Reflexión desde las Lecturas del Domingo V de
Cuaresma Ciclo A Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
Ver la gloria de Dios 1.1 Señor,
si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto Idénticas palabras repiten las dos
hermanas, cada una por su cuenta. Palabras que son expresión de fe en Jesús,
pero una fe muy limitada, muy condicionada, muy a la medida humana. Creen que
Jesús puede curar un enfermo, pero no creen que puede
resucitar un muerto. ¿No es así también nuestra fe? Creemos “hasta cierto
punto”. Y esta poca fe se manifiesta en expresiones de este tipo: “si las
circunstancias fueran favorables”, “si el ambiente fuera mejor”, “si hubiese
aprovechado aquella oportunidad”. Ponemos condiciones al poder del Señor. Y
sin embargo su poder es incondicionado. “Para Dios nada hay imposible” (Lc
1,37). 1.2 Si
crees verás la gloria de Dios. Frente a esta fe tan recortada, el
evangelio de hoy nos impulsa a una fe “a la medida de Dios”. Él quiere manifestar
su grandeza divina, su poder infinito, su gloria. Deliberadamente, Jesús
tarda en acudir a la llamada de Marta y María. Permite que Lázaro muera para
resucitarle y manifestar de manera más potente su gloria: “Esta enfermedad...
es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por
ella”. No hay situación que no tenga remedio. Más aún, cuanto más difícil,
más facilita que Cristo “se luzca”. 1.3 Yo
soy la resurrección y la vida No sólo da la resurrección, sino que Él
mismo es la resurrección. Incluso si permite el mal es para que más se
manifieste lo que Él es y lo que es capaz de realizar: “Lázaro ha muerto, y
me alegro por ustedes... para que crean”. Esta cuaresma tiene que significar
para nosotros y para mucha gente una auténtica resurrección a una vida nueva.
Cristo es la resurrección, y lo típico de su acción es hacer surgir la vida
donde sólo había muerte. Cristo puede y quiere resucitar al que está muerto
por el pecado o por la carencia de fe. Lo suyo es hacer cosas grandes, maravillas
divinas. Y nosotros no podemos conformarnos con menos. No tenemos derecho a
dar a nadie por perdido. 2.
PRIMERA LECTURA
Ez 37, 12-14 Solo el poder de Dios puede liberar de la
muerte. Sobre los signos de desesperanza y muerte se levanta poderosa la
Palabra de Dios: ¡Yo los haré salir de sus tumbas, yo lo digo y lo hago! Lectura de la profecía de Ezequiel. Así habla el Señor: Yo voy a abrir las
tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a
la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas,
ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor. Yo pondré mi espíritu en
ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán
que yo, el Señor, lo he dicho y lo haré. Palabra de Dios. 2.1 Resurrección de la
Nación Israelita. Las afirmaciones precedentes de Ezequiel,
sin duda que suscitaban en la mayor parte de los oyentes escepticismo. ¿Cómo
Judá habrá de verse algún día restaurada en su patria con plena libertad? El
imperio de Nabucodonosor parecía omnipotente, y, por tanto, su opresión
habría de permanecer por siglos. El profeta, para realzar más sus promesas,
les comunica una visión que ha tenido sobre la restauración de Israel. Cierto
que el pueblo israelita había sido reducido a un estado esquelético, pero la
omnipotencia divina puede de nuevo reanimar estos huesos disecados. Israel
será restaurado como nación, y de nuevo todos los israelitas, dejando sus
anteriores tradiciones cismáticas, se unirán para formar un solo reino
futuro. El capítulo de esta lectura de Ezequiel, se divide netamente en dos
partes: a) visión sobre la restauración de la comunidad israelita (1-14); b)
acción simbólica sobre la unión de los dos reinos israelitas, Judá y Efraím
(15-28). La liturgia de este domingo, nos trae solo un fragmento, desde los
versículos 12 al 14. La explicación de la apocalíptica visión
es clara en el contexto y la declaración subsiguiente: los huesos resucitados
son los exilados de Israel, que se creen ya sin esperanza de resurrección
nacional: estamos perdidos. (v.11). La desesperación era la característica de
los exilados después de la ruina definitiva de Jerusalén. Se creen totalmente
abandonados de su Dios. Ezequiel quiere levantar los ánimos. La visión que
acaba de exponer es el mejor símbolo de lo que va a suceder en el futuro,
pues Israel será de nuevo reanimado, con la ayuda de Dios, y reintegrado a su
patria. Los israelitas exilados están como muertos en sus sepulcros, pero el
Señor los va a sacar de este estado, vivificándoles para hacerlos volver a la
tierra de Palestina; “Yo pondré mi espíritu en ustedes, y
vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que yo, el
Señor, lo he dicho y lo haré.” 3.
