Filipenses 1,1-11
Estáis salvados por gracia
San Policarpo
Carta a los Filipenses 1,1-2,3
Policarpo y los presbíteros que están con él a la Iglesia Dios que vive como forastera en Filipos: Que la misericordia y la paz, de parte de Dios todopoderoso y de Jesucristo, nuestro salvador, os sean dadas con toda plenitud.
Sobremanera me he alegrado con vosotros, en nuestro Señor Jesucristo, al enterarme de que recibisteis a quienes son imágenes vivientes de la verdadera caridad y de que asististeis, como era conveniente, a quienes estaban cargados de cadenas dignas de los santos, verdaderas diademas de quienes han sido escogidos por nuestro Dios y Señor. Me he alegrado también al ver cómo la raíz vigorosa de vuestra fe, celebrada desde tiempos antiguos, persevera hasta el día de hoy y produce abundantes frutos en nuestro Señor Jesucristo, quien, por nuestros pecados, quiso salir al encuentro de la muerte, y Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte. No lo veis, y creéis en él con un gozo inefable y transfigurado, gozo que muchos desean alcanzar, sabiendo como saben que estáis salvados por su gracia, y no se debe a las obras, sino a la voluntad de Dios en Cristo Jesús.
Por eso, estad interiormente preparados y servid al Señor con temor y con verdad, abandonando la vana palabrería y los errores del vulgo y creyendo en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y le dio gloria, colocándolo a su derecha; a él le fueron sometidas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, y a él obedecen todos cuantos tienen vida, pues él ha de venir como juez de vivos y muertos, y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no quieren creer en él.
Aquel que lo resucitó
de entre los muertos nos resucitará también a nosotros, si cumplimos su
voluntad y caminamos según sus mandatos, amando lo que él amó y absteniéndonos
de toda injusticia, de todo fraude, del amor al dinero, de la maldición y de
los falsos testimonios, no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, ni
golpe por golpe, ni maldición por maldición, sino recordando más bien aquellas
palabras del Señor, que nos enseña: No juzguéis, y no os juzgarán; perdonad,
y seréis perdonados; compadeced, y seréis compadecidos. La medida que uséis la
usarán con vosotros. Y: Dichosos los pobres y los perseguidos, porque de
ellos es el reino de Dios.
Filipenses 1,12-26
Armémonos con las armas de la justicia
San Policarpo
Carta a los Filipenses 3,1-5,2
No es por propia iniciativa mía, hermanos, que os escribo estas cosas referentes a la justicia, sino que lo hago porque vosotros mismos me habéis incitado a ello. Porque ni yo ni persona alguna semejante a mí puede competir con la sabiduría del bienaventurado y glorioso apóstol Pablo, el cual, viviendo entre vosotros y hablando cara a cara con los hombres que vivían en aquel entonces en nuestra Iglesia, enseñó con exactitud y con fuerza la palabra de verdad y, después de su partida, os escribió una carta, que, si estudiáis con atención, os edificará en aquella fe, madre de todos nosotros, que va seguida de la esperanza y precedida del amor a Dios, a Cristo y al prójimo. El que permanece en estas virtudes cumple los mandamientos de la justicia, porque quien posee la caridad está muy lejos de todo pecado.
La codicia es la raíz de todos los males. Sabiendo, pues, que sin nada vinimos al mundo y sin nada nos iremos de él, armémonos con las armas de la justicia e instruyámonos primero a nosotros mismos a caminar según los mandamientos del Señor. Enseñad también a vuestras esposas a caminar en la fe que les fue dada, en la caridad y en la castidad; que aprendan a ser fieles y cariñosas con sus maridos, a amar castamente a todos y a educar a sus hijos en el temor de Dios. Que las viudas sean prudentes en la fe del Señor y que oren sin cesar por todos, apartándose de toda calumnia, maledicencia, falso testimonio, amor al dinero, y alejándose de todo mal. Que piensen que ellas son como el altar de Dios y que el Señor lo escudriña todo, pues nada se le oculta de nuestros pensamientos ni de nuestros sentimientos ni de los secretos más íntimos de nuestro corazón.
Y, ya que sabemos que con Dios no se juega, nuestro deber es caminar de una manera digna de sus mandamientos y de su voluntad. De una manera semejante, que los diáconos sean irreprochables ante la santidad de Dios, como ministros que son del Señor y de Cristo, no de los hombres: que no sean calumniadores ni dobles en sus palabras ni amantes del dinero, sino castos en todo, compasivos, caminando conforme a la verdad del Señor, que quiso ser el servidor de todos. Si le somos agradables en esta vida, recibiremos, como premio, la vida futura, tal como nos lo ha prometido el Señor al decirnos que nos resucitará de entre los muertos y que, si nuestra conducta es digna de él y conservamos la fe, reinaremos también con él.
