NOTAS DE
HISTORIA Y ESPIRITUALIDAD DEL CARMELO P. Eduardo
Sanz de Miguel, o.c.d. Índice 1.2 Significado religioso del Monte 1.3 El Carmelo en la tradición bíblica 1.4 El Carmelo en la tradición cristiana 1.5 Benedicto XVI habla del Carmelo 1.6 Juan Pablo II habla del Carmelo 2. El profeta Elías en la Biblia y en la tradición judía 2.1 El ciclo de Elías (1Re 17 - 2Re 2) 2.2 El sacrificio en el Monte Carmelo 2.6 Elías en los escritos posteriores 3. Elías, modelo de oración según Benedicto XVI 4. El profeta Eliseo en la Biblia y en la tradición judía 4.1 El ciclo de Eliseo (2Re 2-13) 4.2 Eliseo y los hijos de los profetas 5. Elías y Eliseo en la antigua tradición cristiana 5.1 Lectura «tipológica» de la Biblia 5.2 Elías y Eliseo, «padres» y «modelos» de los monjes 6. Oraciones a los profetas Elías y Eliseo 7. Vida monástica en el Monte Carmelo 7.1 Las «lauras» de Tierra Santa 7.2 Lugares del Carmelo relacionados con Elías y Eliseo 7.3 Fuentes escritas y arqueológicas 8. Los ermitaños latinos del Monte Carmelo25 8.1 Orígenes y primera aprobación canónica 9. Fijación escrita de las tradiciones carmelitanas 10.1 Una «norma de vida» bíblica 10.2 A imagen de la primitiva comunidad de Jerusalén 11. María, madre y hermosura del Carmelo 1. El Monte CarmeloPor
influencia de los y las carmelitas, en muchas ciudades del planeta hay
barrios, escuelas, hospitales, casas de espiritualidad o calles que llevan
este nombre; pero no podemos olvidar que el Carmelo es, ante todo, un lugar
geográfico de Israel, una montaña que ha suscitado desde siempre la
admiración de las personas sensibles. Quienes lo hemos visitado y hemos
tenido la posibilidad de alojarnos sobre su cima, en el monasterio de los
carmelitas descalzos, nunca podremos olvidar las preciosas vistas sobre la
bahía de Haifa ni los olores de sus hierbas aromáticas. Los poetas lo han
cantado muchas veces. Pedro Calderón de la Barca, por ejemplo, tiene unos romances
titulados Descripción del Carmelo,
que empiezan así: «En la apacible Samaria, / hacia donde el sol se pone, / en
túmulo de esmeraldas / yace un gigante de flores. // Verde Atlante de los
cielos, / tanto su beldad se opone, / que, siendo cielo en la tierra, /
parece en el cielo monte…» 1.1 Geografía, flora y fauna
El
Monte Carmelo (en hebreo Har HaKarmel),
más que un monte es una cadena montañosa de unos El
promontorio noroccidental (que forma el pico del triángulo) se adentra en el
mar Mediterráneo como la proa de un barco. Los palestinos lo llaman en árabe anf el-jebej (la nariz de la montaña)
y los judíos, en hebreo ro’sh hakkarmel
(la cabeza del Carmelo). En su cima, a A
pesar de encontrarse en un país semidesértico y de que solo llueve en
invierno, el Monte Carmelo se conserva verde todo el año. El rocío
proveniente del mar se posa cada noche sobre la montaña, refrescando los
pinos, algarrobos, higueras, olivos, laureles, romeros, retamas y rosales
silvestres, que crecen abundantemente. (La UNESCO lo declaró reserva de la
biosfera en 1996). Además, el torrente Quijón y otras fuentes permiten el
cultivo de plantaciones de olivos, almendros, viñedos, cítricos y campos de
cereales a sus pies. Hoy
la fauna se reduce a algunos corzos, felinos menores, roedores, reptiles,
aves e insectos; pero en tiempos pasados había abundantes conejos, jabalíes,
gamos, osos, lobos, leones y panteras. La presencia de fuentes y la
posibilidad de alimentarse con los frutos de la tierra y la caza de animales,
favoreció desde antiguo el establecimiento de grupos humanos en el Carmelo.
La montaña contiene numerosas cuevas, algunas de ellas habitadas desde el
Paleolítico. Distintas excavaciones en el wadi
Murara han sacado a la luz restos de un homínido, que ha sido llamado homo carmelitanus y que, gracias al
Carbono 14, se han datado hacia el 50- El
Carmelo está situado en el norte de Israel, a modo de frontera natural entre
la tierra de Canaán (hoy Israel-Palestina) y la de los fenicios (el actual
Líbano). Como sus laderas son escarpadas, la vegetación era muy espesa y las
fieras abundantes, normalmente se atravesaba a través del paso natural de
Meguido. Allí, las excavaciones arqueológicas han encontrado restos de veinte
ciudades, sucesivamente destruidas y reconstruidas cada una sobre las ruinas
de la anterior a lo largo de 5.000 años. Cada vez que un imperio surgía en la
zona, era lugar de paso obligado para conquistar la estratégica Canaán (nexo
de unión entre Europa, Asia y África) y expansionarse, tal como testimonia
abundantemente Tradicionalmente
se ha hecho derivar la palabra «Carmelo» del hebreo Karem El, que significa «jardín de Dios» o «viña de Dios», aunque
también se puede traducir sencillamente por «huerto» o «vergel». 1.2 Significado religioso del Monte
Al
menos desde hace 3.000 años tenemos documentada la presencia ininterrumpida
de santuarios en honor de las divinidades cananeas y fenicias en el Carmelo.
De hecho, en inscripciones egipcias del tiempo de Tutmosis III es denominado Rusa gedes (que significa «cabo
sagrado»). El filósofo sirio Jámblico (Iamblichus),
del siglo IV, en su libro Vida de
Pitágoras explica que este se retiró a vivir en la soledad del Carmelo
antes de su viaje a Egipto. También escribió que el Monte Carmelo era «el más
santo de todos los montes, por lo que el acceso está prohibido a la mayoría».
Desde el siglo III a.C. fue un importante centro de culto en honor de Zeus
(en el convento de Stella Maris se conserva un pie de mármol, exvoto a Zeus Carmelus Heliopolitanus). El
historiador romano Tácito afirma que el año 66 d. C. Vespasiano acudió al
Carmelo a consultar el oráculo de la montaña (Oraculum Carmeli Dei) antes de emprender su campaña contra
Jerusalén. Son muy numerosos los testimonios arqueológicos y bibliográficos
sobre la persistencia de cultos paganos en distintos lugares de la montaña. Dada
la presencia multisecular de estos centros de culto pagano, no es extraño que
el profeta Elías retara allí a los profetas de los falsos dioses y eligiera
esta montaña para afirmar la divinidad de Yhwh, el único Dios verdadero.
Desde Elías, el Carmelo se convirtió en un punto de referencia para el
judaísmo posterior, que veía en él un reclamo perenne a la pureza de la fe y
a la práctica sincera de las cláusulas de La
importancia religiosa de las gestas de Elías sobre el Carmelo, hizo que el
pueblo mirara con especial simpatía todo el monte y lo asoció a significados
nuevos, siempre positivos. A esto ayudó también la abundante flora y fauna.
En una tierra tan árida, se convirtió en símbolo de la hermosura y de la
fertilidad. Su belleza sirve para piropear a la esposa en el Cantar de los
Cantares: «Tu cabeza es como el Carmelo, ¡qué hermosa eres!» (Cant 7,6-7), e
incluso para cantar la belleza de 1.3 El Carmelo en la tradición bíblica
Con
el pasar del tiempo, el Carmelo se convirtió en el arquetipo de toda la
historia de la salvación: es la imagen del jardín que Dios plantó para el
hombre, al principio de los tiempos, cargado de todo tipo de frutos
apetitosos. Mientras Adán vivió en comunión con Dios, pudo habitar en el
jardín y comer sus frutos. Cuando rompió la comunión, fue expulsado del
jardín y se le vedaron sus frutos. Lo mismo que sucedió entonces, sigue
sucediendo hasta el presente: si el hombre obedece a Dios, el Carmelo florece
y le regala sus frutos. Por el contrario, si el hombre peca, el Carmelo se
seca y se transforma en desierto. Nos
puede servir de ejemplo un texto del profeta Jeremías, en el que Dios llama a
juicio a su pueblo, recordándole las gestas de su amor: lo ha sacado de la
esclavitud de Egipto y lo ha conducido a través del desierto para
introducirlo en la Tierra prometida, a la que él llama «la tierra del
Carmelo». Allí se concretizan las promesas que Dios hizo a Moisés: «Os daré
una tierra buena, tierra de torrentes y de fuentes, que produce trigo y
cebada, viñas, higueras y ganados…» (Dt 8,7ss). Pero Israel ha traicionado a
Yhwh, adorando a los dioses falsos, aliándose a los pueblos poderosos y
actuando como ellos, abandonando Si
el hombre persiste en sus pecados y pone su confianza en sus propias fuerzas
y no en Dios, el Carmelo no puede ofrecerle sus frutos ni ser para él lugar
de descanso. La devastación del Carmelo es la mejor imagen para explicar las
graves consecuencias del pecado del hombre. Por el contrario, cuando este se
arrepiente de sus faltas, Dios envía su lluvia fecunda sobre el Carmelo, que
vuelve a ser lugar de bendición y de promesa de plenitud para el creyente. El
Carmelo florecido es la mejor imagen para explicar la bendición de Dios. Los
profetas anuncian el reverdecer del Carmelo, o la transformación del desierto
en un gran «Carmelo» (vergel), como imagen del perdón de Dios y de los
tiempos mesiánicos: «Dentro de muy poco tiempo el Líbano se convertirá en
Carmelo y el Carmelo será un bosque, los sordos oirán, los ciegos verán, los
humildes se alegrarán con Yhwh y los pobres serán felices…» (Is 29,17). Este
Carmelo transfigurado por el poder de Dios, donde reinará la paz y la
justicia, será el gran regalo de Dios a su pueblo, que está invitado a poner
la confianza solo en Él. Los dones de la salvación definitiva y del Espíritu
Santo también van unidos al Carmelo: «El derecho habitará en la soledad y la
justicia en el Carmelo. La paz será obra de la justicia […]. Mi pueblo
descansará en la hermosura de la paz y de la confianza» (Is 32,16-18).
Después de cumplir su condena, los desterrados de Israel podrán regresar a
una Sión renovada y embellecida con la gloria del Carmelo: «Se alegrará el desierto y la tierra
árida, la estepa se regocijará y florecerá como un narciso, dará gritos de
alegría, porque le darán la gloria del Líbano y la hermosura del Carmelo y
del Sarón; y verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios...»
(Is 35,1ss). El regreso de la esclavitud desde Babilonia a Aunque
se hace referencia al Monte Carmelo también en otros textos (Jos 12,22;
19,26; Jdt 1,8; 2Cron 26,10; Miq 7,14; Is 10,18; 16,10; Jer 48,32…), para
nosotros, el principal es el que recoge la historia del profeta Elías (1Re 17
- 2Re 2), especialmente el episodio de la victoria sobre los falsos profetas
de Baal (1Re 18,41-46) y el de la nubecilla (1Re 18,41-45), así como la
historia de su sucesor, el profeta Eliseo (2Re 2-13). La presencia y la
actividad de estos profetas hacen que este monte adquiera un significado
mucho más profundo que el geográfico. 1.4 El Carmelo en la tradición cristiana
Como
vemos, en el Carmelo se reúnen las tradiciones bíblicas sobre la Creación, la
Alianza, el pecado del pueblo, el Exilio, las promesas de los profetas… hasta
la llegada del Mesías. Todo este bagaje espiritual fue recogido y
desarrollado por los Santos Padres, que ven en su hermosura una pregustación
de la armonía final. Un apócrifo del s. IV cuenta que María fue llevada en
sueños hasta la gruta del profeta Elías en el Carmelo. Desde allí vio el mar,
la montaña, las fértiles huertas… Al contemplar la belleza del lugar, se dijo:
«Estoy en el Paraíso». Entonces, el Ángel del Señor le respondió: «No estás
en el Paraíso, pero si quieres colaborar con Dios, ofreciéndole tu vida, la
tierra entera se convertirá en un Paraíso». Al
leer el Cantar de los Cantares, que
hablan de la belleza de la esposa, a la que se ha dado «la hermosura del
Carmelo», los Padres lo aplican a María y a la Iglesia, embellecidas por la
gracia de Cristo. Un autor desconocido del s. IV escribe: «Con justicia se
compara la cabeza de la Iglesia con el Carmelo. De hecho, la palabra Carmelo
significa “ciencia de la circuncisión” y Cristo concluyó con la circuncisión
del cuerpo e inauguró la circuncisión del corazón». Esta extraña etimología
se repite entre los Padres griegos y pasó después a los escritores latinos: «Carmelo
significa “ciencia de la circuncisión”; por eso la Virgen es llamada Carmelo,
porque no estuvo sometida a los deseos carnales y su hijo no fue concebido
por el querer humano, sino solo por la obra de Dios» (Felipe de Harveng. S.
