosidad el desasimiento: «No
consintamos que sea esclava de nadie nuestra libertad, sino del que la compró
con su sangre... Todo lo poseo, porque nada necesito». 7. TEXTOS DE SANTA TERESA DE JESÚS PARA LA
REFLEXIÓN. «Oigo algunas veces de los principios de las Órdenes decir
que, como eran los cimientos, hacía el Señor mayores mercedes a aquellos
Santos nuestros pasados. Y es así; más siempre habrían de mirar que son
cimiento de los que están por venir. Porque si ahora los que vivimos no
hubiésemos caído de lo que los pasados, y los que viniesen después de
nosotros hiciesen otro tanto, siempre estaría firme el edificio. ¿Qué me
aprovecha a mí que los Santos pasados hayan sido tales, si yo soy tan ruin
después, que dejo estragado con la mala costumbre el edificio? Porque está
claro que los que vienen no se acuerdan tanto de los que ha muchos años que
pasaron, como de los que ven presentes. Donosa cosa es que lo eche yo a no
ser de las primeras, y no mire la diferencia que hay de mi vida y virtudes a
la de aquellos a quien Dios hacía tan grandes mercedes» (Fundaciones 4, 6). «Ahora estamos en paz calzados y descalzos. No nos estorba
nadie para servir a Nuestro Señor. Por eso, hermanos y hermanas mías, pues
tan bien ha oído sus oraciones, prisa a servir a su Majestad. Miren los
presentes, que son testigos de vista, las mercedes que nos ha hecho y de los
trabajos y desasosiegos que nos ha librado; y los que estén por venir, pues
lo hallan llano todo, no dejen caer ninguna cosa de perfección, por amor de
Nuestro Señor. No se diga por ellos lo que de algunas Órdenes que loan sus
principios. Ahora comenzamos, y procuren ir comenzando siempre de bien en
mejor» (Fundaciones 29, 32). |
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Caminando con Jesus Pedro Sergio Antonio
Donoso Brant |