Reflexión desde las Lecturas del Domingo
XIX Ciclo B "¡LEVÁNTATE, COME!". PORQUE TODAVÍA TE QUEDA MUCHO POR
CAMINAR!". YO SOY EL PAN VIVO BAJADO DEL CIELO DICE EL SEÑOR. EL
DON DE LA FE, LES
ASEGURO QUE EL QUE CREE, TIENE VIDA ETERNA. Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso
Brant 1.
EL PAN QUE NOS OFRECE CONTIENE TODAS LAS
ATENCIONES QUE TIENE CON NOSOTROS Junto
con el Evangelio, la liturgia de este domingo 19 del tiempo ordinario nos
pone (1 Reyes 19,4-8), a Elías en el desierto sentado bajo un planta, con un actitud
muy nuestra. Ciertamente, en situaciones difíciles, no es raro oír la
expresión: “¡Basta, no puedo más!”. La vida, en determinados momentos, es
verdaderamente dura. ¿Y quién la siente difícil, desagradable, insoportable
durante años y años? La experiencia de Elías está presente como nunca en la
condición humana, especialmente en los que se toman en serio la tarea en
favor o en apoyo de los otros que les ha sido confiada, tanto que Elías llega
a expresar: “¡Basta, Señor! Quítame la vida, que no soy mejor que mis
antepasados”. Y nosotros, ¿qué expresamos hoy? Esta
experiencia, típica de la condición humana, marcada por el límite y por la
precariedad, por la vulnerabilidad y por la fragilidad, puede ser el comienzo
de una invocación que se abre al misterio de Dios. Dios quiere que sus hijos
tomen conciencia de que él está presente en sus vidas. A Elías le mandó un
ángel con un pan; a nosotros nos envía a su Hijo, que se hace pan de vida,
pan para nuestra vida, pan para sostenemos en el camino, pan para no dejarnos
solos en las misiones difíciles y en los momentos de mayor necesidad. El
pan que nos ofrece contiene todas las atenciones que tiene con nosotros. Es
el punto de llegada de la acción creadora del Padre, de la obra de
reconstrucción llevada a cabo por el Hijo; es pan siempre tierno por la obra
del Espíritu. Ese pan es memorial de una historia infinita de amor: con él
también nos sostiene, nos alienta, nos invita a reemprender el camino, con el
mismo corazón y la misma audacia recordada y encerrada en el pan de vida. 2. PRIMERA LECTURA 1 REY, 19, 1-8 En tiempos de Elías reinaba Ajab en Israel: el soberano “ofendió con su conducta al Señor más que todos sus predecesores. No contento con imitar los pecados de Jeroboán, hijo de Nabat, se casó con Jezabel, hija de Etbaal –un sacerdote de Astarté–, rey de los sidonios, y dio culto a Baal, adorándolo” (1 Re 16,30ss). A causa de la idolatría que se había extendido en el pueblo, Dios, por boca de Elías, anuncia y envía tres años de sequía. La lluvia vuelve sólo después de que Elías haya avergonzado a los profetas de Baal, mostrando que hay realmente un solo Dios. Jezabel jura vengarse de Elías y le amenaza de muerte: “Elías tuvo miedo, y partió en seguida para salvar su vida” (1 Re 19,3). El profeta Elías representa la fatiga y el desaliento que, más de una vez, ataca a todo hombre. Lectura del primer libro de los Reyes 1 Rey 19, 1-8 El rey Ajab contó a
Jezabel todo lo que había hecho Elías y cómo había pasado a todos los
profetas al filo de la espada. Jezabel envió entonces un mensajero a Elías
para decirle: "Que los dioses me castiguen si mañana, a la misma hora,
yo no hago con tu vida lo que tú hiciste con la de ellos". Él tuvo
miedo, y partió en seguida para salvar su vida. Llegó a Berseba de Judá y
dejó allí a su sirviente. Luego Elías caminó un día entero por el desierto, y
al final se sentó bajo una retama. Entonces se deseó la muerte y exclamó:
"¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no valgo más que mis
padres!". Se acostó y se quedó dormido bajo la retama. Pero un ángel lo
tocó y le dijo: "¡Levántate, come!". Él miró y vio que había a su
cabecera una galleta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua.
