PEDAGOGÍA DEL
VESTIDO
TAMBIÉN LOS
FIELES REVESTIDOS?
LOS VESTIDOS DE
LOS MINISTROS: HISTORIA
VESTIDOS
ACTUALES
EL SENTIDO DE
QUE LOS MINISTROS SE REVISTAN
DEJAR HABLAR A
LOS SIGNOS
PEDAGOGÍA DEL
VESTIDO
No
es indiferente el modo de vestir una persona, para determinadas actividades
y situaciones.
Es
una ley cultural, que tiene su fuerza pedagógica, el llevar especiales
vestidos para especiales ocasiones, sean éstas reuniones políticas, fiestas
sociales o simplemente la distinción de un domingo en relación con los días
de trabajo.
Normalmente
una novia acude a su boda vestida como tal y no simplemente de calle.
Y si va de calle, es un gesto el suyo que sigue teniendo una fuerza
expresiva, que bien puede ser por ejemplo señal de contestación o de luto.
El
vestido diferencia las personas (autoridades, militares, jueces, distintas
clases de familias religiosas...) y las circunstancias (luto,
fiesta). Es un elemento, no esencial, pero muy expresivo en todo el
complejo de las comunicaciones humanas y sociales.
No es
extraño que también en la celebración cristiana el vestido tenga su
importancia. Además de obedecer a las leyes de la psicología humana o
de las diferenciaciones sociales, en este caso el vestido apuntará a la
naturaleza del misterio que los cristianos celebramos. Una Misa en la
que el presidente no se reviste de modo especial, "valdría"
igual: pero ciertamente sería una celebración muy poco digna y poco
expresiva de lo que la comunidad cristiana entiende de la Eucaristía.
Se puede celebrar el sacramento de la Reconciliación sin vestidos
litúrgicos. Pero el nuevo Ritual indica que, si se hace en la
iglesia, el ministro reciba a los penitentes revestido
de alba y estola: el vestido quiere de alguna manera expresar que lo que
allí sucede no es un mero diálogo entre amigos, sino una
"celebración" eclesial.
No
es el caso de absolutizar la importancia de un vestido o de otro.
Jesús criticó duramente a los fariseos y sacerdotes de su tiempo por la
idolatría en que habían caído en relación a pequeños detalles, entre ellos
el del vestido. Pero el otro extremo sería el descuidar la función
que tanto. en la vida como, sobre todo, en la
celebración cristiana pueden tener las formas de vestir, sobre todo cuando
se trata de los ministros que actúan en ella.
¿TAMBIÉN LOS
FIELES REVESTIDOS?
Cuando
en una de las persecuciones romanas fue confiscada una casa en Cirta, en el
Norte de Africa, el año 303, los guardias hicieron un cuidadoso inventario
de todo lo que requisaron en el lugar de reunión de los cristianos de la
ciudad. Entre los diversos objetos de valor que anotaron, además de
dos cálices de oro y seis de plata, de códices y lámparas, constan también
unos vestidos que nos pueden extrañar: 82 túnicas para mujeres y 16 para
hombres... Aparte de que ya se nota que había más mujeres que hombres ya en
aquellas Eucaristías, (cosa que se nota también en el número de sandalias
especiales que requisaron los perseguidores), lo raro es que en aquella
comunidad no parece que se revistieran sólo los ministros, sino toda la asamblea
expresaba su acción festiva con túnicas especiales...
El
que los fieles cristianos acentúen con vestidos diferentes la solemnidad o
las características de lo que celebran, ha quedado todavía en algunas
ocasiones: así, por ejemplo, en la celebración del Matrimonio, sobre todo
por parte de la novia; en la primera Comunión; en los vestidos austeros y
especiales que en otros siglos llevaban los "penitentes", y ahora
los miembros de las hermandades de la Semana Santa; en la profesión religiosa,
sobre todo en la imposición de los diferentes hábitos de las varias
familias religiosas...
En
el sacramento del Bautismo, después del gesto central del agua, entre las
acciones simbólicas "complementarias", está también la de la
imposición de un paño blanco sobre el bautizado. La intención es
clara; el nuevo "estado" del cristiano es un estado de gracia, de
"revestimiento de Cristo" (Gal 3,26; Rom 13,14). Su
dignidad y el don de la nueva vida en Cristo, se significan oportunamente con
un vestido blanco, a ser posible bordado por la misma familia, y que se
puede conservar como recuerdo del sacramento celebrado. En este caso,
el vestido quiere ayudar a entender en profundidad lo que sucede en el
sacramento del Bautismo. Con una resonancia clara de los pasajes del Apocalipsis,
en que los seguidores victoriosos de Cristo aparecen también con túnicas
blancas, cantando a su Señor (Apoc 7,9), como "invitados a las bodas
del Cordero" (Apoc 19,9).
