LOS COLORES
¿Por qué y para qué los diversos colores en la
celebración litúrgica?
El color como uno de los elementos
visuales más sencillo y eficaces, quiere ayudarnos a celebrar mejor
nuestra fe. Su lenguaje simbólico nos ayuda a penetrar mejor en los
misterios celebrados:
"La diversidad de colores en las vestiduras sagradas tiene
como fin expresar con más eficacia, aún exteriormente tanto las
características de los misterios de la fe que se celebran como el
sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año
litúrgico." (Misal romano - IGMR 307)
Los colores actuales de nuestra celebración:
Actualmente el Misal (IGMR) ofrece
este abanico de colores en su distribución del Año Litúrgico:
a)
Blanco:
Es el color privilegiado de la fiesta cristiana y el color más adecuado
para celebrar:
-La Navidad y la Epifanía
-La Pascua en toda su cincuentena
-Las Fiestas de Cristo y de la Virgen, a no ser que por su cercanía al
misterio de la Cruz se indique el uso del rojo. -Fiestas de ángeles y
santos que no sean mártires.
-Ritual de la Unción
-Unción y el Viático
b)
Rojo:
Es el color
elegido para:
-La celebración del Domingo de Pasión (Ramos) y el Viernes Santo,
porque remite simbólicamente a la muerte martirial de Cristo.
-En la Fiesta de Pentecostés, porque el Espíritu es fuego y vida.
-Otras celebraciones de la Pasión de Cristo, como la fiesta de la
Exaltación de la Cruz.
-Las fiestas de los Apóstoles, Evangelistas y
Mártires, por su cercanía ejemplar y testimonial a la Pascua de Cristo.
-La Confirmación (Ritual Nº 20) se puede celebrar con vestiduras rojas
o blancas apuntando al misterio del espíritu o a la fiesta de una
iniciación cristiana a la Nueva Vida.
c) Verde:
El verde como color de paz, serenidad,
esperanza se utiliza para celebrar el Tiempo Ordinario del Año
Litúrgico. El Tiempo ordinario son esas 34 semanas en las que no se
celebra un misterio concreto de Cristo, sino el conjunto de la Historia
de la salvación y sobre todo el misterio semanal del Domingo
como Día del Señor.
d)
Morado:
Este color que
remite a la discreción, penitencia y a veces, dolor, es con el que se
distingue la celebración del
-Adviento y la Cuaresma
-las celebraciones penitenciales y las exequias cristianas.
e) Negro:
Que había sido durante los siglos de
la Edad Media el color del Adviento y la Cuaresma, ha quedado ahora
mucho más discretamente relegado: queda sólo como facultativo en las
exequias y demás celebraciones de difuntos.
f)
Rosa:
El color rosa, que no había cuajado en
la historia para la liturgia, queda también como posible para dos
domingos que marcan el centro del Adviento y la Cuaresma: el domingo
"Gaudete" (3º de Adviento) y el domingo
"Laetare" (4º de Cuaresma).
g) Azul:
Con sus resonancias de cielo y lejanía
es desde el siglo pasado un color privilegiado para celebrar en España
la solemnidad de la Inmaculada, aunque en el misal romano no aparezca.
EL FUEGO
En nuestras celebraciones:
- Aparece en forma de lámparas y
cirios encendidos durante la celebración o delante del sagrario.
Aparte del simbolismo de la luz entra aquí también esa misteriosa
realidad que se llama fuego: la llama que se va consumiendo lentamente
mientras alumbra, embellece, calienta, dando sentido familiar a la
celebración.
- Vigilia de Pascua: Es la celebración que queda enriquecida de modo
más explícito con el simbolismo del fuego. La hoguera que arde fuera de
la Iglesia y de la que se va a encender el Cirio Pascual remite
intensamente al triunfo de la luz sobre la
tiniebla, del calor sobre el frío, de la vida sobre la muerte. De allí
partirá la procesión con su festivo grito: "Luz de Cristo", y
la luz se irá comunicando progresivamente a cada uno de los
participantes.
El simbolismo de la luz está realmente
muy aprovechado en el lenguaje festivo de la Noche Pascual. Pero en su
raíz está el fuego que tiene sus direcciones propias y riquísimas.
Su simbolismo natural
El lenguaje del
fuego tiene en nuestra sensibilidad humana y social, una interesante
serie de sentidos.
El fuego calienta, consume, quema, ilumina, purifica, es fuente de
energía. Es origen de innumerables beneficios para la humanidad, pero
también destruye, castiga, asusta y mata. Es un elemento bienhechor
pero a la vez peligroso. Un rayo o un incendio pueden generar
calamidades enormes. Sin el fuego no podemos vivir, pero puede
causarnos también la muerte. No es nada extraño que en torno a este
misterioso elemento natural se haya creado todo un simbolismo:
-Para expresar la presencia misma de la
divinidad, invisible pero fuerte, incontrolable, purificadora,
castigadora,
-o para designar los sentimientos humanos, como la pasión, que está
escondida pero que puede alcanzar una fuerza inaudita, para bien o para
mal: el amor , el odio, el entusiasmo...etc.
