“HAY QUE OBEDECER A DIOS
ANTES QUE A LOS HOMBRES”….. “DICHOSOS DE HABER SIDO CONSIDERADOS DIGNOS DE
PADECER POR EL NOMBRE DE JESÚS”…… “YO TE GLORIFICO, SEÑOR, PORQUE TÚ ME
LIBRASTE Y NO QUISISTE QUE MIS ENEMIGOS SE RIERAN DE MÍ” … “EL CORDERO QUE HA
SIDO INMOLADO ES DIGNO DE RECIBIR EL PODER Y LA RIQUEZA, LA SABIDURÍA, LA
FUERZA Y EL HONOR, LA GLORIA Y LA ALABANZA”.…“¡AMÉN!”…. SABÍAN QUE ERA EL
SEÑOR. JESÚS SE ACERCÓ, TOMÓ EL PAN Y SE LO DIO”….. Reflexión desde las Lecturas del Domingo III de
Pascua, Ciclo C Autor:
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1. JESÚS RESUCITADO SE APARECIÓ OTRA VEZ A LOS DISCÍPULOS. El evangelio de hoy nos presenta una de
las apariciones de Cristo Resucitado. El tiempo pascual nos ofrece la gracia
para vivir nuestra propia existencia de encuentro con el Resucitado. En este
sentido, el texto evangélico nos ilumina poderosamente. “No sabían que era el Señor”. Jesús está ahí,
con ellos, pero no se han percatado de su presencia cercana y poderosa. ¿No
es esto lo que nos ocurre también a nosotros? Cristo camina con nosotros,
sale a nuestro encuentro de múltiples maneras, pero nos pasa desapercibido.
Ese es nuestro mal de raíz: no descubrir esta presencia que ilumina todo, que
da sentido a todo. “Es el Señor”. Los discípulos
reconocen a Jesús por el prodigio de la pesca milagrosa. Él mismo había
dicho: «Por sus frutos los conoceréis».
Pues bien, Cristo Resucitado quiere hacerse reconocer por unas obras que sólo
Él es capaz de realizar. Su presencia quiere obrar maravillas en nosotros. Su
influjo quiere ser profundamente eficaz en nuestra vida. Como en primavera
todo reverdece, la presencia del Resucitado quiere renovar nuestra existencia
y la vida de “Jesús se acerca, tomo el pan y se los dió”. En el relato
evangélico, Cristo aparece alimentando a los suyos, cuidándolos con exquisita
delicadeza. También ahora es sobre todo en la eucaristía donde Cristo
Resucitado se nos aparece y se nos da, nos cuida y alimenta. Él mismo en
persona. Y la fe tiene que estar viva y despierta para reconocer cuánta
ternura hay en cada misa. 2. PRIMERA LECTURA Los Apóstoles proclaman con audacia el mensaje fundamental de la fe, que
en griego recibe el nombre de kerygma: “Jesucristo muerto y resucitado según
las Escrituras es nuestro Salvador”. Los testigos fortalecidos en el Espíritu
Santo y actuando siempre como miembros de la comunidad de creyentes, no dejan
de anunciar el kerygma aún frente a la persecución y a la cárcel. Lectura de los Hechos de los
Apóstoles. Hech 5, 27-32. 40-41 Cuando los Apóstoles fueron
llevados al Sanedrín, el Sumo Sacerdote les dijo: “Nosotros les habíamos
prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado
Jerusalén con su doctrina. ¡Así quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre
de ese hombre!”. Pedro, junto con los Apóstoles, respondió: “Hay que obedecer
a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado a
Jesús, al que ustedes hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo. A Él, Dios lo
exaltó con su poder, haciéndolo Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel
la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de
estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le
obedecen”. Después de hacerlos azotar, les prohibieron hablar en el nombre de
Jesús y los soltaron. Los Apóstoles, por su parte, salieron del Sanedrín,
dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por el Nombre de Jesús. Palabra de Dios. 2.1 HAY QUE OBEDECER A DIOS ANTES QUE A LOS
HOMBRES Todavía estaba amaneciendo y ya se hallaban los Apóstoles otra vez
predicando en los pórticos del templo. La sorpresa de los sanedritas debió de
ser extraordinaria, al enterarse de que los apóstoles ya no estaban en la
cárcel. Con suma cautela, para no alborotar al pueblo, los trae ante el
sanedrín el “oficial del templo”, el mismo que había intervenido ya también
cuando el primer arresto, y, sin aludir para nada a la huida milagrosa, sobre
cuyo asunto preferían, sin duda, el silencio, se les acusa de desobedecer la
orden de no predicar en el nombre de Jesús; “Nosotros les habíamos
prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado
Jerusalén con su doctrina”, y
de que con su predicación estaban intentando traer sobre ellos, la “la sangre
de ese hombre”; “¡Así quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre!”.