Por
lo general, la comunidad cristiana puede considerarse que subraya la Eucaristía
dominical con sus vestidos de fiesta. También aquí el vestido tiene
su elocuencia: los cristianos se "endomingan" el día del Señor,
distinguiéndolo de los días de trabajo, acudiendo así a su reunión más
festiva de la Eucaristía. ¿No es esto una señal de libertad, de victoria,
de celebración?
LOS VESTIDOS DE
LOS MINISTROS: HISTORIA
Pero
son los ministros, sobre todo el presidente de la celebración, los que
tradicionalmente se revisten con atuendos especiales en el ejercicio de su
ministerio.
Ya
en la liturgia de los judíos se concedía importancia a veces exagerada a
los vestidos de los celebrantes. Se veía en ellos un signo del
carácter sagrado de la acción, de la gloria poderosa de Dios y de la
dignidad de los ministros. Así se describen, por ejemplo, los
ornamentos litúrgicos de un sumo sacerdote: "cuando se ponía su
vestidura de gala y se vestía sus elegantes ornamentos, al subir al santo
altar, llenaba de gloria el recinto del santuario" (Ecclo 50,11).
En
los primeros siglos no parece que los ministros cristianos significaran tal
condición con vestidos diferentes, ni dentro ni fuera del culto. En
todo caso lo hacían con vestidos normales de fiesta, con las túnicas
grecorromanas largas.
Todavía
en el siglo V el papa san Celestino I, en una carta a los obispos de las
provincias galas de Vienna y Narbona, se queja de que algunos sacerdotes
hayan introducido vestidos especiales: ¿por qué introducir distinciones en
el hábito, si ha sido tradición que no? "Nos tenemos que
distinguir de los demás por la doctrina, no por el vestido; por la
conducta, no por el hábito; por la pureza de mente, no por los aderezos
exteriores" (PL 50,431).
Pero
poco a poco se dio una evolución: se estilizaron los hábitos normales hasta
adquirir una identidad de vestidos litúrgicos. A medida que el traje
civil fue cambiando -acortándose- se prefirió que para el ministerio
litúrgico continuara usándose la túnica clásica. Con ello a la vez se
denotaba el carácter diferente de la actividad celebrativa, la distinción
de los ministros y el tono festivo de la celebración.
No
se ponía en ello ningún énfasis exagerado, al principio. Más bien se
buscaba una pedagogía para el momento del culto sagrado y se deseaba que
fuera, en la vida normal, no hubiera ninguna distinción entre los ministros
y los demás fieles (así el año 530, el papa Esteban prohibía a los
sacerdotes ir vestidos de forma especial fuera de la iglesia, y lo mismo S.
Gregorio Magno). Fue a partir más o menos del siglo IX cuando se
"sacralizó" con mayor fuerza el tema de los vestidos, buscándoles
un sentido más bien alegórico, interpretando cada uno de ellos en sentido
moral (el alba indicaba la pureza, la casulla el yugo suave de Cristo ... ) 0 como referencia a la Pasión de Cristo o
como imitación de los sacerdotes del AT y a ala vez se empezó a bendecir
los ornamentos y a prescribir unas oraciones al momentos de revestirlos.
En
rigor habría que decir que los actuales vestidos litúrgicos son herencia de
los trajes normales de los primeros siglos; cuando en la vida profana se
dejaron de usar, se decidió seguir utilizándolos en el culto, porque se
veía la pedagogía expresiva que podían tener para entender mejor el papel
de los ministros y la naturaleza de la celebración.
VESTIDOS ACTUALES
Actualmente
es distinta la costumbre respecto a los varios ministros de la celebración:
mientras el organista y los cantores no se revisten, los lectores y
ministros de la comunión sí lo hacen a veces; los monaguillos generalmente
tienen su vestidura especial; pero los que como norma se revisten son los
ministros ordenados: diáconos, presbíteros y obispos.