XII). Pero
serán los autores carmelitas los que más desarrollen el significado
espiritual del monte y sus relaciones con el profeta Elías y la Virgen María,
«reina y hermosura del Carmelo». Especialmente san Juan de la Cruz, con su
obra Subida al Monte Carmelo, ha
unido el nombre de la santa montaña al esfuerzo espiritual del cristiano que
quiere unirse con Cristo. 1.5 Benedicto XVI habla del Carmelo
El
Carmelo, alto promontorio que se yergue en la costa oriental del Mar
Mediterráneo, a la altura de Galilea, tiene en sus faldas numerosas grutas
naturales, predilectas de los eremitas. El más célebre de estos hombres de
Dios fue el gran profeta Elías, quien en el siglo IX antes de Cristo defendió
valientemente de la contaminación de los cultos idolátricos la pureza de la
fe en el Dios único y verdadero. Inspirándose en la figura de Elías, surgió
la Orden contemplativa de los «carmelitas», familia religiosa que cuenta
entre sus miembros con grandes santos, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz,
Teresa del Niño Jesús y Teresa Benedicta de la Cruz (en el siglo, Edith
Stein). Los carmelitas han difundido en el pueblo cristiano la devoción a la
santísima Virgen del Monte Carmelo, señalándola como modelo de oración, de
contemplación y de dedicación a Dios. María, en efecto, antes y de modo
insuperable, creyó y experimentó que Jesús, Verbo encarnado, es el culmen, la
cumbre del encuentro del hombre con Dios. Acogiendo plenamente la Palabra,
llegó felizmente a la santa montaña, y vive para siempre, en alma y cuerpo,
con el Señor. A la reina del Monte Carmelo deseo hoy confiar todas las
comunidades de vida contemplativa esparcidas por el mundo, de manera especial
las de la Orden Carmelitana. Que María ayude a cada cristiano a encontrar a
Dios en el silencio de la oración. (Ángelus, 16-07-2006). 1.6 Juan Pablo II habla del Carmelo
Ya
desde los primeros ermitaños que se establecieron en el monte Carmelo y que
habían ido como peregrinos a la tierra del Señor Jesús, la vida se suele
representar como una ascesis hasta llegar a Cristo nuestro Señor, monte de
salvación. Orientan esa peregrinación interior dos iconos bíblicos muy
apreciados por la tradición carmelitana: el del profeta Elías y el de la
Virgen María. El profeta Elías arde en celo por el Señor […]. Contemplando su
ejemplo, los Hermanos de la
Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo comprenden que solo quien
se mantiene entrenado para escuchar a Dios e interpretar los signos de los
tiempos es capaz de encontrar al Señor y reconocerlo en los acontecimientos
diarios. […] El otro icono es el de la Virgen María, a quien veneráis bajo el
título de Hermana y Belleza del Carmelo.
[…] Vuestro viaje espiritual continúa en el mundo de hoy. Estáis llamados a
releer vuestra rica herencia espiritual a la luz de los desafíos actuales, a
fin de que el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres
de nuestro tiempo, especialmente de los pobres y de todos los afligidos, sean
también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo, y,
de manera singular, de todo carmelita. (Mensaje, 08-09-2001). Al
contemplar estas montañas, mi pensamiento va hoy al monte Carmelo, cantado en
la Biblia por su belleza. En aquel monte, que se encuentra en Israel, cerca
de Haifa, el santo profeta Elías defendió valientemente la integridad y la
pureza de la fe del pueblo elegido en el Dios vivo. En ese mismo monte, en el
siglo XII d. C., se reunieron algunos ermitaños para dedicarse a la
contemplación y a la penitencia. De su experiencia espiritual surgió la orden
de los carmelitas. Caminando con la Virgen, modelo de fidelidad plena al
Señor, no temeremos los obstáculos ni las dificultades. Sostenidos por su
intercesión materna, podremos realizar plenamente, como Elías, nuestra
vocación de auténticos “profetas” del Evangelio en nuestro tiempo. (Ángelus,
16-07-2000). 2. El profeta Elías en la Biblia y en la tradición judía«Elías
el profeta, Elías tesbita, Elías de Galaad: ven pronto, en nuestros días,
junto con el Mesías, el Hijo de David» (Himno hebreo para cerrar la Havdaláh, como clausura del Shabat). 2.1 El ciclo de Elías (1Re
17 - 2Re 2)
La
Sagrada Escritura afirma que el profeta nació en La
reina quería que su esposo gobernara en Israel como hacía su padre en Tiro.
Por eso animó a Ajab a manifestar su autoridad sobre el pueblo, adornando su
palacio con marfiles, fortificando ciudades (1Re 22,39) y adquiriendo para sí
los mejores terrenos del reino. Un acontecimiento ilustra perfectamente las
distintas mentalidades que caracterizaban a los fenicios y a los israelitas
de la época. Con el fin de ampliar su palacio, Ajab quería comprar a Nabot
una viña que este último había heredado de sus antepasados. Cuando el rey
fracasa en su intento, Jezabel levanta una calumnia contra Nabot y lo condena
a muerte en un juicio amañado, confiscando sus bienes y entregándoselos a su
marido (1Re 21). Entre los fenicios, el rey podía disponer de las tierras y
de los edificios de sus súbditos; pero en Israel la tierra se consideraba un
don de Dios, que pasaba de padres a hijos y permanecía siempre en la familia.
Además, los profetas fenicios estaban al servicio del rey, del que recibían
un sueldo. Sus oráculos tenían que dirigirse a ayudarle en sus tareas de
gobierno. Por el contrario, los profetas de Israel estaban al servicio de
Dios y siempre denunciaban los pecados del pueblo y condenaban sus injusticias,
recordándoles que Mientras
tanto, en Samaría Jezabel construye altares en honor de los dioses de su
patria, especialmente de Baal Melkart,
patrón de Tiro (que era invocado con distintos nombres en los varios
santuarios en su honor, por eso a veces se habla al plural de «los Baales») y
de Azar Yam (Asera, antigua
divinidad cananea de la fecundidad, que también recibía nombres distintos en
cada santuario, por lo que a veces se habla de «las Astartés»). También hace
llegar sacerdotes y profetas desde su tierra para que atiendan el culto y la
ayuden como consejeros. Pronto se extiende entre los nobles y el pueblo la
atracción por los dioses fenicios. Baal era el dios de la fertilidad, del
sexo, de la muerte y de la sangre, con hermosos templos llenos de esculturas
y atractivas prostitutas sagradas, con las que los fieles se acostaban en los
santuarios para pedir la lluvia y la fecundidad para sus esposas, campos y
ganados (era la práctica de la hierogamia,
muy común en varios pueblos primitivos). Mucho más atractivo que el Dios de
Moisés y la austera religión yahvista, basada en el cumplimiento del decálogo
y de los demás preceptos de En
cierto momento, Elías entra en escena. No se habla de su familia ni de su
infancia; como salido de la nada, se presenta ante el rey y le anuncia una
gran sequía, que demostrará que los cultos a Baal son ineficaces, ya que Yhwh
es el único que puede enviar la lluvia: «Elías dijo a Ajab: ¡Vive el Señor,
Dios de Israel, en cuya presencia estoy! En estos años no caerá lluvia ni
rocío hasta que yo lo mande» (1Re 17,1). Su
nombre es muy significativo, ya que ’Èl-iYahu
significa «Yhwh es mi Dios». Posiblemente ese no fuera su nombre original,
sino el que él se puso a sí mismo o recibió de Dios para realizar su misión.
Elías no adora a Baal ni cree en su poder. Solo reconoce a Yhwh, al que
confiesa poderoso para dar la lluvia y para retirarla. Sin padre ni madre,
sin esposa ni hijos, sin morada fija, vive totalmente consagrado al servicio
de Yhwh. Viste una túnica de pieles ceñida con un cinturón de cuero y se
alimenta de los frutos del bosque, como los «nazireos» (como hará Juan
Bautista más tarde). De momento, Elías denuncia los pecados del rey, de los
nobles y del pueblo, anuncia una gran sequía como castigo y huye, para
esconderse en su región natal, junto al torrente Carit (o Querit), adonde un
cuervo le lleva cada día la comida. Elías vive mucho tiempo escondido en una
cueva, en soledad y silencio, mientras el rey y sus lacayos lo buscan para
matarlo. Más tarde marchó a Sarepta, ciudad fenicia, patria de Baal (y de la
reina Jezabel), adonde nadie se le ocurrirá buscarlo. Una mujer se fía de él
y lo acoge en su casa, poniéndose a su servicio. No deja de ser significativo
que una pobre viuda fenicia lo reciba con fe, mientras que los poderosos de
Israel, guiados por una reina también fenicia, lo persiguen. Durante su
estancia en Sarepta, se multiplica cada día el aceite y la harina, para que
no pasen hambre. Cuando fallece el hijo de la viuda, Elías ora a Yhwh y lo
resucita. 2.2 El sacrificio en el Monte Carmelo
Pasados
tres años y medio de sequía, Elías se presenta de nuevo ante el rey,
obedeciendo una orden de Yhwh. Al verle, Ajab exclama: «¿Eres tú, ruina de
Israel?». Elías no se deja intimidar y responde con autoridad, despreciando
al rey y dándole órdenes: «No arruino yo a Israel, sino tú y tu familia,
porque habéis abandonado la ley de Yhwh y servís a los Baales. Pero ahora
congrégame todo Israel en el Monte Carmelo, y también a los 450 profetas de
Baal y a los 400 profetas de Asera que comen a la mesa de Jezabel». Posiblemente,
Elías se hizo presente sobre el Monte Carmelo en un día de fiesta en honor de
los Baales, cuando los varones miembros de la corte y del pueblo peregrinaban
a los santuarios para ofrecer sus sacrificios y acostarse con las
sacerdotisas de las Astartés, que practicaban la prostitución sagrada. Esto
explica que rápidamente se reúnan todos en torno al profeta y que no esté
presente la reina en el encuentro. Elías está dispuesto a enfrentarse al rey,
a sus nobles, a su ejército y a los profetas de los dioses falsos, en un
duelo que será decisivo para toda la historia posterior del pueblo de Dios. En
el lugar indicado, en la cima del monte (lugar que la tradición posterior ha
llamado Mu-Hra-Ka, «el sacrificio»)
se reúnen los sacerdotes de Baal y los representantes de Israel (el rey y los
nobles), así como la gente sencilla. Hasta entonces, los israelitas (como los
otros pueblos) habían creído en la existencia de muchos dioses. Para ellos el
Dios familiar era Yhwh, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, el que se
manifestó a Moisés e hizo salir a sus antepasados de la esclavitud de Egipto.
Por Cuando
el pueblo está reunido, Elías expone la situación: los santuarios de Yhwh han
sido destruidos y en su lugar se han erigido lugares de culto en honor de los
dioses extranjeros. Los profetas de Yhwh han sido asesinados, por lo que él
está solo para defender a Yhwh, mientras que los sacerdotes de los Baales son
muchos y cuentan con la protección de la reina y la simpatía del pueblo:
«¿Hasta cuándo cojearéis de los dos pies? Si Yhwh es Dios, seguidle; si lo es
Baal, seguidle a él. El pueblo no respondió palabra. Dijo Elías: Soy el único
profeta de Yhwh que queda, mientras que los profetas de Baal son 450». A
pesar de su situación de clara inferioridad, no se asusta y lanza un reto:
«Que nos traigan dos novillos: que escojan ellos uno, lo despedacen, lo
coloquen sobre la leña sin aplicar fuego; yo prepararé el otro sobre la leña
sin aplicar fuego. Invocad después el nombre de vuestro dios, yo invocaré el
nombre de Yhwh. Y el dios que conteste con fuego, ese es Dios. El pueblo
respondió: Está bien». Los profetas de Baal prepararon el novillo y oraron a
su dios, pero no consiguieron hacer descender fuego del cielo. Elías se burla
de ellos: «Gritad con fuerza. Quizás vuestro dios esté ocupado en otra cosa,
o de viaje, o durmiendo…». Posteriormente, reconstruye el altar de Yhwh, que
había sido destruido, prepara el novillo, ora con plena confianza y hace
bajar un rayo del cielo que consume la víctima y el altar. «El pueblo lo vio
y cayó rostro a tierra diciendo: Yhwh es el Dios verdadero, Yhwh es el Dios
verdadero. Y dijo Elías: Prended a los profetas de Baal, que no se salve ni
uno; y los prendieron. Elías los bajó al torrente Quijón y los mató allí».
