Caminando
con Jesús Pedro Sergio Antonio Donoso Brant PARA COMPRENDER MEJOR COMO LEER LA “BIBLIA” |
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y las indicadas. INDICE
GENERAL INTRODUCCION CAPITULO
I CÓMO SE
ESCRIBIÓ ANTIGUO
TESTAMENTO. NUEVO
TESTAMENTO CAPITULO II PANORAMA HISTÓRICO - LITERARIO DE CAPITULO
III LOS
IDIOMAS DE VERSIONES
DE CAPITULO
IV LOS
LIBROS DE LIBROS DEL
ANTIGUO TESTAMENTO PENTATEUCO
(5) HISTÓRICOS
(16) POÉTICOS Y
SAPIENCIALES (7) PROFETAS
MAYORES (6) PROFETAS
MENORES (12) LIBROS DEL
NUEVO TESTAMENTO ( 27 LIBROS ) LOS
EVANGELIOS (4) CARTAS DE
SAN PABLO (13) CARTAS
CATÓLICAS CAPITULO
V LOS
LIBROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO EL
PENTATEUCO LOS LIBROS
POÉTICOS O SAPIENCIALES LOS LIBROS
HISTÓRICOS LOS
PROFETAS MAYORES LOS
PROFETAS MENORES CAPITULO
VI NUEVO
TESTAMENTO LOS SANTOS
EVANGELIOS LOS HECHOS
DE LOS APÓSTOLES LAS
EPÍSTOLAS DE SAN PABLO LAS CARTAS
CATÓLICAS INTRODUCCION En casi todos los hogares
cristianos existe una Biblia, sin embargo no significa que sea el libro más
leído. Existe conciencia que Una pregunta válida es porque no
es el libro más leído y la respuesta parece ser, que es una lectura
agotadora, porque invita a pensar y a reflexionar con gran intensidad, es
así, como muchos comienzan a leerla, pero después de algunos capítulos la
dejan de lado, esto sucede en muchos casos porque no es fácil comprender lo
que se lee. En efecto, Es así como para muchos, Uno de los grandes problemas de
leer Otros de los errores, es la
lectura al azar, sin reflexión, sin orden o sin motivo, y sin alguna
explicación, es bueno por tanto, tener una cierta metodología para
introducirse en ella. Ahora, es bueno comprender que no
basta leer Entonces es bueno intentar
resolver las preguntas siguientes: ¿Cómo leerla?, ¿por donde comienzo?, ¿Cómo
comenzar?, ¿A quien le pregunto?, ¿Que necesito tener a mano? Como leer Parece que una buena recomendación
la paciencia en la lectura y luego la disciplina de la lectura. Otro punto necesario a resolver es
que tipo de Biblia leo, porque hay algunas diferencias, yo recomiendo También es bueno contar con un
Atlas Bíblico a mano, a fin de consultar geográficamente los hechos. Una metodología que recomiendo, es
Otro punto de interés es el
conocimiento del texto, esto es, el índice, abreviaturas, fe de erratas,
introducciones, notas de editor, notas al margen, explicaciones especiales,
etc. Esto es una gran ayuda para conocer lo que se leerá. Conociendo ¿Qué es Biblia palabra de origen griego,
de donde proviene la palabra biblioteca, que quiere decir: libros. Este
conjunto de libros al que llamamos Biblia se fue componiendo a lo largo de
varios siglos. Transmisión oral, escrita y como la conocemos hoy. ¿Cuándo fue
escrita ¿En qué lengua
se escribió ¿Dónde fue
escrita Antiguo Testamento: Palestina,
Babilonia, Egipto. Nuevo Testamento: Palestina,
Siria, Asia Menor, Grecia, Italia. ¿Cuántos libros? Antiguo
Testamento: 46 Libros Nuevo Testamento: 27 libros. Total
73
libros. CAPITULO I CÓMO SE ESCRIBIÓ En la condescendencia de su
bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas:
" Dios es el autor de El Canon comprende para el Antiguo
Testamento 46 escritos, y 27 para el Nuevo. Estos son: Génesis, Éxodo,
Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Ruth, los dos libros de
Samuel, los dos libros de los Reyes, los dos libros de las Crónicas, Esdras y
Nehemías, Tobías, Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, Job, los
Salmos, los Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, Para el Nuevo Testamento, los
Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, los Hechos de los
Apóstoles, las Epístolas de Pablo a los Romanos, la primera y segunda a los
Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses,
la primera y segunda a los Tesalonicenses, la primera y segunda a Timoteo, a
Tito, a Filemón, ANTIGUO TESTAMENTO. Los judíos consideraban que
existían dos cánones de los Libros Santos: el Canon Breve (palestinense) y el
Canon Largo (alejandrino). El Antiguo Testamento en hebreo
(Canon Breve) está formado por 39 libros y se divide en tres partes: " El Antiguo Testamento en griego
(Canon Largo) está formado por 46 libros. La versión griega de Además, algunas secciones griegas
de Ester y Daniel. Estos libros son conocidos frecuentemente, aunque la
expresión no sea necesariamente la más adecuada, como
"deutero-canónicos". Los judíos en Alejandría tenían un
concepto más amplio de la inspiración bíblica. Estaban convencidos de que
Dios no dejaba de comunicarse con su pueblo aún fuera de Los Apóstoles, al llevar el
Evangelio al Imperio Grecorromano, utilizaron el Canon Alejandrino. Así, En el siglo III comenzaron las
dudas sobre la inclusión de los así llamados "deuterocanónicos". La
causa fueron las discusiones con los judíos, en las cuales los cristianos
sólo utilizaban los libros proto-canónicos. Algunos Padres de A partir del año 393 diferentes
concilios, primero regionales y luego ecuménicos, fueron precisando la lista de
los Libros "canónicos" para * Concilio de Hipona (393) * Concilio de Cartago (397 y 419) * Concilio Florentino (1441) * Concilio de Trento (1546) En este último, solemnemente
reunido el 8 de abril de 1546, se definió dogmáticamente el canon de los
Libros Sagrados. Los protestantes sólo admiten como
libros sagrados los 39 libros del canon hebreo. El primero que negó la
canonicidad de los siete deuterocanónicos fue Carlostadio (1520), seguido de
Lutero (1534) y luego Calvino (1540). NUEVO TESTAMENTO El Nuevo Testamento está formado
por 27 libros, y se divide en cuatro partes: "Evangelios",
"Hechos de los Apóstoles", "Epístolas" y
"Apocalipsis". En los orígenes de Pasado el tiempo, se sintió la
urgencia de consignar por escrito las enseñanzas de Jesús y los rasgos
sobresalientes de su vida. Este fue el origen de los Evangelios. Por otra parte, los Apóstoles
alimentaban espiritualmente a sus fieles mediante cartas, según los problemas
que iban surgiendo. Este fue el origen de las Epístolas. Además circulaban entre los
cristianos del siglo primero dos obras más de personajes importantes:
"Los Hechos de los Apóstoles" escrita por Lucas, y el
"Apocalipsis", salido de la escuela de San Juan. A fines del siglo I y principios
del II, el número de libros de la colección variaba de una Iglesia a otra. A mediados del siglo II, las
corrientes heréticas de Marción (que afirmaba que únicamente el Evangelio de
Lucas y las 10 Epístolas de Pablo tenían origen divino), y de Montano (que
pretendía introducir como libros santos sus propios escritos), urgieron la
determinación del Canon del Nuevo Testamento. Hacia fines del siglo II, la
colección del Nuevo Testamento era casi la misma en las Iglesias de Oriente y
Occidente. En los tiempos de Agustín, los
Concilios de Hipona (393) y de Cartago (397 y 419) reconocieron el Canon de
27 libros, así como el Concilio de Trullo (Constantinopla, 692) y el Concilio
Florentino (1441). Al llegar el protestantismo, éste
quiso renovar antiguas dudas y excluyó algunos libros. Lutero rechazaba Hebreos, Santiago, Judas y Apocalipsis. Carlostadio y
Calvino aceptaron los 27. Los protestantes liberales no suelen hablar de
"libros inspirados", sino de "literatura cristiana
primitiva". En el Concilio de Trento (1546),
se presentó oficial y dogmáticamente la lista íntegra del Nuevo Testamento. El criterio objetivo y último para
la aceptación del Canon del Nuevo Testamento será siempre la revelación hecha
por el Espíritu Santo y transmitida fielmente por ella. En cuanto a criterios secundarios
que se tuvieron en cuenta, fueron los siguientes: 1.- Su origen apostólico (o de la
generación apostólica). 2.- Su ortodoxia en la doctrina. 3.- Su uso litúrgico antiguo y
generalizado. CAPITULO II PANORAMA HISTÓRICO - LITERARIO DE El siguiente es un esquema de las
etapas de la historia de Israel, el Pueblo Elegido, los principales eventos y
fechas, y su correspondencia con los libros del Antiguo Testamento.
CAPITULO III LOS IDIOMAS DE Tres son las lenguas originales de
En HEBREO se escribió: - la mayor parte del Antiguo
Testamento. En ARAMEO se escribieron: - Tobías - Judit - fragmentos de Esdras, Daniel,
Jeremías y del Génesis - el original de San Mateo En GRIEGO se escribió: - el libro de - el II de Macabeos - el Eclesiástico - partes de los libros de Ester y
de Daniel - el Nuevo Testamento, excepto el
original de San Mateo Versiones de Existen distintas versiones
básicas de - Versión de los
"Setenta" o "Alejandrina": (conocida también como
"Septuaginta"), es la principal versión griega por su antigüedad y
autoridad. Su redacción se inició en el siglo III a.C. ( El nombre de "Setenta"
se debe a que la tradición judía atribuye su traducción a 70 sabios y
"Alejandrina" por haber sido hecha en Alejandría y ser usada por
los judíos de lengua griega en vez del texto hebreo. Esta traducción se hizo
para la lectura en las Sinagogas de la "diáspora", comunidades
judías fuera de Palestina, y quizá también para dar a conocer - Versiones Latinas: Itala Antigua o "Vetus
Latina": proviene de Vulgata: hacia finales del siglo
IV, el Papa Dámaso ordenó a San Jerónimo hacer una nueva versión latina
teniendo presente San Jerónimo tradujo directamente
del hebreo y del griego originales al latín, a excepción de los libros de
Baruc, Sabiduría, Eclesiástico y 1º y 2º de los Macabeos, que los
transcribió, sin alteración alguna, de Neovulgata: El Papa Juan Pablo II aprobó y
promulgó la edición típica en 1979. El Papa lo hizo así para que esta nueva
versión sirva como base segura para hacer traducciones de CAPITULO IV LOS LIBROS DE LIBROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (46 LIBROS) PENTATEUCO (5) - Génesis - Exodo - Levítico - Números - Deuteronomio HISTÓRICOS (16) - Josué - Jueces - Ruth - I Samuel -
II Samuel -
I Reyes -
II Reyes - I Paralipómenos o Crónicas - II Paralipómenos o Crónicas - Esdras - Nehemías - Tobías - Judit - Ester - I Macabeos - II Macabeos POÉTICOS Y SAPIENCIALES (7) - Job - Salmos - Proverbios - Eclesiastés - El Cantar de los Cantares - Sabiduría - Eclesiástico PROFETAS MAYORES (6) - Isaías - Jeremías - Lamentaciones de Jeremías - Baruc - Ezequiel - Daniel PROFETAS MENORES (12) - Oseas - Joel - Amós - Abdías - Jonás - Miqueas - Nahúm - Habacuc - Sofonías - Ageo - Zacarías - Malaquías LIBROS DEL NUEVO TESTAMENTO ( 27 LIBROS ) LOS EVANGELIOS (4) - Evangelio según San Mateo - Evangelio según San Marcos - Evangelio según San Lucas - Evangelio según San Juan - Hechos de los Apóstoles CARTAS DE SAN PABLO (13) - A los Romanos - I a los Corintios - II a los Corintios - A los Gálatas - A los Efesios - A los Filipenses - A los Colosenses - I a los Tesalonicenses - II a los Tesalonicenses -
I a Timoteo -
II a Timoteo - A Tito - A Filemón - Carta a los Hebreos CARTAS CATÓLICAS - Epístola de Santiago - Epístola I de San Pedro - Epístola II de San Pedro - Epístola I de San Juan - Epístola II de San Juan - Epístola III de San Juan - Epístola de San Judas CAPITULO V LOS LIBROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO EL PENTATEUCO El Pentateuco, o, según lo llaman
los judíos, el Libro de El autor del Pentateuco es Moisés,
profeta y organizador del pueblo de Israel, que vivió en el siglo XV o XIII
antes de Jesucristo. No solamente la tradición judía sino también la
cristiana ha sostenido siempre el origen mosaico del
Pentateuco. El mismo Jesús habla del "Libro de Moisés" (Mc., 12,
26), de la "Ley de Moisés" (Lc., 24, 44), atribuye a Moisés los
preceptos del Pentateuco (cf. Mt., 8, 4; Mc., 1, 44; 7, 10; 10, 5; Lc. 5, 14;
20, 28; Juan 7, 19), y dice en Juan 5, 45: "Vuestro acusador es Moisés,
en quien habéis puesto vuestra esperanza. Si creyeseis a Moisés, me creeríais
también a Mí, pues de mí escribió él". El Pentateuco, consta de 5 libros, estos son: Génesis significa "generación" u origen. El nombre nos
indica que este primer libro de Exodo, es decir, "salida", se llama el segundo libro,
porque en él se narra la historia de la liberación del pueblo israelita y su
salida de Egipto. Entre el Génesis y el Exodo median varios siglos, es decir,
el tiempo durante el cual los hijos de Jacob estuvieron en el país de los
Faraones. El autor sagrado describe en este libro la opresión de los
israelitas; luego pasa a narrar la historia del nacimiento de Moisés, su
salvamento de las aguas del Nilo, su huida al desierto y la aparición de Dios
en la zarza. Refiere después, en la segunda parte, la liberación misma, las
entrevistas de Moisés con el Faraón, el castigo de las diez plagas, el paso
del Mar Rojo, la promulgación de Levítico es el nombre del tercer libro del Pentateuco. Derívase la
palabra Levítico de Leví, padre de la tribu sacerdotal. Trata primeramente de
los sacrificios, luego relata las disposiciones acerca del Sumo Sacerdote y
los sacerdotes, el culto y los objetos sagrados. Con el capítulo 11 empiezan
los preceptos relativos a las purificaciones, a los cuales se agregan
instrucciones sobre el día de Números es el nombre del cuarto libro, porque en su primer
capítulo refiere el censo llevado a cabo después de concluida la legislación
sinaítica y antes de la salida del monte de Dios. A continuación se proclaman
algunas leyes, especialmente acerca de los nazareos, y disposiciones sobre la
formación del campamento y el orden de las marchas. Casi todos los
acontecimientos referidos en los Números sucedieron en el último año del
viaje, mientras se pasan por alto casi todos los sucesos de los treinta y
ocho años precedentes. Descuellan algunos por su carácter extraordinario; por
ejemplo, los vaticinios de Balaam. Al final se añade el catálogo de las
estaciones durante la marcha a través del desierto, y se dan a conocer varios
preceptos sobre la ocupación de la tierra de promisión. El Deuteronomio es, como expresa su nombre, "la segunda Ley",
una recapitulación, explicación y ampliación de LOS LIBROS POÉTICOS O SAPIENCIALES En el Canon del Antiguo
Testamento, esta el grupo de los libros llamados didácticos (por su
enseñanza) o poéticos (por su forma) o sapienciales (por su contenido
espiritual). Todos éstos son principalmente denominados libros sapienciales,
porque las enseñanzas e instrucciones que Dios nos ofrece en ellos, forman lo
que en el Antiguo Testamento se llama Sabiduría, que es el fundamento de la
piedad. Temer ofender a Dios nuestro Padre, y guardar sus mandamientos con
amor filial, esto es el fruto de la verdadera sabiduría. Es decir, que si la
moral es la ciencia de lo que debemos hacer, la sabiduría es el arte de
hacerlo con agrado y con fruto. Porque ella fructifica como el rosal junto a
las aguas (Ecli. 39, 17). Bien se ve cuán lejos estamos de la
falsa concepción moderna que confunde sabiduría con el saber muchas cosas,
siendo más bien ella un sabor de lo divino, que se concede gratuitamente a
todo el que lo quiere (Sab. 6, 12 ss.), como un don del Espíritu Santo, y que
en vano pretendería el hombre adquirir por sí mismo. Cf. Job 28, 12 ss. Los libros sapienciales, en cuanto
a su forma, pertenece al género poético. La poesía hebrea no tiene rima, ni
ritmo cuantitativo, ni metro en el sentido de las lenguas clásicas y
modernas. Lo único que la distingue de la prosa, es el acento (no siempre
claro), y el ritmo de los pensamientos, llamado comúnmente paralelismo de los
miembros. Este último consiste en que el mismo pensamiento se expresa dos
veces, sea con vocablos sinónimos (paralelismo sinónimo), sea en forma de
tesis y antítesis (paralelismo antitético), o aún ampliando por una u otra
adición (paralelismo sintético). Pueden distinguirse, a veces, estrofas. Al género poético pertenece
también la mayor parte de los libros proféticos y algunos capítulos de los
libros históricos, p. ej. la bendición de Jacob
(Gén. 49), el cántico de Débora (Jueces 5), el cántico de Ana (I Rey. 2),
etc. Job Con el libro de Job volvemos a los
tiempos patriarcales. Job, un varón justo y temeroso de Dios, está acosado
por tribulaciones de tal manera que, humanamente, ya no puede soportarlas.
Sin embargo, no pierde la paciencia, sino que resiste a todas las tentaciones
de desesperación, guardando la fe en la divina justicia y providencia, aunque
no siempre la noticia del amor que Dios nos tiene, y de la bondad que viene
de ese amor (I Juan 4, 16) y según la cual no puede sucedernos nada que no
sea para nuestro bien. Tal es lo que distingue a este santo varón del Antiguo
Testamento, de lo que ha de ser el cristiano. Inicia el autor sagrado su tema
con un prólogo (cap. 1-2), en el cual Satanás obtiene de Dios permiso para
poner a prueba la piedad de Job. La parte principal (cap. 3-42, 6) trata, en
forma de un triple diálogo entre Job y sus tres amigos, el problema de porqué
debe sufrir el hombre y cómo es compatible el dolor de los justos con la
justicia de Dios. Ni Job ni sus amigos saben la verdadera razón de los
padecimientos, sosteniendo los amigos la idea de que los dolores son
consecuencia del pecado, mientras que Job insiste en que no lo tiene. En el momento crítico interviene
Eliú, que hasta entonces había quedado callado, y lleva la cuestión más cerca
de su solución definitiva, afirmando que Dios a veces envía las tribulaciones
para purificar y acrisolar al hombre. Al fin aparece Dios mismo, en
medio de un huracán, y aclara el problema, condenando los falsos conceptos de
los amigos y aprobando a Job, aunque reprendiéndolo también en parte por su
empeño en someter a juicio los designios divinos con respecto a él. ¿Acaso no
debemos saber que son paternales y por lo tanto misericordiosos? En el
epílogo (cap. 42, 7-16) se describe la restitución de Job a su estado
anterior. La historicidad de la persona de
Job está atestiguada repetidas veces por textos de El autor inspirado que compuso el
poema, reuniendo en forma sumamente artística las tradiciones acerca de Job,
vivió en una época, en la cual la literatura religiosa estaba en pleno
florecimiento, es decir, antes del cautiverio babilónico. No es de negar que
el estilo del libro tiene cierta semejanza con el
del profeta Jeremías, por lo cual algunos consideran a éste como autor,
aunque está claro que Jeremías es posterior y reproduciría pasajes de Job.