Comió, bebió y se acostó de nuevo. Pero el Ángel del Señor volvió otra vez,
lo tocó y le dijo: "¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por
caminar!". Elías se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese
alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el
Horeb. Palabra de Dios. 2.1 EL
LIBRO DE REYES La
historia de Israel desde los últimos años de David hasta la cautividad de
Babilonia, unos cuatro siglos, se narra en los libros que la Biblia hebraica
llama 1 y 2 de los Reyes. El libro (o libros) de los Reyes puede dividirse en
tres partes: Últimos años de David y reinado de Salomón, la Existencia de los
reinos de Israel y de Judá y el reino de Judá desde la caída de Samaría hasta
la destrucción de Jerusalén. El
libro tiende a probar que todos los males que han azotado a Israel y Judá son
efecto de la infidelidad de los reyes y del pueblo al pacto de la alianza (2
Re 23:27). Dios se comporta como un padre para con su pueblo, ya premiando su
conducta cuando seguía por las sendas del bien o castigándole en caso de
desvío religioso, dispuesto siempre a perdonarle en caso de arrepentimiento.
Por entregarse a la idolatría desapareció el reino de Israel; en cuanto al de
Judá, le castigó Dios con la deportación a Babilonia, pero no lo destruyó
totalmente a fin de mantener en pie la promesa del trono eterno hecha a
David. Los libros de los Reyes pueden considerarse como un comentario a la
profecía de Natán (2 Sam 7:12-16). Como se desprende de lo dicho, no quiere
el autor sagrado escribir todo lo sucedido desde todos los puntos de vista en
Israel y Judá desde la muerte de David hasta el exilio de Babilonia, sino más
bien aclarar de la historia de Israel y Judá de aquellos cuatro siglos
algunos hechos característicos que destacan este periodo. 2.2 ELIAS En las sagradas Escrituras, a partir del Capítulo 17 del libro de 1 Reyes, comienza el ciclo dedicado a Elías. En la historia de Elías, pueden apreciarse dos corrientes: una, en la que Elías desempeña el papel principal y en la que existe una hostilidad violenta contra Ajab y su familia, comprende los relatos referentes a la gran sequía, al viaje del profeta a Horeb (Capitulo19), a la viña de Nabot (Capitulo 21) y a la enfermedad de Ocozías (2 Re c.1). La segunda corriente trata a Ajab con más indulgencia; en ella aparecen varios profetas (c.20 y 22). Cabe suponer que hacia finales del siglo IX se escribió una historia de Elías, a la que siguió más tarde una de Elíseo. Elías comienza a destacarse a partir del capítulo 17, donde se nos describe que Elías era tisbita, (originario de Tisbe, Transjordania), habitante en Galaad, y le anuncio a Ajab: “Vive Yahvé, Dios de Israel, a quien sirvo, que no habrá en estos años ni rocío ni lluvia sino por mi palabra.” (1 Rey 17,2) . Los primeros versículos del capítulo 17, hacen una síntesis de la vida de Elías. El profeta, pertenecía a una familia profundamente amante de Dios. Su mismo nombre: Eliyahu significa; “Yahvé es Dios”, indica su fe y su misión. Aunque fuera profeta, como le llama repetidamente el texto griego, es más conocido por “el hombre de Dios” (17:18-24; 2 Re 1:9-16). Elías se presentó ante Ajab, anunciándole en nombre del Señor que no habrá ni rocío ni lluvia sino por la palabra de Dios. La sequía será total (2 Sam 1:21), porque Dios, amo y señor supremo de los elementos, quiere castigar a Israel por la introducción oficial del culto de los baales en la nación (18:18) y asegurar el triunfo del yahvismo (18:41). De esta sequía en tiempos de Ajab (Lc 4:25-26; Sant 5:17-18) habla también Menandro de Efeso, citado por Flavio Josefo (Historiador Judío). Una vez anunciado su mensaje al rey, Elías se escondió en una caverna del torrente Querit, al este del Jordán. Por voluntad divina, los cuervos le proveían “de pan y carne por la mañana y de pan y carne por la tarde” (texto hebreo), o, como dicen los LXX, “de pan por la mañana y carne por la tarde.” 2.3 ÉL TUVO MIEDO, Y PARTIÓ EN SEGUIDA PARA
