Joel 2,21-3,5
No pongamos resistencia a su primera venida, y no temeremos la segunda
San Agustín
Comentarios sobre los salmos 95,14.1
Aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra. Vino una primera vez, pero vendrá de nuevo. En su primera venida, pronunció estas palabras que leemos en el Evangelio: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre viene sobre las nubes. ¿Qué significa: Desde ahora? ¿Acaso no ha de venir más tarde el Señor, cuando prorrumpirán en llanto todos los pueblos de la tierra? Primero vino en la persona de sus predicadores, y llenó todo el orbe de la tierra. No pongamos resistencia a su primera venida, y no temeremos la segunda.
¿Qué debe hacer el cristiano, por tanto? Servirse de este mundo, no servirlo a él. ¿Qué quiere decir esto? Que los que tienen han de vivir como si no tuvieran, según las palabras del Apóstol: Digo esto, hermanos: que el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina. Quiero que os ahorréis preocupaciones. El que se ve libre de preocupaciones espera seguro la venida de su Señor. En esto, ¿qué clase de amor a Cristo es el de aquel que teme su venida? ¿No nos da vergüenza, hermanos? Lo amamos y, sin embargo, tememos su venida.
¿De verdad lo amamos? ¿No será más bien que amamos nuestros pecados? Odiemos el pecado, y amemos al que ha de venir a castigar el pecado. Él vendrá, lo queramos o no; el hecho de que no venga ahora no significa que no haya de venir más tarde. Vendrá, y no sabemos cuando; pero, si nos halla preparados, en nada nos perjudica esta ignorancia.
Aclamen los árboles del bosque. Vino la primera vez, y vendrá de nuevo a juzgar a la tierra; hallará aclamándolo con gozo, porque ya llega, a los que creyeron en su primera venida.
Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad. ¿Qué significan esta justicia y esta fidelidad? En el momento de juzgar reunirá junto a sí a sus elegidos y apartará de sí a los demás, ya que pondrá a unos a la derecha y a otros a la izquierda. ¿Qué más justo y equitativo que no esperen misericordia del juez aquellos que no quisieron practicar la misericordia antes de la venida del juez? En cambio, los que se esforzaron en practicar la misericordia serán juzgados con misericordia. Dirá, en efecto, a los de su derecha: Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Y les tendrá en cuenta sus obras de misericordia: Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber, y lo que sigue.
Y a los de su izquierda ¿qué es lo que les tendrá en cuenta? Que no quisieron practicar la misericordia. ¿Y a dónde irán? Id al fuego eterno. Esta mala noticia provocará en ellos grandes gemidos. Pero, ¿qué dice otro salmo? El recuerdo del justo será perpetuo. No temerá la malas noticias. ¿Cuál es la mala noticia? Id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Los que se alegrarán por la buena noticia no temerán la mala. Ésta es la justicia y la fidelidad de que habla el salmo.
¿Acaso, porque tú
eres injusto, el juez no será justo? O, ¿porque tú eres mendaz, no será veraz
el que es la verdad en persona? Pero, si quieres alcanzar misericordia, sé tú
misericordioso antes de que venga: perdona los agravios recibidos, da de lo que
te sobra. Lo que das ¿de quién es sino de él? Si dieras de lo tuyo, sería
generosidad, pero porque das de lo suyo es devolución. ¿Tienes algo que no
hayas recibido? Éstas son las víctimas agradables a Dios: la misericordia,
la humildad, la alabanza, la paz, la caridad. Si se las presentamos, entonces
podremos esperar seguros la venida del juez que
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.
Joel 4,1-3.9-21
El que salga vencedor no será víctima de la muerte segunda
San Fulgencio de Ruspe
Tratado sobre el perdón de los pecados, libro 2,11,2-12,1. 3-4
En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque de última trompeta, porque resonará, y los muertos despertarán incorruptibles, y nosotros nos veremos transformados. Al decir «nosotros», enseña Pablo que han de gozar junto con él del don de la transformación futura todos aquellos que, en el tiempo presente, se asemejan a él y a sus compañeros por la comunión con la Iglesia y por una conducta recta. Nos insinúa también el modo de esta transformación cuando dice: Esto corruptible tiene que revestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse e inmortalidad. Pero a esta transformación, objeto de una justa retribución, debe preceder antes otra transformación, que es puro don gratuito.
La retribución de la transformación futura se promete a los que en la vida presente realicen la transformación del mal al bien.