Lo que el sumo sacerdote parece querer decir es que Jesús fue condenado en
nombre de la Ley, y tratar de presentarlo ahora como inocente y a las
autoridades judías como culpables era excitar al pueblo contra esas
autoridades, con peligro de desórdenes públicos e incluso con peligro de la
intervención violenta de Roma. Sin pretenderlo, estaban confesando la
tremenda realidad de aquel grito que durante la pasión de Jesús dirigieron
los judíos a Pilato: “Su sangre caiga
sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (Mt 27:25). La respuesta de los apóstoles se da por boca de Pedro. “Pedro,
junto con los Apóstoles, respondió, “Hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres”. Valientemente Pedro les vuelve a decir que ellos son los
culpables de la muerte de Jesús; “El Dios de nuestros padres ha resucitado a
Jesús, al que ustedes hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo”, a
quien Dios resucitó de entre los muertos, constituyéndole “príncipe y
salvador” de Israel” y que seguirán predicando en su nombre, pues es preciso “obedecer
a Dios antes que a los hombres”. Añade, además, que, junto con ellos,
también el Espíritu Santo da testimonio de Jesús; “Nosotros somos testigos de
estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le
obedecen”, testimonio que aparece manifiesto en la extraordinaria
profusión con que ha sido derramado sobre los fieles, señal evidente de
aprobación de la doctrina que ellos predican. 2.2 DICHOSOS Y DIGNOS DE PADECER POR EL
NOMBRE DE JESÚS. Era de presumir la reacción que tales respuestas producirían en el
sanedrín. San Lucas dice que “rabiaban
de ira y trataban de quitarlos de delante” (v.33). La conducta de los
Apóstoles; “Después de hacerlos azotar”, los muestran “dichosos
de haber sido considerados dignos de padecer por el Nombre de Jesús”. Los Apóstoles, no cesaban de anunciarle por todas partes. Es tarea de los
apóstoles continuar con la predicación aun en medio de las persecuciones,
fortalecidos por el Espíritu, que los confirma y los colma de alegría. Desde
ahora viven ya la bienaventuranza proclamada por el Señor Jesús y encuentran
su recompensa en el amor a su nombre. “Bienaventurados
los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con
mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y
regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la
misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”. (Mt 5,
10-12) 3. SALMO Consciente de esta verdad, el salmo de este domingo nos invita a dar
gracias a Dios por el don de la vida. Participamos de esta oración,
aclamando: Sal 29, 2. 4-6. 11-12. 13 R. Yo te glorifico, Señor,
porque Tú me libraste. O bien: Aleluya. Yo te glorifico, Señor, porque
Tú me libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí. Tú, Señor, me
levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan
al sepulcro. R. Canten al Señor, sus fieles;
den gracias a su santo Nombre, porque su enojo dura un instante, y su bondad,
toda la vida: si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la
alegría. R. “Escucha, Señor, ten piedad de
mí; ven a ayudarme, Señor”. Tú convertiste mi lamento en júbilo. ¡Señor, Dios
mío, te daré gracias eternamente! R. 3.1 ACCIÓN DE GRACIAS POR LA SALUD OTORGADA Este salmo es un himno eucarístico de un
justo que, después de hallarse postrado en el lecho del dolor, fue liberado,
gracias a la intervención divina, de la muerte segura. Después de invitar a
los piadosos a gozarse con él por el favor conseguido, ensalzando la bondad
del Señor, relata cómo, a causa de un acto de presunción, apartó su rostro de
él, privándole de su protección y dejándolo en un estado de postración física
y de peligro de muerte. Angustiado, clamó a Él, quien le salvó de aquella
situación comprometida. Por ello, su duelo se cambió en alegría, pues se veía
ya a las puertas del sepulcro. Agradecido, cantará eternamente las alabanzas
de su Dios. El salmista prorrumpe en un himno de
acción de gracias al sentirse libre de un peligro inminente de muerte. “Yo te glorifico, Señor, porque tú me
libraste”. Con ello se habrían alegrado sus enemigos, pues hubieran
deducido de su desaparición que El Señor no era ya su protector. “y no quisiste que mis enemigos se rieran
de mí”. El salmista se siente tan próximo a la muerte, que supone, por
licencia poética, que ha visitado ya su alma la región tenebrosa del
sepulcro, donde están las sombras de los muertos “Tú, Señor, me levantaste del Abismo”. Por ello ahora se siente
como resucitado de entre los que bajan a la fosa o sepulcro. “y me hiciste revivir, cuando estaba
entre los que bajan al sepulcro”. Se daba ya por difunto, pero la
intervención divina le devolvió la vida. 3.2 INVITACIÓN A LOS PIADOSOS A CELEBRAR SU
CURACIÓN Radiante de alegría por la recuperación de
la salud, el salmista invita a los piadosos, que saben apreciar los secretos
caminos de la Providencia en la vida de los justos, a entonar un himno en
acción de gracias en honor del santo recuerdo de Yahvé, es decir, sus proezas
y favores extraordinarios. “Canten al
Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre”. En ellas se manifiesta
su “nombre” o gloria; por eso en los salmos la expresión “den gracias a su santo Nombre”, equivale
a “alabar su nombre sagrado”; el nombre del Señor, su acción gloriosa, ha
dejado un santo recuerdo en la historia en favor de Israel y de sus fieles.
