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VOLVER A LA ORACIÓN
Autor: PADRE JESÚS MARTÍ BALLESTER
Colaboración: Pedro Sergio Antonio Donoso
Brant
www.caminando-con-jesus.org
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1.- ORAR
SIEMPRE SIN DESANIMARSE. Dice el Concilio que "desde su mismo nacimiento, el hombre es
invitado al diálogo con Dios" (G et S, 19). Usa las mismas palabras con
que Tenemos la posibilidad de hablar con Dios. También tenemos el derecho.
Pero es que también tenemos necesidad: somos indigentes, pobres criaturas,
sujetas a mil necesidades y carencias, y sometidas a todas las pasiones
humanas, y víctimas de tantas calamidades, enfermedades, pobrezas y muerte.
Somos además criaturas atadas con Dios por el cordón umbilical, que no
podemos, auque queramos, cortar. Pero si lo cortáramos, caeríamos en el no
ser, en la nada. Esto que es así ontológica, física, metafísica y
gratuitamente por la gracia, podemos frustrarlo usando mal nuestra libertad
que anhela la independencia; que busca, locamente, ser como Dios (Gn 3, 5).
Todos los árboles del bosque de la parábola de Jorgënsen,
un aciago día, decidieron por unanimidad, prescindir del sol. Le declararon
la huelga al sol. Fue su sentencia de muerte. Su suicidio. Como los árboles rebeldes, se pueden levantar los hombres contra Dios
teórica o prácticamente. Los primeros, porque no aceptan al Dios que se han
imaginado, hosco, gruñón, resentido y vengador, el dios de las batallas. Lo
dijo Nietzsche: "Si Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, le
ha salido bien, porque el hombre ha creado a Dios a imagen y semejanza
suya". Ha creado un "dios menor", que casi es el título de una
película reciente. Los segundos, porque pasan de Dios. La ciencia les ha
hinchado. La técnica les soluciona todos los problemas. ¿Para qué necesitan a
Dios? El significado verdadero de la teología de la muerte de Dios, es que
Dios ha muerto en la mente y en el corazón del ser humano. Pero, si Dios es
un ser muerto, ¿cómo y para qué dialogar con El? Por eso dijo Jesús:
"Cuando venga el Hijo del Hombre, encontrará esta fe en la tierra?". Ese es el problema: la fe. Sin fe la oración no es nada, no sirve para
nada. Si Dios ha muerto, ¿cómo hablar con un muerto? Más todavía: El concepto
más puro de oración no es pedir, sino dar, ofrecer; alabar, glorificar,
bendecir, santificar el Nombre de Dios; no ir a la oración a recuperar
fuerzas y salud, que se recuperan, sino a gastarse ante El, como se consume y
se agota la lámpara del santuario, y se aja y se marchita un ramo de rosas
ante el tabernáculo. ¿Cómo puede hacerse esto sin fe, sin una fe viva, sin una
fe llameante? Pero a la vez, la fe se hace imposible sin oración. Es
imposible que el pez viva fuera del ámbito de su mar o de su río. Es
imposible que los árboles crezcan, florezcan y fructifiquen, sin agua. Es
imposible que un edificio sea consistente sin cimientos. Es imposible que un
organismo se mantenga vivo y en forma, sin alimento y sin óxigeno;
y ¿pretendemos que un hombre, un cristiano, pueda vivir sin oración? Un paso
más: ¿podemos esperar que ese cristiano, laico o consagrado, pueda llevar adelante
con fruto, su misión de evangelizador? Hemos de terminar como los Apóstoles
pidiéndole al Señor, "que nos enseñe a orar". 2.- ¿REZAR
HOY? Dos de las conclusiones del curso sobre Dios celebrado el pasado año
en El Escorial, dicen así: 1) "El olvido de Dios ha llevado a la
profunda crisis de nuestra cultura". 2) "Nuestra época se
caracteriza por un gran vacío y un acusado individualismo". Hay que
saber estar atento a lo que cursos así tienen de positivo como un modo de
escuchar lo que el Espíritu dice a las Iglesias, como nos dice el Apocalipsis
que, junto con el análisis que hacen de la realidad, pueden ofrecer pistas
para la reconstrucción.. Que se haya detectado "el olvido de Dios" no nos descubre
ningún secreto. Lo estamos palpando cada día. Pero el problema viene de
lejos. Desde hace varios siglos, sufre la humanidad complejo de Edipo. Hoy lo
tenemos todo, la ciencia y la técnica creen que pueden dominar todos los
acontecimientos, encontrar solución para todas las situaciones, orientar los
