Reflexión desde las Lecturas del II Domingo del
Tiempo Ordinario Ciclo “A” Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 1.
Iglesia de Dios (1Cor 1,1-3) A partir de hoy, durante los próximos
domingos, leeremos la primera carta a los corintios. Intentaremos recoger
algunas de las indicaciones que San Pablo hace a esta joven comunidad, llena
de vitalidad, pero también con problemas y dificultades de crecimiento. Esas
indicaciones, el Espíritu Santo nos las hace también a nosotros hoy. “Llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por
voluntad de Dios” Llama la atención la profunda conciencia que San
Pablo tiene de haber sido llamado personalmente al apostolado. Si ha recibido
esta misión no es por iniciativa suya, sino por voluntad de Dios. Por eso la
realiza en nombre de Cristo, con la autoridad del mismo Cristo, como
embajador suyo (2 Cor 5, 20). También nosotros hemos de considerarnos así.
Cada uno ha recibido una llamada de Cristo y una misión dentro de la Iglesia
para contribuir al crecimiento de la Iglesia. Debe sentirse apóstol de Cristo
Jesús, colaborador suyo, instrumento suyo (1 Cor 3,9). “A la Iglesia de Dios”. Cualquier
comunidad, por pequeña que sea, es Iglesia de Dios. Así debe considerarse a
sí misma. Esta es nuestra identidad y a la vez la fuente única de nuestra
seguridad: somos Iglesia de Dios, a Él pertenecemos, somos obra suya,
construcción suya (1 Cor 3,9). No somos una simple asociación humana. “A los que han santificados en Cristo
Jesús, y llamados a ser santos”. Es casi una definición de lo que
significa ser Iglesia de Dios: Los santificados llamados a ser santos. Por el
bautismo hemos sido santificados, consagrados; pertenecemos a Dios, hemos
entrado en el ámbito de lo divino, formamos parte de la casa de Dios. Pero
este don conlleva el impulso, la llamada y la exigencia a «completar nuestra
consagración», a «ser santos en toda nuestra conducta». Esta es la voluntad
de Dios (1 Tes 4,3). La Iglesia es santa. La santidad es una nota esencial e
irrenunciable de la Iglesia. Si nosotros no somos santos, estamos
destruyéndonos a nosotros mismos... y estamos destruyendo la Iglesia. 2.
PRIMERA LECTURA
Is 49, 3-6 El - canto del siervo - que la liturgia
nos acerca en este día nos presenta la elección de parte de Dios de un
personaje, que puede ser misterioso a primera vista. Israel siempre ha
interpretado este canto aplicándolo a sí mismo. Es el mismo pueblo, elegido
por Dios, para anunciar al resto del mundo lo que Dios ha hecho, hace, y hará
por su intermedio. Lectura del libro de Isaías. El Señor me dijo: -Tú eres mi Servidor,
Israel, por ti Yo me glorificaré -. Pero yo dije: - En vano me fatigué, para
nada, inútilmente, he gastado mi fuerza -. Sin embargo, mi derecho está junto
al Señor y mi retribución, junto a mi Dios. Y ahora, habla el Señor, el que
me formó desde el vientre materno para que Yo sea su Servidor, para hacer que
Jacob vuelva a él y se le reúna Israel. Yo soy valioso a los ojos del Señor y
mi Dios ha sido mi fortaleza. Él dice: - Es demasiado poco que seas mi
Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los
sobrevivientes de Israel; Yo te destino a ser la luz de las naciones, para
que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra - . Palabra de Dios. 2.1 El Siervo
de Yahvé. Gloria de Israel. El profeta va a proclamar algo muy
importante, e invita a prestar atención a las palabras del Siervo de Yahvé,
el cual tiene una misión universal que desempeñar; “ser la luz de las naciones”.