Su “nombre” sintetiza su naturaleza y sus acciones gloriosas; Alegraos en Yahvé, ¡oh justos! y alabad su
santo recuerdo. (Sal 96,12). Y el salmista concreta en qué consiste el
santo recuerdo o la huella del Dios santísimo en la vida: su providencia se
guía por las exigencias de sus justicias y de su misericordia; pero en su
proceder prevalece siempre la benevolencia, pues mientras su cólera dura un
instante para castigar justamente las transgresiones, su benevolencia tiene
un efecto permanente durante toda la vida; “porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida”. La
protección del Señor hacia los justos es permanente, y sólo es interrumpida
momentáneamente por alguna falta cometida; “No juntes con los pecadores mi alma, ni mi vida” (Sal 26,9). Las
pruebas a que son sometidos los justos son transitorias, mientras que la amistad
benevolente del Señor permanece por toda la vida. Para probar su afirmación,
el salmista trae a colación un proverbio: “si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la
alegría”. El duelo y los llantos son como un huésped inoportuno, al que
se le da hospedaje a regañadientes, pero después al día siguiente se
convierte en motivo de alegría. En realidad, el llanto para el justo es un
peregrino que a lo sumo pasa una noche con él; pero al día siguiente cambia
la situación, y con la luz del día renace la alegría y bienestar. 3.3
SÚPLICA DE SALVACIÓN Postrado y abandonado a sus fuerzas, el
salmista clama ansioso al Señor para que tenga piedad de él. “Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a
ayudarme”. La muerte significaba, en realidad, para los justos del A.T.,
la interrupción de una vida de amistad con Dios; por eso, al morir, no se
podía continuar las alabanzas al Señor. Por ello, el salmista ansiosamente
pide a su Dios que le escuche y le salve de la situación de peligro en que se
haya de descender a la fosa o sepulcro. Conforme a la dramatización literaria
habitual en el estilo salmódico, el justo se presenta ya con la salud
recuperada, cambiando su lamentación en júbilo Señor. Tú convertiste mi lamento en júbilo. Por ello, el
salmista entona un himno de alabanza a la gloria del Señor, que ha de
perdurar por siempre. “¡Señor, Dios
mío, te daré gracias eternamente!” La expresión por la eternidad es
enfática e hiperbólica, para recalcar su decisión de alabar constantemente al
Dios Salvador. 3.4 A LA LUZ DEL EVANGELIO DE HOY, ESTE SALMO
ES UN CANTO A JESUCRISTO, EL DIOS DE LA VIDA, EL DIOS QUE NOS RESUCITARÁ. Hoy somos nosotros, cristianos, los que
podemos rezar hoy este salmo con pleno sentido. Un israelita sabía que si era
librado de la muerte ello sucedía sólo de forma momentánea, porque al final
sucumbía inexorablemente en sus garras. A la luz del evangelio de hoy, este
salmo es un canto a Jesucristo, el Dios de la vida, el Dios que nos
resucitará. Si es verdad que Dios no nos ahorra la muerte – como no se la
ahorró al propio Cristo –, nuestro destino es la vida eterna, incluida la
resurrección de nuestro cuerpo, en una dicha que nos saciará por toda la
eternidad. Hemos de dejarnos invadir por los
sentimientos de este salmo. ¿Hasta qué punto me alegro de júbilo por haber
sido librado de la muerte por Cristo? ¿En qué medida desbordo de gratitud
porque mi destino no es la fosa? ¿Experimento el reconocimiento agradecido
porque mi Señor no ha permitido que mi enemigo – Satanás – se ría de mí? La
fe en la resurrección es algo esencial en la vida del cristiano. Pero es
sobre todo en un mundo asediado por el tedio y la tristeza de la muerte
cuando se hace más necesario nuestro testimonio gozoso y esperanzado de una
fe inconmovible en Cristo resucitado y en nuestra propia resurrección. Si
todo acabase con la muerte, la vida sería una aventura inútil. 4. SEGUNDA LECTURA Quienes en vida han proclamado a Jesucristo como único salvador y Señor,
lo siguen aclamando en el cielo. Por la resurrección, Jesús ha alcanzado todo
honor y toda gloria, y todas las criaturas lo alaban. Los vivientes y los
ancianos alrededor del trono simbolizan a los jefes de las tribus de Israel y
a los doce Apóstoles, representantes de todo el pueblo de Dios redimido que
alaba a Jesucristo. Lectura del libro del
Apocalipsis. Apoc 5, 11-14 Yo, Juan, oí la voz de una
multitud de Ángeles que estaban alrededor del trono, de los Seres Vivientes y
de los Ancianos. Su número se contaba por miles y millones, y exclamaban con
voz potente: “El Cordero que ha sido inmolado es digno de recibir el poder y
la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza”.
También oí que todas las criaturas que están en el cielo, sobre la tierra,