problemas biológicos, humanos, sociales y económicos, según los deseos del
propio egoísmo, poniendo en estudio y en juego todas las posibilidades de los
poderes intramundanos, y esto hace que los hombres
de nuestra civilización autosuficiente y autocomplaciente, vean innecesario
el recurso al Autor de Abolido el principio que nos da la vida y que sostiene el cosmos,
quedan también anulados los preceptos que, para nuestro bien, El legisló, y
de esta manera, no hay posibilidad de que el débil sea protegido, ni de que
el más fuerte deje de oprimir, y, así, ni hay sanción, ni premio, ni
justicia, ni divina ni humana. "Aunque no temo ni a Dios ni a los
hombres...", decía el juez impío de la parábola. Esto imprime en nuestra
época carácter de vacío de valores y de individualismo e insolidaridad. Esta
es la razón más profunda de la crisis de la oración en nuestra época. Que el ritmo frenético de la actividad, de la productividad y de la
competitividad se haya exasperado, y que los medios de comunicación nos
invadan avasalladores, de la mañana a la noche, son razones marginales, que
tampoco ayudan, precisamente, a encontrar un espacio que posibilite tener un
contacto con Dios en la oración. Esta situación la hemos de ver los cristianos como un desafío. Vivir
en una sociedad que ha olvidado a Dios, nos debe decidir a acordarnos más de
Dios. A hacer su presencia en nuestras vidas más ardiente y más continua y
más coherente. Nos debe llevar a la oración. Jesús oraba, y oraba con frecuencia, a veces pasaba noches enteras en
la oración. Los discípulos, viéndole una vez orando, pacificado y feliz,
tranquilo y manso, sintieron el impulso de orar. Pero ¿cómo hacerlo? Y le
rogaron: "Maestro, enséñanos a orar". Nos suena hoy a una petición manida y trivial, pero la verdad es que
ella expresa el inmenso deseo y el anhelo más profundo del corazón humano.
Porque, aunque el hombre sienta tapiado por lo material y lo caduco el fondo
de su corazón, su ser todo busca algo, que no sabe lo que es, pero que le
falta, y él lo sabe. Lo tengo todo, pero algo me falta, puede decir cualquier
hombre ahito y repleto de cosas. Y es que "nos
has hecho, Señor para tí, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse
en tí", dijo el gran San Agustín. Lo tenemos todo, la ciencia y la técnica lo pueden todo, pero nos
falta un padre, a quien hemos matado, y ese es el complejo de Edipo, y
tenemos frío. Somos como los niños del cuento de Kafka
que murieron porque se dejaron encerrar en una caja, cuya tapa nadie se
preocupó de levantar. Cueste lo que cueste debemos levantar esa tapa que separa a nuestra
sociedad de Dios. Hemos de poner todo nuestro esfuerzo para redescubrir la
noción de padre, el calor de un padre, pues sin ese padre, la vieja Europa se
está enfriando más y más, día a día. Redescubrir al Padre que Jesús nos ha
revelado, es también redescubrir a los hombres como hermanos, porque el Dios
de Jesucristo es mi Dios, y mi Dios es el Dios de mis hermanos. Redescubierto
esto se acaba la insolidaridad y el individualismo, que sólo ve en el otro un
objeto, o un escalón, o un estorbo. Un objeto, y lo utiliza. Un escalón, y lo
aprovecha. Un estorbo, y lo persigue, o lo elimina, porque es una amenaza
para sus seguridades. Cuando en los mismos ambientes cristianos se ha difundido un concepto
casi panteísta de la oración, según el cual, la oración consistiría en el
compromiso incondicional de caridad hacia los demás, ya Dios era menos que
una sombra. En ese mismo Congreso que antes he citado, ha dicho Gustavo
Gutiérrez, el padre de A la petición "Enséñanos a orar ", de los Apóstoles,
respondió Jesús: "Así oraréis": "Padre Nuestro que estás en el
cielo". Aceptando amorosamente su mandato salvador, decimos
confiadamente: Padre nuestro, que ves lo que nos está ocurriendo, que conoces nuestra
ceguera y te duele, que nos has concedido el gran regalo de nuestra libertad
con la cual podemos pisotear tus leyes haciendo nuestra voluntad y no la
tuya, y la toleras porque nos amas; porque nos amas, concédenos la paz que el
mundo necesita, que necesitamos, que deseamos, pero que retardamos por no
aceptar con generosidad tu Reino, por la mirada suplicante de María, 3.- El hombre es el único ser de la creación que puede establecer relación