Todos los pueblos van a recibir un mensaje inaudito de parte de un enviado de
Dios, cuya misión se extiende hasta los confines de la tierra. Y su condición
es tan excepcional, que no ha sido elegido, como Moisés y otros profetas,
durante su vida, sino que desde el seno materno le ha llamado para una misión
única; “el Señor, el que me formó desde el vientre materno para que Yo sea
su Servidor”. Jeremías había
sido designado para “profeta entre los pueblos” (Jer 1:5); aquí el Siervo de
Yahvé ha recibido una misión más concreta y sublime, ya que por su misión
hará que la salvación “llegue mi salvación hasta los confines de
la tierra”. Por su entrega total a esta misión divina
merecerá el nombre por excelencia de “Siervo
de Yahvé”. Para ello le ha dotado de cualidades excepcionales de
predicador. Tendrá tal penetración su palabra en el auditorio, que será como
espada (Heb 4:12; Ap 1:16). Esta semejanza también insinúa el efecto doloroso
de su palabra, en cuanto creará una situación de angustia y de contradicción
en los corazones de los oyentes, sobre todo en los que se opongan a ella.
Además, en la imagen del profeta parece contraponerse el modo de conquistar
los corazones por parte del Siervo de Yahvé, por la persuasión, la modestia y
la palabra, y el de los conquistadores orientales, por la espada y la violencia.
El Siervo de Yahvé no tendrá otra espada que su palabra insinuante e
incisiva. Y sigue el símil militar: (v.2), “Y puso mi boca como cortante
espada, me ha guardado a la sombra de su mano, hizo de mí aguda saeta y me
guardó en su vaina”, como el guerrero acaricia la empuñadura de la espada y
la protege para que no se la arrebaten, así Dios protege y acaricia al Siervo
de Yahvé, instrumento de su especialísima providencia en un momento dado de
su historia, convirtiéndole en aguda saeta en su vaina, dispuesta a lanzarla
para ganar los corazones de las gentes para su causa. A continuación explica,
sin metáforas, lo anterior: El Señor me dijo: -Tú eres mi Servidor,
Israel, por ti Yo me glorificaré”, el instrumento por el que el Señor
será glorificado, aludiendo al resultado favorable de la misión de dicho
Siervo, la cual, por otra parte, será ardua y llena de obstáculos. En
versículo de Isaías 44:43 se dice que el Señor será glorificado en Israel por
la liberación portentosa que el Señor va a realizar en el pueblo elegido. En
cambio, aquí el Señor es glorificado por la prodigiosa obra realizada por el
misterioso Siervo objeto de sus complacencias. El v.4 nos transporta ya a otra fase de la
actividad del Siervo, pues ya ha cumplido en parte su misión. Su obra ha sido
tan ardua, que por un momento parece desfallecer. El fruto conseguido en la
conversión de Israel ha sido tan escaso que parece que su labor ha sido un
fracaso: “Pero yo dije: - En vano me fatigué, para nada, inútilmente, he
gastado mi fuerza”; pero reacciona inmediatamente ante el pensamiento
de que su causa está en manos del Señor. “Sin embargo, mi derecho está junto al
Señor y mi retribución, junto a mi Dios”. Ha cumplido la voluntad de
éste, y, por tanto, al ser juzgado (mi causa) recibirá la recompensa del
mismo Señor. La primera misión del Siervo de Yahvé es
hacer retornar a Jacob-Israel al Señor, convirtiéndolo (cf. Mt 15:24). Dios
responde a la reflexión del Siervo; “Pero yo dije: - En vano me fatigué, para
nada, inútilmente, he gastado mi fuerza-”
con una nueva intimación, “Y ahora, habla el Señor”: su
misión no se limitará a devolver a Jacob, sino que es de mucho más alcance: “Yo
te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta
los confines de la tierra”. Para Dios, la restauración de Israel es
cosa ligera en comparación con la otra de ser misionero de los gentiles.
