San
Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno
Obispos y doctores de la
Iglesia
Basilio nació en Cesarea de
Capadocia el año 330, de una familia cristiana; hombre de gran cultura y
virtud, comenzó a llevar vida eremítica, pero el año 370 fue elevado a la sede
episcopal de su ciudad natal. Combatió a los arrianos; escribió excelentes
obras y sobre todo reglas monásticas, que rigen aún hoy en muchos monasterios
del Oriente. Fue gran bienhechor de los pobres. Murió el día 1 de enero del
año 379.
Gregorio nació el mismo año que
Basilio, junto a Nacianzo, y se desplazó a diversos lugares por razones de
estudio. Siguió a su amigo Basilio en la vida solitaria, pero fue luego
ordenado presbítero y obispo. El año 381 fue elegido obispo de Constantinopla,
pero, debido a las divisiones existentes en aquella Iglesia, se retiró a
Nacianzo donde murió el 25 de enero de 389 o 390. Fue llamado el teólogo, por
la profundidad de su doctrina y el encanto de su elocuencia.
Como si una misma alma sustentase
dos cuerpos
De los sermones de san Gregorio
Nacianceno, obispo
Nos
habíamos encontrado en Atenas, como la corriente de un mismo río que, desde el
manantial patrio, nos había dispersado por las diversas regiones, arrastrados
por el afán de aprender, y que, de nuevo, como si nos hubiésemos puesto de
acuerdo, volvió a unirnos, sin duda porque así lo dispuso Dios.
En
aquellas circunstancias, no me contentaba yo sólo con venerar y seguir a mi
gran amigo Basilio, al advertir en él la gravedad de sus costumbres y la
madurez y seriedad de sus palabras, sino que trataba de persuadir a los demás,
que todavía no lo conocían, a que le tuviesen esta misma admiración. En seguida
empezó a ser tenido en gran estima por quienes conocían su fama y lo habían
oído.
En
consecuencia, ¿qué sucedió? Que fue casi el único, entre todos los estudiantes
que se encontraban en Atenas, que sobrepasaba el nivel común y el único que
había conseguido un honor mayor que el que parece corresponder a un
principiante. Éste fue el preludio de nuestra amistad; ésta la chispa de
nuestra intimidad; así fue como el mutuo amor prendió en nosotros.
Con
el paso del tiempo, nos confesamos mutuamente nuestras ilusiones y que nuestro
más profundo deseo era alcanzar la filosofía, y, ya para entonces, éramos el
uno para el otro todo lo compañeros y amigos que nos era posible ser, de
acuerdo siempre, aspirando a idénticos bienes y cultivando cada día más
ferviente y más íntimamente nuestro recíproco deseo.
Nos
movía un mismo deseo de saber, actitud que suele ocasionar profundas envidias,
y, sin embargo, carecíamos de envidia; en cambio, teníamos en gran aprecio la
emulación. Contendíamos entre nosotros, no para ver quién era el primero, sino
para averiguar quién cedía al otro la primacía; cada uno de nosotros consideraba
la gloria del otro como propia.
Parecía
que teníamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos. Y, si no hay que dar
crédito en absoluto a quienes dicen que todo se encuentra en todas las cosas,
a nosotros hay que hacernos caso si decimos que cada uno se encontraba en el
otro y junto al otro.
Una
sola tarea y afán había para ambos, y era la virtud, así como vivir para las
esperanzas futuras de tal modo que, aun antes de haber partido de esta vida,
pudiese decirse que habíamos emigrado ya de ella. Ése fue el ideal que nos
propusimos, y así tratábamos de dirigir nuestra vida y todas nuestras acciones,
dóciles a la dirección del mandato divino, acuciándonos mutuamente en el
empeño por la virtud; y, a no ser que decir esto vaya a parecer arrogante en
exceso, éramos el uno para el otro la norma y regla con la que se discierne lo
recto de lo torcido.
Y,
así como otros tienen sobrenombres, o bien recibidos de sus padres, o bien
suyos propios, o sea, adquiridos con los esfuerzos y orientación de su misma
vida, para nosotros era maravilloso ser cristianos, y glorioso recibir este
nombre.
Oración
Señor Dios, que te dignaste instruir
a tu Iglesia con la vida y doctrina de san Basilio Magno y san Gregorio
Nacianceno, haz que busquemos humildemente tu verdad y la vivamos fielmente en
el amor. Por nuestro Señor Jesucristo.
1 de agosto
San Alfonso María de Ligorio
Obispo y doctor de la Iglesia
Nació en Nápoles el año 1696; obtuvo el doctorado en ambos derechos,
recibió la ordenación sacerdotal e instituyó la Congregación llamada del
Santísimo Redentor. Para fomentar la vida cristiana en el pueblo, se dedicó a
la predicación y a la publicación de diversas obras, sobre todo de teología
moral, materia en la que es considerado un auténtico maestro. Fue elegido
obispo de Sant’ Agata de’ Goti, pero algunos años después renunció a dicho
cargo y murió entre los suyos, en Pagami, cerca de Nápoles, el año 1787.
El amor a Cristo
De las obras de San Alfonso María, obispo
Toda la santidad y la perfección del
alma consiste en el amor a Jesucristo, nuestro Dios, nuestro sumo bien y
nuestro redentor. La caridad es la que da unidad y consistencia a todas las
virtudes que hacen al hombre perfecto.
¿Por ventura Dios no merece todo
nuestro amor? Él nos ha amado desde toda la eternidad. «Considera, oh hombre
–así nos habla–, que yo he sido el primero en amarte. Aún no habías nacido, ni
siquiera existía el mundo, y yo ya te amaba. Desde que existo, yo te amo».
Dios, sabiendo que al hombre se lo
gana con beneficios, quiso llenarlo de dones para que se sintiera obligado a
amarlo: «Quiero atraer a los hombres a mi amor con los mismos lazos con que
habitualmente se dejan seducir: con los vínculos del amor». Y éste es el motivo
de todos los dones que concedió al hombre. Además de haber dado un alma dotada,
a imagen suya, de memoria, entendimiento y voluntad, y un cuerpo con sus
sentidos, no contento con esto, creó, en beneficio suyo, el cielo y la tierra y
tanta abundancia de cosas, y todo ello por amor al hombre, para que todas
aquellas criaturas estuvieran al servicio del hombre, y así el hombre lo amara
a él en atención a tantos beneficios.
Y no sólo quiso darnos aquellas criaturas,
con toda su hermosura, sino que además, con el objeto de conquistarse nuestro
amor, llegó al extremo de darse a sí mismo por entero a nosotros. El Padre
eterno llegó a darnos a su Hijo único. Viendo que todos nosotros estábamos
muertos por el pecado y privados de su gracia, ¿que es lo que hizo? Llevado por
su amor inmenso, mejor aún, excesivo, como dice el Apóstol, nos envió a su Hijo
amado para satisfacer por nuestros pecados y para restituirnos a la vida, que
habíamos perdido por el pecado.
Dándonos al Hijo, al que no perdonó,
para perdonarnos a nosotros, nos dio con él todo bien: la gracia, la caridad y
el paraíso, ya que todas estas cosas son ciertamente menos que el Hijo:
El
que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo
no nos dará todo con él?
Oración
Oh Dios, que suscitas continuamente en tu Iglesia nuevos
ejemplos de santidad, concédenos la gracia de imitar en el celo apostólico a tu
obispo san Alfonso María de Ligorio, para que podamos compartir en el cielo su
misma recompensa. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Eusebio de Vercelli
Obispo
Nació en Cerdeña a principios del siglo IV, formó parte del
clero de Roma y, el año 345, fue elegido primer obispo de Vercelli. Con su
predicación, contribuyó al incremento de la religión cristiana e introdujo en
su diócesis la vida monástica. Sufrió muchos sinsabores por la defensa de la
fe, siendo desterrado por el emperador Constancio. Al regresar a su patria,
trabajó asiduamente por la restauración de la fe, contra los arrianos. Murió
en Vercelli el año 371.
He corrido hasta la meta, he mantenido la fe
De las cartas de san Eusebio de Vercelli, obispo
He tenido noticias de vosotros,
hermanos muy amados, y he sabido que estáis bien, como era mi deseo, y he
tenido de pronto la sensación de que, atravesando la gran distancia que nos
separa, me encontraba entre vosotros, igual como sucedió con Habacuc, que fue
llevado por un ángel a la presencia de Daniel. Al recibir cada una de vuestras
cartas y al leer en ellas vuestras santas disposiciones de ánimo y vuestro
amor, las lágrimas se mezclaban con mi gozo y refrenaban mi avidez de leer; y
era necesaria esta alternancia de sentimientos, ya que, en su mutuo afán de
adelantarse el uno al otro, contribuían a una más plena manifestación de la
intensidad de mi amor. Así, ocupado un día tras otro en esta lectura, me
imaginaba que estaba hablando con vosotros y me olvidaba de los sufrimientos
pasados; así, me sentía inundado de gozo al considerar vuestra fe, vuestro amor
y los frutos que de ellos se derivan, a tal punto que, al sentirme tan feliz,
era como si de repente no me hallara en el destierro, sino entre vosotros.
Por tanto, hermanos muy amados, me
alegro de vuestra fe, me alegro de la salvación, que es consecuencia de esta
fe, me alegro del fruto que producís, el cual redunda en provecho no sólo de
los que están entre vosotros sino también de los que viven lejos; y, así como
el agricultor se dedica al cultivo del árbol que da fruto y que, por lo tanto,
no está destinado a ser talado y echado al fuego, así también yo quiero y deseo
emplearme, en cuerpo y alma, en vuestro servicio, con miras a vuestra
salvación.