La primera transformación gratuita consiste en la justificación, que es una resurrección espiritual, don divino que es una incoación de la transformación perfecta que tendrá lugar en la resurrección de los cuerpos de los justificados, cuya gloria será entonces perfecta, inmutable y para siempre. Esta gloria inmutable y eterna es, en efecto, el objetivo al que tienden, primero, la gracia de la justificación y, después, la transformación gloriosa.
En esta vida somos transformados por la primera resurrección, que es la iluminación destinada a la conversión; por ella, pasamos de la muerte a la vida, del pecado a la justicia, de la incredulidad a la fe, de las malas acciones a una conducta santa. Sobre los que así obran no tiene poder alguno la segunda muerte. De ellos, dice el Apocalipsis: Dichoso aquel a quien le toca en suerte la primera resurrección, sobre ellos la segunda muerte no tiene poder. Y leemos en el mismo libro: El que salga vencedor no será víctima de la muerte segunda. Así como hay una primera resurrección, que consiste en la conversión del corazón, así hay también una segunda muerte, que consiste en el castigo eterno.
Que se apresure, pues, a tomar parte ahora en la primera resurrección el que no quiera ser condenado con el castigo eterno de la segunda muerte. Los que en la vida presente, transformados por el temor de Dios, pasan de mala a buena conducta pasan de la muerte a la vida, y más tarde serán transformados de su humilde condición a una condición gloriosa.
Zacarías 9,1-10,2
Mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso
San Andrés de Creta
Sermón 9, Sobre el domingo de Ramos
Digamos,
digamos también nosotros a Cristo: ¡Bendito el que viene en nombre del
Señor, el rey de Israel! Tendamos ante él, a guisa de palmas, nuestra
alabanza por la victoria suprema de la cruz. Aclamémoslo, pero no con ramos de
olivos, sino tributándonos mutuamente el honor de nuestra ayuda material.
Alfombrémosle el camino, pero no con mantos, sino con los deseos de nuestro
corazón, a fin de que, caminando sobre nosotros, penetre todo él en nuestro
interior y haga que toda nuestra persona sea para el, y él, a su vez, para
nosotros. Digamos a Sión aquella aclamación del profeta: Confía, hija de Sión,
no temas: Mira a tu rey que viene a ti; modesto y cabalgando en un asno, en
un pollino de borrica.
El que viene
es el mismo que está en todo lugar, llenándolo todo con su presencia, y viene
para realizar en ti la salvación de todos. El que viene es aquel que no ha
venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan, para
sacarlos del error de sus pecados. No temas. Teniendo a Dios en medio, no
vacilarás.
Recibe con las manos en alto al que con sus manos ha
diseñado tus murallas. Recibe al que, para asumirnos a nosotros en su persona,
se ha hecho en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Alégrate, Sión,
la ciudad madre, no temas: Festeja tu fiesta. Glorifica por su misericordia
al que en ti viene a nosotros. Y tú también, hija de Jerusalén, desborda de
alegría, canta y brinca de gozo. Levántate, brilla (así aclamamos con el
son de aquella sagrada trompeta que es Isaías),
que llega tu luz; la gloria
del Señor amanece sobre ti!
¿De qué luz se trata? De aquella que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre. Aquella luz, quiero decir, eterna, aquella luz intemporal y manifestada en el tiempo, aquella luz invisible por naturaleza y hecha visible en la carne, aquella luz que envolvió a los pastores y guió a los Magos en su camino. Aquella luz que estaba en el mundo desde el principio, por la cual empezó a existir el mundo, y que el mundo no la reconoció. Aquella luz que vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
¿Y a qué gloria del Señor se refiere? Ciertamente a
la paz, en la que fue glorificado Cristo, resplandor de la gloria del Padre,
tal como afirma él mismo, en la inminencia de su pasión: Ahora es
glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo
glorificará. Con estas palabras identifica su gloria con su elevación en la
cruz. La cruz de Cristo es, en efecto, su gloria y su exaltación, ya que dice:
Cuando
yo sea elevado, atraeré a todos hacia mí.
Zacarías 10,3-11,3
El corazón del justo se gozará en el Señor
San Agustín
Sermón 21,1-4
El justo se alegra con el Señor, espera en él, y se
felicitan los rectos de corazón. Esto es lo que hemos cantado con la boca y
el corazón. Tales son las palabras que dirige a Dios la mente y la lengua del
cristiano: El justo se alegra, no con el mundo, sino con el Señor.
