Reflexión desde las Lecturas del Domingo IV de
Cuaresma Ciclo A Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1. “ERA CIEGO Y AHORA VEO” 1.1 VIVAMOS EN LA LUZ DE CRISTO, ILUMINADOS POR SU PRESENCIA En nuestro camino cuaresmal la palabra de
Dios nos hace entender hoy que ese ciego del evangelio somos cada uno de
nosotros. Ciegos de nacimiento. E incapaces de curarnos nuestra propia
ceguera. Hemos entrado en la Cuaresma para ser iluminados por Cristo, para
que Él sane nuestra ceguera. ¡Qué poquito conocemos a Dios! ¡Qué poco
entendemos sus planes! De Dios es más lo que no sabemos que lo que sabemos.
Somos incapaces de reconocer a Cristo, que se acerca a nosotros bajo tantos
disfraces. Nuestra fe es demasiado corta. Pero Cristo quiere iluminarnos. El
mejor fruto de Cuaresma es que salgamos de ella con una fe acrecentada, más
lúcida, más potente, más en sintonía con el misterio de Dios y con sus
planes, más capaz de discernir la voluntad de Dios. Dios quiere “arrancarnos
del dominio de las tinieblas” (Col 1,13) para que vivamos en la luz de
Cristo, iluminados por su presencia. 1.2 RECONOCER QUE SOMOS CIEGOS Para ello, la primera condición es
reconocer que somos ciegos y dejar entrar plenamente en nuestra vida a
Cristo, que es “la luz del mundo”. El hombre ciego reconoce su ceguera y
además de la vista física recibe la fe. Los fariseos, en cambio, se creen
lúcidos “nosotros sabemos” y rechazan a Jesús, se cierran a la luz de la fe y
quedan ciegos. La soberbia es el mayor obstáculo para acoger a Cristo y ser
iluminados. Por eso insiste la Escritura: “Hijo mío, no te fíes de tu propia
inteligencia... no te tengas por sabio” (Prov 3, 5-7). 1.3 CRISTO ES LA LUZ DEL MUNDO Esta sanación es un testimonio potente del
paso de Cristo por la vida de este ciego. Él no sabe dar explicaciones de
quién es Jesús cuando le preguntan los fariseos. Simplemente confiesa: “sólo
sé que era ciego y ahora veo”. Pero con ello está proclamando que Cristo es
la luz del mundo. No se trata de ideas, sino de un acontecimiento: estaba
muerto y he vuelto a la vida, era esclavo del pecado y he sido liberado. Esto
ha de ser nuestra Cuaresma y nuestra Pascua: el acontecimiento de Cristo que
pasa por nuestra vida sanando, iluminando, resucitando, comunicando vida
nueva. 2. PRIMERA
LECTURA 1Sam 16, 1. 5-7. 10-13 El rey era el representante de Dios, por
eso se lo ungía, como signo de la presencia divina y de su carácter sagrado
ante el pueblo. Pero, en Israel, el rey debía ser un ejemplo para el pueblo.
Por eso no bastaba con la apariencia, sino que Dios eligió a un hombre con un
corazón sincero. David fue el rey más recordado de Israel, pues, pese a sus
pecados, siempre buscó el bien para el pueblo. Lectura del primer libro de Samuel. El Señor dijo a Samuel: « ¡Llena tu frasco de aceite y parte! Yo te
envío a Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos al que quiero como
rey». Samuel fue, purificó a Jesé y a sus hijos y los invitó al sacrificio.