Cf. Jer. 12, 1 y Job 21, 7; Jer. 17, 1 y Job 19, 23; Jer. 20, 14-18 y Job 3,
3-10; Jer. 20, 17 y Job 3, 11, etc. Otros lo han atribuido al mismo Job, a
Eliú, a Moisés, a Salomón, a Daniel. Ya San Gregorio Magno señala la
imposibilidad de establecer el nombre del autor. Job, cubierto de llagas, insultado
por sus amigos, padeciendo sin culpa, y presentando a Dios quejas tan
desgarradoras como confiadas, es imagen de Jesucristo, y sólo así podemos descubrir
el abismo de este Libro que es una maravillosa prueba de nuestra fe. Porque
toda la fuerza de la razón nos lleva a pensar que hay injusticia en la
tortura del inocente. Y es Dios mismo quien se declara responsable de esas
torturas. Esta prueba nos hace penetrar en el gran misterio de
"injusticia" que el amor infinito del Padre consumó a favor
nuestro: hacer sufrir al Inocente, por salvar a los culpables. Y el castigado
era SU HIJO único! Las lecciones del Oficio de
Difuntos están tomadas totalmente del Libro de Job y comprenden sucesivamente
los siguientes pasajes: 7, 16-21; 10, 1-7, 8-12; 13, 22-28; 14, 1-6, 13-16;
17, 1-3, 11-15; 19, 20-27; 10, 18-22. Salmos Se ha dicho con verdad que los Salmos
-para el que les presta la debida atención a fin de llegar a entenderlos- son
como un resumen de toda A veces el divino Espíritu nos habla
aquí con palabras del Padre celestial; a veces con palabras del Hijo. En
algunos Salmos, el mismo Padre habla con su Hijo, como nos lo revela San
Pablo respecto del sublime Salmo 44 (Hebr. 1, 8; S. 44, 7 s.); en otros
muchos, es Jesús quien se dirige al Padre. Sorprendemos así el arcano del
Amor infinito que los une, o sea los secretos más íntimos de David es la abeja privilegiada que
elabora -o mejor, por cuyo conducto el mismo Espíritu Santo elabora- la miel
de la oración por excelencia, e "intercede por nosotros con gemidos
inefables" (Rom. 8, 26). Todo lo que pasa por las manos del Real
Profeta, dice un santo comentarista, se convierte en oración: afectos y
sentimientos; penas y alegrías; aventuras, caídas, persecuciones y triunfos;
recuerdos de su vida o la de su pueblo (con el cual el Profeta suele
identificarse), y, principalmente, visiones sobre Cristo, "sus pasiones"
y "posteriores glorias" (I Pedro 1, 10-12). Profecías de un alcance
insospechado por el mismo David; detalles asombrosos de Por eso la belleza de los Salmos
es toda pura, como la gracia de los niños, que son tanto más encantadores
cuanto menos sospechan que lo son. Este espíritu de David es el que da el
tono a sus cantos, de modo que la belleza fluye en ellos de suyo, como una
irradiación inseparable de su perfección interior, no pudiendo imaginarse
nada más opuesto a toda preocupación retórica, no obstante la estupenda
riqueza de las imágenes y la armonía de su lenguaje, a veces onomatopéyico en
el hebreo. La oración del salmista es toda
sobrenatural. Dios la produce, como miel divina, en el alma de David, para
que con ella nos alimentemos (Prov. 24, 13) y nos endulcemos (S. 118, 103)
todos nosotros. Por eso la entrega el santo rey a los levitas, que él mismo
ha establecido de nuevo para el servicio del Santuario (II Par. caps. 22-26).
Y no ya sólo como un Benito de Nursia que funda sus monjes y los orienta
especialmente hacia el culto litúrgico: porque no es una orden particular, es
todo el clero lo que David organiza en la elegida nación hebrea, y él mismo
elabora la oración con que había de alabar a Dios toda ¿Qué mucho, pues, que Dios, amando
a David con una predilección que resulta excepcional aun dentro de Después de esta breve introducción
general, pasemos a hacer algunas observaciones de orden técnico. Divídense los 150 Salmos del
Salterio en cinco partes o libros: I Libro, Salmos 1-40; II Libro, 41-71; III
Libro, 72-88; IV Libro, 89-105; V Libro, 106-150. La mayoría de los Salmos llevan un
epígrafe, que se refiere al autor, o a las circunstancias de su composición o
a la manera de cantarlos. Estos epígrafes, aunque no hayan formado parte del
texto primitivo, son antiquísimos; de otro modo no los pondría la versión
griega de los Setenta. Según éstos, el principal auto5r del Salterio es
David; siendo atribuidos al Real Profeta, en el texto latino, 85 Salmos, 84
en el griego y 73 en el hebreo. A más de David, se mencionan como autores de
Salmos: Moisés, Salomón, Asaf, Hemán, Etán y los hijos de Coré. No se puede,
pues, razonablemente desestimar la tradición cristiana que llama al libro de
los Salmos Salterio de David, porque los demás autores son tan pocos y la
tradición en favor de los Salmos davídicos es tan antigua, que con toda razón
se puede poner su nombre al frente de toda la colección. En particular no
puede negarse el origen davídico de aquellos Salmos que se citan en los
libros sagrados expresamente con el nombre de David; así, por ejemplo, los
Salmos 2, 15, 17, 109 y otros (Decreto de Huelga decir que el género
literario de los Salmos es el poético. La poesía hebrea no cuenta con rima ni
con metro en el sentido riguroso de la palabra, aunque sí con cierto ritmo
silábico; mas lo que constituye su esencia, es el ritmo de los pensamientos,
repitiéndose el mismo pensamiento dos y hasta tres veces. Llámase este
sistema simétrico de frases paralelismo de los miembros. En cuanto al texto latino de los
Salmos de Recientemente, las investigaciones
abnegadas de los exégetas modernos (Zorell, Knabenbauer, Miller, Peters,
Wutz, Vaccari), lograron completar la obra de San Jerónimo, reconstruyendo un
texto que corresponde en lo más posible al texto hebreo original. El 24 de marzo de 1945 autorizó el
Papa Pío XII para el rezo del Oficio Divino una nueva versión latina hecha
por los Profesores del Instituto Bíblico de Roma a base de los textos
originales. Proverbios El Libro de los Proverbios no es un
código de obligaciones, sino un tratado de felicidad. Dios no habla para ser
obedecido como déspota, sino para que le creamos cuando nos entrega, por boca
del más sabio de los hombres, los más altos secretos de Casi todos los pueblos antiguos
han tenido su sabiduría, distinta de la ciencia, y síntesis de la experiencia
que enseña a vivir con provecho para ser feliz. Aun hoy se escriben tratados
sobre el secreto del triunfo en la vida, del éxito en los negocios, etc. Son
sabidurías psicológicas, humanistas, y como tales harto falibles. La
sabiduría de El Libro de los Proverbios debe su
nombre al versículo 1, 1, donde se dice que su contenido constituyen
las "parábolas" o "proverbios" de Salomón. Sin embargo,
ni el hombre de parábola, ni el de proverbio, corresponde al hebreo
"maschal" (plural meschalim). En el título se expresa el objeto
del Libro (ver. 1, 1-6). Los primeros nueve capítulos se leen como una
introducción que contiene avisos y enseñanzas generales, mientras los
capítulos 10-22, 16 forman un cuerpo de cortas sentencias de Salomón, que
versan sobre temas variadísimos, no teniendo conexión unas con otras. A ella
se añade un apéndice que trae "las palabras de los sabios" (22,
17-24, 34). Un segundo cuerpo de sentencias salomónicas, compiladas por los
varones de Ezequías, se presenta en los capítulos 25- El autor del Libro, con excepción
de los apéndices, es, según los títulos (1, 1; 10, 1; 25, 1), el rey Salomón,
quien en sabiduría no tuvo igual (III Rey. 5, 9 s.), atribuyéndole Los exégetas creen que la última
redacción del libro se hizo en tiempos de Esdras. Eclesiastés Eclesiastés, en hebreo Kohélet,
significa predicador, o sea el que habla en El autor del libro habla, desde el
título, como hijo de David, por lo cual las tradiciones judía
y cristiana, que siempre reconocieron su canonicidad, lo atribuyeron a
Salomón. Con todo la crítica y también numerosos exégetas católicos modernos
se creyeron obligados a admitir que ciertos pasajes podrían ser de una época
posterior a Salomón (p. ej. las referencias sobre la tiranía de los reyes, la
corrupción de los magistrados, la opresión de los súbditos). Señalan, además,
que el lenguaje y el estilo no son los del tiempo salomónico. Por todo lo
cual opinan algunos que el Eclesiastés sufrió posteriormente una
transcripción al lenguaje más moderno; otros (entre ellos Condamín, Zapletal
y Simón-Prado), piensan que el autor se sirvió del nombre de "hijo de
David" sólo con el fin de dar más realce a la obra, y fijan la
composición del Eclesiastés entre los años 300- El Eclesiastés no es sistemático.
"No le atraen las síntesis, y parece desinteresarse de las conclusiones
de sus asertos, aun cuando suenen a discordantes" (Manresa). San Pablo
pudo gloriarse de predicar igualmente: "no con palabras persuasivas
según la sabiduría humana, sino mostrando la verdad con el Espíritu Santo y
la fuerza de Dios" (I Cor. 2, 4). De ahí que estas sentencias, tremendas
para la suficiencia humana, hayan escandalizado hasta ser tildadas de
epicúreas. En realidad, la irresistible elocuencia de este Libro revulsivo,
con su apariencia de pesimismo implacable, es quizá lo más poderoso que
existe para quitarnos la venda que oculta, a nuestra inteligencia oscurecida
por el pecado congénito, los esplendores de la vida espiritual, y remover así
ese gran obstáculo con que "el padre de la mentira" (Juan 8, 44)
pretende escondernos las Bienaventuranzas, y que el Sabio llama "la
fascinación de la bagatela" (Sab. 4, 12). Los hebreos dividían los libros
sagrados en tres grupos: Cantar de los Cantares El misterio que Dios esconde en
los amores entre esposo y esposa, y que presenta como figura en este divino
Poema, no ha sido penetrado todavía en forma que permita explicar
satisfactoriamente el sentido propio de todos sus detalles. El breve libro es
sin duda el más hondo arcano de La diversidad casi incontable de
las conclusiones propuestas por los que han investigado el sentido propio del
Cántico, basta para mostrar que la verdad total no ha sido descubierta. No sabemos
con certeza si el Esposo es uno solo, o si hay varios, que podrían ser un rey
y un pastor como pretendientes de Israel (Vaccari), o podrían ser,
paralelamente, Yahveh (el Padre) como Esposo de Israel, y Jesucristo como
Esposo de En tal situación, después de mucho
meditar, hemos llegado a la conclusión de que es forzoso ser muy parco en
afirmaciones con respecto al Cantar. Porque no está al alcance del hombre
explicar los misterios que Dios no ha aclarado aún a Como enseña el Eclesiástico (cf.
39, 1 ss. y nota), nada es más propio del verdadero sabio según Dios, que
investigar las profecías y el sentido oculto de las parábolas: tal es la
parte de María, que Jesús declaró ser la mejor. Pero esa misma palabra de
Dios, cuya meditación ha de ocuparnos "día y noche" (S. 1, 2), nos
hace saber que hay cosas que sólo se entenderán al fin de los tiempos (Jer.
30, 24). El mismo Jeremías, refiriéndose a estos misterios y a la imprudencia
de querer explicarlos antes de tiempo, dice: "Al fin de los tiempos
conoceréis sus designios" (de Dios). Y agrega inmediatamente, cediendo
la palabra al mismo Dios: "Yo no enviaba a esos profetas, y ellos
corrían. No les hablaba, y ellos profetizaban" (Jer. 23, 20-21). En
Daniel encontramos sobre esto una notable confirmación. Después de
revelársele, por medio del Angel Gabriel, maravillosos arcanos sobre los
últimos tiempos, entre los cuales vemos la grande hazaña de San Miguel
Arcángel defensor de Israel (Dan. 12, 1; cf. Apoc. 12, 7), se le dice:
"Pero tú, oh Daniel, ten en secreto estas palabras y sella el Libro
hasta el tiempo del fin" (Dan. 12, 4). Y como el Profeta insistiese en
querer descubrirlo, tornó a decir el Angel: "Anda, Daniel, que esas
cosas están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin" (ibid. 9).
Entonces "ninguno de los malvados entenderá, pero los que tienen
entendimiento comprenderán" (ibid. 100. Finalmente, vemos que aún en la
profecía del Apocalipsis, cuyas palabras se le prohibió sellar a San Juan
(Apoc. 22, 10), hay sin embargo un misterio, el de los siete truenos, cuyas
voces le fue vedado revelar (Apoc. 10, 4). Nuestra actitud, pues, ha de ser
la que enseña el Espíritu Santo al final del mismo Apocalipsis, fulminando
terribles plagas sobre los que pretendan añadir algo a sus palabras, y
amenazando luego con excluir del Libro de la vida y de todas las bendiciones
anunciadas por el vidente de Patmos, a los que disminuyan las palabras de su
profecía (Apoc. 22, 18 s.). El criterio expuesto así, a la luz
de la misma Escritura, nos muestra desde luego que, si es hermoso aplicar a De ahí que, por eliminación -y sin
perjuicio de las preciosas aplicaciones místicas al alma cristiana, las
cuales, como bien observa Joüon, en ningún caso pretenden ser una
interpretación del sentido propio del poema bíblico- hemos de inclinarnos en
general a admitir en él, como han hecho los más autorizados comentadores
antiguos y modernos, lo que se llama la alegoría yahvística, o sea los amores
nupciales entre Dios e Israel, a la luz del misterio mesiánico, a pesar de
que tampoco en ella nos es posible descubrir en detalle el significado propio
de cada uno de los episodios de este divino Epitalamio. "A esta
sentencia fundamental (sobre Israel) nos debemos atener", dice en su
introducción al poema El Sumo Pontífice Pío XII, en su
importantísima Encíclica "Divino Afflante Spiritu", sobre los
estudios bíblicos alude expresamente a las dificultades de interpretación que
dejamos planteadas, al decir que "no pocas cosas... apenas fueron
explicadas por los expositores de los pasados siglos"; que "entre
las muchas cosas que se proponen en los Libros sagrados, legales, históricos,
sapienciales y proféticos, sólo muy pocas hay cuyo sentido haya sido
declarado por la autoridad de Entretanto, y a pesar de nuestra
ignorancia actual para fijar con certeza el sentido propio de todos sus
detalles, el divino poema nos es de utilidad sin límites para nuestra vida
espiritual, pues nos lleva a creer en el más precioso y santificador de los
dogmas: el amor que Dios nos tiene, según esa inmensa verdad sobrenatural que
expresó, a manera de testamento espiritual, el Beato Pedro Julián Eymard:
"La fe en el amor de Dios es la que hace amar a Dios". No puede haber la menor duda de
que sea lícito a cada alma creyente recoger para sí misma las encendidas
palabras de amor que el Esposo dirige a El título "Cantar de los
Cantares" (en hebreo Schir Haschirim) equivale, en el lenguaje bíblico,
a un superlativo como "vanidad de vanidades" (Eclesiastés 1, 2),
Rey de Reyes y Señor de Señores" (Apoc. 19, 16), etc., y quiere decir
que esta canción es superior a todas. "El Alto Canto" se le llama
en alemán; en italiano " Poema todo oriental, no puede
juzgárselo, como bien dice Vigouroux, según las reglas puestas por los
griegos, como son las nuestras. Tiene unidad, pero "entendida a la
manera oriental, es decir, mucho más en el pensamiento inspirador que en la
ejecución de la obra". Intervienen en el "Cantar de
los Cantares", mediante diálogos y a veces en forma dramática, No se exhibe, pues, aquí un amor
prohibido o culpable, sino una relación legítima entre esposos. A este
respecto debe advertirse desde luego que el lenguaje del Cántico es el de un
amor entre los sexos. No creemos que esto haya de explicarse solamente porque
se trata de un poema de costumbres orientales, sino también porque Los expositores antiguos miraron
siempre como autor del libro al rey Salomón cuyo nombre figura en el título:
"Cantar de los Cantares de Salomón" y fue respetado por el
traductor griego. Agreguemos que esta manera de entender
el Cantar según lo propone Vaccari no se opone en modo alguno al
aprovechamiento de su riquísima doctrina mística, pues nada más congruente
que aplicar las relaciones de Yahvé con su esposa Israel, a las de su Hijo
Jesús, espejo perfectísimo del Padre (Hebr. 1, 3), con Sabiduría El Libro de En los Salmos presenta el Profeta
David al sol como una imagen de Dios, de cuyo benéfico influjo nadie puede
esconderse (S. 18, 6 s.). Esto no es una mera figura literaria sino -como
todo en los Salmos- una enseñanza. El sol es como Dios, fuego ardiente y
abrasador (Ex. 24, 17; Dt. 4, 24; 9, 3; Is. 10, 17; Hebr. 12, 29) o sea que
arde en sí mismo y además comunica su llama. El sol es luz y calor a un
tiempo, y nos envía sus rayos gratuitamente. Y en el rayo solar (como vemos
cuando atraviesa el transparente vidrio de una ventana) es también
inseparable la luz del calor. Así la luz, el Verbo-Jesús (Juan 1, 9; II Tim.