debajo de ella y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decían: “Al que está
sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los
siglos de los siglos”. Los cuatro Seres Vivientes decían: “¡Amén!”, y los
Ancianos se postraron en actitud de adoración. Palabra de Dios. 4.1 LA PERFECTA GLORIFICACIÓN DE AQUEL QUE LA
HA REALIZADO. San Juan, después de haber contemplado el grupo de los seres que “estaban
alrededor del trono”, y tienen una parte más importante en el
gobierno del mundo y de la Iglesia, ve un segundo grupo formado “una
multitud de Ángeles que estaban alrededor del trono”. Estos son
incontables; “Su número se contaba por miles y millones”. Las cifras que
nos da aquí el profeta significan un número incontable, y parece tomarlas del
profeta Daniel. Al cántico nuevo de los vivientes y de los ancianos hacen
coro innumerables ángeles, que aclaman y confiesan al Cordero, inmolado por
la salud de la humanidad, proclamándolo digno de recibir el poder, la
riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza; “El
Cordero que ha sido inmolado es digno de recibir el poder y la riqueza, la
sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza”. Estos términos
honoríficos indican la plenitud de la dignidad y de la obra redentora de
Cristo. A la perfección de la obra divina, alcanzada por la redención,
corresponde la perfecta glorificación de aquel que la ha realizado. La escena que nos describe San Juan es de una grandeza admirable. Cristo,
el Cordero que ha sido degollado, recibe juntamente con el libro, el homenaje
y el dominio de toda la creación. Es muy significativo que la alabanza de
toda la creación vaya dirigida a Dios y al Cordero, indivisiblemente unidos.
San Juan junta las criaturas materiales con los ángeles en la glorificación
del Cordero redentor, a quien atribuyen la bendición, el honor, la gloria y
el imperio por los siglos; “Al que está sentado sobre el trono y al
Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos”. En
esta doxología de cuatro términos, que toda la creación dirige a Dios y al
Cordero, se descubre una clara alusión a las cuatro partes del universo:
cielo, tierra, mar, abismos, o a las cuatro regiones del mundo: norte, sur,
este, oeste. Todas las criaturas alaban a Cristo, en paridad con Dios, como
Emperador supremo de todo el universo regenerado. A la aclamación de toda la
creación se unen; “Los cuatro Seres Vivientes decían: “¡Amén!”, Estos, que
habían dado la señal para entonar los cánticos de alabanza, dan ahora su
solemne amén de aprobación a la aclamación cósmica universal. “Y
los Ancianos se postraron en actitud de adoración”. Y de este modo
forman como un todo único los seres de la creación, para tributar homenaje de
obediencia y alabanza a Dios y a su Hijo Jesucristo. Se confirma así, de
manera solemne, la plena adhesión a la voluntad de Dios. Y el silencio
adorador de los cuatro ancianos, primicia celestial de todo el pueblo de
Dios, prolonga la vibración del canto nuevo con la intensidad de la
contemplación. San Pablo, habiéndonos del anonadamiento de Cristo y de su obediencia
hasta la muerte de cruz, nos dice que Jesucristo recibió, por este motivo,
del Padre la dignidad más grande: fue constituido Señor, de suerte que ante
El han de doblar la rodilla los cielos, la tierra y los infiernos. Y todo
ello para gloria de Dios Padre. 5. EVANGELIO Una vez más Cristo resucitado se reúne con los Apóstoles, para
enseñarles, igualmente a nosotros, algo importante para llegar a ser
auténticos cristianos. La enseñanza se da a través del diálogo entre Jesús y
Pedro. Con la triple confesión de amor, Pedro se retracta de la triple
negación. A nosotros, cada día, nos hace la misma pregunta que a Pedro: ¿me
amas?... la mejor respuesta es trabajar con Jesús en Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Juan. Jn 21, 1-19 Jesús resucitado se apareció
otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así:
estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná
de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les
dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron
y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús
estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les
dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?”. Ellos respondieron: “No”. Él les
dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron
y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús
amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”. Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor,
se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.
Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque
estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que
había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo:
“Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la
barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y
tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a
comer”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”,
porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e
hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se
apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro:
“Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. Él le respondió: “Sí, Señor,
Tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Le volvió a
decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió:
“Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le
preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se
entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo:
“Señor, Tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis
ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde
querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te
llevará a donde no quieras”. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía
glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”. Palabra del Señor. 5.1 SE
APARECIÓ OTRA VEZ A LOS DISCÍPULOS A ORILLAS DEL MAR DE TIBERÍADES Sin decir más, san Juan sitúa a los apóstoles
en Galilea, El que los apóstoles estén en Galilea, sin decirse más, es decir
no expresa o no se dice formalmente, pero se supone una relación histórica de
la narración de san Juan con los otros evangelios, los sinópticos. En éstos,
Jesús primero les había anunciado según san Mateo 26:32; san Marcos 14:28 y
luego les había ordenado por el ángel en san Mateo 28:7-10; y san Marcos 16:7
ir a Galilea después de su resurrección, en donde le verían. Alejados de los
peligros de Jerusalén, tendrían allí el reposo para recibir instrucciones
sobre el reino por espacio de cuarenta días. Los apóstoles debieron de volver, de
momento, a sus antiguas ocupaciones. Sin Jesús a junto a ellos, se
encontraban desconcertados hasta recibir nuevas instrucciones. Es lo que se
ve en esta escena. Pedro debió de volver a su casa de Cafarnaúm. San Juan,
dice que estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el
de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos también
apóstoles, ya que allí estaban conforme a la orden del Señor de volver a
Galilea. Como nota al margen, es extraño en este
pasaje el que se diga de Natanael que era de Cana de Galilea, cuando ya antes
lo expuso, con cierta amplitud san Juan 1:44, donde dice Felipe era de
Betsaida, el pueblo de Andrés y de Pedro.
Su presencia entre el grupo de los apóstoles se explicaría mejor
admitiendo que también se le conoce como Bartolomé, así le llaman los otros
evangelistas. También es notorio que san Juan, nunca había citado los hijos
del Zebedeo, que son Juan y Santiago el Mayor de esta forma, cuyo silencio y
anonimato confirma la tesis de ser él el autor del cuarto evangelio. Estas
contradicciones, hace que algunos digan que la redacción de este capítulo no
es toda de san Juan. 5.2 MUCHACHOS, ¿TIENEN ALGO PARA COMER? Pedro aparece con la iniciativa, dice el
Evangelio; Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Al anuncio de ir a pescar, se
le suman también los otros, pues ellos le respondieron: Vamos también
nosotros. Habían vuelto al trabajo. Debía de ser ya el atardecer cuando
salieron en la barca, pues aquella noche no pescaron nada. La noche era
tiempo propicio para la pesca. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche
no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los
discípulos no sabían que era él. Ellos no lo conocieron, sea por la
distancia, sea por su aspecto, como no le conoció Magdalena ni los peregrinos
de Emaús. Tal vez pensaron que era un espectador. Jesús se expresa como quien
tiene gran interés por ellos, y les habla en tono animado. Les pregunta si