Cuando ellos se presentaron, Samuel vio a Eliab y pensó: «Seguro que el Señor
tiene ante él a su ungido». Pero el Señor dijo a Samuel: «No te fijes en su
aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo lo he descartado. Dios no
mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve
el corazón». Así Jesé hizo pasar ante Samuel a siete de sus hijos, pero
Samuel dijo a Jesé: «El Señor no ha elegido a ninguno de éstos». Entonces
Samuel preguntó a Jesé: «
¿Están
aquí todos los muchachos?». Él respondió: «Queda todavía el más joven, que
ahora está apacentando el rebaño». Samuel dijo a Jesé: «Manda a buscarlo,
porque no nos sentaremos a la mesa hasta que llegue aquí». Jesé lo hizo
venir: era de tez clara, de hermosos ojos y buena presencia. Entonces el
Señor dijo a Samuel: «Levántate y úngelo, porque es éste». Samuel tomó el
frasco de óleo y lo ungió en presencia de sus hermanos. Y desde aquel día, el
espíritu del Señor descendió sobre David. Palabra de Dios. 2.1 DIOS NO MIRA
COMO MIRA EL HOMBRE; PORQUE EL HOMBRE VE LAS APARIENCIAS, PERO DIOS VE EL CORAZÓN Conforme a la profecía de Samuel; (le dijo
Samuel a Saúl): “Hoy ha roto el Señor de sobre ti el reino para entregárselo
a otro mejor que tú” (1 Samuel 15:28), estaba pronto a venir una alternativa que
anularía los esfuerzos de Saúl para asegurar en su hijo Jonatán la
permanencia de la corona en su familia. Logró Saúl que arraigara en el pueblo
la idea de la unidad nacional, tanto más necesaria cuanto más dura era la
mano de los pueblos vecinos. Pero estos triunfos enfriaron en él sus
sentimientos de dependencia del Señor, llegando a creer, al menos en la
práctica, que la firmeza de su trono descansaba más en el favor popular y en
sus dotes militares que en las manos de Dios. Esta conducta abrió en su reino
una brecha que no le fue posible en adelante cubrir. Dios había fijado sus
ojos “en otro mejor que él:” David, cuyos pasos hacia el trono dirigía
lentamente, pero de forma inapelable. Tenía Saúl sus defectos, que con el correr
de los años se acentuaron. Oficialmente había roto con Samuel y se encontraba
abandonado de la mano de Dios. No obstante sus defectos, Samuel se-guía
amándole y rogando por él. Pero Dios le hizo comprender que no revocaría la sentencia
lanzada contra Saúl; al contrario, le comunica que ha llegado la hora de
ungir a su rival. De esta unción de David por Samuel no se habla ya más en el
curso de la historia. David será ungido rey en Hebrón por las gentes de Judá
(“Llegaron los hombres de Judá, y ungieron allí a David como rey sobre la
casa de Judá”, 2 Samuel 2:4) y más tarde por los ancianos de Israel (“Vinieron,
pues, todos los ancianos de Israel donde el rey, a Hebrón. El rey David hizo
un pacto con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ungieron a David como
rey de Israel”, 2 Samuel 5:3). “El Señor dijo a Samuel: ¡Llena tu frasco
de aceite y parte! Yo te envío a Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus
hijos al que quiero como rey”. Obedeciendo las órdenes de Dios, tomó
Samuel el cuerno de óleo (1 Reyes 1:39) y marchó a Belén. Según el texto, toda la familia asiste a
la ceremonia; “Así Jesé hizo pasar ante
Samuel a siete de sus hijos”, no obstante faltaba alguien importante,
“Entonces
Samuel preguntó a Jesé: ¿Están aquí todos los muchachos?.
Él respondió: Queda todavía el más joven, que ahora está apacentando el
rebaño” Tuvo especial interés en que se
santificara Jesé y sus hijos;
quizá se hospedó Samuel en su casa, en donde se desarrolló la escena de la
unción. En la intimidad de la familia, David fue ungido rey, cuya dignidad
asumiría a la muerte de Saúl. Al momento recibió también la gracia de estado,
necesaria para cumplir los deberes de la realeza. “Y desde aquel día, el
espíritu del Señor descendió sobre David” Con la unción de David la realeza pasa a
la tribu de Judá: se cumple así la predicción de Jacob en su lecho de muerte
viendo el futuro de las diversas tribus (Génesis 49,8-12). También el anciano
Samuel debe aprender a mirar con la mirada de Dios. “Samuel vio a Eliab y pensó: Seguro
que el Señor tiene ante él a su ungido”. El Señor ha visto entre los hijos de Jesé un
rey según su voluntad y manda al profeta a consagrarlo. ¿Cómo conocer entre
los jóvenes que desfilan ante él al elegido de Dios? Samuel ve las cualidades
del primogénito parecidas a las de Saúl, pero el Señor indica otro criterio
de discernimiento: “el Señor dijo a Samuel: No te fijes en su
aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo lo he descartado. Dios no
mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve
el corazón”. El mirar de Dios es distinto del mirar de hombre, en eso
siempre equivocamos, porque Dios mira al corazón, no al exterior. De acuerdo
con este mirar divino, Samuel descarta a los hijos mayores de Jesé y procede
luego sin dudar a consagrar rey al menor, sin tener en consideración a su
padre que lo había dejado “apacentando el rebaño”. Sobre este pequeño, “Samuel tomó el frasco de óleo
y lo ungió en presencia de sus hermanos”. El Espíritu del Señor, ese Espíritu que sólo
de modo ocasional había irrumpido en los jueces y que abandonó
definitivamente a Saúl, depuesto por Dios a causa de su orgullosa
desobediencia. 3. SALMO
Sal 22, 1-6 R. El Señor es mi pastor, nada me puede
faltar. El Señor es mi pastor, nada me puede
faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas
tranquilas y repara mis fuerzas. R. Me guía por el recto sendero, por amor de
su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque
tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. R. Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis
enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. R. Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo
largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo. R. 3.1 DIOS, PASTOR DEL JUSTO. En este bello poema idílico, el salmista
juega con dos similitudes alegóricas, el buen pastor desde los versículos 1
al 4 y en los versículos siguientes al padre de familias, que hace gala de
espléndida y generosa hospitalidad. Bajo estas semejanzas, el salmista
expresa la confianza ciega del justo en la providencia solícita de su Dios.