SALMO Sal 129,
1-5. 6-8 R. En el Señor se encuentra la
misericordia. Desde lo más profundo te invoco, Señor.
¡Señor, oye mi voz! Estén tus oídos atentos al clamor de mi plegaria. R. Si tienes en cuenta las culpas, Señor,
¿quién podrá subsistir? Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas
temido. R. Mi alma espera en el Señor, y yo confío en
su palabra. Como el centinela espera la aurora, espere Israel al Señor. R. Porque en él se encuentra la misericordia
y la redención en abundancia: Él redimirá a Israel de todos sus pecados. R. 3.1 EN EL SEÑOR SE ENCUENTRA LA
MISERICORDIA. La misericordia, es la Inclinación a
compadecerse y mostrarse comprensivo ante las miserias y sufrimientos ajenos,
y es el atributo de Dios por el cual perdona y remedia los pecados y miserias
de las personas. “Cuando más grande es el pecador, tanto más grande es el
derecho que tiene a Mi misericordia” (Diario de Santa Faustina, 723). Este salmo 129, es uno de los siete
“salmos penitenciales” de la liturgia. Esta súplica está angustiada de pena y
humildad. “Desde lo más profundo te invoco, Señor”. El reconocimiento del
propio pecado se une a la confiada seguridad de obtener el perdón divino. “En
el Señor se encuentra la misericordia”. Por tanto, su rehabilitación
espiritual sólo depende de la misericordia infinita de su Dios, y así es como
él, confiado en su bondad, implora perdón y protección para él y para su
pueblo. Los sentimientos de profunda humildad
contrastan con la ciega esperanza en la misericordia divina. El salmista,
lejos de sentirse abandonado de Dios, se apoya en la conciencia de su propia
indignidad, para acercarse a él, es decir, el no se siente para nada alejado
de su Dios, por esa razón toma fuerzas de su debilidad para acercarse
confiadamente al que le puede rehabilitar en su vida espiritual. Los
atributos y las promesas divinas le dan pie para fundar su esperanza. 3.2 MI ALMA ESPERA EN EL SEÑOR, Y YO
CONFÍO EN SU PALABRA. El salmista se siente desbordado en un
abismo de inquietudes y de pesares; por eso, desde lo profundo de su
aflicción se dirige a su Dios para que le preste auxilio, rehabilitándolo en
su vida de amistad con El. En realidad, su esperanza está en su misericordia
y su prontitud al perdón, pues si no olvida los pecados y los guarda
cuidadosamente en su memoria, reteniendo la culpabilidad de los hombres; “Si
tienes en cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir?”, ¿quién podrá
subsistir o mantenerse incólume ante su tribunal? Nadie puede hacer frente a
las exigencias de la justicia divina; “Pero en ti se encuentra el perdón,
para que seas temido”. Pero la medida
con que trata a sus siervos no es la de la justicia, sino la de la extrema
indulgencia; “Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra. Como el
centinela espera la aurora, espere Israel al Señor”, invitándoles así a un
temor reverencial basado en el agradecimiento del que ha sido perdonado; “Él
redimirá a Israel de todos sus pecados” Basado en esta indulgencia del Señor, el
salmista espera en El con impaciencia y ansiedad más que los centinelas por
la aparición de la aurora para ser relevados de su puesto de vigilancia; “Mi
alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra”. En esta espera ansiosa,
el salmista representa a Israel como colectividad, vejado por pueblos
opresores y ansiosos de redención. La serenidad e indulgencia del Señor dan
confianza al pueblo elegido para pedir su plena rehabilitación a pesar de sus
numerosas iniquidades. 3.3 TERESA DE JESUS Y LA MISERICORDIA DEL
SEÑOR Teresa de Jesús, no teme reconocerse
pecadora y pone toda su confianza en la misericordia del Señor y reza; “Ay de
mí, Creador mío, que si quiero dar disculpa, ninguna tengo!