SALVAR SU VIDA Quiso vengarse Jezabel de Elías por haber hecho matar a todos los profetas que alimentaba la reina. Con un juramento hecho en nombre de sus dioses decide Jezabel desquitarse. Entonces Elías huyó a Horeb, nombre del monte Sinaí en los relatos del Pentateuco. Teniendo como misión establecer la doctrina de la alianza en toda su pureza, marcha al lugar donde Dios e Israel sellaron el pacto de la alianza y en donde el Señor tiene preferentemente su asiento (Jue 5:2-4). Del Carmelo se dirige hacia el sur, andando de noche y durmiendo de día en alguna caverna que encontraba al paso o recostado al pie de un árbol. Las mismas precauciones tuvo que tomar en el reino de Judá por reinar allí Josafat, emparentado con el rey de Israel. Finalmente, llegó al viejo santuario de Bersabé, en el límite meridional de Palestina (Gen 21:31; 26:23; 41:1-4; 2 Sam 17:11). Elías acaba de comer y pide quedarse solo, alejado también de su criado; “y dejó allí a su sirviente”: no le queda otra cosa más que la invocación desesperada de la plegaria. “Él tuvo miedo, y partió en seguida para salvar su vida”. Huye al desierto del sur para salvar su propia vida; sin embargo, una vez llegado allí, ora, paradójicamente, pidiendo la muerte: “¡Quítame la vida”. Detrás de sí deja al pueblo infiel, “que claudica de un lado y de otro” (18:21), para refugiarse en el santuario del Señor. Todo el día caminó bajo el implacable sol del desierto, llegando al anochecer a un sitio donde se erguía una rama de retamo, arbusto característico del Negueb, lo suficientemente desarrollado para dar cobijo a Elías. En aquellos momentos de cansancio, perseguido por los de su pueblo, devorado por el hambre y la sed, deseó la muerte. Mejores que él eran sus padres, y, sin embargo, murieron; ¿por qué el Señor alarga su vida? Más que el reposo de una noche en la soledad acogedora del desierto, anhela la muerte: "¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no valgo más que mis padres!". En el lugar de los muertos, piensa encontrar la paz y el reposo que los hombres le niegan. 2.4 UN ÁNGEL LO TOCÓ Y LE DIJO:
"¡LEVÁNTATE, COME!" Servido antes por los cuervos (17:4-5), manda ahora el Señor a su ángel para que lo conforte (2 Re 1:2). Repuesto del cansancio, el mismo ángel le invitó a que comiera de nuevo, “Pero un ángel lo tocó y le dijo: "¡Levántate, come!". Y así cobrar fuerzas para el gran viaje que le esperaba. Recuperado con aquel alimento, emprendió el camino hacia el monte Horeb, andando cuarenta días y cuarenta noches; caminaba de noche y descansaba durante el día, con etapas cortas, a fin de prepararse, como Moisés (Ex 24:12-18; Deut 9:9-11), con cuarenta días de penitencia, ayuno y oración (Mt 4:,2; Lc 4:2). Elías se acercaba por etapas “a la montaña de Dios” (Ex 3:1; 4:27; 18:5), Horeb-Sinaí. La intervención del ángel produce un vuelco de la situación: el enviado de Dios no le habla de huida o de muerte, sino de levantarse, comer y caminar. No obstante Elías continúa huyendo. En efecto, Dios le preguntará luego: “¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Rey 19,9), pero la hogaza que recibe es “pan del cielo” (Sal 104,40); el agua recuerda a la recibida como don por Israel cuando acababa de salir de Egipto (Ex 15;17); los cuarenta días y las cuarenta noches recuerdan el tiempo transcurrido en el desierto antes del don de la tierra prometida; “el montaña de Dios, el Horeb”, hacia el que Elías se pone a caminar, “caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb”. Es el lugar de las teofanías experimentadas por Moisés (Ex 3-4; 33,18–34,8): ahora ya no se trata de una fuga, sino de un éxodo que le conducirá al encuentro con Dios (1 Re 19,9-18). 3. EL SEÑOR ES PROTECTOR DE LOS JUSTOS,
SALMO 33, 2-9 Esta composición del salmo 33, la podemos agrupar en dos secciones: a) acción de gracias por haber salido de un peligro (2-11); b) la protección del Señor sobre los justos (12-22). El los versos elegido para la Liturgia de este domingo 19, reconociendo la ayuda del Señor, el salmo alaba y glorifica a Dios con la antífona: “¡Gusten y vean qué bueno es el
Señor!” Bendeciré al Señor en todo tiempo, su
alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo
oigan los humildes y se alegren. Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su
Nombre todos juntos. Busqué al Señor: Él me respondió y me
libró de todos mis temores. Miren hacia él y quedarán
resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán. Este pobre hombre invocó
al Señor: Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. El Ángel del Señor acampa en torno de sus
fieles, y los libra. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! ¡Felices los que
en él se refugian! 3.1 BENDECIRÉ
AL SEÑOR EN TODO TIEMPO El
salmista inicia un himno de alabanza al Señor para que los que le escuchan se
relacionen con Él. “Bendeciré al Señor en todo tiempo, su
alabanza estará siempre en mis labios”. Los humildes serán los
primeros que se asociarán a su alabanza, porque serán los primeros en
reconocer la mano protectora del Señor en sus vidas de sufrimiento. “Mi