Por lo demás, esta carta he tenido
que escribirla a duras penas y como he podido, rogando continuamente a Dios que
sujetase por un tiempo a mis guardianes y me hiciese la merced de un diácono
que, más que llevaros noticias de mis sufrimientos, os transmitiese mi carta de
saludo, tal cual la he escrito. Por todo ello, os ruego encarecidamente que
pongáis todo vuestro empeño en mantener la integridad de la fe, en guardar la
concordia, en dedicaros a la oración, en acordaros constantemente de mí, para
que el Señor se digne dar la libertad a su Iglesia, que en todo el mundo
trabaja esforzadamente, y para que yo, que ahora estoy postergado, pueda, una
vez liberado, alegrarme con vosotros.
También pido y os ruego, por la
misericordia de Dios, que cada uno de vosotros quiera ver en esta carta un
saludo personal, ya que las circunstancias me impide escribiros a cada uno
personalmente como solía; por ello, en esta carta, me dirijo a todos vosotros,
hermanos y santas hermanas, hijos e hijas, de cualquier sexo y edad, rogándoos
que os conforméis con este saludo y que me hagáis el favor de transmitirlo
también a los que, aun estando ausentes, se dignan favorecerme con su afecto.
Oración
Concédenos, Señor, Dios nuestro, imitar la fortaleza de tu
obispo san Eusebio de Vercelli al proclamar su fe en la divinidad de tu Hijo, y
haz que, perseverando en esa misma fe de la que fue maestro, merezcamos un día
participar de la vida divina de Cristo. Que vive y reina contigo.
San Juan María Vianney
presbítero
Nació cerca de Lyon el año 1786. Tuvo que superar muchas
dificultades para llegar por fin a ordenarse sacerdote. Se le confió la
parroquia de Ars, en la diócesis de Belley, y el santo, con una activa
predicación, con la mortificación, la oración y la caridad, la gobernó, y
promovió de un modo admirable su adelanto espiritual. Estaba dotado de unas
cualidades extraordinarias como confesor, lo cual hacía que los fieles
acudiesen a él de todas partes, para
escuchar sus santos consejos. Murió el año 1859.
Hermosa obligación del hombre: orar y amar
De una catequesis de san Juan María Vianney, presbítero
Consideradlo, hijos míos: el tesoro
del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por esto, nuestro
pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro.
El hombre tiene un hermoso deber y
obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este
mundo.
La oración no es otra cosa que la
unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta
en sí mismo como una suavidad y dulzura que embriaga, se siente como rodeado de
una luz admirable. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de
cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta
unión de Dios con su pobre criatura; es una felicidad que supera nuestra
comprensión.
Nosotros nos habíamos hecho indignos
de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él. Nuestra
oración es el incienso que más le agrada.
Hijos míos, vuestro corazón es
pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración
una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta
nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el
alma y lo endulza todo. En la oración hecha debidamente, se funden las penas
como la nieve ante el sol.
Otro beneficio de la oración es que
hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe
su duración. Mirad: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que
casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas,
durante las cuales oraba al buen Dios, y, creedme, que el tiempo se me hacía
corto.
Hay personas que se sumergen
totalmente en la oración, como los peces en el agua, porque están totalmente
entregadas al buen Dios. Su corazón no está dividido. ¡Cuánto amo a estas almas
generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y
hablaban con él, del mismo modo que hablamos entre nosotros.
Nosotros, por el contrario, ¡cuántas
veces venimos a la iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin
embargo, cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué
vamos. Hay algunos que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: «Sólo
dos palabras, para deshacerme de ti..». Muchas veces pienso que, cuando venimos
a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con
una fe muy viva y un corazón muy puro.
Oración
Dios de poder y misericordia, que hiciste admirable a san
Juan María Vianney por su celo pastoral, concédenos por su intercesión y su
ejemplo, ganar para Cristo a nuestros hermanos y alcanzar, juntamente con
ellos, los premios de la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.
La dedicación de la Basílica de
Santa María
Después del Concilio de Éfeso (431), en el que la madre de
Jesús fue proclamada Madre de Dios, el papa Sixto III (432-440) erigió en Roma,
sobre el monte Esquilino, una basílica dedicada a la Santa Madre de Dios,
basílica que fue llamada más tarde «Santa María la Mayor». Es la iglesia más
antigua dedicada en Occidente a la Virgen María.
Alabanzas de la Madre de Dios
De la homilía de san Cirilo de Alejandría, obispo,
pronunciada en el Concilio de Éfeso
Tengo ante mis ojos la asamblea de
los santos padres, que, llenos de gozo y fervor, han acudido aquí, respondiendo
con prontitud a la invitación de la santa Madre de Dios, la siempre Virgen
María. Este espectáculo ha trocado en gozo la gran tristeza que antes me
oprimía. Vemos realizadas en esta reunión aquellas hermosas palabras de David,
el salmista: Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos.
Te saludamos, santa y misteriosa
Trinidad, que nos has convocado a todos nosotros en esta iglesia de santa
María, Madre de Dios.
Te saludamos, María, Madre de Dios,
tesoro digno de ser venerado por todo el orbe, lámpara inextinguible, corona de
la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, lugar propio
de aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, madre y virgen, por quien
es llamado bendito, en los santos evangelios, el que viene en nombre del Señor.
Te saludamos, a ti, que encerraste
en tu seno virginal a aquel que es inmenso e inabarcable; a ti, por quien la
santa Trinidad es adorada y glorificada; por quien la cruz preciosa es
celebrada y adorada en todo el orbe; por quien exulta el cielo; por quien se
alegran los ángeles y arcángeles; por quien son puestos en fuga los demonios;
por quien el diablo tentador cayó del cielo; por quien la criatura, caída en el
pecado, es elevada al cielo; por quien toda la creación, sujeta a la insensatez
de la idolatría, llega al conocimiento de la verdad; por quien los creyentes
obtienen la gracia del bautismo y el aceite de la alegría; por quien han sido
fundamentadas las Iglesias en todo el orbe de la tierra; por quien todos los
hombres son llamados a la conversión.
Y ¿qué más diré? Por ti, el Hijo
unigénito de Dios ha iluminado a los que vivían en tinieblas y en sombra de
muerte; por ti, los profetas anunciaron las cosas futuras; por ti, los
apóstoles predicaron la salvación a los gentiles; por ti, los muertos
resucitan; por ti, reinan los reyes, por la santísima Trinidad.
¿Quién habrá que sea capaz de cantar
como es debido las alabanzas de María? Ella es madre y virgen a la vez; ¡qué
cosa tan admirable! Es una maravilla que me llena de estupor. ¿Quién ha oído
jamás decir que le esté prohibido al constructor habitar en el mismo templo
que él ha construido? ¿Quién podrá tachar de ignominia el hecho de que la
sirviente sea adoptada como madre?
Mirad: hoy todo el mundo se alegra;
quiera Dios que todos nosotros reverenciemos y adoremos la unidad, que rindamos
un culto impregnado de santo temor a la Trinidad indivisa, al celebrar, con
nuestras alabanzas, a María siempre Virgen, el templo santo de Dios, y a su
Hijo y esposo inmaculado: porque a él pertenece la gloria por los siglos de los
siglos. Amén.
Oración
Perdona, Señor, los pecados de tus hijos y, ya que nuestras
obras no pueden complacerte, concédenos la salvación por medio de la Madre de
tu Hijo. Que vive reina contigo.
La Transfiguración del Señor
¡Qué bien se está aquí!
Del sermón de Anastasio Sinaíta, obispo, en el día de la
Transfiguración del Señor
El misterio que hoy celebramos lo
manifestó Jesús a sus discípulos en el monte Tabor. En efecto, después de
haberles hablado, mientras iba con ellos, acerca del reino y de su segunda
venida gloriosa, teniendo en cuenta que quizá no estaban muy convencidos de lo
que les ha anunciado acerca del reino, y deseando infundir en sus corazones una
firmísima e íntima convicción, de modo que por lo presente creyeran en lo
futuro, realizó ante sus ojos aquella admirable manifestación, en el monte
Tabor, como una imagen prefigurativa del reino de los cielos. Era como si les
dijese: «El tiempo que ha de transcurrir antes de que se realicen mis
predicciones no ha de ser motivo de que vuestra fe se debilite, y, por esto,
ahora mismo, en el tiempo presente, os aseguro que algunos de los aquí
presentes no morirán sin haber visto llegar al Hijo del hombre con la
gloria del Padre».
Y el evangelista, para mostrar que
el poder de Cristo estaba en armonía con su voluntad, añade:
Seis días
después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y se los
llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro
resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se
les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Éstas son las maravillas de la
presente solemnidad, éste es el misterio, saludable para nosotros, que ahora se
ha cumplido en la montaña, ya que ahora nos reúne la muerte y, al mismo tiempo,
la festividad de Cristo. Por esto, para que podamos penetrar, junto con los
elegidos entre los discípulos inspirados por Dios, el sentido profundo de estos
inefables y sagrados misterios, escuchemos la voz divina y sagrada que nos
llama con insistencia desde lo alto, desde la cumbre de la montaña.
Debemos apresurarnos a ir hacia allí
–así me atrevo a decirlo– como Jesús, que allí en el cielo es nuestro guía y
precursor, con quien brillaremos con nuestra mirada espiritualizada, renovados
en cierta manera en los trazos de nuestra alma, hechos conformes a su imagen,
y, como él, transfigurados continuamente y hechos partícipes de la naturaleza
divina, y dispuestos para los dones celestiales.
Corramos hacia allí, animosos y
alegres, y penetremos en la intimidad de la nube, a imitación de Moisés y
Elías, o de Santiago y Juan. Seamos como Pedro, arrebatado por la visión y
aparición divina, transfigurado por aquella hermosa transfiguración, desasido
del mundo, abstraído de la tierra; despojémonos de lo carnal, dejemos lo
creado y volvámonos al Creador, al que Pedro, fuera de sí, dijo:
Señor, ¡qué
bien se está aquí!