¡Ni tiene nadie la culpa sino yo! Porque si os pagara algo del amor que me
comenzasteis a demostrar, no habría podido yo amar a nadie más que a Vos, y
vuestro amor me hubiera librado de todos mis pecados. Mas ya que no lo merecí
ni tuve esta dicha, válgame ahora Señor, vuestra misericordia (Vida 4, 4) y
más adelante agrega; Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de
Dios y se ha regalado mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia
(Vida 4, 10). “He contado todo esto para que se vea la gran misericordia de
Dios y mi ingratitud” (Vida 8, 4). Por cierto que es grande la misericordia
de Dios. ¿Qué amigo hallaremos tan sufrido? (Meditaciones C 2, 21). Consideremos la gran misericordia y
paciencia de (VI Moradas 10, 4), ¡Oh, Dios mío, misericordia mía!, ¿qué haré
para que no deshaga yo las grandezas que Vos hacéis conmigo? (Exclamaciones 1).,¡Oh, qué grandísima misericordia y qué favor que no
podemos nosotros merecer! ¡Y que los mortales olvidemos todo esto! Acordaos
Vos, Dios mío, de tantas miserias y mirad nuestra flaqueza, pues de todo sois
sabedor (Exclamaciones 7). Sea su nombre bendito que en todo tiempo tiene
misericordia con todas sus criaturas (Cta 440, 1). 3.4 CONFIAR EN DIOS ES DEPENDER DE ÉL QUE
ES LA MISERICORDIA MISMA. “Cuando más grande es el pecador, tanto
más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia” (Diario de Santa
Faustina, 723). El mensaje de la Divina Misericordia es un llamado a los
hombres a confiar en la Misericordia de Dios y a ejemplo de Él, nosotros ser
misericordioso con los que sufren. Qué duda cabe, Dios es misericordioso y es
el amor mismo entregado por nosotros, y no quiere que nadie se escape de este
amor misericordioso. Pero no olvidemos que el mensaje es que
Dios quiere que vivamos una vida orientado hacia El y volvamos hacia Él con
confianza y arrepentimiento. En efecto, lo que Dios más desea es que nos
volvamos a Él con confianza. Este volverse con confianza hacia Él que es la
Misericordia misma es una fuente de paz para todos nosotros. Así también lo
entiende el salmista, volverse hacia e implorar la Misericordia Divina es la
respuesta a una vida acongojada. “La Misericordia de Dios, es el amor de Dios
derramado sobre los que no lo merecen, al crearnos, redimirnos y
santificarnos. Es el “segundo nombre de Amor” (Juan Pablo II) Se ha descrito la Misericordia como el
amor por los que no merecen ser amados y perdón a los que no merecen ser
perdonados. Es el amor en acción. El Señor desea que vivamos confiando en Él
frente todas las circunstancias. Confiamos en Él porque es Dios, y porque nos
ama y nos cuida. Su misericordia está siempre disponible sin importar lo que
hayamos hecho. “Oh inconcebible e insondable misericordia de Dios, ¿quién te
puede adorar y exaltar de modo digno? Oh sumo atributo de Dios omnipotente,
tú eres la dulce esperanza de los pecadores” Santa Faustina, Diario, 951, ed.
it. 2001, p. 341). 4.