Hoy nos puede parecer una acción demasiado violenta, pero no olvidemos que
aún faltaban 850 años para el nacimiento de Jesucristo y que la ley de Talión
exigía acabar con los asesinos de los profetas de Yhwh. Más aún, estos
hombres empujaban al pueblo a la infidelidad y a la idolatría. Para este
delito religioso, la ley de Moisés también pedía la muerte. En aquellos
momentos, Elías no podía hacer otra cosa. 2.3 La nubecilla y la lluvia
Una
vez que el pueblo se convirtió y los falsos profetas fueron eliminados, Elías
oró a Yhwh para que descendiera la lluvia sobre la tierra reseca. Para ello,
se aparta de la muchedumbre y se retira con su criado a una cueva junto al
mar (que la tradición musulmana ha llamado el-Khader –«el verdeante»– y la cristiana «escuela de los
profetas»): «Elías se encorvó a tierra, la cabeza entre las rodillas, y dijo
a su criado: “Sube, observa en dirección al mar”. Subió, observó y dijo: “No
hay nada”. Elías añadió: “Vuelve siete veces”. A la séptima retornó diciendo:
“Una nube pequeña como la palma de la mano se levanta del mar”. Dijo Elías:
“Avisa a Ajab para que se vaya antes de que se lo impida la lluvia”. Y en
esto se oscureció el cielo de nubes y viento, y cayó un aguacero». Elías oró
con insistencia y confianza. El número 7 significa plenitud e indica la
perseverancia y la pureza de la fe de Elías al orar. Al final, Dios envió un
signo: una simple nubecilla, de la que brotó la lluvia que acabó con la
sequía. Los Padres de la Iglesia y la tradición carmelitana vieron en la
nubecilla una imagen de la Virgen María, pequeña y débil, pero que trajo la
fecundidad a la tierra. Hasta hoy se lee este episodio en la misa del día de 2.4 Elías en el Sinaí
La
reina Jezabel no se convierte ante los prodigios de Elías. Por el contrario,
cuando se entera de la muerte de sus servidores, se decide a acabar con el
profeta, le cueste lo que le cueste. Ajab y el pueblo no salen en su defensa
y el profeta de fuego se siente desolado. Aparentemente, ni sus ayunos y
oraciones en el desierto, ni su predicación, ni sus milagros han servido para
nada. El pueblo que ayer lo aclamó, hoy se calla para no caer en desgracia
ante la reina. En cierto momento la tristeza lo invade y cede a la depresión.
Elías necesita una última purificación antes de alcanzar la plenitud. Sus
esfuerzos heroicos y sus victorias podrían causarle vanidad, haciéndole
creerse mejor que los otros, fiándose de sí mismo. La experiencia de su
debilidad será para él la última y verdadera purificación, que lo dispondrá
para encontrarse personalmente con Dios (san Juan de Encontrándose
en esta situación, un ángel del Señor despertó al profeta, lo confortó en su
abatimiento, le ofreció pan y agua y le invitó a continuar caminando. ¿Hacia
dónde? Hacia el Sinaí (llamado también el Horeb), el monte de En
la cima del Monte Sinaí se introdujo en la misma cueva que habitó Moisés,
donde Dios se reveló en la fuerza del huracán, del terremoto y del fuego.
Elías confiaba en que se repitiera el acontecimiento, pero se equivocaba:
«Vino un viento potente, impetuoso, que rompía montes y quebraba peñascos, y
no estaba Yhwh en el viento. Tras el viento un terremoto, y no estaba Yhwh en
el terremoto. Tras el terremoto un fuego, y no estaba Yhwh en el fuego». Dios
no se revela a Elías en las fuerzas de la naturaleza, como él esperaba. Lo
que en otro tiempo sirvió para Moisés ya no sirve para Elías, que se
encuentra cada vez más desconcertado. Finalmente, «Se escuchó el rumor de una
brisa suave». Elías descubrió la presencia de Yhwh en esta soledad escondida
y silenciosa, en el silencio de la oración humilde y confiada (en «el silbo
de los aires amorosos» y «la soledad sonora» de san Juan de Elías se cubrió el
rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la gruta. La voz le
dijo: “¿Qué haces aquí, Elías?”. Respondió: “Me consumo de celo por la causa
del Señor, Dios Todopoderoso, porque los hijos de Israel te han abandonado,
han derribado tus altares y han pasado a cuchillo a tus profetas; he quedado
yo solo, y buscan mi vida para quitármela”. Dijo Yhwh: “Vete, regresa por tu
camino y unge a Hazael como rey de Siria, a Yehú como rey de Israel, a Eliseo
como profeta y sucesor tuyo. Al que escape de la espada de Hazael lo matará
Yehú; al que escape de la mano de Yehú lo matará Eliseo; y perdonaré en
Israel a siete mil que no doblaron sus rodillas ante Baal ni lo adoraron con
sus bocas”. Tal
como él mismo confiesa, a Elías le consume el celo por la causa de Yhwh.
Mucho más tarde, también Jesús dirá: «El celo de tu casa me devora» (Jn
2,17). Elías quiere defender la fe de Israel, salvar Elías, en el monte
Carmelo, había tratado de combatir el alejamiento de Dios con el fuego y con
la espada, matando a los profetas de Baal. Pero, de ese modo no había podido
restablecer la fe. En el Horeb debe aprender que Dios no está ni en el
huracán, ni en el temblor de tierra ni en el fuego; Elías debe aprender a
percibir el susurro de Dios y, así, a reconocer anticipadamente a aquel que
ha vencido el pecado no con la fuerza, sino con su Pasión; a aquel que, con
su sufrimiento, nos ha dado el poder del perdón. Este es el modo como Dios
vence (Benedicto XVI, Homilía
15-05-2005). 2.5 El carro de fuego
Se
ha corrido una voz entre los hijos de los profetas (aquellos que se salvaron
de la persecución de Jezabel) y se lo comunican al discípulo predilecto y
sucesor: «Eliseo, ¿sabes que hoy se llevará Yhwh a tu señor?». Elías es
consciente de que su misión termina e intenta despachar a su discípulo, pero
este no lo consiente y responde: «Por Yhwh y por tu vida, que no te
abandonaré». Un grupo de profetas los vio acercarse al Jordán, golpear las
aguas con el manto enrollado y pasar a pie enjuto (como hizo Moisés en el Mar
Rojo o como hizo Josué, cuando golpeó el Jordán con el bastón de Moisés).
Quedaron solos, al otro lado, prontos para las últimas confidencias. «Eliseo,
¿qué quieres que haga por ti, antes de ser arrebatado?», dijo Elías. A lo que
el discípulo respondió: «Dame dos tercios de tu espíritu». En aquella época,
el heredero recibía dos tercios de las propiedades del padre. El resto se
repartía entre la viuda y los demás hijos. Si Eliseo pide a Elías dos tercios
de su espíritu, le está pidiendo ser su heredero, su sucesor. Eso no lo puede
conceder Elías, sino Dios mismo, por lo que Elías le dice: «Si me ves en el
rapto, lo obtendrás». Mientras iban caminando, un carro de fuego con caballos
de fuego los separó, y Elías subió en un torbellino al cielo, ante la mirada
atónita de Eliseo. Desde lo alto, Elías tiró su manto a Eliseo, que lo guardó
como su mejor reliquia. La
ascensión de Elías es una escena misteriosa. Algunos (con consideraciones
totalmente absurdas) querrían ver un ovni en el carro de fuego y un
extraterrestre en Elías. Es mejor aceptar que no entendemos todas las
imágenes de 2.6 Elías en los escritos posteriores
La
figura de Elías, su personalidad portentosa y la grandeza de su misión se
hicieron tan populares, que impregnaron toda la conciencia de Israel, que lo
venera como el más grande de los profetas y el prototipo de todos ellos. El
profeta Elías no ha dejado de provocar la admiración y la reflexión de los
miembros del pueblo de Israel, que lo invocan como salvador en las
situaciones desesperadas, que esperan que volverá en el momento final para
preparar la llegada del Mesías, que lo tienen presente en los distintos
elementos de su folklore (tiene un trono en las sinagogas, donde se sienta a
los niños recién circuncidados, se le prepara una copa con vino en la cena
pascual, se le nombra en los cantos y tradiciones, en la oración conclusiva
de cada sábado se pide a Dios que lo envíe pronto, etc.). El
libro de las Crónicas, centrado en torno al reino de Judá y al templo de
Jerusalén, recoge una carta de Elías al rey Jorán, en la que denuncia sus
pecados (2Crono 21,12-15). Malaquías anuncia la llegada del Mensajero que se
manifestará el día de Yhwh y cuya revelación debe ser precedida por un
regreso de Elías: «Recordad la ley de Moisés, mi siervo, los preceptos y
mandatos para todo Israel que yo le encomendé en el monte Horeb. Y yo os
enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y
terrible: reconciliará a los padres con sus hijos y volverá el corazón de los
hijos hacia sus padres» (Mal 3,22ss). Es interesante que el último de los
profetas menores, que cierra la sección de Apareció como un
fuego el profeta Elías, cuya palabra quemaba como antorcha. Él atrajo el
hambre sobre ellos y con su celo los diezmó. Por la palabra del Señor, cerró
el cielo, y también hizo caer tres veces fuego de lo alto. ¡Qué glorioso te
hiciste, Elías, con tus prodigios! ¿Quién puede compararse contigo? Tú
despertaste a un hombre de la muerte y de la morada de los muertos, por la
palabra de Altísimo. Tú precipitaste a reyes en la ruina y arrojaste de su
lecho a hombres insignes; tú escuchaste un reproche en el Sinaí y en el Horeb
una sentencia de condenación; tú ungiste reyes para ejercer la venganza y
profetas para ser tus sucesores; tú fuiste arrebatado en un torbellino de
fuego por un carro con caballos de fuego. De ti está escrito que en los
castigos futuros aplacarás la ira antes que estalle, para hacer volver el
corazón de los padres hacia los hijos y restablecer las tribus de Jacob.
¡Felices los que te vean antes de morir, pues tú los devolverás a la vida y
volverán a vivir! Cuando Elías fue llevado en un torbellino, Eliseo quedó
lleno de su espíritu… (Eclo 48,1-12). En
los tiempos inmediatamente anteriores a la manifestación de Jesús, Elías es
propuesto como ejemplo a seguir en la fidelidad a Yhwh: «Recordad las hazañas
que hicieron nuestros antepasados en su tiempo […]. Elías fue arrebatado al cielo
por su gran celo por La
importancia de Elías fue creciendo en la literatura extrabíblica, que incluso
recoge apócrifos suyos. Un texto de Qumrán (4QarP) presenta a Elías como el
precursor del Mesías, cuyo camino debe preparar. En el s. II, san Justino
recoge la mentalidad judía de la época: «Nosotros esperamos a un Cristo, que
será un hombre entre los hombres, y a Elías, que tiene que ungirlo cuando
venga. […] Pero como Elías no ha venido, pienso que tampoco él (Jesús) es el
Cristo…» (Diálogo con Trifón,
49,1). En el Apocalipsis de Elías,
Enoc y Elías entablan la lucha final contra el Anticristo y acaban con él. En
el misticismo judío, él es quien introduce a los neófitos en la experiencia
mística. En las escuelas talmúdicas, es el patrono de los estudiantes, guía
en el conocimiento de 2.7 Elías en tiempos de Jesús
El
aprecio de Israel hacia Elías se recoge también en los textos del Nuevo
Testamento. Los personajes del Antiguo más citados son Abrahán (80 veces),
Moisés (73), David (59) y Elías (30). Varias veces se afirma que su espíritu
se manifestó en Juan Bautista, el cual actuó: «con el espíritu y el poder de
Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos» (Lc 1,17).