-El fuego es también la imagen del
calor familiar, el crepitar de la llama en el hogar ilumina la vida,
ahuyenta el frío, da alegría y sensación de bienestar.
En la Revelación:
Para saber toda la densidad de
significado que el fuego puede llegar a tener y lo que puede expresar
también en nuestras celebraciones, no hay mejor medio que repasar, que
de lo que él dicen el Antiguo y Nuevo Testamento.
§
Ante
todo, el fuego sirve para expresar de algún modo lo que es imposible de
expresar: la presencia misteriosa de Dios mismo en la historia
humana. Recordemos el misterioso episodio de la zarza que arde sin
consumirse (Ex 3). Moisés se acerca a un lugar que en seguida reconoce
como sagrado, y oye la voz "Yo soy el Dios de Abraham...".
§
También
es con el fuego con el que se simboliza el juicio de Dios, como
el fuego que penetra a todo ser existente, lo pone en evidencia, lo
purifica o lo castiga. (Véase: Dan. 7,10 ; Gen 19 ; Is 66,16)
EL INCIENSO
¿Qué quiere simbolizar el incienso?
Lo que el incienso quiere significar
en nuestra liturgia nos lo han ido explicando los varios documentos con
sus explicaciones.
§
El
incienso crea una atmósfera agradable y festiva en torno a lo que se
inciensa, a la vez que crea un aire entre misterioso y sagrado por la
sutil impalpabilidad de su perfume y de su humo.
§
Expresa
elegantemente el respeto y la reverencia hacia una persona o hacia
algún símbolo de Cristo.
§
Pero
más en profundidad indica la actitud de oración y elevación de la mente
hacia Dios. Ya el Salmo 140 nos hace decir: "suba mi oración como
incienso en tu presencia".
§
El
incienso es símbolo, sobre todo, de la actitud de ofrenda y sacrificio
de los creyentes hacia Dios. El incienso une de algún modo a las
personas con el altar, con sus dones y sobre todo con Cristo Jesús que
se ofrece en sacrificio.
¿A quiénes se inciensa?
-El Misal Romano sugiere con libertad
el uso del incienso en estos momentos de la Misa:
§
Durante
la procesión de entrada
§
Al
comienzo de la Misa para incensar el altar
§
En
la procesión y proclamación del evangelio
§
En
el ofertorio, para incensar las ofrendas, el altar, el presidente y el
pueblo cristiano
§
En
la ostensión del Pan consagrado y del Cáliz después de la consagración
(IGMR 235)
a) Llevar incienso en la procesión de entrada e
incensar el altar que va a ser el centro de la celebración eucarística,
puede indicar el respeto al lugar, a las personas y al altar, o
simplemente significar el tono festivo y sagrado de la acción que
empieza. Pero el Misal no da demasiado relieve a este primer
gesto: siempre se ha considerado más importante la incensación del
altar en el ofertorio.
b) La incensación del
evangelio fue entrando a partir del siglo XI como signo de honor
y respeto hacia Aquél cuyas palabras vamos a escuchar. El Misal (IGMR
33 y 35) explica por qué en el momento del evangelio se acumulan los
signos de especial veneración: el lector ordenado, la postura de pie,
el beso y otras muestras de honor entre las que hay que recordar el
incienso.
c) El uso del
incienso en el ofertorio tiene especial interés. El altar y las ofrendas de pan y
vino sobre él se inciensan "para significar de este modo que la
oblación de la Iglesia y su oración suben ante el trono de Dios como el
incienso" (IGMR 51).
En este momento
"también el sacerdote y el pueblo pueden ser incensados".
Junto con el pan y el vino ofrecidos sobre el altar, y que son
incensados, también el presidente se ofrece a sí mismo, y con él toda
la comunidad y así se convierten ellos mismos en ofrenda y sacrificio,
unidos e incorporados al sacrificio de Cristo. Son las personas,
principalmente, las que vienen a ser simbolizadas como ofrenda y
homenaje a Dios, con el gesto del incienso. Si nada más fuera un gesto
de honor, se quedaría la asamblea sentada mientras la inciensan. En
cambio, se pone de pie para indicar su actitud positiva, comprometida,
de unión espiritual con las ofrendas eucarísticas.
d) En la consagración el acto de la
incensación manifiesta al Señor mismo. Todas las incensaciones se
dirigen a los signos sacramentales de la presencia del Señor: el altar,
la cruz, el libro del evangelio, el presidente, la asamblea. Ahora se
inciensa el pan y el vino consagrados, el signo central y eficaz de la
auto-donación de Cristo.
LA
IMPOSICIÓN DE MANOS
En el Nuevo Testamento la acción e imponer
sobre la cabeza
de uno las manos tiene significados distintos, según el contexto en el
que se sitúe. Ante todo puede ser la bendición que uno transmite
a otro, invocando sobre él la benevolencia de Dios. Así
, Jesús imponía las manos sobre los niños, orando por ellos.
La despedida de Jesús en su Ascensión , se
expresa también con el mismo gesto: "alzando las manos los
bendijo" (Lc 24,50).