Amanece la luz para el justo –dice otro salmo–, y la alegría para los
rectos de corazón. Te preguntarás el porqué de esta alegría. En un salmo
oyes: El justo se alegra con el Señor, y en otro:
Sea el Señor tu
delicia, y él te dará lo que pide tu corazón.
¿Qué se nos
quiere inculcar? ¿Qué se nos da? ¿Qué se nos manda? ¿Qué se nos otorga? Que nos
alegremos con el Señor. ¿Quién puede alegrarse con algo que no ve? ¿O es que
acaso vemos al Señor? Esto es aún sólo una promesa. Porque, mientras sea el
cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin
verlo, guiados por la fe. Guiados por la fe, no por la clara visión. ¿Cuándo
llegaremos a la clara visión? Cuando se cumpla lo que dice Juan:
Queridos,
ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos
que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual
es.
Entonces será la alegría plena y perfecta, entonces el gozo completo, cuando ya no tendremos por alimento la leche de la esperanza, sino el manjar sólido de la posesión. Con todo, también ahora, antes de que esta posesión llegue a nosotros, antes de que nosotros lleguemos a esta posesión, podemos alegrarnos ya con el Señor. Pues no es poca la alegría de la esperanza, que ha de convertirse luego en posesión.
Ahora amamos en
esperanza. Por esto, dice el salmo que el justo se alegra con el Señor. Y
añade, en seguida, porque no posee aún la clara visión: y
espera en
él.
Sin embargo, poseemos ya desde ahora las primicias del Espíritu, que son como un acercamiento a aquel a quien amamos, como una previa gustación, aunque tenue, de lo que más tarde hemos de comer y beber ávidamente.
¿Cuál es la
explicación de que nos alegremos con el Señor, si él está lejos? Pero en
realidad no está lejos. Tú eres el que hace que esté lejos. Ámalo, y se te
acercará; ámalo, y habitará en ti. El Señor está cerca. Nada os preocupe. ¿Quieres
saber en qué medida está en ti, si amas?
Dios es amor.
Me dirás: «¿Qué es el amor?» El amor es el hecho mismo de amar. Ahora bien, ¿qué es lo que amamos? El bien inefable, el bien benéfico, el bien creador de todo bien. Sea él tu delicia, ya que de él has recibido todo lo que te deleita. Al decir esto, excluyo el pecado, ya que el pecado es lo único que no has recibido de él. Fuera de pecado, todo lo demás que tienes lo has recibido de él.
Zacarías 11,4-12,8
Oración al buen pastor
San Gregorio de Nisa
Comentario al Cantar de los cantares 2
¿Dónde pastoreas, pastor bueno, tú que cargas sobre
hombros a toda la grey?; (toda la humanidad, que cargaste sobre tus hombros,
es, en efecto, como una sola oveja). Muéstrame el lugar de reposo, guíame hasta
el pasto nutritivo, llámame por mi nombre para que yo, oveja tuya, escuche tu
voz, y tu voz me dé la vida eterna:
Avísame, amor de mi alma, dónde
pastoreas.
Te nombro de este modo, porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia, de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte, a ti que de tal manera me has amado, a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puede imaginarse un amor superior a éste, el de dar tu vida a trueque de mi salvación.
Enséñame, pues –dice
el texto sagrado–, dónde pastoreas, para que pueda hallar los pastos
saludables y saciarme del alimento celestial, que es necesario comer para
entrar en la vida eterna; para que pueda asimismo acudir a la fuente y aplicar
mis labios a la bebida divina que tú, como de una fuente, proporcionas a los
sedientos con el agua que brota de tu costado, venero de agua abierto por la
lanza, que se convierte para todos los que de ella beben en
un surtidor de
agua que salta hasta la vida eterna.
Si de tal modo me pastoreas, me harás recostar al mediodía, sestearé en paz y descansaré bajo la luz sin mezcla de sombra; durante el mediodía, en efecto, no hay sombra alguna, ya que el sol está en su vértice; bajo esta luz meridiana haces recostar a los que has pastoreado, cuando haces entrar contigo en tu refugio a tus ayudantes. Nadie es considerado digno de este reposo meridiano si no es hijo de la luz y del día. Pero el que se aparta de las tinieblas, tanto de las vespertinas como de las matutinas, que significan el comienzo y el fin del mal, es colocado por el sol de justicia en la luz del mediodía, para que se recueste bajo ella.