Lejos de sentirse decepcionado por la obra realizada en su pueblo,
considerándola infructuosa, debe prepararse para otra obra de mayor
envergadura, como “ser la luz de las naciones”. Dios tiene unos planos
salvíficos sobre todos los hombres “para que llegue mi salvación hasta los
confines de la tierra”. Los salvados de Israel son los que se han
librado de las sucesivas pruebas a que Dios sometió al pueblo elegido. La misión del Siervo de Yahvé, cuando
logre todo su fruto, será objeto de la admiración de los reyes y príncipes,
que se levantarán y se prosternarán (v.7), reconociendo su calidad de enviado
de Dios. Y todo esto será obra de Yahvé, que es fiel., que te ha elegido. Es
la recompensa a toda su obra misionera. “mi derecho está junto al Señor y mi
retribución, junto a mi Dios”. 3.
SALMO, Acción de Gracias por el Auxilio Recibido. Entre los versos 2 al 12, este salmo es
una acción de gracias individual, del 12 en adelante es una súplica de
auxilio. La liturgia de hoy, sólo toma algunos versos de la primera parte, la
cual es de acción de gracias, supone la liberación de un peligro de muerte
gracias a la intervención providencial de Dios (ver versos del 2 al 5), y, en
consecuencia, el salmista entona un himno eucarístico, invitando a los
oyentes a adherirse al Señor, que protege a sus fieles, y recordando los
favores que otorga a los suyos (ver versos del 4 al 6). Más que ofrecer
sacrificios de acción de gracias, el Señor prefiere que se publiquen sus
bendiciones y se acate su voluntad (ver versos del 7 al 11). Sal 39, 2. 4. 7-10 R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad. Esperé confiadamente en el Señor: Él se inclinó
hacia mí y escuchó mi clamor. Puso en mi boca un canto nuevo, un himno a
nuestro Dios. R. Tú no quisiste víctima ni oblación; pero
me diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios, entonces
dije: -Aquí estoy--. R. En el libro de la Ley, está escrito lo que
tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón.
R. Proclamé gozosamente tu justicia en la
gran asamblea; no, no mantuve cerrados mis labios, Tú lo sabes, Señor. R. 3.1 La
liberación de un peligro de muerte (1-3). “Esperé confiadamente en el Señor: Él se
inclinó hacia mí y escuchó mi clamor” El salmista se refiere a una situación de
peligro para su vida, sin determinar si se trata de una enfermedad grave o un
accidente mortal. Por otra parte, no alude, como en otros salmos, a amenazas
de muerte de parte de sus enemigos. El Señor acudió a su súplica cuando se
hallaba al borde del abismo. Se consideraba ya en el sepulcro u horrible
hoya, que describe como charca fangosa o cisterna en la que se echaba a los
prisioneros. “Y me sacó de una
horrible hoya, de fangosa charca. Y afirmó mis pies sobre roca y afianzó mis
pasos”. (v.3) La situación parecía
desesperada, pero intervino la mano protectora del Señor, y al punto su vida
se cambió, y del peligro pasó a la máxima seguridad, pues el Señor afirmó sus
pies sobre roca, afianzando sus pasos. La semejanza es corriente en la
literatura salmódica, y refleja bien la situación del náufrago que, después
de nadar, encuentra la salvadora e inconmovible roca, o el perseguido por los
enemigos que al fin llega a una prominencia rocosa, desde donde los domina
como desde ciudadela inaccesible. El salmista se siente seguro, y sus pies no
vacilan en el suelo fangoso, sino que sus pasos se afianzan, caminando por
superficie firme como las rocas. 3.2 Himno de
acción de gracias (4-6). “Puso en mi boca un canto nuevo, un himno
a nuestro Dios”. La liturgia sólo toma el cuarto versículo. La
liberación súbita del peligro de muerte por obra del Señor hace que se vea forzado a entonar un cántico
de alabanza en su honor. En su entusiasmo quiere que se asocien a su desahogo
lírico los que le rodean, los cuales se han de ver sobrecogidos de temor
