Is 1,1-18tc "Is
1,1-18"
Las dos venidas de Cristo
San Cirilo de Jerusalén
Catequesis 15,1-3
Anunciamos la
venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más
magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de
sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino divino.
Pues casi todas las cosas son dobles en
nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la
eternidad; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también
su descenso: el primero, silencioso, como la lluvia sobre el vellón; el otro,
manifiesto, todavía futuro.
En la primera venida fue envuelto con fajas en
el pesebre; en la segunda se revestirá de luz como vestidura. En la primera
soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá glorificado, y
escoltado por un ejército de ángeles.
No pensamos,
pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la futura. Y, habiendo
proclamado en la primera: Bendito el que viene en nombre del Señor, diremos
eso mismo en la segunda; y, saliendo al encuentro del Señor con los ángeles,
aclamaremos, adorándolo: Bendito el que viene en nombre del Señor.
El Salvador vendrá, no para ser de nuevo juzgado, sino
para llamar a su tribunal a aquellos por quienes fue llevado a juicio. Aquel
que antes, mientras era juzgado, guardó silencio refrescará la memoria de los
malhechores que osaron insultarle cuando estaba en la cruz, y les dirá:
Esto
hicisteis y yo callé.
Entonces, por razones de su clemente providencia, vino a
enseñar a los hombres con suave persuasión; en esa otra ocasión, futura, lo
quieran o no, los hombres tendrán que someterse necesariamente a su reinado.
De ambas venidas habla el profeta Malaquías: De
pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis. He ahí la
primera venida.
Respecto a la otra, dice así:
El mensajero
de la alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar –dice el Señor de los
ejércitos–. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie
cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará
como un fundidor que refina la plata.
Escribiendo a Tito, también Pablo ha-bla de esas dos
venidas, en estos términos: Ha aparecido la gracia de, Dios que trae la
salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la impiedad y a
los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y
religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran
Dios y Salvador nuestro, Je-sucristo. Ahí expresa su primera venida, dando
gracias por ella; pero también la segunda, la que esperamos.
Por esa razón, en nuestra profesión de fe, tal
como la hemos recibido por tradición, decimos que creemos en aquel
que subió
al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Vendrá, pues, desde los cielos, nuestro Señor
Jesucristo. Vendrá ciertamente hacia el fin de este mundo, en el último día,
con gloria. Se realizará entonces la consumación de este mundo, y este mundo,
que fue creado al principio, será otra vez renovado.
"Lunes, I semana de Adviento"
Isaías 1,21-27; 2,1-5tc "Isaías 1,21-27; 2,1-5"
Sobre el tiempo de Adviento
San Carlos Borromeo
Cartas
pastorales
Ha llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne,
que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de
la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los
patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo
que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que
también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando
gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha
manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió
a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio,
invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su
reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres,
comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su
gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.
La Iglesia celebra
cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a
tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo
aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia
continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los
sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta
conforme a sus mandamientos.
La Iglesia desea
vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la
carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para
habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si
nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.
Por eso, durante
este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de nuestra
salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu
Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón
agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar
nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud
como Si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo
enseñaron con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento
para que en ello los imitáramos.
Isaías 2,6-22; 4,2-6tc "Isaías 2,6-22; 4,2-6"
¡Qué admirable intercambio!
San Gregorio
Nacianceno.
Sermón
5,9.22.26.28
El Hijo de Dios en persona, aquel que existe desde toda
la eternidad, aquel que es invisible, incomprensible, incorpóreo, principio de
principio, luz de luz, fuente de vida e inmortalidad expresión del supremo
arquetipo, sello inmutable, imagen fidelísima, palabra y pensamiento del Padre,
él mismo viene en ayuda de la criatura, que es su imagen: por amor del hombre
se hace hombre, por amor a mi alma se une a un alma intelectual, para purificar
a aquellos a quienes se ha hecho semejante, asumiendo todo lo humano, excepto
el pecado. Fue concebido en el seno de la Virgen, previamente purificada en su
cuerpo y en su alma por el Espíritu (ya que convenía honrar el hecho de la
generación, destacando al mismo tiempo la preeminencia de la virginidad); y
así, siendo Dios, nació con la naturaleza humana que había asumido, y unió en
su persona dos cosas entre sí contrarias, a saber, la carne y el espíritu, de
las cuales una confirió la divinidad, otra la recibió
Enriquece a los
demás, haciéndose pobre él mismo, ya que acepta la pobreza de mi condición
humana para que yo pueda conseguir las riquezas de su divinidad.
Él, que posee en
todo la plenitud, se anonada a sí mismo, ya que, por un tiempo, se priva de su
gloria, para que yo pueda ser partícipe de su plenitud.
¿Qué son estas
riquezas de su bondad? ¿Qué es este misterio en favor mío? Yo recibí la imagen
divina, mas no supe conservarla. Ahora él asume mi condición humana, para
salvar aquella imagen y dar la inmortalidad a esta condición mía; establece con
nosotros un segundo consorcio mucho más admirable que el primero.