alma se gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se alegren”. Humildes
aquí no significa tanto los que practican la virtud de la humildad cuanto los
“piadosos” o seguidores incondicionales del Señor por sus preceptos, y, como
tales, muestran espíritu de obediencia y docilidad; son los que aman al Señor
y lo siguen fervorosos y que por lo
general eran de las clases sociales modestas. Estos serían los que mejor
entenderían los favores otorgados al salmista. Por ello les invita a
magnificar a al Señor, reconociendo su grandeza y celebrando su soberanía
sobre todo. Tiene una experiencia personal de su protección, que le libró de
sus temores: “Busqué al Señor: Él me respondió y me libró de todos mis temores”. Dios
es la fuente de la luz y de la vida; de El procede la vida espiritual y la
física, y, por tanto, la felicidad; por ello, el salmista invita a que los
humildes, que saben valorar las íntimas alegrías de la amistad divina, se
dirijan hacia Él, pues serán iluminados, en cuanto que sus rostros volverán
radiantes de alegría y de optimismo ante la vida, porque saben que tienen a
Dios a su lado; “Miren hacia él y quedarán resplandecientes, y sus rostros no se
avergonzarán”. Nunca serán confundidos o avergonzados de haber
confiado en el Señor, pues en la hora difícil les tenderá la mano. El
salmista habla por propia experiencia, “Este pobre hombre invocó al Señor”, pues el Señor le salvó de todas sus
angustias: Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias”. 3.2 FELICES LOS QUE EN ÉL SE REFUGIAN En realidad, el pobre afligido, temeroso de Dios, no se halla solo y desamparado, pues en torno suyo acampa el ángel del Señor para protegerle y salvarle. “El Ángel del Señor acampa en torno de sus fieles, y los libra”. Consciente de esta seguridad que proporciona la amistad divina, porque pone a disposición de los suyos sus ejércitos angélicos, el salmista invita a gustar de la bondad divina, que se manifiesta a los que le temen; “¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! ¡Felices los que en él se refugian!”. Por ello proclama bienaventurado al que se acoge a su protección: “Miren hacia él”. Los que se precian de ser santos o consagrados a Dios en su vida de entrega a la Ley, deben temer a Dios, ya que El retribuye con largueza, sin que nada les falte, a los que le temen. La denominación de santo se aplica en el A.T. a Israel como nación, y a los ciudadanos de la comunidad teocrática en los vaticinios de Daniel. Aquí el salmista piensa que los israelitas, por pertenecer a una nación santa — como pueblo y heredad de Dios — deben ser santos, en el sentido de incontaminados con los impuros, que viven moralmente apartados de Dios. En realidad, la fidelidad a los mandatos divinos es compensada por la largueza divina; al contrario, los ricos, que forman su fortuna sin preocuparse de la Ley divina, al final pasarán hambre. El salmista piensa siempre en la manifestación retributiva de la justicia divina en esta vida, pues no tiene luces sobre la vida del justo en el más allá. 4. SEGUNDA LECTURA Ef 4, 30-5, 2 A pesar que el cristiano vive ya la vida en y según el Espíritu, necesita constantemente revisar su vida, para evaluar si está viviendo de acuerdo al don recibido en el bautismo. Pero el criterio para examinar la vida no está en hacer una larga lista de vicios y virtudes, de pecados y milagros realizados. Según lo que nos dice Pablo, el criterio está en si vivimos o no como el Padre, Cristo y el Espíritu Santo quieren que vivamos. La imitación de Dios que Pablo nos plantea aquí no supone una vida de esfuerzos para divinizarse, sino vivir con el mismo amor de Cristo Jesús. San Pablo nos exhorta a no entristecer al Espíritu Santo indicándonos cuál debe ser nuestra conducta. Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los cristianos de Éfeso, 30-5, 2 Hermanos: No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, que los ha
marcado con un sello para el día de la redención. Eviten la amargura, los
arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Por el
contrario, sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose los unos a los
otros como Dios los ha perdonado en Cristo. Traten de imitar a Dios, como
hijos suyos muy queridos. Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo, que nos
amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios. Palabra de Dios. 4.1 EFESIOS Era
Efeso una de las ciudades más conocidas del mundo greco-romano, y sabemos que
allí fundó San Pablo una floreciente comunidad cristiana (cf. Hech 19:1-41).