SEGUNDA LECTURA
Rom 8, 8-11 San Pablo continúa con el anuncio que Dios
había hecho por medio del profeta: ¡Infundiré en ustedes mi espíritu y
vivirán!. San Pablo dice que el Espíritu habita en
nosotros, y por lo tanto, realiza en nosotros lo mismo que realizó en Cristo:
darnos vida. Esta vida está por encima de toda forma de pecado y muerte. Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Roma. Hermanos: Los que viven de acuerdo con la
carne no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están animados por la carne
sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que
no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Pero si Cristo vive en
ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el
espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de Aquél que resucitó
a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a
sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes. Palabra de Dios. 4.1 El
que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo Expuesta así la antítesis entre “carne” y
“espíritu,” San Pablo va a profundizar más en esto último, dirigiéndose
directamente a los Romanos: “Pero ustedes no están animados por la
carne..” Y primeramente establece clara relación
entre “estar en el espíritu” y la presencia o inhabitación
del Espíritu Santo, de modo que aquello primero venga a ser como un efecto de
esto segundo; “dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes”. Nótese cómo el Apóstol habla indistintamente
de “Espíritu
de Dios” y “Espíritu de Cristo” , con lo
que claramente da a entender que el Espíritu, tercera persona de la Santísima
Trinidad, procede no sólo del Padre, sino también del Hijo, conforme ha sido
definido por la Iglesia. Y aún hay más. Da por supuesto el Apóstol que por el
hecho de habitar en nosotros el “Espíritu de Dios” o “Espíritu
de Cristo”, habita también el mismo Cristo; “Pero si Cristo vive en
ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el
espíritu vive a causa de la justicia”. Es ésta una consecuencia de lo
que los teólogos llaman “circuminsesión” o mutua
existencia de una persona en las otras (cf. Jn 10:38; 14:11). Cristo habita
en nosotros a través de su Espíritu, que es a quién pertenece, por
apropiación, el oficio de santificador, haciendo partícipes a los hombres de
la vida misma divina o vida de la gracia. Esa presencia del Espíritu de
Cristo y de Cristo mismo en nosotros hace que, aunque el cuerpo esté muerto
por el pecado, “el espíritu vive a causa de la justicia”. Alude el Apóstol, aunque hay que reconocer
que sus expresiones no son del todo claras, a la muerte a la que permanece
sujeto nuestro cuerpo a causa del pecado original , y a la vitalidad que da a
nuestro espíritu la vida de la gracia en orden a poder practicar la justicia
γ aun hay otro efecto de la presencia del Espíritu de Cristo en
nosotros, y es que gracias a la acción del Espíritu presente en nosotros (cf.
1 Cor 3:16; 6:19), nuestros mismos cuerpos mortales serán “vivificados” a su
tiempo, lo mismo que lo fue el de Cristo; “Y si el Espíritu de Aquél que
resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también
dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en
ustedes”. La idea de unir nuestra resurrección a la
de Jesucristo es frecuente en San Pablo. De ordinario no se detiene a
explicar el porqué de esta vinculación entre la resurrección de Cristo y la
nuestra; pero, a poco que se lea entre líneas, fácilmente se vislumbra que
para San Pablo esa doctrina descansa siempre sobre la misma base: la unión
místico-sacramental de todos los cristianos con Cristo, Cabeza viviente de la
Iglesia viviente. O dicho de otra manera: Gracias al Espíritu de Cristo,
presente en nosotros, somos como englobados en la vida misma de Cristo, y
debemos llegar hasta donde ha llegado El, a condición de que no rompamos ese
contacto, volviéndonos hacia los dominios de la carne. 5.
EVANGELIO Jn 11,
1-45 La palabra de vida anunciada por el
profeta se realiza plenamente en Jesús. La vuelta de Lázaro a la vida es un
signo de la resurrección definitiva, de la Vida que sólo Dios puede dar. Para
que esa vida se manifieste es necesaria la presencia y la palabra de Jesús.
