La presentación del Señor
Acojamos la luz clara y eterna
De los sermones de san Sofronio, obispo
Corramos todos al encuentro del Señor, los que con fe
celebramos y veneramos su misterio, vayamos todos con alma bien dispuesta.
Nadie deje de participar en este encuentro, nadie deje de llevar su luz.
Llevamos en nuestras manos cirios encendidos, ya para
significar el resplandor divino de aquel que viene a nosotros –el cual hace que
todo resplandezca y, expulsando las negras tinieblas, lo ilumina todo con la
abundancia de la luz eterna–, ya, sobre todo, para manifestar el resplandor con
que nuestras almas han de salir al encuentro de Cristo.
En efecto, del mismo modo que la Virgen Madre de Dios
tomó en sus brazos la luz verdadera y la comunicó a los que yacían en
tinieblas, así también nosotros, iluminados por él y llevando en nuestras manos
una luz visible para todos, apresurémonos a salir al encuentro de aquel que es
la luz verdadera.
Sí, ciertamente, porque la luz ha venido al mundo,
para liberarlo de las tinieblas en que estaba envuelto y llenarlo de
resplandor, y nos ha visitado el sol que nace de lo alto, llenando de su
luz a los que vivían en tinieblas: esto es lo que nosotros queremos significar.
Por esto, avanzamos en procesión con cirios en las manos; por esto acudimos
llevando luces, queriendo representar la luz que ha brillado para nosotros, así
como el futuro resplandor que, procedente de ella, ha de inundarnos. Por tanto,
corramos todos a una, salgamos al encuentro de Dios.
Ha llegado ya aquella luz verdadera que viendo a
este mundo alumbra a todo hombre. Dejemos, hermanos que esta luz nos
penetre y nos transforme.
Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se
resigne a permanecer en la noche; al contrario, avancemos todos llenos de
resplandor; todos juntos, iluminados, salgamos a su encuentro y, con el anciano
Simeón, acojamos aquella luz clara y eterna; imitemos la alegría de Simeón y,
como él, cantemos un himno de acción de gracias al Engendrador y Padre de la
luz, que ha arrojado de nosotros las tinieblas y nos ha hecho partícipes de la
luz verdadera.
También nosotros, representados por Simeón, hemos
visto la salvación de Dios, que él ha presentado ante todos los pueblos y que ha manifestado
para gloria de nosotros, los que formamos el nuevo Israel; y, así como Simeón,
al ver a Cristo, quedó libre de las ataduras de la vida presente, así también
nosotros hemos sido liberados del antiguo y tenebroso pecado.
También nosotros, acogiendo en los brazos de nuestra
fe a Cristo, que viene desde Belén hasta nosotros, nos hemos convertido de
gentiles en pueblo de Dios (Cristo es, en efecto, la salvación de Dios Padre) y
hemos visto, con nuestros ojos, al Dios hecho hombre; y, de este modo, habiendo
visto la presencia de Dios y habiéndola aceptado, por decirlo así, en los
brazos de nuestra mente, somos llamados el nuevo Israel. Esto es lo que vamos
celebrando año tras año, porque no queremos olvidarlo.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, te rogamos humildemente que, así
como tu Hijo unigénito, revestido de nuestra humanidad, ha sido presentado hoy
en el templo, nos concedas, de igual modo, a nosotros la gracia de ser
presentados delante de ti con el alma limpia. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Blas
Obispo y mártir
Fue obispo de Sebaste de Armenia en el siglo IV. Durante la
edad media su culto se difundió por toda la Iglesia.
Sufre por mis ovejas
De los sermones de san Agustín, obispo
El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan,
sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.
Tal es el modo como el Señor se puso
a nuestro servicio, y como quiere que nosotros nos pongamos al servicio de los
demás. Dio su vida en rescate por muchos: así es como nos redimió.
¿Quién de nosotros es capaz de redimir a otro? Fue su
sangre y su muerte lo que nos redimió de la muerte, fue su abajamiento lo que
nos levantó de nuestra postración; pero también nosotros debemos poner nuestra
pequeña parte en favor de sus miembros, ya que hemos sido hechos miembros
suyos: él es la cabeza, nosotros su cuerpo.
El Señor había dicho: El que quiera ser primero
entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha
venido para que le sirvan, sino para servir
y dar su vida en rescate por muchos. Por esto, el apóstol Juan nos
exhorta a imitar su ejemplo, con estas palabras: Cristo dio su vida por
nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.
Y el mismo Señor, después de su resurrección, dijo a
Pedro: ¿Me quieres? Él respondió: Te quiero. Por tres veces se
repitió la misma pregunta y respuesta, y las tres veces dijo el Señor:
Apacienta
mis ovejas.
«¿Cómo podrás demostrar que me quieres, sino apacentando mis
ovejas? ¿Qué vas a darme con tu amor, si todo lo esperas de mí? Aquí tienes lo
que has de hacer para quererme: apacienta mis ovejas».
Por tres veces se repiten las mismas palabras: «¿Me quieres?» «Te quiero». «Apacienta mis
ovejas». Tres veces lo había negado por temor; tres veces le hace profesión
de amor.