tienen algo de pesca para comer. Jesús les dijo: Muchachos, ¿tienen algo para
comer?. Acaso piensan en algún mercader que se interese por la marcha de la
pesca para comprarla. A su respuesta negativa, les da el consejo Tiren la red
a la derecha de la barca y encontrarán. Ante el fracaso nocturno, se
decidieron a seguir el consejo. Siempre había gentes experimentadas en las
cosas del mar. En el Tiberíades también hay verdaderos. De suyo no suponía
esto un conocimiento sobrenatural. Desde la orilla, un hombre en pie puede
ver un banco de peces que no se perciben desde la barca. Echada la red, ya no
podían arrastrarla por la multitud de la pesca obtenida. Esta sobreabundancia
o plenitud es un rasgo en el que san Juan insiste en su evangelio: tal en
Cana (2:6); en el agua viva (4:14; 7:37ss); en la primera multiplicación de
los panes (6:11); en la vida abundante que da el Buen Pastor (10:10); lo
mismo que en destacar que el Espíritu había sido dado a Jesús en plenitud
(3:34). 5.3 SIMÓN PEDRO OYÓ QUE ERA EL SEÑOR En el Evangelio de San Lucas, 5:4-11
encontramos este relato; Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la
barca mar adentro y echen las redes para pescar. Simón respondió: Maestro,
por más que lo hicimos durante toda la noche, no pescamos nada; pero, si tú
lo dices, echaré las redes. Así lo hicieron, y pescaron tal cantidad de
peces, que las redes casi se rompían. Es fácil entonces, pensar si este
relato de la pesca milagrosa de san Juan es sustancialmente el mismo de la
pesca milagrosa que relata san Lucas. La confrontación de ambos hace ver
puntos de contacto. Naturalmente que pueden ser escenas distintas. Pero para
quien conoce los usos de los evangelistas y cómo las tradiciones se mezclan,
se puede preguntar si no hay aquí una misma tradición que encontró dos
expresiones diferentes. En este caso, retocadas, o san Lucas la habría
adelantado para ponerla en función de las escenas de vocación de discípulos,
o san Juan la retrasa o la mantiene en su situación histórica, como preludio
a la importante aparición de Jesús, y destacándola con valor
histórico-simbolista. Ante esta aparición y en aquel ambiente de
la resurrección, san Juan percibió algo, evocado acaso por la primera pesca
milagrosa (Lc 5:1-11), y al punto comprendió que aquella persona de la orilla
era el mismo Jesús. Esto fue también revelación para Pedro. El dolor del
pasado y el ímpetu de su amor — el carácter y la psicología de Pedro — le
hicieron arrojarse al mar para ir enseguida a Jesús. El peso de la pesca le
hizo ver el retraso de la maniobra para atracar, Simón Pedro oyó que era el
Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al
agua San Juan hace una precisión, se ciñó la
túnica. Estudiando las tradiciones de la época, dicen que en el lago de
Genesaret el agua y el aire se conservan calientes en aquella estación del
año aun durante la noche. Los pescadores suelen quitarse los vestidos
ordinarios y echarse encima una especie de túnica ligera de pescador, sin
ceñírsela con el cíngulo; de ese modo, en caso de necesidad, están dispuestos
a nadar. Los pescadores entonces no tienen dificultad en dejar los vestidos
ordinarios durante la faenas y evitan comparecer en traje de trabajo delante
de los que no son iguales a ellos. Dice el Evangelio; que era lo único que
llevaba puesto, es decir, no
completamente vestido, cuando san Juan le dijo: Es el Señor. Entonces podemos
decir, que no sólo para nadar con más seguridad, sino también por cierto
sentimiento de decencia, antes de echarse al agua se ciñó Pedro la túnica con
el cíngulo. 5.4 TRAIGAN ALGUNOS DE LOS PESCADOS QUE
ACABAN DE SACAR. Los otros discípulos vinieron en la barca,
arrastrando la red cargada de pesca, ya que no estaban lejos de la costa.
Estaban como a unos 200 codos, sobre unos Para esto, Pedro, espontáneamente, acaso
por ser el dueño de la barca, subió a ella y arrastró la red a tierra. Se
hizo el recuento y habían pescado 153 peces grandes. Posiblemente se quiera
decir con esto que, en el recuento global, éstas eran las mejores piezas.