reverencial ante el que obra tales prodigios; y también los invita a confiar
en El. El salmista tiene siempre un sentido comunitario de solidaridad de los
que pertenecen al pueblo de Yahvé, y anhela el reconocimiento por parte de
todos de sus beneficios a favor de uno de ellos, en este caso el propio
salmista. Por eso habla en plural: nuestro Dios. El caso suyo es uno de
tantos en que se refleja la particular providencia que Dios tiene de los que
a Él se confían. Por eso considera bienaventurado al que tiene confianza
ciega en Dios, apartándose de lo que dicen los apóstatas o ateos prácticos,
que no admiten la providencia divina en la vida de los hombres y, en su
soberbia, se permiten afirmar mentirosamente que sólo su poder basta para
gobernarse en la vida. El salmista — frente a esta actitud de
autosuficiencia y de orgullo — declara que muchas veces ha sido testigo de
las maravillas y prodigios que reflejan los designios salvadores y
benevolentes de Dios hacia los suyos. Son tantas que no es posible
anunciarlas todas. 3.3 Dios se
agrada más en la obediencia que en los sacrificios (7-10). Al expresar la acción de gracias,
normalmente el fiel israelita ofrecía sacrificios específicos en
reconocimiento al favor recibido del Señor. El sacrificio característico de
acción de gracias se componía de un sacrificio “pacífico y una oblación”. El
salmista en este caso los considera innecesarios, pues cree que Dios exige
ante todo obediencia y conformidad a su Ley. Bajo este aspecto no hace sino
hacerse eco de la predicación de los grandes profetas: “Cuando saqué de
Egipto a vuestros padres, no fue de holocaustos y de sacrificios de lo que
les hablé ni lo que les mandé, sino que les ordené: oíd mi voz y seré vuestro
Dios, y vosotros seréis mi pueblo...” (Jer 7:21-22. — 20 Sam 15:22. — 21 Os
6:6). Es el comentario a la famosa frase de Samuel: “¿No quiere mejor Dios la
obediencia a los mandatos que no los holocaustos y las víctimas? Mejor es la
obediencia que las víctimas.” (Sam 15:22) Los sacrificios y ofrendas
materiales poco valen si no van acompañadas de la entrega íntima del corazón
del oferente a los preceptos, que es la expresión de la voluntad divina. Es
lo que enfáticamente declara el profeta Oseas: “Prefiero la misericordia al
sacrificio, y el conocimiento de Dios al holocausto.” (Os 6:6) El salmista
acepta esta doctrina y declara que el Señor le ha sugerido lo mejor, dándole
oído abierto, es decir, docilidad a sus preceptos — expresión de su voluntad
—, lo que prefiere a los holocaustos y sacrificios expiatorios, que pueden
ofrecerse sin compunción de corazón y sin ánimo de seguir su Ley. Conforme a esta exigencia de Dios, el
salmista se ofrece para secundar sus indicaciones: “Aquí estoy, Señor, para hacer
tu voluntad”. Con toda generosidad se ofrece, como en otro tiempo al
pequeño Samuel, para seguir sus preceptos tal como está escrito en el rollo
del libro de la Ley; está totalmente a su disposición para hacer su
complacencia. El autor de los Hebreos (Hebreos 10, 7ss) aplica estas palabras
a Cristo, Sacerdote y Mediador por los seres humanos, citándolas según la
versión de los LXX: “Por lo cual, entrando en este mundo, dice: No quisiste
sacrificios y oblaciones, pero me has preparado un cuerpo”. Los holocaustos y
sacrificios por el pecado no los recibiste. Entonces yo dije: Heme aquí que
vengo para hacer, ¡oh Dios! tu voluntad.” “En
el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu
voluntad, y tu ley está en mi corazón” El salmista declara su plena adhesión a la
voluntad divina al decir que lleva la Ley escrita en lo más profundo de sus
entrañas. Es el cumplimiento del mandamiento deuteronómico: “Llevarás muy
dentro de tu corazón todos estos mandamientos que yo hoy te doy.” “Aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad” 4.