Finalmente, después que el Señor ha encomendado por tercera
vez sus ovejas a Pedro, al responderle éste con su profesión de amor, con la
que condenaba y borraba su pasado temor, añade el Señor a continuación: «Cuando
eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas
viejo, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras». Esto dijo aludiendo a
la muerte con que iba dar gloria a Dios. Le anunciaba por adelantado la
cruz, le predecía su martirio.
El Señor, pues, va más allá de lo que había dicho: Apacienta
mis ovejas, ya que añade equivalentemente «Sufre por mis ovejas».
Oración
Escucha, Señor, las súplicas de tu pueblo, que hoy te invoca
apoyado en la protección de tu mártir san Blas: concédenos, por sus méritos, la
paz en esta vida y el premio de la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.
El mismo día 3 de febrero
San Oscar
Obispo
Nació en Francia a principios del siglo IX y fue educado el
monasterio de Corbie. El año 826 marchó a Dinamarca a predicar la fe cristiana,
pero con poco fruto; en Suecia, en cambio, obtuvo mejores resultados. Fue
elegido obispo de Hamburgo, y el papa Gregorio IV, después de confirmar su
nombramiento, lo designó también legado pontificio para Dinamarca y Suecia.
Tuvo que enfrentarse a una serie de dificultades en su obra evangelizadora, pero
todas las superó su fortaleza de ánimo. Murió el año 865.
Hay que anunciar, con toda libertad, el misterio de Cristo
Del Decreto Ad gentes, sobre la actividad misionera de la
Iglesia, del Concilio Vaticano II
Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe el deber de
propagar la fe según su condición, Cristo, el Señor, de entre los discípulos,
llama siempre a los que le parece bien, para tenerlos en su compañía y para
enviarlos a predicar a las naciones.
Por lo cual, por medio del Espíritu Santo, que
distribuye sus carismas según le place para común utilidad, inspira la vocación
misionera en el corazón de cada uno y suscita al mismo tiempo en la Iglesia
institutos que reciben como misión propia el deber de la evangelización, que
pertenece a toda la Iglesia.
Son marcados con una vocación especial aquellos que,
dotados de un carácter natural conveniente, idóneos por sus buenas dotes e
ingenio, están dispuestos a emprender la obra misional, sean nativos del lugar
o extranjeros: sacerdotes, religiosos o seglares. Enviados por la autoridad
legítima, se dirigen con fe y obediencia a los que
están lejos de Cristo, separados para el ministerio a que han sido destinados,
como servidores del Evangelio, para que la ofrenda de los gentiles,
consagrada por el Espíritu Santo, agrade a Dios.
El hombre debe responder al llamamiento de Dios de
tal modo que, no asintiendo a la carne ni a la sangre, se entregue totalmente a
la obra del Evangelio. Pero no puede dar esta respuesta si no lo inspira y
alienta el Espíritu Santo.
El enviado entra en la vida y en la misión de aquel
que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Por eso, debe
estar dispuesto a perseverar toda su vida en la vocación, a renunciarse a sí
mismo y a hacerse todo para todos.
El que anuncia el Evangelio entre los paganos
anuncie, con toda libertad, el misterio de Cristo, de quien es embajador, de
suerte que, con su fuerza, se atreva a hablar como conviene, sin avergonzarse
del escándalo de la cruz. Siguiendo las huellas de su Maestro, manso y humilde
de corazón, manifieste que su yugo es llevadero y su carga ligera.
Dé testimonio de su Señor con una vida enteramente
evangélica, con mucha constancia, con longanimidad, con benignidad, con caridad
sincera, y, si es necesario, hasta el derramamiento de su propia sangre.
Dios le concederá valor y fortaleza para que vea qué
abundancia de gozo se encierra en la experiencia intensa de la tribulación y de
la absoluta pobreza.
Oración
Señor, Dios nuestro, que has querido enviar al obispo san
Óscar a evangelizar numerosos pueblos, concédenos, por su intercesión, caminar
siempre en la luz de tu verdad. Por nuestro Señor Jesucristo.
Santa Agueda
Virgen y mártir
Padeció el martirio en Catania (Sicilia), probablemente en
la persecución de Decio [249-251]. Desde la antigüedad su culto se extendió por
toda la Iglesia y su nombre fue introducido en el Canon romano.
Su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien
Del sermón de san Metodio de Sicilia, obispo
Hermanos, como sabéis, la conmemoración anual de esta
santa mártir nos reúne en este lugar para celebrar principalmente su glorioso
martirio, que pertenece ya al pasado, pero que es también actual, ya que
también ahora continúa su victorioso combate por medio de los milagros divinos
por los que es coronada de nuevo todos los días y recibe una incomparable
gloria.
Es una virgen, porque nació del Verbo inmortal (quien
también por mi causa gustó de la muerte en su carne) e indiviso Hijo de Dios,
como afirma el teólogo Juan: A cuantos le recibieron, les da poder para ser
hijos de Dios.
Esta mujer virgen, la que hoy os ha invitado a
nuestro convite sagrado, es la mujer desposada con un solo esposo, Cristo, para
decirlo con el mismo simbolismo nupcial que emplea el apóstol Pablo.
Una virgen que, con la lámpara siempre encendida,
enrojecía y embellecía sus labios, mejillas y lengua con la púrpura de la
sangre del verdadero y divino Cordero, y que no dejaba de recordar y meditar
continuamente la muerte de su ardiente enamorado, como si la tuviera presente
ante sus ojos.