Nada le puede turbar. El tono es marcadamente personal; por tanto, no se
presta a una interpretación colectiva. Como en los salmos anteriores, se atribuye
este magnífico segmento poético al propio David. Realmente, ninguno mejor que
David sabía lo que era la vida del pastor y su solicitud por las ovejas, pues
era su profesión en los tiempos de su niñez. Sin embargo, como en el versículo
6 se alude a la “casa del Señor,” el templo de Jerusalén, parece que la
composición es posterior a Salomón, constructor del santuario. Desde el punto de vista doctrinal, el
salmo es una lección de confianza tranquila en Dios, solícito Pastor y Padre de
familias, que protege al huésped de todo peligro y le provee abundantemente
de todo. 3.2 EL SEÑOR BUEN PASTOR En los primeros cuatro versículos,
bellísimamente, el salmista compara su Dios al pastor solícito; “El
Señor es mi pastor, nada me puede faltar”, que se preocupa de sus ovejas. Como tal,
busca los mejores pastos para su rebaño y las frescas aguas. “me
conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas”. En tierras un
tanto estériles como las de Palestina, los pequeños oasis y praderías son
codiciosamente buscados por los pastores. En los salmos es frecuente la
afirmación que el Señor es el Pastor de Israel, su pueblo. 3.3 EL SEÑOR HOSPITALARIO. En los versículos siguientes, 5 y 6, hay
una nueva semejanza para expresar la providencia solícita del Señor para con
el salmista. Antes era el buen Pastor que le defendía contra los peligros y
le llevaba a fecundos pastizales, ahora es el bondadoso padre de familia que
recibe amorosamente al justo en su tienda, prodigándole todas las atenciones
que son de ley en la tradicional hospitalidad oriental. Frente a los “enemigos” del
salmista, para dar una sensación más de favor, el Señor dispone una mesa bien
abastecida a su huésped honrado, y, conforme al rito de las grandes casas
señoriales, le derrama el óleo sobre su cabeza; ”Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa”. En los banquetes orientales no puede
faltar la unción perfumada. El anfitrión, además, ofrece personalmente la
copa rebosante de bebida al huésped: “mi copa rebosa”. Todo es
generosidad y señorío en la casa del Señor, que honra delicadamente al
salmista. Su copa (cáliz), es decir, la amistad íntima del salmista con su
Dios, rebosa sin medida ante la envidia y despecho de sus enemigos, que son
testigos de las generosidades del Señor del justo. Al lado de su Dios se
siente seguro, porque experimenta diariamente su bondad y benevolencia. Como
es ley en los salmos, el justo encuentra su máxima felicidad en vivir en la
casa del Señor: “Tu bondad y tu
gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo”, participando de sus solemnidades litúrgicas, en
las que se manifiesta diariamente la “faz del Señor.” Quizá el salmista sea
de la clase levítica o sacerdotal, y entonces la casa del Señor tiene para él
un sentido especial, ya que es el huésped cualificado de la misma por
prescripción oficial de la Ley. Ante el
maravilloso designio que Dios anuncia, el salmo expresemos una profunda
confianza en el Señor rezando: “El Señor es mi
pastor, nada me puede faltar.” 4. SEGUNDA
LECTURA Ef 5, 8-14 Sabemos que no es fácil vivir como
cristianos. Cada época ha tenido sus propios conflictos y dificultades. Y el
criterio para afrontarla desde la fe es el mismo hoy que en los tiempos de
san Pablo: discernir nuestros actos. No podemos vivir sin buscar lo que es
bueno, evaluar las acciones y preservarnos de caer en los ofrecimientos de
salvaciones mentirosas. Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Éfeso. Hermanos: Antes, ustedes eran tinieblas,
pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz. Ahora bien, el
fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad. Sepan discernir lo que
agrada al Señor, y no participen de las obras estériles de las tinieblas; al
contrario, pónganlas en evidencia. Es verdad que resulta vergonzoso aun
mencionar las cosas que esa gente hace ocultamente. Pero cuando se las pone
de manifiesto, aparecen iluminadas por la luz, porque todo lo que se pone de
manifiesto es luz. Por eso se dice: «Despiértate, tú que duermes, levántate
de entre los muertos, y Cristo te iluminará». Palabra de Dios. 4.1 CRISTO TE