SEGUNDA LECTURA
1Cor 1, 1-3 Como en la mayoría de sus saludos a las
comunidades, Pablo se define como apóstol de Jesucristo. Él no fue llamado
por Jesús mientras éste vivía, sin embargo, su vocación es claramente un
llamado de Cristo resucitado, que lo ha elegido para anunciar, primero a los
judíos y luego a los paganos, la salvación de Dios. Por eso, aunque no
perteneció al grupo de los Doce, él mismo se considera apóstol, es decir,
enviado de Dios. Lectura de la primera carta del Apóstol
san Pablo a los cristianos de Corinto. Pablo, llamado a ser Apóstol de Jesucristo
por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes, saludan a la Iglesia de Dios
que reside en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús y
llamados a ser santos, junto con todos aquéllos que en cualquier parte
invocan el nombre de Jesucristo, nuestro Señor, Señor de ellos y nuestro.
Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre, y
del Señor Jesucristo. Palabra de Dios. 4.1 “santificados
en Cristo Jesús” Es el saludo habitual con que San Pablo
suele comenzar sus cartas (cf. Rom 1:1-7), aunque matizándolo de diversa
manera, según las circunstancias, como es obvio. Aquí, en esta carta a los
Corintios, recalca su condición de “apóstol” Pablo, llamado a ser Apóstol de
Jesucristo”, lo mismo que hará, y más enérgicamente todavía, en Gal
1:1, pues en una y otra ocasión sus enemigos querían despojarle de ese
título. A su nombre une el de “Sóstenes”, personaje de quien no
tenemos más noticias. Es posible que se trate del jefe de la sinagoga de
Corinto, a que se alude en el Libros de los Hechos; “Entonces todos ellos
agarraron a Sóstenes, el jefe de la sinagoga” (Hechos 18,17), y que,
convertido a la fe, se habría unido al Apóstol como colaborador. Ello es
posible, pero nada puede asegurarse con certeza, tanto más que el nombre de
“Sóstenes” era bastante corriente. La carta va dirigida “a la Iglesia de Dios que
reside en Corinto”, expresión favorita de San Pablo cuando habla de
la comunidad cristiana. En oposición con “iglesia de Dios” van otras dos
expresiones, “santificados en Cristo Jesús” y “llamados a ser santos”.
Evidentemente el Apóstol está refiriéndose a los cristianos de Corinto, en
general, de quienes dice “santificados en Cristo Jesús” en
cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, con lo que, muertos al pecado,
entran a participar de la vida y santidad de Cristo (cf. Rom 6:2-11). Lo de “llamados
a ser santos”, expresión usada también en Rom 1:7, no indica
simplemente que eran así designados los cristianos, sino que equivale a
“santos por vocación,” o lo que es lo mismo, “llamados a ser santos”
con todo lo que ese término “santos” lleva consigo (cf. Hechos 9:13). Más difícil de explicar resulta la
expresión: “junto con todos aquéllos que en cualquier parte invocan el nombre de
Jesucristo, nuestro Señor”, juzgan los eruditos, que es probable que
el Apóstol esté refiriéndose a los fieles cristianos en general, en
“cualquier lugar” que se encuentren. Su intención sería la de recalcar la
universalidad de la Iglesia, asociando con los corintios a los fieles todos
de cualquier lugar del mundo. Lo de “Señor de ellos y nuestro”
aludiría no a “lugar,” sino a “nuestro Señor Jesucristo,” como corrigiéndose
de la expresión: he dicho muestro Señor Jesucristo,” pero en realidad no he
dicho bien, pues es “Señor de ellos y nuestro”. Esta
interpretación, estaría muy en consonancia con el tema de preocupación que
bullía en la mente de Pablo ya desde las primeras líneas (cf. 1:12). Era como
un echar en cara a los corintios su falta de consistencia para las
divisiones, apuntando, quizá, sobre todo al de Cristo, como diciendo: ¡qué
absurdo!, ¿es que no somos todos de Cristo? 5.