Es una expresión que muchas veces se relaciona a la curación.
Jairo pide a Jesús: "Mi hija está a punto de morir; ven impón tus
manos sobre ella para que se cure y viva" (Mc 5,23).
Imponer las manos sobre la cabeza de una persona,
significa en muchos otros pasajes, invocar y transmitir sobre ella
el don del Espíritu Santo para una misión determinada. Así pasa con
los elegidos para el ministerio de diáconos en la comunidad primera:
"hicieron oración y les impusieron las manos" (Act
6,6).
Hay dos momentos en la celebración de la Eucaristía en
que el gesto simbólico tiene particular énfasis.
Ante todo cuando el presidente, en la Plegaria Eucarística, invoca por primera vez al Espíritu (epíclesis),
extendiendo sus manos sobre el pan y el vino: "santifica estos
dones con la efusión de tu Espíritu".
La Bendición Final es el segundo momento en el que el gesto de la
imposición adquiere especial énfasis.
Este gesto nos habla también del don
de Dios y la mediación eclesial:
Estupendo binomio: la mano y la
palabra. Unas manos extendidas hacia una persona o una cosa, y unas
palabras que oran o declaran. Las manos elevadas apuntando al don
divino, y a la vez mantenidas sobre esta persona o cosa, expresando la
aplicación o atribución del mismo don divino a estas criaturas.
La mano poderosa de Dios que bendice,
que consagra, que inviste de autoridad, es representada
sacramentalmente por la ,mano de un ministro de la Iglesia, extendida
con humildad y confianza sobre las personas o los elementos materiales
que Dios quiere santificar.
EL
SALUDO DE LA PAZ
El Misal describe así el gesto de la
paz: Los fieles "imploran la paz y la unidad para la Iglesia y
para toda la familia humana, y se expresan mutuamente la caridad, antes
de participar de un mismo pan" (IGMR 56b).
a) Se trata de la paz de
Cristo: "Mi paz os
dejo, mi paz os doy". El saludo y el don del Señor que se comunica
a los suyos en la Eucaristía. No una paz que conquistemos nosotros con
nuestro esfuerzo, sino que nos concede el Señor.
b) Un gesto de fraternidad
cristiana y eucarística:
Un gesto que nos hacemos unos a otros antes de atrevernos a acudir a la
comunión: para recibir a Cristo nos debemos sentir hermanos y
aceptarnos los unos a los otros. Todos somos miembros del mismo Cuerpo,
la Iglesia de Cristo. Todos estamos invitados a la misma mesa
eucarística. Darnos la paz es un gesto profundamente religioso, además
de humano. Está motivado por la fe más que por la amistad: reconocemos
a Cristo en el hermano al igual que lo reconocemos en el pan y el vino.
EL
SACERDOTE BESA EL LIBRO DE LOS EVANGELIOS
Al hacerlo el sacerdote dice en voz
baja: "Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados".
Esta frase expresa el deseo de que la Palabra evangélica ejerza su
fuerza salvadora perdonando nuestros pecados. Besar el Evangelio es un
gesto de fe en la presencia de Cristo que se nos comunica como la
Palabra verdadera.
LA SEÑAL DE LA CRUZ
No nos damos mucha cuenta, porque ya estamos
acostumbrados a ver la Cruz en la Iglesia, en nuestras casas, pero la
Cruz es una verdadera cátedra, desde la que Cristo nos predica siempre
la gran lección del cristianismo.
La Cruz resume toda la teología sobre Dios, sobre el
misterio de la salvación en Cristo, sobre la vida cristiana.
La Cruz es todo un discurso: Nos presenta a un Dios
trascendente pero cercano; un Dios que ha querido vencer el mal con su
propio dolor; un Cristo que es juez y Señor, pero a la vez siervo, que
ha querido llegar a la entrega total de sí mismo, como imagen plástica
del amor y de la condescendencia de Dios; un Cristo que en su Pascua -
muerte y resurrección- ha dado al mundo la reconciliación.
Los cristianos con frecuencia hacemos con la mano la
señal de la Cruz, o nos la hacen otros, como en el caso del bautismo o
de las bendiciones.
Es un gesto sencillo pero lleno de significado.
Esta señal de la Cruz es una verdadera confesión de fe: Dios nos ha
salvado en la Cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia, de posesión:
al hacer sobre nuestra personas este signo es como si dijéramos:
"estoy bautizado, pertenezco a Cristo, El es mi Salvador, la cruz
de Cristo es el origen y la razón de ser de mi existencia
cristiana...".
Los cristianos debemos reconocer a la Cruz todo su
contenido para que no sea un símbolo vacío. Y entonces sí, puede ser un
signo que continuamente nos alimente la fe y el estilo de vida que
Cristo nos enseñó. Si entendemos la Cruz y nuestro pequeño gesto de la
señal de la Cruz es consciente, estaremos continuamente reorientando
nuestra vida en la dirección buena.