Jesús actúa con eficacia allí donde la muerte quiere hacerse sentir con su
carga de desaliento y desesperanza. Frente a los signos de muerte que nos
rodean, en medio de tantos hermanos que viven como en una tumba, invoquemos
con la fe de Marta y María, la presencia de Jesús para que haya vida. Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan. Había un hombre enfermo, Lázaro de
Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que
derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su
hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a
Jesús: “Señor, el que tú amas, está enfermo”. Al oír esto, Jesús dijo: “Esta
enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea
glorificado por ella”. Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se quedó dos días más
en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: “Volvamos a Judea”.
Los discípulos le dijeron: -Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte,
¿y quieres volver allá?”. Jesús les respondió: “¿Acaso no son doce las horas
del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en
cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él”.
Después agregó: “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero Yo voy a despertarlo”. Sus
discípulos le dijeron: “Señor, si duerme, se sanará”. Ellos pensaban que
hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo
abiertamente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado
allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo”. Tomás, llamado el Mellizo, dijo a
los otros discípulos: “Vayamos también nosotros a morir con él”. Cuando Jesús
llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.
Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían
ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse
de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía
en la casa. Marta dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano
no habría muerto. Pero yo sé que aún ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”.
Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta le respondió: “Sé que
resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la
Resurrección y la Vida. El que cree en Mí, aunque muera, vivirá; y todo el
que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”. Ella le respondió:
“Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir
al mundo”. Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja:
“El Maestro está aquí y te llama”-. Al oír esto, ella se levantó rápidamente
y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que
estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que
estaban en la casa consolando a María, al ver que ésta se levantaba de
repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí.
María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo:
“Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Jesús, al
verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y
turbado, preguntó: “¿Dónde lo pusieron?». Le respondieron: “Ven, Señor, y lo
verás”. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: “¡Cómo lo amaba!”. Pero algunos
decían: “Éste que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir
que Lázaro muriera?”. Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que
era una cueva con una piedra encima, y dijo: -Quiten la piedra”. Marta, la
hermana del difunto, le respondió: “Señor, huele mal; ya hace cuatro días que
está muerto”. Jesús le dijo: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria
de Dios?”. Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al
cielo, dijo: “Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me
oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que Tú me
has enviado”. Después de decir esto, gritó con voz fuerte: -¡Lázaro, ven
afuera!”. El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el
rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo para que pueda
caminar”. Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a
casa de María creyeron en Él. Palabra del Señor. 5.1 SEÑOR, EL QUE TÚ AMAS, ESTÁ ENFERMO San Juan, presenta a Lázaro por referencia
a sus hermanas, sobre todo por la huella que dejó en la primitiva catequesis
la “unción” hecha por su hermana María. El nombre de Lázaro (Dios socorrió),
era nombre frecuente. Este relato, tiene habría sucedido en Betania. Se
conoce que etimológicamente podría tener, entre otros significados, el de
“casa del dolor” y “casa de ruego.” La enfermedad de Lázaro era mortal. Sus
hermanas envían un mensajero a Jesús, que distinguía con gran afecto a esta
familia, para decirle que estaba enfermo. La noticia no era sólo informativa;
en ello — “el que tú amas está enfermo” — iba la súplica discreta por
su curación. ¿Acaso hay también un recuerdo simbólico de todo cristiano, al
estilo del discípulo “al que Jesús amaba”?. Puede ser un reflejo de Juan, que
siempre recuerda lo mucho que Jesús ama a los hombres, en especial a sus
amigos. 5.2 ESTA ENFERMEDAD NO ES MORTAL; ES PARA
GLORIA DE DIOS Jesús, estaba en Betania por el lado de
Transjordania, donde Juan Bautista lo había bautizado; “Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan
bautizando.” (Jn 1:28). Al oír este mensaje, Jesús anunció que aquella
enfermedad no era de muerte, sino para que la “gloria” de Dios se manifestase
con ella. Y se quedó aún allí “dos días” más. Como en Cana, parece que
rechaza el ruego. El evangelista quiere destacar bien la presencia de Cristo.