Parece obvio, pues, suponer que sean los fieles de Efeso los destinatarios de
la carta, ya que en todos los manuscritos griegos y versiones aparece con el
título A los Efesios. Cierto que estos títulos no son de San Pablo, pero
están puestos ya desde muy antiguo e indican claramente una tradición. Por lo
demás, en la misma carta se dice:” a los santos que están en Efeso” (1:1). La
opinión tradicional (Orígenes, San Jerónimo, Santo Tomás) ha sido que la
carta fue dirigida efectivamente a la iglesia de Efeso. Allí vivió el Apóstol
San Pablo cerca de tres años, y a cuyos fieles conocía personalmente y
recordaba con cariño (cf. Hech 20:17-38). Esta
carta a los Efesios, en gran himno de bendición, donde celebra el misterio
que Dios Padre ha manifestado en Jesucristo: el proyecto de salvación del que
todos los hombres están llamados a beneficiarse. Jesucristo es el modelo y el
artífice del plan eterno de Dios. Todo tiene lugar en él y por medio de él:
el don gratuito de la elección y de la adopción filial, la redención llevada
a cabo a través del perdón de los pecados, la revelación de la sabia voluntad
de Dios y su actuación en la plenitud de los tiempos. 4.2 MUTUAMENTE BUENOS Y COMPASIVOS ¿Le es posible a un hombre hacer del amor la norma de su vida?, “soportándoos unos a otros por amor”, (Efesios 4,2)? Sí, gracias al hecho de haber recibido como don en el bautismo el sello del Espíritu Santo que había sido prometido (cf. Ef 1,13; 4,30): es ésta una idea fija de la carta a los Efesios. El Espíritu se hace presente de un modo tan personal y respetuoso de la libertad que las decisiones del cristiano pueden causarle tristeza; “No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, que los ha marcado con un sello para el día de la redención”. En el orden concreto, las cosas que disgustan al Espíritu enumeradas en el pasaje son aspectos que podemos encontrar en otros pasajes del Nuevo Testamento (por ejemplo, en Rom 1,29-31; Gal 5,19-21) o incluso en las obras helenísticas de tema moral. La maldad es la raíz que provoca toda división y todo mal; vibra interiormente en la agresividad, rencor, ira; se precipita contra los hermanos con la indignación y las injurias, de ahí que San Pablo recomienda; “Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad”. En este contexto se refiere Pablo, de modo particular, a los vicios que resquebrajan la vida comunitaria. El crecimiento de la caridad pasa de la bondad a la compasión y a la cumbre del perdón mutuo; “Por el contrario, sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo”. Entre las características de la caridad citadas en el “Himno a la caridad” (1 Cor 13,4-7), hay algunas negativas, es decir lo que no hace la caridad: “No tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia” y otras que tienen que ver con la caridad en acción: “Es paciente y bondadosa, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta”. 4.3 PERDONÁNDOSE LOS UNOS A LOS OTROS ¿Qué es lo específico del perdón cristiano, dónde está el límite ante el que podríamos pretender detenernos? “A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo” (Ef 4,7); “Los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Y ustedes “sean misericordiosos como también es misericordioso vuestro Padre” (Lc 6,36; cf. Mt 5,48). Así es para Juan (cf. 1 Jn 3,16), para Pablo (cf. Gal 2,20), para cada cristiano que quiera ser causa de alegría para el Espíritu Santo. Luego, en exhortación de conjunto y valiéndose de unas expresivas palabras humanas, el Apóstol dice a los efesios que: “No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, que los ha marcado con un sello para el día de la redención”. Si habla en particular del Espíritu Santo y no de las otras personas divinas, es por razón de su función especial unitiva y vivificadora en el Cuerpo místico de Cristo (cf. 4:4; 1 Tes 4:8; Hech 5:3). El término “sellados” ya lo había usado anteriormente el Apóstol (cf. 1:13); y en cuanto al “día de la redención,” es el día del juicio final, cuando recibirá consumación definitiva la obra redentora de Cristo, y Dios reconocerá públicamente a los suyos y rechazará a los extraños (cf. 1:14; Rom 8:23; Mt 25:31-46). En síntesis, San Pablo, está
haciendo hincapié en lo que considera más directamente peligroso para la
unidad del Cuerpo místico, da cinco nombres que van señalando, en gradación
ascendente, los sentimientos del “hombre viejo” irritado, desde el
resentimiento interno hasta la blasfemia y todo género de pecados: “amargura,
los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad”. A todo eso el cristiano debe oponer las
virtudes propias del “hombre nuevo,” perdonándonos mutuamente; “perdonándose
