II
Domingo
de Advientotc
"II Domingo de Adviento"
Isaías
22,8b-23tc "Isaías 22,8b-23"
Una voz grita en
el desierto
Eusebio de
Cesarea
Sobre
Isaías 40
Una voz grita en el desierto:
«Preparad un camino al Señor, allanad una calzada para nuestro Dios». El profeta
declara abiertamente que su vaticinio no ha de realizarse en Jerusalén, sino
en el desierto; a saber, que se manifestará la gloria del Señor, y la salvación
de Dios llegará a conocimiento de todos los hombres.
Y todo esto, de acuerdo con la historia y a la
letra, se cumplió precisamente cuando Juan Bautista predicó el advenimiento
salvador de Dios en el desierto del Jordán, donde la salvación de Dios se dejó
ver. Pues Cristo y su gloria se pusieron de manifiesto para todos cuando, una
vez bautizado, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió en forma de
paloma y se posó sobre él, mientras se oía la voz del Padre que daba testimonio
de su Hijo: Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo.
Todo esto se decía porque Dios había de
presentarse en el desierto, impracticable e inaccesible desde siempre. Se
trataba, en efecto, de todas las gentes privadas del conocimiento de Dios, con
las que no pudieron entrar en contacto los justos de Dios y los profetas.
Por este motivo, aquella voz manda
preparar un camino para la Palabra de Dios, así como allanar sus obstáculos y
asperezas, para que cuando venga nuestro Dios pueda caminar sin dificultad.
Preparad un camino al Señor: se trata de la predicación evangélica y de la
nueva consolación, con el deseo de que la salvación de Dios llegue a
conocimiento de todos los hombres.
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión;
alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén. Estas expresiones de los antiguos
profetas encajan muy bien y se refieren con oportunidad a los evangelistas:
ellas anuncian el advenimiento de Dios a los hombres, después de haberse
hablado de la voz que grita en el desierto. Pues a la profecía de Juan Bautista
sigue coherentemente la mención de los evangelistas.
¿Cuál es esta Sión sino aquella misma que
antes se llamaba Jerusalén? Y ella misma era aquel monte al que la Escritura
se refiere cuando dice: El monte Sión donde pusiste tu morada; y el Apóstol: Os
habéis acercado al monte Sión. ¿Acaso de esta forma se estará aludiendo al coro
apostólico, escogido de entre el primitivo pueblo de la circuncisión?
Y esta Sión y Jerusalén es la que recibió la
salvación de Dios, la misma que a su vez se yergue sublime sobre el monte de
Dios, es decir, sobre su Verbo unigénito: a la cual Dios manda que, una vez ascendida
la sublime cumbre, anuncie la palabra de salvación. ¿Y quién es el que
evangeliza sino el coro apostólico? ¿Y qué es evangelizar? Predicar a todos los
hombres, y en primer lugar a las ciudades de Judá, que Cristo ha venido a la
tierra.
Lunes,
II semana de Advientotc "Lunes, II semana de Adviento"
Isaías
24,1-18tc "Isaías 24,1-18"
Dios nos ha
hablado en Cristo
San Juan de la
Cruz
2
Subida al monte Carmelo 22, 3-4
La principal causa por la cual en la
ley antigua eran lícitas las preguntas que se hacían a Dios, y convenía que los
profetas y sacerdotes quisiesen visiones y revelaciones de Dios, era porque
entonces no estaba aún fundada la fe ni establecida la ley evangélica; y así,
era menester que preguntasen a Dios y que él hablase, ahora por palabras,
ahora por visiones y revelaciones, ahora en figuras y semejanzas, ahora en
otras muchas maneras de significaciones. Porque todo lo que respondía y
hablaba y obraba y revelaba eran misterios de nuestra fe y cosas tocantes a
ella o enderezadas a ella. Pero ya que está fundada la fe en Cristo y
manifiesta la ley evangélica en esta era de gracia, no hay para qué preguntarle
de aquella manera, ni para qué él hable ya ni responda como entonces.
Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo –que
es una Palabra suya, que no tiene otra–, todo nos lo habló junto y de una vez
en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar.
Y éste es el sentido de aquella autoridad, con
que san Pablo quiere inducir a los hebreos a que se aparten de aquellos modos
primeros y tratos con Dios de la ley de Moisés, y pongan los ojos en Cristo
solamente, diciendo: Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros
padres de muchos modos y maneras, ahora a la postre, en estos días, nos lo ha
hablado en el Hijo todo de una vez.
En lo cual da a entender el Apóstol, que Dios
ha quedado ya como mudo, y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba
antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en él todo, dándonos el todo,
que es su Hijo.
Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a
Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría
agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa
o novedad. Porque le podría responder Dios de esta manera: «Si te tengo ya
hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra cosa que
te pueda revelar o responder que sea más que eso, pon los ojos sólo en él; porque
en él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás en él aún más de
lo que pides y deseas.
Porque desde el día que bajé con mi espíritu
sobre él en el monte Tabor, diciendo: Éste es mi amado Hijo en que me he
complacido; a él oíd, ya alcé yo la mano de todas esas maneras de enseñanzas y
respuestas, y se la di a el; oídle a él, porque yo no tengo más fe que revelar,
más cosas que manifestar. Que si antes hablaba, era prometiéndoos a Cristo; y
si me preguntaban, eran las preguntas encaminadas a la petición y esperanza de
Cristo, en que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la
doctrina de los evangelistas y apóstoles».
Isaías
24,19-25,5tc "Isaías 24,19-25,5"
Índole
escatológica de la Iglesia peregrinante
Vaticano II
Lumen
Gentium 48
La Iglesia, a la que todos hemos
sido llamados en Cristo Jesús y en la cual, por la gracia de Dios, conseguimos
la santidad, no será llevada a su plena perfección, sino cuando llegue el
tiempo de la restauración de todas las cosas y cuando, con el género humano,
también el universo entero –que está íntimamente unido al hombre y por él
alcanza su fin– será perfectamente renovado en Cristo.
Porque Cristo, levantado en alto sobre la
tierra, atrajo hacia sí a todos los hombres; habiendo resucitado de entre los
muertos, envió su Espíritu vivificador sobre sus discípulos, y por él
constituyó a su cuerpo, que es la Iglesia, como sacramento universal de
salvación. Ahora, sentado a la diestra del Padre, actúa sin cesar en el mundo
para conducir a los hombres a su Iglesia, y por ella unirlos a sí más
estrechamente y, alimentándolos con su propio cuerpo y sangre, hacerlos
partícipes de su vida gloriosa.
Por tanto, la restauración prometida que
esperamos ya comenzó en Cristo, es impulsada con la venida del Espíritu Santo
y por él continúa en la Iglesia, en la cual, por la fe, somos instruidos
también acerca del sentido de nuestra vida temporal, mientras que, con la
esperanza de los bienes futuros, llevamos a cabo la obra que el Padre nos ha
confiado en el mundo y trabajamos por nuestra salvación.
La plenitud de los tiempos ha llegado, pues,
hasta nosotros, y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y
empieza verdaderamente a realizarse, en cierto modo, en el siglo presente, pues
la Iglesia, ya en la tierra, se reviste de una verdadera, si bien imperfecta,
santidad.
Y hasta que lleguen los nuevos cielos y la
nueva tierra, en los que tendrá su morada la justicia, la Iglesia peregrinante
–en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo– lleva
consigo la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas,
que gimen entre dolores de parto hasta el presente, en espera de la
manifestación de los hijos de Dios.
Miércoles,
tc "Miércoles,"II semana de Advientotc "II semana de
Adviento"
Isaías
25,6-26,6tc "Isaías 25,6-26,6"
Las promesas de
Dios se nos conceden por su Hijo
San Agustín.
Comentario
sobre los salmos 109,1-3
Dios estableció el tiempo de sus
promesas y el momento de su cumplimiento.
El período de las promesas se
extiende desde los profetas hasta Juan Bautista. El del cumplimiento, desde
éste hasta el fin de los tiempos.
Fiel es Dios, que se ha constituido en deudor
nuestro, no porque haya recibido nada de nosotros, sino por lo mucho que nos ha
prometido. La promesa le pareció poco, incluso; por eso, quiso obligarse
mediante escritura, haciéndonos, por decirlo así, un documento de sus promesas
para que, cuando empezara a cumplir lo que prometió, viésemos en el escrito el
orden sucesivo de su cumplimiento. El tiempo profético era, como he dicho
muchas veces, el del anuncio de las promesas.
Prometió la salud eterna, la vida
bienaventurada en la compañía eterna de los ángeles, la herencia inmarcesible,
la gloria eterna, la dulzura de su rostro, la casa de su santidad en los cielos
y la liberación del miedo a la muerte, gracias a la resurrección de los
muertos. Esta ultima es como su promesa final, a la cual se enderezan todos
nuestros esfuerzos y que, una vez alcanzada, hará que no deseemos ni busquemos
ya cosa alguna. Pero tampoco silenció en qué orden va a suceder todo lo relativo
al final, sino que lo ha anunciado y prometido.
Prometió a los hombres la divinidad, a los
mortales la inmortalidad, a los pecadores la justificación, a los miserables
la glorificación.