ILUMINARÁ San Pablo, hermosamente dice de los
cristianos que su vida debe ser una irradiación esplendorosa de “bondad,
justicia y la verdad”, tres términos en que concreta la imagen del
cristiano perfecto, como lo menciona el apóstol en Efesios; “y a revestiros
del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad. Por
tanto, desechando la mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo,
pues somos miembros los unos de los otros. Si os airáis, no pequéis; no se
ponga el sol mientras estéis airados, ni deis ocasión al Diablo. El que
robaba, que ya no robe, sino que trabaje con sus manos, haciendo algo útil
para que pueda hacer partícipe al que se halle en necesidad. No salga de
vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según
la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen”. (Efesios 4:24-25). Este no solamente no debe
participar en las obras tenebrosas de los gentiles, sino que debe evidenciarla;
“y no participen de las obras estériles de
las tinieblas; al contrario, pónganlas en evidencia.”, de modo que
aparezcan a todos como son en sí mismas, en su verdadera luz; “Pero
cuando se las pone de manifiesto, aparecen iluminadas por la luz, porque todo
lo que se pone de manifiesto es luz.”, y así no sólo se mantenga él
en el camino de luz donde le introdujo el bautismo, sin que contribuya a que
también los pecadores conozcan su error y pasen de las tinieblas a la luz de
Cristo. Es así, como el término clave
de este fragmento es la palabra luz, en una clara alusión al bautismo,
sacramento de la iluminación. Por medio del bautismo, los cristianos se
convierten en "hijos de la luz", es decir, en miembros de Cristo,
"luz del mundo". De la luz se deriva todo lo que es justo,
verdadero, bueno. Estos son los tres frutos principales que menciona el
apóstol por su referencia particular a la vida comunitaria: el amor de
benevolencia, el respeto al derecho del otro, la sinceridad en las palabras y
las acciones. Una conducta auténticamente cristiana es
un rayo de luz que no sólo juzga las tinieblas, sino que las penetra para
transformarlas. El discípulo de Cristo es misionero con su vida: despierto
del sueño de la muerte -así es la vida bautismal-, despierta a su vez las
conciencias, para que su esterilidad se convierta en fecundidad de bien. “Por
eso se dice: Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y
Cristo te iluminará”. 5. EVANGELIO
Jn 9, 1-41 La escena está cargada de simbolismo. En
este caso, el ciego hace un vertiginoso proceso hacia la visión, que culmina
en poder ver al salvador. Es un proceso de fe. Mientras que los enemigos de
Jesús hacen justamente el proceso inverso y terminan siendo considerados
ciegos, aunque dicen que ven. Según este texto, frente a Jesús, se exige
definición, elegir entre Él (la luz) y las tinieblas. Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan. Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.
Sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres,
para que haya nacido ciego?”. “Ni él ni sus padres han pecado –respondió
Jesús–; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos
trabajar en las obras de Aquél que me envió, mientras es de día; llega la
noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz
del mundo”. Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la
saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: “Ve a lavarte a la
piscina de Siloé”, que significa –Enviado”. El ciego fue, se lavó y, al
regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se
preguntaban: “¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?”. Unos opinaban:
“Es el mismo”. “No –respondían otros–, es uno que se le parece”. Él decía:
“Soy realmente yo”. Ellos le dijeron: “¿Cómo se te han abierto los ojos?”. Él
respondió: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos
y me dijo: ‘Ve a lavarte a Siloé’. Yo fui, me lavé y vi”. Ellos le
preguntaron: “¿Dónde está?”. Él respondió: “No lo sé”. El que había sido
ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le
abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a
ver. Él les respondió: “Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo”. Algunos
fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado”.
