Reflexión desde las Lecturas del Domingo de Santísima
Trinidad Ciclo A Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
INTIMIDAD CON DIOS
La fiesta de hoy nos sitúa ante el
misterio frontal de nuestra fe. Pero misterio no significa algo oscuro e
inaccesible. Dios nos ha revelado su misterio para sumergirnos en él y vivir
en él y desde él. Una cosa es que no podamos comprender a Dios y otra muy
distinta que no podamos vivir en íntima comunión con Él. Si se nos ha dado a
conocer es para que disfrutemos de Él a pleno pulmón. En Él vivimos, nos
movemos y existimos. No debemos retraernos de Él, que interiormente nos
ilumina para conocerle y nos atrae para unirnos consigo. Hemos de pedir mucha luz al Espíritu Santo
para que podamos conocer –no con muchas ideas, sino de modo íntimo y
experimental– el misterio de Dios Trinidad. Así lo han conocido los santos y
muchos cristianos a través de los siglos mediante ese contacto directo y ese
trato que da la oración iluminada por la fe y el amor. Un Padre que es Fuente absoluta, Principio
sin principio, Origen eterno, que engendra eternamente un Hijo igual a Él:
Dios como Él, infinito, eterno, omnipotente. Un Hijo cuyo ser consiste en
recibir; se recibe a sí mismo eternamente, proviniendo del Padre, en
dependencia total y absoluta de Él y volviendo a Él eternamente en un retorno
de donación amorosa y completa. Y un Espíritu Santo que procede de ambos como
vínculo perfecto, infinito y eterno de amor. Esta es la fe cristiana que profesamos en
el credo, y no podemos vivir al margen de ella, relacionándonos con Dios de
manera genérica e impersonal. Hemos sido bautizados “en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo”. El bautismo nos ha puesto en una relación
personal con cada una de las Personas Divinas, nos ha configurado con Cristo
como hijos del Padre y templos del Espíritu, y vivir de otra manera nos
desnaturaliza y nos despersonaliza. Sólo podemos vivir auténticamente si
mantenemos y acrecentamos nuestra unión con Cristo por la fe, si vivimos
“instalados” en Él como hijos en el Hijo, recibiéndolo todo del Padre en
obediencia absoluta a su voluntad, dóciles al impulso del Espíritu Santo.
(FGD) 2.
PRIMERA LECTURA Éx 34, 4-6. 8-9
Dios frente a la obstinación de su pueblo
¿qué hace? Como el mejor de los padres se revela compasivo y bondadoso,
amoroso y fiel. Y ¿qué hace Moisés? Como hombre de Dios intercede por sus
hermanos. Lectura del libro del Éxodo. En aquellos días: Moisés subió a la
montaña del Sinaí, como el Señor se lo había ordenado, llevando las dos
tablas en sus manos. El Señor descendió en la nube, y permaneció allí, del
Señor. El Señor pasó delante de él y exclamó: “El Señor es un Dios compasivo
y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad”. Moisés cayó
de rodillas y se postró, diciendo: “Si realmente me has brindado tu amistad,
dígnate, Señor, ir en medio de nosotros. Es verdad que éste es un pueblo
obstinado, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y conviértenos en tu
herencia”. Palabra de Dios. 2.1 “EL SEÑOR ES UN DIOS COMPASIVO Y BONDADOSO, LENTO PARA ENOJARSE,
Y PRÓDIGO EN AMOR Y FIDELIDAD”. En sustitución de las antiguas tablas
rotas, Moisés debe preparar otras, en las que, a diferencia de las primeras,
sólo será de Dios la escritura. Y a continuación se describe la teofanía
prometida. Es una segunda revelación del nombre de Yahvé hecha a Moisés. Aquí
se destaca más el carácter protector de Dios para su pueblo, basado en la
justicia y en la misericordia, prevaleciendo ésta sobre aquélla, como ya se
había expresado en el Decálogo. La exclamación de Moisés es la mejor
definición de lo que el nombre de Yahvé significa para Israel en su historia
como prenda de protección: “El Señor es un Dios compasivo y
bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad”, y en
el verso 6-7 continua; “que mantiene su gracia por mil generaciones y perdona