Sin embargo, hermanos, como a los hombres les
parecía increíble lo prometido por Dios –a saber, que los hombres habían de
igualarse a los ángeles de Dios, saliendo de esta mortalidad, corrupción,
bajeza, debilidad, polvo y ceniza–, no sólo entregó la escritura a los hombres
para que creyesen, sino que también puso un mediador de su fidelidad. Y no a
cualquier príncipe, o a un ángel o arcángel sino a su Hijo único
. Por medio de éste había de mostrarnos y ofrecernos el camino por donde
nos llevaría al fin prometido.
Poco hubiera sido para Dios haber hecho a su
Hijo manifestador del camino. Por eso, le hizo camino, para que, bajo su guía,
pudieras caminar por él.
Debía, pues, ser anunciado el unigénito Hijo
de Dios en todos sus detalles: en que había de venir a los hombres y asumir lo humano,
y, por lo asumido, ser hombre, morir y resucitar, subir al cielo, sentarse a la
derecha del Padre y cumplir entre las gentes lo que prometió. Y, después del
cumplimiento de sus promesas, también cumpliría su anuncio de una segunda
venida, para pedir cuentas de sus dones, discernir los vasos de ira de los de
misericordia, y dar a los impíos las penas con que amenazó, y a los justos los
premios que ofreció.
Todo esto debió ser profetizado, anunciado,
encomiado como venidero, para que no asustase si acontecía de repente, sino
que fuera esperado porque primero fue creído.
Jueves,
II semana de Advientotc
"Jueves, II semana de Adviento"
Isaías
26,7-21tc "Isaías 26,7-21"
El amor desea
ver a Dios
San Pedro
Crisólogo
Sermón
147
Al ver Dios que el temor arruinaba
el mundo, trató inmediatamente de volverlo a llamar con amor, de invitarlo con
su gracia, de sostenerlo con su caridad, de vinculárselo con su afecto.
Por eso purificó la tierra, afincada en el
mal, con un diluvio vengador, y llamó a Noé padre de la nueva generación,
persuadiéndolo con suaves palabras, ofreciéndole una confianza familiar, al
mismo tiempo que lo instruía piadosamente sobre el presente y lo consolaba con
su gracia, respecto al futuro. Y no le dio ya órdenes, sino que con el esfuerzo
de su colaboración encerró en el arca las criaturas de todo el mundo, de manera
que el amor que surgía de esta colaboración acabase con el temor de la
servidumbre, y se conservara con el amor común lo que se había salvado con el
común esfuerzo.
Por eso también llamó a Abrahán de entre los
gentiles, engrandeció su nombre, lo hizo padre de la fe, lo acompañó en el
camina, lo protegió entre los extraños, le otorgó riquezas, lo honró con
triunfos, se le obligó con promesas, lo libró de injurias, se hizo su huésped
bondadoso, lo glorificó con una descendencia de la que ya desesperaba; todo
ello para que, rebosante de tantos bienes, seducido por tamaña dulzura de la
caridad divina, aprendiera a amar a Dios y no a temerlo, a venerarlo con amor y
no con temor.
Por eso también consoló en sueños a Jacob en
su huida, y a su regreso lo incitó a combatir y lo retuvo con el abrazo del
luchador; para que amase al padre de aquel combate, y no lo temiese.
Y así mismo interpeló a Moisés en su lengua
vernácula, le habló con paterna caridad y le invitó a ser el liberador de su
pueblo.
Pero así que la llama del amor divino prendió
en los corazones humanos y toda la ebriedad del amor de Dios se derramó sobre
los humanos sentidos, satisfecho el espíritu por todo lo que hemos recordado,
los hombres comenzaron a querer contemplar a Dios con sus ojos carnales
Pero la angosta mirada humana ¿cómo iba a
poder abarcar a Dios, al que no abarca todo el mundo crea do? La exigencia del
amor no atiende a lo que va a ser o a lo que debe o puede ser. El amor ignora
el juicio carece de razón, no conoce la medida. El amor no se aquieta ante lo
imposible, no se remedia con la dificultad.
El amor es capaz de matar al amante si no
puede alcanzar lo deseado; va a donde se siente arrastrado, no a donde debe ir.
El amor engendra el deseo, se crece con el
ardor y, por el ardor, tiende a lo inalcanzable. ¿Y qué más?
El amor no puede quedarse sin ver lo que ama:
por eso los santos tuvieron en poco todos sus merecimientos, si no iban a poder
ver a Dios.
Moisés se atreve por ello a decir:
Si he obtenido tu favor, enséñame tu gloria.
Y otro dice también: Déjame ver tu figura.
Incluso lo mismos gentiles modelaron sus ídolos para poder contemplar con sus
propios ojos lo que veneraban en medio de sus errores.