EL AGUA
El agua es una realidad que ya humanamente tiene muchos
valores y sentidos: sacia la sed, limpia, es fuente de vida, origina la
fuerza hidráulica...También nos sirve para simbolizar realidades
profundas en el terreno religioso la pureza interior, sobre todo.
Por eso se encuentran las abluciones o los baños sagrados en todas las
culturas y religiones (a orillas del Ganges para los indios, del Nilo
para los egipcios, del Jordán para los judíos).
Para los cristianos el agua sirve muy expresivamente
para simbolizar lo que Cristo y su salvación son para nosotros: Cristo
es el "agua viva" que sacia definitivamente nuestra sed
(coloquio con la samaritana: Jn 4); el agua sirve también para
describir la presencia vivificante del Espíritu (Jn 7, 37-39) y para
anunciar la felicidad el cielo (Apoc 7, 17; 22, 1).
En nuestra liturgia es lógico que también se utilice
este simbolismo. A veces se usa el agua sencillamente con una
finalidad práctica: por ejemplo en las abluciones de las manos después
de ungir con los Santos Oleos o de los vasos empleados en la
Eucaristía. Otras veces un gesto que en su origen había sido
"práctico" ha adquirido ahora un simbolismo: como la mezcla
del agua en el vino, que en siglos pasados era necesario por la
excesiva gradación del vino, y que luego adquirió el simbolismo de
nuestra humanidad incorporada a la divinidad de Cristo.
Pero el agua tiene muchas veces un sentido simbólico:
lavarse las manos para indicar la purificación que el sacerdote más que
nadie necesita, o lavar los pies para expresar la actitud de servicio.
Sobre todo el agua nos hace celebrar significativamente el Bautismo con
el gesto de la inmersión en agua (bautismo significa inmersión" en
griego): porque es un sacramento que nos hace sumergirnos
sacramentalmente en Cristo, en su muerte y resurrección, y nos engendra
a la vida nueva. La aspersión de la comunidad con agua en la Vigilia
Pascual, o en el rito de entrada de la Eucaristía dominical, o el
santiguarse con agua al entrar en la Iglesia, son recuerdos simbólicos
del Bautismo. También el hecho de las casas (de las casas, de los
objetos, de las personas) o el gesto de aspersión en las exequías se
realicen con agua, quiere prolongar el simbolismo purificador y
vitalizador del Bautismo.
En el rito de la Dedicación de iglesias se asperjan con
agua las paredes, el altar y finalmente el pueblo cristiano: siempre
con la misma intención "bautismal", que coenvuelve a las
personas, al edificio y a los objetos de nuestro culto. Todo
queda incorporado a la Pascua de Cristo. Otro significado del
simbolismo del agua es su cualidad de apagar la sed del hombre. Sed que no es sólo material, sino que muy expresivamente
puede referirse s los deseos más profundos del ser humano: la
felicidad, la libertad, el amor, etc.
LAS CAMPANAS
Es muy antiguo el uso de objetos metálicos para señalar
con su sonido la fiesta o la convocatoria de la comunidad. Desde
el sencillo "gong" hasta la técnica evolucionada de los
fundidores de campanas o los campanarios eléctricos actuales, las
campanas y las campanillas se han utilizado expresivamente en la vida
social y en el culto. Son instrumentos de metal, en forma de copa
invertida, con un badajo libre.
Cuando los cristianos pudieron construir iglesias, a
partir del siglo IV, pronto se habla de torres y campanarios adosados a
las iglesias, con campanas que se convertirán rápidamente en un
elemento muy expresivo para señalar las fiestas y los ritmos de la
celebración cristiana. También dentro de la celebración se
utilizaron las campanillas, a partir del siglo XIII, ahora bastante
menos necesarias (IGMR 109 deja libre su uso) porque ya la celebración
la seguimos más fácilmente, a no ser que se quieran hacer servir, no
tanto para avisar de un momento -por ejemplo, la consagración sino para
darle simbólicamente realce festivo, como en el Gloria de la Vigilia
Pascual.
Los nombres latinos de "signum" o
"tintinnabulum" se convierten más tarde, hacia el siglo VI,
en el de "vasa campana", seguramente porque las primeras
fundiciones derivan de la región italiana de Campania. Las
campanas del campanario convocan a la comunidad cristiana, señalan las
horas de la celebración (la Misa mayor), de oración (el Angelus o la
oración comunitaria de un monasterio), diversos momentos de dolor (la
agonía o la defunción) o de alegría (la entrada del nuevo obispo o
párroco) y sobre todo con su repique gozoso anuncian las fiestas.
Y así se convierten en un "signo hecho sonido" de la
identidad de la comunidad cristiana, evangelizador de la Buena Noticia
de Cristo en medio de una sociedad que puede estar destruida.
Como también el mismo campanario, con su silueta estilizada, se
convierte en símbolo de la dirección trascendente que debería tener
nuestra vida. El Bendicional (nn. 1142-1162) ofrece textos muy
expresivos para la bendición de las campanas, motivando bien su sentido
y convirtiendo el rito en una buena ocasión para entender mejor la
identidad de una comunidad cristiana y sus ritmos de vida y oración.