El
vestido litúrgico básico para estos ministros ordenados es el alba, blanca
túnica, a la que se va buscando dar una forma más estética, de modo que no
requiera amito (porque cierra bien el cuello) ni cíngulo (porque adquiere
una forma elegante). Sobre el alba los ministros ordenados se ponen
la estola.- esa franja de diversos colores (su nombre viene del griego
"stolizo", adornar) que los diáconos se colocan en forma cruzada,
mientras que los presbíteros y obispos lo hacen colgándola por ambos lados
del cuello; también la estola se tiende a que sea de materia más digna y
estética, para los casos, cada vez más numerosos, en que se celebra sin
casulla (diáconos, concelebrantes, etc.).
Además
del alba y la estola, el presbítero o el obispo que preside la Eucaristía
se reviste la casulla: su nombre ya indica que es como una especie de
"casa pequeña", a modo de manto amplio que cubre a la persona
(como el "poncho" americano actual). La casulla es el
indumento litúrgico que ha venido a caracterizar sobre todo la celebración
eucarística. Mientras que se va perdiendo la "dalmática"
(que vendría a ser como una casulla con mangas) que llevaban antes los diáconos.
Hay
otros vestidos menos usados: el "palio", que es como una estola
que utilizan los arzobispos a modo de escapulario, de tela blanca salpicada
de cruces, que les envía el Papa como distintivo de su especial dignidad;
la "capa pluvial" que se utiliza principalmente en las
procesiones; las vestiduras corales de los canónigos (por ejemplo el manto
coral y la muceta negra); las "insignias" distintivas (por
ejemplo para el obispo, la cruz pectoral, el anillo, el báculo pastoral, el
solideo color violeta -para el Papa es blanco el solideo, para los
cardenales, rojo, y para los abades, negro)...
Ultimamente
diversos Episcopados, ateniéndose a la flexibilidad que el mismo Misal
sugiere (IGMR 304), han pedido y obtenido de Roma un reajuste en el vestido
litúrgico del que preside la Eucaristía, con una soluci6n que tiende a
unificar la casulla, el alba y la estola.
La
casulla que, durante siglos, había sido amplia y elegante, había adquirido
con el correr del tiempo unas formas más recortadas y de poco gusto, hasta
llegar a la forma de guitarra que todos hemos conocido, recargada, además,
con adornos y bordados que hacían de ella más un "ornamento" que
un vestido.
En 1972, a petición de los
obispos franceses, se aprobó el uso de una especie de alba con una gran
estola encima, que por su amplia forma de corte se puede decir que es a la
vez alba y casulla. Se ha ido aprobando) por Roma para todos los
países que lo han pedido (Argentina, Brasil, Canadá, Filipinas
... ), sobre todo para las celebraciones de grupos, concelebraciones
o actos de culto que se tienen fuera de la iglesia, quedando en pie que el
vestido litúrgico del que preside la Eucaristía es la casulla sobre el alba
y la estola, y reconociendo que esta forma de alba-casulla cumple, en esas
circunstancias mencionadas, la finalidad buscada. La búsqueda de una
estilización de los vestidos litúrgicos, más en consonancia con el gusto
estético de nuestros días, no quiere oscurecer, sino por el contrario
favorecer, la razón de ser que tienen en la liturgia cristiana: expresar pedagóigicamente,
con el lenguaje simbólico que les es propio, la dignidad de lo que
celebramos, y el ministerio característico de cada uno de los ministros que
intervienen en la celebración. (Cfr. En Phase 72 (1972) 570-571 la carta de
concesión de esta casulla-alba a los obispos franceses). Ya antes se
había hecho una sabia "modernización" en este terreno, cuando en
1968 se dieron normas para la simplificación de las insignias y vestidos
pontificales. Entonces ya se invitó a que el obispo, para la celebración
solemne, se revistiera aparte (y no delante de la asamblea, como sucedía
hasta entonces); que no hacía falta que se pusiera diversos distintivos
como los guantes o las sandalias; que bastaba con el alba debajo de la
casulla (sin necesidad de otras túnicas que antes se sobreponía); que la
"cátedra", su sede, no debía parecerse a un trono, con su
baldaquino y todo... Se quería conjugar a la vez la expresión gráfica de lo
que es un obispo para la diócesis -maestro, animador espiritual, signo genuino
de Cristo Pastor- con una sencillez más evangélica en los signos de esa
dignidad...
EL SENTIDO DE QUE
LOS MINISTROS SE REVISTAN
¿POR
QUÉ SE REVISTEN LOS MINISTROS EN LA CELEBRACIÓN CRISTIANA?
La
respuesta la da el mismo Misal, en su introducción: "En la Iglesia,
que es el Cuerpo de Cristo, no todos los miembros desempeñan un mismo
oficio. Esta diversidad de ministerios se manifiesta en el desarrollo
del sagrado culto por la diversidad de las vestiduras sagradas, que, por
consiguiente, deben constituir un distintivo propio del oficio que
desempeña cada ministro. Por otro lado, estas vestiduras deben
contribuir al decoro de la misma acción sagrada" (IGMR 297).
Los
vestidos en la liturgia no tienen una finalidad en sí mismos, como si
fueran algo sagrado. Tienen una función que podemos llamar
pedagógica, en la línea que hemos visto funcionar en la vida social, con el
lenguaje expresivo y simbólico que les es propio.
Ante
todo, estas vestiduras distinguen las diversas categorías de los
ministros.
Es
lógico que el obispo, por la plenitud de ministerio que tiene en la
comunidad cristiana, signifique con algún distintivo su identidad: el
báculo, la cruz pectoral, el anillo, el solideo, la mitra... Es lógico que el que preside la Eucaristía, presbítero u obispo,
en nombre de Cristo, se revista de un modo determinado, que ha venido a ser
con la casulla.
Naturalmente
que estos vestidos no están pensados para "separar" a los
ministros de la comunidad. Toda la comunidad cristiana que celebra la
Eucaristía es "pueblo sacerdotal", con una dignidad radicalmente
igual, que le viene del Bautismo. Todos son hermanos en la casa de
Dios. Estos vestidos no son signos de poder o de superioridad, por
parte de los ministros. Son unos signos simbólicamente eficaces, que recuerdan
a todos en primer lugar a los mismos ministros- que ahora no están actuando
como personas particulares en su oración o en su predicación, sino como
ministros de Cristo y de la Iglesia. Que están actuando "in
persona Christi" y también "in persona Ecclesiae". El
vestido tiene, para esta finalidad, una contrastada eficacia, como en la
vida civil, judicial, política o académica. Aquí, en la celebración,
"distinguen" sin separar. Ejercen una cierta mediación
pedagógica para favorecer el clima y la identidad de la celebración
cristiana, en la que hay una alternancia interesante entre una comunidad y
sus ministros.
Estos
vestidos ayudan también al decoro, a la estética festiva de la celebración.
No
se trata de hacer ostentación de riqueza, sino de mostrar, por el mismo
modo exterior de actuar, el aprecio que se tiene a lo que celebramos.
Se unta el valor de la Palabra, de la Eucaristía, de la asamblea misma, del
día del Señor- si es domingo-, del misterio de la presencia del Señor en
medio de los suyos: todo esto hace que la celebración cristiana sea un
momento privilegiado en el conjunto de la vida de fe. Un momento que
pide signos exteriores de aprecio; y el vestido, junto a las imágenes y los
cantos y tantos otros signos, es uno de los elementos más fácilmente
inteligibles para subrayar el carácter festivo de la acción.
En
el fondo está siempre la proporción pedagógica entre lo que celebramos y el
modo exterior de comportarnos. Y aquí lo que celebramos es en verdad
algo importante y festivo. Y cuanto más festivo, tanto más
significativo debería ser también el vestido litúrgico que nos
ponemos. Un domingo no es lo mismo que otro día de la semana.
La noche de Pascua no es como cualquier otro domingo... La estética y la
"festividad" (lo que el Misal llama "decoro") son los
objetivos de estos vestidos litúrgicos que se endosan los ministros.
Al
decoro festivo de toda la celebración contribuye ciertamente el que se
respeten las leyes e a estética y la dignidad en esas vestiduras.
Unas
leyes que hoy están presididas por la sencillez (contra el barroquismo que
antes gustaba), por la dignidad en la belleza, sin ampulosidad, pero
también sin tacañería, de modo que exista autenticidad también en este
signo: unos verdaderos "vestidos", nobles y dignos, que favorezcan
el aprecio a la misma celebración y el ejercicio del ministerio por parta
de los ministros.
De
alguna manera los vestidos litúrgicos ayudan a entender el misterio que
celebramos.
Expresan
elocuentemente que estos ministros -sobre todo el presidente- están
animando una celebración sagrada. Lo que está sucediendo aquí no es
como otros encuentros que se pueden tener en una comunidad o en una
parroquia, sino una verdadera experiencia sacramental de la gracia de
Cristo, un encuentro con el Cristo presente en su Palabra, en su
Eucaristía, en la misma comunidad reunida en su nombre. Y como tal
acción misteriosa y sagrada, se realiza con signos exteriores diversos de
los ordinarios.