Enséñame, pues, cómo tengo que recostarme y pacer, y cuál sea el camino del reposo meridiano, no sea que por ignorancia me sustraiga de tu dirección y me junte a un rebaño que no sea el tuyo.
Esto dice la esposa del Cantar, solícita por la belleza que le viene de Dios y con el deseo de saber cómo alcanzar la felicidad eterna.
Zacarías 12,9-12a; 13,1-9
El misterio de Cristo en nosotros y en la Iglesia
San Juan Eudes
Tratado sobre el reino de Jesús, parte 3,4
Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo, y suplicarle con frecuencia que los consume v complete en nosotros y en toda su Iglesia.
Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado, ciertamente, a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico. El Hijo de Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que ha determinado otorgarnos, ya mediante los efectos que quiere producir en nosotros a través de estos misterios. En este sentido, quiere completarlos en nosotros.
Por esto, san Pablo
dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos nosotros
contribuimos a su edificación y a la medida de Cristo en su plenitud, es
decir, a aquella edad mística que él tiene en su cuerpo místico, y que no
llegará a su plenitud hasta el día del juicio. El mismo apóstol dice, en otro
lugar, que él completa en su carne los dolores de Cristo.
De este modo,
el Hijo de Dios ha determinado consumar y completar en nosotros todos los
estados y misterios de su vida. Quiere llevar a término en nosotros los
misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose en
nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos sacramentos del
bautismo y de la sagrada eucaristía, y haciendo que llevemos una vida
espiritual e interior, escondida con él en Dios.
Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos y resucitemos con él y en él. Finalmente, completará en nosotros su estado de vida gloriosa e inmortal, cuando haga que vivamos, con él y en él, una vida gloriosa y eterna en el cielo. Del mismo modo, quiere consumar y completar los demás estados y misterios de su vida en nosotros y en su Iglesia, haciendo que nosotros los compartamos y participemos de ellos, y que en nosotros sean continuados y prolongados.
Según esto, los misterios de Cristo no estarán completos hasta el final de aquel tiempo que él ha destinado para la plena realización de sus misterios en nosotros y en la Iglesia, es decir, hasta el fin del mundo.
Zacarías 14,1-21
Me saciaré de tu semblante
Santo Tomás de Aquino
Conferencia sobre el Credo
Adecuadamente termina el Símbolo, resumen de nuestra fe, con aquellas palabras: «La vida perdurable. Amén». Porque esta vida perdurable es el término de todos nuestros deseos.
La vida perdurable
consiste, primariamente, en nuestra unión con Dios, ya que el mismo Dios en
persona es el premio y el término de todas nuestras fatigas: Yo
soy tu
escudo y tu paga abundante.
Esta unión
consiste en la visión perfecta: Ahora vemos confusamente en un espejo;
entonces veremos cara a cara. También consiste en la suprema alabanza, como
dice el profeta: Allí habrá gozo y alegría, con acción de gracias al son de
instrumentos.
Consiste, asimismo, en la perfecta satisfacción de nuestros deseos, ya que allí los bienaventurados tendrán más de lo que deseaban o esperaban. La razón de ello es porque en esta vida nadie puede satisfacer sus deseos, y ninguna cosa creada puede saciar nunca el deseo del hombre: sólo Dios puede saciarlo con creces, hasta el infinito; por esto, el hombre no puede hallar su descanso más que en Dios, como dice san Agustín: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón no hallará reposo hasta que descanse en ti».
Los santos, en la patria celestial, poseerán a Dios de un modo perfecto, y, por esto, sus deseos quedarán saciados y tendrán más aún de lo que deseaban. Por esto, dice el
Señor: Entra en el gozo de tu Señor. Y san Agustín
dice: «Todo el gozo no cabrá en todos, pero todos verán colmado su gozo. Me
saciaré de tu semblante; y también: El sacia de bienes tus anhelos».
Todo lo que hay de deleitable se encuentra allí
superabundantemente. Si se desean los deleites, allí se encuentra el supremo y
perfectísimo deleite, pues procede de Dios, sumo bien:
Alegría perpetua a tu derecha.
La vida perdurable consiste, también, en la amable compañía de todos los bienaventurados, compañía sumamente agradable, ya que cada cual verá a los demás bienaventurados participar de sus mismos bienes. Todos, en efecto, amarán a los demás como a sí mismos, y, por esto, se alegrarán del bien de los demás como el suyo propio. Con lo cual, la alegría y el gozo de cada uno se verán aumentados con el gozo de todos.