la iniquidad, la rebelión y el pecado, pero no los deja impunes, y castiga la
iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación”
(v.6-7). Aquí tenemos la plena significación del
nombre de Yahvé, como símbolo de las relaciones entre Dios e Israel. Moisés
lo acaba de entender en aquella visión. El Señor es el que es, o mejor, el
que está con su pueblo, el que mora en medio de éste, el que le acompaña y
guía en todos sus caminos; y esto lo hace en virtud de su misericordia,
clemencia y fidelidad en cumplir sus promesas, que se extienden de generación
en generación sobre los que le temen. Por eso en el Salmo se repite tantas
veces: “¡Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!” (Salmos
136) Esta misericordia obra sin estímulo de
nadie, por sí misma. Por esto dice San Pablo que las promesas y los dones de
Dios son sin arrepentimiento (5 Rom 11:29), ya que Dios no se arrepiente de
lo que una vez prometió, aunque cambien aquellos a quienes las promesas se
han hecho, pues no se las ha hecho en atención a sus méritos, sino “por solas
las entrañas de la misericordia de nuestro Dios.” (Lc 2:78) Asimismo, en la
Escritura se invoca el nombre de Dios, o Dios mismo asegura que hará tal cosa
“por amor de su nombre”; lo que significa que obrará en todo eso por sí
mismo, sin moción alguna externa. Aquí tenemos la explicación histórica del nombre
de Yahvé, y la declaración más alta que nos da el Apóstol, declaración
aprendida, sin duda, no en las escuelas de Jerusalén, sino en las del tercer
cielo, adonde el Señor le admitió alguna vez. San Juan definirá la naturaleza
divina: “Dios es amor.” (Jn 4:8) Es la explicación teológica más alta de las
relaciones históricas de Dios con la humanidad. 3.
SALMO Dn 3, 52-56
R. A ti, eternamente, gloria y honor. Bendito seas, Señor, Dios de nuestros
padres, alabado y exaltado eternamente. Bendito sea tu santo y glorioso
Nombre, alabado y exaltado eternamente. R. Bendito seas en el Templo de tu santa
gloria, aclamado y glorificado eternamente por encima de todo. Bendito seas
en el trono de tu Reino, aclamado por encima de todo y exaltado eternamente.
R. Bendito seas tú, que sondeas los abismos y
te sientas sobre los querubines, alabado y exaltado eternamente por encima de
todo. Bendito seas en el firmamento del cielo, aclamado y glorificado
eternamente. R. 3.1 BENDITO SEAS,
SEÑOR Este cántico, fragmento del libro de
Daniel, es atribuido a los tres jóvenes en el horno ardiendo, es un salmo en
forma de letanía, como el salmo 135, que debía recitarse en el templo, y que
el autor sagrado ha querido poner en boca de los tres héroes para expresar
sus sentimientos de gratitud a Dios por haberlos liberado de las llamas. La
composición de esta parte que nos presenta la Liturgia de hoy, versos 52 al
56, es una oración a Dios, que se ha manifestado a Israel, en su alianza y en
su templo de Jerusalén, como Dios glorioso que habita sobre los querubines,
en el resto de la composición, del verso 57 al 90, se invita a todas las
criaturas a que alaben a Dios. La enumeración es muy prolija, pues todas las
obras de la creación, en sus diversas manifestaciones, son invitadas a alabar
al Creador, desde los ángeles hasta las bestias de la tierra y los mismos
seres inanimados, como el fuego, la escarcha, los ríos, los vientos, las
fuentes. Toda la naturaleza debe ser un canto al Dios providente y eterno. Y,
sobre todo, el hombre en su múltiple manifestación de la vida debe alabar al
Dios providente y eterno, y particularmente los sacerdotes, levitas y santos
del Señor, como porción elegida, deben una particular alabanza al Señor. La composición es bellísima y similar a
otras composiciones de los salmos que conocemos de la Biblia. Empieza por
alabar al Dios de los padres, que con ellos ha hecho alianza y que se ha
manifestado glorioso en su nombre en la historia prodigiosa de Israel: “Bendito
seas, Señor, Dios de nuestros padres, alabado y exaltado eternamente.”