El
que los ministros se revistan de modo especial quiere expresar el sentido
de este "salto" que existe entre las otras acciones y ésta: la
"ruptura" con la vida normal. Porque la Palabra que aquí se
proclama no es lo mismo que las mil palabras que nos envuelven
continuamente. La comunión con el Cristo de la Eucaristía no es como
una comida de hermandad cualquiera.
Así
como a un ministro, el vestido especial le recuerda que no actúa como
persona privada, sino como ministro de Cristo y de la Iglesia, le recuerda
también que él no es "dueño de la Eucaristía", ni de la Palabra.
Que está realizando, en nombre de Cristo y de la Iglesia, una acción que le
sobrepasa totalmente a él: que está sirviendo a un misterio de comuni6n
entre Dios y su Pueblo.
Claro
que todo esto no lo dice sólo la indumentaria: es todo un conjunto de
comportamientos, de signos, de palabras y de acciones lo que nos introduce
pedagógicamente a la experiencia de este misterio cristiano de comunión con
Cristo. Pero no es indiferente el factor del vestido. Tampoco
en el caso de los grupos más reducidos (una asamblea de niños, de jóvenes,
de grupos o comunidades): precisamente porque son grupos más pequeños y
homogéneos, a ellos también les hace falta subrayar con signos exteriores
que ellos no son dueños de lo que celebran, sino que lo hacen en unión con
toda la Iglesia, y el ministro que les preside no lo hace porque es un
amigo suyo, sino como ministro de toda la comunidad.
DEJAR HABLAR A LOS
SIGNOS
También
en el caso de los vestidos litúrgicos habría que evitar los dos extremos:
la supervaloración cuasi-idolátrica, y el abandono o menosprecio de su
función pedagógica. No tienen un tono fetichista de valor en sí
mismos. Pero siguen expresando pedagógicamente la dignidad de la
acción sagrada, siguen "ambientando" el encuentro con Dios, siguen
recordando a los ministros su papel de tales en este encuentro misterioso.
No
son lo más importante en liturgia ni lo más eficaz en la pastoral.
No
hace falta resucitar las oraciones alegóricas con que antes nos revestíamos
cada uno de los ornamentos. Ni obligar a las mujeres a llevar
"velo". Ni tachar de pecado mortal al sacerdote que celebra
sin casulla. Pero lo que sí hay que decir es que estos vestidos son
un factor válido en el conjunto de la celebración.
Seguir,
también en esto, las sobrias normas de la Iglesia actual, es un signo de
eclesialidad y de pedagogía celebrativa. Despreciarlos -actuando sin
estos vestidos en la celebración- creo que, además de ser falta de
disciplina, es un empobrecimiento del lenguaje simbólico de la
liturgia. En una liturgia que está ya muy llena de palabras, tenemos
que dejar hablar también a los signos. Y los vestidos, aunque en el
conjunto son menos trascendentales, en comparación con la proclamación de
la Palabra o de las oraciones o los gestos sacramentales, son un elemento
muy visible y que ayuda al tono general de la celebración y a destacar la
identidad de los ministros.
Desde
el Concilio se ha dado mayor libertad para que en las diversas regiones las
correspondientes Conferencias Episcopales adapten, si lo creen conveniente,
las vestiduras litúrgicas a la propia cultura y costumbres (IGMR 304,
siguiendo a SC 128).
Esta
adaptación, allí donde se realice, irá aportando ciertamente vestidos más
convenientes, más estéticos, como hemos visto en el caso de la
casulla-alba. Buscar una mejor estética es también importante para la
dignidad del culto cristiano, evitando los diversos abusos que en esto se
habían producido (sensiblería, imaginaría, barroquismo, ostentación).
Junto
a la estética, se irán respetando siempre los fines por los que están
pensados estos vestidos, y de lo que hemos hablado repetidamente: resaltar
el papel de los ministros, subrayar el carácter sagrado de la celebración,
y ayudar a su tono festivo y estético. Cuando Roma, el año 1972,
permitió la casulla-alba a los países que se lo iban pidiendo, vino a
razonar así: no está de acuerdo con la "letra" que hasta ahora
era norma (por ejemplo, en el Misal), pero un vestido así sirve muy bien al
"espíritu" de la norma.
Extracto
del libro "Gestos y símbolos" de José Aldazabal
Dossier
CPL nº 40 (Barcelona)
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