EVANGELIO Jn 1,
29-34 El Bautista es presentado como el
–enlace-- entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Es el último de los
profetas y es a quien le toca –señalar-- al Cordero, a Jesús salvador de la
humanidad. Los judíos consideraban que los pecados del pueblo eran borrados
con el sacrificio de un cordero en el Templo de Jerusalén. A partir de la
muerte de Jesús, él paso a ser el verdadero Cordero de Dios, que ofrece su
vida por la salvación del mundo entero. Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan. Juan Bautista vio acercarse a Jesús y
dijo: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. A él me
refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque
existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua
para que él fuera manifestado a Israel. Y Juan dio este testimonio: “He visto
al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo
no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: - Aquél
sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ése es el que
bautiza en el Espíritu Santo”. “Yo lo he visto y doy testimonio de que él es
el Hijo de Dios”. Palabra del Señor. 5.1 JUAN BAUTISTA, “EL PRECURSOR”, LO RECONOCE
COMO EL MESÍAS A través de todos los tiempos los profetas
habían hablado de él, sin embargo, hubo uno de un carisma exclusivo, Juan
Bautista, “el precursor”, el lo reconoce como el Mesías, y lo presenta como,
“el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, y dice que él ha visto
al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre Él y lo
muestra como “ése es el que bautiza en el Espíritu Santo”. Para Juan evangelista, la obra principal
de Jesús consiste en “quitar el pecado del mundo”. Y el gran pecado es
rechazar la Luz que ha venido al mundo para iluminar a todos los hombres (Jn
1,9). En efecto, rechazar a Cristo es el mayor y único pecado. Jesús cumplirá esta magna obra de
reconciliación entre Dios y el hombre porque él mismo es Dios. Es así como lo
expresa además es Evangelio, donde en la escena del bautismo nos muestra la
presencia del Espíritu, que desciende del cielo en forma de paloma sobre
Jesús y permanece sobre El. 5.2 ESTE ES EL CORDERO DE DIOS QUE QUITA EL
PECADO DEL MUNDO Relata el Evangelio: Este es el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo. A éste me refería yo cuando dije: “Detrás
de mí viene uno superior a mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo
conocía, pero he venido a bautizar con agua para que El fuera manifestado a
Israel”. Este es el Segundo testimonio oficial
mesiánico del Bautista ante un grupo de sus discípulos, comienza el relato
diciendo que Juan Bautista vio acercarse a Jesús, que por esos días vivía en
las proximidades del Jordán, “Esto ocurrió en Betania, al otro lado del
Jordán, donde estaba Juan bautizando”. (Jn 1,28). Se piensa esto porque no
dice que haya cambiado de lugar y el evangelio relata que al día siguiente ve
venir a Jesús hacia él. Estas son las primeras actividades de Jesús desde el
primer testimonio de Juan; “Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros
está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno
de desatarle la correa de su sandalia” (Jn 1,27), hasta el primer milagro en
las bodas de Cana (2:1-11). ¿A qué concurrencia se dirige? No se
precisa, pero en todo caso no es la comisión venida de Jerusalén la que ya
desapareció de escena, “cuando los judíos enviaron donde él desde Jerusalén
sacerdotes y levitas a preguntarle: ¿Quién eres tú? (Jn 1,19). Los discípulos
del Bautista, ante los que también va a dar testimonio, entran explícitamente
en escena más tarde (Jn 1, 35). Es posible que sean parte de las afluencias
que venían a él para ser bautizadas; “Acudía entonces a él Jerusalén, toda
Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán,
confesando sus pecados. (Mt 3, 5-6).