Preguntándome porque San Juan es tan preciso en la cantidad, no encontré
mucha consistencia. Por eso me inclino
que tiene un valor simplemente representativo. El evangelista destaca,
sin duda con este valor simbolista, el que, con ser tantos los peces
capturados, no se rompió la red. 5.5 JESÚS LES INVITA A COMER. El mismo tomó el pan al que acaba de
aludir, e igualmente el pez, y les dio ambas cosas para comer. ¿Qué
significan este pan y este pez sobre esas brasas, que Jesús — milagrosamente
— les preparara y que luego les da a comer? Se piensa en que tiene un triple
sentido, como afectivo: Jesús muestra su caridad; O como apologético: Jesús
quiere demostrar con ello la realidad de su resurrección, como lo hizo en
otras ocasiones (Lc 24:41-43; Hech 1:4), en las que El mismo comió como
garantía de la verdad de su cuerpo; aquí, sin embargo, el evangelista omitió
que Jesús hubiese también comido, para destacar el aspecto simbolista; esa
comida dada por su misma mano a ellos les hacía ver la realidad del cuerpo de
Jesús. Era el mismo Jesús que había multiplicado, en otras ocasiones, los
panes y los peces, como seguramente aquí también multiplicó un pez y un pan
para alimentar a siete discípulos; como allí era realmente El quien les daba
el pan y peces que multiplicó, aquí también era realmente El mismo; y
finalmente es un sentido simbólico. En todo esto destaca el autor que ninguno
se atrevió a preguntarle quién era, pues sabían que era el Señor. Era un
motivo de respeto hacía El, como ya lo habían tenido, en forma igual, cuando
hablaba con San Juan aclara que ésta fue la tercera
vez que Jesús se apareció resucitado a sus discípulos, conforme al esquema
literario del evangelio de san Juan. Las otras dos veces fue en Jerusalén, la
tarde misma de la resurrección, y la segunda, en las mismas condiciones, a
los ocho días (Jn 20:19-29). 5.6 LOS SIMBOLISMOS DE ESTA NARRACIÓN San Juan, como he comentado, nos acusa
muchos simbolismos en sus narraciones, como por ejemplo en este capítulo,
acusa en su estructuración toda una honda evocación simbolista, especialmente
en torno a Pedro. Pedro se propone pescar. Suben a su barca otros discípulos.
El número de los pescadores que van en la barca de Pedro es de siete, número
de universalidad. Por sus solos esfuerzos nada logran en la noche de pesca.
Pero Jesús vigila desde lugar seguro por la barca de Pedro y de los que van
en ella, lo mismo que por su obra. Por eso, les dice cómo deben pescar. El
mandarles tirar la red a la derecha pudiera tener acaso un sentido de
orientación a los elegidos (Mt 25:33). La barca de Pedro sigue ahora las
indicaciones de Jesús; Pedro es guiado por Jesús. Jesús orienta la barca de
Pedro en su tarea, en su marcha. Y entonces la pesca es abundantísima. 5.7 JESÚS MIRA POR LOS SUYOS, POR SUS TAREAS
Y FATIGAS. Pan y peces fue el alimento que El
multiplicó dos veces. Él les tiene preparado un alimento que los repara y los
apostoliza. El mismo se lo da. Evoca esto la sentencia de Jesús: Venid a mí
todos los que estéis cansados y cargados, que yo os aliviaré (Mt 11:28). El que
Él lo tomó γ se lo dio parecería orientar simbólicamente a la
eucaristía. El que esté un pez sobre brasas indica la solicitud de Jesús por
ellos al asarles así la pesca, encuadrado también en el valor
histórico-simbolista de la escena. Si les manda traer de los peces que han
pescado y unirlos al suyo, hace ver que todo alimento apostólico se ha de
unir al que Jesús dispensa (Jn 4:36-38). Acaso también se pudiera ver un simbolismo
en la frase de no preguntarle quién era, sabiendo todos que era el Señor. En
la tarea apostólica, el apóstol sabe que Jesús está con él, lo siente y lo ve
en toda su obra. También se piensa si podría ser un rasgo simbolista el que
no pesquen nada en la noche, sino en la mañana, a la luz de Jesús. 5.8 ¿ME AMAS MÁS QUE ÉSTOS? Después de la aparición a la orilla del
lago, Jesús resucitado dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más
que éstos? Esta escena tiene lugar poco antes de subir Jesús al Padre, es muy
conmovedora, Pedro pasa por un examen de amor, Jesús lo pone a prueba, y
Pedro la pasa. Pedro experimenta una situación especial, Recordemos que Pedro
había negado tres veces a Jesús, y lo hizo en público, sin embargo ahora