El tema del Evangelista Juan de la “gloria” de Dios se destaca también en
este relato. Pero a los dos días dio a los apóstoles la
orden de partida para visitar a Lázaro. “Volvamos a Judea”. Mas volver a
Judea, de donde había salido hacía poco a causa de las persecuciones de los
judíos, era peligroso: “Querían de
nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos”. (Jn 10:39) Es lo que
le recuerdan ahora los discípulos. Más El, que tantas veces esquivó peligros
de" muerte, porque aún no era “su hora,” está bien consciente que ésta
ya llegó o está a punto de llegar. 5.3 EL QUE CAMINA DE DÍA NO TROPIEZA,
PORQUE VE LA LUZ DE ESTE MUNDO Y se lo ilustra con una pequeña parábola.
Se cita el día con la división en doce horas según el uso grecorromano.
Mientras es de día se puede caminar sin tropezar; el peligro está en la
noche. Aún es para él de día, aunque se acerca la noche de su pasión. Por
tanto, nadie podrá aún hacerle nada. La parábola es también una especie de
alegoría. Si se camina mientras hay luz, El es la luz, al que no podrán
vencer las tinieblas: “y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no
la vencieron.” (Jn 1:5). Y a distancia de días y kilómetros les
anuncia la muerte de Lázaro. “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero Yo voy
a despertarlo”. Primero, en forma indirecta (eufemística): Lázaro
duerme, y El va a despertarle. Los rabinos señalan el sueño en los enfermos
como uno de los diez síntomas que juzgaban favorables a la curación. Los
discípulos lo interpretan ingenuamente del sueño natural. Por eso no hacía
falta ir a curarlo. Probablemente esta observación de los discípulos estaba
condicionada algún tanto por el terror de volver a Judea a causa de la
persecución que estaba latente contra ellos. A esto responden las palabras
del impetuoso Tomás, al decir: “Vayamos también nosotros a morir con él”.
5.4 Y JESUS LES ANUNCIÓ ALLÍ ABIERTAMENTE
QUE LÁZARO HABÍA MUERTO. Cuando Jesús llegó a Betania, hacía ya “cuatro
días que Lázaro había muerto.” El entierro se solía hacer el mismo
día de la muerte. Pero no sería necesario suponer cuatro días completos de su
muerte, pues los rabinos computaban por un día entero el día comenzado. El
evangelista quiere destacar bien la presciencia de Jesús y la conciencia de
su poder vitalizador. La Luz y Vida del mundo van a
Betania. Al acercarse Jesús a Betania, Marta sale a
su encuentro, mientras que María se quedó en casa, “sentada,” entre el
círculo de gentes que le testimoniaban el pésame. Las visitas de duelo eran
una de las obras de caridad muy estimadas por los judíos. El luto duraba
siete días. Según el uso rabínico, los tres primeros días estaban dedicados
al llanto, y los otros al luto. También se ayunaba. En la época rabínica, el
ritual consistía, al volver del enterramiento, en sentarse en el suelo con
los pies descalzos y velada la cabeza. Los siete primeros días estaban
especialmente dedicados a las visitas. 5.5 LA FE DE MARTA APARECE IMPERFECTA. Marta dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado
aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aún ahora, Dios te
concederá todo lo que le pidas”. Ella creía en el poder de la oración
de Jesús, tanto que, si él hubiese estado presente, Lázaro, por su oración,
no hubiese muerto. Es la misma fe que refleja María cuando es llamada por
Marta: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Era, sin duda, eco de las frecuentes
conversaciones y sentimientos de las hermanas aquellos días. Los evangelios
sinópticos presentan casos de fe superiores al de Marta y María sin tener la
intimidad de esta familia con Cristo, como la fe del centurión (Mt 8:5ss). En
todo caso, no reconocen la presencia de Cristo a distancia. Y aunque Marta dice a Jesús que cuanto
pida a Dios se lo concederá, no cree en la resurrección de su hermano. Prueba
es que, cuando Cristo se lo afirma, ella piensa, con desconsuelo, en la
resurrección final, conforme a la creencia ortodoxa de Israel. La fe en la
resurrección de los muertos era creencia universal en la ortodoxia de Israel.