A pesar de haberse manifestado a los antepasados de Israel, sin embargo,
sigue altísimo y trascendente, sentado sobre los querubines y penetrando con
su mirada lo más profundo de los abismos. “Bendito seas tú, que sondeas
los abismos y te sientas sobre los querubines, alabado y exaltado eternamente
por encima de todo.” Su trono real es el firmamento de los cielos: “Bendito
seas en el firmamento del cielo, aclamado y glorificado eternamente.”.
Desde allí asiste majestuoso, desplegando su providencia sobre su pueblo y
sobre los justos. Por eso, toda la naturaleza, desde los ángeles hasta las
bestias, debe alabarle sin fin, y a esta alabanza son asociados los tres
héroes del horno de Babilonia, porque los ha sacado del infierno (v.88), es
decir, del peligro de muerte, por la que irían destinados al seol o región de
los muertos, que los LXX traducen por hades, y la Vulgata por infierno. 4.
SEGUNDA LECTURA 2Cor 13, 11-13
La alegría y la comunión fraterna son
signos de la presencia de Dios en medio de la comunidad eclesial, familiar y
laboral. En esto todos tenemos que trabajar, animándonos unos a otros. Lectura de la segunda carta del apóstol
san Pablo a los cristianos de Corinto. Hermanos: Alégrense, trabajen para
alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y
entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes. Salúdense
mutuamente con el beso santo. Todos los hermanos les envían saludos. La
gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo
permanezcan con todos ustedes. Palabra de Dios. 4.1 VIVAN EN ARMONÍA
Y EN PAZ Este fragmento corresponde al breve
epílogo con que San Pablo termina su carta. Sin duda quiso dejar a los
corintios un gusto de suavidad, después de tantas cosas fuertes y amargas
como les ha dicho: “Hermanos: Alégrense, trabajen para
alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz”, es
decir, que se muestren siempre alegres, que busquen caminos de perfección,
que tengan un mismo sentir, que eviten las divisiones, que no haya rivalidades, y Dios estará con ellos: “Y
entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes”. La expresión “Salúdense mutuamente con el
beso santo”, es para San Pablo un símbolo de la fraternidad cristiana.
Los “hermanos” de quienes manda saludos, “Todos los hermanos les envían
saludos”, son los cristianos de Macedonia, desde donde escribía la
carta. (Cf. 9:2-4). 4.2 UN DIOS, QUE
CREA Y REDIME EL MUNDO POR CRISTO EN EL ESPÍRITU. En el deseo final: “La gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con
todos ustedes”, tenemos un testimonio explícito del dogma de la
Trinidad. Probablemente no hay ningún otro pasaje en las cartas paulinas
donde, con la síntesis y brevedad con que aquí se hace, se exprese tan
claramente ese dogma. San Pablo coloca en una misma línea a Jesucristo y al
Espíritu Santo con Dios Padre, contribuyendo los tres por igual, cada uno en
su esfera de apropiación, a la obra común de nuestra salud. Si pone en primer
lugar a Jesucristo, es debido probablemente a que lo primero que acudió a su
pensamiento fue la fórmula que le era familiar: “Que la gracia de Jesucristo
sea con todos vosotros” (cf. Rom 16:20; 1 Cor 16:23; Gal 6:18), pero que aquí
desarrolló más, mencionando también al Padre y al Espíritu Santo. No obstante
que coloque a los tres en la misma línea, no hay el menor indicio, ni aquí ni
en los otros escritos de Pablo, de que esté pensando en tres dioses juntos,
al estilo de las religiones paganas. Su concepción es la de un Dios, que crea
y redime el mundo por Cristo en el Espíritu. 5.