De este modo, su mística vestidura es un testimonio
que habla por sí mismo a todas las generaciones futuras, ya que lleva en sí la
marca indeleble de la sangre de Cristo, de la que está impregnada, como también
la blancura resplandeciente de su virginidad.
Águeda hizo honor a su nombre, que significa «buena»;
ella fue en verdad buena por su identificación con el mismo Dios; fue buena
para su divino Esposo y lo es también para nosotros, ya que su bondad provenía
del mismo Dios, fuente de todo bien.
En efecto, ¿cuál es la causa suprema de toda bondad
sino aquel que es el sumo bien? Por esto, difícilmente hallaríamos algo que
mereciera, como Águeda, nuestros elogios y alabanzas.
Águeda, buena de nombre y por sus hechos; Águeda,
cuyo nombre indica de antemano la bondad de sus obras maravillosas, y cuyas
obras corresponden a la bondad de su nombre; Águeda, cuyo solo nombre es un estímulo
para que todos acudan a ella, y que nos enseña también con su ejemplo a que
todos pongamos el máximo empeño en llegar sin demora al bien verdadero, que es
sólo Dios.
Oración
Te rogamos, Señor, que la virgen santa Agueda nos alcance tu
perdón, pues ella fue agradable a tus ojos por la fortaleza que mostró en su
martirio y por el mérito de su castidad. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Pablo Miki y compañeros mártires
Pablo nació en Japón entre los años 1564 y 1566. Ingresó la
Compañía de Jesús y predicó con mucho fruto el Evangelio entre sus
conciudadanos. Al arreciar la persecución contra los católicos, fue
encarcelado junto con otros veinticinco, entre ellos san Pedro Bautista,
franciscano español, con cinco hermanos de hábito. Después de soportar graves
ultrajes, fueron crucificados en Nagasaki el 5 de febrero de 1597.
Seréis mis testigos
De la Historia del martirio de san Pablo Miki y compañeros,
escrita por un contemporáneo.
Clavados en la cruz, era admirable ver la constancia
de todos, a la que les exhortaban el padre Pasio y el padre Rodríguez. El Padre
Comisario estaba casi rígido, los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín
daba gracias a la bondad divina entonando algunos salmos y añadiendo el verso: A
tus manos, Señor. También el hermano Francisco Blanco daba gracias a Dios
con voz clara. El hermano Gonzalo recitaba también en alta voz la oración
dominical y la salutación angélica.
Pablo Miki, nuestro hermano, al verse en el púlpito
más honorable de los que hasta entonces había ocupado, declaró en primer lugar
a los circunstantes que era japonés y jesuita, y que moría por anunciar el
Evangelio, dando gracias a Dios por haberle hecho beneficio tan inestimable.
Después añadió estas palabras:
«Al llegar este momento no creerá ninguno de vosotros
que me voy a apartar de la verdad. Pues bien, os aseguro que no hay más camino
de salvación que el de los cristianos. Y como quiera que el cristianismo me
enseña a perdonar a mis enemigos y a cuantos me han ofendido, perdono
sinceramente al rey y a los causantes de mi muerte, y les pido que reciban el
bautismo».
Y, volviendo la mirada a los compañeros, comenzó a
animarles para el trance supremo. Los rostros de todos tenían un aspecto
alegre, pero el de Luis era singular. Un cristiano le gritó que estaría en
seguida en el paraíso. Luis hizo un gesto con sus dedos y con todo su cuerpo, atrayendo
las miradas de todos.
Antonio, que estaba al lado de Luis, fijos los ojos
en el cielo, y después de invocar los nombres de Jesús y María, entonó el
salmo: Alabad, siervos del Señor, que había aprendido en la catequesis
de Nagasaki, pues en ella se les hace aprender a los niños ciertos salmos.
Otros repetían: «¡Jesús!
¡María!», con rostro sereno. Algunos exhortaban a los circunstantes a llevar
una vida digna de cristianos. Con éstas y semejantes acciones mostraban su
prontitud para morir.
Entonces los verdugos desenvainaron cuatro lanzas
como las que se usan en Japón. Al verlas, los fieles exclamaron: «¡Jesús! ¡María!», y se echaron a llorar con gemidos que
llegaban al cielo. Los verdugos remataron en pocos instantes a cada uno de los
mártires.
Oración
Oh Dios, fortaleza de todos los santos, que has llamado a
san Pablo Miki y a sus compañeros a la vida eterna por medio de la cruz;
concédenos, por su intercesión, mantener con vigor, hasta la muerte, la fe que
profesamos. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Jerónimo Emiliani
Nació en Venecia el año 1486. Abrazó la carrera de las
armas, que más tarde dejó, consagrándose al servicio de los pobres, después de
distribuir entre ellos sus bienes. Fundó la Orden de los Clérigos Regulares de
Somasca, con la misión de socorrer a los niños huérfanos y pobres. Murió en
Somasca (Bérgamo) el año 1537.