Filipenses 1,27-2,11
Cristo nos ha dejado un ejemplo en su propia persona
San Policarpo
Carta a los Filipenses 6,1-8,2
Que los presbíteros tengan entrañas de misericordia y se muestren compasivos para con todos, tratando de traer al buen camino a los que se han extraviado; que visiten a los enfermos, que no descuiden a las viudas, a los huérfanos y a los pobres, antes bien, que procuren el bien ante Dios y ante los hombres; que se abstengan de toda ira, de toda acepción de personas, de todo juicio injusto; que vivan alejados del amor al dinero, que no se precipiten creyendo fácilmente que los otros han obrado mal, que no sean severos en sus juicios, teniendo presente que todos estamos inclinados al pecado.
Si, pues, pedimos al Señor que perdone nuestras ofensas, también nosotros debemos perdonar a los que nos ofenden, ya que todos estamos bajo la mirada de nuestro Dios y Señor y todos compareceremos ante el tribunal de Dios, y cada uno dará cuenta a Dios de si mismo. Sirvámosle, por tanto, con temor y con gran respeto, según nos mandaron tanto el mismo Señor como los apóstoles, que nos predicaron el Evangelio, y los profetas, quienes de antemano nos anunciaron la venida de nuestro Señor; busquemos con celo el bien, evitemos los escándalos, apartémonos de los falsos hermanos y de aquellos que llevan hipócritamente el nombre del Señor y arrastran a los insensatos al error.
Todo el que no
reconoce que Jesucristo vino en la carne es del Anticristo, y el que no
confiesa el testimonio de la cruz procede del diablo, y el que interpreta falsamente
las sentencias del Señor según sus propias concupiscencias y afirma que no hay
resurrección ni juicio, ese tal es el primogénito de Satanás. Por consiguiente,
abandonemos los vanos discursos y falsas doctrinas que muchos sustentan y
volvamos a las enseñanzas que nos fueron transmitidas desde el principio;
seamos sobrios para entregarnos a la oración, perseveremos constantes en los
ayunos y supliquemos con ruegos al Dios que todo lo ve, a fin de que no nos
deje caer en la tentación, porque, como dijo el Señor,
el espíritu es
decidido, pero la carne es débil.
Mantengámonos, pues, firmemente adheridos a nuestra esperanza y a Jesucristo, prenda de nuestra justicia; él, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca, y por nosotros, para que vivamos en él, lo soportó todo. Seamos imitadores de su paciencia y, si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémoslo; ya que éste fue el ejemplo que nos dejó en su propia persona, y esto es lo que nosotros hemos creído.
Filipenses 2,12-30
Andemos en la fe y en la justicia
San Policarpo
Carta a los Filipenses 9,1-11,4
Os exhorto a todos a que obedezcáis a la palabra de la justicia y a que perseveréis en la paciencia; con vuestros propios ojos, en efecto, habéis contemplado una paciencia admirable no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en muchos otros que eran de vuestra comunidad, en el mismo Pablo y en los otros apóstoles; imitadlos, persuadidos de que todos ellos no corrieron en vano, sino que anduvieron en la fe y en la justicia y ahora están en el lugar que merecieron, cerca del Señor, con el cual padecieron. Porque ellos no amaron este mundo presente, sino a aquel que por nosotros murió y a quien Dios, también por nosotros, resucitó.
Permaneced, pues, en estos sentimientos y seguid el ejemplo del Señor, firmes e inquebrantables en la fe, amando a los hermanos, queriéndoos unos a otros, unidos en la verdad, estando atentos unos al bien de los otros con la dulzura del Señor, no despreciando a nadie. Cuando podáis hacer bien a alguien, no os echéis atrás, porque la limosna libra de la muerte. Someteos unos a otros y procurad que vuestra conducta entre los gentiles sea buena; así verán con sus propios ojos que os portáis honradamente; entonces os podrán alabar y el nombre del Señor no será blasfemado a causa de vosotros. Porque, ¡ay de aquel por cuya causa ultrajan el nombre del Señor! Enseñad a todos la sobriedad y vivid también vosotros según ella.
Me ha contristado sobremanera el caso de Valente, que había sido durante un tiempo presbítero de vuestra Iglesia, y que ahora vive totalmente ajeno al ministerio que se le había confiado. Os exhorto también a que os abstengáis del amor al dinero y a que seáis castos y veraces. Apartaos de todo mal. El que no es capaz de gobernarse a sí mismo en estas cosas ¿cómo podrá enseñarlas a los demás? Quien no se abstiene de la avaricia se verá mancillado también por la idolatría y será contado entre los paganos que desconocen el juicio del Señor. ¿Habéis olvidado que los santos juzgarán el universo, como dice san Pablo?