1, 10) y la llama del amor del Espíritu Santo (Mt. 3, 11; Hech. 2, 3)
proceden ambas inseparablemente del divino Sol, del divino Padre. El apóstol
Santiago resume ambos aspectos de Dios diciéndonos a un tiempo que El es
"el Padre de las luces", y que de El procede todo el bien que
recibimos (Sant. 1, 17). El es al mismo tiempo la "Luz en la cual no hay
tinieblas" (I Juan 1, 5), y el Padre del amor que se derrama en
misericordia (S. 102, 13; II Cor. 1, 3; Ef. 2, 4). Pues bien, ese rayo de sol que nos
envía el Padre con su Verbo de luz y con su Espíritu de amor, eso es la
sabiduría. De ahí que en ella sean inseparables conocimiento y amor, así como
por Cristo, Palabra del Padre, nos fue dado el
Espíritu Paráclito que vino en lenguas de fuego. Sapientia sapida scientia,
dice San Bernardo, esto es, ciencia sabrosa, que entraña a un tiempo el saber
y el sabor. Así es la divina maravilla de Tal es el misterio del Dios Amor
("Caritas Pater"), que nos da su Hijo ("Gratia Filius") y
que luego, aplicándonos, como si fueran nuestros, los méritos de ese Hijo,
nos comunica la participación a su divina Esencia (II Pedr. 1, 4) mediante su
Santo Espíritu ("Communicatio Spiritus Sanctus": cf. la antífona
1a. del III Nocturno de Tal es la sabiduría cuya
descripción, que es como decir su elogio, se hace en este libro sublime. Como
fruto de ella, podemos decir que, al hacernos sentir así la suavidad de Dios,
nos da el deseo de su amor que nos lleva a buscarlo apasionadamente, como el
que descubre el tesoro escondido (Is. 45, 3) y la perla preciosa del
Evangelio (Mt. 13). He aquí el gran secreto, de incomparable trascendencia:
La moral es la ciencia de lo que debemos hacer. La sabiduría es el arte de
hacerlo sin esfuerzo y con gusto, como todo el que obra impelido por el amor
(Kempis, III, 5). El mismo Kempis nos dice cómo este
sabor de Dios, que la sabiduría proporciona, excede a todo deleite (III, 34),
y cómo las propias Palabras de Cristo tienen un maná escondido y exceden a
las palabras de todos los santos (I, 1, 4). ¿Podrá alguien decir luego que es
una ociosidad estudiar así estos secretos de Tal es exactamente lo que enseña,
desde el Salmo 1o. (v. 1-3), el Profeta David, a quien Dios puso "a fin
de llenar de sabiduría a nuestros corazones" (Ecli. 45, 31): El contacto
asiduo con las Palabras divinas asegura el fruto de nuestra vida. Cf. también
Prov. 4, 23; 22, 17; Ecli. 1, 18; 30, 24; 37, 21; 39, 6; 51, 28; Jer. 24, 7;
30, 21; Bar. 2, 31; Ez. 36, 26; Lc. 6, 45; Mt. 15, 19; Hebr. 13, 9. Mas para probar la eficacia de
este remedio sobrenatural, claro está que hay que adoptarlo. Y eso es lo que
el Papa acaba de proponer a los Pastores de almas, recordándoles, con San
Jerónimo, que si el conocimiento de Cristo es lo único que puede salvar al
mundo, ello supone el conocimiento de las Escrituras, porque "ignorar
las Escrituras es ignorar a Cristo". He aquí lo que el Sumo Pontífice
Pío XII se propone al promover con la nueva Encíclica "Divino Afflante
Spiritu" el amor a El libro de El texto griego señala como autor
al rey Salomón; no así El verdadero autor, desconocido,
debió de ser un varón piadoso que buscaba consuelo en la contemplación de los
misterios de Dios, y parece que se propuso fortalecer a las víctimas de una
persecución, para lo cual el Libro es de una inspiración incomparable. El tiempo de la composición no ha
de fijarse antes del año Eclesiástico El nombre de este libro: "El
Eclesiástico", es debido al constante uso que de él se hacía en El libro fue, pues, escrito por
los años 200- El autor se sirvió de la lengua
hebrea, de la cual el libro fue traducido al griego, en Egipto, por su nieto,
que llevaba el mismo nombre que el abuelo. La traducción se emprendió en el
año 38 del rey Ptolomeo Evergetes II, es decir, en San Jerónimo conocía todavía el
texto hebreo, pero poco después éste se perdió. Recién en nuestros días, en
1896-1900, fue hallado en una sinagoga de El Cairo un manuscrito que contiene
más de la mitad del texto hebreo. Ello muestra, por otra parte, que este
Libro deuterocanónico, aunque no forma parte del canon judío, fue tenido
siempre en grande estima por Israel, cuyos maestros lo citan hasta hoy como
fuente de suma autoridad. Las diferencias textuales de las versiones antiguas
son muy numerosas y hemos procurado señalarlas brevemente en lo posible. El objeto del Eclesiástico es
enseñar la sabiduría, es decir, las reglas para hallar la felicidad en la
vida de amistad con Dios. De ahí que se le ha llamado "tratado de ética
a lo divino", es decir, expuesto no en forma sistemática sino con esa
pedagogía sobrenatural que San Pablo llama "mostrar el espíritu y la
virtud" de Dios (I Cor. 2, 4), siendo de notar que la palabra
"moral" (del latín mores: costumbres), tan usada posteriormente, no
figura en El libro no está compuesto según
un plan lógico, por lo cual su división no puede hacerse rigurosamente. Ello
no obstante, señalamos aproximativamente como útil orientación para el lector,
las diez secciones que propone Peters: I) 1, 1-4, 11: Elogio de II) 4, 12-6, 17: Ventajas de la
sabiduría; prudencia y sinceridad en el obrar. La amistad. III) 6, 18-14, 21: Ventajas de la
sabiduría. Contra la ambición. Reglas de conducta acerca de varias categorías
de hombres. Confianza en Dios. Hombres de los que hay que desconfiar. Contra
la avaricia. IV) 14, 22-16, 23: Frutos de la
sabiduría. El pecado y su castigo. V) 16, 24-23, 38: Himno al
Creador. Templanza en el hablar y disciplina de la lengua. Diferencia entre
el necio y el sabio. VI) 24, 1-33, 19: Himno a VII) 33, 20-36, 19: Los esclavos.
La superstición. Culto falso y verdadero. Oración por la salvación de Israel. VIII) 36, 20-39, 15: Elección de
los mejores. Templanza. Relaciones con el médico. Culto de los muertos.
Estudio de IX) 39, 16-43, 37: Loa de X) 44, 1-50, 23: Elogio de los
Padres. Sigue un apéndice que comprende
dos partes: a) la oración de gratitud del autor (51, 1-17); b) un poema
alfabético de invitación a la busca de la sabiduría (51, 18-38). No hay palabras con qué expresar
el bien que pueden hacernos, para la prosperidad de nuestra vida, estas
enseñanzas cuya inspirada omnisciencia prevé todos los casos y resuelve todas
las dificultades que nos puedan ocurrir. Junto a estos libros sapienciales,
palidece y aparece superficial y a menudo vacía y falsa toda la psicología de
los moralistas clásicos, griegos y romanos. Con respecto a las
características propias de cada uno de estos santos Libros, conviene ver las
Introducciones a los Proverbios, al Eclesiastés y a El Sabio va escrutando, como en un
laboratorio, todos los problemas de la vida humana, y ofreciéndonos su
solución. ¿Puede haber favor más grande? Porque no se trata de esas
soluciones de la pura razón, o de la ciencia positiva, que cada época y cada
autor han ido proponiendo, o imponiendo orgullosamente, como definitivas
conquistas de la filosofía... hasta que llegaba otro que las destruyese y las
negase para proclamar las suyas, tan relativas o deleznables como aquéllas. No; el laboratorio del moralista
que aquí nos alecciona, está iluminado por un foco nuevo. Los pensadores de
hoy lo llamarían intuición. Para los felices creyentes (Lucas 1, 45) hay un
nombre más claro, un nombre divino: el Espíritu Santo, que habló por los
profetas, "qui locutus est per Prophetas". La intuición, que ahora se propone
como una fuga ante el fracaso del racionalismo, ¿qué es, qué puede ser, sino
un modo disimulado de admitir que Dios obra en nosotros, por encima de
nosotros y sin necesidad de nosotros, así como no nos necesitó para crearnos?
¿O acaso esa intuición -reconocida superior al raciocinio porque éste muchas
veces es falaz y deformado por las pasiones- no sería sino un instinto
puramente humano y biológico? En tal caso, habremos de reconocer a los
animales como los modelos del hombre en sabiduría... (y
a fe que bien podrían ser nuestros maestros en cuanto se refiere a la
ordenación de sus apetitos, que en el hombre están en rebeldía). Si nuestro
ideal en cuanto a espíritu se contenta con tal instinto de intuición es que
los "post-cristianos" de hoy están muy por debajo de la intuición
del pagano Sócrates que al menos reconocía en su interior el soplo de un "demonio",
en griego: espíritu, como agente de sus inspiraciones. En vano David nos lo advertía hace
tres mil años, hablando por su boca el mismo Dios: "Yo te daré la
inteligencia. Yo te enseñaré el camino que debes seguir... no queráis haceros
semejantes al caballo y al mulo, los cuales no tienen entendimiento" (S.
31, 8 s.). En vano, decimos, porque los hombres no aceptaron ese magisterio
de nuestro Creador, y prefirieron el de las bestias, como lo expresa también
otro Salmo de los hijos de Coré, diciendo: "El hombre, constituido en
honor, no lo entendió. Se ha igualado a los insensatos jumentos y se ha hecho
como uno de ellos" (S. 48, 13 y 21). Estas reflexiones pueden servirnos
como claroscuro para apreciar mejor, frente a nuestra triste indigencia
propia, el tesoro de verdad, de enseñanzas, de soluciones infalibles, que la
bondad de Nuestro Padre Dios pone en nuestras manos con este Libro, tan poco
leído y meditado en los tiempos modernos. Agreguemos que esta sabiduría
práctica del Eclesiástico, no es como un tónico o néctar de excepción,
reservado sólo para los que aspiran a lo exquisito. Es un alimento cotidiano,
al que hemos de recurrir sistemáticamente los que vivimos "en este siglo
malo" (Gál. 1, 4), los que creemos que San Juan no miente al decir que
"el mundo todo está poseído del maligno" (I Juan 5, 19). Jesús
confirma esto en forma tremendamente absoluta, diciendo que a ese Espíritu
Santo, que "enseña toda verdad" (Juan 16, 13) porque es "el
Espíritu de Siendo el Eclesiástico uno de los
libros deuterocanónicos, nos hemos servido del texto (corregido) de nuestra
edición de Prólogo del Traductor Griego* Muchas y grandes cosas se nos han
enseñado en Os exhorto, pues, a que acudáis
con benevolencia, y con el más atento estudio, a emprender esta lectura, y
que nos perdonéis si algunas veces os pareciere que al copiar este retrato de
la sabiduría, flaqueamos en la composición de las palabras; porque las
palabras hebreas pierden mucho de su fuerza trasladadas a otra lengua. Ni es
sólo este libro, sino que la misma Ley y los Profetas, y el contexto de los
demás Libros son no poco diferentes de cuando se anuncian en su lengua
original. Después que yo llegué a Egipto en
el año treinta y ocho del reinado del rey Ptolomeo Evergetes, habiéndome
detenido allí mucho tiempo, encontré los libros que se habían dejado, de no poca
ni despreciable doctrina. Por lo cual juzgué útil y necesario emplear mi
diligencia y trabajo en traducir este libro, y así en todo aquel espacio de
tiempo, empleé muchas vigilias y no pequeño estudio en concluir y dar a luz
este libro, para utilidad de aquellos que desean aplicarse, y aprender de qué
manera deben arreglar sus costumbres los que se han propuesto vivir según * El prólogo no forma parte del
libro inspirado, sino que fue compuesto y añadido por el traductor. Es de
notar la observación de éste sobre lo difícil que es traducir con exactitud
los libros santos. De ahí la gran conveniencia de recurrir a los textos
originales, según lo señala Pío XII en la magistral Encíclica "Divino
Afflante Spiritu" del 30 de setiembre de 1944. El rey Ptolomeo Evergetes
es el segundo de este nombre que reinó de LOS LIBROS HISTÓRICOS Josue El libro de Josué narra la
conquista de Divídese el libro en dos partes,
de las cuales la primera (caps. 1-12) relata el paso de Jordán, la toma de
Jericó, las batallas de Hai y Gabaón y otros sucesos relacionados con la
ocupación del país. La segunda parte (caps. 13-22) trata del reparto de la
tierra de Canaán entre las doce tribus que la recibieron en suerte. Termina
como el Deuteronomio, con la renovación de El título no quiere decir que
Josué mismo sea el autor del libro. Sin embargo, hay indicios de que el
conquistador hiciera uso del arte de escribir (Jos. 24, 26). La tradición
judía y muchos santos Padres le atribuyen a él mismo la composición del
libro, mientras que los modernos en su mayoría, son de opinión contraria,
sosteniendo que el autor no fue Josué sino otro escritor, que utilizó relatos
y documentos, escritos por Josué y otros en tiempos de la ocupación de
Canaán. El libro fue redactado antes del
establecimiento de la monarquía en Israel, pues al tiempo que se escribía,
estaban los gabaonitas todavía al servicio del Santuario. Ahora bien, por
otra fuente (II Rey. cap. 21) sabemos que Saúl, el primer monarca los
persiguió hasta el exterminio. En Jos. 6, 25 leemos que Rahab y su familia
vivía aun al tiempo de la composición del libro. Esta observación permite
suponer que el libro fue escrito por un contemporáneo de Josué. El objeto del Libro de Josué es
mostrar la fidelidad de Dios en el cumplimiento de su promesa de dar a su
pueblo la tierra de Canaán. Los datos del Libro de Josué son
confirmados indirectamente por las tablas cuneiformes del archivo de Tell
el-Amarna, las que describen la situación política de entonces de la misma
manera que el Libro sagrado. No había gobierno central ni jefe superior, sino
que una multitud de reyezuelos vivían entre sí en constante hostilidad y sólo
se unían cuando un común y poderoso enemigo los amenazaba. Jueces El Libro de los Jueces contiene la
historia del periodo transcurrido entre la muerte de Josué y la judicatura de
Samuel, o sea, hasta la implantación de la monarquía. Llámase Libro de los Jueces porque
sus protagonistas desempeñaban el cargo de jueces, que era idéntico con el
cargo de gobernar y reinar, pues en todo el Antiguo Testamento juzgar es
sinónimo de reinar. Fueron en realidad los caudillos del pueblo de Israel en
el periodo indicado. Dios solía llamarlos directamente
en tiempos de suma necesidad, para que librasen a su pueblo de sus opresores.
Una vez oprimidos los enemigos, seguían desempeñando, por regla general, las
funciones de gobernantes, sea en su tribu, sea en todo el pueblo. Por eso,
antes de formular juicio u opinión sobre la conducta de los Jueces de Israel,
debemos tener muy presente que éstos fueron puestos por Dios, como se ve en
el discurso de San Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia (Hch. 13,
20), a fin de abstenernos de condenar lo que el mismo Dios dispuso. El Libro de los Jueces se divide
en tres partes. En la primera (1, 1-3, 6) se describe la situación política y
religiosa que reinaba inmediatamente antes del periodo de los Jueces; la
segunda parte (3, 7-16, 31) contiene la historia de los Jueces; la tercera
(17-21) narra dos episodios que se refieren a la idolatría de los danitas y
la corrupción de los benjaminitas, y que dan saludable idea de los extravíos
de que somos capaces los hombres si nos guiamos por nuestros propios
impulsos. No conocemos el nombre del autor
del libro. En general se cree que el profeta Samuel le dio la forma literaria
que hoy tiene. No es difícil establecer el tiempo
de su composición. El autor da por supuesto el comienzo de la monarquía en
Israel, la cual es considerada como un gran beneficio para el pueblo y goza
todavía de gran prestigio. Todo esto prueba que el libro fue redactado en los
primeros años del reinado de Saúl. La enseñanza especial que
deducimos del libro de los Jueces es demostrar que Dios siempre castiga a su
pueblo cuando éste se aparta de su Ley, pero le suscita un libertador cada
vez que se convierte o pide auxilio a su Dios. No se ha aclarado aún la
cronología del libro. Si sumamos los años atribuidos a cada Juez, salen como
resultado 410 años. Ahora bien, todos los acontecimientos transcurridos entre
el Exodo de Egipto y el comienzo de la edificación del Templo bajo Salomón
abarcan 480 años. Si de esos 480 años se quitan los 410 de los Jueces, quedan
para los demás acontecimientos sólo 70 años, lo cual es imposible. La
solución de esta dificultad consiste en admitir que algunos de los Jueces
reinaron simultáneamente en diversas regiones del país. Rut El libro de Rut es como un
suplemento de los Jueces y una introducción a los Reyes. Contiene la
encantadora historia de una familia del tiempo de los Jueces. La moabita Rut,
peregrina con su suegra Noemí desde el país de Moab a la patria de ésta y se
casa con Booz, un rico pariente de su marido. Los dos, Booz y Rut, aparecen
en la genealogía de Cristo (Mt. 1, 5). No se sabe exactamente, cuándo se
escribió esta preciosa historia del tiempo de los Jueces, que trata de los
antepasados de David. Muy probable es la hipótesis de que fuera escrita en
tiempos de éste, y supónese que su autor es aquel que escribió el primer
libro de los Reyes, tal vez el profeta Samuel. Nos ofrece un hermoso ejemplo de
la divina Providencia que todo lo dispone y hace que concurran aún los
menores sucesos al cumplimiento de sus mayores designios. Nos pone ante los
ojos un modelo de singular piedad y religión, tanto en Rut como en su suegra
Noemí, y nos deja ver en Booz, no sólo un modelo de israelita, sino también
un miembro de la real estirpe, de la cual nació Nuestro Señor Jesucristo. Puede verse en este librito
también una recomendación del matrimonio levirático (Dt. 25, 5), ya sea el
levirato propiamente dicho, ya sea el levirato en sentido amplio, como es el
de Booz con Rut. Samuel y II Samuel Estos son los dos primeros de los
cuatro libros dedicados a los Reyes, y se refieren a la monarquía de Israel y
de Judá, que duró unos 450 años, hasta el cautiverio de Babilonia. Los dos
primeros, llamados también I y II de Samuel, relatan la historia de Israel
desde el nacimiento de Samuel hasta la muerte de David. El libro primero empieza narrando
la historia de Helí y Samuel, que fue el último de los jueces, y el
establecimiento de la monarquía en Israel (cap. 1-15); en la segunda parte
refiere el fin de Saúl, el primer rey, y el advenimiento de David (cap.