Jesús mira con gran bondad a su discípulo. Como vemos en este fragmento del
Evangelio, antes de confiar a Pedro la misión pastoral de Jesús, emplea dos formas amar y querer. El
pregunta por dos veces ¿me amas? amor de caridad y misericordioso, que
refleja en cierto modo el amor de Dios. Pedro responde humildemente Sí,
Señor, sabes que te quiero, que es el verbo del afecto, de la amistad
sincera. La tercera vez, sin embargo, Jesús pregunta Simón, hijo de Juan, ¿me
quieres?, así se pone a la altura de Pedro, condescendiendo amorosamente al
nivel de Pedro. Entonces es cuando Pedro se entristece, al comprobar el amor
inmenso del Maestro que no duda en ponerse a su misma altura. Hermosa forma de establecer confianza, de
comunión y de auténtico amor hacia Jesús. Luego le pasa a Pedro su misma
misión: Apacienta mis ovejas. 5.9 AMAR ES DARSE, PERO DARSE COMO JESÚS, SIN
NINGUNA MEDIDA El amor del apóstol se manifestará en su
docilidad a los caminos de Dios en el servicio eclesial. El apóstol verdadero
está siempre dispuesto a servir en cualquier circunstancia con obediencia y
prontitud y sin olvidar que no hay amor más grande que dar la vida por sus
amigos (Jn 15,13), como Jesús. ¿Cómo estamos nosotros para pasar la
prueba? Si Jesús no examinara en esta materia, ¿la aprobaríamos? El
cristianismo es amor, amar es darse, pero darse como Jesús, sin ninguna
medida, porque el amor no tiene límites ni fronteras, menos tiempo de espera. Pedro, respondió con generosidad y
humildad, él estaba dispuesto a todo por Jesús. Pero el
sabía que había negado al Maestro tres veces y en público y sin embargo el
amor de Jesús, es inmenso, mira a su apóstol con ojos de infinita bondad, y
estos hicieron surgir en su corazón sentimientos de sincera convicción; las
lágrimas derramadas por Pedro le habían obtenido el perdón de Jesús. Pero
para que el apóstol no abrigara ya ninguna duda del perdón y el recuerdo del
pecado cometido no lo torturase más, quiso Jesús que públicamente le
confesara su amor también tres veces. 5.10 SEÑOR, TÚ LO SABES TODO; SABES QUE TE
QUIERO Sin embargo, Pedro se entristeció de que
por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: Señor, tú lo sabes
todo; sabes que te quiero. En esta respuesta Pedro ya está cambiando, ya no
presume y se entristece al llegar a la pregunta número tres, cargada de
alusiones dolorosas. En este examen de amor, por que cual Jesús
nos examina día a día, tenemos que responder personalmente ante El, es a
nosotros a quien corresponde responder, nosotros somos los preguntados, no
podemos refugiarnos en las respuestas de los demás, nosotros somos los únicos
que sabemos si podemos responder: Señor, tú lo sabes todo; sabes que te
quiero. Es así como también el Señor conoce muy
bien la debilidad de Pedro y conoce la nuestra, pero Pedro apela a ese
conocimiento aún más profundo que Jesús tiene de él: sabes que te quiero.
Pero al responder Pedro, con esta respuesta de amor, asume un gran
compromiso, ya que amas a Dios, tienes la responsabilidad de ser pastor de
los demás y conducirlos a verdes praderas. El primado de Pedro, su
responsabilidad sobre sus hermanos, es una carga que Jesús le confió, y que
se apoya en una profesión de amor: Jesús le ha pedido incluso ser superior en
el amor, ¿me amas más que éstos? En esta prueba del amor de Jesús, nadie
debe tratar de sustraerse al interrogante que Jesús nos hace en la persona de
Pedro. Nos encanta estar al lado del Señor, nos entusiasma ser amigos suyos,
nos emociona tener fe, nos maravillamos al oír su palabra, nos gusta saborear
las maravillas de su amor misericordioso, pero en pocas ocasiones nos habrá
examinado Jesús tan a fondo como lo hace hoy preguntándonos por el grado de
nuestro amor y por la seriedad de nuestros compromisos de vida. Entonces no
desperdiciemos esta oportunidad que nos da hoy Jesús de provocar en nosotros
mismos un cambio radical y un reencuentro con el Señor que sea fecundo en
gracia. La
alegría de Cristo resucitado vivan en sus corazones Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant III DOMINGO DE PASCUA C Publicado
en este link: PALABRA DE DIOS Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar
Colunga y Biblia de Jerusalén Intimidad Divina, Fr. Gabriel de Santa M.
Magdalena ocd. |
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