EL CANTO
El canto expresa y realiza nuestras actitudes
interiores. Tanto en la vida social como en la cúltico-religiosa,
el canto no sólo expresa sino que en algún modo realiza los
sentimientos interiores de alabanza, adoración, alegría, dolor,
súplica. "No ha de ser considerado el canto como un cierto
ornato que se añade a la oración, como algo extrínseco, sino más bien
como algo que dimana de lo profundo del espíritu del que ora y alaba a
Dios" (IGLH 270).
El canto hace comunidad, al expresar más validamente el
carácter comunitario de la celebración, igual que sucede en la vida
familiar y social como en la litúrgica.
El canto hace fiesta, crea clima más solemne y digno en
la oración: "nada más festivo y más grato en las celebraciones
sagradas que una asamblea que toda entera, exprese su fe y su piedad
por el canto" (MS 16).
El canto es una señal de euforia. El canto tiene
en la liturgia una función "ministerial": no es como en un
concierto, que se canta por el canto en sí y su placer estético y
artístico. Aquí el canto ayuda a que la comunidad entre más en
sintonía con el misterio que celebra. A la vez que crea un clima
de unión comunitaria y festiva, ayuda pedagógicamente a expresar
nuestra participación en lo más profundo de la celebración. Así el
canto se convierte de verdad en "sacramento", tanto de lo que
nosotros sentimos y queremos decir a Dios, como de la gracia salvadora
que nos viene de él.
LA CENIZA
La ceniza, del latín "cinis", es producto de
la combustión de algo por el fuego. Muy fácilmente adquirió un
sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido trasladado, de
humildad y penitencia. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para
describir la conversión de los habitantes de Nínive. Muchas veces
se une al "polvo" de la tierra: "en verdad soy polvo y
ceniza", dice Abraham en Gén. 18,27. El Miércoles de Ceniza, el anterior
al primer domingo de Cuaresma (muchos lo entenderán mejor diciendo que
es le que sigue al carnaval), realizamos el gesto simbólico de la
imposición de ceniza en la frente (fruto de la cremación de las palmas
del año pasado). Se hace como respuesta a la Palabra de Dios que
nos invita a la conversión, como inicio y puerta del ayuno cuaresmal y
de la marcha de preparación a la Pascua. La Cuaresma empieza con
ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia
Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre
viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.
Mientras el ministro impone la ceniza dice estas dos
expresiones, alternativamente: "Arrepiéntete y cree en el
Evangelio" (Cf Mc1,15) y "Acuérdate
de que eres polvo y al polvo has de volver" (Cf Gén 3,19): un
signo y unas palabras que expresan muy bien nuestra caducidad, nuestra
conversión y aceptación del Evangelio, o sea, la novedad de vida que
Cristo cada año quiere comunicarnos en la Pascua.
EL CIRIO PASCUAL
Del latín "cereus", de cera, el producto de
las abejas. Ya hablamos en la voz "candelas candelabros"
sobre el uso humano y el sentido simbólico de la luz que producen los
cirios, y también del uso que en la liturgia cristiana hacemos de ese
simbolismo. El cirio más importante es el que se enciende en la Vigilia
Pascual como símbolo de la luz de Cristo, y los cirios que se reparten
entre la comunidad, para significar nuestra participación en esa misma
luz. El Cirio Pascual es ya desde los primeros siglos uno de los
símbolos más expresivos de la Vigilia. En medio de la oscuridad
(toda la celebración se hace de noche y empieza con las luces
apagadas), de una hoguera previamente preparada se enciende el Cirio,
que tiene una inscripción en forma de Cruz, acompañada de la fecha y de
las letras Alfa y Omega, la primera y la última del agabeto griego,
para indicar que la Pascua de Cristo, principio y fin de el tiempo y de
la eternidad, nos alcanza con fuerza siempre nueva en el año concreto
en que vivimos. En la procesión de entrada se canta por tres veces la
aclamación al Cirio: "Luz de Cristo. Demos gracias a
Dios", mientras progresivamente se van encendiendo los cirios de
los presentes. Luego se coloca en la columna o candelero que va a
ser su soporte, y se entona en torno de él, después de incensarlo, el
solemne Pregón Pascual.
Además del símbolo de la luz, se le da también el de la
ofrenda:cera que se gasta en honor de Dios,
esparciendo su luz: "Acepta, padre santo, el sacrificio vespertino
de esta llama, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de
este cirio, obra de las abejas. Sabemos ya lo que anuncia esta
columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios... Te
rogamos que este Cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para
destruir la oscuridad de esta noche..."
Lo que van anunciando las lecturas, oraciones y cantos,
el Cirio lo dice con el lenguaje humilde pero diáfano de su llama
viva. La Iglesia, la esposa, sale al encuentro de Cristo, el
Esposo, con la lámpara encendida en la mano, gozándose con él en la
noche victoriosa de su Pascua.
El Cirio estará encendido en todas las celebraciones durante las siete
semanas de la cincuentena, al lado del ambón de la Palabra, hasta
terminar el domingo de Pentecostés. Luego, durante el año, se
encenderá en la celebración de los bautizos y de las exequias, el
comienzo y la conclusión de la vida: un cristiano participa de la luz
de Cristo a lo largo de todo su camino terreno, como garantía de su
definitiva incorporación a la luz de la vida eterna.