16-31). El libro segundo está dedicado por
entero al reinado del Rey-Profeta. El autor de estos libros es
desconocido. El texto hebreo pone el nombre del profeta Samuel al frente de
ambos libros. Es realmente muy probable que gran parte del primero provenga
de Samuel; pero hay que fijar su redacción definitiva en el tiempo después de
David. El objeto que se propone el autor,
es mostrar principalmente la fidelidad de Dios en sus promesas y la divina
providencia en la vocación de David al trono. Al mismo tiempo quiere el autor
trazar una imagen del rey ejemplar David, en contraste con Saúl, a quien no
es lícito imitar. San Jerónimo encarece la lectura
de los libros de los Reyes, porque es fácil comprender su contenido y sacar
las enseñanzas que Dios mediante ellos pone ante nuestros ojos y nuestro
corazón. Esta divina historia es como un
bosquejo de todo cuanto ha sucedido en el mundo desde aquel tiempo hasta hoy.
Mudados los nombres, la substancia es la misma. "Se descubre por todas
partes aquella providencia paternal, aquel poder y sabiduría eterna, que todo
lo dispensa, ordena y endereza al fin y cumplimiento de sus altísimos
designios. En cada página se nos muestra al Señor como un Dios santo,
benéfico, misericordioso, siempre pronto a perdonar las faltas de los que
arrepentidos recurren a su clemencia" (Scío). El personaje que se destaca en
toda esta historia es David, el gran amigo de Dios y figura de Cristo que
descendió de él según la carne. I Reyes y II Reyes Los Libros III y IV de los Reyes
que en algunas versiones se llaman libros I y II de los Reyes (porque los dos
libros que preceden se llaman a veces libros de Samuel), han de considerarse
como continuación de esos dos libros históricos a los cuales se agregan. Empiezan con el advenimiento de
Salomón al trono y cierran con la caída del reino de Judá, abarcando por
consiguiente, más de cuatro siglos (X-VI a. C.). El primero, a saber el Libro III
(3o.) de los Reyes, trae en su primera parte la historia de Salomón (cap.
1-11), en la segunda la de los reinos de Judá e Israel hasta el rey Ococías
de Israel (cap. 12-22). El Libro IV describe la historia
de los dos reinos hasta la destrucción de Samaria y del reino de Israel (cap.
1-17), refiriendo luego los acontecimientos que siguieron en Judá, hasta el
cautiverio babilónico. No es el objeto de estos libros
ofrecernos una historia exclusivamente política. Lo que el autor quiere
mostrar es cómo los reyes observaron o no las normas de El autor debe haber sido uno de
los profetas. Según la tradición judía fue Jeremías, con lo cual coinciden
algunos ilustres exégetas modernos. En todo caso, ha de reconocerse el
parentesco de estilo entre el libro de Jeremías y estos dos de los Reyes. El tiempo de la composición de los
dos libros ha de fijarse entre el año 562 y el año El autor ha tenido a su
disposición fuentes escritas, los anales de los reyes de Judá, citados por él
15 veces, y los anales de los reyes de Israel citados 17 veces. De estas
fuentes ha entresacado lo que creía conveniente para su objeto. Un problema para los exégetas es
la cronología de los dos libros. Consiste ella en indicar la edad del rey que
sube al trono y la duración de su reinado, y, además, su sincronización con
el reinado del rey contemporáneo de Israel o de Judá, respectivamente. Pero
si se suman los años de los reyes de Judá con los del reino de Israel desde
el cisma hasta el cautiverio de Israel, resulta una diferencia de 19 años.
Para solucionar esta dificultad se han propuesto varios sistemas. I y II Crónicas (Paralipómenos) Los dos Libros de las Crónicas
(Paralipómenos) formaron en su origen un solo libro. Fueron divididos en dos
por los Setenta, probablemente por razones prácticas. Paralipómenos, es decir
Suplementos, se llaman en griego estos libros porque traen cosas omitidas en
los demás libros sagrados; pero además son un resumen de la historia del
Antiguo Testamento. Los judíos los llamaban "las Palabras de los
Días", y San Jerónimo, para señalar su importancia, les dio el nombre de
"Crónica de las Crónicas". Pero no deben confundirse con el Libro
de las Crónicas o Anales, tantas veces citados en los libros de los Reyes, y
en éstos mismos; aquél se perdió, pero es posible que estuviese resumido en
éstos. El primer libro refiere en su
primera parte (caps. 1-9) las genealogías desde Adán hasta David, y en la
segunda (caps. 10-29) la historia de David. El libro segundo trata
primeramente de la historia de Salomón (1-9) y luego principalmente del reino
de Judá hasta su caída (10-36), incluyendo el decreto de libertad dado por
Ciro. Si bien los Paralipómenos son un
resumen de Las llamadas contradicciones con
otros libros del Antiguo Testamento se solucionan fácilmente para los que
adoptan las reglas de una sana hermenéutica, y no se erigen orgullosamente en
jueces de El autor de los Paralipómenos es
desconocido. Algunos lo buscan en Esdras o Nehemías, y para demostrar su tesis
aducen la semejanza de estilo, explicando, por otra parte, como adiciones
posteriores todas las cosas que denuncian un origen más moderno, p. ej. la prolongación de la genealogía davidica hasta seis
generaciones después de Zorobabel, etc. Seguramente los dos libros no han
sido compuestos antes del cautiverio babilónico, sino probablemente en
tiempos de la restauración del pueblo judío, con el fin de ilustrar sobre su
historia sagrada a los judíos vueltos a su tierra, y facilitar el reparto de
ésta según las genealogías. Quiso inculcarles que eran un pueblo teocrático,
separado de los demás pueblos de la tierra y elegido para dar culto a Yahveh.
De ahí la preferencia que el autor diera a la organización del culto que es
el sello de la unión de Dios con su pueblo. Esdras y Nehemías Los dos libros de Esdras y
Nehemías que originariamente formaron un todo, constituyen la continuación de
los Paralipómenos, retomando en su primer capítulo el edicto de Ciro, con el
cual termina el segundo libro de los Paralipómenos. El libro de Esdras relata en
primer lugar (caps. 1-6) el regreso de los judíos (tribus de Judá y Benjamín)
de la cautividad babilónica bajo Zorobabel, y la reconstrucción del Templo
del Señor (536- El libro de Nehemías, o segundo de
Esdras, narra en su primera parte (caps. 1-7), la llegada de Nehemías y la
fortificación de Jerusalén ( El fin que el autor de los dos
libros se propone, es mostrar las disposiciones de la divina Providencia en
favor del pueblo escogido y el cumplimiento exacto del vaticinio del Profeta
Jeremías que había anunciado la liberación de Israel al cabo de 70 años (Jr.
25, 11-12; 29, 10). Algunos creen que el autor de
ambos fue el mismo que escribió los libros de los Paralipómenos; otros,
empero, opinan con razón que su autor fue Esdras, sacerdote, "el
príncipe de los doctores de El 1o. de estos libros abarca un
periodo de 82 años; el 2o., uno de 31 años. Hay otros dos libros llamados de
Esdras (3o. y 4o.) que no están en el canon de Tobías El Libro de Tobías es una
deliciosa historia, de esas que la delicadeza de Dios parece haber puesto
como cebo para encariñarnos con la lectura de Tobías, en griego Tobit, se
encuentra cautivo en Nínive, unos setecientos años antes de Jesucristo.
Brillan en él extraordinariamente las virtudes de la religión, la fe en las
divinas promesas, la firme esperanza en Dios, que le da alegría y fortaleza
en las pruebas, y la más tierna caridad para con el prójimo. También su hijo,
del mismo nombre, es un modelo de hombre recto, lo mismo que su esposa, la
joven Sara, en quien se cumplen las palabras de Prov. 19, 14: "De los
padres vienen la casa y los bienes, mas la mujer prudente la da sólo el Señor". El libro de Tobías forma parte de
los libros históricos de En cuanto a la composición, los
dos Tobías mismos parecen ser los autores de este libro, ya que en los tres
primeros capítulos de los textos griego y siríaco, Tobías habla en primera
persona. Esta opinión se funda también en la versión griega que dice en 12,
20 (19): "Escribid en un libro todo lo acaecido". Sin embargo,
creen muchos expositores que el libro, tal como hoy se presenta, fue
redactado en el tiempo en que el hebreo había dejado de ser lengua del
pueblo. El texto original hebreo o arameo
se ha perdido, por lo cual seguimos en esta edición la versión de la hecha
por San Jerónimo según el texto arameo. Hemos consultado también la
traducción griega, que en general es más larga, especialmente la recensión trasmitida
en el Codex Sinaiticus. El Libro de Tobías es el poema
incomparable del feliz hogar cristiano: del viejo hogar de los padres y del
nuevo hogar de los hijos. Allí se aprende a practicar las obras de
misericordia y se entera de que un Angel presenta a Dios todo lo que hacemos
por auténtica caridad. Judit El libro de Judit tiene por objeto
confortar a los israelitas, dándoles a conocer en un hecho histórico la
milagrosa ayuda que Dios presta a su pueblo. Judit, una viuda de la tribu de
Simeón, que habitaba en la ciudad de Betulia, sitiada por el general asirio
Holofernes, habiendo oído que los magistrados iban a entregar la ciudad al
enemigo, promete libertar a su pueblo. Vístese con sus mejores galas, y
acompañada de una sirvienta, sale en dirección al campo de los asirios.
Conducida a la presencia de Holofernes, logra ganar su simpatía y engañarlo
de tal manera que la invita a un festín. Llegada la noche, Judit le corta la
cabeza, vuélvese a Betulia y cuelga la cabeza de Holofernes de la muralla de la
ciudad. Los asirios al ver el cadáver ensangrentado de su general emprenden
la fuga. La historicidad de estos hechos ha
sido atacada por muchos, entre los que se colocaron también algunos
católicos. Hay tres opiniones sobre el carácter histórico o no-histórico de
este libro. Unos lo toman en sentido estrictamente histórico, otros le
atribuyen carácter didáctico o parenético, y otros mezclan los dos géneros
literarios, es decir, consideran el libro como histórico en sentido general,
pero no en los detalles. Falta, pues, determinar el carácter literario de
este libro, "asunto que debe resolverse en conformidad con la luminosa
doctrina expresada en Para los defensores de la
historicidad, la época de los sucesos es aquel triste periodo, en que el rey
Manasés fue llevado cautivo a Babilonia (cf. II Par. 33, 11), lo que explica
que Judá estaba sin jefe (no existiendo tampoco el reino de Israel) (cf. IV
Rey. cap. 17). También sobre el tiempo de la
composición divergen las opiniones entre los exégetas católicos. Parece
seguro que fue escrito en tiempo postexílico, o sea, después del cautiverio
de Babilonia. Por otra parte, hay que reconocer la frescura del relato y la
precisión de los datos genealógicos (1, 8), geográficos (1, 6-8; 2, 12-17; 3,
1-14; 4, 3 y 5), cronológicos (2, 1; 8, 4; 16, 28), históricos (1, 3-10),
etc., que su ignorado amor -un judío de Palestina- conocía bien a fondo. Las versiones, como en el Libro de
Tobías, son varias y distintas en los detalles, no existiendo el original,
que parece haber sido hebreo o arameo. En cuanto al contenido moral y
espiritual de este sublime Libro, lo entenderá con gran provecho quien lo
medite atentamente. No hemos pretendido ciertamente justificar a Dios como si
Él necesitara de nuestra defensa. La justificación de Dios está en sus
propias palabras, como dice el Profeta David (cf. S. 18, 8-10). Ester El libro de Ester contiene una de
las más emocionantes escenas de El texto masorético que hoy
tenemos en El carácter histórico del libro
siempre ha sido reconocido, tanto por la tradición judaica, como por la
cristiana. Un hecho manifiesto nos muestra la historicidad del libro, y es la
existencia de la mencionada fiesta de Purim, que los judíos celebran aún en
nuestros días. Sin embargo, han surgido no pocos exégetas, sobre todo
acatólicos, que relegan el libro de Ester a la categoría de los libros
didácticos o le atribuyen solamente un carácter histórico en sentido lato. Es
éste un punto que debe estudiarse a la luz de las normas trazadas en En cuanto al tiempo de la
composición se deciden algunos por la época de Jerjes I (485- La canonicidad del libro de Ester
está bien asegurada. El Concilio de Trento ha definido también la canonicidad
de la segunda parte del libro de Ester (cap. 10, vers. 4 al cap. 16, vers.
24), mientras los judíos y protestantes conservan solamente la primera parte
en su canon de libros sagrados. Los santos Padres ven en Ester,
que intercedió por su pueblo, una figura de I y II Macabeos Los dos Libros de los Macabeos son
los últimos del Antiguo Testamento, cronológicamente posteriores a los de
Esdras y Nehemías, que señalan el retorno de Babilonia. Han recibido su
nombre del tercer hijo del sacerdote Matatías: Judas, a quien por su valentía
fue dado el sobrenombre de "Makkébet" (martillo). Ese apodo pasó a
los hermanos de Judas y a toda su familia que antiguamente se llamaba de los
Hasmoneos, por Hasmonai, bisabuelo de Matatías. La canonicidad de los dos libros
es atestiguada por muchos Padres, como Clemente Alejandrino, Orígenes, S.
Cipriano, S. Hilario, S. Ambrosio, S. Agustín, S. Crisóstomo, y por los
Concilios de Hipona (393) y Cartago (397). S. Jerónimo, sin embargo, no los
tradujo al latín, "acaso porque dudaba de su autenticidad"
(Bardenhewer). El Concilio de Trento terminó con las dudas sobre su carácter
canónico, incorporándolos ambos definitivamente al canon de las Escrituras
sagradas. El primer Libro empieza
describiendo la situación política y religiosa de Palestina a raíz de la
persecución de Antíoco IV Epífanes (175-164); relata después la resistencia
de Matatías, de estirpe sacerdotal, su celo por El segundo Libro trae primero dos
cartas de los judíos de Palestina a los de Egipto, que tratan de la fiesta de
En cuanto a la composición se cree
que el primer libro fue escrito por un autor palestinense en idioma hebreo,
alrededor del año El fin y objeto de los dos libros
no es solamente dar una exposición histórica de las guerras contra los más
poderosos opresores de Israel, sino también, y más aún, poner de relieve las
tremendas pruebas que sufrió el pueblo escogido por querer imitar a los
paganos, y destacar el auxilio de la divina Providencia en aquella lucha de
vida o muerte, que humanamente hablando, habría debido tener por consecuencia
la aniquilación del pequeño pueblo judío. Si esto no sucedió, si el curso de
la historia tomó un rumbo contrario a toda expectación humana, estamos
autorizados y obligados a atribuirlo a la intervención del Altísimo, que una
vez más se mostró benigno para con su pueblo, del cual poco después había de
nacer el Mesías. El segundo libro acentúa más el
carácter edificante y confortante de los acontecimientos históricos,
exhortando a la celebración de las fiestas, a la reverencia al Templo, a la
constancia en la persecución, a la fe en la resurrección y a la esperanza en
la eterna recompensa. En la cronología siguen los dos
libros la era de los Seléucidas, cuyo comienzo es el mes de Tischri del año LOS
PROFETAS MAYORES Isaías No todos los profetas nos han
dejado sus visiones en forma de escritos. De Elías y Eliseo, por ejemplo, sólo
sabemos lo que nos narran los libros históricos del Antiguo Testamento,
principalmente los libros de los Reyes. Entre los vates cuyos escritos
poseemos es sin duda el mayor Isaías, hijo de Amós, de la tierra de Judá,
quien fue llamado al duro cargo de profeta en el año Isaías es el primero de los
profetas del A. T., desde luego por lo acabado de su lenguaje, que representa
el siglo de oro de la literatura hebrea, mas sobre
todo por la importancia de los vaticinios que se refieren al pueblo de
Israel, los pueblos paganos y los tiempos mesiánicos y escatológicos. Ningún
otro profeta vio con tanta claridad al futuro Redentor, y nadie, como él,
recibió tantas ilustraciones acerca de la salud mesiánica, de manera que S. Jerónimo
no vacila en llamarlo "el Evangelista entre los profetas". Distínguense en el libro de Isaías
un Prólogo (cap. 1) y dos partes principales. La primera (cap. 2-35) es una
colección de profecías, exhortaciones y amonestaciones, que tienen como punto
de partida el peligro asirio, y contiene vaticinios sobre Judá e Israel (2,
1-12, 6), oráculos contra las naciones paganas (13, 1-23, 18); profecías
escatológicas (24, 1-27, 13); amenazas contra la falsa seguridad (28, 1-33,
24), y la promesa de la salvación de Israel (34, 1-35, 10). Entre las
profecías descuellan las consignadas en los cap. 7-12. Fueron pronunciadas en
tiempo de Acaz y tienen por tema Entre la primera y segunda parte media un trozo de cuatro capítulos (36-39) que forma algo
así como un bosquejo histórico. El capítulo 40 da comienzo a la
parte segunda del Libro (cap. 40-66), que trae veintisiete discursos cuyo fin
inmediato es consolar con las promesas divinas a los que iban a ser
desterrados a Babilonia, como expresa el Eclesiástico (48, 27 s.). Fuera de eso, su objeto principal
es anunciar el misterio de No es de extrañar que la crítica
racionalista haya atacado la autenticidad de esta segunda parte,
atribuyéndola a otro autor posterior al cautiverio babilónico. Contra tal
teoría que se apoya casi exclusivamente en criterios internos y lingüísticos,
se levanta no sólo la tradición judía, cuyo primer testigo es Jesús, hijo de
Sirac (Ecl. 48, 25 ss.), sino también toda la tradición cristiana. Para la interpretación de Isaías
hay que tener presente lo dicho en Jeremías En cuanto a los datos biográficos,
Jeremías es el menos ignorado entre todos los profetas de Israel. Hijo del
sacerdote Helcías, nació en Anatot, a Jeremías no compartió con su
pueblo la suerte de ser deportado a Babilonia, sino que tuvo la satisfacción de
ser un verdadero padre del pequeño y desamparado resto de los judíos que
había quedado en la tierra de sus padres. Mas cuando
sus compatriotas asesinaron a Godolías, gobernador del país desolado,
obligaron al Profeta a refugiarse con ellos en Egipto, donde, según tradición
antiquísima, lo mataron porque no cesaba de predicarles Jeremías es un ejemplo de vida
religiosa, creyéndose que se conservó virgen (16, 1 s.). Austero y casi
ermitaño, se consumió en dolores y angustias (15, 17 s.) por amor a su pueblo
obstinado. Para colmo se levantaron contra él falsos profetas y consiguieron
que, por mandato del rey, fuesen quemadas sus profecías. El mismo fue
encarcelado y sus días habrían sido contados, si los babilonios, al tomar la
ciudad, no le hubiesen libertado. Su libro se divide en dos partes,
la primera de las cuales contiene las profecías que versan sobre Judá y
Jerusalén (cap. 2-45), y la segunda reúne los vaticinios contra otros pueblos
(cap. 46-51). El primer capítulo narra la vocación del Profeta, y el último
(cap. 52) es un apéndice histórico. Cuanto menos comprendido fue
Jeremías por sus contemporáneos, tanto más lo fue por las generaciones que le
siguieron. Sus vaticinios alentaban a los cautivos de Babilonia, y a él se
dirigían las miradas de los israelitas que esperaban la salud mesiánica. Tan
grande era su autoridad que muchos creían que volvería de nuevo, como se ve
en el episodio de Mt. 16, 14. Los santos Padres lo consideran como figura de
Cristo, a quien representa por lo extraordinario de su elección, por la
pureza virginal, por el amor inextinguible a su pueblo y por la paciencia
invencible frente a las persecuciones de aquellos a los cuales amaba. Lamentaciones La tradición atribuye unánimemente
a Jeremías la colección de las Lamentaciones que va unida al libro de sus
profecías. Llámanse Lamentaciones o, según el
griego, Trenos, porque expresan en la forma más conmovedora el amarguísimo
dolor del santo profeta por la triste suerte de su pueblo y la ruina del
Templo y de la ciudad de Jerusalén. Fueron compuestas bajo la impresión de la
tremenda catástrofe, inmediatamente después de la caída de la ciudad ( Este pequeño libro pertenece al
género de poesía lírico-elegíaco, distinguiéndose, además, por el orden
alfabético de los versos en los capítulos 1-4. Su estilo es vivo y patético,
pero a la vez tierno y compasivo como la voz de una madre que consuela a sus
hijos. No hay en toda la antigüedad obra alguna que pueda compararse, en
cuanto a la intensidad de los sentimientos, con una de estas elegías
inmortales. En el canon judío las
Lamentaciones formaban parte de los cinco libros (Megillot) que se leían en
ciertas fiestas. Baruc En el canon se agrega a las Lamentaciones
el pequeño y bellísimo libro de Baruc, en hebreo "Bendito", cuyo
texto original se ha perdido, pero que nos ha llegado en la versión griega de
los Setenta, cuyos autores, judíos, lo admitían por lo tanto, como auténtico
y canónico. Tras una breve introducción
histórica (1, 1-14) trae esta profecía la confesión de los pecados del pueblo
desterrado que implora la misericordia de Dios (1, 15-3, 18), y termina con
amonestaciones y palabras de consuelo (3, 9-5, 9). Añádase como capítulo
sexto una carta del profeta Jeremías (6, 1-72) en que éste condena con
notable elocuencia la idolatría y el materialismo en el culto. No hay duda de que el autor es
aquel Baruc que conocemos como amanuense de Jeremías quien le dictó sus
profecías y luego, hallándose preso, le encargó las leyera delante del
pueblo, como lo hizo también más tarde ante los príncipes (Jer. cap. 36). Después de la caída de Jerusalén
Baruc acompañó a Jeremías a Egipto (Jer. 43); más tarde, en 582, lo
encontramos en Babilonia entre los israelitas cautivos, a los cuales en
presencia del rey Jeconías leyó su libro (Bar. 1, 3). Regresó a Jerusalén con
una suma de dinero y vasos destinados para el culto del Templo. La autoridad canónica del libro que
algunos intentaron negar, está asegurada por El texto hebreo se ha perdido. Ezequiel Ezequiel, hijo de Buzí, de linaje
sacerdotal, fue llevado cautivo a Babilonia junto con el rey Jeconías de Judá
( A pesar de las calamidades del
destierro, los cautivos no dejaban de abrigar falsas esperanzas, creyendo que
el cautiverio terminaría pronto y que Dios no permitiría la destrucción de su
Templo y de La misión del Profeta Ezequiel
consistió principalmente en combatir la idolatría, la corrupción por las
malas costumbres, y las ideas erróneas acerca del pronto regreso a Jerusalén.