Convenía que la
naturaleza humana fuera santificada mediante la asunción de esta humanidad por
Dios; así, superado el tirano por una fuerza superior, el mismo Dios nos
concedería de nuevo la liberación y nos llamaría a sí por mediación del Hijo.
Todo ello para gloria del Padre, a la cual vemos que subordina siempre el Hijo
toda su actuación.
El buen Pastor que
dio su vida por las ovejas salió en busca de la oveja descarriada, por los
montes y collados donde sacrificábamos a los ídolos; halló a la oveja descarriada
y, una vez hallada, la tomó sobre sus hombros, los mismos que cargaron con la
cruz, y la condujo así a la vida celestial.
A aquella primera lámpara, que fue el Precursor, sigue
esta luz clarísima; a la voz, sigue la Palabra; al amigo del esposo, el esposo
mismo, que prepara para el Señor un pueblo bien dispuesto, predisponiéndolo
para el Espíritu con la previa purificación del agua.
Fue necesario que
Dios se hiciera hombre y muriera, para que nosotros tuviéramos vida. Hemos
muerto con él, para ser purificados; hemos resucitado con él, porque con él
hemos muerto; hemos sido glorificados con él, porque con él hemos resucitado.
Isaías 5,1-7tc "Isaías 5,1-7"
Vendrá a nosotros la Palabra de Dios
San Bernardo
Sermón en el
Adviento del Señor 5,1-3
Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la
primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero
ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los
hombres, cuando, como atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última,
todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron. La intermedia,
en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo
de sí mismos, y así sus almas se salvan. De manera que, en la primera venida,
el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y, en
la última, en gloria y majestad.
Esta venida
intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en
la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra
vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.
Y para que nadie
piense que es pura invención lo que estamos diciendo de esta venida intermedia,
oídle a él mismo: El que me ama –nos dice– guardará mi palabra, y mi Padre lo
amará, y vendremos a él. He leído en otra parte: El que teme a Dios obrará el bien;
pero pienso que se dice algo más del que ama, porque éste guardará su palabra.
¿Y dónde va a guardarla? En el corazón sin duda alguna,
como dice el profeta: En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré
contra ti.
Así es cómo has de
cumplir la palabra de Dios, porque son dichosos los que la cumplen. Es como si
la palabra de Dios tuviera que pasar a las entrañas de tu alma, a tus afectos y
a tu conducta. Haz del bien tu comida, y tu alma disfrutará con este alimento
sustancioso. Y no te olvides de comer tu pan, no sea que tu corazón se vuelva
árido: por el contrario, que tu alma rebose completamente satisfecha.
Si es así cómo
guardas la palabra de Dios, no cabe duda que ella te guardará a ti. El Hijo
vendrá a ti en compañía del Padre, vendrá el gran Profeta, que renovará
Jerusalén, el que lo hace todo nuevo. Tal será la eficacia de esta venida, que
nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del
hombre celestial. Y así como el viejo Adán se difundió por toda la humanidad y
ocupó al hombre entero, así es ahora preciso que Cristo lo posea todo, porque
él lo creó todo, lo redimió todo, y lo glorificará todo.
"Jueves, I semana de
Adviento"
Isaías 16,1-5; 17,4-8tc "Isaías 16,1-5; 17,4-8"
Vigilad, pues vendrá de nuevo
San Efrén
Diatéseron
18,15-17
Para atajar toda pregunta de sus discípulos sobre el
momento de su venida, Cristo dijo: Esa hora nadie la sabe, ni los ángeles ni el
Hijo. No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas. Quiso ocultarnos
esto para que permanezcamos en vela y para que cada uno de nosotros pueda
pensar que ese acontecimiento se producirá durante su vida. Si el tiempo de su
venida hubiera sido revelado, vano sería su advenimiento, y las naciones y
siglos en que se producirá ya no lo desearían. Ha dicho muy claramente que
vendrá, pero sin precisar en qué momento. Así todas las generaciones y todas
las épocas lo esperan ardientemente.
Aunque el Señor haya dado a conocer las señales de su
venida, no se advierte con claridad el término de las mismas, pues, sometidas a
un cambio constante, estas señales han aparecido y han pasado ya; más aún,
continúan todavía. La última venida del Señor, en efecto, será semejante a la
primera. Pues, del mismo modo que los justos y los profetas lo deseaban, porque
creían que aparecería en su tiempo, así también cada uno de los fieles de hoy
desea recibirlo en su propio tiempo, por cuanto que Cristo no ha revelado el
día de su aparición. Y no lo ha revelado para que nadie piense que él, dominador
de la duración y del tiempo, está sometido a alguna necesidad o a alguna hora.