de diálogo y de comunión con Dios, por su condición de criatura hecha a su
imagen y semejanza, con capacidad de conocer y de amar; de ahí que la oración
sea una prerrogativa excelente del ser humano, a la vez que una intrínseca
exigencia de su precariedad. Por eso hasta los mismos pueblos primitivos y
"todas las religiones dan testimonio de esta búsqueda esencial de los
hombres" (Cf Hch 17, 27), enseña
el Catecismo de Por mucho que haya avanzado la civilización, el hombre se experimenta
pobre e indigente, y siente en sí mismo, problemas psicológicos y morales,
familiares y sociales; y en relación con el mundo, a menudo se ve asaltado
por dificultades que le superan. Como el paralítico de la piscina probática,
"no tiene hombre" que le solucione los problemas tan imponentes que
le abruman, y se siente impotente. El hombre en "la noche" necesita
a Dios, su ayuda, su defensa, su protección. La necesidad de Dios es innata
al corazón del hombre. Cuando Dios se revela a los padres del Antiguo Testamento, se hace más
explícita la necesidad de la comunión con Dios. Al instinto innato del hombre,
se suma la presencia de Dios que se manifiesta y les habla. La respuesta del hombre a la iniciativa dialogante de Dios es la
oración. Podemos decir que la raíz de la oración procede de Dios, que quiere,
busca y entabla el diálogo. El hombre escucha y responde a esa llamada con la
obediencia. "La obediencia del corazón a Dios que llama es esencial a la
oración, las palabras tienen un valor relativo" (Catecismo de Así nacerá la oración de Israel. Cuando el hombre comprueba que Dios
le habla, el hombre escucha; ante los innumerables beneficios que de él
recibe, le da gracias; al contemplar la grandeza y la bondad de Dios, le
alaba, le ofrece adoración; cuando contempla el poder y la magnificencia del Creador, le
pide y le suplica por sus necesidades; y, cuando se experimenta pecador,
implora el perdón por sus pecados, y acude a El en sus peligros. El Libro de los Salmos es el corazón de Israel en comunión con Dios.
"Los salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios como
Asamblea" (Catecismo, 562) Cantan la fecundidad del justo, porque sigue
el camino del Señor; Israel grita a Dios ante la cantidad de los enemigos que
le acechan; se duerme tranquilo en medio de la difamación, puesta su
confianza en el Señor; espera que el Señor le escuchará; confiesa ante Dios
su pecado. Israel está seguro porque
Dios es su refugio y su fuerza... DIOS HABLA, ISRAEL ESCUCHA: "ESCUCHA, ISRAEL, EL SEÑOR
ES NUESTRO DIOS, ES EL ÚNICO DIOS" (DT 6, 4) Pero el pueblo, siempre inclinado a convertir el rezo y el canto en
rutina, se ve exhortado por los Profetas a que interioricen su oración. A que
no hagan como los paganos que oran a dioses que tienen oídos y no oyen,
lengua y no hablan, garganta que no tiene voz, y les enseñan que su oración debe ser un
diálogo con el Dios verdadero. Y que su vida comunitaria y social sea
coherente con su oración. Porque "el Señor quiere misericordia y no
sacrificios, amor más que holocaustos". Por su falta de coherencia, cuando llegue Jesús les argüirá que han
convertido la casa de Dios en mercado. La casa de mi Padre es casa de oración
y vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones. VEN ESPÍRITU, SEÑOR Y CREADOR DE VIDA Tú eres la vida y creas la vida. Toda vida. La vida vegetal, la
animal, la racional, angélica y humana, y Ante las Torres Gemelas hoy convertidas en polvo y chatarra, me
asombro y te pido, Espíritu Creador, que toda la humanidad se convierta en
creadora de riqueza y de belleza, construya la paz con el corazón y descubra
nuevos mundos de felicidad y de paz, de prosperidad y de gozo, de gracia y de
Vida divina, con tu soplo creador. Amén. 4.-
"SEREIS COMO DIOSES" El hombre tiene un instinto de
superación que le induce a ser más, siempre más. Cuando, por error
identifique el ser más con tener más, deseará alcanzar tener más cosas,
creyendo que es así como es más. Nace así la cultura del materialismo y el
afán de tener y poseer, que produce seres insolidarios,
insensibles, egoístas, que no piensan, ni buscan, ni desean, más que el
tener, como sucedáneo del ser, de lo que nos ha alertado el Concilio.