Otros replicaban: “¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?”. Y se
produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: “Y
tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?”. El hombre respondió: “Es un
profeta”. Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido
ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les
preguntaron: “¿Es éste el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego?
¿Cómo es que ahora ve?”. Sus padres respondieron: “Sabemos que es nuestro
hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos,
no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta”.
Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de
acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías.
Por esta razón dijeron: “Tiene bastante edad, pregúntenle a él». Los judíos
llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: “Glorifica a
Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. “Yo no sé si es un
pecador –respondió–; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo”. Ellos
le preguntaron: “¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?”. Él les
respondió: “Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren
oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?”. Ellos lo
injuriaron y le dijeron: “¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos
discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de
dónde es éste”. El hombre les respondió: “Esto es lo asombroso: que ustedes
no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios
no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad.
Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de
nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada”. Ellos
le respondieron: “Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?”.
Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le
preguntó: “¿Crees en el Hijo del hombre?”. Él respondió: “¿Quién es, Señor,
para que crea en él?”. Jesús le dijo: “Tú lo has visto: es el que te está
hablando”. Entonces él exclamó: ´”Creo, Señor”, y se postró ante él. Después
Jesús agregó: “He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que
no ven y queden ciegos los que ven”. Los fariseos que estaban con él oyeron
esto y le dijeron: “¿Acaso también nosotros somos ciegos?”- Jesús les respondió:
“Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: “Vemos”, su
pecado permanece”. Palabra del Señor. 5.1 JESÚS VIO A UN
HOMBRE CIEGO DE NACIMIENTO La escena se introduce escuetamente
diciendo que: “Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento”. Sabido es que
los enfermos pedían habitualmente limosna a la puerta del templo, podría ser
aquí donde estaba este ciego, al que Cristo miró con misericordia al pasar al
templo. Los “discípulos” que le acompañaban,
le preguntaron; “Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido
ciego?”. Era una creencia popular, que enseñaban los mismos rabinos,
que todo padecimiento físico o moral era castigo al pecado. Pero, tratándose
de un ciego de nacimiento, ¿cómo pudo pecar antes de nacer? Probablemente
esto era una creencia popular. Pero, ante esta errónea concepción popular,
Cristo descubre un gran misterio. “Ni él ni sus padres han pecado”.
Este problema del dolor, que ingresó en el mundo por el pecado de origen,
tiene, sin culpa personal del sujeto, una finalidad profunda en el plan de
Dios, y es así como expone Jesús: “nació así para que se manifiesten en él
las obras de Dios”, al revelarse estas intervenciones maravillosas —
los milagros — , son “signos” de la obra de la salud y de la grandeza de
Cristo, como relata en otro parte Juan; “porque las obras que el Padre me ha
encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de
mí, de que el Padre me ha enviado”. (Jn 5:36). 5.2 SOY LA LUZ DEL
MUNDO Dice Jesús: “Debemos trabajar en las obras
de Aquél que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede
trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. En un paréntesis, expone Cristo, en una
pequeña alegoría, sobre el tema y “símbolo” del milagro que va a realizar. Al
modo que se trabaja en el día y se descansa en la noche en aquel medio
ambiente, así Cristo ha de realizar estas “obras” en el día, que es la hora
de su vida pública, de su “manifestación,” pues El, “mientras está en el