los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo” 5. EVANGELIO Jn 6, 41-51 Jesucristo se presenta nuevamente como el verdadero Pan de Vida insistiendo en que creamos y nos alimentemos de él. La vida cristiana es gracia, de manera total y plena. La vocación a la vida proviene del Padre, es el Hijo quien nos da el alimento para la vida eterna. El Padre nos enseña a vivir de acuerdo con su voluntad. Al igual que el Hijo, nuestro alimento es hacer la voluntad del Padre. Esto significa que el Padre está dedicado exclusivamente a que nosotros podamos vivir su amor y su vida. No es un Dios que se cruza de brazos esperando un resultado a nuestros esfuerzos por alcanzarlo. Dios viene hacia nosotros, está con nosotros, camina con nosotros, nos alimenta y nos educa. Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 41-51 Los judíos murmuraban de Jesús, porque
había dicho: "Yo soy el pan bajado del cielo". Y decían: "¿Acaso
éste no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su
madre. ¿Cómo puede decir ahora: 'Yo he bajado del cielo?'". Jesús tomó
la palabra y les dijo: "No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a
mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último
día. Está escrito en el libro de los Profetas: 'Todos serán instruidos por
Dios'. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha
visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre.
Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus
padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero éste es el pan que
desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo
bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo
daré es mi carne para 5.1 YO SOY EL PAN BAJADO DEL CIELO Las
anteriores revelaciones de Jesús sobre su origen divino; "Yo
soy el pan de vida” y “bajado del cielo”, no
fueron fácil de comprender y habían provocado desacuerdo y disconformidad
entre los que oyeron estas declaraciones surgieron protestas entre la
muchedumbre, los que comenzaron a murmurar y a mostrarse hostiles, entonces;
Decían: “Éste es Jesús, el hijo de José. Conocemos a su padre y a
su madre. ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo?”. Hoy
sucede algo similar, hay muchos que se resisten a creer que Jesús es pan
bajado del cielo, ayer y hoy, para algunos es demasiado difícil superar el
obstáculo del origen humano de Cristo y reconocerle como Dios. En ese tiempo
Jesús evita entonces una discusión inútil con los judíos y les ayuda a
reflexionar sobre su dureza de corazón, enunciando las condiciones necesarias
para creer en él. Hoy nos corresponde a nosotros esta tarea y de
seguro que no es fácil. ¡OH
misterio de amor! (Comentario de San Agustín) Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo. Cristo, el Hijo de
Dios vivo, encarnado en nuestra propia carne y sangre, para hacer a los
hombres hijos de Dios, se nos ha convertido en Sacramento de Pan de vida al
alcance de todos los hombres. San Agustín dice: “Pan vivo precisamente,
porque descendió del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná
era la sombra, éste es la verdad... ¿Cuándo iba la carne a ser capaz de
comprender esto de llamar al pan carne? Se da el nombre de carne a lo que la
carne no entiende; y tanto menos comprende la carne, porque se llama carne.
Esto fue lo que les horrorizó y dijeron que esto era demasiado y que no podía
ser. Mi carne, dice, es la vida del mundo. Los fieles conocen el cuerpo de
Cristo si no desdeñan ser el cuerpo de Cristo. Que lleguen a ser cuerpo de
Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Del Espíritu de Cristo
solamente vive el cuerpo de Cristo.... Mi cuerpo recibe ciertamente de mi
espíritu la vida.” ¿Quieres tú recibir la vida del Espíritu de Cristo?
Incorpórate al Cuerpo de Cristo... El mismo Cuerpo de Cristo no puede vivir
sino del Espíritu de Cristo.” De aquí que el Apóstol Pablo nos hable de este
Pan, diciendo: “Somos muchos un solo Pan, un solo Cuerpo. ¡Oh qué misterio de
amor, y qué símbolo de unidad, y qué vínculo de caridad!. Quien quiere vivir
sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque, y
que crea, y que se incorpore a este Cuerpo, para que tenga participación de
su vida” (San Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San Juan 26,13). 5.2 “MURMURABAN”
CONTRA JESÚS Ante
todo esto, Jesús
contestó: “No sigáis murmurando, Nadie puede aceptarme si el Padre, que
me envió, no se lo concede, y yo lo resucitaré el último día”. Es decir,
una primera condición es ser atraídos por el Padre, don y
manifestación del amor de Dios a la humanidad. Nadie puede ir a Jesús si no
es atraído por el Padre. En general, cuando san Juan se refiere a
los judíos, para el son los enemigos de Jesús; pero aquí son la muchedumbre,
pretenciosa e incrédula, de los galileos, sus coterráneos, como se desprende;
“Nosotros
conocemos a su padre y a su madre” sin que haya que suponer nuevos grupos
de judíos llegados de Jerusalén (Mc 2:16.18.24; 3:2), en contraposición a los
galileos, en cuya región se desenvuelve la escena. Estos galileos “murmuraban” contra Jesús
porque había dicho de sí mismo que bajó del cielo. Es interesante destacar
esto, que tendrá valor argumentativo al hablar de Jesús pan eucarístico.