Ciertamente, Pedro, en verdad qué
bien se está aquí con Jesús; aquí nos quedaríamos para siempre. ¿Hay algo más
dichoso, más elevado, más importante que estar con Dios, ser hechos conformes
con él, vivir en la luz? Cada uno de nosotros, por el hecho de tener a Dios en
sí y de ser transfigurado en su imagen divina, tiene derecho a exclamar con
alegría: ¡Qué bien se está aquí!, donde todo es resplandeciente, donde
está el gozo, la felicidad y la alegría, donde el corazón disfruta de absoluta
tranquilidad, serenidad y dulzura, donde vemos a (Cristo) Dios, donde él, junto
con el Padre, pone su morada y dice, al entrar: Hoy ha sido la salvación de
esta casa, donde con Cristo se hallan acumulados los tesoros de los bienes
eternos, donde hallamos reproducidas, como en un espejo, las imágenes de las
realidades futuras.
Oración
Oh Dios, que en la gloriosa transfiguración de tu Unigénito
confirmaste los misterios de la fe con el testimonio de los profetas, y
prefiguraste maravillosamente nuestra perfecta adopción como hijos tuyos,
concédenos, te rogamos, que, escuchando siempre la palabra de tu Hijo, el
predilecto, seamos un día coherederos de su gloria. Por nuestro Señor
Jesucristo.
San Sixto II, Papa, y compañeros
mártires
Fue ordenado obispo de Roma el año 257. Al año siguiente
mientras celebraba la sagrada liturgia en el cementerio de Calixto, fue
detenido por unos soldados, en virtud del edicto del emperador Valeriano, y
ejecutado al momento, junto con cuatro de sus diáconos, el día 6 de agosto.
Recibió sepultura en el mismo cementerio.
Sabemos que los soldados de Cristo no son destruidos sino coronados
De las cartas de san Cipriano, obispo y mártir
El motivo de que no os escribiera en
seguida, hermano muy amado, es el hecho de que todos los clérigos, debido al
estado de persecución en que nos hallamos, no podían en modo alguno salir de
aquí, dispuestos como estaban, por el fervor de su ánimo, a la consecución de
la gloria celestial y divina. Sabed que ya han vuelto los que había enviado a
Roma con el fin de que se enteraran bien del contenido del rescripto que pesa
sobre nosotros, ya que sólo teníamos acerca de él rumores y noticias inciertas.
La verdad es la siguiente: Valeriano
ha enviado un rescripto al Senado, según el cual los obispos, presbíteros y
diáconos deben ser ejecutados sin dilación; a los senadores y personas distinguidas,
así como a los caballeros romanos, se les despojará de su dignidad y de sus
bienes, y, si a pesar de ello, perseveran en su condición de cristianos, serán
decapitados; a las matronas se les confiscarán sus bienes y se las desterrará;
los cesarianos todos que hayan profesado antes o profesen actualmente la fe
cristiana serán despojados de sus bienes y enviados, en calidad de prisioneros,
a las posesiones del Estado, levantándose acta de ello.
El emperador Valeriano ha añadido
también a su decreto una copia de la carta enviada a los gobernadores de las
provincias, y que hace referencia a nosotros; estamos esperando que llegue de
un día a otro esta carta, manteniéndonos firmes en la fe y dispuestos al
martirio, en expectación de la corona de vida eterna que confiamos alcanzar con
la bondad y la ayuda del Señor. Sabed que Sixto, y con él cuatro diáconos,
fueron ejecutados en el cementerio el día seis de agosto. Los prefectos de Roma
no cejan ni un día en esta persecución, y todos los que son presentados a su
tribunal son ejecutados y sus bienes entregados al fisco.
Os pido que comuniquéis estas
noticias a los demás colegas nuestros, para que en todas partes las
comunidades cristianas puedan ser fortalecidas por su exhortación y preparadas
para la lucha espiritual, a fin de que todos y cada uno de los nuestros piensen
más en la inmortalidad que en la muerte y se ofrezcan al Señor con fe plena y
fortaleza de ánimo, con más alegría que temor por el martirio que se avecina,
sabiendo que los soldados de Dios y Cristo no son destruidos, sino coronados.
Te deseo en el Señor, hermano muy
amado, que disfrutes siempre de buena salud.
Oración
Dios todopoderoso, tú que has concedido al papa san Sixto y
a sus compañeros, mártires, la gracia de morir por tu palabra y por el
testimonio de Jesús, concédenos que el Espíritu Santo nos haga dóciles en la fe
y fuertes para confesarla ante los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo.
El mismo día 7 de agosto
San Cayetano
Presbítero
Nació en Vicenza el año 1480. Estudió derecho en Padua y,
después de recibida la ordenación sacerdotal, instituyó en Roma la sociedad de
Clérigos regulares o Teatinos, con el fin de promover el apostolado y la
renovación espiritual del clero. Esta sociedad se propagó luego por el
territorio de Venecia y el reino de Nápoles. San Cayetano se distinguió por su
asiduidad en la oración y por la práctica de la caridad para con el prójimo.
Murió en Nápoles el año 1547.
Cristo habite por la fe en nuestros corazones
De las cartas de san Cayetano, presbítero
Yo soy pecador y me tengo en muy
poca cosa, pero me acojo a los que han servido al Señor con perfección, para
que rueguen por ti a Cristo bendito y a su Madre; pero no olvides una cosa:
todo lo que los santos hagan por ti de poco serviría sin tu cooperación; antes
que nada es asunto tuyo, y, si quieres que Cristo te ame y te ayude, ámalo tú a
él y procura someter siempre tu voluntad a la suya, y no tengas la menor duda
de que, aunque todos los santos y criaturas te abandonasen, él siempre estará
atento a tus necesidades.
Ten por cierto que nosotros somos
peregrinos y viajeros en este mundo: nuestra patria es el cielo; el que se
engríe se desvía del camino y corre hacia la muerte. Mientras vivimos en este
mundo, debemos ganarnos la vida eterna, cosa que no podemos hacer por nosotros
solos, ya que la perdimos por el pecado, pero Jesucristo nos la recuperó. Por
esto, debemos siempre darle gracias, amarlo, obedecerlo y hacer todo cuanto nos
sea posible por estar siempre unidos a él.
El se nos ha dado en alimento: desdichado
el que ignora un don tan grande; se nos ha concedido el poseer a Cristo, Hijo
de la Virgen María, y a veces no nos cuidamos de ello; ¡ay de aquel que no se
preocupa por recibirlo! Hija mía, el bien que deseo para mí lo pido también
para tí; mas para conseguirlo no hay otro camino que rogar con frecuencia a la
Virgen María, para que te visite con su excelso Hijo; más aún, que te atrevas a
pedirle que te dé a su Hijo, que es el verdadero alimento del alma en el
santísimo sacramento del altar. Ella te lo dará de buena gana, y él vendrá a
ti, de más buena gana aún, para fortalecerte, a fin de que puedas caminar
segura por esta oscura selva, en la que hay muchos enemigos que nos acechan,
pero que se mantienen a distancia si nos ven protegidos con semejante ayuda.
Hija mía, no recibas a Jesucristo
con el fin de utilizarlo según tus criterios, sino que quiero que tú te
entregues a él, y que él te reciba, y así él, tu Dios salvador, haga de ti y en
ti lo que a él le plazca. Éste es mi deseo, y a esto te exhorto y, en cuanto me
es dado, a ello te presiono.
Oración
Señor, Dios nuestro, que concediste a san Cayetano imitar el
modo de vivir de los apóstoles, concédenos, por su intercesión y ejemplo, poner
en ti nuestra confianza y buscar siempre el reino de los cielos. Por nuestro
Señor Jesucristo.
Santo Domingo de Guzmán
Presbítero
Nació en Caleruega (España), alrededor del año 1170. Estudió
teología en Palencia y fue nombrado canónigo de la Iglesia de Osma. Con su
predicación y con su vida ejemplar, combatió con éxito la herejía albigense.
Con los compañeros que se le adhirieron en esta empresa, fundó la Orden de
Predicadores. Murió en Bolonia el día 6 de agosto del año 1221.
Hablaba con Dios o de Dios
De varios escritos de la Historia de la Orden de
Predicadores
La vida de Domingo era tan virtuosa
y el fervor de su espíritu tan grande, que todos veían en él un instrumento
elegido para la gloria divina. Estaba dotado de una firme ecuanimidad de
espíritu, ecuanimidad que sólo lograban perturbar los sentimientos de compasión
o de misericordia; y, como es norma constante que un corazón alegre se refleja
en la faz, su porte exterior, siempre gozoso y afable, revelaba la placidez y
armonía de su espíritu.
En todas partes, se mostraba, de
palabra y de obra, como hombre evangélico. De día, con sus hermanos y
compañeros, nadie más comunicativo y alegre que él. De noche, nadie más
constante que él en vigilias y oraciones de todo género. Raramente hablaba, a
no ser con Dios, en la oración, o de Dios, y esto mismo aconsejaba a sus
hermanos.
Con frecuencia, pedía a Dios una
cosa: que le concediera una auténtica caridad, que le hiciera preocuparse de
un modo efectivo en la salvación de los hombres, consciente de que la primera
condición para ser verdaderamente miembro de Cristo era darse totalmente y con
todas sus energías a ganar almas para Cristo, del mismo modo que el Señor
Jesús, salvador de todos, ofreció toda su persona por nuestra salvación. Con
este fin, instituyó la Orden de Predicadores, realizando así un proyecto sobre
el que había reflexionado profundamente desde hacía ya tiempo.
Con frecuencia, exhortaba, de
palabra o por carta, a los hermanos de la mencionada Orden, a que estudiaran
constantemente el nuevo y el antiguo Testamento. Llevaba siempre consigo el
evangelio de san Mateo y las cartas de san Pablo, y las estudiaba intensamente,
de tal modo que casi las sabía de memoria.