No es que nada de esto haya observado y oído decir de vosotros, entre quienes trabajó el bienaventurado apóstol Pablo, quien os cita al principio de su carta. De vosotros, en efecto, se gloría ante todas las Iglesias, que entonces eran las únicas que conocían a Dios, mientras que nosotros todavía no lo habíamos conocido.
Por ello, me he apenado mucho a causa de Valente y de su esposa; ¡ojalá el Señor les inspire un verdadero arrepentimiento! Con ellos debéis comportaros moderadamente: no los tratéis como a enemigos, al contrario, llamadlos de nuevo, como miembros sufrientes y extraviados, para salvar así el cuerpo entero de todos vosotros. Haciendo esto, os iréis edificando vosotros mismos.
Filipenses 3,1-16
Que Jesucristo os haga crecer en la fe y en la verdad
San Policarpo
Carta a los Filipenses 12,1-14
Estoy seguro de que estáis bien instruidos en las sagradas Escrituras y de que nada de ellas se os oculta; a mí, en cambio, no me ha sido concedida esta gracia. Según lo que se dice en estas mismas Escrituras, si os indignáis, no lleguéis a pecar: que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo. Dichoso quien lo recuerde; yo creo que vosotros lo hacéis así.
Que Dios, Padre de
nuestro Señor Jesucristo, y el mismo Jesucristo, pontífice eterno e Hijo de
Dios, os hagan crecer en la fe y en la verdad con toda dulzura y sin ira
alguna, en paciencia y en longanimidad, en tolerancia y castidad; que él os dé
parte en la herencia de los santos, y, con vosotros, a nosotros, así como a
todos aquellos que están bajo el cielo y han de creer en nuestro Señor
Jesucristo y en su Padre que lo resucitó de entre los muertos.
Orad por todos los santos. Orad también por los reyes, por los que ejercen autoridad, por los príncipes y por los que os persiguen y os odian, y por los enemigos de la cruz; así vuestro fruto será manifiesto a todos, y vosotros seréis perfectos en él.
Me escribisteis, tanto vosotros como Ignacio, pidiéndome que, si alguien va a Siria, lleve aquellas cartas que yo mismo os escribí; lo haré, ya sea yo personalmente, ya por medio de un legado, cuando encuentre una ocasión favorable.
Como me lo habéis pedido, os enviamos las cartas de Ignacio, tanto las que nos escribió a nosotros como las otras suyas que teníamos en nuestro poder; os las mandamos juntamente con esta carta, y podréis sin duda sacar de ellas gran provecho, pues están llenas de fe, de paciencia y de toda edificación en lo que se refiere a nuestro Señor. Comunicadnos, por vuestra parte, todo cuanto sepáis de cierto sobre Ignacio y sus compañeros.
Os he escrito estas cosas por medio de Crescente, a quien siempre os recomendé y a quien ahora os recomiendo de nuevo. Entre nosotros se comporta de una manera irreprochable, y lo mismo, espero, hará entre vosotros. Os recomiendo también a su hermana para cuando venga a vosotros.
Estad firmes en el Señor Jesucristo, y que su gracia esté con todos los vuestros. Amén.
Filipenses 3,17-4,9
Estad siempre alegres en el Señor
San Ambrosio
Tratado sobre la carta a los Filipenses
Como acabáis de escuchar en la lectura de hoy, amados
hermanos, la misericordia divina, para bien de nuestras almas, nos llama a los
goces de la felicidad eterna, mediante aquellas palabras del Apóstol: Estad
siempre alegres en el Señor. Las alegrías de este mundo conducen a la
tristeza eterna, en cambio, las alegrías que son según la voluntad de Dios durarán
siempre y conducirán a los goces eternos a quienes en ellas perseveren. Por
ello, añade el Apóstol: Os lo repito, estad alegres.
Se nos exhorta a que nuestra alegría, según Dios y según el cumplimiento de sus mandatos, se acreciente cada día más y más, pues cuanto más nos esforcemos en este mundo por vivir entregados al cumplimiento de los mandatos divinos, tanto más felices seremos en la otra vida y tanto mayor será nuestra gloria ante Dios.
Que vuestra mesura la conozca todo el mundo, es decir, que vuestra santidad de vida sea patente no sólo ante Dios, sino también ante los hombres; así seréis ejemplo de modestia y sobriedad para todos los que en la tierra conviven con vosotros y vendréis a ser también como una imagen del bien obrar ante Dios y ante los hombres.