A Jesús le preguntan si Él es Elías, a lo que responde que Elías ya ha venido
en la persona de Juan. Pero el momento más importante de su manifestación es
sobre el Monte Tabor, en el momento de Hay
dos lemas que Elías repite en varias ocasiones y que, en el futuro, se van a
convertir en la norma de vida de los carmelitas: «Vive Dios, en cuya
presencia estoy» (1Re 17,1; 18,15) y «Me consumo de celo por la causa del
Señor Dios Todopoderoso» (1Re 19,10.14). A lo largo de los siglos, el primero
iluminará la vida espiritual de los carmelitas, deseosos de mantener siempre
la presencia de Dios. El segundo será el motor de su actividad apostólica y
se conserva hasta hoy en su escudo, en su versión latina (Zelo zelatus sum pro Domino Deo exercituum).
De hecho, la Vulgata traducía la petición de Eliseo a Elías: «Dame dos
tercios de tu espíritu» como: «Dame tu doble espíritu», el orante y el
apostólico, que se veía reflejado en los dos lemas citados. 2.8 Las «hagadot»
Son
el método que usaron ordinariamente los judíos para explicar los textos
bíblicos más importantes. Una hagadá
es una narración compuesta a partir de un pasaje de Cuando Jiel de
Betel reconstruyó Jericó (1Re 16,34), perdió a sus tres hijos, cumpliendo así
el anatema de Josué (Jos 6,26). Entonces, mientras guardaba aún el duelo, lo
visitó el rey Ajab, su amigo. Dios dijo a Elías: “Vete a consolar a Jiel en
su aflicción”. Elías contestó: “No me siento con fuerzas para ir, porque Jiel
o el que está con él pueden irritarme”. El Señor le respondió: “Vete a ver a
Jiel, y si alguien pronuncia una palabra contra mí, te prometo que haré lo
que me pidas”. Elías fue a ver a Jiel y al llegar, Ajab le preguntó para
burlarse de él: “¿Quién es más grande, Moisés o Josué?” Elías contesto:
“Moisés”. Ajab le replicó: “Si es así, ¿por qué no cumplió Dios la amenaza
hecha por Moisés, en la que dijo que si adoramos a dioses extranjeros Él
cerrará el cielo y no habrá más lluvia? (Dt 11,16-17). Yo he adorado a muchos
dioses y no ha faltado la lluvia. Si la palabra de Moisés no se ha realizado,
¿por qué tiene que realizarse la de Josué?” Entonces Elías exclamó: “Vive
Yhwh, que no habrá más lluvia ni rocío hasta que yo lo ordene” (1Re 17,1). 3. Elías, modelo de oración según Benedicto XVIEn
la historia religiosa del antiguo Israel tuvieron gran relevancia los
profetas con su enseñanza y su predicación. Entre ellos surge la figura de
Elías, suscitado por Dios para llevar al pueblo a la conversión. Su nombre
significa «el Señor es mi Dios» y en consonancia con este nombre se
desarrolla su vida, consagrada totalmente a suscitar en el pueblo el
reconocimiento del Señor como único Dios. De Elías el Sirácida dice:
«Entonces surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como
antorcha» (Eclo 48,1). Con
esta llama Israel vuelve a encontrar su camino hacia Dios. En su ministerio
Elías reza: invoca al Señor para que devuelva a la vida al hijo de una viuda
que lo había hospedado (cf. 1Re
17,17-24), grita a Dios su cansancio y su angustia mientras huye por el
desierto, buscado a muerte por la reina Jezabel (cf. 1Re 19,1-4), pero es sobre todo en el monte Carmelo donde se
muestra en todo su poder de intercesor cuando, ante todo Israel, reza al
Señor para que se manifieste y convierta el corazón del pueblo. Es el
episodio narrado en el capítulo 18 del Primer Libro de los Reyes, en
el que ahora nos detenemos. Nos
encontramos en el reino del Norte, en el siglo IX antes de Cristo, en tiempos
del rey Ajab, en un momento en que en Israel se había creado una situación de
abierto sincretismo. Junto al Señor, el pueblo adoraba a Baal, el ídolo
tranquilizador del que se creía que venía el don de la lluvia, y al que por
ello se atribuía el poder de dar fertilidad a los campos y vida a los hombres
y al ganado. Aun pretendiendo seguir al Señor, Dios invisible y misterioso,
el pueblo buscaba seguridad también en un dios comprensible y previsible, del
que creía poder obtener fecundidad y prosperidad a cambio de sacrificios.
Israel estaba cediendo a la seducción de la idolatría, la continua tentación
del creyente, creyendo poder «servir a dos señores» (cf. Mt 6,24; Lc 16,13), y facilitar los caminos
inaccesibles de la fe en el Omnipotente poniendo su confianza también en un
dios impotente hecho por los hombres. Precisamente
para desenmascarar la necedad engañosa de esta actitud, Elías hace que se
reúna el pueblo de Israel en el monte Carmelo y lo pone ante la necesidad de
hacer una elección: «Si el Señor es Dios, seguidlo; si lo es Baal, seguid a
Baal» (1Re 18,21). Y el
profeta, portador del amor de Dios, no deja sola a su gente ante esta
elección, sino que la ayuda indicando el signo que revelará la verdad: tanto
él como los profetas de Baal prepararán un sacrificio y rezarán, y el
verdadero Dios se manifestará respondiendo con el fuego que consumirá la
ofrenda. Comienza así la confrontación entre el profeta Elías y los
seguidores de Baal, que en realidad es entre el Señor de Israel, Dios de
salvación y de vida, y el ídolo mudo y sin consistencia, que no puede hacer
nada, ni para bien ni para mal (cf. Jer
10,5). Y comienza también la confrontación entre dos formas completamente
distintas de dirigirse a Dios y de orar. Los
profetas de Baal, de hecho, gritan, se agitan, bailan saltando, entran en un
estado de exaltación llegando a hacerse incisiones en el cuerpo, «con
cuchillos y lancetas hasta chorrear sangre por sus cuerpos» (1Re 18,28). Recurren a sí mismos
para interpelar a su dios, confiando en sus propias capacidades para provocar
su respuesta. Se revela así la realidad engañosa del ídolo: está pensado por
el hombre como algo de lo que se puede disponer, que se puede gestionar con
las propias fuerzas, al que se puede acceder a partir de sí mismos y de la
propia fuerza vital. La adoración del ídolo, en lugar de abrir el corazón
humano a la Alteridad, a una relación liberadora que permita salir del
espacio estrecho del propio egoísmo para acceder a dimensiones de amor y de
don mutuo, encierra a la persona en el círculo exclusivo y desesperante de la
búsqueda de sí misma. Y es tal el engaño que, adorando al ídolo, el hombre se
ve obligado a acciones extremas, en el tentativo ilusorio de someterlo a su
propia voluntad. Por ello los profetas de Baal llegan incluso a hacerse daño,
a infligirse heridas en el cuerpo, en un gesto dramáticamente irónico: para
obtener una respuesta, un signo de vida de su dios, se cubren de sangre,
recubriéndose simbólicamente de muerte. Muy
distinta es la actitud de oración de Elías. Él pide al pueblo que se acerque,
implicándolo así en su acción y en su súplica. El objetivo del desafío que
lanza él a los profetas de Baal era volver a llevar a Dios al pueblo que se
había extraviado siguiendo a los ídolos; por eso quiere que Israel se una a
él, siendo partícipe y protagonista de su oración y de cuanto está
sucediendo. Después el profeta erige un altar, utilizando, como reza el
texto, «doce piedras, según el número de tribus de los hijos de Jacob, al que
se había dirigido esta palabra del Señor: “Tu nombre será Israel”» (v. 31).
Esas piedras representan a todo Israel y son la memoria tangible de la
historia de elección, de predilección y de salvación de la que el pueblo ha
sido objeto. El gesto litúrgico de Elías tiene un alcance decisivo; el altar
es lugar sagrado que indica la presencia del Señor, pero esas piedras que lo
componen representan al pueblo, que ahora, por mediación del profeta, está
puesto simbólicamente ante Dios, se convierte en «altar», lugar de ofrenda y
de sacrificio. Pero
es necesario que el símbolo se convierta en realidad, que Israel reconozca al
verdadero Dios y vuelva a encontrar su identidad de pueblo del Señor. Por
ello Elías pide a Dios que se manifieste, y esas doce piedras que debían
recordar a Israel su verdad sirven también para recordar al Señor su
fidelidad, a la que el profeta apela en la oración. Las palabras de su
invocación son densas en significado y en fe: «Señor, Dios de Abraham, de
Isaac y de Israel, que se reconozca hoy que tú eres Dios en Israel, que yo
soy tu servidor y que por orden tuya he obrado todas estas cosas. Respóndeme,
Señor, respóndeme, para que este pueblo sepa que tú, Señor, eres Dios y que
has convertido sus corazones» (vv. 36-37; cf. Gen 32,36-37). Elías se dirige al Señor llamándolo Dios de los
padres, haciendo así memoria implícita de las promesas divinas y de la
historia de elección y de alianza que unió indisolublemente al Señor con su
pueblo. La implicación de Dios en la historia de los hombres es tal que su
Nombre ya está inseparablemente unido al de los patriarcas, y el profeta pronuncia
ese Nombre santo para que Dios recuerde y se muestre fiel, pero también para
que Israel se sienta llamado por su nombre y vuelva a encontrar su fidelidad.
El título divino pronunciado por Elías resulta de hecho un poco sorprendente.
En lugar de usar la fórmula habitual, «Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob»,
utiliza un apelativo menos común: «Dios de Abraham, de Isaac y de Israel». La
sustitución del nombre «Jacob» con «Israel» evoca la lucha de Jacob en el
vado de Yaboc con el cambio de nombre al que el narrador hace una referencia
explícita (cf. Gen 32,29).
Esta sustitución adquiere un significado denso dentro de la invocación de
Elías. El profeta está rezando por el pueblo del reino del Norte, que se
llamaba precisamente Israel, distinto de Judá, que indicaba el reino del Sur.
Y ahora este pueblo, que parece haber olvidado su propio origen y su propia
relación privilegiada con el Señor, oye que lo llaman por su nombre mientras
se pronuncia el Nombre de Dios, Dios del Patriarca y Dios del pueblo: «Señor,
Dios [...] de Israel, que se reconozca hoy que tú eres Dios en Israel» (1Re 18,36). El
pueblo por el que reza Elías es puesto ante su propia verdad, y el profeta
pide que también la verdad del Señor se manifieste y que él intervenga para
convertir a Israel, apartándolo del engaño de la idolatría y llevándolo así a
la salvación. Su petición es que el pueblo finalmente sepa, conozca en
plenitud quién es verdaderamente su Dios, y haga la elección decisiva de
seguirlo solo a él, el verdadero Dios. Porque solo así Dios es reconocido por
lo que es, Absoluto y Trascendente, sin la posibilidad de ponerlo junto a
otros dioses, que lo negarían como absoluto, relativizándolo. Esta es la fe
que hace de Israel el pueblo de Dios; es la fe proclamada en el conocido texto
del Shemá Israel: «Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor
es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda
tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt
6,4-5). Al absoluto de Dios el creyente debe responder con un amor absoluto,
total, que comprometa toda su vida, sus fuerzas, su corazón. Y precisamente
para el corazón de su pueblo el profeta con su oración está implorando
conversión: «Que este pueblo sepa que tú, Señor, eres Dios, y que has
convertido sus corazones» (1Re
18,37). Elías, con su intercesión, pide a Dios lo que Dios mismo desea hacer,
manifestarse en toda su misericordia, fiel a su propia realidad de Señor de
la vida que perdona, convierte, transforma. Y
esto es lo que sucede: «Cayó el fuego del Señor, que devoró el holocausto y
la leña, las piedras y la ceniza, secando el agua de las zanjas. Todo el
pueblo lo vio y cayeron rostro en tierra, exclamando: “¡El Señor es Dios; El
Señor es Dios!”» (vv. 38-39). El fuego, este elemento a la vez necesario y
terrible, vinculado a las manifestaciones divinas de la zarza ardiente y del
Sinaí, ahora sirve para mostrar el amor de Dios que responde a la oración y
se revela a su pueblo. Baal, el dios mudo e impotente, no había respondido a
las invocaciones de sus profetas; el Señor en cambio responde, y de forma
inequívoca, no solo quemando el holocausto, sino incluso secando toda el agua
que había sido derramada en torno al altar. Israel ya no puede tener dudas;
la misericordia divina ha salido al encuentro de su debilidad, de sus dudas,
de su falta de fe. Ahora Baal, el ídolo vano, está vencido, y el pueblo, que
parecía perdido, ha vuelto a encontrar el camino de la verdad y se ha
reencontrado a sí mismo. Queridos
hermanos y hermanas, ¿qué nos dice a nosotros esta historia del pasado? ¿Cuál
es el presente de esta historia? Ante todo está en cuestión la prioridad del
primer mandamiento: adorar solo a Dios. Donde Dios desaparece, el hombre cae
en la esclavitud de idolatrías, como han mostrado, en nuestro tiempo, los
regímenes totalitarios, y como muestran también diversas formas de nihilismo,
que hacen al hombre dependiente de ídolos, de idolatrías; lo esclavizan.