Para consolarlos pinta el Profeta, con los más vivos y bellos colores, las
esperanzas de la salud mesiánica. Divídese el libro en un Prólogo,
que relata el llamamiento del profeta (caps. 1-3), y tres partes principales.
La primera (caps. 4-24) comprende las profecías acerca de la ruina de
Jerusalén; la segunda (caps. 25-32), el castigo de los pueblos enemigos de
Judá; la tercera (caps. 33-48), la restauración. "Es notable la última sección
del profeta (40-48) en que nos describe en forma verdaderamente geométrica la
restauración de Israel después del cautiverio: el Templo, la ciudad, sus
arrabales y la tierra toda de Palestina repartida por igual entre las doce
tribus" (Nácar-Colunga). Las profecías de Ezequiel
descuellan por la riqueza de alegorías, imágenes y acciones simbólicas de tal
manera, que S. Jerónimo las llama "mar de la palabra divina" y
"laberinto de los secretos de Dios". Ezequiel, según tradición judía,
murió mártir. Daniel Daniel, a quien la misma Biblia
cita como prototipo de santidad (Ez. 14,14 y 20) y de sabiduría (Ez. 28, 3),
vivió, como Ezequiel, en Babilonia durante el cautiverio, más no fue
sacerdote que adoctrinase al pueblo como aquél, y como Jeremías en Jerusalén,
sino un alto personaje en la corte de un rey pagano, como fueron José en
Egipto y Ester y Mardoqueo en Persia. De ahí sin duda que LOS PROFETAS MENORES Oseas Oseas u Osee, profeta de las diez
tribus del norte, como su contemporáneo Amós, vivió en el siglo VIII a. C.,
mientras Isaías y Miqueas profetizaban en Judá, es decir, bajo el reinado del
rey Jeroboam II de Israel (783-743) y de los reyes Ocías (Amasías) (789-738),
Joatán (738-736), Acaz (736-721) y Ezequías (721-693), reyes de Judá. Sus
discursos proféticos se dirigen casi exclusivamente al reino de Israel
(Efraím, Samaria), entonces poderoso y depravado, y sólo de paso a Judá. Son
profecías duras, cargadas de terribles amenazas contra la idolatría, la
desconfianza en El y la corrupción de costumbres y alternadas, por otra
parte, con esplendorosas promesas (cf. 2, 14 ss.) y expresiones del más
inefable amor (cf. 2, 23; 11, 8, etc.). El estilo es sucinto y lacónico, pero
muy elocuente y patético y a la vez riquísimo en imágenes y simbolismos. La primera parte (cap. 1-3)
comprende dos acciones simbólicas que se refieren a la infidelidad del reino
de Israel como esposa de Yahvé. La segunda (cap. 4-14) es una colección de
cinco vaticinios (caps. 4, 5, 6, 7-12; 12-14) en que se anuncian los castigos
contra el mismo reino y luego la purificación de la esposa adúltera, en la
cual se despierta la esperanza en el Mesías y su glorioso reinado. El sepulcro de Oseas se muestra en
el monte Nebi Oscha, no lejos de es-Salt (Transjordania). El Eclesiástico
hace de Oseas y de los otros Profetas Menores este significativo elogio:
"Reverdezcan también en el lugar donde reposan, los huesos de los doce
Profetas; porque ellos consolaron a Jacob, y lo confortaron con una esperanza
cierta" (Ecli. 49, 12). Joel De Joel, profeta de Judá e hijo de
Fatuel, nada sabemos fuera de los tres capítulos de profecías que llevan su
nombre. El tiempo de su actividad ha de ser calculado después de separarse de
la casa de David las diez tribus, pero antes del destierro. El hecho de que
solamente se mencionen los sacerdotes, y no los reyes, hace conjeturar que
Joel haya escrito en tiempos del rey Joás de Judá (836-797) cuando el Sumo Sacerdote
Joiadá en nombre del rey niño manejaba las riendas del gobierno (IV Rey. 11).
Una minoría de exégetas ubican a Joel en el periodo después del destierro,
fundándose especialmente en 3, 6, donde se mencionan los griegos (cf.
Nácar-Colunga). Su anuncio, como dice este mismo autor, es escatológico, cosa
que no debe olvidarse al interpretarlo. En el primer discurso profético
describe Joel una plaga terrible de langostas, fenómeno conocido en Judea,
como figura del oprobio de Israel por parte de las naciones. Ello da ocasión
al profeta, en el segundo discurso (2, 18-3, 21), para exhortar a Israel a la
contrición y anunciar el "día del Señor" y el juicio de las
naciones o castigo de los enemigos del pueblo santo, y el reino mesiánico,
siendo especialmente de notar la aplicación que San Pedro hizo de esta
profecía (Hech. 2, 28-31) el día de Pentecostés, a los carismas traídos por
el divino Espíritu. Amós Antes de su vocación, Amós fue
pastor y labrador que apacentaba sus ovejas y cultivaba cabrahigos en Tecoa,
localidad de la montaña de Judá, situada a Desde un principio, el profeta se
mostró intrépido defensor de Los primeros dos capítulos
contienen amenazas contra los pueblos vecinos, mientras los capítulos 3-6
comprenden profecías contra el reino de Israel. Los caps. 7-9 presentan cinco
visiones proféticas acerca del juicio de Dios sobre su pueblo y el reino
mesiánico, a cuyas maravillas dedica los últimos versículos, como lo hacen
también Oseas, Joel, Abdías y casi todos los profetas Mayores y Menores. Abdías Son muy escasas las noticias que
poseemos sobre Abdías, cuyo nombre hebreo Obadyah significa siervo de Yahvé.
San Jerónimo lo identifica con aquel Abdías, mayordomo de Acab, que alimentó
a los cien profetas que habían huido del furor de Jezabel (III Rey. 18, 2
ss.). Los escrituristas modernos, en su
mayoría, no se adhieren a esta opinión. Sea lo que fuere, el tiempo en que
actuó el autor de esta pequeña pero muy impresionante profecía, debe ser
anterior a los profetas Joel, Amós y Jeremías, los cuales ya la conocían y la
citaban. Lo más probable parece que haya profetizado en Judá alrededor de Su único capítulo contiene dos
visiones. La primera se refiere a los idumeos (edomitas), un pueblo
típicamente irreligioso y enemigo hereditario de los judíos y que se unía
siempre a sus perseguidores. "Pero el día del Señor se aproxima; Dios se
vengará a Sí mismo y vengará a Israel, contra los idumeos y contra todas las
naciones gentiles. Los israelitas, al contrario, serán bendecidos; se
apoderarán del territorio de sus opresores, y luego Jehovah reinará
gloriosamente y para siempre en Sión" (Fillion). A esta restauración de
Israel y reino mesiánico se refiere la segunda parte de la profecía. Jonás Son muy escasas las noticias que
poseemos sobre Abdías, cuyo nombre hebreo Obadyah significa siervo de Yahvé.
San Jerónimo lo identifica con aquel Abdías, mayordomo de Acab, que alimentó
a los cien profetas que habían huido del furor de Jezabel (III Rey. 18, 2
ss.). Los escrituristas modernos, en su
mayoría, no se adhieren a esta opinión. Sea lo que fuere, el tiempo en que
actuó el autor de esta pequeña pero muy impresionante profecía, debe ser
anterior a los profetas Joel, Amós y Jeremías, los cuales ya la conocían y la
citaban. Lo más probable parece que haya profetizado en Judá alrededor de Su único capítulo contiene dos
visiones. La primera se refiere a los idumeos (edomitas), un pueblo
típicamente irreligioso y enemigo hereditario de los judíos y que se unía
siempre a sus perseguidores. "Pero el día del Señor se aproxima; Dios se
vengará a Sí mismo y vengará a Israel, contra los idumeos y contra todas las
naciones gentiles. Los israelitas, al contrario, serán bendecidos; se
apoderarán del territorio de sus opresores, y luego Jehovah reinará
gloriosamente y para siempre en Sión" (Fillion). A esta restauración de
Israel y reino mesiánico se refiere la segunda parte de la profecía. Miqueas No hay motivo para dudar que Jonás
es el mismo profeta hijo de Amati o Amitai (cf. 1, 1) que en tiempo de
Jeroboam II (783- Los cuatro capítulos del Libro no
son profecía propiamente dicha, sino más bien relato -probablemente escrito
por el mismo Jonás, aunque habla en tercera persona- de un viaje del profeta
a Nínive y de las dramáticas aventuras que le ocurrieron con motivo de
aquella misión. Sin embargo, tomados en conjunto, revisten carácter
profético, como lo atestigua el mismo Jesucristo en Mt. 12, 40, estableciendo
al mismo tiempo la historicidad de Jonás, que algunos han querido mirar como
simple parábola (cf. 2, 1 y nota). San Jerónimo, empleando un juego de
palabras, dice que "Jonás, la hermosa paloma (yoná significa en hebreo
paloma), fue en su naufragio figura profética de la muerte de Jesucristo. El
movió a penitencia al mundo pagano de Nínive y le anunció la salud
venidera". La nota característica de esta
emocionante historia consiste en la concepción universalista del reino de
Dios y en la anticipación del Evangelio de la misericordia del Padre Celestial,
"que es bueno con los desagradecidos y malos" (Lc. 6, 35). El caso
de Jonás encierra así un vivo reproche, tanto para los que consideran el
reino de Dios como una cosa reservada para ellos solos, cuanto para los que
se escandalizan de que la divina bondad supere a lo que el hombre es capaz de
concebir. En cuanto a la personalidad de
Jonás, para formarse de ella un concepto exacto ha de tenerse presente que
Dios no se propone aquí ofrecernos un ejemplo de vida santa, ni de celo en la
predicación, ni de sabiduría, como en Jeremías, Ezequiel o Daniel, sino, a la
inversa, mostrarnos la lección de sus yerros. La labor profética de Jonás en
este Libro, se limita a un versículo (3, 4), donde anuncia y repite
escuetamente que Nínive será destruida, sin exponer doctrina, ni formular
siquiera un llamado a la conversión. Y en cuanto a la actuación y conducta
personal del profeta, vemos que empieza con una desobediencia (1, 3) y que,
no obstante la gran prueba que sufre y de la cual Dios lo salva (cap. 2),
termina con dos distintos accesos de ira (4, 4 y 8), uno por falta de
misericordia hacia los pecadores (cf. 2, 9 y nota) y el otro por falta de
resignación. Lejos, pues, de proponérnoslo Dios como tipo de imitación, la
enseñanza del Libro consiste, al contrario, en descubrirnos al desnudo las
debilidades del profeta; lo cual es ciertamente un espejo precioso para que
aprendamos a reconocer que las miserias nuestras no son menores que las de
Jonás, y lo imitemos, eso sí, en la rectitud con que se declara culpable (1,
12) y en la confianza que manifiesta su hermosa plegaria del cap. 2. La imagen de Jonás se usaba ya en
las catacumbas como figura de Cristo, que fue "muerto y sepultado y al
tercer día resucitó de entre los muertos", y cuya resurrección es prenda
de la nuestra. Jonás es también tipo de nuestro Salvador en cuanto Enviado
que desde Israel trajo la salvación a los gentiles (Lc. 2, 32) y representa
de este modo la vocación apostólica del pueblo de Dios. Nahúm Nahum vivió en el siglo VII a. C.;
según la tradición judía, bajo el rey Manasés (693-639), o quizá Josías
(638-608), y profetizó contra Nínive, capital del reino de los asirios. Fuera
de este oráculo no poseemos nada de su actividad profética, la cual está
colocada entre la de Isaías, de quien cita varios pasajes (cf. 1, 4 = Is. 33,
9; 1, 15 = Is. 52, 7; 3, 5 = Is. 47, 3 y 9); y la de Jeremías que, a la
inversa cita a nuestro profeta (cf. 1, 13 = Jer. 30, 8; 3, 5, 13, 17 y 19 =
Jer. 13, 12 ss.; 50, 37; 51, 30, etc.). Lo único que acerca de la vida de Nahum
indica Como Abdías se consagró
esencialmente a anunciar la ruina de los idumeos, hijos de Esaú y enemigos
envidiosos de Israel, aunque hermanos suyos según la carne, así el fin de la
profecía de Nahum es prevenir a sus lectores contra la poderosa capital
asiria, y darles la seguridad de que será destruida la que un día pareció
realizar la hazaña -única entre los pueblos gentiles- de convertirse al Dios
de Israel (cf. Jonás 3) para caer luego en la apostasía y ser su más terrible
enemiga (1, 11 y nota). En tal sentido las profecías de Nahum y Jonás son
correlativas, y cada una releva la gran importancia de la otra en el plan
divino. En tiempo de Nahum, Nínive había ya llevado cautivos a las diez
tribus del norte (Israel) en 721, y amenazaba orgullosamente a Jerusalén bajo
Senaquerib (IV Rey. 18, 15 s.), a cuya invasión de Judea, milagrosamente
frustrada por un ángel (cf. Is. 36-37), parecería aludir Nahum en 1, 12 s. Habacuc El libro de Habacuc no da detalles
sobre la vida del profeta. Nada sabemos de su vida salvo el retrato
psicológico que él mismo nos pinta en los tres capítulos de su Libro. Habacuc
se muestra dominado por ciertas dudas respecto al porvenir de su pueblo y al
reino de Dios, mas su confianza y su fe son mayores aún. El es el justo
"que vive de la fe" según esta profundísima sentencia que él nos
dejó y que S. Pablo cita tres veces. Cf. 2, 4 y los últimos versículos del
capítulo 3. Habacuc profetizó antes de la
invasión de Judá por los caldeos (605) puesto que tal calamidad es objeto de
su vaticinio, después de la cual Habacuc predice la ruina de Babilonia, como
predijo Nahum la de Nínive, ambos crueles enemigos del pueblo y del reino de Dios.
La identidad de su persona con aquel Habacuc que se menciona en el libro de
Daniel (Dan. 14, 32), no es probable por razones cronológicas, pues este
último aparece unos cien años después. El Libro comienza con un diálogo
entre Dios y el profeta sobre el castigo de Judá, dirígese luego contra los
babilonios y termina con un magnífico y célebre cántico (cap. 3), que ha sido
recogido en varias partes por Sofonías Sofonías, contemporáneo de
Habacuc, descendiente directo, según parece decirlo él mismo, del santo rey
Ezequías (cf. 1, 1), profetizó durante el reinado de Josías (638-608),
probablemente antes o en el curso de la reforma del culto que llevó a cabo
este otro santo rey. El profeta se dirige contra la
idolatría y la injusticia reinantes en Judá, no obstante el aparente
despertar de la piedad traída por aquella reforma, y anuncia, como Habacuc,
la próxima desolación del país por los enemigos. Luego vaticina contra los
pueblos paganos, en primer lugar los filisteos y asirios, y termina, como
casi todos los profetas, prediciendo la salud mesiánica con palabras que
denotan un asombroso amor de Dios por Israel. Ageo Con Ageo (en hebreo Haggai)
empieza el periodo postexílico de la profecía de Israel, en el cual le
acompañará Zacarías y le sucederá, casi un siglo más tarde, Malaquías. Como
muchos otros de los profetas menores, Ageo no es conocido más que por algunas
pocas noticias. Sus cuatro discursos se refieren todos al segundo año de
Darío I ( Su nombre como el de Zacarías se
menciona en Esdr. 5, 1 y 6, 14, y allí vemos, como en los profetas
anteriores, el ambiente decaído de los "restos" de Israel vueltos
de Babilonia (tribus de Judá y Benjamín), que estos enviados de Dios trataron
de levantar en aquel periodo, y que tan lejos estaba de la restauración
soñada según los vaticinios de los profetas. En el orden político Israel
estaba sometido a la tiranía extranjera; en el religioso y moral, reinaba la
horrible decadencia que Malaquías enrostra a sacerdotes y pueblo, al que el
mismo Ageo condena por su impureza (2, 10 ss.) y por su indiferencia en
construir el nuevo Templo (1, 4 ss.), que debería haber sido el objeto de todas
sus ansias, según las esplendorosas promesas del profeta Ezequiel (cf. Ez.