El Señor está cerca. Nada os preocupe: el Señor está siempre cerca de los que lo invocan sinceramente, es decir, de los que acuden a él con fe recta, esperanza firme y caridad perfecta; él sabe, en efecto, lo que vosotros necesitáis ya antes de que se lo pidáis; él está siempre dispuesto a venir en ayuda de las necesidades de quienes lo sirven fielmente. Por ello, no debemos preocuparnos des mesuradamente ante los males que pudieran sobrevenir nos, pues sabemos que Dios, nuestro defensor, no está lejos de nosotros, según aquello que se dice en el salmo: El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra Señor. Si nosotros procuramos observar lo que él nos manda, él no tardará en darnos lo que prometió.
En toda ocasión,
en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean
presentadas a Dios, no sea que, afligidos por la tribulación, nuestras
peticiones sean hechas –Dios no lo permita– con tristeza o estén mezcladas con
murmuraciones; antes, por el contrario, oremos con paciencia y alegría,
dando
constantemente gracias a Dios por todo.
Filipenses 4,10-23
Combate bien el combate de la fe
San Gregorio de Nisa
Libro sobre la conducta cristiana
El que es de Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha pasado. Sabemos que se llama nueva criatura a la inhabitación del Espíritu Santo en el corazón puro y sin mancha, libre de toda culpa, de toda maldad y de todo pecado. Pues, cuando la voluntad detesta el pecado y se entrega, según sus posibilidades, a la prosecución de las virtudes, viviendo la misma vida del Espíritu, acoge en sí la gracia y queda totalmente renovada y restaurada. Por ello, se dice: Quitad la levadura vieja para ser una masa nueva; y también aquello otro: Celebremos la Pascua, no con levadura vieja, sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad. Todo esto concuerda muy bien con lo que hemos dicho más arriba sobre la nueva criatura.
Ahora bien, el
enemigo de nuestra alma tiende muchas trampas ante nuestros pasos, y la
naturaleza humana es, de por sí, demasiado débil para conseguir la victoria
sobre este enemigo. Por ello, el Apóstol quiere que nos revistamos con armas
celestiales: Abrochaos el cinturón e la verdad, por coraza poneos la
justicia –dice–, bien calzados para estar dispuestos a anunciar el
Evangelio de la paz. ¿Te das cuenta de cuántos son los instrumentos el
salvación indicados por el Apóstol? Todos ellos nos ayudan a caminar por una
única senda y nos conducen una sola meta. Con ellos se avanza fácilmente por
aquel mino de vida que lleva al perfecto cumplimiento de los preceptos divinos.
El mismo Apóstol dice también en otro lugar:
Corramos en la carrera que nos
toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe:
Jesús.
Por ello, es necesario que quien desprecia las grandezas
este mundo y renuncia a su gloria vana renuncie también a su propia vida.
Renunciar a la propia vida significa no buscar nunca la propia voluntad, sino
la voluntad de Dios y hacer del querer divino la norma única de la propia
conducta; significa también renunciar al deseo de poseer cualquier cosa que no
sea necesaria o común. Quien así obra se encontrará más libre y dispuesto para
hacer lo que le manden los superiores, realizándolo prontamente con alegría y
con esperanza, como corresponde a un servidor de Cristo, redimido para el bien
de sus hermanos. Esto es precisamente lo que desea también el Señor, cuando dice:
El que quiera ser grande y primero entre vosotros, que sea el último y
esclavo de todos.
Esta servicialidad hacia los hombres debe ser ciertamente gratuita, y el que se consagra a ella debe sentirse sometido a todos y servir a los hermanos como si fuera deudor de cada uno de ellos. En efecto, es conveniente que quienes están al frente de sus hermanos se esfuercen más que los demás en trabajar por el bien ajeno, se muestren más sumisos que los súbditos y, a la manera de un siervo, gasten su vida en bien de los demás, pensando que los hermanos son en realidad como un tesoro que pertenece a Dios y que Dios ha colocado bajo su cuidado.
Por ello, los superiores deben cuidar de los hermanos como si se tratara de unos tiernos niños a quienes los propios padres han puesto en manos de unos educadores. Si de esta manera vivís, llenos de afecto los unos para con los otros, si los súbditos cumplís con alegría los decretos y mandatos, y los maestros os entregáis con interés al perfeccionamiento de los hermanos, si procuráis teneros mutuamente el debido respeto, vuestra vida, ya en este mundo, será semejante a la de los ángeles en el cielo.