Dos o tres veces fue elegido obispo,
pero siempre rehusó, prefiriendo vivir en la pobreza, junto con sus hermanos,
que poseer un obispado. Hasta el fin de su vida, conservó intacta la gloria de
la virginidad. Deseaba ser flagelado, despedazado y morir por la fe cristiana.
De él afirmó el papa Gregorio noveno: «Conocí a un hombre tan fiel seguidor de
las normas apostólicas, que no dudo que en el cielo ha sido asociado a la
gloria de los mismos apóstoles».
Oración
Te pedimos, Señor, que santo Domingo de Guzmán, insigne
predicador de tu palabra, ayude a tu Iglesia con sus enseñanzas y sus méritos,
e interceda también con bondad por nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Lorenzo
Diácono y mártir
Era diácono de la Iglesia de Roma y murió mártir en la
persecución de Valeriano, cuatro días después de Sixto II, papa, y sus compañeros,
los cuatro diáconos romanos. Su sepulcro se halla junto a la vía Tiburtina, en
el campo Verano; Constantino Magno erigió una basílica en aquel lugar. Su culto
se había difundido en la Iglesia ya en el siglo IV.
Administró la sangre sagrada de Cristo
De los sermones de san Agustín, obispo
La Iglesia de Roma nos invita hoy a
celebrar el triunfo de san Lorenzo, que superó las amenazas y seducciones del
mundo, venciendo así la persecución diabólica. Él, como ya se os ha explicado
más de una vez, era diácono de aquella Iglesia. En ella administró la sangre
sagrada de Cristo, en ella, también, derramó su propia sangre por el nombre de
Cristo. El apóstol san Juan expuso claramente el significado de la Cena del
Señor, con aquellas palabras: Como Cristo dio su vida por nosotros, también
nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Así lo entendió san
Lorenzo; así lo entendió y así lo practicó; lo mismo que había tomado de la
mesa del Señor, eso mismo preparó. Amó a Cristo durante su vida, lo imitó en su
muerte.
También nosotros, hermanos, si
amamos de verdad a Cristo, debemos imitarlo. La mejor prueba que podemos dar de
nuestro amor es imitar su ejemplo, porque Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Según estas palabras de
san Pedro, parece como si Cristo sólo hubiera padecido por los que siguen sus
huellas, y que la pasión de Cristo sólo aprovechara a los que siguen sus
huellas. Lo han imitado los santos mártires hasta el derramamiento de su
sangre, hasta la semejanza con su pasión; lo han imitado los mártires, pero no
sólo ellos. El puente no se ha derrumbado después de haber pasado ellos; la
fuente no se ha secado después de haber bebido ellos.
Tenedlo presente, hermanos: en el
huerto del Señor no sólo hay las rosas de los mártires, sino también los linos
de las vírgenes y las yedras de los casados, así como las violetas de las
viudas. Ningún hombre, cualquiera que sea su género de vida, ha de desesperar
de su vocación: Cristo ha sufrido por todos. Con toda verdad está escrito de él
que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad.
Entendamos, pues, de qué modo el
cristiano ha de seguir a Cristo, además del derramamiento de sangre, además del
martirio. El Apóstol, refiriéndose a Cristo, dice: A pesar de su condición
divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. ¡Qué gran majestad! Al
contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por
uno de tantos. ¡Qué gran humildad!
Cristo se rebajó:
esto es, cristiano, lo que debes tú
procurar. Cristo se sometió: ¿cómo vas tú a enorgullecerte? Finalmente,
después de haber pasado por semejante humillación y haber vencido la muerte,
Cristo subió al cielo: sigámoslo. Oigamos lo que dice el Apóstol:
Ya que
habéis resucitado con Cristo, aspirad a los bienes de arriba, donde está
Cristo, sentado a la derecha de Dios.
Oración
Señor Dios nuestro, encendido en tu amor, san Lorenzo se
mantuvo fiel a tu servicio y alcanzó la gloria en el martirio; concédenos, por
su intercesión, amar lo que él amó y practicar sinceramente lo que nos enseñó.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Santa Clara
Virgen
Nació en Asís el año 1193; imitó a su conciudadano
Francisco, siguiéndolo por el camino de la pobreza, y fundó la Orden de las monjas
llamadas Clarisas. Su vida fue de gran austeridad, pero rica en obras de
caridad y de piedad. Murió el año 1253.
Atiende a la pobreza, la humildad y la caridad de Cristo
De la carta de santa Clara, virgen, a la beata Inés de Praga
Dichoso, en verdad, aquel a quien le
es dado alimentarse en el sagrado banquete y unirse en lo íntimo de su corazón
a aquel cuya belleza admiran sin cesar las multitudes celestiales, cuyo afecto
produce afecto, cuya contemplación da nueva fuerza, cuya benignidad sacia, cuya
suavidad llena el alma, cuyo recuerdo ilumina suavemente, cuya fragancia
retornará los muertos a la vida y cuya visión gloriosa hará felices a los
ciudadanos de la Jerusalén celestial: él es el brillo de la gloria eterna, un
reflejo de la luz eterna, un espejo nítido, el espejo que debes mirar cada
día, oh reina, esposa de Jesucristo, y observar en él reflejada tu faz, para
que así te vistas y adornes por dentro y por fuera con toda la variedad de
flores de las diversas virtudes, que son las que han de constituir tu vestido y
tu adorno, como conviene a una hija y esposa castisima del Rey supremo. En este
espejo brilla la dichosa pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como
puedes observar si, con la gracia de Dios, vas recorriendo sus diversas partes.
Atiende al principio de este espejo,
quiero decir a la pobreza de aquel que fue puesto en un pesebre y envuelto en
pañales. ¡Oh admirable humildad, oh pasmosa pobreza! El Rey de los ángeles, el
Señor del cielo y de la tierra es reclinado en un pesebre. En el medio del
espejo, considera la humildad, al menos la dichosa pobreza, los innumerables
trabajos y penalidades que sufrió por la redención del género humano. Al final
de este mismo espejo, contempla la inefable caridad por la que quiso sufrir en
la cruz y morir en ella con la clase de muerte más infamante.
Este mismo espejo, clavado en la
cruz, invitaba a los que pasaban a estas consideraciones, diciendo: Vosotros,
los que pasáis por el camino, mirad, fijaos: ¿Hay dolor como mi dolor? Respondamos
nosotros, a sus clamores y gemidos, con una sola voz y un solo espíritu: No
hago más que pensar en ello, y estoy abatido. De este modo, tu caridad
arderá con una fuerza siempre renovada, oh reina del Rey celestial.
Contemplando, además, sus inefables
delicias, sus riquezas y honores perpetuos, y suspirando por el intenso deseo
de tu corazón, proclamarás: «Arrástrame tras de tí, y correremos atraídos
por el aroma de tus perfumes, esposo celestial. Correré sin desfallecer,
hasta que me introduzcas en la sala del festín, hasta que tu mano izquierda
esté bajo mi cabeza y tu diestra me abrace felizmente y me beses con los besos
deliciosos de tu boca». Contemplando estas cosas, dígnate acordarte de esta tu
insignificante madre, y sabe que yo tengo tu agradable recuerdo grabado de modo
imborrable en mi corazón, ya que te amo más que nadie.
Oración
Oh Dios, que infundiste en santa Clara un profundo amor a la
pobreza evangélica, concédenos, por su intercesión, que, siguiendo a Cristo en
la pobreza de espíritu, merezcamos llegar a contemplarte en tu reino. Por
nuestro Señor Jesucristo.
San Ponciano, Papa y San Hipólito,
Presbítero
Mártires
Ponciano fue ordenado obispo de Roma el año 231, el
emperador Maximino lo desterró a Cerdeña el año 235, junto con el presbítero
Hipólito. Allí murió, después de haber abdicado de su pontificado. Su cuerpo
fue sepultado en el cementerio de Calixto, y el de Hipólito en el de la vía
Tiburtina. La Iglesia romana tributaba culto a ambos mártires ya a principios
del siglo IV.
Fe inquebrantable
De las cartas de san Cipriano, obispo y mártir
¿Con qué alabanzas podré ensalzaros,
hermanos valerosísimos? ¿Cómo podrán mis palabras expresar debidamente vuestra
fortaleza de ánimo y vuestra fe perseverante? Tolerasteis una durísima lucha
hasta alcanzar la gloria, y no cedisteis ante los suplicios, sino que fueron
más bien los suplicios quienes cedieron ante vosotros. En las coronas de
vuestra victoria hallasteis el término de vuestros sufrimientos, término que no
hallabais en los tormentos. La cruel dilaceración de vuestros miembros duró
tanto, no para hacer vacilar vuestra fe, sino para haceros llegar con más
presteza al Señor.
La multitud de los presentes
contempló admirada la celestial batalla por Dios y el espiritual combate por
Cristo, vio cómo sus siervos confesaban abiertamente su fe con entera libertad,
sin ceder en lo más mínimo, con la fuerza de Dios, enteramente desprovistos de
las armas de este mundo, pero armados, como creyentes, con las armas de la fe.
En medio del tormento, su fortaleza superó la fortaleza de aquellos que los
atormentaban, y los miembros golpeados y desgarrados vencieron a los garfios
que los golpeaban y desgarraban.
Las heridas, aunque reiteradas una y
otra vez, y por largo tiempo, no pudieron, con toda su crueldad, superar su fe
inquebrantable, por más que, abiertas sus entrañas, los tormentos recaían no ya
en los miembros, sino en las mismas heridas de aquellos siervos de Dios. Manaba
la sangre que había de extinguir el incendio de la persecución, que había de
amortecer las llamas y el fuego del infierno. ¡Qué espectáculo a los ojos del
Señor, cuán sublime, cuán grande, cuán aceptable a la presencia de Dios, que
veía la entrega y la fidelidad de su soldado al juramento prestado, tal como
está escrito en los salmos, en los que nos amonesta el Espíritu Santo,
diciendo. Es valiosa a los ojos del Señor la muerte de sus fieles. Es
valiosa una muerte semejante, que compra la inmortalidad al precio de su
sangre, que recibe la corona de mano de Dios, después de haber dado la máxima
prueba de fortaleza.
