8 DE DICIEMBRE
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
«Me llena de gozo el
Señor, mi alma se alegra con mi Dios, porque me ha vestido un traje de
triunfo, me ha cubierto con una túnica de victoria; porque me ha enjoyado
como una novia». Así canta la Iglesia en la entrada de esta
celebración.
Las tres oraciones de
esta solemnidad se encontraban ya en el Misal anterior y proceden del siglo
XV. Oración colecta: «Oh Dios, que por la Concepción Inmaculada de la
Virgen María preparaste a tu Hijo una digna morada, y en previsión de la
muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado, concédenos por su
intercesión llegar a Él limpios de todas nuestras culpas».
En la oración sobre las
ofrendas pedimos al Señor que reciba complacido el sacrificio que
vamos a ofrecerle en la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen
María y que así como a Ella la guardó, con su gracia, limpia de toda
mancha, nos guarde también a nosotros, limpios de todo pecado.
Y en la postcomunión:
«Señor Dios nuestro, que el sacramento que hemos recibido repare en
nosotros los efectos de aquel primer pecado del que fue preservada, de modo
singular, en el momento de su Concepción, la Inmaculada Virgen María».
Por María se inició,
adelantándola en el tiempo y en toda su eficacia, la obra redentora del que
había de ser su propio Hijo y el Salvador de todos nosotros.
En la comunión
cantamos una antífona inspirada en el Magníficat: «Han contado tus glorias,
María, porque el Poderoso ha hecho en ti grandes obras».
–Génesis 3,9-15.20: «Establezco
hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya». Al formular
Dios su primer anuncio de salvación al hombre degradado por el pecado, allí
estaba María, como ideal divino de una nueva Madre de todos los vivientes
regenerados por Cristo.
Comenta San Efrén:
«He aquí que os he dado
poder para aplastar con vuestro pie serpientes y escorpiones. [Esto es así]
porque nuestro Señor disipó el error que dominaba [en el mundo] a causa de
la serpiente, a fin de que imperase la verdad de Aquel que ha dado tal
poder sobre las serpientes, de modo que sean aplastadas por los pies, lo
cual equivale a decir que sean sometidos sus propios reyes. Así como la
serpiente ha herido a Eva en el talón, el pie de María la ha aplastado» (Comentarios
al Diatessaron 10,13).
–Con el Salmo 97 cantamos al Señor un
cántico nuevo porque ha hecho maravillas. Su diestra le ha dado la
victoria, revela a las naciones su justicia; se acordó de su misericordia y
de su fidelidad en favor de la casa de Israel… De todo el mundo y por
mediación de María, la Virgen toda Inmaculada, vino el Redentor, Cristo
Jesús.
–Efesios 1,3-6.11-12: Dios
nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo. La primera
criatura elegida y predestinada íntegramente para Cristo fue la Virgen
María. Ella fue el primer triunfo de la gracia redentora de Cristo sobre la
humanidad, pues la preservó hasta de la mancha original.
Comenta san Máximo de
Turín:
«Cristo no tenía las
espinas del pecado, pues nació no de la espina, sino del retoño (Is 11,1).
El retoño era María, la agraciada, la Virgen, la que, de la pureza de su
cuerpo, ha hecho germinar a Cristo, como una flor» (Sermón 66,4).
–Lucas 1,26-38: Alégrate,
María, llena de gracia, el Señor está contigo. También a María quiso
Dios cambiarle su nombre de mujer. La llamó, porque primero la hizo, «llena
de gracia».
Comenta Teodoto de
Ancira:
«Demos paso ya a los
himnos de piedad e iniciemos con gozo nuestros cantos, celebrando,
glorificando y enalteciendo el misterio que supera todo pensamiento y toda
palabra. Comencemos con el divino saludo del morador del cielo Gabriel y
digamos: “Salve, oh llena de gracia, el Señor es contigo” (Lc 1,28). Juntos
con él continuemos diciendo: “Salve, oh deseable gozo nuestro; salve,
exultación de las Iglesias; salve, nombre que inspira dulzura; salve,
rostro encantador divinamente fúlgido; salve, venerabilísimo recuerdo;
salve, vellocino salvador y espiritual; salve, Madre del resplandor indefectible,
llena de Luz; salve, purísima Madre de santidad; salve, limpísima fuente de
agua que da la Vida; salve, nueva Madre en quien se realiza un nacimiento
nuevo; salve, Madre inefable del inalcanzable Misterio”…» (Homilía 4
sobre la Madre de Dios).
|