Jesús hace una afirmación, su origen celestial. El origen celestial del
Mesías era compartido incluso por algunas corrientes judías, aunque no debían
de afectar a estos galileos. Por eso, esta afirmación de Jesús les parecía a
ellos algo muy grande, especialmente porque ellos argumentaban conocer a su
padre legal, José, y a su madre María; "¿Acaso éste no es Jesús, el hijo de
José?. Sucede que ellos, no conocían de la concepción virginal de
María, entonces hablan al modo humano, como lo conceptuaban en su vida
nazarena. Pero ante esta actitud pretenciosa, puesto
que los milagros que habían visto eran el sello de Dios aprobando sus palabras
y su misión, les reafirma su enseñanza. No les dice cómo El haya venido al
mundo, sino cómo ellos han de venir a Él. 5.3 NADIE
PUEDE VENIR A MÍ, SI NO LO ATRAE EL PADRE QUE ME ENVIÓ Jesús dijo a la gente: “Nadie
puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió” Es el Padre,
el que eficazmente mueve las almas para venir a Jesús. Se destaca la obra del
Padre, pero no se excluye la acción instrumental de Jesús para venir a Él
(San Juan 15:5). Dios trae las almas a la fe en Jesús: cuando Él quiere,
infaliblemente, irresistiblemente, aunque de un modo tan maravilloso que
ellas vienen también libremente, y cuyo aspecto de libertad, en el ser
humano, se destaca especialmente en: “Todo el que oyó al Padre y recibe su
enseñanza, viene a mí”. San Agustín ha escrito una página genial, y
ya célebre, sobre esta atracción de las almas, infalible y libre, por Dios Es
la doctrina de la gracia eficaz. Si también aquí se evoca la escatología
por el hecho de traer el Padre los seres humanos a Jesús, es porque los trae
para que tengan la vida eterna. Lo que postula complementariamente la
resurrección final. Más para ello no es necesario, ni posible,
ver al Padre; “Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha
visto al Padre”. Nadie
puede ver a Dios sin morir, se lee en el Antiguo Testamento. Su lenguaje es,
por tanto, perceptible, pero El invisible. Sólo lo ha visto uno: el que está
en Dios, Jesús; sin nombrarse explícitamente, se presenta (San Juan 1:18) y
garantiza con ello su verdad. Al estar en el seno del Padre (San Juan 1:28),
conoce sus planes y por eso los dio a conocer (San Juan 1:18), que aquí es: “Nadie
puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió”. En este discurso sobre Jesús Pan de vida
se cierra y sintetiza en una afirmación solemne: “Les aseguro que el que cree,
tiene Vida eterna”. La tiene
en causa, en esperanza, y también la tendrá (luego en la plenitud) de la
realidad, cuando Él lo resucite en el último día: en una “escatología” futura
y final. “que coma de este pan vivirá eternamente”. 5.4 TODOS SERÁN INSTRUIDOS
POR DIOS La
segunda condición es la docilidad a Dios: “Está escrito en los
profetas: Y serán todos instruidos por Dios”. Los hombres deben
darse cuenta de la acción salvadora de Dios respecto al mundo. Después de esta
afirmación a las multitudes, Jesús les hace ver con el testimonio de los
Profetas, testimonio irrecusable en Israel, la posibilidad de esta atracción
del Padre, la existencia de una acción docente de Dios en los corazones. Les
cita un pasaje de Isaías en el que se describe la gloria de la nueva Sión y
de sus hijos en los días mesiánicos. Está escrito en el libro de los
Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Y Jeremías destaca aún más el
aspecto íntimo de esta obra docente de Dios (Jer 31:33.34). Según los
profetas, hay una enseñanza que se realiza precisamente en los días de
Jesús-Mesías, de la alianza nueva, y que consiste en que Dios mismo enseñará
a los hijos de la nueva Sión. Esta es la fuerza de la argumentación: ser
enseñados y, en consecuencia, atraídos por el mismo Dios. Si Dios habla a los
seres humanos, puede igualmente moverlos eficazmente a sus fines. Es lo que
Jesús quiere dejar aquí bien establecido. Así se verá la colaboración de
ambos en la obra misma del Padre. Luego
Jesús, propone una tercera condición es la escucha del Padre; “Todo
el que escucha al Padre y recibe su enseñanza me acepta a mí”. Estamos
frente a la enseñanza interior del Padre y a la de la vida de Jesús, que
brota de la fe obediente del creyente a la Palabra del Padre y del Hijo. Escuchar
a Jesús significa ser instruidos por el mismo Padre. Con la venida de Jesús,
la salvación está abierta a todos, pero la condición esencial que se requiere
es la de dejarse atraer por él escuchando con docilidad su Palabra de vida.
Aquí es donde precisa el evangelista la relación entre fe y vida eterna,
principio que resume toda regla para acceder a Jesús. Sólo el hombre que vive
en comunión con Jesús se realiza y se abre a una vida duradera y feliz. Sólo
“el que come” de Jesús-pan no muere. “El que viene a mí no pasará
hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”. Es Jesús, pan de
vida, el que dará la inmortalidad a quien se alimente de él, a quien
interiorice su Palabra y asimile su vida en la fe. 5.5 LA
FE ES OBRA DE LA GRACIA DE DIOS La fe es una virtud sobrenatural; no
bastan nuestra voluntad o nuestras propias fuerzas para conseguirla, la fe es
obra de la gracia de Dios, que ayuda a nuestra voluntad. Nosotros hemos de
agradecer el don de la fe que el Señor nos ha dado y bueno es vivir conforme
a ella. Pero la fe, no es admitir algunas fórmulas
religiosas que son poco precisas, esa que queda como un residuo de alguna
charla catequista, muchas veces olvidada, o como un saldo de una vida
religiosa que viene en decadencia y que parece que va a revivir. Es una pena,
pero es muy cierto, aceptar muchas veces que creemos en Cristo, pero no en la
Iglesia y no participar en esa hermosa comunidad de creyentes, es no querer
participar en un pueblo de hermanos, que intenta llevar la palabra de Dios
por el mundo. "¿Acaso éste no es Jesús, el hijo de
José?” Los judíos murmuraban de Jesús que se presentaba como “pan
bajado del cielo”. Se negaban a creer su palabra. No se fiaban de Él.
Preferían permanecer encerrados en su razón, en su experiencia, en sus
sentidos... y en sus intereses. La fe exige de nosotros un salto, un
abandono, una expropiación. La fe nos invita a ir siempre más allá. La fe es “prueba de las realidades que no se ven!
(Hb 11,1). “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el
Padre”. La fe es respuesta a esa atracción del Padre, a esa acción suya
íntima y secreta en lo hondo de nuestra alma. La adhesión a Cristo es siempre
respuesta a una acción previa de Dios en nosotros. “Yo soy el pan de la vida”.
Cristo es siempre el pan que alimenta y da vida; no sólo en la eucaristía,
sino en todo momento. Y la fe nos permite comulgar –es decir, entrar en
comunión con Cristo – en cualquier instante. La fe nos une a Cristo, que es
la fuente de la vida. Por eso asevera Jesús: “Les aseguro que el que cree,
tiene Vida eterna”. Todo acto de fe acrecienta nuestra unión con
Cristo y, por tanto, la vida. El Papa Pablo VI, dijo en una ocasión
(Audiencia General del 19-IV-67): Esta es desgraciadamente la fe de costumbre,
una fe convencional, una fe no comprometida y poco practicada” Cristo Jesús, viva en nuestros corazones Pedro Sergio Antonio Donoso Brant Muchas veces dijo Jesús a la gente: “El que tenga oídos, que oiga”. Reflexión a las Lecturas del Domingo XIX Ciclo B Publicado en este link: PALABRA DE DIOS Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar Colunga Diccionario Teológico RAVASI San Agustín, Tratado del Evangelio de San Juan Algunos conceptos están tomados de los comentarios a los Evangelios por Manuel de Tuya, O. P. Comentarios a las Epístolas Paulinas, por Lorenzo Turrado. Biblia Comentada, Adaptación Pedagógica: Dr. Carlos Etchevarne, Bach. Teol. |
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