Santo Tomás
Apóstol
Tomás es conocido entre los demás apóstoles por su incredulidad,
que se desvaneció en presencia de Cristo resucitado; él proclamó la fe pascual
de la Iglesia con estas palabras: «¡Señor mío y Dios mío!» Nada sabemos con
certeza acerca de su vida, aparte de los indicios que nos suministra el
Evangelio. Se dice que evangelizó la India. Desde el siglo VI se celebra el día
3 de julio el traslado de su cuerpo a Edesa.
¡Señor mío y Dios mío!
De las homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre los
evangelios
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba
con ellos cuando vino Jesús.
Sólo este discípulo estaba ausente y, al volver y escuchar
lo que había sucedido, no quiso creer lo que le contaban. Se presenta de nuevo
el Señor y ofrece al discípulo incrédulo su costado para que lo palpe, le
muestra sus manos y, mostrándole la cicatriz de sus heridas, sana la herida de
su incredulidad. ¿Qué es, hermanos muy amados, lo que descubrís en estos
hechos? ¿Creéis acaso que sucedieron porque sí todas estas cosas: que aquel
discípulo elegido estuviera primero ausente, que luego al venir oyese, que al
oír dudase, que al dudar palpase, que al palpar creyese?
Todo esto no sucedió porque sí, sino por disposición
divina. La bondad de Dios actuó en este caso de un modo admirable, ya que aquel
discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro,
curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la
incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él
inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda
duda, es confirmada en la fe. De este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó
y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección.
Palpó y exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le
dijo: «¿Porque me has visto has creído?» Como sea, el apóstol Pablo dice: La
fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve, es
evidente que la fe es la plena convicción de aquellas realidades que no podemos
ver, porque las que vemos ya no son objeto de fe, sino de conocimiento. Por
consiguiente, si Tomás vio y palpó, ¿cómo es que le dice el Señor: Porque me
has visto creído? Pero es que lo que creyó superaba a lo que vio. En
efecto, un hombre mortal no puede ver la divinidad. Por esto, lo que él vio fue
la humanidad de Jesús, pero confesó su divinidad al decir: ¡Señor mío y Dios
mío! Él, pues, creyó, con todo y que vio, ya que, teniendo ante sus ojos a
un hombre verdadero, lo proclamó Dios, cosa que escapaba a su mirada.
Y es para nosotros motivo de alegría lo que sigue a
continuación: Dichosos los que crean sin haber visto. En esta sentencia
el Señor nos designa especialmente a nosotros, que lo guardamos en nuestra
mente sin haberlo visto corporalmente. Nos designa a nosotros, con tal de que
las obras acompañen nuestra fe, porque el que cree de verdad es el que obra
según su fe. Por el contrario, respecto de aquellos que creen sólo de palabra,
dice Pablo: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus acciones lo
desmienten. Y Santiago dice: La fe sin obras
es un cadáver.
Oración
Dios todopoderoso, concédenos celebrar con alegría la fiesta
de tu apóstol santo Tomás; que él nos ayude con su protección, para que
tengamos en nosotros vida abundante por la fe en Jesucristo, tu Hijo, a quien
tu apóstol reconoció como su Señor y su Dios. Que vive reina contigo.
Santa Isabel de Portugal
Nació el año 1271, hija del rey Pedro III de Aragón. Cuando
era aún casi una niña, fue dada en matrimonio al rey de Portugal, del que tuvo
dos hijos. Fortalecida con la oración y la práctica de la caridad, soportó
infinidad de tribulaciones y dificultades. Al morir su esposo, distribuyó sus
bienes entre los pobres y recibió el hábito de terciaria franciscana. Murió año
1336, mientras se esforzaba por restablecer la paz entre su hijo y su yerno.
Dichosos los que trabajan por la paz
De un sermón atribuido a san Pedro Crisólogo, obispo
Dichosos los que trabajan por la paz –dice el evangelista, amadísimos
hermanos–, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Con razón cobran
especial lozanía las virtudes cristianas en aquel que posee la armonía de paz
cristiana, y no se llega a la denominación de hijo de Dios si no es a través de
la práctica de la paz.
La paz, amadísimos hermanos, es la que despoja al
hombre de su condición de esclavo y le otorga el nombre de libre y cambia su
situación ante Dios, convirtiéndolo de criado en hijo, de siervo en hombre
libre. La paz entre los hermanos es la realización de la voluntad divina, el
gozo de Cristo, la perfección de la santidad, la norma de la justicia, la
maestra de la doctrina, la guarda de las buenas costumbres, la que regula
convenientemente todos nuestros actos. La paz recomienda nuestras peticiones
ante Dios y es el camino más fácil para que obtengan su efecto, haciendo así
que se vean colmados todos nuestros deseos legítimos. La paz es madre del amor,
vínculo de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente;
ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz.
Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esta paz, ya que él
ha dicho: La paz os dejo, mi paz os doy, lo que equivale a decir: «Os
dejo en paz, y quiero encontraros en paz»; lo que nos dio al marchar quiere
encontrarlo en todos cuando vuelva.
El mandamiento celestial nos obliga a conservar esta
paz que se nos ha dado, y el deseo de Cristo puede resumirse en pocas palabras:
volver a encontrar lo que nos ha dejado. Plantar y hacer arraigar la paz es
cosa Dios; arrancarla de raíz es cosa del enemigo. En efecto, así como el amor
fraterno procede de Dios, así el odio procede del demonio; por esto, debemos
apartar de nosotros toda clase de odio, pues dice la Escritura:
El que odia
a su hermano es un homicida.
Veis, pues, hermanos muy amados, la razón por la que
hay que procurar y buscar la paz y la concordia; estas virtudes son las que
engendran y alimentan la caridad. Sabéis, como dice san Juan, que el amor es
de Dios; por consiguiente, el que no tiene este amor vive apartado de Dios.
Observemos, por tanto, hermanos, estos mandamientos de
vida; hagamos por mantenernos unidos en el amor fraterno, mediante los vínculos
de una paz profunda y el nexo saludable de la caridad, que cubre la multitud de
los pecados. Todo vuestro afán ha de ser la consecución de este amor, capaz de
alcanzar todo bien y todo premio. La paz es la virtud que hay que guardar con
más empeño, ya que Dios está siempre rodeado de una atmósfera de paz. Amad la
paz, y hallaréis en todo la tranquilidad del espíritu; de este modo, aseguráis
nuestro premio y vuestro gozo, y la Iglesia de Dios, fundamentada en la unidad
de la paz, se mantendrá fiel a las enseñanzas de Cristo.
Oración
Oh Dios, que creas la paz y amas la caridad, tú que
otorgaste a santa Isabel de Portugal la gracia de conciliar a los hombres
enfrentados, muévenos, por su intercesión, a poner nuestros esfuerzos al
servicio de la paz, para que merezcamos llamarnos hijos de Dios. Por nuestro
Señor Jesucristo.
San Antonio María Zaccaría
Presbítero
Nació en Cremona, ciudad de Lombardía, el año 1502; estudió
medicina en Padua y, después de ordenado sacerdote, fundó la Sociedad de
Clérigos de san Pablo o Barnabitas, la cual trabajó mucho por la reforma de
costumbres en los fieles. Murió el año 1539.