Segundo. El objetivo primario de la oración es la conversión: el fuego de
Dios que transforma nuestro corazón y nos hace capaces de ver a Dios y así de
vivir según Dios y de vivir para el otro. Y el tercer punto. Los Padres nos
dicen que también esta historia de un profeta es profética, si —dicen— es
sombra del futuro, del futuro Cristo; es un paso en el camino hacia Cristo. Y
nos dicen que aquí vemos el verdadero fuego de Dios: el amor que guía al
Señor hasta la cruz, hasta el don total de sí. La verdadera adoración de
Dios, entonces, es darse a sí mismo a Dios y a los hombres, la verdadera
adoración es el amor. Y la verdadera adoración de Dios no destruye, sino que
renueva, transforma. Ciertamente, el fuego de Dios, el fuego del amor quema,
transforma, purifica, pero precisamente así no destruye, sino que crea la
verdad de nuestro ser, recrea nuestro corazón. Y así realmente vivos por la
gracia del fuego del Espíritu Santo, del amor de Dios, somos adoradores en
espíritu y en verdad (Audiencia general,
15-06-2011). 4. El profeta Eliseo en la Biblia y en la tradición judía4.1 El ciclo de Eliseo (2Re
2-13)
El
nombre de Eliseo (‘Él-iShâ)
significa «mi Dios es salud» o «mi Dios salva». Elías colocó su manto sobre
él, llamándolo a su seguimiento. El gesto es muy significativo, porque Eliseo
era un terrateniente, importante representante de los agricultores
sedentarios, mientras que Elías vestía con un manto de pieles ceñido con un
cinturón, como sus antepasados ganaderos y seminómadas. La relación de unos y
otros nunca fue fácil, como recuerda el relato de Caín (agricultor) que mata
a Abel (ganadero). Para muchos contemporáneos de Elías y Eliseo, la entrada
de los hebreos en Canaán había significado un progresivo alejamiento de la fe
sencilla de los antepasados, al adoptar el estilo de vida y las creencias de
los pueblos cananeos. Elías, que no tiene una residencia fija y viste con la
pobreza de los antepasados, llama a Eliseo, que se dedica al cultivo de la
tierra, para que abandone su estilo de vida y se haga su discípulo. Eliseo
quemó los aperos de labranza y mató sus bueyes para hacer un banquete de
despedida antes de seguir a Elías, al que acompaña desde entonces sin
separarse de él. Para Eliseo este gesto supone una ruptura total con la vida
que había llevado hasta entonces. Eliseo
permaneció virgen toda su vida, como Elías, algo muy raro en el Antiguo
Testamento, que solo encontramos en algunos personajes totalmente volcados a
su ministerio en tiempos de crisis radical, casi como anunciando los tiempos
últimos (otros ejemplos son Jeremías y –a caballo entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento– Juan Bautista). A diferencia de su maestro, que actuaba siempre
en solitario, Eliseo recogió a su alrededor una comunidad de profetas, con
los que vivía en relación y de los que se servía para distintos encargos.
Fijó su morada en el Monte Carmelo, desde donde se trasladaba para realizar
su ministerio. El
ciclo del profeta Eliseo se encuentra en 2Re 2-13. En él se recogen los
acontecimientos transcurridos desde que Elías lo nombra profeta colaborador
suyo (y más tarde, su sucesor), hasta el momento de su muerte. En la
narración se alternan los prodigios realizados por el profeta y sus
intervenciones en los acontecimientos sociales y políticos de su época en
este orden: ascensión de Elías en un carro de fuego y entrega de su manto a
Eliseo, división de las aguas del Jordán usando el manto de Elías (como hizo
en su tiempo Josué con el bastón de Moisés), purificación de las aguas
amargas de Jericó, ataque de dos osas contra los chiquillos que se reían de
su calvicie, oráculo contra Moab a favor de los reyes de Israel y Judá,
multiplicación del aceite a favor de la viuda de uno de los miembros de la
escuela de los profetas, fecundidad de la sunamita y posterior resurrección
de su hijo (Sarepta, Sunam y Naím están cerca, al noroeste del lago de
Galilea. En estas tres poblaciones, Elías, Eliseo y Jesús resucitaron al hijo
único de una viuda), desintoxicación de la olla envenenada, multiplicación de
los panes para alimentar a los hijos de los profetas, curación de la lepra al
sirio Naamán (episodio recordado por Cristo en su predicación), castigo del
criado codicioso, recuperación del hacha caída al río, consejos al rey de
Israel y liberación de emboscadas de los sirios, liberación del asedio de
Samaría, unción del rey Jehú (que será el que acabe con la familia del impío
rey Ajab), anuncio de victoria contra Siria, muerte del profeta y
resurrección de un difunto al contacto con su tumba. Los
numerosos milagros realizados por el profeta son causa de admiración y
respeto para sus seguidores, para los gobernantes y para el pueblo. Si los
adoradores de los Baales decían que sus dioses procuraban la fecundidad a los
hombres y a los campos, los milagros de Eliseo muestran que todo viene de
Yhwh: los hijos, el trigo, el aceite, el agua… e incluso las victorias
militares y los castigos. Eliseo intervino de manera decisiva en las
cuestiones sociales y políticas, pronunciándose severamente contra los cultos
idolátricos, aceptando o rechazando alianzas militares, nombrando reyes,
dando sabios consejos al rey en las guerras contra Siria, animando a la
población durante el asedio de Samaría, etc. En todas sus obras se movió
guiado por la fe en Yhwh y por la certeza de que la Alianza con Él es eterna.
Fue severo perseguidor de la impiedad y del delito, pero indulgente y
bondadoso con los atribulados y los pobres. Recordó a Israel que toda su
actividad, incluida la política y las relaciones con los otros pueblos, tiene
que estar guiada por su fe y que la obra de Yhwh no se circunscribe en las
fronteras de su pueblo, sino que abarca todos los lugares y todos los
pueblos, porque es el único Dios y Señor del mundo. 4.2 Eliseo y los hijos de los profetas
Los
«hijos de los profetas» llaman siempre a Eliseo «el hombre de Dios» y lo
tienen por padre y maestro. Estos «hijos de los profetas» ( El
libro del Eclesiástico recoge esta alabanza del profeta: «Cuando Elías fue
arrebatado en el torbellino, Eliseo quedó lleno de su espíritu. Durante su
vida ningún príncipe le hizo temblar y nadie fue capaz de subyugarlo. Nada
fue demasiado difícil para él, e incluso muerto profetizó su cuerpo. Durante
su vida hizo prodigios y una vez muerto fueron admirables sus obras» (Eclo
48,12-14). La tradición judía lo alabará por sus obras pero, sobre todo,
porque «ve al Invisible» y conoce sus proyectos. De su comunión con Dios
brotan sus curaciones y sus palabras proféticas. En el Tárgum de los profetas se lo presenta también como modelo a
imitar por los estudiantes de 5. Elías y Eliseo en la antigua tradición cristiana5.1 Lectura «tipológica» de la Biblia
Los
primeros cristianos hicieron un uso abundante de la lectura «tipológica» del
Antiguo Testamento. Es decir, buscaron en los sucesos y personajes del
pasado, ilustraciones para comprender mejor el misterio y la predicación de
Cristo. Para ello se inspiraron en san Pablo que, recordando unos
acontecimientos narrados en el libro del Éxodo, dice: «Estas cosas sucedieron
en figura (tipikôs, en griego) para
nosotros» (1Cor 10,6). San Agustín lo explica detalladamente: Dios lo ha
hecho todo por medio de su Verbo. En la belleza de la creación se puede
rastrear la belleza del Creador, las huellas de Cristo. Dios se ha comunicado
siempre a través de su Verbo. En las profecías y revelaciones del pasado
hablaba Cristo y todas preparaban la venida del Verbo en la carne: «Desde el
comienzo del género humano, Dios ha anunciado siempre la venida del Mesías
con profecías más o menos claras, según Los
textos de los Padres de Pronto
se desarrolló también una interpretación mariana del episodio de la
nubecilla. Los Santos Padres vieron prefigurada a Elías
es un perenne recordatorio del poder de Dios, Creador y Señor de todo y de
todos, al que se debe adoración y respeto. Por su parte Eliseo (sin olvidar
lo anterior) subraya la misericordia y condescendencia de Dios hacia sus
criaturas. Los Santos Padres desarrollaron abundantemente el tema de Eliseo
como figura y anuncio de Cristo. El profeta, conmovido por el sufrimiento de
la sunamita, bajó del Monte Carmelo y se dirigió a la ciudad para resucitar a
su hijo difunto, colocándose sobre él, uniendo sus manos a las del niño, al
igual que sus ojos y todo su cuerpo, soplando su aliento sobre él, hasta que
el niño entró en calor y volvió a la vida. Igualmente Cristo descendió del
cielo, de junto a su Padre, compadecido por la muerte de los hombres, y se
hizo uno con nosotros, uniéndose a nosotros, dándonos su Espíritu, para que
tengamos vida eterna. Lo mismo que Eliseo saneó las aguas de Jericó, Cristo
santificó las aguas del Bautismo, haciéndose bautizar en el Jordán,
precisamente cerca de su paso junto a Jericó. Incluso en la difícil escena de
los cuarenta y dos niños devorados por los osos a causa de haberse burlado de
Eliseo, descubren un anuncio de la pasión del Señor, tal como recuerda san
Cesáreo de Arlés: «Igual que los niños gritaban al profeta: “¡Sube, calvo!”,
el pueblo gritó durante la pasión: “¡Crucifícalo!”. En efecto, “¡Sube, calvo
(en latín: calvus)!” significa
“¡Sube al Calvario (en latín: Calvaria)!”.
Y al igual que los cuarenta y dos niños fueron devorados, así el pueblo judío
fue masacrado cuarenta y dos años después de la muerte de Jesús, durante el
asedio de Jerusalén, por los dos osos, Tito y Vespasiano». 5.2 Elías y Eliseo, «padres» y «modelos» de los
monjes
Los
tratados de los Santos Padres se detienen, de una manera especial, en las
figuras de Elías y Eliseo a la hora de escribir sobre la vida monástica.
Ellos, con san Juan Bautista, son los verdaderos iniciadores de esta vida
sublime, los modelos que siempre hay que considerar para llegar a ser
auténticos monjes. San Atanasio, en su famosa Vida de san Antonio, considerado el padre del monaquismo
occidental, propone a san Elías como el verdadero modelo que imitó san
Antonio y al que deben seguir todos los monjes: «Es importante constatar que
el asceta trata de aprender a vivir contemplando a diario la vida de Elías
como en un gran espejo. Para quienes desean pasar la vida en la soledad, la
vida de Elías es la regla, porque discurre toda ella en presencia de Dios con
una conciencia pura, y en la perfección del corazón». En esto coincide con
muchos otros tratados antiguos, que desarrollan el retiro de Elías en la
soledad del Carmelo como modelo de vida para todos los que aspiran a la
perfección. Su oración continua, el cultivo del silencio, su celo apostólico,
su virginidad, su pobreza, la austeridad de su vida, su perseverancia en la
lucha espiritual… son un ejemplo y un estímulo que los monjes deben imitar. San
Jerónimo, hablando de la vida monástica, dice: «Nuestro príncipe es Elías y
lo es Eliseo, y nuestros caudillos son los hijos de los profetas que
habitaban en desiertos y soledades y construían sus tiendas junto al río
Jordán». Y añade que «los hijos de los profetas son los monjes del Antiguo
Testamento». Como él mismo vivía en comunidad en las grutas de Belén, subrayó
las relaciones de Elías y de Eliseo con «los hijos de los profetas» y su
modelo de vida comunitaria, con tiempos para la soledad y momentos para las
actividades en común. También
san Ambrosio de Milán tiene un tratado titulado Libro sobre Elías y el ayuno, en el que propone al profeta como
modelo de vida monástica. En otro texto recoge los mismos temas, aunque los
desarrolla con nueva vitalidad: El desierto es una
huida dichosa. Hacia él se dirigieron Elías, Eliseo y Juan Bautista. Elías
huyó de Jezabel, es decir de la abundancia de la vanidad, y huyó hacia el Monte
Horeb, cuyo nombre significa “desecación”, para que se secara en él el
impulso de la vanidad carnal y pudiera conocer a Dios en plenitud. De hecho,
Elías se retiró junto al torrente de Querit, que significa “conocimiento”,
donde pudo encontrar la abundancia del conocimiento de Dios, huyendo del
mundo hasta el punto de no buscar otro alimento para su cuerpo que el que le
traían los pájaros, de forma que en lo esencial su alimento ya no era
terreno. Finalmente, Elías caminó durante 40 días, sostenido por el alimento
que había recibido. Por eso, no huía de una mujer tan gran profeta, sino del
siglo. […] Huía de la seducción del mundo, del contagio de su contacto
inmundo, de los sacrilegios de una nación rebelde e impía… (Sobre la fuga del mundo 6,3). San
Juan Crisóstomo manifestaba un gran afecto hacia Elías, al que comparó con
los ángeles: «¿Cuál es la diferencia entre Elías, Eliseo y Juan, verdaderos
amantes de la virginidad, y los ángeles? Ninguna, excepto la condición de su
naturaleza mortal. […] La virginidad les ha dado una naturaleza angélica. Si
hubiesen tenido mujer e hijos, no habrían podido vivir con tanta facilidad en
el desierto ni despreciar las casas y otras comodidades de la vida.