Sólo en el Señor debemos confiar
De las cartas de san Jerónimo Emiliani a sus hermanos de
religión
Hermanos dilectísimos en Cristo e hijos de la
Sociedad de los Siervos de los pobres:
Os saluda vuestro humilde padre, y os exhorta a que
perseveréis en el amor de Cristo y en la fiel observancia de la ley cristiana,
tal como os lo demostré de palabra y obra cuando estaba con vosotros, a fin de
que el Señor sea glorificado por mí en vosotros.
Nuestro fin es Dios, fuente de todo bien, y, como
decimos en nuestra oración, sólo en él debemos confiar, y no en otros. Nuestro
Señor, que es benigno, queriendo aumentar vuestra fe (sin la cual, como dice el
Evangelio, Cristo no pudo hacer muchos milagros) y escuchar vuestra oración,
determinó que vivierais pobres, enfermos, afligidos, cansados y abandonados de
todos, y que os vieseis incluso privados de mi presencia corporal, aunque no de
la presencia espiritual de este vuestro pobre padre, que tanto os ama.
Sólo Dios sabe por qué obra así con vosotros; pero
podemos sospechar tres razones:
La primera, que nuestro Señor os quiere contar entre
sus hijos queridos, con tal que perseveréis en sus caminos; esto es lo que
suele hacer con sus amigos para santificarlos.
La otra razón es que pretende haceros confiar exclusivamente
en él. Dios, como os he dicho, no realiza sus obras en aquellos que se resisten
a depositar en él totalmente su fe y su esperanza; en cambio, infunde la plenitud
de su caridad en aquellos que están llenos de fe y esperanza, y realiza grandes
obras en ellos. Por eso, si tenéis auténtica fe y esperanza, hará con vosotros
grandes cosas, él, que exalta a los humildes. Al hacer que me haya alejado de
vosotros, y al alejar también a cualquier otro que goce de vuestro favor, Dios
os da a elegir entre dos cosas: apartaros de la fe, volviendo a las cosas del
mundo, o permanecer fuertes en la fe y obtener así su aprobación.
He aquí, pues, la tercera razón: Dios quiere probaros
como al oro en el crisol. El fuego va consumiendo la ganga del oro, pero el
oro bueno permanece y aumenta su valor. De igual modo se comporta Dios con su
siervo bueno que espera y persevera en la tribulación. El Señor lo levanta y le
devuelve, ya en este mundo, el ciento por uno de todo lo que dejó por amor
suyo, y después le da la vida eterna.
Así es como se comporta Dios con todos sus santos.
Así hizo con el pueblo de Israel después de que pasó tantas tribulaciones en
Egipto: lo condujo por el desierto entre prodigios, lo alimentó con el maná y
sobre todo le dio la tierra prometida. Si vosotros perseveráis constantes en la
fe en medio de las tentaciones, Dios os dará paz y descanso temporal en este
mundo, y sosiego imperecedero en el otro.
Oración
Señor, Dios de las misericordias, que hiciste a san Jerónimo
Emiliani padre y protector de los huérfanos, concédenos, por su intercesión, la
gracia de permanecer siempre fieles al espíritu de adopción que nos hace
verdaderamente hijos tuyos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Santa Escolástica
Virgen
Hermana de san Benito, nació en Nursia (Italia), hacia el
año 480. Se entregó a Dios como su hermano y le siguió al Monte Casino, donde
murió hacia el año 547.
Pudo más porque amó más
De los libros de los Diálogos de san Gregorio Magno, papa
Escolástica, hermana de Benito, dedicada desde su
infancia al Señor todopoderoso, solía visitar a su hermano una vez al año. El
varón de Dios se encontraba con ella fuera de las puertas del convento, en las
posesiones del monasterio. Cierto día vino Escolástica, como de costumbre, y su
venerable hermano bajó a verla con algunos discípulos, y pasaron el día entero
entonando las alabanzas de Dios y entretenidos en santas conversaciones. Al anochecer,
cenaron juntos.
Con el interés de la conversación se hizo tarde y entonces
aquella santa mujer le dijo: «Te ruego que no me dejes esta noche y que sigamos
hablando de las delicias del cielo hasta mañana».
A lo que respondió Benito: «¿Qué
es lo que dices, hermana? No me está permitido permanecer fuera del convento».
Pero aquella santa, al oír la negativa de su hermano, cruzando sus manos, las
puso sobre la mesa y, apoyando en ellas la cabeza, oró al Dios todopoderoso.
Al levantar la cabeza, comenzó a relampaguear, tronar
y diluviar de tal modo, que ni Benito ni los hermanos que le acompañaban
pudieron salir de aquel lugar.
Comenzó entonces el varón de Dios a lamentarse y
entristecerse, diciendo: «Que Dios te perdone, hermana. ¿Qué es lo que acabas hacer?».
Respondió ella: «Te lo pedí, y no quisiste
escucharme; rogué a mi Dios, escuchó. Ahora sal, si puedes, despídeme y vuelve
al monasterio».
Benito, que no había querido quedarse
voluntariamente, no tuvo, al fin, más remedio que quedarse allí. Así pudieron
pasar toda la noche en vela, en santas conversaciones sobre la vida espiritual,
quedando cada uno gozoso de las palabras que escuchaba a su hermano.
No es de extrañar que al fin la mujer fuera más
poderosa que el varón, ya que, como dice Juan: Dios es amor, y,
por esto, pudo más porque amó más.
A los tres días, Benito, mirando al cielo, vio cómo
el alma de su hermana salía de su cuerpo en figura de paloma y penetraba en el
cielo. Él, congratulándose de su gran gloria, dio gracias al Dios todopoderoso con
himnos y cánticos, y envió a unos hermanos a que trajeran su cuerpo al
monasterio y lo depositaran en el sepulcro que había preparado para sí.
Así ocurrió que estas dos almas, siempre unidas en
Dios, no vieron tampoco sus cuerpos separados ni siquiera en la sepultura.
Oración
Te rogamos, Señor, al celebrar la fiesta de santa
Escolástica, virgen, que, imitando su ejemplo, te sirvamos con un corazón puro,
y alcancemos así los saludables efectos de tu amor. Por nuestro Señor
Jesucristo.
Nuestra Señora de Lourdes
En el año 1858 la virgen María Inmaculada se apareció a
Bernardita Soubirous, cerca de Lourdes (Francia), dentro de la cueva de
Massabielle. Por medio de esta humilde jovencita, María llama a los pecadores
a la conversión, suscitando un gran celo de oración y amor, principalmente como
servicio a los enfermos y pobres.
La Señora me habló
De una carta de santa María Bernarda Soubirous, virgen
Cierto día fui a la orilla del río Gave a recoger
leña con otras dos niñas. En seguida oí como un ruido. Miré a la pradera, pero
los árboles no se movían. Alcé entonces la cabeza hacia la gruta y vi a una
mujer vestida de blanco, con un cinturón azul celeste y sobre cada uno de sus
pies una rosa amarilla, del mismo color que las cuentas de su rosario.
Creyendo engañarme, me restregué los ojos. Metí la
mano en el bolsillo para buscar mi rosario. Quise hacer la señal de la cruz,
pero fui incapaz de llevar la mano a la frente. Cuando la Señora hizo la señal
de la cruz, lo intenté yo también y, aunque me temblaba la mano, conseguí
hacerla. Comencé a rezar el rosario, mientras la Señora iba desgranando sus
cuentas, aunque sin despegar los labios. Al acabar el rosario, la visión se
desvaneció.
Pregunté entonces a las dos niñas si habían visto
algo. Ellas lo negaron y me preguntaron si es que tenía que hacerles algún
descubrimiento. Les dije que había visto a una mujer vestida de blanco, pero
que no sabía de quién se trataba. Les pedí que no lo contaran. Ellas me
recomendaron que no volviese más por allí, a lo que me opuse. El domingo volví,
pues sentía internamente que me impulsaban...
Aquella Señora
no me habló hasta la tercera vez, y me preguntó si querría ir durante quince
días. Le dije que sí, y ella añadió que debía avisar a los sacerdotes para que
edificaran allí una capilla. Luego me ordenó que bebiera de la fuente. Como no
veía ninguna fuente, me fui hacia el río Gave, pero ella me indicó que no
hablaba de ese río, y señaló con el dedo la fuente. Me acerqué, y no hallé más
que un poco de agua entre el barro. Metí la mano, y apenas podía sacar nada,
por lo que comencé a escarbar y al final pude sacar algo de agua; por tres
veces la arrojé y a la cuarta pude beber. Después desapareció la visión y yo me
marché.
Volví a ir allá durante quince días. La Señora se me
apareció como de costumbre, menos un lunes y un viernes. Siempre me decía que
advirtiera a los sacerdotes que debían edificarle una capilla, me mandaba
lavarme en la fuente y rogar por la conversión de los pecadores. Le pregunté
varias veces quién era, a lo que me respondía con una leve sonrisa. Por fin,
levantando los brazos y ojos al cielo, me dijo:
«Yo soy la Inmaculada Concepción».
En aquellos días me reveló también tres secretos,
prohibiéndome absolutamente que los comunicase a nadie, lo que he cumplido
fielmente hasta ahora.
Oración
Dios de misericordia, remedia con el amparo del cielo
nuestro desvalimiento, para que, cuantos celebramos la memoria de la inmaculada
Virgen María, Madre de Dios, podamos, por su intercesión, vernos libres de nuestros
pecados. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Cirilo, monje, y san Metodio, Obispo
Cirilo, nacido en Tesalónica, hizo brillantes estudios en
Constantinopla. En unión de su hermano Metodio se dirigió a Moravia a predicar
la fe. Entre los dos publicaron los textos litúrgicos en lengua eslava escritos
en caracteres «cirílicos», como después se designaron. Llamados a Roma, Cirilo
murió allí el 14 de febrero del año 869. Metodio, consagrado obispo, marchó a
Panonia, donde desarrolló una infatigable labor de evangelización. Tuvo que
sufrir mucho a causa de los envidiosos, pero contó siempre con el apoyo de los
papas. Murió el 6 de abril del año 885 en la ciudad checoslovaca de Vellehrad.
Acrecienta tu Iglesia, y reúne a todos sus miembros en la
unidad
De la Vida eslava de Constantino Cirilo
Cargado de trabajos, Constantino Cirilo cayó enfermo;
estuvo muchos días con fiebre y un día tuvo una visión de Dios y empezó a
cantar así:
«Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del
Señor»; se regocijan mi corazón y mi espíritu».