mundo, es Luz del mundo.” Llegará la “noche,” la hora de su muerte, en que
desaparecerá visiblemente El, la Luz, del mundo. El “simbolismo” de este milagro queda aquí
destacado y centrado: Cristo “iluminador.” Va a abrir los ojos a un ciego
para que lo vean a Él; para iluminar
su alma con su luz de vida. 5.3 JESUS PREPARA EL
MILAGRO Después que dijo esto, escupió en la
tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego. No sólo
lo puso encima de los ojos del ciego, sino que los “ungió,” los frotó con
ello. Fácilmente se reconstruye la escena de este ciego. Sus ojos estarían
abiertos; descentradas sus pupilas y blancas, como se ven tantos ciegos en
Jerusalén. Y Cristo tapó, cerró aquellos ojos con el barro. Es “ceguera sobre
ceguera.” Y le dijo al mismo tiempo: Ahora “vete y lávate en la piscina de
Siloé — que quiere decir Enviado — el ciego fue, se lavó y, al regresar, ya
veía.” La saliva era considerada en la antigüedad
como remedio curativo de la vista. Cristo había usado, simbólicamente, este
remedio para curaciones instantáneas en otras ocasiones (Mt 7:33; 8:23), no obstante pretende curarlos con ello;
pues, aplicado éste, no se produce la curación; ésta se realiza al lavarse en
la piscina de Siloé. San Ireneo pensaba que Cristo con esto simbolizaba o
evocaba el acto de la creación — el hombre formado de barro —, poniéndose así
en el mismo plano del Creador. Cristo Luz quiere demostrar bien que es sólo
su poder el que le comunicará la luz a los ojos, como realidad y símbolo a un
tiempo de la luz que le va a comunicar, por la fe, al espíritu. 5.4 DISCUSIÓN SOBRE
LOS MILAGROS El evangelista trae a continuación un
doble relato de discusiones sobre el milagro. Con ello se tiende a
autentificar y poner en claro la verdad del milagro. La primera discusión que
se recoge es, como era lógico, la discusión popular. “Los vecinos y los que antes lo
habían visto mendigar, se preguntaban: -¿No es éste el que se sentaba a pedir
limosna? Unos opinaban: Es el mismo”. Como Cristo envió al ciego a curarse a
Siloé, éste, al curar aquí, seguramente fue a los suyos. Un ciego rehecho
cobra una fisonomía distinta. De ahí el que surjan las disputas en torno a
él: algunos negaban que fuese el mismo. La sorpresa mayor era que “Nunca
se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento” Pero,
sobre todo, gritaba él diciendo que era el mismo. Y vinieron las preguntas obligadas sobre
quién le había curado y de qué modo. De Cristo sólo supo decir su nombre, con
el que acusa la fama que Cristo tenía y la noticia que de ella le había
llegado; pero ignoraba dónde estuviese después de su cura. Lo mismo que le
dijeron sobre la preparación curativa del barro. 5.5 SE ATACA A
CRISTO PORQUE HACÍA MILAGROS EN SÁBADO Después de estas primeras reacciones de
sorpresa en los “vecinos” y algunas gentes que le conocían, el milagro va a
ser sometido a un proceso ante los “fariseos,” porque esto había sido hecho
violando el reposo del “sábado.” Ya Juan relató otra curación en sábado, en
la piscina de Bethesda “Levántate, toma tu camilla y anda. Y al instante el
hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar. Pero era sábado aquel
día. (Jn 5:8-9), lo mismo que las persecuciones que había contra Por qué “hacía estas cosas en sábado” (Jn 5:16). Al escoger de nuevo un sábado para esta
curación prodigiosa, tenía Jesús una intención marcadísima: acometer de
frente, en Jerusalén, la moral rabínica, pero autorizando el paso con un
milagro. En realidad, lo que los judíos censuraban no era la curación en
sábado, sino el que hubiese hecho lodo con saliva en el día del sábado. No en
la Ley, sino en la moral rabínica se había terminantemente prohibido
“amasar,” que es lo hace aquí al hacer barro con saliva, y poner una
cataplasma, como era aquí el poner este lodo sobre los ojos del ciego. De aquí la gente decide llevar al ciego
curado ante los fariseos, ya que esta curación se presentaba con un carácter
prodigioso y religioso, y ellos eran los competentes en las cosas religiosas.
Estos fariseos son o están en íntimo contacto con el Sanedrín. 5.6 LOS FARISEOS LE
PREGUNTAN CÓMO RECOBRÓ LA VISTA. El ciego repite el relato. Pero el
evangelista destaca en su respuesta uno de los elementos que los rabinos
prohibían en sábado: “me puso sobre los ojos, me lave y veo”.