Desligados de estas ataduras, vivían en la tierra como si vivieran ya en el
cielo» (Tratado sobre la virginidad
79,1-2). En
la misma línea escribieron sobre Eliseo, añadiendo nuevos datos. Él es modelo
y figura de los discípulos de Cristo, especialmente de los monjes: El
discípulo fiel de Elías es ejemplo de obediencia a su maestro (deja todo
inmediatamente para seguirlo y no se separa nunca de su lado), como lo es de
castidad (la sunamita tiene que construir una habitación separada para el
profeta, que vive en virginidad) y de pobreza (deja la casa de su padre, deshaciéndose
de todas sus posesiones y rechaza los dones de Naamán, el sirio). Incluso dan
a Eliseo el título de Abad y Prior de los «hijos de los profetas», a los que
también denominan el «coro de los monjes». Hay
un tema que, desde que san Atanasio lo desarrolla en 6. Oraciones a los profetas Elías y EliseoSan
Elías se celebra el 20 de julio. Estas son las oraciones de la misa en su
honor: Oración colecta: Señor, Dios de nuestros padres en
la fe, que concediste al profeta Elías vivir siempre en tu presencia,
inflamado por el celo de tu gloria; concédenos buscar siempre tu rostro y ser
en el mundo testigos de tu amor. Oración sobre las ofrendas: Mira, Señor, con bondad los dones
de tu Iglesia en oración y acepta complacido nuestra ofrenda como aceptaste
el sacrificio del profeta Elías al manifestar maravillosamente tu presencia. Prefacio: Padre Santo, tú has querido elegir
y suscitar profetas que enseñasen a Israel, tu pueblo, a confesarte como el
Dios vivo y verdadero y lo fuesen llevando con la esperanza de salvación.
Entre ellos, honraste con tu amistad divina al profeta Elías para ser
defensor de tu gloria y heraldo de tu omnipotencia y de tu amor. Tú premiaste
su deseo de caminar siempre en tu presencia al elegirlo testigo de la
transfiguración, dándole el gozo cumplido de contemplar la faz
resplandeciente del rostro de Cristo. Oración después de la comunión: Nos has fortalecido, Señor, con el
alimento celestial del Cuerpo y la Sangre de tu Hijo; que él nos ayude a
caminar en fe hasta que podamos gozar de tu presencia como el profeta Elías
en el monte santo de la gloria. San
Eliseo se celebra el 14 de junio. Estas son las oraciones de la misa en su
honor: Oración colecta: Señor Dios, guardián y redentor de
los hombres, que te muestras admirable en tus profetas y transmitiste el
espíritu de Elías a tu profeta Eliseo; dígnate, por tu bondad, hacer crecer
en nosotros los dones del Espíritu Santo, a fin de que, imbuidos del carisma
profético, podamos ser testigos ante el mundo de tu presencia providente. Oración sobre las ofrendas: Oh Dios, que por las figuras de los
antiguos sacrificios has querido significar la verdad de estos dones que te
presentamos, concédenos propicio que, por estos santos misterios que
celebramos en honor de tu profeta Eliseo, nos convirtamos también nosotros en
oblación perpetua para tu gloria. Oración para después de la comunión: Oh Dios, que por los prodigios del
profeta Eliseo simbolizaste de modo admirable el pan de vida; te pedimos nos
concedas que, fortalecidos con este manjar, podamos cumplir cada día la
misión profética. Misa votiva de los santos profetas Elías y
Eliseo: Oración colecta: Oh Dios, que proclamaste tu palabra
por boca de tus profetas, concede los dones de tu Espíritu a quienes,
siguiendo las huellas de tus profetas Elías y Eliseo, en todas partes dan
testimonio de tu presencia. Oración sobre las ofrendas: Oh Dios de misericordia, que por
medio de tus profetas llevaste los corazones inconstantes al verdadero culto,
concédenos que, a ejemplo de Elías y Eliseo, podamos ofrecerte el sacrificio
que te es agradable. Oración después de la comunión: Señor, el alimento que hemos
recibido infunda en nosotros el celo de tu gloria, que encendiste en el
corazón de tus profetas Elías y Eliseo. 7. Vida monástica en el Monte Carmelo7.1 Las «lauras» de Tierra Santa
Como
ya hemos dicho, durante los primeros siglos del cristianismo los Santos
Padres consideraron a los profetas Elías, Eliseo y Juan Bautista como los
«inspiradores» y «modelos» de toda la vida monástica cristiana. Algunos
autores se atrevieron a llamarles «fundadores», al principio en sentido
figurado, aunque más tarde los autores medievales lo interpretarán como algo
histórico. Las fuentes antiguas tienen claro que, en época cristiana, el
«iniciador» de la vida religiosa en Egipto fue san Antonio (normalmente
conocido en español como san Antón, † 356) y los «iniciadores» del monaquismo
en Tierra Santa fueron san Caritón († 350) y san Hilario (normalmente llamado
en español san Hilarión, † 371). Por su parte, los grandes «organizadores»
que escribieron una Regla fueron san Pacomio († 356) en Egipto, san Basilio
(† 379) en Oriente y san Agustín († 430) y san Benito († 547) en Occidente.
Estas siguen siendo las principales Reglas monásticas en uso hasta el
presente. San
Antonio se retiró a vivir en el desierto de Egipto el año 271 y pronto se le
unieron muchos discípulos, a los que organizó, dándoles normas de vida. Por
su parte san Caritón peregrinó desde Iconio a Jerusalén hacia el 275 y se
estableció en el Wadi Fara, donde
vivió en penitencia muchos años, reuniendo a su alrededor numerosos
discípulos, a los que él mismo organizó en comunidad. Finalmente san Hilario,
después de haber conocido el monaquismo egipcio, se retiró a una cabaña cerca
de Gaza, hacia el 311, siendo seguido rápidamente por muchos discípulos.
Después de ellos, numerosos cristianos piadosos, tanto del lugar como
peregrinos provenientes de fuera, establecieron pequeños núcleos monásticos
por toda Hablando
con propiedad, no se trataba de verdaderos monasterios en los que sus
habitantes profesan una Regla de vida aprobada, sino de «lauras», una
estructura intermedia entre el eremitismo puro (la consagración a Dios en
solitario) y la vida cenobítica (la consagración en comunidad). Los ermitaños
de una laura solo estaban ligados por una sumisión moral y espiritual al
prior, aunque conservaban una fuerte independencia en sus decisiones y tenían
plena libertad para abandonar la laura y buscar otra que se acomodase mejor a
su manera de ser. Su organización era muy sencilla: vivían en cuevas o
cabañas en torno a unos espacios comunes. Durante la semana permanecían en la
soledad de su celda, cultivando la tierra, cuidando los animales o realizando
algún trabajo manual. Periódicamente se reunían para la celebración de Es
natural que desde muy antiguo, tanto los habitantes de Palestina como los
peregrinos piadosos, levantaran capillas y establecieran lauras en los
lugares unidos a la memoria de los personajes bíblicos, entre los que
destacan Elías y Eliseo. La tradición señala que santa Elena construyó un
monasterio en honor de Elías sobre la cima del promontorio del Carmelo (donde
hoy está el faro). Algunas columnas del antiguo refectorio del monasterio Stella Maris proceden de aquella
construcción, aunque hoy la hipótesis más plausible es que el monasterio fue
construido por monjes bizantinos (quizás con algún permiso o privilegio
imperial, de ahí que se hiciera responsable de la fundación a la emperatriz
santa Elena) y estuvo dedicado primero a Eliseo y más tarde a santa Marina.
El monasterio de Elías se situaba un poco más abajo, en la falda de la montaña.
Hay que reconocer que las fuentes no son siempre claras a la hora de
distinguir la localización exacta de los varios edificios que se fueron
superponiendo unos a otros con el pasar del tiempo. 7.2 Lugares del Carmelo relacionados con Elías y
Eliseo
A
partir de la beata Egeria (ilustre peregrina española de finales del siglo
IV), son muchos los peregrinos que han dejado escritos sus recuerdos en un
diario de viaje. Ella cuenta su visita a un monasterio construido por un
anacoreta en el valle del Jordán: «Me dijeron que ese era el valle de Carit,
donde vivió san Elías en tiempo del rey Ajab». Más tarde habla de otra
iglesia, también levantada en honor del profeta: «Cerca de la iglesia está la
cueva donde se escondió Elías, e incluso el altar de piedra que él mismo
colocó para ofrecer sus sacrificios a Dios». El Anónimo de Piacenza, un peregrino que visitó Palestina hacia el
año 570, describe un monasterio en honor de san Eliseo en el Wadi ‘ain es-Siah (donde 600 años
después se establecerán los ermitaños latinos), así como el cercano campo de
geodas. Todos los peregrinos que desembarcaban en san Juan de Acre y bajaban
por la Vía Maris hacia Cesarea para
dirigirse a Jerusalén, hablan de su visita y alojamiento en alguno de los
lugares santos del Carmelo relacionados con Elías y Eliseo, principalmente
cuatro: La
cima del promontorio del Carmelo, dominando la bahía de Haifa, donde hubo una
laura bizantina dedicada al profeta Eliseo y más tarde un importante
monasterio greco-ortodoxo dedicado a santa Marina en las fuentes griegas (las
fuentes latinas traducen siempre por santa Margarita), además de un castillo
de los cruzados en tiempos posteriores. En la cripta de la actual iglesia Stella Maris se encuentra la gruta de
Elías, que fue un enterramiento antiguo, algunas veces llamada en las fuentes
«tumba de Eliseo». El actual convento con la basílica de la Virgen del Carmen
fue construido en 1766, casi totalmente destruido por los musulmanes en 1799
y reconstruido en 1827. Una parte sigue sirviendo para residencia de los
religiosos y el resto del edificio se ha adaptado para la acogida de
peregrinos. Frente al monasterio se alza el faro, que fue la antigua
hospedería carmelitana. A sus pies se conservan las ruinas del convento del
P. Próspero del Espíritu Santo, que recuperó el Carmelo para Las
fuentes más antiguas llaman «gruta de Elías» a otra distinta, bien descrita
en los documentos y que no coincide con la del promontorio. Se afirma que
está escavada en la roca y es de forma cuadrada, con un banco de piedra
labrado a lo largo del muro y una estancia lateral también escavada en la
roca, con un gran nicho al fondo, en el que se abre un pequeño mihrab
realizado en 1.635, cuando la cueva fue transformada en mezquita para
expulsar de allí al P. Próspero del Espíritu Santo. Las paredes de la cueva
están cubiertas con numerosas inscripciones antiguas (150 han sido trascritas
y publicadas en estudios). Delante de la gruta todos los autores antiguos
hacen referencia a un bosquecillo y a un pequeño eremitorio ortodoxo. También
se encuentra en el promontorio, a medio camino entre la base y la cima. Es la
gruta que la tradición carmelitana llama «Escuela de los Profetas», los
judíos Ma’arat Eliyahu y los
musulmanes El-Khader (que significa
«el verdeante» y es la manera como ellos llaman a Elías). Alrededor se
conservan algunas cisternas y restos de los antiguos monasterios. El
wadi ‘ain es-Siah, valle en la ladera
del monte que mira al mar, que conserva numerosas grutas, la cueva con dos
habitaciones superpuestas (llamada morada de Elías y de Eliseo), los restos
de la iglesia y del monasterio, los lagares, la cocina y el horno, así como
la famosa fuente de Elías, canalizada al pequeño estanque que recoge sus
aguas, que después descendían por el valle al huerto (el Bustán) que producía
la alimentación para la comunidad y al molino, cuya piedra era movida por las
aguas que bajaban desde la fuente, tal como documentan los textos hasta bien
entrado el s. XVII. En 1918, los ingenieros del ejército inglés colocaron una
tubería con una bomba para subir el agua de la fuente de Elías hasta su
cuartel. En la segunda mitad del s. XX se canalizó el agua para abastecer a
las casas de la zona, dejando en el manantial solo un pequeño chorro para las
cabras. Las fuentes documentales y la arqueología confirman la presencia de
monjes bizantinos desde el siglo IV, más tarde greco-ortodoxos. Allí se
establecieron a finales del siglo XII los primeros ermitaños latinos
(católico-romanos), destinatarios de El
Mu-hra-Ka, lugar del sacrificio de
Elías, con el torrente Quijón que corre a sus pies y la presencia de un
círculo de grandes piedras quemadas, documentadas hasta mediados del s. XIX.