Lo que el mismo Señor ha establecido, ¿cómo podría ocultársele, siendo así que
él mismo ha detallado las señales de su venida? Ha puesto de relieve esas
señales para que, desde entonces, todos los pueblos y todas las épocas pensaran
que el advenimiento de Cristo se realizaría en su propio tiempo.
Velad, pues cuando
el cuerpo duerme, es la naturaleza quien nos domina; y nuestra actividad
entonces no está dirigida por la voluntad, sino por los impulsos de la
naturaleza. Y cuando reina sobre el alma un pesado sopor –por ejemplo, la
pusilanimidad o la melancolía–, es el enemigo quien domina al alma y la conduce
contra su propio gusto. Se adueña del cuerpo la fuerza de la naturaleza, y del
alma el enemigo.
Por eso ha hablado
nuestro Señor de la vigilancia del alma y del cuerpo, para que el cuerpo no
caiga en un pesado sopor ni el alma en el entorpecimiento y el temor, como dice
la Escritura: Sacudíos la modorra, como es razón; y también: Me he levantado y
estoy contigo; y todavía: No os acobardéis. Por todo ello, nosotros, encargados
de este ministerio, no nos acobardamos.
"Viernes, I semana de
Adviento"
Isaías 19,16-25tc "Isaías 19,16-25"
El deseo de contemplar a Dios
San Anselmo.
Proslogion 1
Ea, hombrecillo,
deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo,
lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones
agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a
Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu
alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así,
cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios:
«Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro».
Y ahora, Señor, mi
Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte.
Señor, si no estás
aquí, ¿dónde te buscaré, estando ausente? Si estás por doquier, ¿cómo no
descubro tu presencia? Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero
¿dónde se halla esa inaccesible claridad?, ¿cómo me acercaré a ella? ¿Quién me
conducirá hasta ahí para verte en ella? Y luego, ¿con qué señales, bajo qué
rasgo te buscaré? Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.
¿Qué hará,
altísimo Señor, éste tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor,
ansioso de tu amor, y tan lejos de tu rostro? Anhela verte, y tu rostro está
muy lejos de él. Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible. Arde en el
deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por ti, y jamás
ha visto tu rostro.
Señor, tú eres mi
Dios, mi dueño, y con todo, nunca te vi. Tú me has creado y renovado, me has
concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Me creaste, en fin,
para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado.
Entonces, Señor,
¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo te olvidarás de nosotros, apartando de nosotros tu
rostro? ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás? ¿Cuándo llenarás de luz nuestros
ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo volverás a nosotros?
Míranos, Señor;
escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Manifiéstanos de nuevo tu
presencia para que todo nos vaya bien; sin eso todo será malo. Ten piedad de
nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos.
Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque
no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si
tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te
hallaré y hallándote te amaré.
"Sábado, I semana de
Adviento"
Isaías 21,6-12tc "Isaías 21,6-12"
La esperanza nos sostiene
San Cipriano
Sobre los
bienes de la paciencia 13 y 15
Es saludable aviso del Señor, nuestro maestro, que el que
persevere hasta el final se salvará. Y también este otro: Si os mantenéis en mi
palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os
hará libres.
Hemos de tener
paciencia, y perseverar, hermanos queridos, para que, después de haber sido
admitidos a la esperanza de la verdad y de la libertad, podamos alcanzar la
verdad y la libertad mismas. Porque el que seamos cristianos es por la fe y la
esperanza; pero es necesaria la paciencia, para que esta fe y esta esperanza
lleguen a dar su fruto.
Pues no vamos en
pos de una gloria presente; buscamos la futura, conforme a la advertencia del
apóstol Pablo cuando dice: En esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se
ve ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que se ve? Cuando
esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. Así pues, la esperanza
y la paciencia nos son necesarias para completar en nosotros lo que hemos
empezado a ser, y para conseguir, por concesión de Dios, lo que creemos y esperamos.
En otra ocasión,
el mismo Apóstol recomienda a los justos que obran el bien y guardan sus
tesoros en c! cielo, para obtener el ciento por uno,
que tengan paciencia, diciendo: Mientras tenemos ocasión, trabajemos por el
bien de todos, especialmente por el de la familia de la fe. No nos cansemos de
hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos.
Estas palabras
exhortan a que nadie, por impaciencia, decaiga en el bien obrar o, solicitado y
vencido por la tentación, renuncie en medio de su brillante carrera, echando
así a perder el fruto de lo ganado, por dejar sin terminar lo que empezó.
En fin, cuando el
Apóstol habla de la caridad, une inseparablemente con ella la constancia y la
paciencia: La caridad es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se
engríe; no es mal educada ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal;
disculpa sin limites cree sin limites, espera sin
limites, aguanta sin limites. Indica pues, que la caridad puede permanecer,
porque es capaz de sufrirlo todo.
Y en otro pasaje
escribe: Sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del
Espíritu, con el vinculo de la paz. Con esto enseña
que no puede conservarse ni la unidad ni la paz si no se ayudan mutuamente los
hermanos y no mantienen el vínculo de la unidad, con auxilio de la paciencia.