Con qué alegría estuvo allí Cristo,
cuán de buena gana luchó y venció en aquellos siervos suyos, como protector de
su fe, y dando a los que en él confiaban tanto cuanto cada uno confiaba en
recibir. Estuvo presente en su combate, sostuvo, fortaleció, animó a los que
combatían defender el honor de su nombre. Y el que por nosotros venció a la
muerte de una vez para siempre continúa venciendo en nosotros.
Dichosa Iglesia nuestra, a la que
Dios se digna honrar con semejante esplendor, ilustre en nuestro tiempo por la
sangre gloriosa de los mártires. Antes era blanca por las obras de los
hermanos; ahora se ha vuelto roja por la sangre de los mártires. Entre sus
flores no faltan ni los lirios ni las rosas. Que cada uno de nosotros se
esfuerce ahora por alcanzar el honor de una y otra altísima dignidad, para
recibir así las coronas blancas de las buenas obras o las rojas del martirio.
Oración
Te rogamos, Señor, que el glorioso martirio de tus santos
aumente en nosotros los deseos de amarte y fortalezca la fe en nuestros
corazones. Por nuestro Señor Jesucristo.
La Asunción de la Virgen María
Tu cuerpo es santo y sobremanera glorioso
De la constitución apostólica Munificentíssimus Deus
del papa Pío XII
Los santos Padres y grandes
doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de
la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido
y aceptado por los fieles y lo explican con toda precisión, procurando, sobre
todo, hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es no sólo
el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la
corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación en el
cielo, a imitación de su Hijo único Jesucristo.
Y, así, san Juan Damasceno, el más
ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre
de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:
«Convenía que aquella que en el
parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también
después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que
había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en
el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el
tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y
cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto
libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre.
Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera
venerada por toda criatura corno Madre y esclava de Dios».
Según el punto de vista de san
Germán de Constantinopla, el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se
mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho
de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo
virginal:
«Tú, según está escrito, te muestras
con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo
él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y
convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado
en cuerpo celestial incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso,
incólume y partícipe de la vida perfecta».
Otro antiquísimo escritor afirma:
«La gloriosísima Madre de Cristo,
nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es
vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él
la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia sí mismo, del modo que el solo
conoce».
Todos estos argumentos y
consideraciones de los santos Padres se apoyan, como en su último fundamento,
en la sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios
unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino.
Y, sobre todo, hay que tener en
cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la Virgen
María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque
de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se
anuncia en el protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta
sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del
Apóstol de los gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de
Cristo fue la parte esencial y el último trofeo de esta victoria, así también
la participación que tuvo la santísima Virgen en esta lucha de su Hijo había de
concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo
Apóstol: Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá
la palabra escrita: «La muerte ha sido absorbida en la victoria».
Por todo ello, la augusta Madre de
Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo
y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen
integérrima en su divina maternidad, asociada generosamente a la obra del
divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus
consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus
privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a
imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la
gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el
rey inmortal de los siglos.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma
a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te
rogamos, que, aspirando siempre a las realidades divinas, lleguemos a
participar con ella de su misma gloria en el cielo. Por nuestro Señor
Jesucristo.
San Esteban de Hungría
Nació en Panonia alrededor del año 969; después de recibido
el bautismo, fue coronado rey de Hungría el año 1000. En el gobierno de su
reino fue justo, pacífico y piadoso, observando con toda minuciosidad las leyes
de la Iglesia y buscando siempre el bien de sus súbditos. Fundó varios obispados
y favoreció en gran manera la vida de la Iglesia. Murió en Szekesfehérvar el
año 1038.
Hijo mío, escucha la corrección de tu padre
De los consejos de san Esteban a su hijo
En primer lugar, te ordeno, te
aconsejo, te recomiendo, hijo amadísimo, si deseas honrar la corona real, que
conserves la fe católica y apostólica con tal diligencia y desvelo que sirvas
de ejemplo a todos los súbditos que Dios te ha dado, y que todos los varones
eclesiásticos puedan con razón llamarte hombre de auténtica vida cristiana, sin
la cual ten por cierto que no mereces el nombre de cristiano o de hijo de la
Iglesia. En el palacio real, después de la fe ocupa el segundo lugar la
Iglesia, plantada primero por Cristo, nuestra cabeza, transplantada luego y
firmemente edificada por sus miembros, los apóstoles y los santos padres, y
difundida por todo el orbe. Y, aunque continuamente engendra nuevos hijos, en
ciertos lugares ya es considerada como antigua.
En nuestro reino, hijo amadísimo,
debe considerarse aún joven y reciente, y, por esto, necesita una especial
vigilancia y protección; que este don, que la divina clemencia nos ha concedido
sin merecerlo, no llegue a ser destruido o aniquilado por tu desidia, por tu
pereza o por tu negligencia.
Hijo mío amantísimo, dulzura de mi corazón,
esperanza de una descendencia futura, te ruego, te mando que siempre y en toda
ocasión, apoyado en tus buenos sentimientos, seas benigno no sólo con los
hombres de alcurnia o con los jefes, los ricos y los del país, sino también con
los extranjeros y con todos los que recurran a ti. Porque el fruto de esta
benignidad será la máxima felicidad para ti. Sé compasivo con todos los que
sufren injustamente, recordando siempre en lo íntimo del corazón aquella máxima
del Señor: Misericordia quiero y no sacrificios. Sé paciente con todos,
con los poderosos y con los que no lo son.
Sé, finalmente, fuerte; que no te
ensoberbezca la prosperidad ni te desanime la adversidad. Sé también humilde,
para que Dios te ensalce, ahora y en el futuro. Sé moderado, y no te excedas en
el castigo o la condena. Sé manso, sin oponerte nunca a la justicia. Sé
honesto, de manera que nunca seas para nadie, voluntariamente, motivo de
vergüenza. Sé púdico, evitando la pestilencia de la liviandad como un aguijón
de muerte.
Todas estas cosas que te he indicado
someramente son las que componen la corona real; sin ellas nadie es capaz de
reinar en este mundo ni de llegar al reino eterno.
Oración
Dios todopoderoso, te rogamos que tu Iglesia tenga como
glorioso intercesor en el cielo a san Esteban de Hungría, que durante su
reinado se consagró a propagarla en este mundo. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Juan Eudes
Presbítero
Nació en la diócesis de Séez (Francia) el año 1601; recibió
la ordenación sacerdotal y se dedicó por varios años a la predicación en las
parroquias. Fundó dos Congregaciones religiosas, una destinada a la formación
de los seminaristas y la otra al cuidado de las mujeres cuya vida cristiana
estaba en peligro. Fomentó en gran manera la devoción a los Corazones de Jesús
y de María. Murió el año 1680.
Fuente de salvación y de vida verdadera
Del tratado de san Juan Eudes, presbítero, sobre el
admirable Corazón de Jesús
Te pido que pienses que nuestro
Señor Jesucristo es realmente tu cabeza y que tú eres uno de sus miembros. Él
es para ti como la cabeza para con los miembros; todo lo suyo es tuyo: el
espíritu, el corazón, el cuerpo, el alma y todas sus facultades, y tú debes
usar de todo ello como de algo propio, para que, sirviéndolo, lo alabes, lo
ames y lo glorifiques. En cuanto a ti, eres para él como el miembro para con la
cabeza, por lo cual él desea intensamente usar de todas tus facultades como
propias, para servir y glorificar al Padre.
Y él no es para ti sólo eso que
hemos dicho, sino que además quiere estar en ti, viviendo y dominando en ti a
la manera que la cabeza vive en sus miembros y los gobierna. Quiere que todo lo
que hay en él viva y domine en ti: su espíritu en tu espíritu, su corazón en el
tuyo, todas las facultades de su alma en las tuyas, de modo que en ti se
realicen aquellas palabras: Glorificad a Dios con vuestro cuerpo, y que la
vida de Jesús se manifieste en vosotros.
Igualmente, tú no sólo eres para el
Hijo de Dios, sino que debes estar en él como los miembros están en la cabeza. Todo
lo que hay en ti debe ser injertado en él, y de él debes recibir la vida y ser
gobernado por él. Fuera de él no hallarás la vida verdadera, ya que él es la
única fuente de vida verdadera; fuera de él no hallarás sino muerte y
destrucción. Él ha de ser el único principio de toda tu actividad y de todas
tus energías; debes vivir de él y por él, para que en ti se cumplan aquellas
palabras: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí
mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en
la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para
ser Señor de vivos y muertos.
Eres, por tanto, una sola cosa con
Jesús, del mismo modo que los miembros son una sola cosa con la cabeza y, por
eso, debes tener con él un solo espíritu, una sola alma, una sola vida, una
sola voluntad, un solo sentir, un solo corazón. Y él debe ser tu espíritu, tu
corazón, tu amor, tu vida y todo lo tuyo. Todas estas grandezas del cristiano
tienen su origen en el bautismo, son aumentadas y corroboradas por el
sacramento de la confirmación y por el buen empleo de las demás gracias
comunicadas por Dios, que en la sagrada eucaristía encuentran su mejor
complemento.
Oración
Oh Dios, que elegiste a san Juan Eudes para anunciar al
mundo las insondables riquezas del misterio de Cristo, concédenos, te rogamos,
que, por su palabra y su ejemplo, crezcamos en el conocimiento de tu verdad y
vivamos según el Evangelio. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Bernardo
Abad y doctor de la Iglesia
Nació el año 1090 cerca de Dijon (Francia). Recibió una
piadosa educación, y el año 1111 se unió a los monjes del Císter; poco
después, fue elegido abad del monasterio de Claraval; cargo que desempeñó con
gran provecho para sus monjes. A causa de las divisiones que aquejaban por
entonces a la Iglesia, se vio obligado a viajar por Europa, con el objeto de
restablecer la paz y la unidad. Escribió mucho sobre teología y ascética. Murió
el año 1153.
Amo porque amo, amo por amar
De los sermones de san Bernardo, abad, sobre el libro del
Cantar de los cantares
El amor basta por sí solo, satisface
por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él
mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho;
su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar. Gran cosa
es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que
vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre
todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con
que la criatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy
inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da.
En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es
para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los
que se aman entre sí.
El amor del Esposo, mejor dicho, el
Esposo que es amor, sólo quiere a cambio amor y fidelidad. No se resista, pues,
la amada en corresponder a su amor. ¿Puede la esposa dejar de amar, tratándose
además de la esposa del Amor en persona? ¿Puede no ser amado el que es el Amor
por esencia?
Con razón renuncia a cualquier otro
afecto y se entrega de un modo total y exclusivo al amor el alma consciente de
que la manera de responder al amor es amar ella a su vez. Porque, aunque se
vuelque toda ella en el amor, ¿qué es ello en comparación con el manantial
perenne de este amor? No manan con la misma abundancia el que ama y el que es el
Amor por esencia, el alma y el Verbo, la esposa y el Esposo, el Creador y la
criatura; hay la misma disparidad entre ellos que entre el sediento y la
fuente.
Según esto, ¿no tendrá ningún valor
ni eficacia el deseo nupcial, el anhelo del que suspira, el ardor del que ama,
la seguridad del que confía, por el hecho de que no puede correr a la par con
un gigante, de que no puede competir en dulzura con la miel, en mansedumbre con
el cordero, en blancura con el lirio, en claridad con el sol, en amor con aquel
que es el amor mismo? De ninguna manera. Porque, aunque la criatura, por ser
inferior, ama menos, con todo, si ama con todo su ser, nada falta a su amor,
porque pone en juego toda su facultad de amar. Por ello, este amor total
equivale a las bodas místicas, porque es imposible que el que así ama sea poco
amado, y en esta doble correspondencia de amor consiste el auténtico y perfecto
matrimonio. Siempre en el caso de que se tenga por cierto que el Verbo es el
primero en amar al alma, y que la ama con mayor intensidad.
Oración
Señor, Dios nuestro, tú hiciste del abad san Bernardo,
inflamado en el celo de tu casa, una lámpara ardiente y luminosa en medio de tu
Iglesia; concédenos, por su intercesión, participar de su ferviente espíritu y
caminar siempre como hijos de la luz. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Pío X
Papa
Nació en la aldea de Riese, situada en la región véneta, el
año 1835. Primero ejerció santamente como presbítero, más tarde fue obispo de
Mantua y luego patriarca de Venecia. El año 1903 fue elegido papa. Adoptó como
lema de su pontificado: «Instaurare omnia in Christo», consigna por la que
trabajó intensamente con sencillez de espíritu, pobreza y fortaleza, dando así
un nuevo incremento a la vida de la Iglesia. Tuvo que luchar también contra los
errores doctrinales que en ella se filtraban. Murió el día 20 de agosto del año
1914.
La voz de la Iglesia resuena dulcemente
De la constitución apostólica Divino afflantu, del
papa san Pío X
Es un hecho demostrado que los
salmos, compuestos por inspiración divina, cuya colección forma parte de las
sagradas Escrituras, ya desde los orígenes de la Iglesia sirvieron
admirablemente para fomentar la piedad de los fieles, que ofrecían continuamente
a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan
su nombre, y que además, por una costumbre heredada del antiguo
Testamento, alcanzaron un lugar importante en la sagrada liturgia y en el
Oficio divino. De ahí nació lo que san Basilio llama «la voz de la Iglesia», y
la salmodia, calificada por nuestro antecesor Urbano octavo como «hija de la
himnodia que se canta asiduamente ante el trono de Dios y del Cordero», y que,
según el dicho de san Atanasio, enseña, sobre todo a las personas dedicadas al
culto divino, «cómo hay que alabar a Dios y cuáles son las palabras más
adecuadas» para ensalzarlo. Con relación a este tema, dice bellamente san
Agustín: «Para que el hombre alabara dignamente a Dios, Dios se alabó a sí
mismo; y, porque se dignó alabarse, por esto el hombre halló el modo de
alabarlo».
Los salmos tienen, además, una
eficacia especial para suscitar en las almas el deseo de todas las virtudes. En
efecto, «si bien es verdad que toda Escritura, tanto del antiguo como
del nuevo Testamento, inspirada por Dios es útil para enseñar, según
está escrito, sin embargo, el libro de los salmos, como el paraíso en el que se
hallan (los frutos) de todos los demás (libros sagrados), prorrumpe en cánticos
y, al salmodiar, pone de manifiesto sus propios frutos junto con aquellos
otros». Estas palabras son también de san Atanasio, quien añade asimismo: «A mi
modo de ver, los salmos vienen a ser como un espejo, en el que quienes
salmodian se contemplan a sí mismos y sus diversos sentimientos, y con esta
sensación los recitan». San Agustín dice en el libro de sus Confesiones: ¡Cuánto
lloré con tus himnos y cánticos, conmovido intensamente por las voces de tu
Iglesia que resonaba dulcemente! A medida que aquellas voces se infiltraban en
mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi interior y me sentía
inflamado en sentimientos de piedad, y corrían las lágrimas, que me hacían
mucho bien».
En efecto, ¿quién dejará de
conmoverse ante aquellas frecuentes
expresiones de los salmos en las que se ensalza de un modo tan elevado la
inmensa majestad de Dios, su omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o
clemencia y todos sus demás infinitos atributos, dignos de alabanza? ¿En quién
no encontrarán eco aquellos sentimientos de acción de gracias por los
beneficios recibidos de Dios, o aquellas humildes y confiadas súplicas por los
que se espera recibir, o aquellos lamentos del alma que llora sus pecados?
¿Quién no se sentirá inflamado de amor al descubrir la imagen esbozada de
Cristo redentor, de quien san Agustín «oía la voz en todos los salmos, ora
salmodiando, ora gimiendo, ora alegre por la esperanza, ora suspirando por la
realidad»?
Oración
Señor, Dios nuestro, que, para defender la fe católica e
instaurar todas las cosas en Cristo, colmaste al papa san Pío décimo de sabiduría divina y fortaleza
apostólica, concédenos que, siguiendo su ejemplo y su doctrina, podamos
alcanzar la recompensa eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.
Santa María Virgen, Reina
Reina del mundo y de la paz
De las homilías de san Amadeo de Lausana, obispo
Observa cuán adecuadamente brilló
por toda la tierra, ya antes de la asunción, el admirable nombre de María y se
difundió por todas partes su ilustre fama, antes de que fuera ensalzada su
majestad sobre los cielos. Convenía en efecto, que la Madre virgen, por el
honor debido a su Hijo, reinase primero en la tierra y, así, penetrara luego
gloriosa en el cielo; convenía que fuera engrandecida aquí abajo, para penetrar
luego, llena de santidad, en las mansiones celestiales, yendo de virtud en
virtud y de gloria en gloria por obra del Espíritu del Señor.
Así pues, durante su vida mortal,
gustaba anticipadamente las primicias del reino futuro, ya sea elevándose hasta
Dios con inefable sublimidad, como también descendiendo hacia sus prójimos con
indescriptible caridad. Los ángeles la servían, los hombres le tributaban su
veneración. Gabriel y los ángeles la asistían con sus servicios; también los
apóstoles cuidaban de ella, especialmente san Juan, gozoso de que el Señor, en
la cruz, le hubiese encomendado su Madre virgen, a él, también virgen.
Aquéllos se alegraban de contemplar a su Reina, éstos a su Señora, y unos y
otros se esforzaban en complacerla con sentimientos de piedad y devoción.
Y ella, situada en la altísima
cumbre de sus virtudes, inundada como estaba por el mar inagotable de los
carismas divinos, derramaba en abundancia sobre el pueblo creyente y sediento
el abismo de sus gracias, que superaban a las de cualquiera otra criatura. Daba
la salud los cuerpos y el remedio para las almas, dotada como estaba del poder
de resucitar de la muerte corporal y espiritual. Nadie se apartó jamás triste o
deprimido de su lado, o ignorante de los misterios celestiales. Todos volvían
contentos a sus casas, habiendo alcanzado por la Madre del Señor lo que deseaban.
Plena hasta rebosar de tan grandes
bienes, la Esposa, Madre del Esposo único, suave y agradable, llena de
delicias, como una fuente de los jardines espirituales, como un pozo de agua
viva y vivificante, que mana con fuerza del Líbano divino, desde el monte de
Sión hasta las naciones extranjeras, hacía derivar ríos de paz y torrentes de
gracia celestial. Por esto, cuando la Virgen de las vírgenes fue llevada al
cielo por el que era su Dios y su Hijo, el Rey de reyes, en medio de la alegría
y exultación de los ángeles y arcángeles y de la aclamación de todos los
bienaventurados, entonces se cumplió la profecía del Salmista, que decía al
Señor: De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.
Oración
Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina
a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión,
alcancemos la gloria de tus hijos en el Reino de los Cielos. Por nuestro Señor
Jesucristo.
Santa Rosa de Lima
Virgen
Nació en Lima (Perú) el año 1586;
cuando vivía en su casa, se dedicó ya a una vida de piedad y de virtud, y,
cuando vistió el hábito de la tercera Orden de santo Domingo, hizo grandes
progresos en el camino de la penitencia y de la contemplación mística. Murió el
día 24 de agosto del año 1617.
Comprendamos lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano
De los escritos de santa Rosa de Lima, virgen
El divino Salvador, con inmensa
majestad, dijo:
«Que todos sepan que la tribulación
va seguida de la gracia; que todos se convenzan que sin el peso de la aflicción
no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos comprendan que la medida
de los carismas aumenta en proporción con el incremento de las fatigas.
Guárdense los hombres de pecar y de equivocarse: ésta es la única escala del
paraíso, y sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo».
Apenas escuché estas palabras,
experimenté un fuerte impulso de ir en medio de las plazas, a gritar muy fuerte
a toda persona de cualquier edad, sexo o condición:
«Escuchad, pueblos, escuchad todos.
Por mandato del Señor, con las mismas palabras de su boca, os exhorto. No
podemos alcanzar la gracia, si no soportamos la aflicción; es necesario unir
trabajos y fatigas para alcanzar la íntima participación en la naturaleza
divina, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta felicidad del espíritu».
El mismo ímpetu me transportaba a
predicar la hermosura de la gracia divina; me sentía oprimir por la ansiedad y
tenía que llorar y sollozar. Pensaba que mi alma ya no podría contenerse en la
cárcel del cuerpo, y más bien, rotas sus ataduras, libre y sola y con mayor
agilidad, recorrer el mundo, diciendo:
«¡Ojalá todos los mortales
conocieran el gran valor de la divina gracia, su belleza, su nobleza, su
infinito precio, lo inmenso de los tesoros que alberga, cuántas riquezas, gozos
y deleites! Sin duda alguna, se entregarían, con suma diligencia, a la búsqueda
de las penas y aflicciones. Por doquiera en el mundo, antepondrían a la fortuna
las molestias, las enfermedades y los padecimientos, incomparable tesoro de la
gracia. Tal es la retribución y el fruto final de la paciencia. Nadie se
quejaría de sus cruces y sufrimientos, si conociera cuál es la balanza con que
los hombres han de ser medidos».
Oración
Señor, Dios nuestro, tú has querido que santa Rosa de Lima
encendida en tu amor, se apartara del mundo y se consagrara a ti en la
penitencia; concédenos, por su intercesión, que, siguiendo en la tierra el
camino de la verdadera vida, lleguemos a gozar en el cielo de la abundancia de
los gozos eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Bartolomé
Apóstol
Nació en Caná; el apóstol Felipe lo llevó a Jesús. Según la
tradición, después de la ascensión del Señor, predicó el Evangelio en la India,
donde recibió la corona del martirio.
Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres
De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre la
primera carta a los Corintios
El mensaje de la cruz, anunciado por
unos hombres sin cultura, tuvo una virtud persuasiva que alcanzó a todo el orbe
de la tierra; y se trataba de un mensaje que no se refería a cosas sin
importancia, sino a Dios y a la verdadera religión, a una vida conforme al
Evangelio y al futuro juicio, un mensaje que convirtió en sabios a unos hombres
rudos e ignorantes. Ello nos demuestra que lo necio de Dios es más sabio que
los hombres, y lo débil Dios es más fuerte que los hombres.
¿En qué sentido es más fuerte? En
cuanto que invadió el orbe entero y sometió a todos los hombres, produciendo
un efecto contrario al que pretendían todos aquellos que se esforzaban en
extinguir el nombre del Crucificado, ya que hizo, en efecto, que este nombre
obtuviera un mayor lustre y difusión. Ellos, por el contrario, desaparecieron
y, aun durante el tiempo en que estuvieron vivos, nada pudieron contra un
muerto. Por esto, cuando un pagano dice de mí que estoy muerto, es cuando
muestra su gran necedad; cuando él me considera un necio, es cuando mi
sabiduría se muestra superior a la suya; cuando me considera débil, es cuando
él se muestra más débil que yo. Porque ni los filósofos, ni los maestros, ni
mente humana alguna hubiera podido siquiera imaginar todo lo que eran capaces
de hacer unos simples publicanos y pescadores.
Pensando en esto, decía Pablo: Lo
débil de Dios es más fuerte que los hombres. Esta fuerza de la predicación
divina la demuestran los hechos siguientes. ¿De dónde les vino a aquellos doce
hombres, ignorantes, que vivían junto a lagos, ríos y desiertos, el acometer
una obra de tan grandes proporciones y el enfrentarse con todo el mundo, ellos,
que seguramente no habían ido nunca a la ciudad ni se habían presentado en
público? Y más, si tenemos en cuenta que eran miedosos y apocados, como sabemos
por la descripción que de ellos nos hace el evangelista que no quiso disimular
sus defectos, lo cual constituye la mayor garantía de su veracidad. ¿Qué nos
dice de ellos? Que, cuando Cristo fue apresado, unos huyeron y otro el primero
entre ellos, lo negó, a pesar de todos los milagros que habían presenciado.
¿Cómo se explica, pues, que aquellos
que, mientras Cristo vivía, sucumbieron al ataque de los judíos, después una
vez muerto y sepultado, se enfrentaran contra el mundo entero, si no es por el
hecho de su resurrección, que algunos niegan, y porque les habló y les infundió
ánimos? De lo contrario, se hubieran dicho: «¿Qué es esto? No pudo salvarse a
sí mismo, y ¿nos va a proteger a nosotros? Cuando estaba vivo, no se ayudó a sí
mismo, y ¿ahora, que está muerto, nos tenderá una mano? El, mientras vivía, no
convenció a nadie, y ¿nosotros, con sólo pronunciar su nombre, persuadiremos a
todo el mundo? No sólo hacer, sino pensar algo semejante sería una cosa
irracional».
Todo lo cual es prueba evidente de
que, si no lo hubieran visto resucitado y no hubieran tenido pruebas bien
claras de su poder, no se hubieran lanzado a una aventura tan arriesgada.
Oración
Afianza, Señor, en nosotros aquella fe con la que san
Bartolomé, tu apóstol, se entregó sinceramente a Cristo, y haz que, por sus
ruegos, tu Iglesia se presente ante el mundo como sacramento de salvación para
todos los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Luis de Francia
Nació el año 1214. Subió al trono de Francia a la edad de
veintidós años. De su matrimonio tuvo once hijos, a los que personalmente dio
una excelente educación. Se distinguió por su espíritu de penitencia y oración,
y por su amor a los pobres. En su manera de gobernar, se preocupó de la paz
entre las naciones y del bien temporal y espiritual de sus súbditos. Promovió
dos cruzadas para liberar el sepulcro de Cristo, y murió cerca de Cartago el
año 1270.
El rey justo hace estable el país
Del testamento espiritual de san Luis a su hijo
Hijo amadísimo, lo primero que
quiero enseñarte es que ames al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con todas
tus fuerzas; sin ello no hay salvación posible.
Hijo, debes guardarte de todo
aquello que sabes que desagrada a Dios, esto es, de todo pecado mortal, de tal
manera que has de estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios antes que
cometer un pecado mortal.
Además, si el Señor permite que te
aflija alguna tribulación, debes soportarla generosamente y con acción de
gracias, pensando que es para tu bien y que es posible que la hayas merecido.
Y, si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y
vigilar que sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo,
porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas.
Asiste, de buena gana y con
devoción, al culto divino y, mientras estés en el templo, guarda recogida la
mirada y no hables sin necesidad, sino ruega devotamente al Señor, con oración
vocal o mental.
Ten piedad para con los pobres,
desgraciados y afligidos, y ayúdalos y consuélalos según tus posibilidades. Da
gracias a Dios por todos sus beneficios, y así te harás digno de recibir otros
mayores. Para con tus súbditos, obra con toda rectitud y justicia, sin
desviarte a la derecha ni a la izquierda; ponte siempre más del lado del pobre
que del rico, hasta que averigües de qué lado está la razón. Pon la mayor
diligencia en que todos tus súbditos vivan en paz y con justicia, sobre todo
las personas eclesiásticas y religiosas.
Sé devoto y obediente a nuestra
madre, la Iglesia romana, y al sumo pontífice, nuestro padre espiritual.
Esfuérzate en alejar de tu territorio toda clase de pecado, principalmente la
blasfemia y la herejía.
Hijo amadísimo, llegado al final, te
doy toda la bendición que un padre amante puede dar a su hijo; que la santísima
Trinidad y todos los santos te guarden de todo mal. Y que el Señor te dé la
gracia de cumplir su voluntad, de tal manera que reciba de ti servicio y honor,
y así, después de esta vida, los dos lleguemos a verlo, amarlo y alabarlo sin
fin. Amén.
Oración
Oh Dios, que has trasladado a san Luis de Francia desde los
afanes del gobierno temporal al reino de tu gloria, concédenos, por su
intercesión, buscar ante todo tu reino en medio de nuestras ocupaciones
temporales. Por nuestro Señor Jesucristo.
El mismo día 25 de agosto
San José de Calasanz
Presbítero
Nació en Aragón el año 1557. Obtuvo una excelente formación
y ejerció el sacerdocio en su patria. Más tarde, se trasladó a Roma, donde se
dedicó a la instrucción de los niños pobres y fundó una Sociedad destinada a
este fin. Tuvo que sufrir duras pruebas, entre ellas las calumnias de los
envidiosos. Murió en Roma el año 1648.
Procuremos vivir unidos a Cristo y agradarle sólo a él
De los escritos de san José de Calasanz, presbítero
Nadie ignora la gran dignidad y
mérito que tiene el ministerio de instruir a los niños, principalmente a los
pobres, ayudándolos así a conseguir la vida eterna. En efecto, la solicitud por
instruirlos, principalmente en la piedad y en la doctrina cristiana, redunda en
bien de sus cuerpos y de sus almas, y, por esto, los que a ello se dedican
ejercen una función muy parecida a la de sus ángeles custodios.
Además, es una gran ayuda para que
los adolescentes, de cualquier género o condición, se aparten del mal y se
sientan suavemente atraídos e impulsados a la práctica del bien. La experiencia
demuestra que, con esta ayuda, los adolescentes llegan a mejorar de tal modo su
conducta, que ya no parecen los mismos de antes. Mientras son adolescentes, son
como retoños de plantas que su educador puede inclinar en la dirección que le
plazca, mientras que, si se espera a que endurezcan, ya sabemos la gran
dificultad o, a veces, la total imposibilidad que supone doblegarlos.