Pero no sabían que el Mesías fuese el agente de esta resurrección. 5.6 EL QUE CREE EN MÍ, AUNQUE MUERA,
VIVIRÁ; Y TODO EL QUE VIVE Y CREE EN MÍ, NO MORIRÁ JAMÁS. Pero el pensamiento, progresivamente
desarrollado, llega a una enseñanza de gran novedad y riqueza teológica. Juan
la transmite así: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que
cree en Mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí, no morirá
jamás.” Jesús, que se presentó como el Mesías, es
el agente de la resurrección de los muertos.”: Porque, como el Padre tiene
vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, (Jn
5:26). El es la resurrección, porque el Padre le dio el “tener vida en sí
mismo” y por eso El causa la resurrección de los muertos, tanto del alma: “En verdad, en verdad os digo: llega la
hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios,
y los que la oigan vivirán”. (Jn 5:25) como del cuerpo: “No os extrañéis de esto: llega la hora en
que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz” (Jn 5:28). Tal como está redactada aquí esta
expresión: que el que cree en Cristo, “aunque muera, vivirá”; lo mismo que
este creyente “no morirá jamás,” valoradas ante el contexto de la muerte
física de Lázaro, no harían pensar más que en la resurrección física. Sin embargo, en el pensamiento de este
evangelio, el contenido es, sin duda, mayor. Esa resurrección de Lázaro,
causada por ser Cristo “la resurrección,” si va a ser física, esta misma
resurrección está vinculada a la fe en Cristo, que da “vida” sobrenatural, la
cual trae anexa la resurrección, aquí milagrosamente anticipada. Y Lázaro
creía en Cristo. 5.7 LAS LÁGRIMAS DE CRISTO En un momento determinado, Jesús hace
llamar a María. La salida de ésta hizo pensar a las gentes del duelo en una
fuerte emoción que la llevase a llorar al sepulcro. Y salieron con ella. Y
Jesús, al verla llorar a ella y a ellos, sin duda de emoción sincera, puesto
que, según ritual judío, sólo los tres primeros días estaban dedicados a las
lágrimas, y se estaba ya en el cuarto, también Jesús lloró. Y ante esta
emoción traducida en lágrimas, los judíos presentes decían: “¡Cómo
le amaba!” Esta emoción y lágrimas de Jesús no son
más que la emoción honda, legítima y bondadosa de Jesús ante la muerte de
Lázaro, su amigo, a quien Jesús “amaba”.