EVANGELIO Jn 3, 16-18
¡No lo hagas, Dios te está mirando¡ La
imagen que poseemos de Dios repercute directamente en la relación que tenemos
con Él. Una buena relación con Dios pasa por descubrir su auténtico ser:
Padre amoroso, que quiere la vida, la plenitud para sus hijos. Uno no espera
ser amado por un juez. Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan. Dijo Jesús: Dios amó tanto al mundo, que
entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que
tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino
para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que
no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único
de Dios. Palabra del Señor. 5.1 LA OBRA
SUPREMA DEL AMOR DEL PADRE POR EL “MUNDO.” Ante la “elevación” de Cristo en la cruz,
como “antitipo” de la serpiente de bronce del desierto, el evangelista ve en
ello la obra suprema del amor del Padre por el “mundo.” Este tiene dos
sentidos en el evangelio de san Juan. El “mundo” es la universidad étnica,
contrapuesta a Israel: “Y fueron muchos más los que creyeron por sus
palabras, y decían a la mujer: “Ya no creemos por tus palabras; que nosotros
mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del
mundo”…..Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su
patria (Jn 4:42-44) , luego más adelante Jesús mismo afirma: “Si alguno oye
mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar
al mundo, sino para salvar al mundo. (Jn 12:47); pero frecuentemente san Juan
también lleva un tono pesimista, los hombres no son del todo bueno: “La
Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este
mundo, en el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la
conoció. (Jn 1:10). 5.2 “DIOS AMÓ
TANTO AL MUNDO, QUE ENTREGÓ A SU HIJO ÚNICO” “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su
Hijo único para que todo el que cree en El no muera, sino que tenga vida
eterna.” Este fragmento del evangelio
de Juan forma parte del comentario del evangelista al diálogo de Jesús con
Nicodemo. Consiste en la explicación
de las palabras de Jesús referentes a tener vida eterna gracias a la fe en
aquel que Dios ha levantado en alto (Jn 3,15). En el cuarto evangelio
levantar significa, al mismo tiempo, crucificar (ser levantado en la cruz) y
ensalzar. La repetición del dicho “para que todo el que cree en El no muera,
sino que tenga vida eterna”, acentúa la relación entre creer en Jesús
y obtener la vida. La afirmación manifiesta la intención de Dios, el amor tan
grande al mundo, que incluso entrega a su Hijo unigénito para arrancar a la
humanidad de la muerte. El verbo entregar asume aquí el doble valor de enviar
al mundo al Hijo y de entregarlo hasta la muerte. Se subraya así que en la
entrega de Jesús está implicado el Padre. La humanidad (en este sentido la humanidad
es el mundo), mediante el pecado, ha creado una separación entre ella y Dios,
exponiéndose a la muerte. Dios quiere superar ese abismo. Y a la situación
desequilibrada y suicida de la humanidad le contrapone el don de la vida, que
requiere la fe. Es voluntad de Dios cumplir esta condición –repetida con
insistencia- para salir del abismo y no caer en él. El eventual juicio no
depende, por tanto, de Dios, sino de la elección que cada uno hace ante aquel
que se ha entregado. El juicio es correlativo a la incredulidad, lo contrario
a la voluntad de Dios. La fe en el Hijo del hombre enviado es ya experiencia
de vida, en cuanto que es apertura al amor vivificante de Dios 5.3 EL “AMOR”
PROFUNDO QUE EL PADRE DEMOSTRÓ AL “MUNDO” MALO Aquí, pues, el contraste está entre el
“amor” profundo que el Padre demostró al “mundo” malo con la prueba suprema
que le dio. Pues “entregó” a su “Hijo único”. Este no sólo se
“encarnó,” no sólo fue “enviado,” sino que lo dio, que en el contexto es: lo
entregó a la muerte. Pero la muerte de este “Hijo
único” tiene una finalidad salvadora para ese “mundo” malo. Y es que
todo el que “crea en El,” que es, en la teología de san Juan, valorarlo como
el Hijo de Dios, pero entregándosele como a tal: “alimento que permanece para
vida eterna”, (Jn 6:26) El evangelista resalta; “Porque
Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve
por él” Este es el inmenso amor de nuestro Padre, que no envió a su