En todo caso, el tono íntimo, expansivo, gozoso que usa, en fuerte contraste
con las secas respuestas a los representantes del Sanedrín (Jn 1, 20-21),
hace pensar que sitúa la escena en un asistencia simpatizante y probablemente
reducida. 5.3 ¿PORQUE SE LLAMA AQUÍ A CRISTO EL CORDERO DE
DIOS? Viendo el Bautista que Jesús se acerca en
dirección a él, aunque podría referirse al momento en que Cristo se acerca
para recibir el bautismo, y posiblemente después del mismo bautismo, hace
ante esta asistencia otro anuncio oficial de quién es Cristo, diciendo: “Este
es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo.” Esta frase, de gran importancia mesiánica,
nos motiva a preguntarnos, ¿Qué significa aquí, o por qué se llama aquí a
Cristo el Cordero de Dios? o ¿Y en qué sentido quita el pecado del mundo?
¿Por su inocencia, por su sacrificio, o en qué forma? En primer lugar conviene precisar que el
verbo usado aquí por quitar significa estrictamente quitar, esto es, hacer
desaparecer, y no precisamente llevar, Pero la razón más decisiva es su
paralelo conceptual con la primera epístola de San Juan: “Sabéis que Cristo
apareció para quitar los pecados” (1 Jn 3:5). Cristo aquí es, pues, presentado como el
“Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Puede ser que el Bautista
querría referir así a Cristo al cordero pascual que era el símbolo de
liberación del pueblo de Israel. Como sabemos, el cordero era la victima
común en todo sacrificio oficial o particular, así es como el cordero pascual
era un verdadero sacrificio, de allí que Juan considera al cordero como un
símbolo de redención y sacrificio por los pecados. 5.4 CRISTO SE OFRECIÓ POR LOS PECADOS DE TODOS Podemos pensar además se refiere al Siervo
de Yahvé de Isaías, que va a la muerte como cordero llevado al matadero, que
llevó sobre él los pecados de los hombres: “Como un cordero al degüello era
llevado” (Is 53:6-8). Del mismo modo querría indicarse la inocencia de
Cristo. El cordero, como símbolo de inocencia, es usado en estas
circunstancias; “con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin
mancilla, Cristo”, (1 Pe 1:18).
Además, se pone esto en función de la primera epístola de San Juan, donde se
dice: Sabéis que (Cristo) apareció para quitar los pecados y que en El no hay
pecado” (1 Jn 3:5). Cuando asistimos a la celebración de la
eucaristía, oímos antes de la comunión: “Este es el Cordero de Dios que quita los
pecados del mundo”, y así fue como sucedió, Cristo se ofreció por los
pecados de todos, en especial los nuestros, por todo lo que ofende a Dios,
por ese mundo que vivimos a diario, por el sacrificio de ese Cordero,
sacrificado en la cruz, Jesucristo. En la primera epístola de San Juan además
dice: Todo el que permanece en El, no peca; y todo el que peca, ni le ha
visto ni le ha conocido” (1 Jn 3:5-6). Y luego nos hace ver aún más profundamente el modo cómo
ejercerá Cristo, el Mesías, esta obra de purificación de pecado para lograr
la plenitud de la santidad. “Quien ha nacido de Dios no peca, porque la
simiente de Dios está en él” (1Jn 3:9). 5.5 Y NO HABRÁ EN ÉL PECADO ALGUNO Esto es lo que se lee en el libro apócrifo
del Testamento de los doce patriarcas en uno de los relatos: “Después de
estas cosas, un hombre será suscitado de su raza, como el sol de justicia, y
no habrá en él pecado alguno. Y los cielos se abrirán sobre él, derramando el
Espíritu, la bendición del Padre Santo; y él mismo derramará sobre vosotros
el Espíritu de gracia, y vosotros seréis por él hijos en verdad, y caminaréis
en sus mandamientos, desde el primero al último”. Tanto interpretando esta frase a la luz
del mismo San Juan, evangelio y primera epístola, como en función del Antiguo
Testamento y ambiente pre-cristiano del judaísmo, se ve que esta obra de