El discípulo del apóstol Pablo
De un sermón de san Antonio María Zaccaría, presbítero, a
sus hermanos de religión
Nosotros, unos necios por Cristo:
esto lo decía nuestro bienaventurado
guía y santísimo patrono, refiriéndose a sí mismo y a los demás apóstoles, como
también a todos los que profesan las enseñanzas cristianas y apostólicas. Pero
ello, hermanos muy amados, no ha de sernos motivo de admiración o de temor, ya
que un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo. Nuestros
enemigos se hacen mal a sí mismos y nos prestan a nosotros un servicio, ya que
nos ayudan a conseguir la corona de la gloria eterna, mientras que provocan
sobre ellos la ira de Dios, y, por esto, debemos compadecerlos y amarlos en vez
de odiarlos y aborrecerlos. Más aún, debemos orar por ellos y no dejarnos
vencer del mal, sino vencer el mal con el bien, y amontonar las muestras de
bondad sobre sus cabezas, según nos aconseja nuestro Apóstol, como carbones
encendidos de ardiente caridad; así ellos viendo nuestra paciencia y
mansedumbre, se convertirán y se inflamarán en amor de Dios.
A nosotros, aunque indignos, Dios nos ha elegido del
mundo, por su misericordia, para que, dedicados a su servicio, vayamos
progresando constantemente en virtud y, por nuestra constancia, demos fruto
abundante de caridad, jubilosos por la esperanza de poseer la gloria que nos
corresponde por ser hijos de Dios, y glorificándonos incluso en medio de
nuestras tribulaciones.
Fijaos en vuestro llamamiento,
hermanos muy amados; si lo
consideramos atentamente, fácilmente nos daremos cuenta de que exige de
nosotros que no rehusemos el participar en los sufrimientos de Cristo, puesto
que nuestro propósito es seguir, aunque sea de lejos, las huellas de los
santos apóstoles y demás soldados del Señor. Corramos en la carrera que nos
toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe:
Jesús.
Los que hemos tomado por guía y padre a un apóstol
tan eximio y hacemos profesión de seguidores suyos debemos esforzarnos en
poner por obra sus enseñanzas y ejemplos; no sería correcto que, en las filas
de semejante capitán, militaran unos soldados cobardes o desertores, o que un
padre tan ilustre tuviera unos hijos indignos de él.
Oración
Concédenos, Señor, crecer, según el espíritu de san Pablo,
apóstol, en el conocimiento incomparable de tu Hijo Jesucristo, que impulsó a
san Antonio María Zaccaría a proclamar en tu Iglesia la palabra de salvación.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Santa María Goretti
Virgen y mártir
Nació en Corinaldo (Italia) el año 1890, de una familia humilde.
Su niñez, bastante dura, transcurrió cerca de Nettuno, y durante ella se ocupó
en ayudar a su madre en las tareas domésticas; era de índole piadosa, como lo
demostraba su asiduidad en la oración. El año 1902, puesta en trance de
defender su castidad, prefirió morir antes que pecar: el joven que atentaba
contra ella puso fin a su vida agrediéndola con un punzón.
Nada temo, porque tú vas conmigo
De la homilía pronunciada por el papa Pío XII en la
canonización de santa María Goretti
De todo el mundo es conocida la lucha con que tuvo
que enfrentarse, indefensa, esta virgen; una turbia y ciega tempestad se alzó
de pronto contra ella, pretendiendo manchar y violar su angélico candor. En
aquellos momentos de peligro y de crisis, podía repetir al divino Redentor
aquellas palabras del áureo librito De la imitación de Cristo: «Si me
veo tentada y zarandeada por muchas tribulaciones, nada temo, con tal de que tu
gracia esté conmigo. Ella es mi fortaleza; ella me aconseja y me ayuda. Ella es
más fuerte que todos mis enemigos». Así, fortalecida por la gracia del cielo, a
la que respondió con una voluntad fuerte y generosa, entregó su vida, sin
perder la gloria de la virginidad.
En la vida de esta humilde doncella, tal cual la
hemos resumido en breves trazos, podemos contemplar un espectáculo no sólo
digno del cielo, sino digno también de que lo miren, llenos de admiración y
veneración los hombres de nuestro tiempo. Aprendan los padres y madres de
familia cuán importante es el que eduquen a los hijos que Dios les ha dado en
la rectitud, la santidad y la fortaleza, en la obediencia a los preceptos de la
religión católica, para que, cuando su virtud se halle en peligro, salgan de él
victoriosos, íntegros y puros, con la ayuda de la gracia divina.
Aprenda la alegre niñez, aprenda la animosa juventud
a no abandonarse lamentablemente a los placeres efímeros y vanos, a no ceder
ante la seducción del vicio, sino, por el contrario, a luchar con firmeza, por
muy arduo y difícil que sea el camino que lleva a la perfección cristiana,
perfección a la que todos podemos llegar tarde o temprano con nuestra fuerza de
voluntad, ayudada por la gracia de Dios, esforzándonos, trabajando y orando.
No todos estamos llamados a sufrir el martirio, pero
sí estamos todos llamados a la consecución de la virtud cristiana. Pero esta
virtud requiere una fortaleza que, aunque no llegue a igualar el grado cumbre
de esta angelical doncella, exige, no obstante, un largo, diligentísimo e
ininterrumpido esfuerzo, que no terminará sino con nuestra vida. Por esto,
semejante esfuerzo puede equipararse a un lento y continuado martirio, al que
nos amonestan aquellas palabras de Jesucristo: El reino de los cielos se abre
paso a viva fuerza, y los que pugnan por entrar lo arrebatan.
Animémonos todos a esta lucha cotidiana, apoyados en
la gracia del cielo; sírvanos de estímulo la santa virgen y mártir María
Goretti; que ella, desde el trono celestial, donde goza de la felicidad
eterna, nos alcance del Redentor divino, con sus oraciones, que todos, cada
cual según sus peculiares condiciones, sigamos sus huellas ilustres con
generosidad, con sincera voluntad y con auténtico esfuerzo.
Oración
Señor, fuente de la inocencia y amante de la castidad, que
concediste a tu sierva María Goretti la gracia del martirio en plena
adolescencia, concédenos a nosotros, por su intercesión, firmeza para cumplir
tus mandamientos, ya que le diste a ella la corona del premio por su fortaleza
en el martirio. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Benito
Abad, patrono de Europa
Nació en Nursia, región de Umbría, hacia el año 480. Después
de haber recibido en Roma una adecuada formación, comenzó a practicar la vida
eremítica en Subiaco, donde reunió a algunos discípulos; más tarde se trasladó
a Casino. Allí fundó el célebre monasterio de Montecasino y escribió la Regla,
cuya difusión le valió el título de patriarca del monaquismo occidental. Murió
el 21 de marzo del año 547, pero, ya desde finales del siglo VIII, en muchos
lugares comenzó a celebrarse su memoria el día de hoy.