Hijo para que condene al mundo, sino para que éste sea salvo por El, como así
también lo expresa San Juan; “porque
no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo”. (Jn 12:47); Y
al igual que hoy, a pesar de toda la rudeza que impera en esta sociedad
decadente y corrompida, Dios ama intensamente a los hombres. El amor eterno de Dios se ha manifestado
siempre en la historia de la salvación, donde las Sagradas Escrituras nos
muestran que a pesar de las muchas infidelidades de los hombres, siempre está
presente el amor asombroso de Dios, que busca el arrepentimiento y la
conversión a través de la ira y luego por intermedio del castigo, pero con el
propósito promover en los hombre la transformación necesaria para que se
vuelvan a Dios. 5.4 DIOS, QUE
ES RICO EN MISERICORDIA, POR EL GRAN AMOR CON QUE NOS AMÓ “Dios, que es rico en misericordia, por el
gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de
nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo.” (Éfeso. Ef 2, 4-10). La carta
a los Efesios resalta por una parte nuestra falta de amor que causa la
muerte, y el amor de Dios que nos hace retornar a la vida junto con
Jesucristo. En todo y por encima de todo, el amor de Dios en Cristo Jesús. Es éste el gesto extremo de la
misericordia de Dios: en lugar de castigar en el hombre ingrato y reincidente
sus pecados, los castiga en su Unigénito, a fin de que creyendo en Cristo
Crucificado se salve el hombre. “Por
pura gracia estáis salvados —exclama san Pablo—. Porque estáis salvados por su
gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de
Dios”. Don absolutamente gratuito, que ninguna criatura habría podido nunca
ni esperar, ni merecer. Y sin embargo, desde hace dos mil años este don ha
sido otorgado a toda la humanidad, y para beneficiarse de él el hombre no
tiene más que creer en Cristo, aceptando ser salvado por Cristo y
adhiriéndose a su Evangelio. (Comentario de Intimidad Divina, Padre Gabriel
de SMM ocd.) Oh, Señor mío! ¡Qué delicada y fina y
sabrosamente sabéis tratar a quienes os aman! ¡Quién nunca se hubiera
entregado a amar a nadie sino a Vos! (Teresa de Jesús, Vida 9) 5.5 SI
FUÉRAMOS CAPACES DE PODER ENTENDER BIEN LO QUE HIZO DIOS POR NOSOTROS Dios, todo bueno y bondad en El,
absolutamente misericordioso, lleno de amor por los hombres, y por el gran
amor que nos tiene, sabiendo de nuestras faltas, es tan bueno que nos trajo a
Jesús, y nos ha hecho vivir con Él. Pero no solo hizo eso, además, nos
entregó a su propio hijo para que nos salváramos. Si fuéramos capaces de poder entender bien
lo que hizo Dios por nosotros, si pudiéramos sentir de verdad en nuestro
corazón todo el amor que Dios nos tiene, sería entonces más sencillo darse
cuenta de su amor infinito y su gran ideal de salvarnos. Para eso nos mandó a
Jesús, su buen Hijo, no para condenarnos, sino que todo lo contrario, para el
que crea en El, no muera. El evangelio nos está diciendo con mucha
claridad, el que desprecia el amor de Dios, se condena a sí mismo, es decir
Dios no tiene interés en condenarnos, porque Él es puro amor, amor total, tan
extremo, que llega a entregar a su hijo al mundo por ese amor. Ahora el resto
está en nosotros, si aceptamos o no ese amor, o si ante la luz que vino al
mundo, preferimos la oscuridad y ocultarnos en ella. Si así fuera, el
preferir la oscuridad, es detestar la Luz, esto es no querer recibir el
verdadero amor que se nos ofrece, y por este motivo, ya estamos condenados,
pero no por Dios, sino por nosotros mismos. Nosotros debemos agradecer esta fineza del
amor de Dios, y una gran forma de dar gracias, es aprovechar todo el cariño
que nos ofrece, y amarlo del mismo modo que él nos ama. El por amor nos
entregó a su propio hijo, nosotros por amor nos entregamos a Él. Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu
Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los
siglos. Amén Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant Domingo de la Santísima
Trinidad Ciclo A Publicado
en este link: PALABRA DE DIOS Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén Intimidad Divina, Fr. Gabriel de Santa M.
Magdalena ocd. Julio Alonso Ampuero, Meditaciones
Bíblicas sobre el Año Litúrgico |
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