DOMINGO INFRAOCTAVA DE
NAVIDAD. LA SAGRADA FAMILIA
El Domingo siguiente a
la solemnidad de Navidad celebra la Iglesia la fiesta de la Sagrada
Familia, que aparece bien explícita en el canto de entrada de la
Misa: «Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al
Niño recostado en el pesebre».
En la colecta
(del Misal anterior) pedimos a Dios, nuestro Padre, que ha propuesto a la
Sagrada Familia como maravilloso ejemplo a los ojos de su pueblo, nos
conceda que, imitando sus virtudes domésticas y unidos
por los lazos del amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el
hogar del cielo.
La festividad de la
Sagrada Familia, marco entrañable del acontecimiento de la Encarnación y de
la convivencia del Emmanuel, constituye la lección más impresionante de
todo el Evangelio de la Infancia y vida oculta del Señor. El valor
religioso y salvífico de la familia constituida según Dios es, en el
Evangelio, la primera lección que el Verbo Encarnado ha querido enseñarnos
a vivir, con el maravilloso ejemplo de su existencia casi anónima en el
humilde hogar de Nazaret.
–Eclesiástico 3,3-7.14-17: El
que teme al Señor honra a sus padres. En la base misma de la familia,
según Dios, está el amor, el respeto y la obediencia a los padres. Cristo
Jesús reafirma este criterio de Dios con su propio ejemplo de treinta años,
transcurridos en el anonimato hogareño de Nazaret.
–Con el Salmo 127 decimos: «Dichoso el
que teme al Señor y sigue sus caminos, comerás del fruto de tu trabajo, serás
dichoso y te irá bien… Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la
prosperidad de Jerusalén [la Santa Iglesia, la propia familia], todos los
días de tu vida».
–Col 3,12-21: La vida de
familia vivida en el Señor. Dios ha querido instituir su Iglesia según
el diseño de una comunidad familiar de los hijos de Dios, y la familia
cristiana según el modelo sagrado de una Iglesia doméstica.
–A) Mateo 2,3-15.19-23: Coge al
Niño y a su Madre y huye a Egipto. Una paternidad perfectamente
responsable en José y María hizo de sus vidas una inmolación permanente en
favor de aquel Hijo divino, que el mimo Dios había confiado a su
responsabilidad de padres. Éste fue el condicionamiento glorioso y
definitivo de toda su vida familiar.
–B) Lucas 2,22-40: El Niño iba
creciendo y se llenaba de sabiduría. En la más estricta fidelidad
amorosa a la Luz del Señor, Jesús verifica su misión sacerdotal de
glorificador del Padre y salvador de los hombres. Este misterio permanece
guardado continuamente en el marco de una absoluta fidelidad a la Ley del
Señor.
–C) Lucas 2,41-42: Lo
encontraron en medio de los Doctores. Una misma vivencia religiosa
lleva a Jesús a buscar la fidelidad al Padre en el templo y en la sumisión
y obediencia filial a sus padres en el hogar. No hay, no puede haber,
contradicción alguna entre aquella fidelidad a Dios y esta obediencia a sus
padres. Durante treinta años nos enseña Jesús esta importantísima lección
redentora.
Nada más adecuado para
este día que la alocución de Pablo VI en Nazaret el 3 de enero de 1964, que
se lee en el Oficio de Lecturas de esta fiesta:
«Nazaret es la escuela
donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia
el conocimiento de su Evangelio.
«Aquí aprendemos a
observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y
misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo
de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera
casi insensible, a imitar esta vida.
«Aquí se nos revela el método
que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia
que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros,
y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las
costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo
aquello de lo que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla,
todo tiene su sentido.
«Aquí, en esta escuela,
comprendemos la necesidad de una disciplina espiritual si queremos seguir
las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo.
«¡Cómo quisiéramos ser
otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret!
¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la
verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!
«Pero estamos aquí como
peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa el
estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos
de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la
lección de Nazaret.
«Su primera lección
es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en
nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del
espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto
ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada
vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la
interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas
inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la
necesidad y el valor de una conveniente formación del estudio, de la
meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo
Dios ve.
Se nos ofrece además
una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado
de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su
carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su función
en el plano social.
«Finalmente, aquí
aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo
del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero
redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la
conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar
aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y
que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus
motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan
hacia un fin más noble.
«Queremos finalmente
saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles el gran
modelo, al hermano divino, al defensor de las causas justas, es decir:
Cristo, nuestro Señor».
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