"El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene" (G. S.,
35). En la escalada del ser más no excluye el ser humano ni siquiera ser
Dios. La tentación diabólica a los primeros padres presentó este señuelo:
"Seréis como dioses" (Gn 3, 5). Todo instinto inserto en la naturaleza humana ha sido creado por Dios.
Si el hombre quiere ser Dios es porque Dios le ha sembrado en el corazón la
semilla de Dios. Y le ha llamado a que sea Dios. Esa es la suprema vocación
del hombre. Pero, no conseguida como Satanás sugirió, desobedeciendo, sino
obedeciendo. El Misterio de Cuando Dios habla al hombre y le dirige su Palabra revelándole el
misterio más íntimo de su amor, de su providencia, de su bondad y de su
misericordia, el hombre, más que reflexionar y pensar razonando discursos,
debe dar gracias. Y eso es orar. Pero esa oración sólo es eficaz cuando el
hombre se entrega a Dios en espíritu y en verdad, "con toda su mente y
con todo su corazón y con todo su ser" (Deut
6, 5). Y en eso consiste la fe. Creer en Dios no significa tan sólo tener la certeza de que Dios
existe, sino principalmente, entregarse personalmente a Dios, Nuestro Creador,
Principio y fin último de nuestra vida, y Padre Nuestro que está en el cielo
y vive con nosotros por la gracia suya santificante por Jesucristo con el
Espíritu Santo. A esa entrega conduce la oración, y la misma oración ya es
entrega, porque el hombre inmola en la oración su ser, su tiempo, su
voluntad, su acción y trabajo, toda su humanidad. En eso consiste la donación
y el seguimiento. Por eso la oración es la manifestación primordial y
esencial de la fe en Dios, Creador y Padre. Cuando así se ora, es cuando se
está viviendo la fe, fe que responde a Dios, y fe que se vive con
responsabilidad de criatura. Fe entregada que crece con la oración; por tanto
la oración más verdadera y más auténtica es la que se enraíza en la fe y se
manifiesta en las obras. “Fides quae
per caritatem operatur”, dirá San Pablo. La fe que actúa por la
caridad. Esta es la única oración que merece el nombre de tal. ¿Sabéis cuál
es la mejor oración? Aquella de la que salgáis más humildes, más
mortificados, con más caridad y mayor desprendimiento”, dice Santa Teresa. El misterio de la oración no sólo debe glorificar a Dios con los
labios sino mejorar también nuestra vida para glorificarle con nuestras
obras, por eso Santiago en su carta 1, 19, nos avisa que “seamos lentos para
hablar, lentos para la ira. Hay -dice- quien se cree hombre religioso y no
frena su lengua; pero se engaña a sí mismo; su religión no es auténtica”.
“Lentos para hablar”. Se ve con rapidez
lo que se juzga paja en el ojo ajeno, sin reparar en la viga que atraviesa
el propio. Y se suelta a bocajarro el propio pensamiento impetuosamente, con
pretexto de sinceridad, con brusquedad, a veces con grosería, y como se dice
hoy, con espontaneidad. Se acusa a otros de problemillas de vanidad,
entendibles, eso sí, que se citan con el mayor cariño y respeto, con lo que
se afila más la lanceta, pues se juzga sin misión alguna de hacerlo. Se tilda
de ingratos a los demás, sin caer en la cuenta de que, o se está faltando a
la caridad prejuzgando o, al menos porque se hace con inoportunidad, rudeza,
grosería e indelicadeza, cuando justamente se está dejando arrastrar por el
propio temperamento herido en aquello de lo que se esperaba gratitud. Y,
cuando se reacciona y se piden disculpas porque se ha hablado con brutalidad,
se reafirma no obstante, que se ha hablado con toda razón, con lo que la
disculpa reabre la herida. De todo esto nos habla sabiamente San Juan de Corazón de Jesús manso y humilde: Siguiendo tus pasos que soportaste
la torpeza de tus discípulos, enséñanos y fortalécenos con tu Espíritu Santo
para que sepamos y podamos vivir según el mandato de Pablo: “Vestíos de
ternura entrañable, de bondad, humildad, dulzura, sencillez, comprensión”
(Col 3,12). Que no more entre nosotros
la discordia, la rivalidad, los arrebatos de ira, los egoísmos, la difamación,
los chismes, los engreimientos, la prepotencia, los alborotos” (2 Cor 12,20).