Revestido de sus ornamentos, se pasó todo aquel día
lleno de contento, diciendo:
«Desde ahora ya no soy siervo ni del emperador ni de
hombre alguno sobre la tierra, sino sólo de Dios todopoderoso. Primero no
existía, luego existí, y existiré para siempre. Amén».
Al día siguiente se vistió con el santo hábito
monástico y, como quien añade luz a la luz, se impuso el nombre de Cirilo.
Permaneció con este hábito durante cincuenta días.
Llegada la hora de recibir el merecido descanso y
emigrar a las moradas eternas, levantó las manos hacia Dios, diciendo entre
sollozos:
«Señor Dios mío, que creaste todas las jerarquías
angélicas y las potestades incorpóreas, desplegaste el cielo y afirmaste la
tierra y trajiste todas las cosas de la inexistencia a la existencia, que
escuchas continuamente a los que hacen tu voluntad, te temen y guardan tus
preceptos: escucha mi oración y guarda a tu fiel rebaño, que encomendaste a
este tu siervo inepto e indigno.
Líbralos de la impiedad y del paganismo de los que
blasfeman contra ti, acrecienta tu Iglesia y reúne a todos sus miembros en la
unidad. Haz que tu pueblo viva concorde en la verdadera fe, e inspírale la
palabra de tu doctrina, pues tuyo es el don que nos diste para que predicáramos
el Evangelio de tu Cristo, exhortándonos a hacer buenas obras que fueran de tu
agrado. Te devuelvo como tuyos a los que me diste; dirígelos con tu poderosa
diestra y guárdalos bajo la sombra de tus alas, para que todos alaben y glorifiquen
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén».
Y, besando a todos con el ósculo santo, dijo:
«Bendito el Señor, que no nos entregó en presa a sus
dientes; hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la
trampa se rompió, y escapamos».
Y con esto se durmió en el Señor. Tenía cuarenta y
dos años de edad.
El papa ordenó que todos los griegos residentes en
Roma, así como los romanos, asistieran con cirios al funeral de aquel santo
varón, y que lo hicieran como si del mismo papa se tratase.
Oración
Dios, que iluminaste a los pueblos eslavos mediante los
trabajos apostólicos de los santos hermanos Cirilo y Metodio, concédenos la
gracia de aceptar tu palabra y de llegar a formar un pueblo unido en la
confesión y defensa de la verdadera fe. Por nuestro Señor Jesucristo.
Los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de la
Virgen María
Estos siete varones florentinos llevaron primero una vida
eremítica en el monte Senario, con particular dedicación al culto de la Virgen.
Después se dedicaron a predicar por toda la Toscana y fundaron la Orden de
Siervos de santa María Virgen, «Servitas», reconocida por la Santa Sede el año
1304. Su memoria anual se celebra este día, en el que, según se dice, murió uno
de ellos, san Alejo Falconieri, el año 1310.
Hagamos el elogio de los hombres ilustres
De la tradición sobre el origen de la Orden de los Siervos
de la Virgen María
Siete fueron los varones, dignos de reverencia y
honor, que reunió nuestra Señora como siete estrellas, para dar comienzo, por
la concordia de su cuerpo y de su espíritu, a la Orden de sus siervos.
Cuando yo entré en la Orden sólo vivía uno de
aquéllos, que se llamaba hermano Alejo. Nuestra Señora tuvo a bien mantenerlo
en vida hasta nuestros días para que nos contara los orígenes de la Orden. La
vida de este hermano Alejo era, como pude ver con mis propios ojos, una vida
tan edificante que no sólo movía con su ejemplo a todos los que con él vivían,
sino que constituía la mejor garantía a favor de su espíritu, del de sus
compañeros y de nuestra Orden.
Su estado de vida, antes de que vivieran en
comunidad, constaba de cuatro puntos. El primero, referente a su condición ante
la Iglesia. Unos habían hecho voto de virginidad o castidad perpetua, otros
estaban casados y otros viudos. Referente a su actividad pública, eran
comerciantes. Pero en cuanto encontraron la perla preciosa, es decir, nuestra
Orden, no solamente dieron a los pobres todo lo que poseían, sino que se
entregaron con gran alegría al servicio de Dios y de la Señora.
El tercer punto se refiere a su devoción a la Virgen.
En Florencia existía una antiquísima congregación que, debido a su antigüedad,
su santidad y número de miembros, se llamaba «Sociedad mayor de nuestra
Señora». De esta sociedad procedían aquellos siete varones, tan amantes de
nuestra Señora.
Por último, me referiré a su espíritu de perfección.
Amaban a Dios sobre todas las cosas, a él dirigían, como pide el debido orden,
todo cuanto hacían y le honraban con sus pensamientos, palabras y obras.
Una vez que tomaron la decisión de vivir en comunidad,
y confirmado su propósito por inspiración divina, ya que nuestra Señora les
impulsaba especialmente a este género de vida, fueron arreglando la situación
de sus familias, dejándoles lo necesario y repartiendo lo demás entre los
pobres. Después buscaron a varones prudentes, honestos y ejemplares y les
participaron su propósito.
Subieron al monte Senario, edificaron en lo alto una
casita y se fueron a vivir allí. Comenzaron a pensar que no sólo estaban allí
para conseguir su santidad, sino que también debían admitir a otros miembros
para acrecentar la nueva Orden que nuestra Señora había comenzado con ellos.