Ante este relato nace una escándalo y se ataca a Cristo porque hacía milagros
en sábado: “Algunos de los fariseos decían”:” Ese hombre no viene de Dios”,
pues violaba las leyes que ellos dieron sobre el sábado. En cambio, otros,
sin duda fariseos, ya que se llevó el caso del ciego ante ellos, admitían que
fuese enviado de Dios, pues; “Como
un pecador hacer semejantes signos?” Argumento que luego va a utilizar contra la
obstinación de ellos el ciego de nacimiento. Cabe destacar que ya el Evangelista
Juan dice en sus relatos que hay en Jerusalén fariseos que creían en Cristo a
causa de los milagros que hacía, como el caso de Nicodemo (Jn 3:1.2), aunque
la fe de ellos no era muy firme: “Mientras estuvo en Jerusalén, por la fiesta
de la Pascua, creyeron muchos en su nombre al ver las señales que realizaba.
Pero Jesús no se confiaba a ellos porque los conocía a todos” (Jn 2:23-25). 5.7 EL CIEGO
CONFIESA “ES UN PROFETA,” “Y se produjo una división entre ellos”. Divididos entre
sí y discutiendo, un grupo de ellos, sin duda el primer grupo fariseo
opuesto, le preguntan al ciego: “Y tu ¿qué dices del que te abrió los ojos?”. Naturalmente,
la pregunta es capciosa, pues ellos no van a creer en Cristo por lo que diga
el ciego, cuando ellos niegan la obra de Cristo ante la evidencia. El ciego
confiesa “Es un profeta,” es decir, un hombre santo, un enviado de
Dios y dotado de poder y sabiduría sobrenaturales. Es la confesión que dé El hizo la Samaritana, y la que hacía
muchas veces el pueblo ante su obra prodigiosa, como cuando la Samaritana le
dice a Jesús: “Señor, veo que eres un profeta”. (Jn 4:19). Los fariseos sólo
buscaban en su respuesta un motivo de poder desvirtuar los hechos y negar que
Cristo lo hubiese curado. 5.8 SUS PADRES
TEMÍAN A LOS JUDÍOS Los fariseos, que aquí Juan los llama así
sin más, como en otras ocasiones “los judíos,” no querían creer en el
milagro, para lo cual negaron que aquel hombre fuese ciego de nacimiento. Y
para ello llamaron a sus padres. Contaban, seguramente, que la intimidación
de éstos les prestase base para negar el milagro de Cristo. Y les preguntan
si aquel hombre es su hijo, que nació ciego; y entonces, cómo ve ahora. La
respuesta de los padres fue con habilidad. “Sabemos que es nuestro hijo y
que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo
sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta”.
Es decir ya tiene una edad que le permite hablar y contar lo que le sucedió. El evangelista destaca esta evasión de los
padres: “dijeron esto por temor a los judíos”. Habían acordado los judíos que, si alguno le confesaba
Mesías, fuera expulsado de la sinagoga, así lo comenta en otro relato el
mismo Juan: “Entre los magistrados, muchos creyeron en él; pero, por los
fariseos, no lo confesaban, para no ser excluidos de la sinagoga”, (Jn
12:42). La “excomunión” de la sinagoga era la excomunión de la comunidad
judía y los padres temen esta
“excomunión” si lo proclaman Mesías. 5.9 ¿POR QUÉ QUIEREN
OÍRLO DE NUEVO? ¿TAMBIÉN USTEDES QUIEREN HACERSE DISCÍPULOS SUYOS? Los fariseos, determinados a no admitir la
grandeza de Cristo, de nuevo interrogan al ciego, esperando lograr en su
nuevo relato alguna contradicción o algo que les permita desvirtuar aquella
curación. El nuevo interrogatorio del ciego comienza por una frase que, en
esta situación, era coactiva en sentido peyorativo: “Glorifica a Dios.
Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.” La expresión “Da
gloria a Dios” es una fórmula de abjuración conocida ya en el Antiguo Testamento, con la cual también se forzaba
a hablar a una persona obstinada en no hablar, pero el ciego da una
respuesta, “dando gloria a Dios,” irrebatible y llena de ironía: “Yo
no sé si es un pecador –respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y
ahora veo”, es decir no sabe si es pecador, pero sí sabe que, siendo
ciego de nacimiento, gracias a Cristo ahora ve. La ironía es profunda. Si
ellos saben eso, Él sabe lo
contrario, probado con un milagro. A la insistencia capciosa de los fariseos
en que repita el milagro, él les responde ya
cansado de tanta maniobra, con una ironía que los hiere en lo más vivo: “Ya se lo dije y ustedes no me han
escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse
discípulos suyos? El insulto aparece claro al mandarles a los fariseos que se
hagan discípulos de Cristo. Ellos lo injuriaron y le dijeron: “¡Tú
serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos
que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es éste” Ellos,
como maestros de la Ley, saben que Dios habló a Moisés en el Sinaí y le dio
la Ley. Pero no saben “de dónde viene éste.” Y, según
ellos, al no atenerse a la Ley y a su interpretación, de no observar, según
su interpretación, el sábado, no puede venir ni de Moisés ni, en consecuencia,
de Dios. 5.10 SABEMOS QUE DIOS NO ESCUCHA A LOS PECADORES Pero el ciego replica con un argumento
irrebatible, basado en un principio admitido por los fariseos y enseñado
frecuentemente en las antiguas escrituras,
“Dios ayuda al justo, pero al pecador, mientras no se arrepienta, no
le da el obrar milagros”. Estaba ello basado en el principio de la
“retribución.” Si Cristo realizó esta curación — y nadie mejor que el ciego
es testigo —, la conclusión que se sigue es incontrovertible: Cristo no es
pecador, es santo. Y lo recalca subrayando el tipo de milagro hecho: “Nunca
se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento”. Tan
raro era esto, si alguna vez se dio en la antigüedad, que el ciego lo utiliza
como argumento incuestionable. Todo el curso de la narración, y
especialmente el destacar ahora, en forma tan enfática, que el ciego fue
curado de una enfermedad de nacimiento, lo que nadie había hecho, hace pensar
que al relatar esto, san Juan está apuntando aquí, al valor simbólico del mismo:
el bautismo cristiano. En la antigüedad cristiana se llamaba al sacramento
del bautismo la “iluminación.” Como ya
lo había dichos antes Jesús de la necesidad de “nacer por el agua y el
Espíritu,” que es la doctrina de la necesidad del bautismo; Cristo, en este
capítulo, se presenta explícitamente como “iluminador” del cuerpo, para que
aquellos ojos ciegos lo vean a Él y luego se crea
en El y envía al hombre a lavarse a la piscina de Siloé, “que quiere decir Enviado”;
es decir, que el ciego se va a lavar en Cristo. Y lavarse con agua en Cristo
evoca el bautismo cristiano. Así lo comentaba San Agustín: “Lavó los ojos en
aquella piscina que quiere decir Enviado, es decir, fue bautizado en Cristo”. 5.11 ¿CREES EN EL HIJO DEL HOMBRE? A todo este razonamiento, los fariseos
responden con dos venganzas. “Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres
darnos lecciones?” Y lo echaron. La noticia de la “expulsión,”
seguramente “excomunión,” que los fariseos hicieron del ciego, llegó a oídos
de Cristo. Y “encontrándole,” aunque se diría que fue un encuentro buscado
por El y providencial, como Juan destaca frecuentemente en el evangelio, en
especial cuando Jesús encuentra a sus discípulos (Jn 1:42.45; 5.14), y
entonces Jesús le preguntó: ¿Crees en el Hijo del hombre? Él
respondió: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: Tú lo has
visto: es el que te está hablando,
Entonces él exclamó: “Creo, Señor”, y se postró ante
él. El término de este relato evangélico
concluye destacando el sentido simbólico del milagro, presentando, una vez
más, a Cristo “iluminador.” “Jesús dijo: He venido a este mundo para un
juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven” Y el tema de la “iluminación” de Cristo se
presenta como en una razón: ha venido al mundo para que haya, ante El, un
juicio, una discriminación: para que los que no ven, “vean,” y los que “ven,”
no vean. Los sabios, los que dicen “ver” la verdad religiosa, los que se
consideraban rectores espirituales e intérpretes infalibles de la Ley, se
“ciegan” para no ver la Luz, a Cristo-Mesías; investigan las Escrituras, que
hablan de El:” Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en
ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no
queréis venir a mí para tener vida. (Jn 5:39), y no logran el sentido de las
mismas; en cambio, los “ciegos” a la sabiduría orgullosa encuentran la
“iluminación” de la sabiduría en Cristo-Luz. “Cristo Jesús, La Luz del Mundo” El
Señor les Bendiga Pedro Sergio Antonio Donoso Brant IV Domingo de Cuaresma Ciclo “A” Fuentes Bibliográficas: Comentarios desde Biblia Nácar Colunga y
Biblia de Jerusalén |
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