En esas lágrimas de Jesús quedaron santificadas todas las lágrimas que
nacen del amor y del dolor cristiano. Ante estas lágrimas del Señor, algunos de
los judíos presentes, de los que estaban en la condolencia con María,
reconociendo en Jesús un ser excepcional, pensaron si El, que había abierto
los ojos al ciego de nacimiento en la piscina de Bethesda,
no habría podido haber curado a Lázaro antes de que le llegase la muerte. No
se imaginan que tenga el poder de la resurrección. Parecería que en el fondo
de la observación hubiese un reproche por la tardanza de Jesús en llegar. 5.8 JESUS, A PETICIÓN PROPIA, VA A LA
TUMBA DE LÁZARO. Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al
sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: “Quiten
la piedra”. El evangelista la describe diciendo que era una
“cueva” que tenía, para cerrarla, una
piedra “sobrepuesta” o “encima de ella”. Esto hace ver que el tipo de
sepulcro no era de los excavados en el fondo horizontal de la roca y cerrada
su abertura de entrada por la piedra giratoria (golel),
sino que estaba, conforme al otro tipo de tumbas judías, excavada en el
suelo, y a cuyo fondo se bajaba por una pequeña escalera desde la abertura
hecha en la superficie del suelo y cerrada por una gran piedra superpuesta. Llegado a la presencia del sepulcro, Jesús
experimentó nuevamente fuerte emoción. Y dio orden: “Quiten la piedra”. Un
grupo de personas va a cumplir la orden. Pero nadie piensa en la
resurrección. Lo acusa bien la intervención de Marta, al decirle que ya va a
dar el hedor de la descomposición de un cadáver al cuarto día. Según el
Talmud de Jerusalén, el alma permanecía tres días sobre el cadáver, y lo
abandonaba al cuarto, en que comenzaba la descomposición. El embalsamamiento
judío no lograba, como el egipcio, la incorrupción por momificación; sólo
derramaba superficialmente aromas sobre el cadáver, por respeto, y para
evitar algo el hedor de la putrefacción. 5.9
“¿NO TE HE DICHO QUE SI CREES,
VERÁS LA GLORIA DE DIOS?”. Marta piensa que Jesús, llevado del afecto
a Lázaro, quiere ver el cadáver, lo que era presenciar el tremendo
espectáculo de la descomposición. Es un detalle histórico con que el
evangelista, conforme a un procedimiento que usa en otras ocasiones, quiere
destacar el milagro que va a tener lugar: “Se
lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer.”(Jn 6:7). Pero Jesús, consciente de su obra, le
recuerda que crea en El, “¿No te he dicho que si crees, verás la
gloria de Dios?”, pues esta fe le hará ver la “gloria de Dios,” que
aquí es el poder divino que El tiene: “Muchos
de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho,
creyeron en él.” (Jn 11:41). 5.10 PADRE, TE DOY GRACIAS PORQUE ME OÍSTE. Entonces quitaron la piedra, y Jesús,
levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo
sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para
que crean que Tú me has enviado”. La piedra se retiró, y, ante la
negrura del sepulcro abierto, Jesús oró al Padre “elevando los ojos al cielo,”
como en momentos solemnes hacía (Jn 17:1), prorrumpiendo en acción de
gracias, tan frecuente en El, y precisamente en voz alta, por uso judío y
para instrucción de los presentes. Era la oración con que pedía y agradecía
su humanidad la obra de la divinidad que iba a realizar, con un gran valor
apologético para los oyentes. Por ella verían que era obra que Dios le daba a
realizar: “el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.”(Jn
14:10), y esto les haría ver que El es el Enviado. 5.11 ¡LÁZARO, VEN AFUERA!”. Terminada la oración, dio su orden a la
muerte “con voz muy fuerte,” reclamada por la solemnidad del
momento, y también por conveniencia psicológica humana de los presentes: para
que su voz entrara sensiblemente en la profundidad de aquella cueva-tumba y
llevase al muerto, con su orden, la vida. La aparición de Lázaro en el umbral del
sepulcro debió de ser escalofriante, pues “El muerto salió con los pies y las
manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.” Ante Lázaro así presente, Jesús da la
orden de desatarle, para que pueda caminar otra vez por la tierra. Esta orden
de Jesús hace ver que el milagro fue doble: primero, resucitar a un muerto, y
luego, hacer que éste, resucitado, inmovilizado para moverse, fuese llevado
por una fuerza sobrenatural para aparecer así en el umbral del sepulcro. Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los
judíos, los que vinieron al duelo de la familia, que habían ido a casa de María creyeron en
Él cuando presenciaron el milagro de la resurrección de Lázaro. Creyeron en
él: en su misión, en que había sido “enviado” por el Padre, y que era el
objeto de la oración de Cristo al Padre antes de resucitar a Lázaro. El
Señor nos Bendiga Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant V
Domingo de Cuaresma Fuentes Bibliográficas: Comentarios desde Biblia Nácar Colunga y
Biblia de Jerusalén |
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