Dispuestos a recibir a más hermanos, admitieron a algunos de ellos y así fundaron
nuestra Orden. Nuestra Señora fue la principal
artífice en la edificación de la Orden, fundada sobre la humildad de nuestros
hermanos, construida sobre su caridad y conservada por su pobreza.
Oración
Señor, infunde en nosotros el espíritu de amor que llevó a
estos santos hermanos a venerar con la mayor devoción a la Madre de Dios, y les
impulsó a conducir a tu pueblo al conocimiento y al amor de tu nombre. Por
nuestro Señor Jesucristo.
San Pedro Damiani
Obispo y doctor de la Iglesia
Nació en Ravena, el año 1007; acabados los estudios, ejerció
la docencia, pero se retiró en seguida al yermo de Fonte Avellana, donde fue
elegido prior. Fue gran propagador de la vida religiosa allí y en otras
regiones de Italia. En aquella dura época ayudó eficazmente a los papas, con
sus escritos y legaciones, en la reforma de la Iglesia. Creado por Esteban IX
cardenal y obispo de Ostia, murió el año 1072 y al poco tiempo era venerado
como santo.
Tras la tristeza, espera con alegría el gozo
De las cartas de san Pedro Damiani, obispo
Me has pedido, dilectísimo hermano, que te transmita
por carta unas palabras de consuelo capaces de endulzar tu razón, amargado por
tantos sufrimientos como te afligen.
Pero si tu inteligencia está despierta, a mano tienes
el consuelo que necesitas, pues la misma palabra divina te instruye como a
hijo, destinado a obtener la herencia. Medita en aquellas palabras:
Hijo
mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el
corazón firme, sé valiente.
Donde está el temor está la justicia. La prueba que
para nosotros supone cualquier adversidad no es un castigo de esclavos, sino
una corrección paterna.
Por esto Job, en medio de sus calamidades, si bien
dice: Que Dios se digne triturarme y cortar de un tirón la trama de mi vida,
añade a continuación: Sería un consuelo para mí; aun torturado sin
piedad, saltaría de gozo.
Para los elegidos de Dios, sus mismas pruebas son un
consuelo, pues en virtud de estos sufrimientos momentáneos dan grandes pasos
por el camino de la esperanza hasta alcanzar la felicidad del cielo.
Lo mismo hacen el martillo y
la lima con el oro, quitándole la escoria para que brille más. El horno
prueba la vasija del alfarero, el hombre se prueba en la tribulación. Por
esto dice también Santiago: Hermanos míos: Teneos por muy dichosos cuando os
veáis asediados por toda clase de pruebas.
Con razón deben alegrarse quienes sufren por sus
malas obras una pena temporal, y, en cambio, obtienen por sus obras buenas los
premios sempiternos del cielo.
Todo ello significa que no deben deprimir tu espíritu
los sufrimientos que padeces y las correcciones con que te aflige la disciplina
celestial; no murmures ni te lamentes, no te consumas en la tristeza o la
pusilanimidad. Que resplandezca en tu rostro la serenidad, en tu mente la
alegría, en tu boca la acción de gracias.
Alabanza merece la dispensación divina, que aflige
temporalmente a los suyos para librarlos del castigo eterno, que derriba para
exaltar, corta para curar y deprime para elevar.
Robustece tu espíritu con éstos y otros testimonios
de la Escritura y, tras la tristeza, espera con alegría el gozo que vendrá.
Que la esperanza te levante ese gozo, que la caridad
encienda tu fervor. Así tu mente, bien saciada, será capaz de olvidar los sufrimientos exteriores
y progresará en la posesión de los bienes que contempla en su interior.
Oración
Dios todopoderoso, concédenos seguir con fidelidad los
consejos y ejemplos de san Pedro Damiani, obispo, para que, amando a Cristo
sobre todas las cosas, y dedicados siempre al servicio de tu Iglesia,
merezcamos llegar a los gozos eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.
La cátedra del apóstol san Pedro
La festividad de la Cátedra de san Pedro se celebraba en
Roma ya en el siglo IV, en este día, para poner de manifiesto la unidad de la
Iglesia, fundada en la persona del Apóstol.
La Iglesia de Cristo se levanta sobre la firmeza de la fe de
Pedro
De los sermones de san León Magno, papa
De todos se elige a Pedro, a quien se pone al frente
de la misión universal de la Iglesia, de todos los apóstoles y los Padres de la
Iglesia; y, aunque en el pueblo de Dios hay muchos sacerdotes y muchos
pastores, a todos los gobierna Pedro, aunque todos son regidos eminentemente por
Cristo. La bondad divina ha concedido a este hombre una excelsa y admirable
participación de su poder, y todo lo que tienen de común con Pedro los otros
jerarcas, les es concedido por medio de Pedro.
El Señor pregunta a sus apóstoles qué es lo que los
hombres opinan de él, y en tanto coinciden sus respuestas en cuanto reflejan la
ambigüedad de la ignorancia humana.
Pero, cuando urge qué es lo que piensan los mismos
discípulos, es el primero en confesar al Señor aquel que es primero en la
dignidad apostólica. A las palabras de Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo, le responde el Señor: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!,
porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está
en el cielo.