No antepongan nada absolutamente a Cristo
De la Regla de san Benito, abad
Cuando emprendas alguna obra buena, lo primero que
has de hacer es pedir constantemente a Dios que sea él quien la lleve a
término, y así nunca lo contristaremos con nuestras malas acciones, a él, que
se ha
dignado contarnos en el número de sus hijos, ya que en todo tiempo
debemos someternos a él en el uso de los bienes que pone a nuestra disposición,
no sea que algún día, como un padre que se enfada con sus hijos, nos desherede,
o, como un amo temible, irritado por nuestra maldad, nos entregue al castigo
eterno, como a servidores perversos que han rehusado seguirlo a la gloria.
Por lo tanto, despertémonos ya de una vez, obedientes
a la llamada que nos hace la Escritura: Ya es hora de despertarnos del
sueño. Y, abiertos nuestros ojos a la luz divina, escuchemos bien atentos
la advertencia que nos hace cada día la voz de Dios: Si escucháis hoy su
voz, no endurezcáis el corazón; y también: Quien tenga oídos que
oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias.
¿Y qué es lo que dice? Venid, hijos, escuchadme:
os instruiré en el temor del Señor. Caminad mientras tenéis luz, antes que os
sorprendan las tinieblas de la muerte. Y el Señor, buscando entre la
multitud de los hombres a uno que realmente quisiera ser operario suyo, dirige
a todos esta invitación: ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de
prosperidad? Y, si tú, al oír esta invitación, respondes: «Yo», entonces
Dios te dice: «Si amas la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal,
tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre
tras ella. Si así lo hacéis, mis ojos estarán sobre vosotros y mis oídos
atentos a vuestras plegarias; y, antes de que me invoquéis, os diré:
Aquí
estoy».
¿Qué hay para nosotros más dulce, hermanos muy
amados, que esta voz del Señor que nos invita? Ved cómo el Señor, con su amor
paternal, nos muestra el camino de la vida.
Ceñida, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica
de las buenas obras, avancemos por sus caminos, tomando por guía el Evangelio,
para que alcancemos a ver a aquel que nos ha llamado a su reino. Porque,
si queremos tener nuestra morada en las estancias de su reino, hemos de tener
presente que para llegar allí hemos de caminar aprisa por el camino de las
buenas obras.
Así como hay un celo malo, lleno de amargura, que
separa de Dios y lleva al infierno, así también hay un celo bueno, que separa
de los vicios y lleva a Dios y a la vida eterna. Éste es el celo que han de
practicar con ferviente amor los monjes, esto es: estimando a los demás más
que a uno mismo; soporten con una paciencia sin límites sus debilidades,
tanto corporales como espirituales; pongan todo su empeño en obedecerse los
unos a los otros; procuren todos el bien de los demás, antes que el suyo
propio; pongan en práctica un sincero amor fraterno; vivan siempre en el temor
y amor de Dios; amen a su abad con una caridad sincera y humilde; no antepongan
nada absolutamente a Cristo, el cual nos lleve a todos juntos a la vida eterna.
Oración
Señor, Dios nuestro, que hiciste del abad san Benito un
esclarecido maestro en la escuela del divino servicio, concédenos, por su
intercesión, que, prefiriendo tu amor a todas las cosas, avancemos por la senda
de tus mandamientos con libertad de corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Enrique
Nació en Baviera el año 973; sucedió a su padre en el
gobierno del ducado y, más tarde, fue elegido emperador. Se distinguió por su
interés en la reforma de la vida de la Iglesia y en promover la actividad
misionera. Fundó varios obispados y dotó monasterios. Murió el año 1024 y fue
canonizado por el papa Eugenio III el año 1146.
Proveía a la paz y tranquilidad de la Iglesia
De la Vida antigua de san Enrique
El bienaventurado siervo de Dios, después de haber
sido consagrado rey, no contento con las preocupaciones del gobierno temporal,
queriendo llegar a la consecución de la corona de la inmortalidad, se propuso
también trabajar en favor del supremo Rey, a quien servir es reinar. Para ello,
se dedicó con suma diligencia al engrandecimiento del culto divino y comenzó a
dotar y embellecer en gran manera las iglesias. Creó en su territorio el
obispado de Bamberg, dedicado a los príncipes de los apóstoles, Pedro y Pablo,
y al glorioso mártir san Jorge, y lo sometió con una jurisdicción especial a la
santa Iglesia romana; con esta disposición, al mismo tiempo que reconocía el
honor debido por disposición divina a la primera de las sedes, daba solidez a
su fundación, al ponerla bajo tan excelso patrocinio.
Con el objeto de dar una muestra clara de la
solicitud con que aquel bienaventurado varón proveyó a la paz y a la
tranquilidad de su Iglesia recién fundada, con miras incluso a los tiempos
posteriores, intercalamos aquí el testimonio de una carta suya:
«Enrique, rey por la gracia de Dios, a todos los
hijos de la Iglesia, tanto presentes como futuros. Las saludables enseñanzas de
la revelación divina nos instruyen y amonestan a que, dejando de lado los
bienes temporales y posponiendo las satisfacciones terrenas, nos preocupemos
por alcanzar las mansiones celestiales, que han de durar siempre. Porque la
gloria presente, mientras se posee, es caduca y vana, a no ser que nos ayude en
algún modo a pensar en la eternidad celestial. Pero la misericordia de Dios
proveyó en esto una solución al género humano, dándonos la oportunidad de
adquirir una porción de la patria celestial al precio de las posesiones
humanas.
Por lo cual, Nos, teniendo en cuenta esta designación
de Dios y conscientes de que la dignidad regia a que hemos sido elevados es un
don gratuito de la divina misericordia, juzgamos oportuno no sólo ampliar las
iglesias construidas por nuestros antecesores, sino también edificar otras
nuevas, para mayor gloria de Dios, y honrarlas de buen grado con los dones que
nos sugiere nuestra devoción. Y así, no queriendo prestar oídos sordos a los
preceptos del Señor, sino con el deseo de aceptar con sumisión los consejos
divinos, deseamos guardan en el cielo los tesoros que la divina generosidad nos
ha otorgado, allí donde los ladrones no horadan ni roban, y donde no los
corroen ni la polilla ni la herrumbre, de este modo, al recordar los bienes que
vamos allí acumulando en el tiempo presente, nuestro corazón vive ya desde
ahora en el cielo por el deseo y el amor.
Queremos, por tanto, que sea conocido de todos los
fieles que hemos erigido en sede episcopal aquel lugar heredado de nuestros
padres que tiene por nombre Bamberg, para que en dicho lugar se tenga siempre
memoria de Nos y de nuestros antecesores, y se inmole continuamente la
víctima saludable en provecho de todos los fieles que viven en la verdadera
fe».
Oración
Oh Dios, que has llevado a san Enrique, movido por la
generosidad de tu gracia, a la contemplación de las cosas eternas desde las
preocupaciones del gobierno temporal, concédenos, por sus ruegos, caminar
hacia ti con sencillez de corazón en medio de las vicisitudes de este mundo.
Por nuestro Señor Jesucristo.
San Camilo de Lelis
Presbítero
Nació cerca de Chieti, en la región de los Abruzos, el año
1350; primero se dedicó a la vida militar, pero luego, una vez convertido, se
consagró al cuidado de los enfermos. Terminando sus estudios y recibida la
ordenación sacerdotal, fundó una sociedad destinada a la erección de hospitales
y al servicio de los enfermos. Murió en Roma el año 1614.