LA COLECTA
La palabra "colecta" viene del latín
"collecta, colligere", "recogida, recoger". Se
aplica ante todo a la reunión de la comunidad para la Eucaristía
dominical o para las asambleas "estacionales" en
Cuaresma. También se llama "colecta" a la recogida de
dinero o de dones en el ofertorio, a la que alude Pablo (1 Cor 16,
1-2).
Pero su uso más técnico es el referido a la
"oración colecta" al principio de la Misa. Este nombre
pudiera tener dos direcciones: o bien porque se pronuncia cuando ya
está la comunidad reunida (oración de reunión, concluyendo el rito de
entrada), o porque su finalidad es recoger y resumir las peticiones de
cada uno de los presentes. También se aplica este nombre a las
"oraciones sálmicas", que "sintetizan los sentimientos
de los participantes" en el rezo de los salmos (Cf IGLH
112). La expresión "colligere ortationem", usual en los
primeros siglos en la salmodia comunitaria, quería decir "recoger
en una oración las intenciones de los que habían rezado el
salmo". De ahí las "colectas sálmicas".
El Misal de Pablo VI llama "colecta" a la
primera oración de la Misa y describe así su dinámica: "El
sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen
un rato en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia
de Dios y formular sus súplicas. Entonces el sacerdote lee la oración
que se suele denominar colecta, y el pueblo contesta amén" (IGMR
32). Es la primera oración importante del presidente, que de pie,
con los brazos extendidos, y en nombre de la comunidad, dirige su
súplica a Dios. Las de nuestro Misal son fieles al estilo claro y
conciso de la liturgia romana, con una invocación a Dios, muchas veces
enriquecida con la alusión al tiempo litúrgico o la fiesta celebrada
para proseguir con una súplica y concluir apelando a la mediación de
Cristo.
El libro que durante siglos reunía estas oraciones de la
Misa o del Oficio Divino, antes de su inclusión en el libro único del
Misal o del Breviario, se llamó "Colectario".
EL
MOMENTO DE LA COMUNIÓN
De la palabra latina "communio", acción de
unir, de asociar y participar (correspondiente a la griega
"koinonía") "comunión" significa la unión de las
personas, o de una comunidad, o la comunión de los Santos en una
perspectiva eclesial más amplia, o la unión de cada uno con Cristo o
con Dios.
Aquí la miramos desde el punto de vista eucarístico: la
participación de los fieles en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Este
es el momento en verdad culminante de la celebración de la
Eucaristía. Después de que Cristo se nos ha dado como palabra
salvadora, ahora, desde su existencia de Resucitado, se quiere hacer
nuestro alimento para el camino de nuestra vida terrena y como garantía
de la eterna.
La comunión tiene a la vez sentido vertical, de unión
eucarística con Cristo, y horizontal, de sintonía con la comunidad
eclesial. Por eso la "excomunión" significa también la
exclusión de ambos aspectos. El Misal (IMGR 56) invita a una realización
lo más expresiva posible de la comunión eucarística:
v
con
una oración o un silencio preparatorio, por parte del presidente y de la comunidad;
v
una
procesión desde los propios lugares hacia el ámbito del altar,
v
mientras
se canta un canto que une a todos y les hace comprender más en
profundidad el misterio que celebran,
v
la
invitación oficial a acercare a la mesa del Señor: "Este es el
Cordero de Dios", invitación que apunta al banquete escatológico
del cielo ("dichosos los invitados a la Cena del Cordero"),
v
la
mediación de la Iglesia en este gesto central (no "coge" la
comunión cada uno, sino que la recibe del ministro),
v
con
un diálogo que ahora ha vuelto a la expresiva sencillez de los primeros
siglos ("el Cuerpo de Cristo. Amén", "la Sangre de
Cristo, Amén")
v
con
pan que aparezca como alimento, consagrado y partido en la misma Misa,
para significar también la unidad fraterna de los que participan del
mismo sacrificio de Cristo,
v
recibido
en la mano o en la boca, a voluntad del fiel, allí donde los
Episcopados lo hayan decidido (en España desde el 1976, en Italia desde
1989, en México desde 1978),
v
a
ser posible también participando del vino, que expresa mejor que Cristo
nos hace partícipes de su sacrifico pascual en la cruz y de la alegría
escatológica, y
v
con
unos momentos de interiorización después de la comunión. Casos
especiales son el de la primera comunión, en la que los cristianos
participan por primera vez plenamente de la celebración eucarística de
la comunidad: no sólo en sus oraciones, lecturas y cantos, sino también
en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Tiene especial sentido la Comunión llevada a los
enfermos, ahora eventualmente por medio de los ministros
extraordinarios de la comunión, a ser posible como prolongación de la
celebración comunitaria dominical. Particular relieve merece la
comunión que se recibe como viático, en punto de muerte.