Es decir: «Eres verdaderamente dichoso porque es mi
Padre quien te lo ha revelado; la humana opinión no te ha inducido a error,
sino que la revelación del cielo te ha iluminado, y no ha sido nadie de carne y
hueso, sino que te lo ha enseñado aquel de quien soy el Hijo único».
Y añade: Ahora te digo yo, esto es: «Del mismo
modo que mi Padre te ha revelado mi divinidad, igualmente yo ahora te doy a
conocer tu dignidad: Tú eres Pedro, que soy la piedra inviolable, la
piedra angular que ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, yo, que soy
el fundamento, fuera del cual nadie puede edificar, te digo a ti, Pedro, que
eres también piedra, porque serás fortalecido por mi poder de tal forma que lo
que me pertenece por propio poder sea común a ambos por tu participación
conmigo».
Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder
del infierno no la derrotará.
«Sobre esta fortaleza –quiere decir– construiré el templo
eterno y la sublimidad de mi Iglesia, que alcanzará el cielo y se levantará
sobre la firmeza de la fe de Pedro».
El poder del infierno no podrá con esta profesión de
fe ni la encadenarán los lazos de la muerte, pues estas palabras son palabras
de vida. Y del mismo modo que lleva al cielo a los confesores de la fe,
igualmente arroja al infierno a los que la niegan.
Por esto dice al bienaventurado Pedro:
Te daré las
llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el
cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.
La prerrogativa de este poder se comunica también a
los otros apóstoles y se transmite a todos los obispos de la Iglesia, pero no
en vano se encomienda a uno o que se ordena a todos; de una forma especial se
otorga esto a Pedro, porque la figura de Pedro se pone al frente de todos los
pastores de la Iglesia.
Oración
Dios todopoderoso, no permitas que seamos perturbados por
ningún peligro, tú que nos has afianzado sobre la roca de la fe apostólica. Por
nuestro Señor Jesucristo.
San Policarpo, Obispo y mártir
Policarpo, discípulo de los apóstoles y obispo de Esmirna,
dio hospedaje a Ignacio de Antioquía. Hizo un viaje a Roma para tratar con el
papa Aniceto la cuestión de la fiesta de la Pascua. Sufrió el martirio hacia el
año 155, siendo quemado vivo en el estadio de la ciudad.
Como un sacrificio enjundioso y agradable
De la carta de la Iglesia de Esmirna sobre el martirio de
san Policarpo
Preparada la hoguera, Policarpo se quitó todos sus
vestidos, se desató el ceñidor e intentaba también descalzarse, cosa que antes no acostumbraba a
hacer, ya que todos los fieles competían entre sí por ser los primeros en tocar
su cuerpo; pues, debido a sus buenas costumbres, aun antes de alcanzar la palma
del martirio, estaba adornado con todas las virtudes.
Policarpo se encontraba en el lugar del tormento rodeado
de todos los instrumentos necesarios para quemar a un reo. Pero, cuando le
quisieron sujetar con los clavos, les dijo:
«Dejadme así, pues quien me da fuerza para soportar
el fuego me concederá también permanecer inmóvil en medio de la hoguera sin la
sujeción de los clavos».
Por tanto, no le sujetaron con los clavos, sino que
lo ataron.
Ligadas las manos a la espalda como si fuera una
víctima insigne seleccionada de entre el numeroso rebaño para el sacrificio,
como ofrenda agradable a Dios, mirando al cielo, dijo:
«Señor, Dios todopoderoso, Padre de nuestro amado y
bendito Jesucristo, Hijo tuyo, por quien te hemos conocido; Dios de los
ángeles, de los arcángeles, de toda criatura y de todos los justos que viven en
tu presencia: te bendigo, porque en este día y en esta hora me has concedido
ser contado entre el número de tus mártires, participar del cáliz de Cristo y,
por el Espíritu Santo, ser destinado a la resurrección de la vida eterna en la
incorruptibilidad del alma y del cuerpo. ¡Ojalá que sea yo también contado
entre el número de tus santos como un sacrificio enjundioso y agradable, tal
como lo dispusiste de antemano, me lo diste a conocer y ahora lo cumples, oh
Dios veraz e ignorante de la mentira!
Por esto te alabo, te bendigo y te glorifico en todas
las cosas por medio de tu Hijo amado Jesucristo, eterno y celestial Pontífice.
Por él a ti, en unión con él mismo y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y
en el futuro, por los siglos de los siglos. Amén».
Una vez que acabó su oración y hubo pronunciado su
«Amén», los verdugos encendieron el fuego.
Cuando la hoguera se inflamó, vimos un milagro;
nosotros fuimos escogidos para contemplarlo, con el fin de que lo narrásemos a
la posteridad. El fuego tomó la forma de una bóveda, como la vela de una nave
henchida por el viento, rodeando el cuerpo del mártir que, colocándose en
medio, no parecía un cuerpo que está abrasándose, sino como un pan que está
cociéndose, o como el oro o la plata que resplandecen en la fundición.
Finalmente, nos embriagó un olor exquisito, como si se estuviera quemando
incienso o algún otro preciado aroma.
Oración
Dios de todas las criaturas, que te has dignado agregar a
san Policarpo, tu obispo, al número de los mártires concédenos, por su
intercesión, participar con él en la pasión de Cristo, y resucitar a la vida
eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.