Servidor de Cristo en la persona de los hermanos
De la Vida de san Camilo, escrita por un colega suyo
Empezaré por la santa caridad, raíz y complemento de
todas las virtudes, con la que Camilo estaba familiarizado más que con ninguna
otra. Y, así, afirmo que nuestro santo estaba inflamado en el fuego de esta
santa virtud, no sólo para con Dios, sino también para con el prójimo, en
especial para con los enfermos; y esto en tal grado que la sola vista de los
enfermos bastaba para enternecer y derretir su corazón y para hacerle olvidar
completamente todas las delicias, deleites y afectos mundanos. Cuando servía a algún
enfermo, lo hacía con un amor y compasión tan grandes que parecía como si en
ello tuviera que agotar y consumir todas sus fuerzas. De buena gana hubiera
tomado sobre sí todos los males y dolencias de los enfermos con tal de aliviar
sus sufrimientos o curar sus enfermedades.
Descubría en ellos la persona de Cristo con una
viveza tal, que muchas veces, mientras les daba de comer se imaginaba que eran
el mismo Cristo en persona y les pedía su gracia y el perdón de los pecados.
Estaba ante ellos con un respeto tan grande como si real y verdaderamente
estuviera en presencia del Señor. De nada hablaba con tanta frecuencia y con
tanto fervor como de la santa caridad, y hubiera querido poderla infundir en el
corazón de todos los mortales.
Deseoso de inflamar a sus hermanos de religión en
esta virtud, la primera de todas, acostumbraba inculcarles aquellas dulcísimas
palabras de Jesucristo: Estuve enfermo, y me visitasteis. Estas palabras
parecía tenerlas realmente esculpidas en su corazón; tanta era la frecuencia
con que las decía y repetía:
La caridad de Camilo era tan grande y tan amplia que
tenían cabida en sus entrañas de piedad y benevolencia no sólo los enfermos y
moribundos, sino toda clase de pobres y desventurados. Finalmente, era tan
grande la piedad de su corazón para con los necesitados, que solía decir:
«Si no se hallaran pobres en el mundo, habría que
dedicarse a buscarlos y sacarlos de bajo tierra, para ayudarlos y practicar
con ellos la misericordia».
Oración
Oh Dios, que has enaltecido a san Camilo de Lelis con el
carisma singular del amor a los enfermos, infunde en nosotros, por su
intercesión, el espíritu de tu caridad, para que, sirviéndote en nuestros
hermanos, podamos llegar seguros a ti en la hora de la muerte. Por nuestro
Señor Jesucristo.
San Buenaventura
Obispo y doctor de la Iglesia
Nació alrededor del año 1218 en Bagnoregio, en la región
toscana; estudió filosofía y teología en París y, habiendo obtenido el grado
de maestro, enseñó con gran provecho estas mismas asignaturas a sus compañeros
de la Orden franciscana. Fue elegido ministro general de su Orden, cargo que
ejerció con prudencia y sabiduría. Fue creado cardenal obispo de la diócesis de
Albano, y murió en Lyon el año 1274. Escribió muchas obras filosóficas y
teológicas.
La Sabiduría misteriosa revelada por el Espíritu Santo
De las obras de San Buenaventura, obispo
Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la
escalera; y él vehículo, él, que es la placa de la expiación colocada sobre
el arca de Dios y el misterio escondido desde el principio de los siglos. El
que mira plenamente de cara esta placa de expiación y la contempla suspendida
en la cruz, con la fe, con esperanza y caridad, con devoción, admiración,
alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo, este tal realiza con él la
pascua, esto es, el paso, ya que, sirviéndose del bastón de la cruz,
atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto y penetra en el desierto, donde saborea
el maná escondido, y descansa con Cristo en el sepulcro, muerto en lo exterior,
pero sintiendo, en cuanto es posible en el presente estado de viadores, lo que
dijo Cristo al ladrón que estaba crucificado a su lado:
Hoy estarás conmigo
en el paraíso.
Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar
toda especulación de orden intelectual y concentrar en Dios la totalidad de
nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede
conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino el que lo desea, y no lo
desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el fuego del Espíritu Santo,
que Cristo envió a la tierra. Por esto, dice el Apóstol que esta sabiduría
misteriosa es revelada por el Espíritu Santo.
Si quieres saber cómo se realizan estas cosas
pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al
entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la
lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre;
pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que
abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísima y
ardentísimos afectos.
Este fuego es Dios, cuyo horno, como dice el profeta,
está en Jerusalén, y Cristo es quien lo enciende con el fervor de su
ardentísima pasión, fervor que sólo puede comprender el que es capaz de decir:
Preferiría morir asfixiado y la misma muerte. El que de tal modo ama la muerte
puede ver a Dios, ya que está fuera de duda aquella afirmación de la Escritura:
Nadie puede ver mi rostro y quedar con vida. Muramos, pues, y entremos en la
oscuridad, impongamos silencio a nuestras preocupaciones, deseos e
imaginaciones; pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre, y así,
una vez que nos haya mostrado al Padre, podremos decir con Felipe: Eso nos
basta; oigamos aquellas palabras dirigidas a Pablo: Te basta mi gracia;
alegrémonos con David, diciendo: Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi
lote perpetuo. Bendito sea el Señor por siempre, y todo el pueblo diga:
«¡Amén!»
Oración
Dios todopoderoso, concede a cuantos hoy celebramos la
fiesta de tu obispo san Buenaventura la gracia de aprovechar su admirable
doctrina e imitar los ejemplos de su ardiente caridad. Por nuestro Señor
Jesucristo.
Nuestra Señora del Carmen
Las sagradas Escrituras celebran la belleza del Carmelo,
donde el profeta Elías defendió la pureza de la fe de Israel en el Dios vivo.
En el siglo XII, algunos eremitas se retiraron a aquel monte, constituyendo más
tarde una Orden dedicada a la vida contemplativa, bajo el patrocinio de la
Virgen María.
María, antes de concebir corporalmente, concibió en su
espíritu
De los sermones de San León Magno, papa
Dios elige a una virgen de la descendencia real de
David; y esta virgen, destinada a llevar en su seno el fruto de una sagrada
fecundación, antes de concebir corporalmente a su prole, divina y humana a la
vez, la concibió en su espíritu. Y, para que no se espantara, ignorando los
designios divinos, al observar en su cuerpo unos cambios inesperados, conoce,
por la conversación con el ángel, lo que el Espíritu Santo ha de operar en
ella. Y la que ha de ser Madre de Dios confía en que su virginidad ha de
permanecer sin detrimento. ¿Por qué había de dudar de este nuevo género de
concepción, si se le promete que el Altísimo pondrá en juego su poder? Su fe y
su confianza quedan, además, confirmadas cuando el ángel le da una prueba de la
eficacia maravillosa de este poder divino, haciéndole saber que Isabel ha
obtenido también una inesperada fecundidad: el que es capaz de hacer concebir a
una mujer estéril puede hacer lo mismo con una mujer virgen.