Cristo es obra, al menos en un sentido directo, no de expiación, sino de
purificación y santificación de los seres humanos, por obra del Mesías, al
comunicarles el Espíritu, del que El está lleno y sobre el que reposa. Jesucristo bautiza al mundo en el
Espíritu, comunicándole la Vida, de este modo es antítesis del pecado. 5.6 ES EL QUE BAUTIZA EN EL ESPÍRITU SANTO Los evangelios, nos hablan del Bautismo en
Espíritu y de Fuego, contraponiendo al bautismo del Bautista, con agua, lo
que pretende dar a entender que será el Espíritu de Dios quien les hará tener
una vida nueva más justa y más santa; la obra del Espíritu en los hombres es
obra de purificación por una parte y por otra de santificación. De este modo, no debemos descuidar nuestra
devoción al Espíritu Santo, más aún si sabemos que de Él vine la Vida, la
verdadera Vida, la Vida de Gracia. Relata este Evangelio: Y Juan dio
testimonio diciendo: Yo he visto que el Espíritu bajaba desde el cielo como
una paloma y permanecía sobre él. Yo mismo no lo conocía, pero el que me
envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas que baja el
Espíritu y permanece sobre él, ése es quien bautizará con Espíritu Santo”. 5.7 “Después
de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo” Juan Bautista ha conocido la divinidad de
Jesús, al conocer su pre-existencia. También Juan era una persona
predestinada ya antes de nacer. De aquí el destacarse que Cristo es de quien
dijo el Bautista: “Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes
que yo” Aunque el seguir a otro es condición de
inferioridad, aquí sucede al revés; pues si Cristo vino temporalmente, en su
ministerio público, después del Bautista, sin embargo, lo sobrepasó, no sólo
por su ministerio, sino también porque era primero que él por su
preexistencia, por su dignidad, pues el Bautista se confesó indigno de
prestarle servicios de esclavo: “a quien yo no soy digno de desatarle la
correa de su sandalia,” (Jn 1, 27) 5.8 EL ELEGIDO DE DIOS El Bautista, dotado de un prestigio
excepcional, dio testimonio de Cristo, diciendo que él era su precursor. Y
él, al ver cumplirse la señal del cielo, lo proclamó “el Elegido de Dios,”
(Jn 1,34), que es el Mesías, con la evocación Isaiana del “Siervo de Yahvé,”
sobre el que estaba el Espíritu, posando sobre El, y acusando así la plenitud
de sus dones en el Mesías. Y el Bautista, con su bautismo, vino a
ungir mesiánicamente a Cristo, al tiempo que lo presentó oficialmente a
Israel. Y a este fin redacta así esta sección el evangelista. “Yo no lo
conocía, pero he venido a bautizar con agua para que El fuera manifestado a
Israel”. Y que Juan era el Elías, ambientalmente esperado, tenía a su favor
en la catequesis primitiva las mismas palabras de Cristo, quien, hablando del
Bautista, dijo: “Y si queréis oírlo, él es Elías, que ha de venir” (Mt
11:14). Y en Cristo Mesías también se cumplían las
concepciones circunstanciales de la época. Hasta su vida de ministerio
público, Cristo había vivido en Nazaret y Cafarnaúm, en una vida socialmente
oscura y desconocida para todos. Tanto, que el evangelista recoge las
palabras del Bautista, que dice aquí: “Yo no le conocía”. Y en el pasaje
anterior dice: “En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis”.
Ya vivía entre ellos, pero aún les era desconocido como Mesías. Los que invocan en cualquier lugar el
nombre de Jesucristo, que es Señor suyo y nuestro, gracia y paz de parte de
Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor. (1 Cor 1, 2-3) El
Señor les Bendiga Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant II Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo “A” Fuentes Bibliográficas: Biblia Nácar Colunga y Biblia de Jerusalén |
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