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VALOR Y EFECTOS DE LA MISA
Tiene por sí misma un valor tan
grande que no hay nada en la creación que valga tanto.
Una sola gota de la Preciosa Sangre
contenida en el cáliz podría bastar para salvar millones de mundos más
culpables que el nuestro. Esto es así porque siendo la Misa substancialmente el
mismo sacrificio de la cruz, aunque incruento, es el mismo Jesucristo, Hijo de
Dios, el que como Sacerdote eterno se inmola a sí mismo como Víctima inmaculada
y santa a su Padre por la redención del mundo. Por lo tanto, el sacrificio del
Calvario tiene un valor infinito en razón de la infinita dignidad de
Jesucristo.
En el Sacrificio del Altar es donde,
unidos a Cristo sacerdote y víctima, podemos cumplir nuestro deber de adoración
y gratitud, donde ofrecemos un sacrificio expiatorio suficiente, donde podemos
obtener las gracias que necesitamos.
Es el más perfecto acto de
adoración. Nada puede glorificar a Dios tanto y de tan perfecta manera como la
Misa.
Es también el más perfecto acto de
reparación del pecado, de todos los pecados, la mas
perfecta expiación de las ofensas hechas a Dios.
Es mas
agradable a Dios que todo lo que le desagradan todos los pecados juntos.
La Pasión de Cristo es satisfacción
suficiente por todos los pecados de todos los hombres, y si le amamos debemos
procurar, en la medida de nuestra debilidad, buscar la expiación uniéndonos en
la Santa Misa a Cristo, Sacerdote y Víctima: siempre será El quien cargue con
el peso imponente de las infidelidades de las criaturas, ya que lo que nosotros
hagamos es insuficiente.
Por la Misa no sólo podemos ofrecer
a Dios un sacrificio digno de Él, sino además conseguir para nuestros humildes
y pobres sacrificios una nueva calidad que los hace gratos y aceptables a Dios
cuando se los ofrecemos - y a nosotros mismos con ellos - en unión a la Víctima
que se ofrece en la Misa, ya que entonces quedan incorporados a su sacrificio.
De este modo quedamos incorporados a
la Redención.
Todas las obras buenas juntas ni
pueden compararse con el sacrificio de la Misa, pues son obras de hombres,
mientras que la Misa es obra de Dios.
La Misa tiene un valor de
impetración, es decir, nos consigue de Dios tales gracias que sólo el
desconocimiento de lo que se puede alcanzar con la Misa explica el poco empeño
que tantos católicos ponemos en aprovecharnos de ellas.
En cuanto
alabanza y acción de gracias tiene un valor infinito, pues tienen a Dios como
referencia y ahí no hay límite para la acción de Cristo; pero no ocurre igual
con la satisfacción y la impetración. Es cierto que Cristo no pone límites a su
acción, pero el hombre si pone obstáculos que la impidan o la coarten
Puesto que en todo pecado hay culpa
que merece una pena, la misa, en lo que tiene de sacrificio que satisface por
el pecado, afecta en su aplicación a la culpa y a la pena, a saber, expiando la
culpa y satisfaciendo por la pena, pero no absolutamente, sino en la medida que
lo permite la capacidad de recepción que existe. Su efecto depende de la
disposición que tenga el fiel.
Cuando participamos de la Eucaristía
experimentamos la espiritualización deificante del Espíritu Santo, que no sólo
nos conforta con Cristo, sino que nos cristifica por entero, asociándonos a la
plenitud de Cristo.
Mientras que el Sacramento
Eucarístico sólo aprovecha a quien lo recibe, pues un alimento (y la Eucaristía
lo es para el alma) sólo aprovecha a quien lo toma, la Misa es un sacrificio,
una Víctima que se ofrece a Dios, y que puede ofrecerse por otros para
beneficio de otros.
La participación en la Misa nos
obtiene las gracias espirituales y temporales que nos son necesarias, o
simplemente convenientes, para nuestra salvación.
La Misa no es un acto puramente
personal del sacerdote o de cada fiel, sino eminentemente social, pues es la
Iglesia quien lo ofrece, y la Iglesia es un Cuerpo en el que todos sus miembros
son solidarios, el cristiano que se beneficia de la Santa Misa no se debe
beneficiar sólo para él, sino también para otros.
Debemos
preguntarnos el lugar que ocupa la Santa Misa en nuestra vida de cristianos.