40, 1 ss.). Epoca "penosa y aún dolorosa, porque la teocracia hallaba,
de parte de los hombres, muchos obstáculos para salir de sus ruinas, y el
desaliento se había apoderado de los judíos, también del punto de vista
religioso" (Fillion). Véase Esdr. 1, 2 y nota. En el primer discurso (1, 2-2, 1),
Ageo exhorta a los judíos, remisos en reanudar la reconstrucción del Templo;
en el segundo (2, 2-10) consuela a los que habían visto la gloria y
magnificencia del Templo salomónico; en el tercero (2, 11-20), anuncia la
bendición de Dios y la futura gloria del Templo; en el cuarto (2, 21-24), se
dirige a Zorobabel prometiéndole recompensa divina y fortaleciéndole con la
promesa del reino mesiánico futuro, "con lo cual se ve una vez más que
esta restauración precaria de aquellas pocas tribus, que tanto había de
sufrir aún en tiempos de los Macabeos, y caer luego en el deicidio y la total
dispersión, no era sino figura de aquella otra que constituía la esperanza de
Israel". Véase Sof. 3, 20 y nota. Zacarías El nombre de Zacarías, común a más
de veinte personajes del Antiguo Testamento, tiene en hebreo el hermoso
significado de "Dios se acuerda", o "el recordado de
Dios", es decir que su sola enunciación significaba un acto de fe en el
Dios vivo. Zacarías, hijo de Baraquías, y
nieto de Iddó (Esdr. 5, 1 y 6, 14 le llama hijo de éste en sentido lato),
comenzó a profetizar en el mismo año que Ageo ( Mientras Ageo exhorta al pueblo
principalmente a la restauración del Templo, Zacarías, con su autoridad de
profeta y de sacerdote de la tribu de Leví (Neh. 12, 16), y con un celo que
se alaba en Esdr. 6, 14, "tomando como punto de partida el estado de
aflicción en que se hallaba entonces Jerusalén... anima, consuela, exhorta,
mostrando el porvenir brillante reservado a Israel y las bendiciones
abundantes que se unirán a la restauración del Santuario de Jehovah"
(Fillion), para lo cual expone ante todo ocho visiones (caps. 1-6). Los caps.
7-8 que forman la respuesta a una consulta, contienen enseñanzas espirituales
y son, como Is. 37-39, un nexo entre la primera y la última parte de la
profecía. En los restantes caps. (9-14), cuya magnificencia es parecida a la
de Isaías, el profeta vaticina el reino mesiánico, que es el fin y objeto
principal de sus profecías, y muestra a Cristo en sus dos venidas: rechazado
y doliente en la primera, triunfante y glorioso en la segunda. Véase y
compárese Zac. 9, 9 (el Mesías montado en un asnillo: cf. Mt. 21, 5); 11, 12
s. (traicionado y vendido: cf. Mt. 27, 9); 12, 10 ss. (traspasado
por la lanza: cf. Juan 19, 37); 13, 7 (abandonado por los suyos: cf. Mt. 26,
31). La crítica racionalista niega la
unidad de este Libro, atribuyendo la última parte (9-14) a otro escritor
anterior al cautiverio de Babilonia. A esto se opone la tradición constante
de Malaquías Malaquías significa
"Mensajero mío" (cf. 3, 1 y nota), o "Angel del Señor"
(así lo llama la versión griega), y de ahí que Clemente Alejandrino, Orígenes
y otros Padres, a falta de datos sobre la persona del profeta, lo tomasen por
un ser celestial. Mas tal opinión no se funda en argumento real alguno;
tampoco lo admiten los exégetas modernos. El Targum de Jonatán dice en cambio
que Malaquías era simplemente un nombre adoptado por el mismo Esdras para
escribir la profecía. La serie de los profetas menores
se cierra con Malaquías, que vivió en tiempos de Esdras y Nehemías, casi un
siglo después de los profetas Ageo y Zacarías, cuando el Templo estaba ya
reedificado y se había reanudado el culto. Malaquías sólo será sucedido,
cuatro siglos más tarde, por el Precursor, a quien él mismo anuncia (como
también la vuelta de Elías: cf. 3, 1 y 4, 5 s.), y a quien Jesús había de
caracterizar como el último y mayor profeta del Antiguo Testamento, al decir:
" Después de recordar, como una
sentencia que agrava la culpa de Israel, cuánto fue el amor de Dios por su
pueblo, Malaquías lucha contra los mismos abusos contra los cuales se dirigen
los libros de Esdras y Nehemías, es decir, la corrupción de las tribus
vueltas de Babilonia. "El estado moral de los judíos en Palestina se
hallaba entonces bien lejos de ser perfecto. Una profunda depresión se había
producido a este respecto desde los días mejores en que Ageo y Zacarías
promulgaban sus oráculos. Malaquías nos muestra a la nación teocrática
descontenta de su Dios porque tardaban mucho, según ella, en realizarse las
promesas de los profetas anteriores" (Fillion). Empieza tratando de los sacerdotes
y del culto, por lo cual reprende a los ministros del Señor que se han
olvidado del carácter sagrado de su cargo (1, 6-2, 9). Predica luego contra
la corrupción de las costumbres en el pueblo (2, 10-3, 18), los matrimonios
mixtos y los frecuentes divorcios, y exhorta a pagar escrupulosamente los
diezmos. Al final anuncia el profeta la
segunda venida de Elías como precursor del gran día del Señor, juntamente con
predicciones mesiánicas muy importantes. Cf. 3, 1; 4, 5-6. Con Oseas comienza la serie de los
doce Profetas Menores. Llámanse Menores no porque fuesen profetas de una
categoría menor, sino por la escasa extensión de sus profecías, con relación
a los Profetas Mayores. CAPITULO VI NUEVO
TESTAMENTO LOS SANTOS EVANGELIOS Introducción a los Santos Evangelios El grande y casi diría
insospechado interés que esto despierta en las almas, está explicado en las
palabras con que el Cardenal Arzobispo de Viena prologa una edición de los
Salmos semejante a ésta en sus propósitos, señalando "en los círculos
del laicado, y aun entre los jóvenes, un deseo de conocer la fe en su fuente
y de vivir de la fuerza de esta fuente por el contacto directo con
ella". Por eso, añade, "se ha creado un interés vital por Es que, como ha dicho Pío XII,
Dios no es una verdad que haya de encerrarse en el templo, sino la verdad que
debe iluminarnos y servirnos de guía en todas las circunstancias de la vida.
No ciertamente para ponerlo al servicio de lo material y terreno, como si
Cristo fuese un pensador a la manera de los otros, venido para ocuparse de
cosas temporales o dar normas de prosperidad mundana, sino, precisamente al
revés, para no perder de vista lo sobrenatural en medio de "este siglo
malo" (Gál., 1, 4); lo cual no le impide por cierto al Padre dar por
añadidura cuantas prosperidades nos convengan, sea en el orden individual o
en el colectivo, a los que antes que eso busquen vida eterna. Un escritor francés refiere en
forma impresionante la lucha que en su infancia conmovía su espíritu cada vez
que veía el libro titulado Santa Biblia y recordaba las prevenciones que se le
habían hecho acerca de la lectura de ese libro, ora por difícil e
impenetrable, ora por peligroso o heterodoxo. "Yo recuerdo, dice, ese
drama espiritual contradictorio de quien, al ver una cosa santa, siente que
debe buscarla, y por otra parte abriga un temor indefinido y misterioso de
algún mal espíritu escondido allí... Era para mí como si ese libro hubiera
sido escrito a un tiempo por el diablo y por Dios. Y aunque esa impresión
infantil —que veo es general en casos como el mío— se producía en la subconsciencia,
ha sido tan intensa mi desolante duda, que sólo en la madurez de mi vida un
largo contacto con La meditación, sin palabras de
Dios que le den sustancia sobrenatural, se convierte en simple reflexión
—autocrítica en que el juez es tan falible como el reo— cuando no termina por
derivarse al terreno de la imaginación, cayendo en pura cavilación o devaneo.
María guardaba las Palabras repasándolas en su corazón (Lc., 2, 19 y 51): he
aquí la mejor definición de lo que es meditar. Y entonces, lejos de ser una
divagación propia, es un estudio, una noción, una contemplación que nos une a
Dios por su Palabra, que es el Verbo, que es Jesús mismo, Quien esto hace, pasa con Y aquí, para entrar de lleno a
comprender la importancia de conocer el Nuevo Testamento, tenemos que empezar
por hacernos a nosotros mismos una confesión muy íntima: a todos nos parece
raro Jesús. Nunca hemos llegado a confesarnos esto, porque, por un cierto
temor instintivo, no nos hemos atrevido siquiera a plantearnos semejante
cuestión. Pero Él mismo nos anima a hacerlo cuando dice: "Dichoso el que
no se escandalizare de Mí" (Mt., 11, 6; Lc., 7, 23), con lo cual se
anticipa a declarar que, habiendo sido Él anunciado como piedra de escándalo
(Is., 8, 14 y 28, 16; Rom. 9, 33; Mt., 21, 42-44), lo natural en nosotros,
hombres caídos, es escandalizarnos de Él como lo hicieron sus discípulos
todos, según Él lo había anunciado (Mt., 26, 31 y 56). Entrados, pues, en
este cómodo terreno de íntima desnudez —podríamos decir de psicoanálisis
sobrenatural— en la presencia "del Padre que ve en lo secreto" (Mt.
6, 6), podemos aclararnos a nosotros mismos ese punto tan importante para
nuestro interés, con la alegría nueva de saber que Jesús no se sorprende ni
se incomoda de que lo encontremos raro, pues Él sabe bien lo que hay dentro
de cada hombre (Juan, 2, 24-25). Lo sorprendente sería que no lo hallásemos
raro, y podemos afirmar que nadie se libra de comenzar por esa impresión,
pues, como antes decíamos, San Pablo nos revela que ningún hombre simplemente
natural ("psíquico", dice él) percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios (I Cor., 2, 14). Para esto es necesario "nacer de
nuevo", es decir, "renacer de lo alto", y tal es la obra que
hace en nosotros —no en los más sabios sino al contrario en los más pequeños
(Lc., 10, 21)— el Espíritu, mediante el cual podemos
"escrutar hasta las profundidades de Dios" (I Cor., 2, 10). Jesús nos parece raro y paradójico
en muchísimos pasajes del Evangelio, empezando por el que acabamos de citar
sobre la comprensión que tienen los pequeños más que los sabios. Él dice
también que la parte de Marta, que se movía mucho, vale menos que la de María
que estaba sentada escuchándolo; que ama menos aquel a quien menos hay que
perdonarle (Lc., 7, 47); que (quizá por esto) al obrero de la última hora se
le pagó antes que al de la primera (Mt., 20, 8); y, en fin, para no ser
prolijo, recordemos que Él proclama de un modo general que lo que es
altamente estimado entre los hombres es despreciable a los ojos de Dios (Lc.,
16, 15). Esta impresión nuestra sobre Jesús
es harto explicable. No porque Él sea raro en sí, sino porque lo somos
nosotros a causa de nuestra naturaleza degenerada por la caída original. Él
pertenece a una normalidad, a una realidad absoluta, que es la única normal,
pero que a nosotros nos parece todo lo contrario porque, como vimos en el
recordado texto de San Pablo, no podemos comprenderlo naturalmente. "Yo
soy de arriba y vosotros sois de abajo", dice el mismo Jesús (Juan, 8,
23), y nos pasa lo que a los nictálopes que, como el murciélago, ven en la
oscuridad y se ciegan en la luz. Hecha así esta palmaria confesión,
todo se aclara y facilita. Porque entonces reconocemos sin esfuerzo que el
conocimiento que teníamos de Jesús no era vivido, propio, íntimo, sino de oídas
y a través de libros o definiciones más o menos generales y sintéticas, más o
menos ersatz; no era ese conocimiento personal que sólo resulta de una
relación directa. Y es evidente que nadie se enamora ni cobra amistad o
afecto a otro por lo que le digan de él, sino cuando lo ha tratado
personalmente, es decir, cuando lo ha oído hablar. El mismo Evangelio se
encarga de hacernos notar esto en forma llamativa en el episodio de ¿Podría expresarse con mayor
elocuencia que lo hace aquí el mismo Libro divino, lo que significa escuchar
las Palabras de Jesús para darnos el conocimiento directo de su adorable
Persona y descubrirnos ese sello de verdad inconfundible (Juan, 3, 19; 17,
17) que arrebata a todo el que lo escucha sin hipocresía, como Él mismo lo
dice en Juan, 7, 17? El que así empiece a estudiar a
Jesús en el Evangelio, dejará cada vez más de encontrarlo raro. Entonces
experimentará, no sin sorpresa grande y creciente, lo que es creer en Él con
fe viva, como aquellos samaritanos. Entonces querrá conocerlo más y mejor y
buscará los demás Libros del Nuevo Testamento y los Salmos y los Profetas y El amor lee entre líneas.
Imaginemos que un extraño vio en una carta ajena este párrafo: "Cuida tu
salud, porque si no, voy a castigarte". El extraño puso los ojos en la
idea de este castigo y halló dura la carta. Mas vino luego el destinatario de
ella, que era el hijo a quien su padre le escribía, y al leer esa amenaza de
castigarle si no se cuidaba, se puso a llorar de ternura viendo que el alma
de aquella carta no era la amenaza sino el amor siempre despierto que le
tenía su padre, pues si le hubiera sido indiferente no tendría ese deseo
apasionado de que estuviera bien de salud. Nuestras notas y comentarios,
después de dar la exégesis necesaria para la inteligencia de los pasajes en
el cuadro general de La bondad del divino Padre nos ha
mostrado por experiencia a muchas almas que así se han acercado a Él mediante
la miel escondida en su Palabra y que, adquiriendo la inteligencia de Para ello sólo se pide atención,
pues claro está que el que no lee no puede saber. Como cebo para esta
curiosidad perseverante, se nos brindan aquí todos los misterios del tiempo y
de la eternidad. ¿Hay algún libro mágico que pretenda lo mismo? Sólo quedarán excluidos de este
banquete los que fuesen tan sabios que no necesitasen aprender; tan buenos,
que no necesitasen mejorarse; tan fuertes, que no necesitasen protección. Por
eso los fariseos se apartaron de Cristo, que buscaba a los pecadores. ¿Cómo
iban ellos a contarse entre las "ovejas perdidas"? Por eso el Padre
resolvió descubrir a los insignificantes esos misterios que los importantes
—así se creían ellos— no quisieron aprender (Mt. 11, 25). Y así llenó de
bienes a los hambrientos de luz y dejó vacíos a aquellos "ricos"
(Lc. 1, 53). Por eso se llamó a los lisiados al banquete que los normales
habían desairado (Lc., 14, 15-24). Y Dios es así; ama con predilección fortísima a los que son pequeños, humildes,
víctimas de la injusticia, como fue Jesús: y entonces se explica que a éstos,
que perdonan sin vengarse y aman a los enemigos, Él les perdone todo y los
haga privilegiados. Dios es así; inútil tratar de que Él se ajuste a los
conceptos y normas que nos hemos formado, aunque nos parezcan lógicos, porque
en el orden sobrenatural Él no admite que nadie sepa nada si no lo ha
enseñado Él (Juan, 6, 45; Hebr., 1, 1 s.). Dios es así; y por eso el mensaje
que Él nos manda por su Hijo Jesucristo en el Evangelio nos parece
paradójico. Pero Él es así; y hay que tomarlo como es, o buscarse otro Dios,
pero no creer que Él va a modificarse según nuestro
modo de juzgar. De ahí que, como le decía San Agustín a San Jerónimo, la
actitud de un hombre recto está en creerle a Dios por su sola Palabra, y no
creer a hombre alguno sin averiguarlo. Porque los hombres, como dice Hello,
hablan siempre por interés o teniendo presente alguna conveniencia o
prudencia humana que los hace medir el efecto que sus palabras han de
producir; en tanto que Dios, habla para enseñar la verdad desnuda, purísima,
santa, sin desviarse un ápice por consideración alguna. Recuérdese que así
hablaba Jesús, y por eso lo condenaron, según lo dijo Él mismo. (Véase Juan
8, 37, 38, 40, 43, 45, 46 y 47; Mt., 7, 29, etc.). "Me atrevería a
apostar —dice un místico— que cuando Dios nos muestre sin velo todos los
misterios de las divinas Escrituras, descubriremos que si había palabras que
no habíamos entendido era simplemente porque no fuimos capaces de creer sin
dudar en el amor sin límites que Dios nos tiene y de sacar las consecuencias
que de ellos se deducían, como lo habría hecho un niño". Vengamos, pues, a buscarlo en este
mágico "receptor" divino donde, para escuchar su voz, no tenemos
más que abrir como llave del dial la tapa del Libro eterno. Y digámosle
luego, como le decía un alma creyente: "¡Maravilloso campeón de los
pobres afligidos y más maravilloso campeón de los pobres en el espíritu, de
los que no tenemos virtudes, de los que sabemos la corrupción de nuestra
naturaleza y vivimos sintiendo nuestra incapacidad, temblando ante la idea de
tener que entrar, como agrada a los fariseos que Tú nos denunciaste, en el
"viscoso terreno de los méritos propios"! Tú, que viniste para
pecadores y no para justos, para enfermos y no para sanos, no tienes asco de
mi debilidad, de mi impotencia, de mi incapacidad para hacerte promesas que
luego no sabría cumplir, y te contentas con que yo te dé en esa forma el
corazón, reconociendo que soy la nada y Tú eres el todo, creyendo y confiando
en tu amor y en tu bondad hacia mí, y entregándome a escucharte y a seguirte
en el camino de las alabanzas al Padre y del sincero amor a mis hermanos,
perdonándolos y sirviéndolos como Tú me perdonas y me sirves a mí, ¡oh, Amor
santísimo!". Otra de las cosas que llaman la
atención al que no está familiarizado con el Nuevo Testamento es la notable
frecuencia con que, tanto los Evangelios como las Epístolas y el Apocalipsis,
hablan de No queremos terminar sin dejar
aquí un recuerdo agradecido al que fue nuestro primero y querido mentor,
instrumento de los favores del divino Padre: Monseñor doctor Paul W. von
Keppler, Obispo de Rotenburgo, pío exegeta y sabio profesor de Tubinga y
Friburgo, que nos guió en el estudio de las Sagradas Escrituras. De él
recibimos, durante muchos años, el estímulo de nuestra temprana vocación
bíblica con el creciente amor a la divina Palabra y la orientación a buscar
en ella, por encima de todo, el tesoro escondido de la sabiduría
sobrenatural. A él pertenecen estas palabras, ya célebres, que hacemos
nuestras de todo corazón y que caben aquí, más que en ninguna otra parte,
como la mejor introducción o "aperitivo" a la lectura del Nuevo
Testamento que él enseñó fervorosamente, tanto en la cátedra, desde la edad
de 31 años, como en toda su vida, en la predicación, en la conversación
íntima, en los libros, en la literatura y en las artes, entre las cuales él
ponía una como previa a todas: "el arte de la alegría".