Los peregrinos hablan menos de este lugar, por lo peligroso que era llegar
hasta allí, debido a que se encuentra en el interior de la montaña y
antiguamente estaba rodeado de bosques muy tupidos y llenos de panteras y
otras fieras. Desde el siglo XIX hay allí un convento carmelitano en recuerdo
del Profeta, con unas vistas impresionantes desde la terraza. 7.3 Fuentes escritas y arqueológicas
Los
testimonios escritos hablan de sucesivos monasterios construidos en el
promontorio del Carmelo, tanto en la cima (en honor de Eliseo) como junto a
la gruta (en honor de Elías) y en el vallecillo lateral (el wadi), varias veces destruidos por
invasiones persas, árabes y turcas y siempre reconstruidos de nuevo. Las
excavaciones realizadas en el wadi ‘ain
es-Siah han demostrado la presencia continuada de monjes desde el siglo
IV. Las construcciones, restos cerámicos, ungüentarios de vidrio, algunas
monedas… así lo indican. Los monjes de estos asentamientos eran de rito
oriental y de lengua griega. Los estratos de cenizas y restos carbonizados
también dan testimonio de las sucesivas invasiones y destrucciones. Hacia
el año 1.165 visitó el Carmelo el rabino español Benjamín de Tudela, que
describe una pequeña capilla cristiana junto a la cueva de Elías. De los
demás monasterios o eremitorios no dice nada, porque solo se detiene en las
presencias que tienen significación para los judíos: «En uno de los lados de
la villa de Haifa está situada la montaña del Carmelo, en cuya cima y al pie
de ella se encuentran muchas tumbas israelitas. En la misma montaña se halla
la caverna del profeta Elías, de feliz memoria. Junto a ella, algunos
edomitas (así llaman muchas veces los judíos a los cristianos) han construido
una iglesia llamada de san Elías». Estos antiguos cementerios judíos han sido
escavados y estudiados en su totalidad a partir de 1965. Poco
después, en 1.175, un monje griego de Patmos, llamado Juan Phocas, visitó
también la gruta de Elías. A su alrededor se conservaban las ruinas de un
gran monasterio antiguo y una pequeña comunidad de monjes ortodoxos en un
edificio de reciente construcción. Si también había ya presencia de ermitaños
latinos, no dice nada, aunque podemos comprender su desinterés al respecto: En el extremo de la
montaña más cercano al mar está la cueva de Elías, de la cual este hombre
maravilloso, después de haber vivido como los ángeles, fue subido al cielo.
En este lugar hubo un tiempo un gran monasterio, como testimonian los
edificios arruinados que quedan hasta el presente; pero el tiempo, que
desgasta todas las cosas, y las invasiones enemigas lo han arruinado
totalmente. Sin embargo, hace algún tiempo, un monje-sacerdote de pelo
blanco, oriundo de Calabria, a consecuencia de una visión del Profeta, vino a
este lugar, donde se instaló en las ruinas del monasterio, construyó una
muralla baja, una torre y una pequeña iglesia, y ha reunido a unos diez
hermanos que habitan allí hasta hoy. Como
el fundador era del sur de Italia, muchos historiadores posteriores, al leer
el texto pensaban que sería católico-latino, pero no podemos olvidar que en
la zona había muchos greco-ortodoxos (y los sigue habiendo hasta el
presente). A partir de estas fechas se multiplican los testimonios sobre los
habitantes del pequeño monasterio griego de san Elías, situado junto a la
cueva el-Khader, a los que se
nombra como «ermitaños del Carmelo». Convencidos de que era el lugar de
nuestros orígenes, el P. Próspero y los primeros carmelitas que regresaron al
Monte Carmelo en el s. XVII se instalaron en las ruinas de este edificio.
Tenemos la descripción detallada de los restos que entonces se conservaban y
que adaptaron para cocina, capilla, habitaciones... También tenemos la
narración de su derrumbe en 1769 y el descubrimiento en 1857 del antiguo
altar bajo las ruinas. Además de la cueva (hoy transformada en sinagoga,
aunque con algunos derechos de los musulmanes, que conservan un vigilante
junto a su puerta, y de los cristianos, que cada año celebramos allí la misa
en la fiesta de Eliseo), en los alrededores se conservan las cisternas y
otros restos. Los
distintos documentos hablan también de un monasterio más grande y sólido,
dedicado a santa Marina o santa Margarita en la cima del promontorio, morada
de monjes griegos y sirios, así como del castillo cruzado, atestiguado desde
1.172, y al que se da el mismo nombre. Restos de estos edificios aparecieron
en el s. XIX, al hacer obras de reforma en el actual monasterio Stella Maris y en 1.913 bajo el faro
actual, y se conservan en el museo del monasterio. Los
moradores del wadi ‘ain es-Siah son
nombrados «ermitaños latinos» o «hermanos del Carmelo». Al llamarlos
«latinos» se les identifica inmediatamente como «católicos romanos», para
distinguirlos de los otros, que vivían junto a la cueva el-Khader, de tradición «greco-ortodoxa». Las excavaciones
arqueológicas dirigidas por el P. Bellarmino Bagatti, o.f.m. (1958-61), Sor
Eugenia Nitowski, o.c.d. (1987-89) y Fray Fausto Spinelli, o.c.d. (1990-91)
han sacado a la luz numerosos restos que nos permiten reconstruir con cierta
exactitud los edificios originales. En concreto, la celda del prior a la
entrada del valle, tal como dice la regla, la iglesia y su torre-campanario
en el centro del mismo, la gruta-capilla, cocina, comedor, espacios comunes y
una escalera monumental de acceso, así como algunas tumbas y los restos de
una amplia estancia abovedada que servía como dormitorio de los peregrinos en
su camino hacia Jerusalén. 8. Los ermitaños latinos del Monte Carmelo8.1 Orígenes y primera aprobación canónica
¿En
qué momento llegaron al Monte Carmelo los ermitaños occidentales (europeos y
católicos) de lengua y rito latinos? ¿Se fusionaron pacíficamente con los
anteriores moradores griegos? ¿Se establecieron en el valle porque lo
encontraron abandonado? No hay certezas al respecto. Lo que sí sabemos es que
el año 1187, Saladino conquistó Jerusalén, san Juan de Acre y Haifa. Sus
tropas saquearon y destruyeron casi todos los edificios cristianos,
especialmente los ocupados por occidentales (católicos). Los ermitaños
latinos que pudiera haber en el Carmelo huyeron o fueron asesinados. Algo más
tarde, en 1191 la ciudad de san Juan de Acre fue reconquistada por Ricardo
Corazón de León, convirtiéndola en el centro militar, político y religioso
del reino latino de Jerusalén. Solo entonces los peregrinos y ermitaños
occidentales pudieron volver a Tierra Santa: franciscanos, dominicos,
hospitalarios de san Antonio, penitentes… se establecieron en la zona, con la
protección de las tradicionales Órdenes militares. En
los relatos posteriores a esa fecha se describe cómo, partiendo de Haifa, los
peregrinos visitaban primero la gruta de san Elías, en la ladera del Monte
Carmelo. De ahí subían al monasterio de santa Marina, en la cima del
promontorio, para venerar las reliquias que se conservaban en el monasterio
ortodoxo. Después se dirigían al wadi
‘ain es-Siah, donde eran huéspedes de los ermitaños latinos (los hermanos
carmelitas) y podían saciar su sed en la fuente de Elías, comer y pernoctar,
antes de continuar su camino hacia el sur. Conservamos varios mapas de la
época con valiosas referencias (en perfecto estado y muy minuciosos son los
mapas de Roehricht, de 1235 y 1300). Estos
ermitaños, llegados con los cruzados y establecidos en el wadi a finales del s. XII, pidieron
una «Norma de vida» (Formula vitae)
al Patriarca de Jerusalén, Alberto de Abogadro, que residía en san Juan de
Acre, ya que Jerusalén estaba en manos de los musulmanes desde 1187. Con
propiedad no se trata de una «Regla» que regulara la vida de los monasterios
de una Orden religiosa (ya existían varias, principalmente las de san
Agustín, san Basilio y san Benito), sino algo más sencillo y adaptado para un
grupo de ermitaños, laicos en su mayoría, que vivían consagrados a la
oración, a la penitencia y al servicio de los peregrinos, y que solicitan un
reconocimiento jurídico en el seno de Hacia
1207 san Alberto les entregó un tratadillo de vida espiritual, a modo de
carta, en el que recogía el ideal de vida que querían seguir los ermitaños
carmelitas y los medios para lograrlo. De esta manera, los ermitaños del wadi se convirtieron en grupo
religioso reconocido en 8.2 Aprobaciones pontificias
El
IV Concilio de Letrán, celebrado en Roma en 1215, prohibió la creación de
nuevas órdenes religiosas y obligó a los grupos ya establecidos a que
adoptaran una de las Reglas reconocidas por En
1229 tenemos una nueva aprobación indirecta de En
Tierra Santa se fueron alternando los momentos de paz y de enfrentamientos
entre cristianos y musulmanes, con temporadas favorables para los unos y para
los otros. Esto afectó tanto a la posibilidad de peregrinar desde Europa como
a la vida de los hermanos carmelitas, como podremos ver. En 1229, Federico II
de Alemania firmó por 10 años un precario tratado de paz con los musulmanes,
que conservaba para los cristianos la zona costera y permitía a los
peregrinos visitar Jerusalén. En el documento llamado Citez de Jherusalem o Les
Pelerinages pour aller en Jherusalem, escrito hacia 1230, encontramos
este precioso testimonio: En esta misma
montaña (del Carmelo) se encuentra la abadía de santa Margarita, que
pertenece a los monjes griegos, y que está en un hermoso paraje. En esa
abadía se conserva el lugar donde vivió san Elías y allí hay una capilla en
la roca. Detrás de la abadía de santa Margarita, en la ladera de la misma
montaña hay un lugar muy bello y deleitoso donde viven los eremitas latinos
llamados “hermanos carmelitas”; allí se encuentra una pequeña iglesia de Otro
documento de la misma época, Les sains
pelerinages que l'en doit requerre en la Terre Sainte, añade este nuevo
dato: Cerca de la abadía
de santa Margarita, en la ladera de la montaña del Carmelo, se encuentra un
lugar muy bello y deleitoso donde viven los ermitaños latinos llamados
“hermanos carmelitas”. Hay allí una hermosa iglesia de 8.3 Emigraciones a Europa
En
1239 los cruzados fueron derrotados en Gaza. En 1244 Jerusalén cayó en manos
de los egipcios. La situación en Tierra Santa era cada vez más complicada y
algunos hermanos carmelitas comenzaron a regresar a Europa, estableciéndose
en Chipre, Sicilia, Inglaterra y En
la Regla corregida introduce –entre otras cosas– que los carmelitas pueden
abrir casa en cualquier lugar que les ofrezcan (hasta entonces solo lo hacían
en sitios desiertos, alejados de las poblaciones), profesan los tres votos
(que se hacen obligatorios para todos los religiosos en esa época; hasta
entonces solo se hacía el voto de obediencia al prior, lo demás estaba
implícito, pero no entraba en la profesión religiosa), tienen que rezar
juntos las horas el Oficio Divino (hasta entonces lo rezaba cada uno en su
celda) y comer juntos (hasta entonces lo hacían solo en ocasiones muy especiales).
La copia más antigua que hasta ahora se conoce de En
tiempos de una paz relativa, los carmelitas fundaron algunos conventos más en
Tierra Santa (tenemos testimoniados los de Acre y Tiro en varios documentos
de la época). Con la ayuda económica de los conventos europeos se decidieron
a hacer una gran obra en el wadi.