Y finalmente, la comunión recibida fuera de la Misa,
caso repetido sobre todo en lugares donde no pueden participar diaria
ni siquiera dominicalmente de la Eucaristía completa, pero sí escuchar
la palabra, orar en común y comulgar, en las condiciones que establecen
el "Ritual del culto y de la comunión fuera de la Misa"
(1973) y la instrucción "Inmensae cariatis" (1973).
Respecto a repetir la comunión el mismo día, según el Código
de Derecho Canónico (c. 917), "quien ya ha recibido la santísima
Eucaristía puede de nuevo recibirla el mismo día solamente dentro de la
celebración eucarística en la que participe", norma que ha
recibido la interpretación oficial de que se puede hacer "una
segunda vez".
COMER EL PAN:
Juntamente con el "beber", el
"comer" es el gesto central de la Eucaristía cristiana. Si el
Antiguo Testamento empieza con el "no coman" del Génesis, en
el Nuevo Testamento escuchamos el testamento: "tomen y coman".
Y si entonces la consecuencia era: "el día que comas de él,
morirás", ahora la promesa es la contraria: "el que
come... tiene vida eterna".
El comer, ya humanamente, tiene el valor del alimento y
la reparación de las fuerzas. Pero a la vez tiene connotaciones
simbólicas muy expresivas: comer como fruto del propio trabajo, comer
en familia, comer con los amigos, comer en clima de fraternidad, comer
con sentido de fiesta. En el contexto cristiano de la Eucaristía, el
comer tiene igualmente varios sentidos. Al comer el pan, estamos
convencidos de que nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo. Su
palabra ("esto es mi Cuerpo") sigue eficaz y su Espíritu es
el que ha dado a ese pan que hemos depositado sobre el altar su nueva
realidad: ser el Cuerpo del Señor glorificado, que ha querido se
nuestro alimento. Este es el primer sentido que Cristo ha querido
dar a la comida eucarística: "mi carne es verdadera
comida". El es el "viático", el alimento para el
camino de los suyos.
También hay otros valores y gracias que Cristo expresa
en el evangelio con este simbolismo de la comida: el perdón, la alegría
del reencuentro, la fiesta, la plenitud y la felicidad del Reino
futuro. Basta recordar la parábola del hijo pródigo, acogido en
casa con una buena comida; o la de las bodas del rey; o la
multiplicación de los panes y peces en el desierto, o la expresiva
presencia de Jesús en comidas en casa de Zaqueo, de Mateo, del fariseo,
de Lázaro. Y las comidas de Jesús con sus discípulos, tanto antes
como después de la Pascua, que ellos recordarán muy a gusto. (Cf Hech
10,40).
Además, Pablo entenderá la comida como símbolo de la
fraternidad eclesial. el pan de la
Eucaristía, además de unirnos a Cristo, participando de su Cuerpo, es
también lo que construye la comunidad: "un pan y un cuerpo somos,
ya que participamos de un solo Pan" (1 Cor 10,16-17).
"Comer con" por ejemplo con los cristianos procedentes del
paganismo, es un signo expresivo y favorecedor de la unidad de todos en
la Iglesia, sea cual sea su origen (Cf la discusión entre Pablo y Pedro
en Hech 11,3 y Gál 2,12).
PARTIR EL PAN
El origen de este gesto en nuestra
Eucaristía lo conocemos todos. La cena judía, sobretodo la pascual,
comenzaba con un pequeño rito: el padre de familia partía el pan para
repartirlo a todos, mientras pronunciaba una oración de bendición a
Dios.
Este gesto expresaba la gratitud hacia
Dios y a la vez el sentido familiar de solidaridad en el mismo pan.
Muchos hemos conocido cómo en nuestras familias el momento de partir el
pan al principio de la comida se consideraba como un pequeño pero
significativo rito. Como el que se hace solemnemente cuando unos
novios parten el pastel de bodas y los van repartiendo a los comensales
que los acompañan.
Cristo también lo hizo en su última
cena: "Tomó el pan, dijo la bendición, lo partió y se lo
dio...". Más aún: fue este el gesto el que más impresionó a los
discípulos de Emaús en su encuentro con Jesús Resucitado. "Le
reconocieron al partir el pan". Y fue este el rito simbólico
que vino a dar nombre a toda la celebración Eucarística en la primera
generación.
Primer significado de este gesto: el Cuerpo
"entregado roto" de Cristo
La fracción del pan puede tener, ante
todo, un sentido de cara a la Pasión de Cristo. El pan que vamos a
recibir es el Cuerpo de Cristo, entregado a la muerte, el Cuerpo roto
hasta la última donación, en la Cruz. En el rito bizantino hay un texto
que expresa claramente esta dirección: "se rompe y se divide el
Cordero de Dios, el Hijo del Padre; es partido pero no se disminuye: es
comido siempre, pero no se consume, sino que a los que participan de
él, los santifica".