"Podría escribirse, dice, una teología de la alegría. No faltaría
ciertamente material, pero el capítulo más fundamental y más interesante
sería el bíblico. Basta tomar un libro de concordancia o índice de San Mateo De la vida de San Mateo, que antes
se llamaba Leví, sabemos muy poco. Era publicano, es decir, recaudador de
tributos, en Cafarnaúm, hasta que un día Jesús lo llamó al apostolado diciéndole
simplemente: “Sígueme”; y Leví “levantándose le siguió” (Mat. 9, 9). Su vida apostólica se desarrolló
primero en Palestina, al lado de los otros Apóstoles; más tarde predicó
probablemente en Etiopía (África), donde a lo que parece también padeció el
martirio. Su cuerpo se venera en San Mateo fue el primero en
escribir El fin que San Mateo se propuso
fue demostrar que Jesús es el Mesías prometido, porque en Él se han cumplido
los vaticinios de los Profetas. Para sus lectores inmediatos no había mejor
prueba que ésta, y también nosotros, experimentamos, al leer su Evangelio, la
fuerza avasalladora de esa comprobación. Marcos Marcos, que antes se llamaba Juan,
fue hijo de aquella María en cuya casa se solían reunir los discípulos del
Señor (Hech. 12, 12). Es muy probable que la misma casa sirviera de escenario
para otros acontecimientos sagrados, como la última Cena y la venida del
Espíritu Santo. Con su primo Bernabé acompañó
Marcos a San Pablo en el primer viaje apostólico, hasta la ciudad de Perge de
Panfilia (Hech. 13, 13). Más tarde, entre los años 61-63, lo encontramos de
nuevo al lado del Apóstol de los gentiles cuando éste estaba preso en Roma. San Pedro llama a Marcos su
"hijo" (I Pedr. 5, 13), lo que hace suponer que fue bautizado por
el Príncipe de los Apóstoles. La tradición más antigua confirma por
unanimidad que Marcos en Roma transmitía a la gente las enseñanzas de su
padre espiritual, escribiendo allí, en los años 50-60, su Evangelio, que es
por consiguiente, el de San Pedro. El fin que el segundo Evangelista se propone, es demostrar que Jesucristo es
Hijo de Dios y que todas las cosas de la naturaleza y aun los demonios le
están sujetos. Por lo cual relata principalmente los milagros y la expulsión
de los espíritus inmundos. El Evangelio de San Marcos, el más
breve de los cuatro, presenta en forma sintética, muchos pasajes de los
sinópticos, no obstante lo cual reviste singular interés, porque narra
algunos episodios que le son exclusivos y también por muchos matices propios,
que permiten comprender mejor los demás Evangelios. Murió San Marcos en Alejandría de
Egipto, cuya iglesia gobernaba. La ciudad de Venecia, que lo tiene por
patrono, venera su cuerpo en la catedral. Lucas El autor del tercer Evangelio,
"Lucas, el médico" (Col. 4, 14), era un sirio nacido en Antioquía,
de familia pagana. Tuvo la suerte de convertirse a la fe de Jesucristo y
encontrarse con San Pablo, cuyo fiel compañero y discípulo fue por muchos
años, compartiendo con él hasta la prisión en Roma. Según su propio testimonio (1, 3)
Lucas se informó "de todo exactamente desde su primer origen" y
escribió para dejar grabada la tradición oral (1, 4). No cabe duda de que una
de sus principales fuentes de información fue el mismo Pablo, y es muy
probable que recibiera informes también de la santísima Madre de Jesús,
especialmente sobre la infancia del Señor, que Lucas es el único en
referirnos con cierto detalle. Por sus noticias sobre el Niño y su Madre, se
le llamó el Evangelista de Lucas es llamado también el Evangelista de la misericordia, por ser el único que nos
trae las parábolas del Hijo Pródigo, de Este tercer Evangelio fue escrito
en Roma a fines de la primera cautividad de San Pablo, o sea entre los años
62 y 63. Sus destinatarios son los cristianos de las iglesias fundadas por el
Apóstol de los Gentiles, así como Mateo se dedicó más especialmente a mostrar
a los judíos el cumplimiento de las profecías realizadas en Cristo. Por eso
el Evangelio de San Lucas contiene un relato de la vida de Jesús que podemos
considerar el más completo de todos y hecho a propósito para nosotros los
cristianos de la gentilidad. Juan San Juan, natural de Betsaida de
Galilea, fue hermano de Santiago el Mayor, hijos ambos de Zebedeo, y de
Salomé, hermana de Juan era aquel discípulo "al
cual Jesús amaba" y que en la última Cena estaba "recostado sobre
el pecho de Jesús" (Juan 13, 23), como amigo de su corazón y testigo
íntimo de su amor y de sus penas. Después de Además del Apocalipsis y tres
Epístolas, compuso a fines del primer siglo, es decir, unos 30 años después
de los Sinópticos y de la caída del Templo, este Evangelio, que tiene por
objeto robustecer la fe en la mesianidad y divinidad de Jesucristo, a la par
que sirve para completar los Evangelios anteriores, principalmente desde el
punto de vista espiritual, pues ha sido llamado el Evangelista del amor. Su lenguaje es de lo más alto que
nos ha legado LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES El libro de los Hechos no pretende
narrar lo que hizo cada uno de los apóstoles, sino que toma, como lo hicieron
los evangelistas, los hechos principales que el Espíritu santo ha sugerido al
autor para alimento de nuestra fe (cf. Luc. 1,4; Juan 20,31). Dios nos muestra aquí, con un
interés histórico y dramático incomparable lo que fue la vida y el apostolado
de No hay duda de que ese autor es la
misma persona que escribió el tercer Evangelio. Terminado éste, San Lucas
retoma el hilo de la narración y compone el libro de los Hechos (véase 1,1),
que dedica al mismo Teófilo (Luc. 1,1 ss.). Los santos Padres, principalmente
S. Policarpo, S. Clemente Romano, S. Ignacio Mártir, S. Ireneo, S. Justino
etc., como también la crítica moderna, atestiguan y reconocen que se trata
unánimemente de una obra de Lucas, nativo sirio antioqueno, médico y
colaborador de San Pablo, con quien se presenta él mismo en muchos pasajes de
su relato (16, 10-17; 20, 5-15; 21,1-18; 27,1-28, 16). Escribió, en griego,
el idioma corriente entonces, de cuyo original procede la presente versión,
pero su lenguaje contiene también aramaísmos que denuncian la nacionalidad del
autor. La composición data de Roma hacia
el año 63, poco antes del fin de la primera prisión romana de S. Pablo, es
decir cinco años antes de su muerte y también antes de la terrible
destrucción de Jerusalén (70 d.C.), o sea cuando la vida y el culto de Israel
continuaban normalmente. El objeto de S. Lucas en este
escrito es, como en su Evangelio (Luc. 1,4), confirmarnos en la fe y enseñar
la universalidad de la salud traída por Cristo, la cual se manifiesta primero
entre los judíos de Jerusalén, después de Palestina y por fin entre los
gentiles. El cristiano de hoy, a menudo
ignorante en esta materia, comprende así mucho mejor, gracias a este libro,
el verdadero carácter de El admirable Libro, cuya perfecta
unidad reconoce aún la crítica más adversa, podría llamarse también de los
“Hechos de Cristo Resucitado”. “Sin él, fuera de algunos rasgos esparcidos en
las Epístolas de S. Pablo, en las Epístolas Católicas y en los raros
fragmentos que nos restan de los primeros escritores eclesiásticos, no
conoceríamos nada del origen de S. Jerónimo resume, en la carta al
presbítero Paulino, su juicio ante este divino Libro en las siguientes
palabras: “El Libro de los Hechos de los Apóstoles parece contar una sencilla
historia, y tejer la infancia de LAS EPÍSTOLAS DE SAN PABLO Saulo, que después de convertido
se llamó Pablo —esto es, "pequeño"—, nació en Tarso de Cilicia, tal
vez en el mismo año que Jesús, aunque no lo conoció mientras vivía el Señor.
Sus padres, judíos de la tribu de Benjamín (Rom. 11, 1; Filip. 3, 5), le
educaron en la afición a Las tradiciones humanas de su casa
y su escuela, y el celo farisaico por Desde Damasco fue Pablo al
desierto de Arabia (Gál. 1, 17) a fin de prepararse, en la soledad, para esa
misión apostólica. Volvió a Damasco, y después de haber tomado contacto en
Jerusalén con el Príncipe de los Apóstoles, regresó a su patria hasta que su
compañero Bernabé le condujo a Antioquía, donde tuvo oportunidad para mostrar
su fervor en la causa de los gentiles y la doctrina de Terminado el tercer viaje, fue
preso y conducido a Roma, donde sin duda recobró la libertad hacia el año 63,
aunque desde entonces los últimos cuatro años de su vida están en la
penumbra. Según parece, viajó a España (Rom. 15, 24 y 28) e hizo otro viaje a
Oriente. Murió en Roma, decapitado por los verdugos de Nerón, el año 67, en
el mismo día del martirio de San Pedro. Sus restos descansan en la basílica
de San Pablo en Roma. Los escritos paulinos son
exclusivamente cartas, pero de tanto valor doctrinal y tanta profundidad
sobrenatural como un Evangelio. Las enseñanzas de las Epístolas a los
Romanos, a los Corintios, a los Efesios, y otras, constituyen, como dice San
Juan Crisóstomo, una mina inagotable de oro, a la cual hemos de acudir en
todas las circunstancias de la vida, debiendo frecuentarlas mucho hasta familiarizarnos
con su lenguaje, porque su lectura —como dice San Jerónimo— nos recuerda más
bien el trueno que el sonido de palabras. San Pablo nos da a través de sus
cartas un inmenso conocimiento de Cristo. No un conocimiento sistemático,
sino un conocimiento espiritual que es lo que importa. Él es ante todo el
Doctor de No hemos de olvidar, pues, que San
Pablo fue elegido por Dios para Apóstol de los gentiles (Hech. 13, 2 y 47;
26, 17 s.; Rom. 1, 5), es decir, de nosotros, hijos de paganos, antes
"separados de la sociedad de Israel, extraños a las alianzas, sin esperanza
en la promesa y sin Dios en este mundo" (Ef. 2, 12), y que entramos en
la salvación a causa de la incredulidad de Israel (véase Rom. 11, 11 ss.; cf.
Hech. 28, 23 ss. y notas), siendo llamados al nuevo y gran misterio del
Cuerpo Místico (Ef. 1, 22 s.; 3, 4-9; Col. 1, 26). De ahí que Pablo resulte
también para nosotros, el grande e infalible intérprete de las Escrituras
antiguas, principalmente de los Salmos y de los Profetas, citados por él a
cada paso. Hay Salmos cuyo discutido significado se fija gracias a las citas
que San Pablo hace de ellos; por ejemplo, el Salmo 44, del cual el apóstol
nos enseña que es nada menos que el elogio lírico de Cristo triunfante, hecho
por boca del divino Padre (véase Hebr. 1, 8 s.). Lo mismo puede decirse de S.
2, 7; 109, 4, etc. El canon contiene 14 Epístolas que
llevan el nombre del gran apóstol de los gentiles, incluso la destinada a los
Hebreos. Algunas otras parecen haberse perdido (1
Cor. 5, 9; Col. 4, 16). La sucesión de las Epístolas paulinas
en el canon, no obedece al orden cronológico, sino más bien a la importancia
y al prestigio de sus destinatarios. La de los Hebreos,
como dice Chaine, si fue agregada al final de Pablo y no entre las
"católicas", fue a causa de su origen, pero ello no implica
necesariamente que sea posterior a las otras. En cuanto a las fechas y lugar de
la composición de cada una, remitimos al lector a las indicaciones que damos
en las notas iniciales. Carta a los Romanos San Pablo escribió esta Carta
desde Corinto, a principios del año 58, con el ánimo de preparar su viaje a
Roma, acreditando sus títulos ante esos fieles, que no lo conocían aún.
Muchos la consideran posterior a I Carta a los Corintios El Apóstol escribió esta epístola
durante su tercer viaje apostólico, en Efeso, a principios del año 57. Entre
los cristianos de Corinto se habían producido disensiones y partidos que se
combatían mutuamente: uno de Apolo, otros de Pedro y de Pablo, y hasta uno
que se proclamaba partido de Cristo. Además, cundían entre ellos grandes
abusos y escándalos, procesos y pleitos, desórdenes en los ágapes, ciertas
libertades de las mujeres en II Carta a los Corintios Esta segunda epístola fue escrita
poco después de la primera, a fines del año 57, en Macedonia, durante el
viaje del Apóstol de Efeso a Corinto. Tito, colaborador de S. Pablo, le trajo
buenas noticias de Corinto, donde la primera carta había producido excelentes
resultados. La mayoría acataba las amonestaciones de su padre espiritual. No
obstante, existían todavía intrigas que procedían de judíos y
judío-cristianos. Para deshacerlas les escribió el Apóstol por segunda vez
antes de llegarse personalmente a ellos. Carta a los Gálatas Los habitantes de Galacia,
provincia del Asia Menor, fueron ganados al Evangelio por S. Pablo en su
segundo y tercer viaje apostólico. Poco después llegaron judíos o
judío-cristianos que se les enseñaban "otro Evangelio", es decir,
un Jesucristo deformado y estéril, exigiendo que se circuncidasen y
cumpliesen Carta a los Efesios Toda esta epístola es un
insondable abismo de misterios divinos que hemos de conocer porque nos
revelan el plan de Dios sobre nuestro destino, e influyen de un modo decisivo
en nuestra vida espiritual situándonos en la verdadera posición,
infinitamente feliz, que nos corresponde gracias a Carta a los Filipenses La cristiandad de Filipos, ciudad
principal de Macedonia, y primicias de la predicación de S. Pablo en Europa,
había enviado una pequeña subvención para aliviar la vida del Apóstol durante
su prisión en Roma. Conmovido por el gran cariño de sus hijos en Cristo, el
Apóstol, desde lo que él llama sus cadenas por el Evangelio, les manda una
carta de agradecimiento, que es, a la vez, un modelo y un testimonio de la
ternura con que abrazaba a cada una de las Iglesias por él fundadas. Carta a los Colosenses El Apóstol escribe esta carta
desde Roma donde estaba preso, hacia el año 62, con el fin de explayarles,
como a los Efesios, aspectos siempre nuevos del Misterio de Cristo, y de paso
desenmascarar a los herejes que se habían introducido en la floreciente comunidad
cristiana, "con apariencia de piedad" (II Tim. 3, 5), inquietándola
con doctrina falsas tomadas del judaísmo y paganismo (necesidad de I Carta a los Tesalonicenses Tesalónica (hoy Salónica), capital
de Macedonia, recibió la luz del Evangelio en el segundo viaje apostólico de
S. Pablo. No pudiendo detenerse allí a causa de la sedición de los judíos, el
Apóstol se dirige a ellos mediante esta carta, escrita en Corinto hacia el
año 52 -es decir, que es la primera de todas las epístolas- para confirmarlos
en los fundamentos de la fe y la vocación de la santidad, y consolarlos
acerca de los muertos con los admirables anuncios que les revela sobre la
resurrección y la segunda venida de Cristo II Carta a los Tesalonicenses Esta segunda carta fue también
escrita en Corinto, poco después de la anterior, como lo acredita la
permanencia de Silvano y Timoteo (cf. I Tes. 1, 1), para tranquilizar a los
tesalonicenses que, por lo que se ve (2, 2 y nota), eran engañados por
algunos sobre el alcance de aquella carta, cuyo contenido, lejos de rectificarlo,
confirma el Apóstol en 2, 15 (Vulg. 2, 14). Porque no faltaban quienes
descuidaban sus deberes cotidianos, creyendo que el día de Cristo había
pasado ya, y que por consiguiente, el trabajo no tenía valor (cf. I Tes. 4,
16), o que las persecuciones que sufrían (v. 4; I Tes. 2, 14) pudiesen ser ya
las del "día grande y terrible del Señor" sin que ellos hubiesen
sido librados por el advenimiento de Cristo y la reunión con El (2, 1). S.
Pablo los confirma en su esperanza (v. 5-12) y les da las aclaraciones necesarias
refiriéndose en forma sucinta a lo que largamente les había conversado en su
visita. De ahí que, para nosotros, el lenguaje de esta carta tenga hoy algún
punto oscuro que no lo era entonces para los tesalonicenses (cf. 2, 5).
"¿No debe esto despertarnos una santa emulación para no saber hoy menos
que aquellos antiguos?". I Carta a Timoteo Timoteo, hijo de padre pagano y
madre judía, era el discípulo más querido de Pablo, socio en su segundo viaje
apostólico y compañero durante el primer cautiverio en Roma. Después de ser
puesto en libertad, Pablo le llevó al Asia Menor, donde le confió la
dirección de II Carta a Timoteo El entrañable amor de S. Pablo a
su "hijo carísimo" es el móvil ocasional de esta segunda carta,
escrita en Roma en el año 66 ó 67, que contiene, podemos decir, el testamento
espiritual de Pablo como Apóstol y Mártir. Estaba de nuevo en cadenas, esta
vez en la cárcel mamertina, y sentía la proximidad del martirio, por lo cual
pide a Timoteo que se llegue a Roma tan pronto como le fuese posible, y con
tal motivo exhorta a sus discípulos a la constancia en la fe, les anuncia la
apostasía y los previene contra las deformaciones de la doctrina y la
defección de muchos pretendidos apóstoles. Desilusionado al ver que
"todos buscan sus propios intereses (Filip. 2, 21), Pablo se complace en
destacar que al menos en Timoteo la fe no es fingida. A nadie tenía tan unido
en espíritu como a él (Filip. 2, 20). Carta a Tito La presente carta, contemporánea
de la primera a Timoteo, fue dirigida, hacia el año Carta a Filemón Una mera carta privada, casi una
esquela; pero sin embargo una joya de Carta a los Hebreos ¿Por qué una carta a los Hebreos?