Que nuestro trato no sólo sea
políticamente correcto rebosando alabanzas por fuera, mientras se clavando alfileres a los
hermanos por dentro, siguiendo las costumbres del mundo moderno, que a todos
trata igual, sean superiores o iguales como inferiores, por el modernismo,
que degenera en grosería, cuando en democracia, dicen, cuentan mucho las
formas, pero, claro, de cara a la galería. Jesús manso y suave de Corazón, que
al besar tu Cabeza no te pisemos nunca los pies, que son nuestros hermanos.
Amén. 5.- SEÑOR,
ENSÉÑANOS A ORAR. El Maestro de oración por excelencia es Jesús. Pero para entender su
magisterio no podemos olvidar que El ha sido educado en No podemos encerrar en un breve espacio todos los pasajes del Nuevo
Testamento en los que los Evangelistas nos presentan
a Jesús orando, teniendo en cuenta, además, que los Evangelios no nos lo
dicen todo, ya que Jesús es infinitamente más grande y deslumbrador. Pero, al
menos, nos transmiten su oración ante los acontecimientos más trascendentales
de su vida. Jesús ora cuando Juan lo bautiza (Lc 3, 21); Jesús pasó la noche
orando en la montaña ante de elegir a los Apóstoles (Ib
6, 12); mientras Jesús oraba en el Monte, se transfiguró (9, 29); antes de
enseñar a los Apóstoles el Padrenuestro, Jesús estaba orando en cierto lugar,
(11, 1). Y antes de comenzar su misión ayunará y orará cuarenta días en el
desierto, (Mt 4, 1). Jesús ora en el Cenáculo al instituir Los evangelios están llenos de mandatos, exhortaciones y parábolas de
Jesús pidiendo a sus Apóstoles que oren, que vigilen para no caer en la
tentación. Y a las multitudes les enseñaba diciendo que oraran sin
desfallecer, con insistencia, siempre, asegurando que quien pide recibe,
quien busca encuentra, y que al que llama se le abre. Y para garantizar la
eficacia de la oración y persuadir a la confianza en el Padre, refiere la
parábola del hombre que pide a su amigo unos panes aporreando la puerta de
noche, cuando están acostados y durmiendo y asegura que cuánto más el Padre
os dará lo que le pidáis en mi nombre. Pues, si vosotros, que sois malos, no
les dais a vuestros hijos piedras cuando os piden un huevo, o una serpiente
cuando os piden pescado, cuánto más vuestro Padre dará su Espíritu Santo a
quien se lo pida? ¿Quién no se sentirá estimulado a orar, y a orar unidos los hermanos,
habiéndonos prometido el Señor: "En verdad os digo que, si dos de
vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra, cualquier cosa que pidan les
será concedida por mi Padre, que está en los cielos?" Lo importante no
es que debamos orar, lo hermoso y grande es que podamos orar. Te damos gracias, Padre del cielo, porque nos has
enviado a tu Hijo Jesús a enseñarnos a orar y a pedirnos que oremos y a
asegurarnos que nuestra oración no cae en el vacío, pues el Padre la acepta
en nombre del Hijo por el Espíritu Santo, que es el dador de todo bien, y la
cumple siempre, aunque nosotros no lo veamos ni lo comprendamos. Dice
Santiago, el que tenía las rodillas encallecidas de tanto orar: si oráis y no
recibís es porque oráis mal. Pero si oramos con las manos limpias y
humildemente, con confianza y amor, siempre será escuchada nuestra oración.
Para que así sea, digamos como los Apóstoles: Señor, enséñanos a orar.
Enséñanos a no desfallecer. Enséñanos a repetir la misma súplica en la aridez,
en la angustia, en la tristeza, caidos en tierra
como Tú en Getsemaní a gritos y con lágrimas que pase de nosotros el cáliz,
el trago amargo, la tribulación, la sequedad, la desgana. Enséñanos a ser
constantes y felices. Que Santa Teresa, que tanto luchó por la oración y con
la oración, nos enseñe contigo a no dejar la oración y a comprender que con
ella podremos pasar los trabajos de esta vida con menos trabajo. |
Padre Jesús Marti Ballester |
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |