Reflexión desde las Lecturas del Domingo
XXXIV Ciclo B Jesucristo, Rey del Universo Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso
Brant 1. EL SEÑOR REINA Es aleccionador que todo el año litúrgico confluya en esta fiesta: al final Cristo lo será
todo en todos. Cristo, a quien hemos contemplado humillado, despreciado, sufriente,
lo vemos ahora vencedor; el sufrimiento fue pasajero, pero el triunfo y la
gloria son definitivos: “Su
dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido”. El mal, la
muerte, el pecado han sido destruido por Él de una vez por todas y ya
permanece para toda la eternidad no sólo glorificado, sino Dueño y Señor de
todo. Nada escapa a su dominio absoluto de Rey del Universo. Y aunque el
presente parezca tener fuerza aún el mal, es sólo en la medida en que Él lo
permite, pues está bajo su control. “¡Reina el Señor, revestido
de majestad!..... su trono está firme desde siempre” . Esta fe
inconmovible en el señorío de Cristo es condición necesaria para una vida
auténticamente cristiana. Pero
Cristo tiene una manera de reinar muy peculiar. No humilla, no pisotea. Al
contrario, al que acoge su reinado le convierte en rey, le hace partícipe de
su reinado, “hizo
de nosotros un Reino”. El que deja que Cristo reina en su vida es él
mismo enaltecido, constituido señor sobre el mal y el pecado, sobre la
muerte. El que acoge con fe a Cristo Rey no es dominado ni vencido por nada
ni por nadie; aunque le quiten la vida del cuerpo, será siempre un vencedor
(Ap 2,7). El
reino de Cristo no es de este mundo, sigue otra lógica. A ningún rey de este
mundo se le ocurriría dejarse matar para reinar o para vencer. Pero Cristo
reina en la cruz y precisamente en cuanto crucificado. Todo su influjo como
Señor de la historia y Rey del Universo viene de la cruz. Es su sangre vertida
por amor la que ha vencido el mal en todas sus manifestaciones. 2. PRIMER
LECTURA DANIEL En la literatura apocalíptica la imagen del Mesías, mediador de
salvación se desprende de las realidades históricas (rey, sacerdote, profeta)
y se proclama de origen celestial. En su apariencia humana es una revelación
del poder salvador del Señor. Por el “hijo del hombre” se anuncia el
Reino de Dios, que llena el espacio del tiempo y de la historia y los rebasa.
Esa visión del final ilumina el presente de los humildes que esperan. Lectura de la profecía de Daniel 7,13-14 Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las
nubes del cielo como un Hijo de hombre; El avanzó hacia el Anciano y lo
hicieron acercar hasta El. Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y
lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio
eterno que no pasará, y su reino no será destruido. Palabra de Dios. 2.1 EL PROFETA DANIEL RECIBE MENSAJES DE DIOS
POR INTERMEDIO DE SUS ÁNGELES La Lectura de hoy, solo es una parte del capitulo 7, para para
comprender y reflexionar mejor hay que ampliar la lectura a otros versículos.
Con el capítulo 7, se abre la segunda parte del libro de Daniel, de carácter
visionario. El profeta ahora se presenta como profeta que recibe mensajes de
Dios por intermedio de sus ángeles. Al profeta Daniel, se le ha revelado el misterio de la historia. Ve la
sucesión de diferentes reinos, representados simbólicamente por cuatro fieras
espantosas, pero su prepotencia está destinada a desaparecer. Mientras los
acontecimientos se suceden en el tiempo, en la dimensión contemporánea al
mismo de la eternidad, la historia es juzgada por Dios sobre la base de las
acciones de los hombres; “Estuve
mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un anciano de muchos
días, cuyas vestiduras eran blancas como la nieve, y los cabellos de su
cabeza como lana blanca. Su trono llameaba como llamas de fuego, y las ruedas
eran fuego ardiente” (Dan. 9ss). Las potencias de este mundo han sido condenadas y algunas ya sufren la
pena; “Yo seguía mirando a la bestia a
causa de las grandes arrogancias que hablaba su cuerno, y la estuve mirando
hasta que la mataron, y su cuerpo fue destrozado y arrojado al fuego para que
se quemase” (Dan 7,11), otras, en cambio, la ven diferida; “A las otras bestias se les había quitado
el dominio, pero les había sido prolongada la vida por cierto tiempo”. (Dan
7,12) Y entonces que aparece en la trascendencia divina: “venía
sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre”, a quien Dios le da un poder eterno y un
reino invencible, que abarcará a todos los pueblos. Eso significa que su
persona y su señorío son celestiales y terrenos, divinos y humanos al mismo
tiempo. Contra su reino, que coincide con el Reino de los santos del Altísimo;
“Esas grandes bestias, las cuatro, son
cuatro reyes que se alzarán en la tierra. Después recibirán el reino los
santos del Altísimo y lo retendrán por siglos, por los siglos de los siglos”
(Dan 17,18), se levantará aún la violencia de los poderosos de este mundo
y parecerá victoriosa; “Los diez cuernos son diez reyes que en
aquel reino se alzarán, y tras ellos se alzará otro que diferirá de los
primeros y derribará a tres de estos reyes”. (Dan 7,24) Ahora bien, cuando el juicio de Dios se haga definitivo, el Reino del
“Hijo
del hombre”, o bien de los santos del Altísimo, triunfará para
siempre; “se sentará el tribunal y le arrebatarán el dominio, hasta destruirle
y arruinarle del todo, dándole el reino, el dominio y la majestad de todos
los reinos de debajo del cielo al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo
reino será eterno, y le servirán y obedecerán todos los señoríos.” (Dan
7,26-27). Para expresar de manera eficaz esta realidad, Pablo adoptará la
imagen del cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo y los fieles sus miembros. El Reino de Cristo es, por consiguiente, también nuestro; nosotros
también estamos llamados a participar en su realeza venciendo al pecado que
nos asedia. Sumergidos como estamos en la historia, se nos pide que juzguemos
los acontecimientos con el sentido de la fe y que vivamos en conformidad con
la ley fundamental del amor, para que todo hombre pueda entrar por fin en el
Reino de Dios. 2.2 COMO
UN HIJO DEL HOMBRE En las nubes del cielo, en contraposición al mar Grande, de donde venían
las bestias, contempla el profeta a “un como hijo de hombre”, es
decir, algo parecido a un hombre. Como las bestias eran semejantes a un león,
a un leopardo, así ahora lo que ve en lo alto es semejante a un hombre, que
se acerca al anciano de días, “el Juez eterno”; “Yo estaba mirando, en las
visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de
hombre; El avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta El”. La
expresión “hijo de hombre” significa en la Biblia, como hemos visto en
el libro de Ezequiel, simplemente uno que pertenece a la especie humana. Todo
aquí tiene un valor simbólico, pues los cuatro reinos son simbolizados en
cuatro bestias que vienen del mar, mientras que el nuevo reino que los
suplanta definitivamente es muy superior a aquéllos, y por eso es figurado no
en una bestia, sino en un hombre, y no viene de abajo, sino de lo alto, es
decir, viene de Dios. Y aquí un reino que viene de lo alto, de Dios, recibe el señorío, la
gloria y el imperio: “Y le fue dado el dominio, la gloria y el
reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un
dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido”. Algunos autores han querido ver en esta
procedencia, en las nubes del cielo, una alusión a un personaje de origen
divino, un personaje cumbre que la sintetice, el Mesías. De hecho sabemos que
Cristo se apropió el título de Hijo del hombre en su predicación y aludió a
su aparición solemne en las nubes del cielo. “Porque el Hijo del
hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces
pagará a cada uno según su conducta” (Mt 1,27). El sentido mesiánico,
pues, del fragmento es claro. En el contexto de la profecía de Daniel se trata del anuncio de un
futuro señorío e imperio, reconocido por todos los pueblos y naciones, y ese
dominio será eterno. “Su dominio es un dominio eterno que no
pasará, y su reino no será destruido” Así lo declara uno de los
asistentes al trono al propio Daniel, cuando dice que después de los cuatro
reinos surgirá el reino de los santos del Altísimo, que lo retendrá por los
siglos de los siglos; “Después recibirán el reino los santos del
Altísimo y lo retendrán por siglos, por los siglos de los siglos” (Dan 18). Esos santos del Altísimo no son
otros que los judíos fieles, que serán los ciudadanos del reino mesiánico. 3. SALMO
92,1-2. 5 Como un eco de este anuncio, el salmo canta la realeza del Señor cuyo
adorno es la santidad. Participamos de esta oración, aclamando: R. ¡Reina el
Señor, revestido de majestad! R. ¡Reina el Señor, revestido de majestad! ¡Reina el Señor, revestido de majestad! El Señor se ha revestido, se
ha ceñido el poder. R. El mundo está firmemente establecido: ¡no se moverá jamás! Tu trono
está firme desde siempre, tú existes desde la eternidad. R. Tus testimonios, Señor, son dignos de fe, la santidad embellece tu
Casa a lo largo de los tiempos. R. 3.1 EL SEÑOR, REY DE LA CREACIÓN. Es éste un himno grandioso en el que se canta la magnificencia de Dios
como Soberano del universo. “¡Reina el Señor, revestido de majestad!
El Señor se ha revestido, se ha ceñido el poder”. A pesar de ser
sumamente breve, impresiona su lenguaje, lleno de la más altísima teología
natural. Los salmistas han sabido captar el mensaje divino de la creación,
que es un reflejo de la grandeza del Señor. Por esta soberanía superior deben ser acatados sus testimonios y
mandamientos. Pero, además, el Señor tiene su morada en Israel, y ésta es
fuente de santidad para los que a ella se acercan. En la obra de la creación se manifestó el poder del Señor, al poner
orden en el caos primitivo y al sujetar las fuerzas indómitas de los mares.
Una de las maravillas de la obra divina es haber cimentado el orbe en una
masa acuosa movible sin que el orbe se conmueva. “El mundo está firmemente establecido:
¡no se moverá jamás!”. Según las ideas cosmológicas hebraicas, la
tierra descansaba en unos pilares sobre el abismo de aguas saladas. La obra
de Dios es, pues, un prodigio de equilibrio, digno de su sabiduría y
omnipotencia. “La tierra era caos y
confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por
encima de las aguas” (Gen 1,2). Como Soberano del universo, tiene el
Señor su trono firme descansando en la bóveda celeste, sobre las cimas de las
montañas; “El Señor en su Templo santo, el Señor, su trono está
en los cielos; ven sus ojos el mundo, sus párpados exploran a los hijos de
Adán” (Sal 11,4). Y esta permanencia del trono divino es desde la
eternidad: antes que se organizara el cosmos. Asentado en su trono celeste,
El Señor domina las fuerzas del mar: (Job 38, 8-11) cuyos oleajes y ríos no
llegan hasta EL ruido ensordecedor de sus olas, lejos de empañar su
magnificencia, es un himno a su poder superior. “Tus testimonios, Señor, son dignos de fe, la santidad embellece tu
Casa a lo largo de los tiempos” .El poeta nos habla en este versos de las vinculaciones del Señor con
su pueblo a través de su santuario de Jerusalén. Sus leyes son, en realidad,
testimonios verídicos de su voluntad; sus promesas son, por ello, indefectibles;
y su presencia en la casa de santidad — el templo jerosolimitano — es una
prenda de fidelidad a sus promesas de protección a su pueblo y a los que
sigan sus mandatos, y esto, no momentáneamente, sino por el transcurso de los
días, presentes y futuros: “a lo largo de los tiempos” 4. SEGUNDA
LECTURA Resucitado por haber testimoniado hasta la muerte, el designio de su
Padre, Cristo ha venido a ser «príncipe de los reyes de la tierra»,
recibiendo todo el poder para guiar la historia de los hombres. Pero a esta
realeza asociará el Resucitado a cuantos él ha liberado del pecado y que
profesan su señorío sobre el mundo aceptando las conversiones necesarias para
ello. Cristo está allá en la plenitud de la vida y nos estimula y nos espera.
Él es el punto Omega, al que converge toda la creación, y en el que esta
pobre historia humana encontrará un final digno y glorioso. Lectura del libro del Apocalipsis 1, 5-8. Jesucristo es el “Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los
muertos, el Rey de los reyes de la tierra”. Él nos ama y nos liberó de
nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino
sacerdotal para Dios, su Padre. ¡A Él sea la gloria y el poder por los siglos
de los siglos! Amén. El viene sobre las nubes y todos lo verán, aun aquéllos
que lo habían traspasado. Por Él se golpearán el pecho todas las razas de la
tierra. Sí, así será. Amén. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el
que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso. Palabra de Dios 4.1 “EL NOS AMA Y NOS LIBERÓ DE NUESTROS
PECADOS, POR MEDIO DE SU SANGRE”, En estos versículos, tomados del prólogo del Apocalipsis, se presenta
esencialmente la realeza de Jesucristo como la realeza del Hijo del hombre: “El
viene sobre las nubes y todos lo verán”. Aludiendo a la profecía de Daniel, el
vidente puede afirmar, por tanto, que Jesús es el revelador del Padre digno
de fe, es en otras palabras, “testigo fidedigno”, puesto que procede de Dios
mismo. En cuanto Resucitado, es el modelo de una nueva estirpe destinada a la
vida eterna. Por último, es “soberano de los reyes de la tierra”, “el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios”, porque
ha venido a traer a la tierra el Reino de Dios al que todos estarán sometidos
al final. “El Hijo del hombre”, Jesús, es el crucificado, “traspasado” por la incredulidad
y por la violencia de muchos. Y precisamente de este modo ha manifestado su
amor por nosotros y nos ha liberado de los pecados: “Él nos ama y nos liberó de
nuestros pecados, por medio de su sangre”, dándonos la posibilidad de que se cumpla la
antigua promesa: “Si me obedecéis y
guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos
los pueblos, porque toda la tierra es mía; seréis para mí un reino de
sacerdotes, una nación santa” (Ex 19,6). Cuando llegue la hora siempre inminente de su venida gloriosa, hasta
los que le han rechazado deberán reconocerle y comprender el mal que han
cometido. Ahora bien, los que desde ahora acogen el señorío de Cristo en su
vida participan de su función real y sacerdotal. De este modo entran en
comunión con Dios, principio y fin de todo lo que existe, origen eterno del
tiempo, que, sin embargo, viene a la historia para asumir la fatiga de todas
las criaturas y llevarlas con el poder del amor a la libertad y a la
salvación: “Sí, así será. Amén. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios,
el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso”. 5. EVANGELIO
El Reino de Dios, proclamado por el Maestro, no está regido por las
leyes de nuestro pobre mundo empecatado: «la ambición humana, la codicia de
los ojos y la arrogancia del dinero» (cf. 1 Jn 2,16). Por eso, la Iglesia no
deberá jamás aliarse ni identificarse con ningún poder de este mundo, ni
mucho menos ofrecerse como alternativa ideal del poder civil. Actualmente, la
realeza de Cristo se expresa en el testimonio de los cristianos dispersos
entre los demás hombres. Es necesario que el cristiano aparezca apasionado
por la verdad del hombre. En su lucha por la dignidad del hombre descubrirá
que ha recibido esa pasión de Cristo, al mismo tiempo que éste le hará
apasionado del verdadero Dios. Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 33-37 Pilato llamó a Jesús y le preguntó: “a, Eres Tú el rey de los
judíos?”. Jesús le respondió: “Dices esto por ti mismo u otros te lo han
dicho de mí?”. Pilato replicó: “¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los
sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?”.
Jesús respondió: “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este
mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que Yo no fuera
entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí”. Pilato le dijo:
“Entonces Tú eres rey?”. Jesús respondió: “Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto
he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es
de la verdad, escucha mi voz”. Palabra del Señor. 5.1 PILATO LLAMÓ A JESÚS Y LE PREGUNTÓ: “A, ERES
TÚ EL REY DE LOS JUDÍOS?”. El relato este fragmento del Evangelio, no cuenta un proceso que es presentado
a Pilato sólo bajo el aspecto político de un competidor del Cesar, al hacerse
el Rey Mesías. Los tribunales romanos se abrían muy de mañana: “prima luce”. Podría
suponerse el comienzo de este proceso sobre las seis o siete de la mañana.
Mateo introduce sin más el proceso, yendo, como es su estilo, a la sustancia
de los hechos, preguntándosele si es el “Rey de los judíos.” Esto supone
el conocimiento que de esta acusación tenía Pilato, ya que el acusado tenía
que haber sido presentado al procurador con una notificación oral o escrita
de su acusación. Este relato también esta en los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas.
En Mateo pone la respuesta afirmativa de Jesús: “Tú lo dices.” La
fórmula no era ordinaria, pero su uso revestía solemnidad. Juan destacará
bien el sentido teológico de esta interrogación de Pilato y la precisión de
la respuesta de Jesús: “a, Eres Tú el
rey de los judíos?, Jesús le respondió: “Dices esto por ti mismo u otros te
lo han dicho de mí?” 5.2 PERO HUBO OTRAS “ACUSACIONES” DE LOS
PRÍNCIPES DE LOS SACERDOTES Y ANCIANOS. En Lucas, estas acusaciones eran todas convergentes en llevar la
acusación al terreno político de su realeza, lo que era una competición
contra Roma. Jesús no se presentaba como un “zelote” exigiendo la libertad política,
sino como el mismo Rey Mesías profetizado. Pilato comienza este interrogatorio de Cristo preguntándole, sin que
los sanedritas le hayan acusado de nada en concreto, lo mismo que en Mateo
(27:11) y Marcos (15:2), sobre si él es “el rey de los judíos.” Es ello
una prueba que supone el informe y acusación previa, al menos prenotificada
en privado. Lucas pone, en cambio, al principio del proceso, la acusación
terminante que le hacen. Le presentan, malintencionadamente y
desnaturalizando los hechos, una versión política de su mesianismo: a)
“pervierte a nuestro pueblo”; b) “prohíbe pagar tributo al César”; c) “dice
ser El Mesías-Rey” (Lc 23:1-2). Las dos primeras eran, ciertamente falsas, y
la tercera estaba desnaturalizada, al dar de ella, en el contexto de lo
anterior, una versión política. Marcos lo presenta así: los dirigentes “le acusaban de muchas cosas” (Mc 15:3)
insistiendo en esto. 5.3 EL
DIÁLOGO DE JESÚS CON PILATO, COMO ESTE INTERROGATORIO, ES ALGO MISTERIOSO E
INSÓLITO En todo caso, tanto el diálogo de Jesús con Pilato, como este
interrogatorio, es algo misterioso e insólito. Jesús es interrogado si es o
no es el Mesías. Y Jesús es el Mesías del Señor, su Ungido, su Consagrado, es
el Siervo, enviado al mundo precisamente para esto, para realizar en Sí en su
persona y en su vida, todas las palabras dichas por los profetas por la ley y
por los salmos de Él. Palabras de persecución, de sufrimiento, de llanto,
heridas y sangre, palabras de muerte por Jesús, por el Ungido del Señor, que
es nuestro respiro, aquél a la sombra del cual viviremos entre las naciones,
como dice el Profeta Jeremías (Lam 4, 20). Palabras que hablan de asechanzas,
de insurrecciones, conjuras, (Sal 2,2). Observamos a Nuestro Señor Jesucristo, herido, como varón de dolores;
tan irreconocible, si no es sólo por parte de aquel amor, que como Él, bien
conoce el padecer. “¡Sepa pues con
certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a Jesús
a quien vosotros habéis crucificado!” (Hech 2, 36). Sí, es un rey atado,
el mío, un rey entregado, arrojado fuera, despreciado; es un rey ungido para
la batalla, pero ungido para perder, para ser sacrificado, para ser
crucificado, inmolado como un cordero. Este es el Mesías: el rey que tiene
como trono la cruz, como púrpura su sangre derramada, como palacio el corazón
de los hombres, pobres como Él, pero hechos ricos y consolados por una
continua resurrección. Estos son nuestros tiempos, los tiempos de la
consolación por parte del Señor, en los cuales él envía incesantemente al Señor
Jesús, al que nos ha destinado como Mesías. (ocarm) 5.4 “MI
REALEZA NO ES DE ESTE MUNDO. “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo,
los que están a mi servicio habrían combatido para que Yo no fuera entregado
a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí” Debe de ser después de estas acusaciones que dicen los sinópticos
cuando, maravillado Pilato de que aquel reo es distinto de todos, “entró de nuevo en el pretorio” y,
mandando venir a Cristo, le hace un interrogatorio privado, lo que no excluye
la presencia de otras personas — asesores, etc. — sobre su realeza. La pregunta fue sobre si era en verdad El “el rey de los judíos.”
Pero Cristo tenía que precisarle bien el sentido de aquella expresión, que
podía ser gravemente equívoca. Si lo decía Pilato por su cuenta, Él no era rey en ese sentido; no era
un rey político, no era un competidor del César; El no venía a aprovecharse
de Palestina para dársela a los judíos quitándosela al César. Si se lo habían dicho los dirigentes judíos, en parte era verdad: Él
era el Mesías, pero no el Mesías político que ellos esperaban, el rey
político que ellos allí le presentaban. La pregunta de Cristo incomodó a Pilato, que corta por lo sano,
preguntándole que responda “qué ha hecho.” Pilato puede estar tranquilo. Porque el reino de Cristo no es de este
mundo. La prueba la tiene él: no tiene soldados, está prisionero, sin que
nadie le defienda ni luche por Él. 5.5 “¿LUEGO
TÚ ERES REY?” Hasta aquí la respuesta de Cristo había sido negativa. Y no podía ser
ajeno a la información de Pilato la entrada “mesiánica” de Cristo el día de
Ramos, sus disputas y enseñanzas con los fariseos en los últimos días
jerosolimitanos y su confesión en la noche anterior ante el Sanedrín. De ahí
la pregunta que le hace con ironía y medio piedad y desprecio. A este momento
deben de corresponder las frases de los sinópticos sobre su realeza (Mt
27:11); Cristo lo afirma: “Tú lo dices.” Esta frase es de
muy raro uso y supone una cierta solemnidad. Cristo expresa cómo su reinado es espiritual, por someter los seres
humanos a la verdad. Esta es la finalidad de su venida a este mundo. Los
autores subrayan, salvando el contenido histórico interpretativo, cómo el
estilo de estas palabras está fuertemente sumido en términos Joánicos (Jn
3:11.32; 8:14ss; 1:7.8; Ap 1:5). 5.6 YO
SOY REY. PARA ESTO HE NACIDO Y HE VENIDO AL MUNDO: PARA DAR TESTIMONIO DE LA
VERDAD. “El que es de la verdad, escucha mi voz”. Al llegar a este punto y oír hablar de la
“verdad”,
Pilato pregunta qué cosa sea la “verdad.” Acaso piensa en los
filósofos ambulantes que en Roma andaban exponiendo sus sistemas y sus
sabidurías. El gesto de Pilato refleja una perfecta situación histórica. ¿La
verdad? ¿Quién la iba a discernir entre tantos sistemas? Se acusa bien en él
el escepticismo especulativo de un romano y de un político, a quien sólo le
interesaba lo práctico. Y, acaso encogiéndose de hombros, pensó que Cristo
fuese uno de estos iluminados orientales y no dio más importancia a aquel
asunto. Y terminó así el interrogatorio. “Salió” de la parte interior del
pretorio al exterior del mismo, para decir a los dirigentes judíos que no
encontraba ningún crimen en este hombre para condenarle a muerte. Fue para él
un soñador, un filósofo o un oriental iluminado. En todo caso, no había lugar
a más proceso. Se cotejan aquí conceptos muy diferentes de realeza: Pilato tenía el
concepto político-militar que se podía hacer un romano, pero aparece también
el teocrático y a la vez político de los judíos; sin embargo, la realeza de
Jesús pertenece a otra esfera: “no es de este mundo”; más aún,
puede dejarse aplastar por éste y resultar, de todos modos, vencedora. Jesús
es verdaderamente rey, pero no de aquí abajo. Ha venido a este mundo a traer
su Reino sobrenatural sin imponer su absoluta superioridad, asumiendo nuestra
condición: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la
verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz”, para iluminarla con
la luz de la verdad y hacer al hombre capaz de elegir el Reino de Dios. La venida de Cristo obra, por consiguiente, una discriminación entre
los que acogen su testimonio y los que lo rechazan. Es un testimonio
verdadero sobre Dios -cuyo rostro revela Jesús en sí mismo- y, al mismo
tiempo, sobre el hombre, tal como es según el designio del Padre, “¡Ecce
homo!” (Jn 19,5): acogerlo significa entrar ya desde ahora en su Reino. En
cambio, el que lo rechaza se somete al príncipe de este mundo (12,31): no es
posible mantenerse en un escepticismo neutral, como intenta hacer Pilato
(18,38). Quien reconoce a Jesús como rey no se preocupa de triunfar en este
mundo, sino más bien de escuchar la voz de su Señor y de seguirle para
extender aquí abajo su Reino de verdad y de amor. 5.7 CRISTO
ES UN REY CRUCIFICADO Estamos invitados a vigorizar en nosotros el deseo de que Cristo reine
verdaderamente en nuestra vida. Para que esto ocurra, es necesario revivir
siempre en nosotros una adhesión plena a él, que nos amó primero y libró por
nosotros la gran batalla hasta dejarse herir de muerte para destruir en su
cuerpo clavado en la cruz nuestro pecado. Cristo venció así. Su triunfo es el
triunfo del amor sobre el odio, sobre el mal, sobre la ingratitud. Su
victoria es, en apariencia, una derrota: el modo de vencer del amor es, en
efecto, dejarse vencer. Cristo es un rey crucificado; sin embargo, su poder está precisamente
en la entrega de sí mismo hasta el extremo: es un rey coronado de espinas,
colgado en la cruz, y sigue como tal para siempre, incluso ahora que está en
la presencia del Padre, a donde ha vuelto después de la resurrección. Se
trata de una realeza difícil de comprender desde el punto de vista humano, a
no ser que emprendamos el camino del amor humilde, de la vida que se hace
servicio y entrega. Si emprendemos ese camino, el mismo Espíritu nos hará
capaces de configurarnos con el humilde rey de la gloria, de quien todo
cristiano está llamado a ser discípulo enamorado. Esto traerá consigo,
necesariamente, una sombra de muerte, de muerte a todo un mundo de egoísmos,
de pasiones, de vanos deseos y de arrogancias indebidas: una muerte que, sin
embargo, se traduce en libertad para nosotros mismos y en crecimiento para
los otros, en vida verdadera y en plenitud de alegría. Nuestro camino en la historia prosigue con sus cansancios, pero
nuestro corazón puede saborear de manera anticipada la dulzura de este Reino
de luz infinita en el que sólo se entra por la puerta estrecha de la cruz. (Giorgio Zevini y Pier Giordano Cabra,
Lectio Divina (eds.) “Venga a
nosotros, Señor, tu Reino de luz” ¡Oh Rey de gloria y Señor de
todos los reyes! ¡Cómo no es vuestro reino armado de palillos, pues no tiene
fin!........ ¡Oh Señor mío, oh Rey mío! ¡Quién supiera ahora representar la
majestad que tenéis!. (Santa Teresa de Jesús, Vida, capitulo 6)
El Señor les Bendiga Pedro Sergio Antonio Donoso
Brant XXXIV Domingo Ciclo B Publicado en este link: PALABRA DE DIOS Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar Colunga y
Biblia de Jerusalén Algunos conceptos están tomados de los comentarios
a los Evangelios por Manuel de Tuya, O. P. Biblia Comentada, Adaptación Pedagógica: Dr.
Carlos Etchevarne, Bach. Teol. Intimidad Divina, Fr. Gabriel de Santa M.
Magdalena ocd. |
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