Una bula de Urbano IV, de 1263, informa que los carmelitas han emprendido la
construcción de un monasterio de grandes proporciones (opus sumptuosum) en el lugar de sus orígenes, y concede
indulgencias a quienes les ayuden. Los peregrinos posteriores hablan de sus
restos. Las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz varios elementos
de esta construcción. Sin
embargo, en 1265 toda la costa de Palestina cayó en manos de los musulmanes,
excepto el castillo cruzado de Athlit y la ciudad de Acre. Haifa también fue
conquistada. Una bula de Clemente IV pide a los obispos de Europa que acojan
benévolamente a los carmelitas que habían tenido que huir precipitadamente.
La tregua de 1268 devolvió Haifa a los cristianos, por lo que algunos
carmelitas regresaron al monasterio del wadi.
Allí se mantuvieron hasta que Acre cayó definitivamente en manos de los
musulmanes en 1291. Los carmelitas que no consiguieron huir a Europa fueron
totalmente exterminados, aunque su memoria y los restos de sus edificios
permanecieron en Palestina. En 1330, el dominico francés Humberto de Dijon
realizó una peregrinación a Tierra Santa, que describió en su obra Liber peregrinationis. En ella afirma
que visitó el convento del wadi y
la capilla, que aún se conservaba en pie: «En el Monte Carmelo se encuentra
una capilla bastante devota, erigida en honor de El
proceso de transformación que llevó a los ermitaños carmelitas emigrados a
Europa a convertirse en Orden Mendicante no estuvo exento de tensiones. Una
facción importante del grupo consideró el capítulo de 1247 como una auténtica
traición. En 1266 consiguieron elegir como General a uno de ellos: Nicolás
Gálico («el Francés»). Este escribió en 1271 un librillo titulado Flecha de fuego (Ignea Sagitta), en el que se lamenta del camino que había tomado
la Orden, demasiado ocupada –a su parecer– en el apostolado urbano, y hace
una llamada para regresar a la pureza de 9. Fijación escrita de las tradiciones carmelitanasLos
capítulos generales se reunían cada tres años para nombrar a los responsables
directos del gobierno de la Orden y legislar sobre los temas relativos a la
vida de los religiosos, adaptando la Regla a las circunstancias cambiantes.
Esos decretos se llamaban «Normas» o «Constituciones». Las Constituciones más
antiguas que conservamos son las del Capítulo General que tuvo lugar en 1281
en Londres. Su Rubrica Prima recoge
las tradiciones sobre el profeta Elías y los orígenes de Algunos hermanos
nuevos en La
información es bastante escueta, aunque suficiente. Habla de tres etapas en
la vida religiosa del Carmelo. En primer lugar están los profetas Elías y
Eliseo, precursores y modelos. Después vienen los Santos Padres que vivieron
en oración, siguiendo su ejemplo. Por último se encuentran los hermanos
carmelitas («nosotros»), que se consideran los herederos espirituales de los
profetas y de aquellos santos varones. Las Constituciones de 1294 y 1324 repiten
el texto sin ningún cambio. Con
el tiempo esta sucesión sencilla (Elías y Eliseo, Santos Padres del Antiguo y
del Nuevo Testamento, nosotros) fue desarrollándose en obras cada vez más
completas, a manera de las hagadot
hebreas, de las que ya hemos hablado. En ellas se cuenta cómo Samuel fue el
fundador de los «hermanos profetas» o «escuelas de los profetas», presentes
en varios lugares de Los
autores antiguos confeccionaron las listas de los sucesivos Generales desde
Elías hasta Juan Bautista y desde el precursor hasta los tiempos de los
cruzados. Los esenios habrían sido los carmelitas del Antiguo Testamento. Todos
los ermitaños y monjes cristianos de los primeros siglos después de Cristo
fueron seguidores de Elías, por lo que también fueron carmelitas. En tiempos
antiguos, Juan, Patriarca de Jerusalén, habría dado una Regla a los
carmelitas griegos. Cuando los ermitaños latinos se les unieron en tiempo de
las cruzadas, Aymerico, Patriarca de Antioquia, habría intervenido para
solucionar las fricciones entre los dos grupos, poniendo como prior a su
pariente san Bertoldo (primer prior general latino de la Orden). Su sucesor,
san Brocardo, sería el destinatario de El
documento fundamental en la fijación de esas tradiciones fue el Libro de la institución de los primeros
monjes, escrito por el carmelita español Felipe Ribot († 1391). En el
prólogo afirma que los 10 libros de que consta su obra son recopilación de
textos antiguos. Identifica los dos primeros con la Regla escrita en el s. IV
por Juan, obispo de Jerusalén, aunque hoy se sabe que fueron obra del mismo
Ribot, reelaborando tradiciones anteriores. Dice así: El profeta de Dios
Elías fue el primero de todos los monjes que han existido y en él tuvo
principio la santa y gloriosa institución monacal. Con el ansia que sentía
por la divina contemplación y el vehemente deseo de adelantar en la virtud,
se marchó lejos de las ciudades y, despojándose de todos los intereses
terrenos y mundanos, se propuso empezar a vivir la vida eremítica, religiosa
y profética, consagrándose a ella como ningún otro hasta entonces lo había
hecho, y con la inspiración e impulso del Espíritu Santo comenzó a vivirla y
la instituyó. […] Elías fue el primero de todos los hombres que,
deliberadamente, empezó a vivir la vida monástica y eremítica, y estableció
sucesores suyos que continuaran perpetuamente viviéndola. Y para ser el padre
de todos los monjes, eligió por discípulos algunos santos varones […]. Los
enseñó a profetizar, o sea, a cantar las alabanzas de Dios con himnos y salmos
acompañándose por instrumentos musicales. […] Se retiró con sus discípulos al
Monte Carmelo y empezó enseguida a formarlos en la vida monástica, como el
Señor se la había enseñado a él. […] Ya en vida del profeta Elías de tal
manera llegó a extenderse el instituto de los hijos de los profetas, que
tanto en los desiertos como en los suburbios de las ciudades se constituyeron
centros o grupos de monjes siendo necesario que, además de Elías, algunos de
sus más destacados discípulos estuviesen al frente dirigiéndolos y
gobernándolos. Los monjes llamaban a estos que los presidían y dirigían Padres suyos y ellos se llamaban Hijos de los Profetas. Los
posteriores escritores de la Orden siguieron desarrollando esas tradiciones.
El teólogo humanista Arnoldo Bostio, o.carm. (+1499) escribió una preciosa
alabanza de Elías, pidiendo a los carmelitas que lo imitaran: Varón evangélico
antes del Evangelio, apostólico antes del tiempo de los Apóstoles,
despreciador del mundo y de todas las cosas perecederas, apasionado seguidor
de lo eterno, primer virgen, monje y eremita, resplandor de costumbres, regla
de virtudes, heraldo de la Virgen sagrada. Que con la institución de la
virginal castidad antecedió por mucho tiempo al Cordero sin mancha a donde
quiera que hubiera de ir. Y
el fecundo escritor, teólogo e historiador Juan Bautista Lezana, o.carm.
(+1659) escribió este epitafio en alabanza del profeta: Elogio para fiar a
la puerta del paraíso terrenal: Aquí vive, oh mortal, aquel celeste celador
de la honra divina: Elías, el de doble espíritu, perfecto en la pureza, rico
en virtudes, pobrísimo en bienes terrenos, gran amigo de Dios, enemigo del
diablo, amable con los buenos, terrible para los impíos, nacido antes de
Cristo conversó con Cristo, reservado después de Cristo contra el Anticristo;
Patriarca eximio, Profeta celebérrimo, Sacerdote grande, Monje, Padre de los
Monjes, siempre casto, Fénix singular, futuro apóstol de Cristo, Mártir,
Precursor, Capitán, valiente defensor, heraldo de la verdad, ardientemente
religioso, maduro sin quebranto, anciano sin vejez, mortal sin morir, nutrido
sin alimento, de una longevidad sin achaques y –¡cosa admirable!– de una vida
santísima que no se ha de extinguir hasta la consumación de los siglos. Quien
flageló a los tiranos, dio muerte a los sacrílegos, cerró con su palabra las
nubes y las abrió de nuevo, ungió Reyes e instituyó Profetas defensores; su
nacimiento fue anunciado por los ángeles, alimentado en Carit, saludado en
Horeb, donde, en medio de fragorosa tempestad y conmoción de los montes,
cubriéndose con su palio el rostro, vio en cuanto era capaz, a Dios, el cual
se le manifestó en el suave céfiro. Estas
tradiciones piadosas se fueron transmitiendo de generación en generación sin
recibir ninguna oposición crítica. De hecho fueron asumidas también por
escritores de fuera de la Orden y están recogidas en varios documentos
papales. A partir de 1643 los bolandistas (jesuitas que se propusieron
recoger y examinar críticamente toda la literatura hagiográfica existente
hasta el s. XVII) publicaron un santoral cristiano, aplicando métodos
histórico-críticos a las tradiciones. Cuando afirmaron que la opinión de los
carmelitas sobre la antigüedad de su Orden carecía de una base documental
sólida se formó una violenta polémica, que involucró a las principales
universidades de la época. El Papa tuvo que intervenir, prohibiendo que los
contendientes se siguieran atacando. En 1727 se colocó una gran imagen del
profeta Elías en el interior de La
duda sobre la historicidad de estas tradiciones no se volvió a plantear desde
la época de los bolandistas hasta la segunda mitad del s. XX. En el
postconcilio lo hizo con tanta fuerza, que las fiestas de Elías y Eliseo
llegaron a desaparecer de los calendarios carmelitanos y sus figuras, así
como los otros temas hasta ahora señalados, desaparecieron de los programas
de formación de los novicios y estudiantes, despachados como leyendas sin
fundamento. (Yo mismo no he recibido ni una sola hora de clase sobre estos
temas durante mis años de formación. Me he acercado a ellos posteriormente,
por el deseo de profundizar en la espiritualidad carmelitana). Hoy la
sensatez ha regresado a nuestra Orden, que está dispuesta a recuperar el
inmenso patrimonio espiritual y cultural que nos legaron los mayores y que
tan alegremente se había despreciado en los últimos decenios del pasado
siglo. La figura profética de Elías y su mensaje siguen siendo actuales. Si
los primeros carmelitas lo tuvieron por modelo de consagración, no hay motivo
para que los actuales lo abandonen. Su «doble espíritu» del que ya hemos
tratado, manifestado en los lemas «Vive Dios, en cuya presencia estoy» y «Me
consumo de celo por la causa del Señor Dios Todopoderoso» impulsan a todo el
Carmelo a buscar la continua presencia de Dios y a trabajar sin descanso por
el Reino. Por
poner una comparación, ninguno de los actuales institutos de agustinos fue
fundado por el santo de Hipona, pero le tienen por padre e inspirador. Lo
mismo pasa con las varias familias masculinas y femeninas que viven la
espiritualidad del beato Carlos de Foucould o de santa Teresita de Lisieux o
las congregaciones misioneras franciscanas surgidas en el siglo XIX. Todos
estos grupos no han sido materialmente fundados por los personajes a los que
se refieren en sus títulos, pero se sienten herederos del carisma que
aquellos han transmitido con sus vidas y sus escritos. Lo mismo sucede con
los carmelitas, que no fueron fundados directamente por san Elías, pero desde
sus orígenes se sintieron influenciados por el ejemplo del profeta. Por eso
la referencia a su persona ha marcado la historia y la espiritualidad de la
Orden a lo largo de los siglos. Es lo que algunos autores ya afirmaban desde
antiguo, como el beato Juan Soreth, o.carm. († 1471) en su Exposición de la Regla: «Nosotros
somos los Hijos de los Profetas, no
según la carne, sino por la imitación de sus obras. El Redentor decía a los
judíos que se gloriaban de proceder de Abrahán: “Haced las obras de Abrahán”.
Así hoy se debe decir a los carmelitas: “Haced las obras de Elías”». También
Juan Tritemio, o.s.b. († 1516) decía: «Elías, aunque no sea él quien les haya
dado una Regla escrita, con todo ha sido el ejemplo y el modelo de la santa
vida de los carmelitas». 10. La regla de san Alberto10.1 Una «norma de vida» bíblica
La
Regla Carmelitana es la más breve entre las Reglas religiosas de La
Regla de san Alberto invita a los religiosos a vivir con alegría sus votos de
obediencia, castidad y pobreza (n. 4), a la práctica de la oración personal
(n. 10) y comunitaria (n. 11 y 14), a la lectura de
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