La adecuada educación de los niños,
principalmente de los pobres, no sólo contribuye al aumento de su dignidad
humana, sino que es algo que merece la aprobación de todos los miembros de la
sociedad civil y cristiana: de los padres, que son los primeros en alegrarse de
que sus hijos sean conducidos por el buen camino; de los gobernantes, que
obtienen así unos súbditos honrados y unos buenos ciudadanos; y, sobre todo, de
la Iglesia, ya que son introducidos de un modo más eficaz en su multiforme
manera de vivir y de obrar, como seguidores de Cristo y testigos del Evangelio.
Los que se comprometen a ejercer con
la máxima solicitud esta misión educadora han de estar dotados de una gran
caridad, de una paciencia sin límites y, sobre todo, de una profunda humildad,
para que así sean hallados dignos de que el Señor, si se lo piden con humilde
afecto, los haga idóneos cooperadores de la verdad, los fortalezca en el
cumplimiento de este nobilísimo oficio y les dé finalmente el premio celestial,
según aquellas palabras de la Escritura: Los que enseñaron a muchos la
justicia brillarán como las estrellas, por toda la eternidad.
Todo esto conseguirán más fácilmente
si, fieles a su compromiso perpetuo de servicio, procuran vivir unidos a Cristo
y agradarle sólo a él, ya que él ha dicho: Cada que lo hicisteis con uno de
éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.
Oración
Señor, Dios nuestro, que has enriquecido a san José de
Calasanz con la caridad y la paciencia, para que pudiera entregarse sin
descanso a la formación humana y cristiana de los niños, concédenos, te
rogamos, imitar en su servicio a la verdad al que veneramos hoy como maestro de
sabiduría. Por nuestro Señor Jesucristo.
Santa Mónica
Nació en Tagaste (África) el año 331, de familia cristiana.
Muy joven, fue dada en matrimonio a un hombre llamado Patricio, del que tuvo
varios hijos, entre ellos san Agustín, cuya conversión le costó muchas lágrimas
y oraciones. Fue un modelo de madres; alimentó su fe con la oración y la
embelleció con sus virtudes. Murió en Ostia el año 387.
Alcancemos la sabiduría eterna
Del libro de las Confesiones de san Agustín, obispo
Cuando ya se acercaba el día de su
muerte –día por ti conocido, y que nosotros ignorábamos–, sucedió, por tus
ocultos designios, como lo creo firmemente, que nos encontramos ella y yo
solos, apoyados en una ventana que daba al jardín interior de la casa donde nos
hospedábamos, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de la multitud, nos
rehacíamos de la fatiga del largo viaje, próximos a embarcarnos. Hablábamos,
pues, los dos solos, muy dulcemente y, olvidando lo que queda atrás y
lanzándonos hacia lo que veíamos por delante, nos preguntábamos ante la
verdad presente, que eres tú, cómo sería la vida eterna de los santos, aquella
que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar. Y abríamos
la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de
vida que hay en ti.
Tales cosas decía yo, aunque no de
este modo ni con estas mismas palabras; sin embargo, tú sabes, Señor, que,
cuando hablábamos aquel día de estas cosas –y mientras hablábamos íbamos
encontrando despreciable este mundo con todos sus placeres–, ella dijo:
«Hijo, por lo que a mí respecta, ya
nada me deleita en esta vida. Qué es lo que hago aquí y por qué estoy aún aquí,
lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear
que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano católico,
antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en
uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en
este mundo?»
No recuerdo muy bien lo que le
respondí, pero, al cabo de cinco días o poco más, cayó en cama con fiebre. Y,
estando así enferma, un día sufrió un colapso y perdió el sentido por un
tiempo. Nosotros acudimos corriendo, mas pronto recobró el conocimiento, nos
miró, a mí y a mi hermano allí presentes, y nos dijo en tono de interrogación:
«¿Dónde estaba?»
Después, viendo que estábamos
aturdidos por la tristeza, nos dijo:
«Enterrad aquí a vuestra madre».
Yo callaba y contenía mis lágrimas.
Mi hermano dijo algo referente a que él hubiera deseado que fuera enterrada en
su patria y no en país lejano. Ella lo oyó y, con cara angustiada, lo reprendió
con la mirada por pensar así, y, mirándome a mí, dijo:
«Mira lo que dice».
Luego, dirigiéndose a ambos, añadió:
«Sepultad este cuerpo en cualquier lugar:
esto no os ha de preocupar en absoluto; lo único que os pido es que os acordéis
de mí ante el altar del Señor, en cualquier lugar donde estéis».
Habiendo manifestado, con las
palabras que pudo, este pensamiento suyo, guardó silencio, e iba luchando con
la enfermedad que se agravaba.
Nueve días después, a la edad de
cincuenta y seis años, cuando yo tenía treinta y tres, salió de este mundo
aquella alma piadosa y bendita.
Oración
Oh Dios, consuelo de los que lloran, que acogiste
piadosamente las lágrimas de santa Mónica impetrando la conversión de su hijo
Agustín, concédenos, por intercesión de madre e hijo, la gracia de llorar
nuestros pecados y alcanzar tu misericordia y tu perdón. Por nuestro Señor
Jesucristo.
San Agustín
Obispo y doctor de la Iglesia
Nació en Tagaste (África) el año 354; después de una
juventud algo desviada doctrinal y moralmente, se convirtió, estando en Milán,
y el año 387 fue bautizado por el obispo Ambrosio. Vuelto a su patria, llevó una
vida dedicada al ascetismo, y fue elegido obispo de Hipona. Durante treinta y
cuatro años, en que ejerció este ministerio, fue un modelo para su grey, a la
que dio una sólida formación por medio de sus sermones y de sus numerosos
escritos, con los que contribuyó en gran manera a una mayor profundización de
la fe cristiana contra los errores doctrinales de su tiempo. Murió el año 430.
¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad!
Del libro de las Confesiones de san Agustín, obispo
Habiéndome convencido de que debía
volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue
posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré, y vi con los ojos de mi
alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por
encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a
cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su
magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de
mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino
que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más
bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad.
¡Oh eterna verdad, verdadera caridad
y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te
conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que
había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la
debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y
de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la
gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde
arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás
en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te
transformarás en mí».
Y yo buscaba el camino para adquirir
un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me
abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que
está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me
decía: Yo soy el camino de la verdad, y la vida, y el que mezcla aquel
alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo
carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera
en leche tu sabiduría por la que creaste todas las cosas.
¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua
y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por
fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas
que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos
de tí aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y
clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi
ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y
ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que
procede de ti.
Oración
Renueva, Señor, en tu Iglesia, el espíritu que infundiste en
tu obispo san Agustín, para que, penetrados de ese mismo espíritu, tengamos sed
de ti, fuente de la sabiduría, y te busquemos como el único amor verdadero. Por
nuestro Señor Jesucristo.
El martirio de san Juan Bautista
Precursor del nacimiento y de la muerte de Cristo
De las homilías de san Beda el Venerable, presbítero
El santo Precursor del nacimiento,
de la predicación y de la muerte del Señor mostró en el momento de la lucha
suprema una fortaleza digna de atraer la mirada de Dios, ya que, como dice la
Escritura, la gente pensaba que cumplía una pena, pero él esperaba de lleno
la inmortalidad. Con razón celebramos su día natalicio, que él ha
solemnizado con su martirio y adornado con el fulgor purpúreo de su sangre; con
razón veneramos con gozo espiritual la memoria de aquel que selló con su
martirio el testimonio que había dado del Señor.
No debemos poner en duda que san
Juan sufrió la cárcel y las cadenas y dio su vida en testimonio de nuestro
Redentor, de quien fue precursor, ya que, si bien su perseguidor no lo forzó a
que negara a Cristo, sí trató de obligarlo a que callara la verdad; ello es
suficiente para afirmar que murió por Cristo.
Cristo, en efecto, dice: Yo soy
la verdad; por consiguiente, si Juan derramó su sangre por la verdad, la
derramó por Cristo; y él, que precedió a Cristo en su nacimiento, en su
predicación y en su bautismo, anunció también con su martirio, anterior al de
Cristo, la pasión fuera del Señor.
Este hombre tan eximio terminó,
pues, su vida derramando su sangre, después de un largo y penoso cautiverio.
Él, que había evangelizado la libertad de una paz que viene de arriba, fue
encarcelado por unos hombres malvados; fue encerrado en la oscuridad de un
calabozo aquel que vino a dar testimonio de la luz y a quien Cristo, la luz en
persona, dio el título de «lámpara que arde y brilla»; fue bautizado en su
propia sangre aquel a quien fue dado bautizar al Redentor del mundo, oír la voz
del Padre que resonaba sobre Cristo y ver la gracia del Espíritu Santo que
descendía sobre él. Mas, a él, todos aquellos tormentos temporales no le
resultaban penosos, sino más bien leves y agradables, ya que los sufría por
causa de la verdad y sabía que habían de merecerle un premio y un gozo sin fin.
La muerte –que de todas maneras
había de acaecerle por ley natural– era para él algo apetecible, teniendo en
cuenta que la sufría por la confesión del nombre de Cristo y que con ella
alcanzaría la palma de la vida eterna. Bien dice el Apóstol: A vosotros se
os ha concedido la gracia de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él,
sino sufriendo por él. El mismo Apóstol explica, en otro lugar, por qué sea
un don el hecho de sufrir por Cristo: Los sufrimientos de ahora no pesan lo
que la gloria que un día se nos descubrirá.
Oración
Señor, Dios nuestro, tú has querido que san Juan Bautista
fuese el precursor del nacimiento y de la muerte de tu Hijo; concédenos, por su
intercesión, que, así como él murió mártir de la verdad y la justicia, luchemos
nosotros valerosamente por la confesión de nuestra fe. Por nuestro Señor
Jesucristo.