Viernes,
II semana de Adviento
Isaías
27,1-13tc "Isaías 27,1-13"
Eva y María
San Ireneo
Contra
los herejes 5,19,1; 20,2; 21,1
El
Señor vino y se manifestó en una verdadera condición humana que lo sostenía,
siendo a su vez ésta su humanidad sostenida por él, y, mediante la obediencia
del árbol de la cruz, llevó a cabo la expiación de la desobediencia cometida en
otro árbol, al mismo tiempo que liquidaba las consecuencias de aquella
seducción con la que había sido vilmente engañada la virgen Eva, ya destinada a
un hombre, gracias a la verdad que el ángel evangelizó a la Virgen María,
prometida también a un hombre.
Pues de la misma manera que Eva,
seducida por las palabras del diablo, se apartó de Dios, desobedeciendo su
mandato, así María fue evangelizada por las palabras del ángel, para llevar a
Dios en su seno, gracias a la obediencia a su palabra. Y si aquélla se dejó
seducir para desobedecer a Dios, ésta se dejó persuadir a obedecerle con lo que
la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva.
Así, al recapitular todas las cosas, Cristo
fue constituido cabeza, pues declaró la guerra a nuestro enemigo, derrotó al
que en un principio, por medio de Adán, nos había hecho prisioneros, y quebrantó
su cabeza, como encontramos dicho por Dios a la serpiente en el Génesis:
Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella
te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón.
Con estas palabras, se proclama de
antemano que aquel que había de nacer de una doncella y ser semejante a Adán
habría de quebrantar la cabeza de la serpiente. Y esta descendencia es aquella
misma de la que habla el Apóstol en su carta a los Gálatas: La ley se añadió
hasta que llegara el descendiente beneficiario de la promesa.
Y lo expresa aún con más claridad en otro
lugar de la misma carta, cuando dice: Pero cuando se cumplió el tiempo, envió
Dios a su Hijo, nacido de una mujer. Pues el enemigo no hubiese sido derrotado
con justicia si su vencedor no hubiese sido un hombre nacido de mujer. Ya que
por una mujer el enemigo había dominado desde el principio al hombre,
poniéndose en contra de él.
Por esta razón el mismo Señor se confiesa Hijo
del hombre, y recapitula en sí mismo a aquel hombre primordial del que se hizo
aquella forma de mujer: para que así como nuestra raza descendió a la muerte a
causa de un hombre vencido, ascendamos del mismo modo a la vida gracias a un
hombre vencedor.
Sábado,
II semana de Advientotc
"Sábado, II semana de Adviento"
Isaías
29,1-18tc "Isaías 29,1-18"
María y la
Iglesia
Beato Isaac de
Stella
Sermón
51
El Hijo de Dios es el
primogénito entre muchos hermanos, y, siendo por naturaleza único, atrajo hacia
sí muchos por la gracia, para que fuesen uno solo con el. Pues da poder para
ser hijos de Dios a cuantos lo reciben.
Así pues, hecho hijo del hombre,
hizo a muchos hijos de Dios. Atrajo a muchos hacia sí, único como es por su
caridad y su poder: y todos aquellos que por la generación carnal son muchos,
por la regeneración divina son uno solo con él.
Cristo es, pues, uno, formando un todo la
cabeza y el cuerpo: uno nacido del único Dios en los cielos y de una única
madre en la tierra; muchos hijos, a la vez que un solo Hijo.
Pues así como la cabeza y los
miembros son un hijo a la vez que muchos hijos, asimismo María y la Iglesia son
una madre y varias madres; una virgen y muchas vírgenes.
Ambas son madres, y ambas vírgenes; ambas
concibieron sin voluptuosidad por obra del mismo Espíritu ambas dieron a luz
sin pecado la descendencia de Dios Padre. María, sin pecado alguno, dio a luz
la cabeza del cuerpo; la Iglesia, por la remisión de los pecados dio a luz el
cuerpo de la cabeza. Ambas son la madre de Cristo, pero ninguna de ellas dio a
luz al Cristo total sin la otra.
Por todo ello, en las Escrituras divinamente
inspiradas se entiende con razón como dicho en singular de la virgen María lo
que en términos universales se dice de la virgen madre Iglesia, y se entiende
como dicho de la virgen madre Iglesia en general lo que en especial se dice de
la virgen madre María; y lo mismo si se habla de una de ellas que de la otra,
lo dicho se entiende casi indiferente y comúnmente como dicho de las dos.
También se considera con razón a cada alma
fiel como esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y
madre fecunda. Todo lo cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del
Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, especialmente de María y singularmente
de cada alma fiel.
Por eso dice la Escritura: Y habitaré en la
heredad del Señor. Heredad del Señor que es universalmente la Iglesia,
especialmente María y singularmente cada alma fiel. En el tabernáculo del
vientre de María habitó Cristo durante nueve meses; hasta el fin del mundo,
vivirá en el tabernáculo de la fe de la Iglesia; y, por los siglos de los
siglos, orará en el conocimiento y en el amor del alma fiel.