Así, pues, el Verbo de Dios, que es Dios, el Hijo de
Dios, que en el principio estaba junto a Dios, por medio del cual se hizo
todo, y sin el cual no se hizo nada, se hace hombre para librar al hombre
de la muerte eterna; se abaja hasta asumir nuestra pequeñez, sin menguar por
ello su majestad, de tal modo que, permaneciendo lo que era y asumiendo lo que
no era, une la auténtica condición de esclavo a su condición divina, por la
que es igual al Padre; la unión que establece entre ambas naturalezas es tan
admirable, que ni la gloria de la divinidad absorbe la humanidad, ni la
humanidad disminuye en nada la divinidad.
Quedando, pues, a salvo el carácter propio de cada
una de las naturalezas, y unidas ambas en una sola persona, la majestad asume
la humildad, el poder la debilidad, la eternidad la mortalidad; y, para saldar
la deuda contraída por nuestra condición pecadora, la naturaleza invulnerable
se une a la naturaleza pasible, Dios verdadero y hombre verdadero se conjugan
armoniosamente en la única persona del Señor; de este modo, tal como convenía
para nuestro remedio, el único y mismo mediador entre Dios y los
hombres pudo a la vez morir y resucitar, por la conjunción en él de esta
doble condición. Con razón, pues, este nacimiento salvador había de dejar
intacta la virginidad de la madre, ya que fue a la vez salvaguarda del pudor y
alumbramiento de la verdad.
Tal era, amadísimos, la clase de nacimiento que
convenía a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios; con él se mostró igual a nosotros
por su humanidad, superior a nosotros por su divinidad. Si no hubiera sido
Dios verdadero, si no hubiera podido remediar nuestra situación; si no hubiera
sido hombre verdadero, no hubiera podido darnos ejemplo.
Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos
de gozo: Gloria a Dios en el cielo, y proclaman: y en la tierra paz a
los hombres que ama el Señor. Ellos ven, en efecto, que la Jerusalén
celestial se va edificando por medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo,
pues, no habría de alegrarse la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de
la misericordia divina, cuando incluso los coros sublimes de los ángeles
encontraban en ella un gozo tan intenso?
Oración
Te suplicamos, Señor, que la poderosa intercesión de la
Virgen María, en su advocación del monte Carmelo, nos ayude y nos haga llegar
hasta Cristo, monte de salvación. Que vive y reina contigo.
San Lorenzo de Brindis
Presbítero y doctor de la iglesia
Nació el año 1559; ingresó en la Orden de Capuchinos, donde enseñó
teología a sus hermanos de religión y ocupó varios cargos de responsabilidad.
Predicó con asiduidad y eficacia en varios países de Europa; también escribió
muchas obras de carácter doctrinal. Murió en Lisboa el año 1619.
La predicación es una función apostólica
De los sermones de san Lorenzo de Brindis, presbítero
Para llevar una vida espiritual, que nos es común con
los ángeles y los espíritus celestes y divinos, ya que ellos y nosotros hemos
sido creados a imagen y semejanza de Dios, es necesario el pan de la gracia del
Espíritu Santo y de la caridad de Dios. Pero la gracia y la caridad son
imposibles sin la fe, ya que sin la fe es imposible a agradar a Dios. Y esta fe
se origina necesariamente de la predicación de la palabra de Dios: La fe
nace del mensaje y el mensaje consiste en hablar de Cristo. Por tanto, la
predicación de la palabra de Dios es necesaria para la vida espiritual, como la
siembra es necesaria para la vida del cuerpo.
Por esto, dice Cristo: Salió el sembrador a
sembrar su semilla. Salió el sembrador a pregonar la justicia, y este
pregonero, según leemos, fue algunas veces el mismo Dios, como cuando en el
desierto dio a todo el pueblo, de viva voz bajada del cielo, la ley de
justicia; fue otras veces un ángel del Señor, como cuando en el llamado «lugar
de los que lloran» echó en cara al pueblo sus transgresiones de la ley divina,
y todos los hijos de Israel, al oír sus palabras, se arrepintieron y lloraron
todos a voces; también Moisés predicó a todo el pueblo la ley del Señor, en las
campiñas de Moab, como sabemos por el Deuteronomio. Finalmente, vino Cristo,
Dios y hombre, a predicar la palabra del Señor, y para ello envió también a los
apóstoles, como antes había enviado a los profetas.
Por consiguiente, la predicación es una función
apostólica, angélica, cristiana, divina. Así comprendemos la múltiple riqueza
que encierra la palabra de Dios, ya que es como el tesoro en que se hallan
todos los bienes. De ella proceden la fe, la esperanza, la caridad, todas las
virtudes, todos los dones del Espíritu Santo, todas las bienaventuranzas
evangélicas, todas las buenas obras, todos los actos meritorios, toda la gloria
del paraíso: Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz
de salvaros.
La palabra de Dios es luz para el entendimiento,
fuego para la voluntad, para que el hombre pueda conocer y amar a Dios; y para
el hombre interior, el que vive por la gracia del Espíritu Santo, es pan y
agua, pero un pan más dulce que la miel y el panal, un agua mejor que el vino y
la leche; es para el alma un tesoro espiritual de méritos, y por esto es
comparada al oro y a la piedra preciosa; es como un martillo que doblega la
dureza del corazón obstinado en el vicio, y como una espada que da muerte a
todo pecado, en nuestra lucha contra la carne, el mundo y el demonio.
Oración
Oh Dios, que para gloria de tu nombre y salvación de las
almas otorgaste a san Lorenzo de Brindis espíritu de consejo y fortaleza,
concédenos llegar a conocer, con ese mismo espíritu, las cosas que debemos
realizar y la gracia de llevarlas a la práctica después de conocerlas. Por nuestro
Señor Jesucristo.
Santa María Magdalena
Formó parte de los discípulos de Cristo, estuvo presente en
el momento de su muerte y, en la madrugada del día de Pascua, tuvo el
privilegio de ser la primera en ver al Redentor resucitado de entre los muertos
(Mc 16, 9). Fue sobre todo durante el siglo XII cuando su culto se difundió en
la Iglesia occidental.
Ardía en deseos de Cristo, a quien pensaba que se lo habían
llevado
De las homilías de san Gregorio Magno, Papa, sobre los
evangelios
María Magdalena, cuando llegó al sepulcro y no
encontró allí el cuerpo del Señor, creyó que alguien se lo había llevado y así
lo comunicó a los discípulos. Ellos fueron también al sepulcro, miraron dentro
y creyeron que era tal como aquella mujer les había dicho. Y dice el evangelio
acerca de ellos; Los discípulos se volvieron a su casa. Y añade, a
continuación: Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando.
Lo que hay que considerar en estos hechos es la
intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se
apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado de allí.
Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego
de su amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que se lo habían llevado.
Por esto, ella fue la única en verlo entonces, porque se había quedado
buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en
ellas, tal como afirma la voz de aquel que es la Verdad en persona: El que
persevere hasta el final se salvará.
Primero lo buscó, sin encontrarlo; perseveró luego en
la búsqueda, y así fue como lo encontró; con la dilación, iba aumentando su
deseo, y este deseo aumentado le valió hallar lo que buscaba. Los santos
deseos, en efecto, aumentan con la dilación. Si la dilación los enfría, es
porque no son o no eran verdaderos deseos. Todo aquel que ha sido capaz de
llegar a la verdad es porque ha sentido la fuerza de este amor. Por esto dice
David: Mi alma tiene sed de Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Idénticos sentimientos expresa la Iglesia cuando dice, en el Cantar de los
cantares: Estoy enferma de amor; y también: Mi alma se derrite.
Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Se le pregunta
la causa de su dolor con la finalidad de aumentar su deseo, ya que, al
recordarle a quién busca, se enciende con más fuerza el fuego de su amor.
Jesús le dice: «¡María!» Después de haberla llamado
con el nombre genérico de «mujer», sin haber sido reconocido, la llama ahora
por su nombre propio. Es como si le dijera:
«Reconoce a aquel que te reconoce a ti. Yo te
conozco, no de un modo genérico, como a los demás, sino en especial».
María, al sentirse llamada por su nombre, reconoce al
que lo ha pronunciado, y, al momento, lo llama: «Rabboni», es decir: «Maestro»,
ya que el mismo a quien ella buscaba exteriormente era el que interiormente la
instruía para que lo buscase.
Oración
Señor, Dios nuestro, Cristo, tu Unigénito, confió, antes que
a nadie, a María Magdalena la misión de anunciar a los suyos la alegría
pascual; concédenos a nosotros, por la intercesión y el ejemplo de aquella cuya
fiesta celebramos, anunciar siempre a Cristo resucitado y verle un día
glorioso en el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Santa Brígida
Religiosa
Nació en Suecia el año 1303; se casó muy joven y tuvo ocho
hijos, a los que dio una esmerada educación. Ingresó en la tercera Orden de
san Francisco y, al morir su marido, comenzó una vida de mayor ascetismo, sin
dejar de vivir en el mundo. Fundó una Orden religiosa y se trasladó a Roma,
donde fue para todos un ejemplo insigne de virtud. Emprendió varias peregrinaciones
como acto de penitencia, y escribió muchas obras en las que narra sus
experiencias místicas. Murió en Roma el año 1373.
Elevación de la mente a Cristo salvador
De las oraciones atribuidas a santa Brígida
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste
por adelantado tu muerte y, en la última cena, consagraste el pan material,
convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles
como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas
manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.
Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de
la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello
fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así
de manera bien clara tu caridad para con el género humano.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste
llevado ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente
ser entregado a Pilato para ser juzgado por él.
Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que
soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas,
y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa,
que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu
mejilla y tu cuello.
Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste
ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te
llevaran ante el tribunal de Pilato cubierto de sangre, apareciendo a la vista
de todos como el Cordero inocente.
Honor a ti, mi Señor Jesucristo, que, con todo tu
glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste
sobre tus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del
suplicio despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.
Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que en
medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que
nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la
confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.
Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que
cuando estabas agonizando, diste a todos los pecador la esperanza del perdón,
al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.
Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos
y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste las mayores amarguras y
angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes
de tus heridas penetraban intensamente en tu alma bienaventurada y atravesaban
cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu
e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios, tu Padre,
quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de muerte.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que con tu
sangre preciosa y tu muerte sagrada redimiste las almas y, por tu
misericordia, las llevaste del destierro a la vida eterna.
Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que, por
nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados
por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu
sangre preciosa mezclada con agua.
Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que
tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los
brazos de tu afligidísima madre, que ella lo envolviera en lienzos y fuera
enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran guardia.
Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que
enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en
sus almas el inmenso amor divino.
Bendito seas tú, glorificado y alabado por los
siglos, Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los
cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tus
miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir
el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que
vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
Amén.
Oración
Señor, Dios nuestro, que has manifestado a santa Brígida
secretos celestiales mientras meditaba la pasión de tu Hijo, concédenos a
nosotros, tus siervos, gozarnos siempre en la manifestación de tu gloria. Por
nuestro Señor Jesucristo.
Santiago Apóstol
Patrono de España
Nació en Betsaida; era hijo de Zebedeo y hermano del apóstol
Juan. Estuvo presente en los principales milagros obrados por el Señor. Fue
muerto por el rey Herodes alrededor del año 42. Desde la antigüedad esta muy
difundida la persuasión de que Santiago había predicado el Evangelio en los
confines de Occidente. Después de la invasión mahometana, el apóstol Santiago
aparece venerado como cabeza refulgente de España y patrono de sus reinos
cristianos. Éstos proclaman en los siglos siguientes su gratitud por la
protección del Apóstol en la defensa de la fe y de la independencia de la
patria y por su asistencia en la acción misionera que contribuyó a propagar la
Iglesia por todo el mundo. Su sepulcro en Compostela, a semejanza del sepulcro
vacío del Señor en Jerusalén y de la tumba de san Pedro en Roma, atrae, hasta
nuestros días, a innumerables peregrinos de toda la cristiandad. Los papas han
concedido a su santuario un jubileo frecuente y otras gracias extraordinarias.
Partícipes de la pasión de Cristo
De las homilías de San Juan Crisóstomo, obispo, sobre el
evangelio de San Mateo
Los hijos de Zebedeo apremian a Cristo, diciéndole: Ordena
que se siente uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. ¿Qué les responde
el Señor? Para hacerles ver que lo que piden no tiene nada de espiritual y que,
si hubieran sabido lo que pedían, nunca se hubieran atrevido a hacerlo, les
dice: No sabéis lo que pedís, es decir: «No sabéis cuán grande, cuán
admirable, cuán superior a los mismos coros celestiales es esto que pedís».
Luego añade: ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de
bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Es como si les
dijera: «Vosotros me habláis de honores y de coronas, pero yo os hablo de
luchas y fatigas. Éste no es tiempo de premios, ni es ahora cuando se ha de
manifestar mi gloria; la vida presente es tiempo de muertes, de guerra y de
peligros».
Pero fijémonos cómo la manera de interrogar del Señor
equivale a una exhortación y a un aliciente. No dice: «¿Podéis soportar la muerte?
¿Sois capaces de derramar vuestra sangre?», sino que sus palabras son: ¿Sois
capaces de beber el cáliz? Y, para animarlos a ello, añade: Que yo he de
beber; de este modo, la consideración de que se trata del mismo cáliz que
ha de beber el Señor había de estimularlos a una respuesta más generosa. Y a
su pasión le da el nombre de «bautismo», para significar, con ello, que sus
sufrimientos habían de ser causa de una gran purificación para todo el mundo.
Ellos responden: Lo somos. El fervor de su espíritu les hace dar esta
respuesta espontánea, sin saber bien lo que prometen, pero con la esperanza
de que de este modo alcanzarán lo que desean.
¿Qué les dice entonces el Señor? El cáliz que yo
voy a beber lo beberéis, y os bautizarán con el bautismo con que yo me voy a
bautizar. Grandes son los bienes que les anuncia, esto es: «Seréis dignos
del martirio y sufriréis lo mismo que yo, vuestra vida acabará con una muerte
violenta, y así seréis partícipes de mi pasión. Pero el sentarse a mi
derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo, es para aquellos para
quienes lo tiene reservado mi Padre». Después que ha levantado sus ánimos y
ha provocado su magnanimidad, después que los ha hecho capaces de superar el
sufrimiento, entonces es cuando corrige su petición.
Los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.
Ya véis cuán
imperfectos eran todos, tanto aquellos que pretendían una precedencia sobre los
otros diez, como también los otros diez que envidiaban a sus dos colegas. Pero
–como ya dije en otro lugar– si nos fijamos en su conducta posterior,
observamos que están ya libres de esta clase de aspiraciones. El mismo Juan,
uno de los protagonistas de este episodio, cede siempre el primer lugar a
Pedro, tanto en la realización como en la realización de los milagros, como
leemos en los Hechos de los apóstoles. En cuanto a Santiago, no vivió por mucho
tiempo; ya desde el principio se dejó llevar de su gran vehemencia y, dejando a
un lado toda aspiración humana, obtuvo bien pronto la gloria inefable del martirio.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que consagraste los primeros
trabajos de los apóstoles con la sangre de Santiago, haz que, por su martirio,
sea fortalecida tu Iglesia y, por su patrocinio, España se mantenga fiel a
Cristo hasta el final de los tiempos. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Joaquín y Santa Ana
Padres de la Virgen María
Una antigua tradición, que arranca del siglo II, atribuye
estos nombres a los padres de la Santísima Virgen María. El culto a santa Ana
se introdujo ya en la Iglesia oriental en el siglo VI, y pasó a la occidental
en el siglo X; el culto a san Joaquín es más reciente.
Por sus frutos los conoceréis
De los sermones de san Juan Damasceno, obispo
Ya que estaba determinado que la Virgen Madre de Dios
nacería de Ana, la naturaleza no se atrevió a adelantarse al germen de la
gracia, sino que esperó a dar su fruto hasta que la gracia hubo dado el suyo.
Convenía, en efecto, que naciese como primogénita aquella de la había de nacer
el primogénito de toda la creación, en el cual todo se mantiene.
¡Oh bienaventurados esposos Joaquín y Ana! Toda la
creación os está obligada, ya que por vosotros ofreció al Creador el más
excelente de todos los dones, a saber, aquella madre casta, la única digna del
Creador.
Alégrate, Ana, la estéril, que no dabas a luz, cantar
de júbilo, la que no tenías dolores. Salta de gozo, Joaquín, porque de tu hija
un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, y será llamado: «Ángel del gran
de designio» de la salvación universal, «Dios guerrero». Este niño es Dios.
¡Oh bienaventurados esposos Joaquín y Ana, totalmente
inmaculados! Sois conocidos por el fruto de vuestro vientre, tal como dice el
Señor: Por sus frutos los conoceréis. Vosotros os esforzasteis en vivir siempre
de una manera agradable a Dios y digna de aquella que tuvo en vosotros su
origen. Con vuestra conducta casta y santa, ofrecisteis al mundo la joya de la
virginidad, aquella que había de permanecer virgen antes del parto en el parto
y después del parto; aquella que, de un modo único y excepcional, cultivaría
siempre la virginidad en su mente, en su alma y en su cuerpo.
¡Oh castísimos esposos Joaquín y Ana! Vosotros,
guardando la castidad prescrita por la ley natural, conseguisteis, por la
gracia de Dios, un fruto superior a la ley natural, ya que engendrasteis para
el mundo a la que fue madre de Dios sin conocer varón. Vosotros, comportándoos
en vuestras relaciones humanas de un modo piadoso y santo, engendrasteis una
hija superior a los ángeles, que es ahora la reina de los ángeles. ¡Oh
bellísima niña, sumamente amable! ¡Oh
hija de Adán y madre de Dios! ¡Bienaventuradas las entrañas y el vientre de
los que saliste! ¡Bienaventurados los brazos que te llevaron, los labios que
tuvieron el privilegio de besarte castamente, es decir, únicamente los de tus
padres, para que siempre y en todo guardaras intacta tu virginidad!
Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread,
tocad. Alzad fuerte la voz, alzadla, no temáis.
Oración
Señor, Dios de nuestros padres, tú concediste a san Joaquín
y a santa Ana la gracia de traer a este mundo a la Madre de tu Hijo;
concédenos, por la plegaria de estos santos, la salvación que has prometido a
tu pueblo. Por nuestro Señor Jesucristo.
Santa Marta
Era hermana de María y de Lázaro; cuando hospedó al Señor en
su casa de Betania, se esforzó en servirle lo mejor que pudo y, más tarde, con
sus oraciones impetró la resurrección de su hermano.
Dichosos los que pudieron hospedar al Señor en su propia
casa
De los sermones de san Agustín, obispo
Las palabras del Señor nos advierten que, en medio de
la multiplicidad de ocupaciones de este mundo, hay una sola cosa a la que
debemos tender. Tender, porque somos todavía peregrinos, no residentes; estamos
aún en camino, no en la patria definitiva; hacia ella tiende nuestro deseo,
pero no disfrutamos aún de su posesión. Sin embargo, no cejemos en nuestro
esfuerzo, no dejemos de tender hacia ella, porque sólo así podremos un día
llegar a término.
Marta y María eran dos hermanas, unidas no sólo por
su parentesco de sangre, sino también por sus sentimientos de piedad; ambas
estaban estrechamente unidas al Señor, ambas le servían durante su vida mortal
con idéntico fervor. Marta lo hospedó, como se acostumbra a hospedar a un
peregrino cualquiera. Pero, en este caso, era una sirvienta que hospedaba a su
Señor, una enferma al Salvador, una criatura al Creador. Le dio hospedaje para
alimentar corporalmente a aquel que la había de alimentar con su Espíritu.
Porque el Señor quiso tomar la condición de esclavo para así ser alimentado por
los esclavos, y ello no por la necesidad, sino por condescendencia, ya que fue
realmente una condescendencia el permitir ser alimentado. Su condición humana
lo hacía capaz de sentir hambre y sed.
Así, pues, el Señor fue recibido en calidad de
huésped, él, que vino a su casa, y los suyos no lo recibieron; pero a
cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, adoptando a los
siervos y convirtiéndolos en hermanos, redimiendo a los cautivos y
convirtiéndolos en coherederos. Pero que nadie de vosotros diga: «Dichosos los
que pudieron hospedar al Señor en su propia casa». No te sepa mal, no te quejes
por haber nacido en un tiempo en que ya no puedes ver al Señor en carne y
hueso; esto no te priva de aquel honor, ya que el mismo Señor afirma: Cada
vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis. Por lo demás, tú, Marta
–dicho sea con tu venia, y bendita seas por tus buenos servicios–, buscas el
descanso como recompensa de tu trabajo. Ahora estás ocupada en los mil detalles
de tu servicio, quieres alimentar unos cuerpos que son mortales, aunque
ciertamente son de santos; pero ¿por ventura, cuando llegues a la patria
celestial, hallarás peregrinos a quienes hospedar, hambrientos con quienes
partir tu pan, sedientos a quienes dar de beber, enfermos a quienes visitar,
litigantes a quienes poner en paz, muertos a quienes enterrar?