Segundo significado: Signo de la unidad fraterna
El Misal Romano explica:
"por la fracción de un solo pan
se manifiesta la unidad de los fieles" (IGMR 48)
"el gesto de la fracción del pan
que era el que servía en los tiempos apostólicos para denominar la
misma Eucaristía, manifestará mejor la fuerza y la importancia del
signo de la unidad de todos en un solo pan y de la caridad, por el
hecho de que un solo pan se distribuye entre hermanos" (IGMR 283).
LOS GOLPES DE
PECHO
Gesto penitencial y de humildad. Es uno de los gestos
más populares al menos en cuanto a expresividad.
Así describe Jesús al publicano (Lc 18, 9-14). El
fariseo oraba de pie: "no soy como los demás"... "En
cambio el publicano no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino
que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten compasión de mí, que
soy un pecador".
Cuando para el acto penitencial al inicio de nuestra
Eucaristía elegimos la fórmula "Yo confieso", utilizamos
también nosotros el mismo gesto cuando a las palabras "por mi
culpa, por mi culpa, por mi gran culpa" nos golpeamos el pecho con
la mano.
Y es también la actitud de la muchedumbre ante el gran
acontecimiento de la muerte de Cristo: "y todos los que habían
acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron
golpeándose el pecho..." (Lc 23,48)
ARRODILLARSE
Estar de rodillas es una actitud de humildad. Expresa
arrepentimiento y penitencia. Nos recuerda a Pedro cayendo de rodillas
y exclamando: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador"
(Lucas 5,8). Pero el cristiano se arrodilla ante Dios precisamente
porque el es Dios, el único Señor del universo. Es un signo de
Adoración que da a la oración un acento muy particular. (Haga la prueba
de arrodillarse, inclinar la cabeza y juntar las manos en actitud de
súplica...)
Este sentido de adoración tiene hacer la genuflexión
cuando entramos en la iglesia o delante del sagrario (allí donde hay
una lamparita encendida para señalar que está Jesús presente en la
Eucaristía).
San Pablo se refiere a esta actitud en Efesios 3,14:
"Doblo mis rodillas delante del Padre de quien procede toda
paternidad" y el mismo Jesús "puesto de rodillas" oró
durante su agonía en Getsemaní (Mt. 26,39).
PONERSE
DE PIE
Es la postura más usada en la Misa. Al orar de pie los
cristianos "significamos" nuestra dignidad de hijos de Dios.
Como tenemos en nosotros el Espíritu que nos hace exclamar
"Abba", "nos atrevemos" a llamar a Dios
"Padre" y estar de pie delante de él. Es una actitud de
cariñosa confianza hacia Dios a quien vemos, sobre todo, como Padre.
Es una actitud que indica "prontitud", estar
disponible, preparado para la acción. Por tanto indica decisión y
voluntad para seguir al Señor. Desde el comienzo fue la actitud general
de los cristianos: orar de pie, con los brazos extendidos (o
levantados) y mirando hacia el oriente (a la salida del sol).
Es también señal de alegría. Durante el primer milenio,
los cristianos tuvieron prohibido arrodillarse en la liturgia de los
domingos, pues -como sabemos- el día del Señor conmemora la Pascua, la
Resurrección de Jesús.
Así como la muerte es "estar postrado", la
resurrección es un levantarse, un "volver a estar de pie".
Por eso esta postura manifiesta también nuestra fe en Jesús resucitado.
EL SACERDOTE SE LAVA LAS MANOS ANTES DE LA
CONSAGRACIÓN
Lo hace como gesto de purificación. El
sacerdote se lava las manos para pedirle a Dios que lo purifique de sus
pecados.
LAS GOTAS DE AGUA EN EL VINO
Con este signo el sacerdote le pide a Dios que una
nuestras vidas a la suya. AI momento de preparar sobre el Altar el pan
y el vino "el Diácono u otro ministro, pasa al sacerdote la panera
con el pan que se va a consagrar; vierte el vino y unas gotas de agua
en el cáliz.." (Misal Romano Nº
133). El instante en que se echa el agua se acompaña con una
oración que se dice en secreto: "El agua unida al vino sea signo
de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido
compartir nuestra condición humana.
San Cipriano, a mediados del siglo II, escribió sobre
este gesto litúrgico, lo siguiente:
"en el agua se entiende el pueblo y en el vino se
manifiesta la Sangre de Cristo. Y cuando en el cáliz se mezcla agua con
el vino, el pueblo se junta a Cristo, y el pueblo de los creyentes se
une y junta a Aquel en el cual creyó. La cual unión y conjunción del
agua y del vino de tal modo se mezcla en el cáliz del Señor que aquella
mezcla no puede separarse entre sí. Por lo que nada podrá separar de
Cristo a la Iglesia (...) Si uno sólo ofrece vino, la Sangre de Cristo
empieza a estar sin nosotros, y si el agua está sola el pueblo empieza
a estar sin Cristo. Más cuando uno y otro se mezclan y se unen entre sí
con la unión que los fusiona, entonces se lleva a cabo el sacramento
espiritual y celestial" (Carta Nº 63, 13).
Este material es cortesía de: Centro
de Pastoral Litúrgica de Barcelona http://www.cpl.es
Extractos del Libro " Gestos y Símbolos" del P. José Aldazabal.
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