Véase la explicación en 8, 4 y nota. Si bien el final de la carta muestra que
fue para una colectividad determinada, su doctrina era para los
judío-cristianos en general. También Santiago y S. Pedro se dirigen
epistolarmente, y en varios discursos de los Hechos, a todos los Hebreos de
la dispersión (Sant. 1, 1; I Pedr. 1, 1), muchos de los cuales se hallaban en
peligro de perder la fe y volver al judaísmo, no sólo por las persecuciones a
que estaban expuestos, sino más bien por la lentitud de su progreso
espiritual (5, 12 y nota) y la atracción que ejercía sobre ellos la
magnificencia del Templo y el culto de sus tradiciones. El amor que el
Apóstol tiene a sus compatriotas (Rom. 9, 1 ss.) le hace insistir aquí en
predicarles una vez más como lo hacía en sus discursos de los Hechos, no
obstante su reiterada declaración de pasarse a los gentiles (Hech. 13, 46;
18, 6 y notas). Su fin es inculcarles la preexcelencia de LAS CARTAS CATÓLICAS La carta de Santiago es la primera
entre las siete Epístolas no paulinas que, por no señalar varias de ellas un
destinatario especial, han sido llamadas genéricamente católicas o
universales, aunque en rigor la mayoría de ellas se dirige a la cristiandad
de origen judío, y las dos últimas de S. Juan tienen un encabezamiento aún
más limitado. S. Jerónimo las caracteriza diciendo que "son tan ricas en
misterios como sucintas, tan breves en palabras como largas en
sentencias". Carta del Apóstol Santiago El autor, que se da a sí mismo el
nombre de "Santiago, siervo de Dios y de nuestro Señor Jesucristo",
es el Apóstol que solemos llamar Santiago el Menor, hijo de Alfeo o Cleofás
(Mt. 10, 3) y de María (Mt. 27, 56), "hermana" (o pariente) de Santiago es mencionado por S.
Pablo entre las "columnas" o apóstoles que gozaban de mayor
autoridad en Escribió esta carta no mucho antes
de padecer el martirio y con el objeto especial de fortalecer a los
cristianos del judaísmo que a causa de la persecución estaban en peligro de
perder la fe (cf. la introducción a Ellos son de profesión cristiana,
pues creen en el Señor Jesucristo de La no alusión a los paganos se ve
en que Santiago omite referirse a lo que S. Pablo suele combatir en éstos:
idolatría, impudicia, ebriedad (cf. I Cor. 6, 9 ss.; Gál. 5, 19 ss.). En
cambio, El estilo es conciso, sentencioso
y extraordinariamente rico en imágenes, siendo clásicas por su elocuencia las
que dedica a la lengua en el capítulo 3 y a los ricos en el capítulo 5 y el
paralelo de éstos con los humildes en el capítulo 2. Más que en los misterios
sobrenaturales de la gracia con que suele ilustrarnos S. Pablo, especialmente
en las Epístolas de la cautividad, la presente es una vigorosa meditación
sobre la conducta frente al prójimo y por eso se la ha llamado a veces el
Evangelio social. I Carta del Apóstol Pedro Simón Bar Jona (hijo de Jonás), el
que había de ser San Pedro (Hech. 15, 14; II Pedro 1, 1), fue llamado al
apostolado en los primeros días de la vida pública del Señor, quien le dio el
nombre de Cefas (en arameo Kefa), o sea, "piedra", de donde el
griego Petros, Pedro (Juan 1, 42). Vemos en Mt. 16, 17-19, cómo Jesús lo
distinguió entre los otros discípulos, haciéndolo "Príncipe de los
Apóstoles" (Juan 21, 15 ss.). S. Pablo nos hace saber que a él mismo,
como Apóstol de los gentiles, Jesús le había encomendado directamente (Gál.
1, 11 s.) el evangelizar a éstos, mientras que a Pedro, como a Santiago y a
Juan, la evangelización de los circuncisos o israelitas (Gál. 2, 7-9; cf.
Sant. 1, 1 y nota). Desde Pentecostés predicó Pedro en Jerusalén y Palestina,
pero hacia el año 42 se trasladó a "otro lugar" (Hech. 12, 17 y nota),
no sin haber antes admitido al bautismo al pagano Cornelio (Hech. 10), como
el diácono Felipe lo había hecho con el "prosélito" etíope (Hech.
8, 26 ss.). Pocos años más tarde lo encontramos nuevamente en Jerusalén,
presidiendo el Concilio de los Apóstoles (Hech. 15) y luego en Antioquía. Su primera Carta se considera
escrita poco antes de estallar la persecución de Nerón, es decir, cerca del
año 63 (cf. II Pedro 1, 1 y nota), desde Roma a la que llama Babilonia por la
corrupción de su ambiente pagano (5, 13). Su fin es consolar principalmente a
los hebreos cristianos dispersos (1, 1) que, viviendo también en un mundo
pagano, corrían el riesgo de perder la fe. Sin embargo, varios pasajes
atestiguan que su enseñanza se extiende también a los convertidos de la
gentilidad (cf. 2, 10 y nota). A los mismos destinatarios (II Pedro 3, 1),
pero extendiéndola "a todos los que han alcanzado fe" (1, 1) va
dirigida la segunda Carta, que el Apóstol escribió, según lo dice, poco antes
de su martirio (II Pedro 1, 14), de donde se calcula su fecha por los años de
64-67. "De ello se deduce como probable que el autor escribió de Roma",
quizá desde la cárcel. En las comunidades cristianas desamparadas se habían
introducido ya falsos doctores que despreciaban las Escrituras, abusaban de
la grey y, sosteniendo un concepto perverso de la libertad cristiana, decían
también que Jesús nunca volvería. Contra ésos y contra los muchos imitadores
que tendrán en todos los tiempos hasta el fin, levanta su voz el Jefe de los
Doce, para prevenir a las Iglesias presentes y futuras, siendo de notar que
mientras Pedro usa generalmente los verbos en futuro, Judas, su paralelo, se
refiere ya a ese problema como actual y apremiante (Judas 3 s.; cf. II Pedro
3, 17 y nota). En estas breves cartas —las dos
únicas "Encíclicas" del Príncipe de los apóstoles— llenas de la más
preciosa doctrina y profecía, vemos la obra admirable del Espíritu Santo, que
transformó a Pedro después de Pentecostés. Aquel ignorante, inquieto y
cobarde pescador y negador de Cristo es aquí el apóstol lleno de caridad, de
suavidad y de humilde sabiduría, que (como Pablo en II Tim. 4, 6), nos anuncia
la proximidad de su propia muerte que el mismo Cristo le había pronosticado
(Juan 21, 28). San Pedro nos pone por delante, desde el principio de la
primera Epístola hasta el fin de la segunda, el misterio del futuro retorno
de nuestro Señor Jesucristo como el tema de meditación por excelencia para
transformar nuestras almas en la fe, el amor y la esperanza (cf. Sant. 5, 7
ss.; y Jud. 20 y notas). "La principal enseñanza dogmática de Poco podría prometerse de la fe de
aquellos cristianos que, llamándose hijos de II Carta del Apóstol Pedro Esta segunda carta de S. Pedro es
(como lo fue la segunda de Pablo a Timoteo) el testamento del Príncipe de los
Apóstoles, pues fue escrita poco antes de su martirio (v. 14) probablemente
desde la cárcel de Roma entre los años 64 y 67. Los destinatarios son todas
las comunidades cristianas del Asia Menor o sea que su auditorio no es tan
limitado a los judío-cristianos como el de Santiago (cf. Sant. 1, 1). I Carta del Apóstol Juan Las tres Cartas que llevan el
nombre de San Juan —una más general, importantísima, y las otras muy breves—
han sido escritas por el mismo autor del cuarto Evangelio (véase su nota
introductoria). Este es, dice el Oficio de San Juan, aquel discípulo que
Jesús amaba (Juan 21, 7) y al que fueron revelados los secretos del cielo;
aquel que se reclinó en La primera Epístola carece de
encabezamiento, lo que dio lugar a que algunos dudasen de su autenticidad.
Mas, a pesar de faltar el nombre del autor, existe una unánime y constante
tradición en el sentido de que esta Carta incomparablemente sublime ha de
atribuirse, como las dos que le siguen y el Apocalipsis, al Apóstol San Juan,
hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor, y así lo confirmó el Concilio
Tridentino al señalar el canon de las Sagradas Escrituras. La falta de título
al comienzo y de saludo al final se explicaría, según la opinión común, por
su íntima relación con el cuarto Evangelio, al cual sirve de introducción
(cf. 1, 3), y también de corolario, pues se ha dicho con razón que si el
Evangelio de San Juan nos hace franquear los umbrales de la casa del Padre,
esta Epístola íntimamente familiar hace que nos sintamos allí como
"hijitos" en la propia casa. Según lo dicho se calcula que data
de fines del primer siglo y se la considera dirigida, como el Apocalipsis, a
las iglesias del Asia proconsular —y no sólo a aquellas siete del Apocalipsis
(cf. 1, 4 y notas)— de las cuales, aunque no eran
fundadas por él se habría hecho cargo el Apóstol después de su destierro en
Patmos, donde escribiera su gran visión profética. El motivo de esta Carta
fue adoctrinar a los fieles en los secretos de la vida espiritual para
prevenirlos principalmente contra el pregnosticismo y los avances de los
nicolaítas que contaminaban la viña de Cristo. Y así la ocasión de escribirla
fue probablemente la que el mismo autor señala en 2, 18 s., como sucedió
también con la de Judas (Judas 3 s.). Veríamos así a Juan, aunque
"Apóstol de la circuncisión" (Gál. 2, 9), instalado en Éfeso y
aleccionando —treinta años después del Apóstol de los Gentiles y casi otro
tanto después de la destrucción de Jerusalén— no sólo a los cristianos de
origen israelita sino también a aquellos mismos gentiles a quienes San Pablo
había escrito las más altas Epístolas de su cautividad en Roma. Pablo
señalaba la posición doctrinal de hijos del Padre. Juan les muestra la íntima
vida espiritual como tales. No se nota en II Carta del Apóstol Juan En la segunda Epístola -como en la
tercera- San Juan se llama a sí mismo "el anciano" (en griego
presbítero), título que se da también San Pedro haciéndolo extensivo a los jefes
de las comunidades cristianas (I Pedro 5, 1) y que se daba sin duda a los
apóstoles, según lo hace presumir la declaración de Papías, obispo de
Hierápolis, al referir cómo él se había informado de lo que habían dicho
"los ancianos Andrés, Pedro, Felipe, Tomás, Juan". El padre
Bonsirven, que trae estos datos, nos dice también que las dudas sobre la
autenticidad de estas dos Cartas de San Juan "comenzaron a suscitarse a
fines del siglo II cuando diversos autores se pusieron a condenar el milenarismo;
descubriendo milenarismo en el Apocalipsis, se resistían a atribuirlo al
Apóstol Juan y lo declararon, en consecuencia, obra de ese presbítero Juan de
que habla Papías, y así, por contragolpe, el presbítero Juan fue puesto por
varios en posesión de las dos pequeñas Epístolas". Pirot anota asimismo
que "para poder negar al Apocalipsis la autenticidad joanea, Dionisio de
Alejandría la niega también a nuestras dos pequeñas cartas". III Carta del Apóstol Juan La tercera Carta de Juan es más de
carácter personal, pero en ésta nos muestra el santo apóstol, como en la
primera, tanto la importancia y valor del amor fraterno —que constituían,
según una conocida tradición, el tema permanente de sus exhortaciones hasta
su más avanzada ancianidad— cuanto la necesidad de atenerse a las primitivas
enseñanzas para defenderse contra todos los que querían ir "más
allá" de las Palabras de Jesucristo (II Juan 9), ya sea añadiéndoles o
quitándoles algo (Apoc. 22, 18), ya queriendo obsequiar a Dios de otro modo
que como Él había enseñado (cf. Sab. 9, 10; Is. 1, 11 ss.), ya abusando del
cargo pastoral en provecho propio como Diótrefes (III Juan 9). Pirot hace
notar que "el Apocalipsis denunciaba la presencia en Pérgamo de
nicolaítas contra los cuales la resistencia era peligrosamente insuficiente
(Apoc. 2, 14-16)" por lo cual, dado que las Constituciones Apostólicas
mencionan a Gayo el destinatario de esta Carta, al frente de dicha iglesia
(como a Demetrio en la de Filadelfia), sería procedente suponer que aquélla
fuese la iglesia confiada a Diótrefes y que éste hubiese sido reemplazado
poco más tarde por aquel fiel amigo de Juan. Judas San Judas, hermano de Santiago el
Menor, compuso la carta entre los años 62 y 67, con el fin de fortalecer en
la fe a los judío-cristianos y prevenirlos contra la doctrina de los falsos
doctores. Dado que esta es una preocupación común en todos los escritos
apostólicos, en muchos pasajes tiene esta Carta notoria semejanza con El Apocalipsis Apocalipsis, esto es, Revelación
de Jesucristo, se llama este misterioso Libro, porque en él domina la idea de
la segunda Venida de Cristo (cf. 1, 1 y 7; I Pedro 1, 7 y 13). Es el último
de toda Su autor es Juan, siervo de Dios
(1, 2) y desterrado por causa del Evangelio a la isla de Patmos (1, 9). No
existe hoy duda alguna de que este Juan es el mismo que nos dejó también el
Cuarto Evangelio y las tres Cartas que en el Canon llevan su nombre. "La
antigua tradición cristiana (Papías, Justino, Ireneo, Teófilo, Cipriano,
Tertuliano, Hipólito, Clemente Alejandrino, Orígenes, etc.) reconoce por
autor del Apocalipsis al Apóstol San Juan" (Schuster-Holzammer). Vigouroux, al refutar a la crítica
racionalista, hace notar cómo este reconocimiento del Apocalipsis como obra
del discípulo amado fue unánime hasta la mitad del siglo III, y sólo entonces
"empezó a hacerse sospechoso" el divino Libro a causa de los escritos
de su primer opositor Dionisio de Alejandría, que dedicó todo el capítulo 25
de su obra contra Nepos a sostener su opinión de que el Apocalipsis no era de
S. Juan "alegando las diferencias de estilo que señalaba con su sutileza
de alejandrino entre los Evangelios y Epístolas por una parte y el
Apocalipsis por la otra". Por entonces "la opinión de Dionisio era
tan contraria a la creencia general que no pudo tomar pie ni aún en S. Juan escribió el Apocalipsis en
Patmos, una de las islas del mar Egeo que forman parte del Dodecaneso,
durante el destierro que sufrió bajo el emperador Domiciano, probablemente
hacia el año 96. Las destinatarias fueron "las siete Iglesias de
Asia" (Menor), cuyos nombres se mencionan en 1, 11 (cf. nota) y cuya
existencia, dice Gelin, podría explicarse por la irradiación de los judíos
cristianos de Pentecostés (Hech. 2, 9), así como Pablo halló en Éfeso algunos
discípulos del Bautista (Hech. 19, 2). El objeto de este Libro, el único
profético del Nuevo Testamento, es consolar a los cristianos en las continuas
persecuciones que los amenazaban, despertar en ellos "la bienaventurada
esperanza" (Tito 2, 13) y a la vez preservarlos de las doctrinas falsas
de varios herejes que se habían introducido en el rebaño de Cristo. En
segundo lugar el Apocalipsis tiende a presentar un cuadro de las espantosas
catástrofes y luchas que han de conmover al mundo antes del triunfo de Cristo
en su Parusía y la derrota definitiva de sus enemigos, que el Padre le pondrá
por escabel de sus pies (Hebr. 10, 13). Ello no impide que, como en los
vaticinios del Antiguo Testamento y aún en los de Jesús (cf. p. ej. Mt. 24 y
paralelos), el profeta pueda haber pensado también en acontecimientos
contemporáneos suyos y los tome como figuras de lo que ha de venir, si bien
nos parece inaceptable la tendencia a ver en estos anuncios, cuya inspiración
sobrenatural y alcance profético reconoce Tres son los sistemas principales
para interpretar el Apocalipsis. El primero lo toma como historia
contemporánea del autor, expuesta con colores
apocalípticos. Esta interpretación quitaría a los anuncios de S. Juan toda su
trascendencia profética y en consecuencia su valor espiritual para el
creyente. La segunda teoría, llamada de recapitulación, busca en el libro de
S. Juan las diversas fases de la historia eclesiástica, pasadas y futuras, o
por lo menos de la historia primera de Debemos además tener presente que
este sagrado vaticinio significa también una exhortación a estar firmes en la
fe y gozosos en la esperanza, aspirando a los misterios de la felicidad
prometida para las Bodas del Cordero. Sobre ellos dice S. Jerónimo: "el
Apocalipsis de S. Juan contiene tantos misterios como palabras; y digo poco
con esto, pues ningún elogio puede alcanzar el valor de este Libro, donde
cada palabra de por sí abarca muchos sentidos". En cuanto a la
importancia del estudio de tan alta y definitiva profecía, nos convence ella
misma al decirnos, tanto en su prólogo como en su epílogo, que hemos de
conservar las cosas escritas en ella porque "el momento está cerca (1,
3; 22, 7). Cf. I Tes. 5, 20; Hebr. 10, 37 y notas. "No sea que volviendo
de improviso os halle dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos:
¡Velad! (Marc. 13, 36 s.). A "esta vela que espera y a esta esperanza
que vela" se ha atribuido la riqueza de la vida sobrenatural de la
primitiva cristiandad (cf. Sant. 5, 7 y nota). En los 404 versículos del
Apocalipsis se encuentran 518 citas del Antiguo Testamento, de las cuales 88
tomadas de Daniel. Ello muestra sobradamente que en la misma Biblia es donde
han de buscarse luces para la interpretación de esta divina profecía, y no es
fácil entender cómo en visiones que S. Juan recibió transportado al cielo (4,
1 s.) pueda suponerse que nos haya ya dejado, en los 24 ancianos, "una
transposición angélica de las 24 divinidades babilónicas de las
constelaciones que presidían a las épocas del año", ni cómo, en las
langostas de la 5a. trompeta, podría estar presente "la imaginería de
los centauros", etc. Confesamos que, estimando sin restricciones la
labor científica y crítica en todo cuanto pueda allegar elementos de
interpretación al servicio de BIBLIOGRAFIA Y FUENTES DE
INFORMACION SE HA RECURRIDO A DIVERSAS
FUENTES ESCRITAS COMO DE DE INTERNET, DE LAS QUE SE
DESTACAN: Por comprender esto, gracias Señor Dios le Bendiga Pedro Sergio Antonio
Donoso Brant |
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