Todo esto allí ya no existirá; allí sólo habrá lo que
María ha elegido: allí seremos nosotros alimentados, no tendremos que alimentar
a los demás. Por esto, allí alcanzará su plenitud y perfección lo que aquí ha
elegido María, la que recogía las migajas de la mesa opulenta de la palabra del
Señor. ¿Quieres saber lo que allí ocurrirá? Dice el mismo Señor, refiriéndose a
sus siervos: Os aseguro que los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Oración
Dios todopoderoso, tu Hijo aceptó la hospitalidad de santa
Marta y se albergó en su casa; concédenos, por intercesión de esta santa mujer,
servir fielmente a Cristo en nuestros hermanos y ser recibidos, como premio, en
tu casa del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Pedro Crisólogo
Obispo y doctor de la iglesia
Nació alrededor del año 380 en Imola, en la Emilia, y entró
a formar parte del clero de aquella población. El año 424 fue elegido obispo de
Ravena, e instruyó a su grey, de la que era pastor celosísimo, con abundantes
sermones y escritos. Murió hacia el año 450.
El misterio de la encarnación
De los sermones de san Pedro Crisólogo, obispo
El hecho de que una virgen conciba y continúe siendo
virgen en el parto y después del parto es algo totalmente insólito y milagroso;
es algo que la razón no se explica sin una intervención especial del poder de
Dios; es obra del Creador, no de la naturaleza; se trata de un caso único, que
se sale de lo corriente; es cosa divina, no humana. El nacimiento de Cristo no
fue un efecto necesario de la naturaleza, sino obra del poder de Dios; fue la
prueba visible del amor divino, la restauración de la humanidad caída. El mismo
que, sin nacer, había hecho al hombre del barro intacto tomó, al nacer, la
naturaleza humana de un cuerpo también intacto; la mano que se dignó coger
barro para plasmarnos también se dignó tomar carne humana para salvarnos. Por
tanto, el hecho de que el Creador esté en su criatura, de que Dios esté en la
carne, es un honor para la criatura, sin que ello signifique afrenta alguna
para el Creador.
Hombre, ¿por qué te consideras tan vil, tú que tanto
vales a los ojos de Dios? ¿Por qué te deshonras de tal modo, tú que has sido
tan honrado por Dios? ¿Por qué te preguntas tanto de dónde has sido hecho, y no
te preocupas de para qué has sido hecho? ¿Por ventura todo este mundo que ves
con tus ojos no ha sido hecho precisamente para que sea tu morada? Para ti ha
sido creada esta luz que aparta las tinieblas que te rodean; para ti ha sido
establecida la ordenada sucesión de días y noches; para ti el cielo ha sido
iluminado con este variado fulgor del sol, de la luna, de las estrellas; para
ti la tierra ha sido adornada con flores, árboles y frutos; para ti ha sido
creada la admirable multitud de seres vivos que pueblan el aire, la tierra y el
agua, para que una triste soledad no ensombreciera el gozo del mundo que
empezaba.
Y el Creador encuentra el modo de acrecentar aún más
tu dignidad: pone en ti su imagen, para que de este modo hubiera en la tierra
una imagen visible de su Hacedor invisible y para que hicieras en el mundo sus
veces, a fin de que un dominio tan vasto no quedara privado de alguien que
representara a su Señor. Más aún, Dios, por su clemencia, tomó en sí lo que en
ti había hecho por sí y quiso ser visto realmente en el hombre, en el que antes
sólo había podido ser contemplado en imagen; y concedió al hombre ser en verdad
lo que antes había sido solamente en semejanza.
Nace, pues, Cristo para restaurar con su nacimiento
la naturaleza corrompida; se hace niño y consiente ser alimentado, recorre las
diversas edades para instaurar la única edad perfecta, permanente, la que él
mismo había hecho; carga sobre sí al hombre para que no vuelva a caer; lo había
hecho terreno, y ahora lo hace celeste; le había dado un principio de vida
humana, ahora le comunica una vida espiritual y divina. De este modo lo
traslada a la esfera de lo divino, para que desaparezca todo lo que había en él
de pecado, de muerte, de fatiga, de sufrimiento, de meramente terreno; todo
ello por el don y la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina con
el Padre en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, ahora y siempre y por los
siglos inmortales. Amén.
Oración
Señor Dios, que hiciste de tu obispo san Pedro Crisólogo un
insigne predicador de la Palabra encarnada, concédenos, por su intercesión,
guardar y meditar en nuestros corazones los misterios de la salvación y
vivirlos en la práctica con fidelidad. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Ignacio de Loyola
Presbítero
Nació el año 1491 en Loyola, en las provincias vascongadas;
su vida transcurrió primero entre la corte real y la milicia; luego se
convirtió y estudió teología en París, donde se le juntaron los primeros
compañeros con los que había de fundar más tarde, en Roma, la Compañía de
Jesús. Ejerció un fecundo apostolado con sus escritos y con la formación de
discípulos, que habían de trabajar intensamente por la reforma de la Iglesia.
Murió en Roma el año 1556.
Examinad si los espíritus provienen de Dios
De los Hechos de san Ignacio recibidos por Luis Gonçalves de
Cámara de labios del mismo santo
Ignacio era muy aficionado a los llamados libros de
caballerías, narraciones llenas de historias fabulosas e imaginarias. Cuando se
sintió restablecido, pidió que le trajeran algunos de esos libros para
entretenerse, pero no se halló en su casa ninguno; entonces le dieron para leer
un libro llamado Vida de Cristo y otro que te por título Flos
sanctórum, escritos en su lengua materna.
Con la frecuente lectura de estas obras, empezó a
sentir algún interés por las cosas que en ellas se trataban. A intervalos
volvía su pensamiento a lo que había leído en tiempos pasados y entretenía su
imaginación con el recuerdo de las vanidades que habitualmente retenían su
atención durante su vida anterior.
Pero, entretanto, iba actuando también la
misericordia divina, inspirando en su ánimo otros pensamientos, además de los
que suscitaba en su mente lo que acababa de leer. En efecto, al leer la vida de
Jesucristo o de los santos, a veces se ponía a pensar y se preguntaba a sí
mismo:
«¿Y si yo hiciera lo mismo que san Francisco o que
santo Domingo?»
Y, así, su mente estaba siempre activa. Estos
pensamientos duraban mucho tiempo, hasta que, distraído por cualquier motivo,
volvía a pensar, también por largo tiempo, en las cosas vanas y mundanas. Esta
sucesión de pensamientos duró bastante tiempo.
Pero había una diferencia; y es que, cuando pensaba
en las cosas del mundo, ello le producía de momento un gran placer; pero
cuando, hastiado, volvía a la realidad, se sentía triste y árido de espíritu;
por el contrario, cuando pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades
de los santos, no sólo entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además
tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría. De esta diferencia él no se
daba cuenta ni le daba importancia, hasta que un día se le abrieron los ojos
del alma y comenzó a admirarse de esta diferencia que experimentaba en sí
mismo, que, mientras una clase de pensamientos lo dejaban triste, otros, en
cambio, alegre. Y así fue como empezó a reflexionar seriamente en las cosas de
Dios. Más tarde, cuando se dedicó a las prácticas espirituales, esta experiencia
suya le ayudó mucho a comprender lo que sobre la discreción de espíritus
enseñaría luego a los suyos.
Oración
Señor, Dios nuestro, que has suscitado en tu Iglesia a san
Ignacio de Loyola para extender la gloria de tu nombre, concédenos que después
de combatir en la tierra, bajo su protección y siguiendo su ejemplo, merezcamos
compartir con él la gloria del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.